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‘Ciencia fricción’: nunca hemos sido individuos

Ciencia fricciónJot Down para CCCB

Salí de Ciencia fricción, la exposición que puede visitarse en el CCCB hasta finales de noviembre, entre fascinado y entusiasmado. Me di cuenta de que no acababa de asistir a una muestra artística al uso, sino más bien a la presentación en sociedad de un holobionte, un organismo vivo formado por diferentes especies fusionadas. Las piezas seleccionadas por la comisaria Maria Ptqk son muy diferentes entre sí (¿qué tienen en común a priori un vídeo sobre apicultura y una medusa de ganchillo?), mezcla de ciencia, arte y filosofía, alucinación psicodélica y objetividad biológica, acuarela, plástico y realidad virtual. Y de modo similar a la criatura de Frankenstein cobrando vida al recibir descargas eléctricas, Ciencia fricción se convierte en un ser vivo cuando los espectadores pasean de sala en sala empapándose de una forma distinta de ver la vida, una perspectiva no centrada en la dominación de la naturaleza por la especie humana sino en la integración, conexión y simbiosis de las especies con las que compartimos el planeta.

Visualizar Ciencia fricción como un ser vivo permite entender cómo interaccionan, colaboran y se comunican entre sí las obras que la componen. Por ejemplo: todo ser vivo se comunica de algún modo, pero los humanos hemos sido tradicionalmente torpes para escuchar a lo que no esperamos que nos conteste. La sorprendente instalación Myconnect, de Saša Spačal en colaboración con el microbiólogo Mirjan Švagelj, muestra una cápsula que recoge los latidos del corazón de su ocupante humano y los transmite a cultivos de micelios fúngicos; las respuestas de estos hongos son traducidas a luz, sonido y vibración. Estos estímulos alteran el ritmo cardíaco del humano, lo que a su vez se traduce en nuevas respuestas de los hongos; un ciclo de feedback y realimentación, la base de un posible diálogo con otras formas de conciencia. Una idea similar animó uno de los tentáculos con que Ciencia fricción se extiende más allá de la muestra en sí: durante una experiencia de escritura en vivo en el Kosmopolis 21, Helen Torres aprende trabajosamente a comunicarse con las piedras (también lo intentó Quim Monzó hace años), Pol Guasch se convierte en una hoja, Francisco Jota-Pérez deviene bacteria para la que la descomposición es su modo de ser (y lo demuestra por cierto cargándose el soporte informático de la charla). ¿Es posible comprender a una piedra, a una hoja, a una bacteria, a una seta? 

¿Pero por qué querríamos escuchar a una seta parlante? ¿Qué tienen las plantas que decirnos? Aparentemente, muchas cosas, si hacemos caso a los psiconautas que llevan años intentando descifrar sus mensajes. En The Mushroom Speaks, Terrence McKenna recita que los hongos alucinógenos dirían (soñarían) cosas como: «La seta que ves es la parte de mi cuerpo entregada a las emociones del sexo y el baño de sol, mi auténtico cuerpo es una fina red de fibras que crece bajo el suelo (…) Por medios imposibles de explicar debido a ciertos malentendidos en vuestro modelo de realidad, todas mis redes miceliales en la galaxia se mantienen en comunicación hiperlumínica a través del espacio y el tiempo»… No debe ser casualidad que la nave espacial de los protagonistas de Star Trek: Discovery viaje por el universo a través de una red micelial: apostaría a que algún guionista de esa serie ha estado tomando setas mágicas asiduamente.

Otra vía de comunicación la ofrecen las plantas sagradas amazónicas, como la abuelita ayahuasca, cuyos testimonios musicales y visuales vemos respectivamente en las pinturas visionarias de Dimas Paredes Armas y los ícaros (cantos chamánicos) recopilados por Luis Eduardo Luna. Conectar el corazón a una planta o ingerirla son vías de acceso a la conciencia vegetal: ¿sería posible ir más allá, entrar de cabeza en el reino verde? Uno de los órganos más impactantes del holobionte que es Ciencia fricción permite entrar directamente dentro de un árbol: mediante realidad virtual, el colectivo Marshmallow Laser Feast permite en Treehugger. Wawona sumergirse en el ciclo vital de una secuoya gigante californiana, desde la perspectiva de una gota de lluvia absorbida por sus raíces. Un viaje psicotrópico inmersivo, fascinante y sin embargo efímero, lo que parecería sin duda insuficiente a los biohackers del colectivo Quimera Rosa, que en Trans*Plant: May the Chlorophyll be with/in you documentan detalladamente la laboriosa primera transfusión intravenosa de clorofila a un ser humano. No quedan ahí sus experimentos biológicos do-it-yourself que los destinan a convertirse en la Cosa del Pantano, híbridos de vegetal, humano y máquina: también han conectado al cuerpo humano aparatos capaces de comunicarle el nivel de acidez del entorno o las frecuencias electromagnéticas específicas percibidas por las plantas. 

Pero antes de empezar a inyectarnos clorofila, demos un paso atrás para mirar la cuestión principal que plantea Ciencia fricción desde otro punto de vista. Nada más cruzar la puerta, nos recibe Endosymbiosis, un cuadro de Shoshanah Dubiner animado por David Domingo, un luminoso baile de bacterias y organismos microscópicos autoorganizándose, fusionándose, entrando en simbiosis. Esta hipnótica imagen es un homenaje explícito a Lynn Margulis, la microbióloga que lanzó la hipótesis de la simbiogénesis, por la que el motor principal de la evolución, más que el azar de las mutaciones genéticas y más que la competición entre especies, sería la simbiosis, el devenir de varios organismos en colaboración formando otro diferente. La Tierra sería así una «simbiosis vista desde el espacio», un único sistema vivo; en palabras de James Lovelock y su hipótesis Gaia, «una ciudad compleja que implica a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra». 

El énfasis de Margulis en la simbiosis ha sido recogido por biólogos, artistas y filósofos: de entre estos últimos, la sombra de Donna Haraway en Ciencia fricción es evidente y reconocida; y me atrevería a decir que en particular la de su libro Seguir con el problema: generar parentesco en el Chthuluceno, recientemente publicado por Consonni. Haraway emplea una figura de pensamiento a la que llama SF (string figures, science fiction, speculative feminism, so far, speculative fable…): «SF es contar cuentos y narrar hechos; es el patronaje de mundos posibles y tiempos posibles». Como ejemplo de simbiosis SF de arte y ciencia, biología y artesanía, Haraway pone el ejemplo de los arrecifes de coral reproducidos en crochet, en ocasiones con materiales de desecho, por Vonda McIntyre, Christine y Margaret Wertheim; o como Petra Maitz, cuyos coloridos corales de ganchillo forman parte de Ciencia fricción

Ciencia fricción
Saša Spačal, Mirjan Švagelj, Anil Podgornik, Myconnect, 2021.

En un vídeo de Diana Toucedo la propia Haraway toma la palabra, junto a Vinciane Despret, con una narración también incluida en Seguir con el problema: la historia de ficción especulativa de cinco generaciones de niñas del futuro, del 2025 al 2425, simbiotizadas con mariposas monarca y todas llamadas Camille. Una visión del futuro desconcertante y sin duda más optimista que la de la artista Pinar Yoldas, que en Ecosystem of excess muestra un mundo futuro en que la humanidad se extingue y nueva vida evoluciona a partir del plástico de la gran Isla de Basura del Pacífico. En una sala que parece surgida de las pesadillas de un científico loco, criaturas de plástico similares a medusas reciben al visitante sumergidas en líquido burbujeante, mientras textos explicativos imaginan cómo sería la «plastisfera» en que estos nuevos seres vivirían sus extrañas vidas, con logos desvaídos de Coca-Cola a modo de escamas. 

Para culminar esta ruta por el holobionte que es Ciencia fricción, echemos un vistazo a su alma, su corazón, el núcleo que le proporciona relevancia y que le permite cambiar nuestro modo de ver el mundo y de actuar sobre él: en otras palabras, su vertiente ética y política. Algunas piezas subrayan este aspecto directamente. Por ejemplo, el mapa animado del artista infográfico Jaime Serra que muestra diversos hitos en la consideración de la naturaleza en sí como sujeto de derechos, es decir, el medio ambiente no como víctima pasiva a explotar o proteger, sino como poseedor activo de sus propios derechos al bienestar y la supervivencia. ¿No estamos precisamente redefiniendo el concepto de vida, ampliándolo a las redes simbióticas interconectadas que son la jungla, el bosque, el océano, la ciudad? El vídeo Non-Human Rights, de Paulo Tavares, explica cómo esos derechos activos se incorporaron a la Constitución ecuatoriana, protegiendo la supervivencia misma del manglar pero no a partir de un derecho humano a su disfrute. Aunque no se trata solamente de una cuestión de ética sino de supervivencia: Tavares comenta una metáfora afortunada del libro El contrato natural del filósofo Michel Serres, a partir del famoso Duelo a garrotazos de Goya. Independientemente de cuál de los dos contendientes acabe descalabrando al otro, lo más probable es que sea el barro, el entorno que están ignorando, el que se los trague a ambos. 

Por supuesto, hay un problema: ya al hablar de las dificultades de comunicación con los hongos hemos visto que los humanos estamos bastante sordos ante los intentos de hablar de la naturaleza. En The Posthuman Protests, de Ernesto Casero, intervención que se asoma a varios muros y esquinas, se imaginan con ironía pancartas indignadas de «Liberación mineral ya», grafitis pintarrajeados por plantas que exigen el fin de los cultivos, llamadas a la acción del frente de liberación invertebrada… Casero apunta inteligentemente a un posible error de perspectiva: el fin de la centralidad del ser humano frente a otras formas de vida no puede pasar por la atribución a la naturaleza de nuestros métodos y lenguaje.

Las pancartas fake de Posthuman Protests me recordaron a Jesús Zamora Bonilla en el provocador Contra Apocalípticos, cuando narra la actuación de Bruno Latour previa a la Cumbre del Clima de París del 2015. Para dar voz a entidades como «la selva», «los océanos» o «las especies amenazadas», Latour pidió a jóvenes e investigadores que las encarnaran en un debate alternativo, en el que estas entidades hablarían en su nombre con voz humana. Bonilla es bastante escéptico: sin negar el valor educativo o artístico de un debate así, responde a la inflamada intención de Latour de haber alumbrado una Asamblea comparable a la que detonó la Revolución Francesa con un cáustico: «No digo yo que no, pero a mí me recuerda más bien a la Asamblea Constituyente de Playmobil». El truco está en escuchar a la naturaleza sin olvidar que formamos parte de ella y que su lenguaje no es necesariamente el nuestro. 

He ido mencionando que Ciencia fricción puede compararse a un ser vivo, que además de órganos especializados (las distintas secciones de la muestra) tiene un sistema nervioso común que las liga temáticamente: una visión ética y política que empapa todas las obras. Eso pensé por ejemplo mientras observaba dos columnas de Winogradsky expuestas: cilindros de cristal en los que se introduce un sedimento natural (agua, barro, madera, azufre) y se espera a ver cómo madura bajo la luz del sol. Con el tiempo, los diferentes microorganismos y bacterias se autoorganizan según sus necesidades: en la parte superior acuática y oxigenada los aeróbicos, en la inferior los anaeróbicos. Los residuos de las bacterias de las capas superiores son altamente nutritivos para los de las capas inferiores, y estas a su vez generan desechos aprovechados por las del fondo. Es casi una versión invertida y optimista de la película El hoyo, donde en una prisión subterránea los víveres son repartidos por una plataforma que viaja de arriba abajo, y los desgraciados en los niveles inferiores solo pueden comer los restos que los de los niveles superiores les dejen. En las coloridas columnas de Winogradsky se forma en cambio un equilibrio, una interdependencia y colaboración mutuamente beneficiosa, «a cada cual según sus necesidades». ¿Cómo no imaginar comunidades humanas organizadas de ese modo?  

Sin embargo, es importante darse cuenta de que este mensaje no va dirigido solamente a la cooperación e interdependencia entre humanos. Las formas de vida son mucho más amplias, e incluyen no solo a las especies simbióticamente interconectadas sino al entorno que las une. Donna Haraway menciona en Seguir con el problema un artículo científico de Gilbert, Sapp y Tauber titulado Una visión simbiótica de la vida: nunca hemos sido individuos, en el que resumen las pruebas científicas contra el propio concepto de «individuo». Merece la pena citar el artículo original: «Los animales no pueden ser considerados individuos por criterios anatómicos o fisiológicos, porque una gran variedad de simbiontes completan funciones fisiológicas. El desarrollo animal está incompleto sin simbiontes, que constituyen un segundo modo de herencia genética».

Ya solamente con la relación de interdependencia que establecemos con los millones de bacterias de nuestra fauna intestinal habría suficiente para definirnos como holobiontes compuestos, pero las metáforas que sugiere Ciencia fricción van más allá. Nuestro presente y nuestro futuro están ligados más íntimamente de lo que creemos al resto de especies con quien compartimos hábitat e historia: las vacas criadas como ganado, los oncorratones nacidos para morir, los hongos, líquenes y micorrizas, los pulpos, las abejas, las medusas, el plástico que arrojamos y la tierra de la que nacemos y donde acabaremos enterrados. La mirada antropocéntrica hace que las veamos desde el prisma de la explotación y el dominio: podríamos cambiar la perspectiva y la mirada, imaginar otras formas de existencia usando la ciencia y el arte, reconectar con nuestra naturaleza simbiótica y colaborativa… Mirar alrededor con curiosidad, admiración y asombro, la cualidad que ya para Aristóteles iniciaba cualquier pregunta por el mundo. Entender otras formas posibles de existencia más allá de lo que se da por sentado. Comprender, en suma, no tanto que otro mundo es posible sino que es posible entender este mundo en que vivimos desde otra perspectiva. No desde fuera, con el ser humano ejerciendo de controlador y dominador externo de una naturaleza ajena, sino desde dentro, como parte integrante de un sistema complejo interrelacionado y simbiótico, que no podemos desequilibrar sin destruirnos a nosotros mismos. 

Ciencia fricción
Ciencia fricción. Vida entre especies compañeras. Imagen: CCCB.

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2 Comentarios

  1. E.Roberto

    Comparando estas excelentes reflexiones con las otras sensatas del artículo La catástrofe de la creatividad neoliberal, algo de esperanza todavía queda. Y me permita recordar a un decidor rioplatense, uruguayo para mayores datos que fue a visitar el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, allá lejos y hace tiempo.
    Creo que lo nuestro es solo un reflejo-espejismo que dura desde niño al anciano, uno de los tantos chispazos necesarios del caos aparente, lo demás son relaciones maduradas dentro y sobre el lomo de las aguas; una gota, una baba, una fibra, un cartílago, un músculo, un hueso y mineral otra vez, y en sus criptas e intersticios tibios mas transitorios, el gran trajín de voluntades diversas que retumban dentro de nuestro cráneo, ecos propagados de colaboraciones diminutas y traumáticas donde hay vencedores y vencidos, jamás muertos pues no entienden nuestro abecedario. Por eso me gustan los museos donde hay huesos por más tétricos que sean de parientes lejanos, aun no estando de acuerdo con esa proclama que afirma que aquí, en este templo de las Ciencias Naturales, el tiempo se ha detenido. Vaya dislate, si no hago otra cosa que viajar con el, como con el otro dinámico, ese museo que no entró y se quedó a los pies de la escalera de mármol con su árboles, parientes extraños en salud, palomas, perros, pedreguyo, flores y el sueño de la arquitectura a ángulos rectos que nos exilió para siempre, una opción propia de nuestra rectitud. Muchísimas gracias por la lectura.

  2. Sobre la «Comunicación»… En un sentido muy «amplio», es lo mismo que interacción. Y por lo tanto yo puedo obviamente «comunicarme» con una piedra, un árbol o la propia luz. Es sólo física. Y lo mismo pasa con las cosas alucinógenas. Por simple azar o no, se da que los alcaloides se parecen a nuestros neurotransmisores, por eso hay «interacción / comunicación» con nuestros cerebros. Vengan de dónde vengan.
    Sobre los individuos… Sí lo somos.
    Por ejemplo la estrella es una unidad, con sus propias propiedades y características, a pesar de ser una masa de átomos de hidrógeno. Que también son unidades en sí mismos, a pesar de que estén formados por otras cosas más pequeñas… Y así. Es que hay distintos niveles de organización, y por algo eso es lo primero que te enseñan, cuando se estudia biología o cualquier otra ciencia.

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