Me llamo Igor Charikin y puedo apostar cualquier cantidad de dinero a que ninguno de ustedes habrá tenido hasta hoy noticias de mí. Soy un discreto y casi anónimo funcionario de nivel medio ―medio alto, si desean precisión― del gobierno de mi país; tenía un futuro prometedor en Moscú, pero hube de renunciar a él, o al menos posponerlo sin fecha fija, al solicitar mi traslado a Kazán, la capital del álgido Tatarstán, una ciudad histórica y esteparia donde el Volga tuerce al sur. Lo hice por motivos conyugales, pero esto tampoco les dirá nada. Ya se lo he dicho: soy un hombre mediocre, sin fama.
No así mi mujer, convertida en una celebridad mundial, aunque bajo nombre falso, por boca y pluma de un conocido escritor alemán, un hombre que a sus cualidades literarias, que son indiscutibles, no suma la discreción ni la prudencia ni la piedad ni el recato ante la vergüenza ajena; un hombre que no duda en utilizar el dolor de los otros para trabajarse la gloria y la fortuna.
El escritor en cuestión es don Thomas Mann y mi mujer es la que, inopinada y desgraciadamente para mí, acabó convertida en un personaje central de La montaña mágica, extraordinaria novela mal que me pese. El señor Mann le cambió el apellido y de Claudia Charikina pasó a ser Madame Chauchat. Si el señor Mann no fuera homosexual, habría pensado que se enamoró de ella y que decidió vejarla al verse rechazado. ¿Chauchat? ¿¡CHAUCHAT!? ¿Cree el señor Mann que en Rusia no hablamos francés? Chaud chat? ¿Gato caliente? O aún peor, en femenino, chaude chatte, ¡panojita caliente! ¿Cómo se ha atrevido, señor Mann?
Ya solo con estas aviesas deformaciones demuestra Mann ora su rencor hacia mi mujer ora su desdén por los rusos, por las mujeres y por todo lo que se interponga en su camino hacia el Parnaso. Habría esperado más probidad de alguien que siempre se ha esforzado por proyectar una imagen de burgués razonable, atildado y comedido.
Mi pobre Claudia, así retratada y maltratada, expuesta al escarnio (sí, también al deseo y la admiración, no se me oculta) del mundo. Si mi mujer era ―y lo era― una zorra desorejada, un sublime ejemplo de lo que los relamidos franceses llamarían débauche eslava, lo era reservadamente, en privado o, a lo sumo, en círculos pequeños. Es verdad que su conducta (que fue estudiada por dos prestigiosos psicólogos a los que la llevé y que entre otros episodios innombrables incluye su participación en un espectáculo de cabaret con un burro) no es de las que pueden mantenerse ocultas por mucho tiempo, y de hecho fue lo que me obligó a salir de Moscú e irme, con Claudia a mi lado, naturalmente, al lejano Tatarstán, huyendo de escándalos. (El señor Mann también disfrazó mi destino, para sentirse moralmente menos abyecto, supongo, y dijo en su novela que vivíamos en Daguestán, a orillas del gran Caspio. Para los europeos occidentales lo mismo da un tan que otro, sospecho).
No sé cómo pudo el señor Mann saber tanto de ella, porque admito que la retrata con un acierto casi sobrenatural: sus ojos rasgados (como cortes en la masa del pan, según unos; como puñaladas en un tomate, según otros), su nuca, sus brazos, sus ademanes y su nonchalance natural. Siempre, siempre dejaba batirse las puertas con estrépito, como bien se cuenta en la novela; nunca, nunca (en la vida real, acoto) corrigió ese desagradable hábito a pesar de mis cien admoniciones, reconvenciones y amenazas. Todo inútil. ¡Ah, con mi Claudia todo era inútil!
Pero eso, a fin de cuentas, son rasgos externos, fácilmente observables por un ojo entrenado, como se supone que es el de todo escritor competente. ¿Qué es, a fin de cuentas, un escritor competente sino un voyeur con criterio, un mirón incansable, un peeping-tom masturbador? Es eso y nada más. C’est tout.
Lo remarcable es el fino retrato psicológico que supo hacer de mi mujer. Sí, déjenme subrayarlo, MI mujer.
Mis averiguaciones, a las que por otro lado no dediqué demasiado tiempo, indican que Thomas Mann y Claudia coincidieron algunos días en el sanatorio suizo de marras, de cumbres borrascosas. Me imagino que llegó a hablar con ella y supo bucear en su alma y en su agitada cabecita eslava. Después decidió escribir su gran obra y allí, arteramente, le contó al mundo entero su adulterio con ese tal Castorp, quien en verdad no era nada más que un… ¿cómo dicen ustedes?… ah sí, un mindundi, un don Nadie de Hamburgo.
¿Que no queda del todo claro si al final hubo adulterio consumado, verdadero comercio carnal? Pero en qué mundo viven quienes así cloquean. Claro que lo hubo. También lo hubo, y de la especie más repugnante, con ese asqueroso viejo holandés, el tal Peeperkorn. La sola idea de mi mujer desnuda metida bajo las mantas con semejante puerco vocinglero me revuelve las tripas. Pues bien, tampoco quiso Herr Mann recatarse de contarlo. ¡Canalla!
He pensado mucho sobre nuestro triste destino. Me refiero al destino de los cornudos de mujeres que alcanzan la celebridad literaria. Somos fantasmas, vaporosos comparsas invisibles, solo mencionados para que exista un contrapunto, una referencia que suscite enseguida la imagen del escarnio y del ridículo. No estoy solo en esta cofradía del oprobio. Cerca, muy cerca (pero no he de entrar en este asunto) tengo el caso de Alekséi Karenin. Sí, Karenin: el marido de Anna, burlado contumazmente hasta la crueldad. ¿Y por qué? Por ser aburrido y tener las orejas de soplillo. El conde Tolstói lo deja bien claro, al regodearse en cómo su mujer, tras haber conocido en un tren a quien será su amante ilícito, ve al apearse, no la figura conyugal de Alekséi, no al padre de sus hijos, no al proveedor de su sustento… sino sus orejas de soplillo. Fue necesaria la aparición demoniaca del apetito sexual por otro hombre para que ella, en súbita y desesperada busca de pretextos para la infamia que ya tramaba, fuera a fijarse en ese rasgo físico, que ―aunque algo ridículo, lo sé― no pasa de ser una nadería. En un tren empezó Anna su traición y bajo las ruedas de un tren terminó con su vida de adúltera, eternamente insatisfecha, mientras su marido había de soportar la pesada testuz hasta la muerte.
Pero no todos los cornudos literarios han tenido que sufrir el mismo desdén, el mismo trato desconsiderado y hasta cruel que fue mi sino. Charles Bovary, otro doliente, fue mejor tratado por el señor Flaubert y lejos de exhibirlo como un ser anónimo, invisible y ridículo, se ocupa algo de él, incluso con consideración y afecto o, al menos, con amagos de comprensión. Al final de la novela hasta tuvo sus pocas páginas de gloria y al lector le es dado explorar su alma o su psique:
…de pronto volvió a entrar Charles. Necesitaba estar subiendo continuamente la escalera. Se sentía empujado por una especie de hechizo.
Se colocaba frente a Emma para verla mejor, y se hundía en aquella contemplación que, a fuerza de ser profunda, casi había dejado de ser dolorosa.
Sin embargo Madame Bovary ha inoculado en mí una oscura sospecha: que la presencia de los cornudos en una novela donde las protagonistas son ellas y sus amantes pueda causar un empobrecimiento de la literatura. Madame Bovary es una novela grandiosa hasta que muere Emma. Las páginas que siguen hasta el final, por fortuna pocas, resultan grotescas y decepcionantes porque el señor Flaubert, inexplicablemente, pierde el control de la historia. Tal vez los cornudos debamos resignarnos al anonimato, a rumiar nuestro rencor en la oscuridad de algún salón con las persianas bajadas. Por el bien de la literatura.
En otra soberbia novela, La Regenta, el señor Alas, de seudónimo regocijante y sonoro, evitó la trampa de confraternizar con el cornudo de su historia, el vituperado Víctor Quintanar, un risible burlado incapaz de hacer nada contra su burlador, a pesar de haber tenido la ocasión de escopetearlo mientras saltaba el muro de su jardín en una escena clásica del cornerío.
Me temo, ¡ay!, que comparto una característica personal con esos tres grandes cornudos: Karenin, Charles Bovary y Víctor Quintanar: la sosería. Y es que las mujeres no perdonan que se las aburra.
Sin embargo, y aunque conozco bien la naturaleza pasional y desenfrenada de mi mujer, mi Claudia, y sé ―¡porque he sufrido el dolor infernal de verlo con mis propios ojos!― hasta qué grado de envilecimiento y lujuria animal es capaz de dejarse arrastrar, no puedo odiarla. Me pasa como a ese otro grandísimo cornudo y compatriota mío, Alexánder Herzen (no se dejen engañar por el apellido: era ruso hasta el colodrillo). Cuando llegué al cuarto volumen de El pasado y las ideas, sus memorias, se me heló el corazón. ¡Que estremecedora profundidad en su descripción de lo que le pasa por la cabeza, el corazón y el estómago al descubrir el adulterio de su mujer! Lean sin demora ese volumen, si quieren entenderme.
Esas páginas son el largo mugido literario de un buey dolientísimo, en las que se retuerce de rabia y dolor ante los incomprensibles (pobre iluso) cuernos que su amadísima Natalia le puso con un poetastro alemán al que hospedaban en su casa. Pero como tantos de nosotros, se contorsiona psicológica y moralmente para dejarla a salvo (engañada, seducida con vileza, «ella-no-quería» ―¡iluso, iluso mil veces―) y descargar su rabia contra el ofensor, al que despedaza con talento, página tras página, cuchillada tras cuchillada. Vean a lo que me refiero, y esto es solo el comienzo:
Él no tenía ese carácter sencillo y abierto, ese total «abandon» […] que en los rusos acompaña casi invariablemente al talento. Era reservado y furtivo, asustadizo ante la gente, y gustaba de divertirse a escondidas; tenía una especie de afeminamiento, de ausencia de masculinidad, un penoso apego a las fruslerías, a los pequeños lujos, y un desaforado y rücksichlos egoísmo, hasta un punto que rozaba la ingenuidad y el cinismo.
Quien quiera saber cómo me he sentido yo durante muchos años de mi vida, y más aún tras la publicación de la obra del señor Mann, que lea esos pasajes de Herzen, gran cornudo entre los cornudos. Los cuernos de un ruso tienen una consistencia especial, un je ne sais quoi que resulta terrible hasta para el más frío observador. La escena de la conversación en la que ella le confiesa su relación con Herwegh y que él prolonga con su interrogatorio, en una masoquista busca de detalles hirientes es un prodigio literario:
Ella estaba destrozada. Siguió un silencio. Pasó media hora y entonces quise beber mi cáliz de amarguras hasta las heces y empecé a hacerle peguntas. Ella las respondió. Me sentí desgarrado y los celos, los deseos de venganza y el amour-propre herido me emborracharon…
Voy a detener aquí la reproducción de ese increíble texto. El dolor me lo impone. Un dolor que en realidad me acompaña siempre, pero que la aparición de la novela lo multiplicó. La admirable piedad, el amor casi filial que Herr Mann muestra por el mindundi Castorp al final de la novela, haciendo que el narrador se despida de él en unos párrafos literariamente emotivos y maravillosos, no se extendió a mi bella Claudia, que tras haber brillado en gran cantidad de páginas, desaparece como si no hubiera existido, dejando al lector con la imagen de su belleza y de su adulterio, de su infidelidad y su desprecio hacia mí, su anónimo, despreciado, vulgar, amantísimo y pobre marido.
Es evidente que a Mann no le interesan los cornudos le interesa el pecado ( que según vemos en su obra es sucio y ensucia, que a ėl le gustasen los camareros era algo a ocultar, a ėl mismo, incluso, pero que consideraba que lo manchaba) sus deseos ‘sucios’ los volcaba en su mujer, su hermosisima mujer, haciéndole un montón de hijos
Los autores de XIX que entran en el tema del adulterio caen en grandes contradicciones las novelas van dirigidas a lectores masculinos a los que se les advierte de que cuiden de sus mujeres que , dentro de su ignorancia y desocupacion , están en peligro de caer en brazos de cualquier mequetrefe. De ninguna manera entran en los porqués de esa ignorancia.
Interesante articulo
El mundo era distinto, sí, tal como usted dice, y la literatura de aquel mundo se hacía en aquel mundo (o, como se diría hoy, “desde” aquel mundo [?]).
Y, bueno, más que un artículo, es una variación sobre el tema, un juego narrativo sacando a la luz un personaje (“de aquel tiempo”) que está in absentia; un pequeño spin-off.
Gracias por su interés.
Como usted dice, interesante juego narrativo, acá en Guatemala, tuvimos un análisis de Madame Bovary, hecho por en exclusividad, mujeres, y las opiniones eran de por si, me repito, interesantísimas, lo felicito…
Muchas gracias, don Cristóbal.
Por fin un estupendo alegato a favor de esos héroes que se los tragó el tiempo y el anonimato. Al terminar las lecturas me encontraba, ridiculamente, lo confieso buscando en sus primeras y últimas páginas información para de alguna manera llegar hasta ellos y abrazarlos, en silencio absoluto, y tal vez en lágrimas, tratatando de transmitirles que estaba dispuesto a castigar a esas pérfidas si hubiera visto algún gesto de esos buenos hombres que me lo sugirieran, aun sabiendo que jamás lo harían. Y a continuar a sufrir ambos, ellos en el olvido y yo en el presente recordándolos como ahora. Personalmente considero que si el mundo va como va, es toda culpa nuestra, de quienes han prevalecido durante toda la Historia hasta hoy, pero estos sacrificios nos redimen.
“Yo sé que no me amas cuando vas de mi brazo, cabecita de ave demasiada humana, lo veo en tus ojos, en tu temblor con el que exploras el dia, buscando otra rama para iniciar tu gorjeo y colmar esa exuberancia de vida que te es extraña. Yo te entiendo mas no sé como apagarla, por eso camina tres pasos delante de mi que yo continuaré a ser feliz mirando como se alejan tu cuello, tus alas y espaldas».
MI, poeta romántico de las selvas entrerrianas (Entre Rios, Argentina), maestro de la primaria jubilado, guitarrero, barbado y con una misantropía controlada, protector de la fauna, especialmente de carpinchos, yacarés y horneros (un laborioso y optimista pájaro que construye su nido con barro perfectamente esférico con un ingreso asombroso). Una estupenda lectura y comentarios. Agradecido.
Gracias, amigo lector.
Recuerdo lo que una catedrática le dijo a un amigo común:
—Cuernos, cuernos. Eso son conceptos antiguos que algunos hombres tenéis en la cabeza.
—Efectivamente, Amalia, efectivamente.
Pues qué queréis que os diga… A mí lo de que mi mujer me ponga los cuernos no lo veo tan mal. Es más, es algo que me pone a 200 por hora, lo mismo que a casi todos los hombres, aunque no lo quieran reconocer. Luego, los polvos son gloriosos mientras nos contamos nuestras aventurillas, porque yo también le “pongo los cuernos” a ella, faltaría más. Porque ser “cornudo” no significa ser tonto, ¿estamos? Y aquí os paso la letra, creo que de José María Fonollosa -tristemente fallecido- de una canción muy poco conocida por motivos obvios, de Juan Manuel Serrat y que se titula “Por dignidad”:
POR DIGNIDAD
La familia, los amigos
aguardan con impaciencia
que por dignidad la saque
de la casa con violencia.
Apenados me contemplan
o sonríen con desprecio.
se les nota que sospechan
que sé cuanto saben ellos.
Y lo sé, lo supe siempre
que se acuesta con cualquiera
y ellos piensan que, eso, un hombre
como o tal, no lo tolera.
Pero es simple, toda hembra
quiere a hombres diferentes
y a diferentes mujeres
quiere el hombre, es lo corriente.
Qué me importa
que en un cuarto
otros encuentren amparo
siempre y cuando lo precise
lo halle desocupado.
No renuncio a la delicia
de tenerla sugerente
en mi cama cada noche
por prejuicios de otra gente.
La familia, los amigos,
me presionan a diario.
No me queda otro remedio
que mudarme de este barrio.
Yo, a diferencia de el de la canción, no me mudo del barrio.
¡Aquí me quedo y que se jodan!
Juaaaa. Por favor, rijoso. ¿Cómo puedes decir que no conocemos esa maravillosa canción. Ahora mismo la pongo otra vez para emocionarme como es debido. Creo que es una de las mejores del gran catalán de quien, y para mi mal mi esposa estaba enamorada. Pero permitíme decirte que en nada te pareces a ese héroe épico, porque de la letra de la misma ni se asoma la más mínima intención de traicionarla a su vez. Muy bueno. Gracias por la lectura.
El hechizo de los Bovary nos sigue teniendo cautivados / en vilo hasta 170 años después….
Digno de mencionar, creo yo, es la muerte de Charles, que se muere de «nada»…
36 horas después de fallecer, el medico «le abrió y no encontró nada…»….
No se muy bien como leer esa frase la verdad.. je je je…
Me pregunto por que Pedro Almodovar sigue sin rodar aquel libro, la verdad…. Pedro podría hacer una gran adaptación…su cine no seria posible sin Emma en todo caso…
Un saludo
PD: Allí, Mario Vargas Llosa tiene toda la razón…
…cuando entras por fin en el mundo Bovary de verdad, rápidamente se convierte en una especie de fiebre que te puede poseer y incluso destruir… cada libro que lees sobre aquello, lejos de satisfacer tu curiosidad, solo la aumenta…
Emma Bovary empieza a invadir tus pensamientos a todas las horas del día (y aquel mundo en general) justo como le pasó al Fiscal de Estado en el juicio, que se vió cautivado y hechizado por Emma Bovary a la vez que intentaba condenar a su autor… un caso único creo yo en el mundo no ya de las letras, sino en el mundo a secas…
A Jean Paul Sartre, se puede decir que se volvió loco con el tema de Flaubert y Madame Bovary… escribió «L’Idiot de la Famille», tres volumenes, que nunca pudo terminar… Jean Amery, por su parte, se suicidió poco despues de publicar, «Charles Bovary, Médico Rural»…No pudo más…
Y eso sin llegar a los scholars….¡¡¡que no se habrá escrito sobre Madame Bovary!!! Habrá tanto que supera cualquier particular, como con Cervantes…
Hombre, MacNaughton, usted por aquí.
Pues sí, ese “ Il l’ouvrit et ne trouva rien “ tiene muy mala uva.
Mucho más que mera «mala uva» veo yo allí, Luis S Irles, algo mucho más fundamental y perturbador para la sociedad del tiempo de Flaubert, y incluso todavía para la nuestra seguramente, aunque ciertamente tener «nada» dentro es preferible al bilis negro que le sale de la boca de M Bovary mientras su cadaver reposa en el ataud, manchando su vestido blanco…
En todo caso, tiene razón, mejor no enredarse más en este espacio En la socidad capitalista totalitaria en la que vivimos, se mira con muy malos ojos todo lo que no sea productivo y lucrativo y estrictamente útil, y pasar el rato aquí intercambiando opiniones literarias con desconocidos es todo menos eso… Un saludo.
PD: ¿Cuantos escritores de la RAE cree usted serian capaces artísticamente de dejar a su protagonista con un hilo de bilis negro que corre de la boca hasta manchar el vestido blanco y impoluto mientras yace en el ataud?
Digo yo que muy pocos se atreverían a ni siquiera a pensar eso sobre un personaje literario suyo hoy en día, y a escribirlo, pues no mas que uno o dos o tres quizás. Vargas Llosa, seguro, por ejemplo, pero es un libro muy radical todavía, y eso sin tocar el aspecto del lenguaje, el famoso erlebt Rede o estilo libre indirecto Flaubertiano…
Y no se cuando afirma, Luis S.Irles, en su articulo que Flaubert parece perder el control de la novela en algún momento si esa afirmación suya es una ironía? Claro que pierde el control, justo por eso también la novela es tan famosa o seminal…es una de las primera novela en que un autor deja cuenta en varias cartas o apuntes de como el lenguaje parece fuera de su control, lo que decíamos de como el lenguaje habla a través de nosotros, o siempre va un poco adelantado a nosotros, y de hecho, ese yo que creemos que esta en control de todo es en si una construcción lingüística en gran medida…en fin…
Yo no digo nada. Ahí todo lo dice el pobre Igor Charikin.
Madame Bovary… Una extraordinaria novela sobre una miserable hija de puta que hace todo el daño que puede a un hombre, su marido, que sólo quería lo mejor para ella…
Recuerde que lo que dijo Flaubert: “Madame Bovary c’est moi”.
Le puede gustar «Charles Bovary, Medico Rural» de Jean Amery que es una defensa de Charles y se posiciona en contra la crueldad de Flaubert / Emma con el…
En cuanto a Emma y dejando a un lado el tema de los cuernos, porque eso es solo parte de la historia, se podría decir que muchos somos un poco Emma o lo hemos sido, que cuando Emma se pone al lado de la ventana a contemplar el horizonte y anhelar una vida mejor, esta haciendo algo no solo frecuente en una sociedad capitalista, sino fundamental a dicha sociedad y el propio capitalismo…
Vivimos en una sociedad en que se nos dice continuamente que hay que soñar, hay que aspirar a mas, no vale conformarse con una vida mediocre como medico rural como hace Charles, y si Emma vive instalada en su imaginación y en negación de la realidad, Charles carece de dicha facultad del todo, su falta de imaginación también es una forma de negar la realidad y su condena…
En fin, ¿quien, siendo joven, no ha soñado mirando al horizonte por la ventana, quien no anhelado algo mejor, quien no ha aspirado a ser mas que es como hace la Bovary en su alcoba al caer el atardecer?
Los sueños de cada uno serán distintos, y los de Emma son mas bien cutres, es verdad , pero puestos a vivir en el mundo de Emma o el mundo de Charles, yo me quedaría con el de Emma, lo siento, no se los demás….
Más arriba defendía con mi fantasía a Charles, por compasión, pero sobretodo por espíritu de cuerpo, pero ahora, en la realidad, tengo que defender a Emma. De acuerdo con usted, Mac Naughton, pero agregaría que esperar una vida mejor no solo se da en una sociedad capitalista. A menudo pienso que nadie sabría decir con precisión qué es una vida mejor, que satisfaciendo las necesidades básicas continuaríamos a desear una vida mejor. Gracias por sus comentarios.
Gracias a usted y a Luis S. Irles.
Charles sigue idiolizando a Emma después de su muerte y hasta queda con su amante para tomar algo y así de alguna manera acercarse al fantasma de Emma.
Seguro que el texto tiene una lectura feminista y otra marxista entre muchas otras mas, porque Emma, mas bien que una furcia de provincias que es como se le ha retratado durante muchos años, puede leerse también como una mujer muy adelantada a su tiempo, no?
Además no sabemos nada de la vida erotica de los Bovary, pero con Charles, difícil de imaginar que llegase a gran cosa para la siempre febrile y vibrante Emma…
En todo caso, Emma sufre y muere por exceso de imaginación, lo cual a mi me da cierta pena.
En cuanto a Flaubert, le costaba muchísimo escribir, casi seguro tenia dislexia de joven y epilepsia también…
…para el joven Mario Vargas Llosa, sirvió como inspiración y ejemplo de que con disciplina y empeño, todo se podía hacer.
(Que pena me da a mi el declive politico de M.V.Llosa estos últimos….. 40 años…)
¿Qué tipo de declive? ¿Literario, forma de pensar, vida personal….?
Perdón, no había leído lo de «político».
Yo creo que le pasa lo que la 90% de la gente a medida que envejece. Anhelas más el status quo y la seguridad, la no evolución social porque tu mente y cuerpo no se adapta tan bien a los cambios. Y quieres compartir menos tus bienes con el resto, y pagar menos impuestos.
A todo lo que ha dicho sobre ese gran escritor, agregaría, pero con muchas, muchas reservas y tal vez con demasiada y equivocada imaginación que hay algo de racismo por parte de él. Todo este despertar de los pueblos originarios me lo lleva a sospechar. Perú, Bolivia y Chile tienen la mayor concentración de autóctonos y sus desciendentes, no así en mi país, Argentina, donde nuestros antepasados se encargaron de “disminuirlos” junto a los africanos que no eran pocos, y si el problema se presenta en el mío con un no desimulado desprecio por los que no tienen rasgos europeos, sospecho que en aquellos países debe de ser aún peor. Gracias por los comentarios. Y me disculpe el autor de este artículo por donde he ido a parar.
Yo sospecho que M.V. Llosa, en el fondo de todo, le importa más bien poco la política…
Para él, la politica será complementaria o accesoria a ser un escritor suramericano, parte del papel que hay que desempeñar, y en todo caso, los hechos son lo que son: ha pasado de ser Comunista, a ser Demócrata Cristiano, para volver a la Izquierda a apoyar la revolución de Castro durante bastantes años, y de allií, a tomar el té con Thatcher y apoyar la revolución neoliberal. No parece tener brújula ética, no tiene ideas politicas propias, repite la misma mantra de los propios polítcos de segunda mano, y da la sensación de que se situe donde hay que estar…
Como esctitor, es el contrario a Flaubert. Tiene una facilidad asombrosa de escribir ficciones de calidad literaria. Si se nota en la prosa de Flaubert el gran esfuerzo que le suponía escribir, pues no es un novelista expansiva para nada, las novelas de M.V.L pasan a una velocidad vertiginosa. Son técnicamente excelentes: hace suyo el erlebt Rede / estilo indirecto libre de Flaubert y lo combina con las inovaciones de Faulkner, creando ficciones muy móviles y dinamicas.
Pero son novelas más bien huecas. Leo una novela de M.V L con bastante gusto, pero siempre me dejan la sensación de que realmente no ha pasado más que una serie de hechos ordenadas con criterio, muy bien dibujados o pintados. No me queda claro que es lo que quiere contarme. Sus novelas son maravillosas escaparates sin nada detrás.
Flaubert en «Madame Bovary» nos deja un retrato de la burguesía francesa demoledora que choca todavía en su visión mordaz, irónica y cruel de la clase social que era la suya propia. Todos los personajes son idiotas o viles o egoistas o bien pedantes, nadie se salva en Madame Bovary.
Flaubert era un escritor profundamente crítcio de sus paisanos y de su tiempo. Mario Vargas Llosa no lo es. Ni tampoco parece preocuparle para nada semejantes cuestiones. En sus ultimas ficciones, como «El Sueño Del Celta», ya es pamfletista directamente, una novela que es un alegato contra el nacionalismo irlandés… ¡que ya pasó hace 100 años!
Más lejos de Flaubert, imposible…
Nada que disculpar. Está muy bien que una historieta dé para tantas ramifiaciones. Es señal de que algún poder vivificador tiene.
!Pero qué historia más bien escrita, sorprendente, fascinante! !Qué bien me lo he pasado leyéndola!
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