Alcanzar una meta tiene mucho que ver con nunca dejar de perseguirla. Vanesa Martín (Málaga, 1980), dejó su casa y viajó a Madrid con la firme idea de grabar un disco y poder compartir sus canciones en directo. Un sueño que se ubicaba en el aquí y ahora más inmediato, un escalón que subir, en vez de una montaña que escalar. Y más de quince años después y con siete álbumes bajo el brazo, su sueño sigue siendo el mismo, aunque la casilla de salida haya cambiado. Escalón a escalón podría parecer que se avista la cumbre, pero ella lo tiene claro: aún queda camino por andar, siempre lo habrá.
Conversamos con la artista malagueña sobre su forma de construir ese camino en el que ella ha aprendido a rodearse de las personas adecuadas, ha comprendido la importancia de escuchar consejos y saber cuándo ignorarlos, ha defendido la diferencia como virtud y se ha asegurado de nunca perder el cable a tierra. Todo un recetario de quien encuentra la estabilidad pensando con el corazón.
Decidir dónde quedar, mantener distancia, ventanas abiertas, purificador de aire… Algo tan normal como sentarse a charlar se ha convertido en un acontecimiento. No sé si tú lo estás viviendo igual.
Sí, pero estoy descubriendo un punto más humano y más cercano. Nos hemos dado cuenta de que la realidad nos obliga a cambiar ciertos hábitos. Ahora mismo estaríamos, quizá, en una cafetería o en algún otro sitio preciosísimo… Y, sin embargo, descubro tu casa, estoy charlando aquí contigo y eso tiene un carácter más puro, más verdadero.
Estamos en Madrid, ese lugar que tú elegiste para abrir camino. Imagino que, después de todos estos años, una parte de ti ya considera Madrid como su segunda casa.
Madrid es la ciudad que me ha abierto las puertas más importantes en la música, que es mi pasión, mi sueño, mi segunda piel. Ya no podría vivir sin Madrid. Vivo a caballo entre Madrid y Málaga. Cuando me escapo a Málaga y estoy allí una temporada, ya siento las ganas de venir a Madrid. He conocido a gente increíble aquí, he crecido en todos los sentidos y aquí es donde he desarrollado mi carrera. Las oportunidades importantes fueron en Madrid. De hecho, cada vez que tengo un concierto aquí, me pongo muy nerviosa, como si fuera madrileña. La siento hogar también.
¿Por qué elegiste esta ciudad? Muchos artistas labran su carrera en su ciudad natal.
Yo soy un poco culo inquieto. Me gusta mucho viajar y probar cosas nuevas. En un viaje con los compañeros de la facultad vinimos a ver a una amiga que cantaba en un lugar, en Ópera. Mi amiga me invitó a subir al escenario y justo había allí un chico de Sony. Al final de la actuación me preguntó de quién era la canción y le dije que mía. Me dio su tarjeta, dijo que le había gustado… Eso no llegó a nada, pero me activó para que hiciera una maqueta y venirme a probar suerte a Madrid. Así lo hice. Me dediqué a llevar mi maqueta por las discográficas personalmente. Ni fotos tenía, solo un correo electrónico. ¡Qué inocente era! Llegaba y le decía a la recepcionista o a la secretaria de la discográfica: quiero reunirme con tal persona. Y me preguntaban: «Pero ¿quién eres?», y yo: «Vanesa Martín». «Pero ¿de dónde vienes?», y yo: «De mi casa». Y entonces: «Pero ¿de qué oficina?» ¡Se pensaban que venía a cualquier otra cosa! También me colé una vez en un despacho. Entré y me reuní con el directivo. No llevó a nada. Me dijo que era muy flamenca [risas].
¿Cuál era tu sueño entonces?
Quería grabar un disco. Quería tener una banda y dedicarme a esto. En aquel momento le hacía los coros a una artista de Málaga, ella llevaba sus propios músicos y demás. Y yo fantaseaba con eso: tener mi banda, hacer mis conciertos, meterme en un estudio… Pero en un estudio bien. Porque los estudios en los que yo me metía en aquel entonces valían veinte euros la hora, imagínate [risas].
Pero es importante haber vivido también esa parte más ingrata. Eso es lo que forja una carrera.
Yo, si volviera atrás, recorrería todos y cada uno de los pasos que he tenido que dar hasta llegar aquí. Sé que mi trayectoria ha sido lenta precisamente por eso, pero ha sido mucho más bonita y lo he hecho acompañada de compañeros que no habría conocido de otra forma. Soñar con que a ver si me dejan tocar en la Galileo, por ejemplo. Y un día ves cómo se va llenando la sala; otro día entras en el estudio a grabar cuatro temas más, empiezas a conocer productores… Empiezas a conocer el mundillo y lo haces sin presión. Te pones la presión que quieras ponerte, claro, la que creas que debes sentir para cumplir tu sueño, pero nunca he sido demasiado ansiosa en ese sentido. Lo importante lo hago quizá tranquilamente y bien.
Antes de venir a Madrid dejaste un plan B cerrado: estudiaste Magisterio y Pedagogía. ¿Era el plan A o el plan B? Para los padres ese suele ser siempre el plan A.
Sí. Yo quise estudiar y mis padres estaban encantados con la idea. Ellos no nos presionaron ni a mis hermanos ni a mí en ese sentido. ¿No vas a estudiar? Pues a trabajar desde el minuto uno. Así que eso hice: matricularme, acabar mis estudios. Y, cuando tenía que prepararme las oposiciones, fue cuando dije: me voy. Ya tengo esto. Y me daba cierta seguridad. También me daba miedo, lógicamente, renunciar a la idea de hacer oposiciones y meterme en este mundo que desconocía completamente. Mi padre me decía: «Pero ¿tú quién te crees que eres? ¿Joselito? ¿Que te va a salir un padrino nada más llegar a Madrid y que te va a poner a cantar por ahí?».
Bueno, pero te salió alguien interesado entre el público la primera vez que te pusiste a cantar en Madrid. ¡Eso es muy de película!
Sí que lo es. Rafa Madroñal, se llamaba aquella persona. Luego he trabajado con su hermano, Raúl Madroñal. Él no sabrá la importancia que tuvo en mi vida, porque eso se diluyó y finalmente no pasó nada, pero gracias a ese encuentro me atreví a hacer mi primera maqueta. Mi madre, hasta el segundo disco, me decía: «¿Por qué no te preparas las oposiciones?» [risas].
Imagino que dejaste muchas cosas atrás al venirte a la aventura. ¿Qué sacrificios hiciste en ese momento?
Aparte de todo mi entorno y mi familia, en aquel momento dejé una relación con un chico. Me dijo: «Si te vas a Madrid, terminamos», y yo dije: «Pues terminamos». De ahí vino «Durmiendo sola», «El tren de la cordura»… Ese disco es monotemático [risas]. Vivía compartiendo piso, una buhardilla, en Princesa. Recuerdo que, cuando salía a la calle, pensaba: madre mía, qué avenida más grande. ¡A lo Paco Martínez Soria! Estaba acostumbrada a mi entorno en Málaga: mi pandilla, mi moto, mis amigos… Me impresionaba mucho la cantidad de planes que salen en Madrid: concierto, teatro, microteatro, monólogos… Todos los días a todas horas. Pero tuve que dejar atrás muchas cosas. ¡Mi abuela! Yo estaba superunida a mi abuela. Hablaba con ella una hora o dos todos los días. Teníamos charlas superinteresantes, la verdad.
¿Y qué decía sobre esto de venirse a Madrid y hacerse camino en la música?
Pues lo típico: «Ten cuidado, no vayas sola…». Pero también me dijo: «Eres joven, lo que no hagas ahora ya no lo haces nunca. En lo que pueda ayudarte, aquí estoy», la pobre…
Cuando uno empieza a caminar persiguiendo un sueño, muchas veces el destino parece inalcanzable. En este mundo eso se traduce en subir a un escenario y que en el público solo haya ocho personas. En otras profesiones los escollos no se ven o son más abstractos. Tú entonces tuviste que enfrentarte a estas situaciones. ¿Dónde residía la fuerza para continuar?
Mira, yo nunca he creído que me mereciera nada porque sí. Siempre he pensado que las cosas hay que currárselas. Para mí, que hubiera seis u ocho personas un martes o un miércoles en una sala era un comienzo. Pensaba: esta gente no me conoce de nada y ha venido a verme. Lo agradecía un montón. Y, aparte, a mí me gusta cantar, contar mis historias. Y ves que, sean los que sean, si se emocionan, si repiten, creces… Esa era mi fuerza, mi gasolina. A mí me han enseñado desde pequeñita que las cosas no caen del cielo, o te lo curras o adiós. Eso es muy sanador. Viene muy bien para la cabeza.
¿Dirías que el día que tus padres te regalaron tu primera guitarra fue el comienzo de todo?
Con dos años tenía ya la clásica guitarrita de las ferias, eso y un tambor. Menos mal que mis padres decidieron que conservase la guitarra mejor [risas]. Por lo visto, desde que era un mico me quedaba embelesada con las guitarras. No sé de dónde viene. En mi casa nadie mayor que yo se dedica a la música, solo mi hermano Francis, que es menor que yo. Es percusionista. Empecé muy joven con las clases, y eso que me lo desaconsejaron. Según mi profesor, tenía las manos muy blanditas. Tenía que esperarme a tercero de EGB. Pero, como era muy pesada, me asomaba a la clase por una ventana y me pasaba allí una hora mirando. Y al profesor le dio pena un día y me dijo: «Venga, entra, te hago una prueba».
Muchas veces se percibe como algo normal que un niño quiera cantar o subirse al escenario, pero contar historias es otro asunto. ¿Dónde nace esa necesidad?
No tengo ni idea. Yo era muy peliculera, eso sí. En octavo de EGB participé en un concurso de relatos, creo que patrocinado por Coca-Cola, porque había que poner Coca-Cola sí o sí. Y empecé a ganar. Primero gané en clase, luego en el curso, luego en todo el cole, después en toda Andalucía… Y me quedé ahí, de ahí no pasé. No soy María Dueñas [risas]. Pero siempre he contado historias. Cuando tenía doce años le escribía yo las cartas a mis amigas cuando rompían con los novios y querían reconciliarse. Todo el día estaba escribiendo.
¿Recuerdas cuál fue la primera canción que compartiste con alguien? Siempre es algo que da pudor mostrar.
Pero es que, para mí, era un juego. Me sacaba la guitarra con mis amigos y decía: «Mira, mira la canción que me ha salido». La primera que recuerdo era imposible, pero tenía doce años [risas].
Antes decías que te dedicaste a llamar personalmente a las puertas de las discográficas cuando viniste a Madrid. ¿Recibiste muchas negativas?
No sé si muchas, pero sí que, al principio, exceptuando a Luis Salomón y Javi Campillo, que fueron los primeros que confiaron en mí, hubo alguna que otra… No sé cuántos exactamente. Fue rápido, en todo caso. Tardé un año. Hubo mucho de: eres muy andaluza, eres muy flamenca, no es lo que buscamos… Y cuando empecé a hacer otras canciones, en Andalucía me decían que era demasiado de aquí. Es un dilema que me ha acompañado desde entonces, aunque ahora me siento confortable en ese terreno de nadie. Pero ahora; entonces no lo veía como algo positivo y me causaba frustración.
Y ahora es, precisamente, uno de tus valores. Es curioso cómo ser única es un don que cierra puertas si eres desconocida.
Desgraciadamente, algo que me horrorizan son las etiquetas, y las empecé a sentir desde el primer momento. «Ay, te pareces a». Porque eres mujer, porque llevas guitarra, porque tienes flequillo, porque llevas la raya al medio… Ya constantemente te quieren meter en un conjunto. Yo siempre he huido de eso. Me da rabia tener que estar encorsetada.
Te escuché una vez hablar de cómo, en esos primeros años en Madrid, caminabas bajando la Gran Vía escuchando con tu discman a Luz Casal, teniendo claro que eso era exactamente lo que querías hacer. Qué importante es tener referentes.
Totalmente. Un referente te saca de la cama, te pone las pilas, te hace mejor persona… A mí la música me ha hecho mejor persona, porque te hace sentir cosas tan generosas, tan nobles y tan puras… En un escenario es donde me puedes pedir más… Sí es cierto que yo caminaba un día por la calle Alcalá escuchando «Loca», de Luz Casal, emocionada, y sentía que era eso justo lo que quería: hacer música, emocionarme y emocionar. No pensaba en una carrera internacional, no estaba diciendo: «A ver si conquisto México…». No. Mis objetivos siempre han sido a la medida de mi progreso y yo en aquel momento estaba en la sala Galileo.
Es importante ir poco a poco.
Hablando de México: mucha gente está obsesionada con México. En el primer momento en el que algo funciona aquí, lo primero que te dicen es: México. Y yo decía: «Qué miedo». Ya funcionaba en Argentina, estábamos avanzando, pero México me daba miedo porque conozco el caso de muchos artistas que vienen y van, o van y vienen, y no terminan de arrancar. Y, de repente, en los estudios esos que se hacen con redes sociales y demás, vimos que había mucha gente de México siguiendo mis canciones. Redes sociales, lo que el público elige directamente, de forma orgánica. Y dijimos: «Mira, aquí hay mucha gente». Estaba igualado con Argentina o más. La primera vez dos Lunarios llenos, la siguiente vez ya en Metropolitan, ahora voy ya, si todo lo permite, al Auditorio… Es como: guau. Eso es lo orgánico. A mí es algo que me ha funcionado siempre muy bien. Lo que el público ha decidido porque le ha dado la gana. Obviamente ahora tengo otra estructura: una discográfica, una multinacional, la promoción… Ya te dan otro soporte. Pero siempre me ha funcionado muy bien el boca a boca.
Cuando fichaste con EMI, ¿cómo imaginabas que sería el engranaje de una discográfica?, ¿qué esperabas que hicieran por ti?
En aquel momento… Tú ves las películas… Mis amigos me decían: vas a firmar tu primer contrato discográfico con una multinacional. Qué guay, qué emoción. Y cuando fui y firmé yo no sentí nada demasiado especial, la verdad. Y cuando salí de ahí me puse los cascos otra vez, mi Luz Casal y para casa. No tenía ni plan para comer [risas]. Me empezaron a llamar mi familia, mis amigos… Preguntaban: «Bueno, ¿y qué, y qué?», y yo: «Nada. No hemos ido ni a comer». Y ahí entendí que mi vida iba a ser eso: trabajar. No era: «Te ficho, nos vamos a comer, te voy a presentar a tal productor…». No. Lo mío era poquito a poco.
Como quien firma un alquiler, vamos.
De ahí me llevo que conocí a Antonio Vega, que para mí fue mucho mejor que cualquier fiesta. Cuando conocí a ese hombre me provocó una mezcla de emociones dentro de mí. Admiración, tristeza por cómo lo vi… Un puto maestro. Me quedo con esos regalitos que me ha dado la vida.
Hubo quien te dijo que sería mejor que firmaras con una independiente.
Sí, me lo dijeron algunos compañeros de las salas donde cantábamos. Hubo uno que dijo: «Qué osada, en una multinacional». La verdad es que yo no conocía en aquel momento muchas independientes. No me lo planteé…, pero estoy contenta. Conocí a gente muy interesante. También aprendí que, cuando te vas de un sitio, tienes que irte bien. Nunca sabes lo que puede ocurrir con el tiempo.
También te sugirieron que te pusieras un nombre artístico.
Sí. Vanesa Martín sonaba a copla.
Es muy significativo que eso sea lo primero que te aconsejen.
Me ofrecieron Martina. Y ya sabes que a veces asociamos los nombres a gente que conocemos. Y yo dije: «Ni de coña». Porque había una Martina por ahí y el nombre me recordaba demasiado a ella [risas]. Yo dije: «No, no. Vanesa Martín». ¡Si incluso me pusieron en música infantil! Con el primer disco, que me hicieron un corte de pelo terrible, una ropa, unas fotos… En aquel momento no tenía ni idea. ¡Qué manoletinas! No me he puesto unas en mi vida. Me llevaron a Barcelona a un lugar impresionante, un pedazo de equipo… Que he tenido yo discos más importantes que el primero y no he vuelto a tener ese equipo hasta hace relativamente poco. Una cosa impresionante. «Ponte esto, ponte lo otro…» Estaba disfrazada completamente. Y me ponían en música infantil por todo eso. Al lado de Xuxa [risas]. Por eso reeditamos ese disco, para cambiar la portada, nada más.
En todo caso, qué importante es saber escuchar consejos, pero también saber cuándo se deben ignorar.
Soy de escuchar todo. Cuantas más opiniones, mejor. Pero mi cuerpo va encontrando tranquilidad según sea la decisión… Y yo sé que he tomado la decisión correcta cuando mi cuerpo descansa. Yo no sé si habría tomado mejores decisiones que aquellas que se tomaron por mí, pero sí tenía muy claro que quería ser honesta con mi esencia, con mi raíz, con mi vida, con mis principios y con mi música y eso no lo iba a cambiar nadie. También me dijeron una vez: «Si te desabrochas un botón, se vende antes, seguro». Un directivo de una ONG. Me quedé flipando. Y le dije: «No me tengo que desabrochar nada para que tú me escuches. Además, no creo que quisiera tenerte a ti entre el público».
Son situaciones que compañeros masculinos no tienen que sufrir. La reacción depende mucho de la edad que tengas, el momento, la madurez… A veces se tira demasiado del «ji, ji, ja, ja».
Ese día sí le contesté con una bordería. Se produjo un silencio terrible en la mesa. Menos mal que mi mánager lo rompió. Imagina que llevas una maqueta a una discográfica, y que te la has currado mucho, has dicho a los músicos: «Haced esto, haced esto otro…». Y la reacción siempre al escuchar la maqueta era: «Mira esto que ha hecho el guitarrista, mira esto que ha hecho este otro…». Siempre alababan a las figuras masculinas. Y a otros compañeros, en las mismas circunstancias, lo que les dicen es: «Qué cabrón, cómo sabe lo que quiere».
Una frase que lo cambia todo. Son cosas que siguen pasando.
Y no se dan cuenta. Y por menos de nada es gente maravillosa a la que adoras. Pero vienen de una educación y de unas costumbres que, por suerte, gracias a nuestra perseverancia, estamos empezando a romper… Llega un momento en que creces y te respetan. Cuando te respetan, no hay problema. Puede haber una broma, lo que sea, pero cuando te respetan.
Y cuando eso ocurre, cuando tienes el respeto, tú misma te relajas. A veces la personalidad que una tiene en entornos profesionales es más seria y distante. Se deja de ser una misma para ser más dura y ganar ese respeto.
Yo soy una tía que, si conecto, conecto. Tengo cero pudor. No levanto barreras. Y cuando empezaba en este mundo sí había situaciones del tipo «pues vente a un concierto, pues te invito a una cerveza…». Y había equívocos, a veces. Así que haces tu bombita de humo, te vas a la francesa…, pero estás tensa. Hasta que te respetan, te relajas y las cosas ya son de otra manera.
¿Cuánto sobrevive de la Vanesa Martín que hizo Agua?
Ha sobrevivido todo. Echo la vista atrás y lo vuelvo a sentir todo: los mismos nervios, la misma emoción, la misma ilusión… Tengo muchos flashes en la cabeza que recuerdo como si fuera ayer. Pero sí es cierto que he aprendido. Tengo más experiencia, tengo más depurado todo: las maneras, el sonido, la manera de escribir… Y tengo más herramientas para estar más tranquila, para disfrutarlo más y con más calma.
Las canciones sobreviven todavía en tus directos. Hay gente que entierra su primer disco.
Mi primero disco es uno de los que más me gustan. Me lo pasé estupendamente con Carlos Jean a la hora de grabar. Conecté tanto con él… Me pareció tan especial y me respetó tanto la esencia, la propuesta que le llevaba yo con la guitarra… Es un disco que grabamos en Roche, me fui a vivir tres meses a su casa, y recuerdo que se me olvidó el cepillo de dientes y pasé una vergüenza… Ahora miro atrás y pienso: qué ridículo. Pero entonces, con veinticuatro años, verme en la casa de un productor… ¡Qué angustia! Mi gran drama no era enfrentarme a un disco; era que se te olvidase una tontería como el cepillo de dientes.
¿Qué crees que sucedió con Agua? Ese disco fue el inicio de muchas cosas.
Ese disco me abrió las puertas. Empecé a componer para otros artistas, a hacer mis giritas… «Aún no te has ido» estuvo un año y pico sonando en la radio a tope, a todo lo que da. Y no la cambiaban. Con esa misma gloria me llamaron para ir a Operación Triunfo para ir a hablar con los chavales y demás… Y cuando todo eso estaba en marcha fue cuando decidí marcharme. EMI me grabó el disco, me puso en contacto con el productor… El previo fue increíble, todo cambió cuando el disco ya estaba hecho. Fue cuando EMI empezó a fusionarse, a dividirse, a que si ahora echan al personal de no sé dónde… Fueron unos años de mucha convulsión en las discográficas. Pasaron muchas cosas. Yo cambiaba de equipo constantemente. «Ahora va a llevar lo tuyo Fulanito; ahora lo va a llevar Menganito». Y pedí irme. Justo después de la aparición de Operación Triunfo, que la canción hizo «pum» en YouTube, pensé: ahora sí que no me dejarán ir. Y lo intentaron, intentaron convencerme para que me quedara. Pero no nos entendíamos. Me dejaron, pues, y me fui bien. Por eso te decía antes que es importante irse bien de los sitios: años después me los he reencontrado en Warner y me ha dado una enorme alegría. Ahora estoy trabajando con algunos de ellos.
Es muy importante saber escoger aliados, crear un buen equipo de personas que van a trabajar con algo tan tuyo y tan íntimo como son las canciones. Tienes que depositar una enorme confianza en ellos.
Mucho. De hecho, la discográfica lógicamente cumple con unas directrices. Eligen qué es prioridad, y qué no lo es. Recuerdo que en aquel momento hice más cosas de las que estaban previstas porque el equipo de promoción me veía currar y decía: «Pues esto lo va a hacer también Vanesa». No tengo un mal recuerdo, al contrario. Me dejaron irme en un momento en el que yo pensé que se me complicaba todo. Y a la semana siguiente estaba en Warner con Alfonso Pérez.
¿En qué momento te diste cuenta de lo que estaba sucediendo? A veces subimos los escalones tan concienzudamente que se nos olvida mirar atrás y ver lo alto que estamos.
Yo me di cuenta de que algo ya más fuerte estaba pasando con Crónica de un baile. Ese disco para mí fue muy importante… Ahí empezamos a colgar los carteles de sold out en recintos con bastante más aforo. Ya empezaron a llamarnos de fuera de España, ya empezaba todo a echar a andar de otra forma. Y supe que ahí sucedió ese clic. Para mí, mi camino ha sido muy bonito. Muy duro, pero muy bonito.
El éxito siempre tiene una cara B, que en parte puede ser la responsabilidad de saber que te está escuchando mucha gente.
Si me pongo a pensar así, no hago nada [risas]. Eso ni lo pienso. A veces me dice la gente: «¿No te da pudor hablar de ciertas cosas en tus canciones?» Pues no, porque no me paro a pensar que me esté escuchando tantísima gente. En «Sintiéndonos» la letra dice: «Hazme el amor una vez más / hasta que nos cueste respirar…». Y me dio mucho pudor la primera vez que la canté y estaban mis padres entre el público, luego ya no. Daba igual quién estuviera, fueran quinientas u ocho mil personas. Me di cuenta de que todo tiene una repercusión cuando empezaron a venir adolescentes a las firmas de discos y lo hacían hablando de canciones. Te cuentan casos, te mandan cartas, hay casos de maltrato, de depresión, bullying… Y escuchas cómo tu música ha ayudado a salir de situaciones difíciles, del maltrato, de las relaciones tóxicas… Muchas mujeres se atreven a contarme sus historias. Hay a alguien, una chica, a la que he acompañado con mis canciones a lo largo de su proceso de cambio de género. Mis canciones hablan mucho de atreverse, de vivir lo que uno quiera vivir, de la libertad de ser y de sentir… Para mí lo que vale es el corazón, no el envoltorio. Y te das cuentas de que has estado presente en unas movidas muy importantes en la vida de la gente. Es algo muy bestia, pero también es muy bonito.
Es el fin último de una canción. Que te sirva a ti, pero que cada uno lo pueda llevar a su vida y que también le sirva. Para mí, ese sería el objetivo de la música.
Una chica me dijo una vez: «Yo estaba en un hospital en coma y cuando abrí los ojos estaba sonando una canción tuya». Por lo visto, su madre le hablaba en el hospital y le comentaba muchas cosas, y entre ellas le decía: «Pues ya va a salir el disco de Vanesa». Mira, me puse a llorar allí, en la firma de discos. No somos conscientes de la cantidad de historias a las que asistimos, de cómo acompañamos a la gente sin saberlo.
Desde Trampas en adelante, lo que siempre has tenido, y no lo tienen todos los artistas es, además del cariño público, la admiración que han expresado muchos compañeros por ti. Sabina ha dicho que no tienes una canción mala.
Es impresionante. Para mí es muy enriquecedor. Cuando empiezas y se te acerca un artista conocido o alguien a quien admiras y te valora positivamente, es impresionante, pero cuando vives esto y vas viendo cómo es todo, te impresiona aún más, porque hay verdad. Me considero una persona querida y yo también quiero mucho, respeto y admiro mucho a mis compañeros. Me siento muy afortunada por haber compartido época con muchos de ellos y ellas y por haber tenido la oportunidad de conocerlos sobre el escenario y tras el escenario. Para mí es un regalo.
En ese sentido, no solo has compartido escenario y colaborado con otros artistas; también compones para compañeros como Pastora Soler, India Martínez o Raphael. ¿Cómo es escribir para otros artistas? Si no me equivoco, escribes la canción ya sabiendo para quién es.
Al principio no. Al principio había gente que quería una canción mía, iban a la editorial y decían: «Quiero esta canción de Vanesa Martín». Después hubo un momento que dije: no. Me di cuenta de que quería hacerlo a conciencia, a medida, y no para todo el mundo. Entonces me meto en la piel de esa persona, o lo intento. Ahora tengo confianza con algunos y pregunto. Con Raphael, por ejemplo, cuando ocurrió, yo no tenía confianza para ir donde Raphael y preguntarle: «¿Y de qué quieres hablar?». Me metí en su piel, me monté una película sobre su vida para lanzar una historia a partir de ahí. Hoy sí me gusta decir: «¿De qué quieres hablar? ¿Qué te emociona?», y a partir de ahí hago la canción.
Debe de ser todo un ejercicio escribir metiéndote en la piel de otra persona sabiendo que esa persona lo va a interpretar.
Totalmente. He tenido la suerte de que grandes voces e intérpretes han cantado canciones mías. Es curiosísimo cómo la canción cobra otra vida completamente nueva cuando la llevan a su voz y su terreno. Es muy curioso. Lo disfruto un montón.
La propia dinámica de la música exige un ritmo frenético. ¿Te da vértigo parar, volver a casa después de una gira, detenerte a mirar todo lo que ha ocurrido en esos dos últimos años?
Soy una tía muy disfrutona. Me monto un plan rapidísimo. No me quedo encerrada en mi casa. Viajo, quedo con mis amigos, hago cenas, comidas… Voy degustando lo que me ha pasado durante la gira, pero también tengo que parar para hacer balance y disfrutar de otras cosas que me he perdido. Sí es cierto que la adrenalina del día siguiente a un concierto importante, o uno particularmente bonito o emotivo, te la juega. Sientes como soledad o sensación de vacío… Es algo curiosísimo. Estabas en todo lo alto y «¡pum!», de repente a restar en emoción. Y por eso hay conciertos en los que estoy muy revuelta. El día antes de los conciertos estoy más silenciosa, muy nostálgica, muy melancólica, muy deseosa… ¡La que lío en mi cabeza! Creo que es eso lo que luego me permite entrar en cada canción y vivirla como si fuese aquí y ahora. Yo no he sentido la soledad posgira de la que me hablas, la continuada en el tiempo, pero sí esa momentánea de meterte tú sola en una habitación después de haber estado con quince mil personas. O tres mil, me da igual. Métete en una habitación y duérmete prontito que mañana coges un avión.
Me parece físicamente imposible.
Por suerte tengo un equipo estupendo a mi alrededor: Sole, Ana, mis músicos… Me siento muy arropada por ellos.
¿Crees que viajar forma parte de la propia personalidad del artista?
Yo viajo ya con mis canciones. A partir de ahí, para mí es un viaje importante. Y eso lo tengo que complementar con moverme. Si te dedicas a esto te tiene que gustar viajar. Tengo amigas que me dicen: «Qué coñazo, tía, hacer la maleta todos los días». ¿Coñazo? A mí me parece peor trabajar en un lugar estático de nueve a tres, la verdad. A mí me encanta moverme y conocer gente y lugares. Ir, por ejemplo, a Chile, Uruguay o Puerto Rico y que te enseñen y digan: «Mira, prueba esto, vamos a ir a un sitio que hacen música autóctona», en fin, mil situaciones… Todo eso no lo vas a ver si no vas allí. Es un ritmo frenético, pero tiene su punto excitante.
En este ritmo frenético, ¿quién o qué es tu cable a tierra?
Yo creo que mi familia. Y mis perros. Hay algo muy especial en ese momento en el que tienes tu propio perro, un perro que has adoptado tú y que lo crías tú y nadie más. Lo ves tan natural, tan noble, tan generoso… Gracias a eso te das cuenta de que nada es tan importante. La vida es otra cosa, como dice la canción que le he escrito a Rosario.
Me gustó mucho algo que te dijo tu abuela con respecto a la orquesta: «Acuérdate siempre de mencionar a la orquesta, que son los que están contigo». Cuánto dice esa frase.
Totalmente. Mi abuela lo llamaba «orquesta», y yo le decía: «Abuela, se dice “banda”». A ella le daba igual, si había músicos, entonces era una orquesta. Me lo dijo muy seria. «Que no se te olvide nunca que ellos te acompañan en el escenario, que tú en ese momento dependes un poco de ellos». Mi abuela estaba sembrada. Mi cable a tierra viene mucho de ella.
Has caminado por dos mundos que te podrían ser ajenos: uno con el libro de poemas y otro en televisión. Hablemos de Mujer océano. ¿Qué cambia a la hora de escribir emociones que terminan en el papel, que no tienen su continuación en la música?
Yo soy una persona muy impulsiva para escribir canciones y muy poco metódica. Si dijera: «Voy a hacer una canción sobre el invierno», tendría que esperar a que viniera, y a lo mejor tarda un mes en venir. Con el libro fue distinto. Me tuve que crear un hábito. No es lo mismo escribir doscientas páginas. Me parecían demasiadas. ¡Doscientas páginas! Y no puedes esperar a que vengan. Y me daba mucho respeto. Me compré mogollón de ensayos y libros de otros compañeros para saber cómo tenía que encaminarlo. Al final era más sencillo: necesitaba crearme un hábito. Lo hice en Málaga, en una casita en la que vivía antes. Me sentaba en mi mesa, abría mi ventana, que tenía el mar enfrente, mi ordenador… Y empezaba a escribir. Escribí un montón, la verdad, para que luego se quedara en doscientas páginas. Fue una experiencia increíble. La volvería a repetir si la pudiera disfrutar con calma, porque en aquel momento no dormía. Me levantaba hablando sobre ello. Estaba superinquieta, casi con ansiedad.
En el documental de Scorsese sobre Fran Lebowitz, ella dice que hay muy pocos escritores buenos que disfruten escribiendo. Se disfruta acabando.
Yo también pensaba que los nervios propios de subir a un escenario se llegarían a calmar en algún momento, con experiencia, y, al contrario, van a más. Es una tortura. Y escribiendo pasa parecido. Nunca estaba contenta, le daba vueltas, tachaba, subrayaba, compraba carpetas y más carpetas… Lo pasé fatal. Ahora lo leo y algunas cosas me gustan, otras no tanto, y digo: qué sufrimiento, por Dios.
Son poemas muy redondos. Por ejemplo, «Te confundiste» lo es. ¿Habías escrito poesía antes de esto?
No, nunca.
He leído muchos libros de poesía escritos por músicos que, aunque funcionan, no necesariamente te llevan a la poesía. Y con los tuyos no me pasa eso. Son poemas. No son canciones.
Tienes una libertad enorme, ya que no dependes de un estribillo, ni de tres minutos ni de un momento álgido. Esa sensación de poder hablar libremente… Es maravillosa. Es otra disciplina. Disfruté mucho la Feria del Libro. Sant Jordi me fascinó, me enamoré.
El siguiente mundo en el que te adentras es el televisivo. Yo te he visto recientemente en Mask Singer, más entretenimiento, y en La Voz, programa musical. Me sorprendió la desenvoltura que tienes en televisión.
Me lo pasaba bien. Las primeras veces que fui a La Voz estaba atacada de los nervios y un poco bicho palo, pero es que en mi día a día soy muy directa, y allí, al estar con niños, hay que medir un poco. No les puedes decir ciertas cosas, porque son niños y no les puedes hablar como si fuesen tus amigos. Al principio, en las audiciones, había uno que no cantaba muy bien, y yo dije sonriendo: «Pero ¿quién ha dejado pasar a este niño?». Me dijeron rápidamente que eso no se podía decir [risas]. Luego te dan mucha libertad para todo. Te dejan que hagas lo que quieras, no hay imposiciones de ninguna clase, al contrario, cuidan mucho y dejan que el talento haga… Pero sí es cierto que al principio me costó arrancar. Imagino que al no tener hijos ni sobrinos se me hizo más difícil, y mis compañeros, por el contrario, que están rodeados de niños y ya tienen otra experiencia, ¡un don de palabra con ellos…! Yo quizá les hablaba de una forma muy adulta, hasta que lo aprendí, y ahora me encanta estar con ellos y lo gozo. La Voz me ha ayudado mucho con eso, incluso te despierta el instinto maternal [risas].
La Voz es un formato con muchos detractores, como le ocurre a muchos otros talent shows. Tú, que lo has vivido desde dentro, ¿crees que es positiva esa forma de iniciarse en la música?
Yo lo veo una vía como otra cualquiera, siempre que no creas que tu vida depende de ello y que lo tomes como algo complementario. Absolutamente nada está amañado. Estoy trabajando ahora con una chica que se llama Aysha, una de las finalistas de La Voz Kids, porque me enamoré totalmente de su voz y de su talento y no ganó. Bueno, pues le he producido un single, la hemos puesto a trabajar con productores, a componer… A trabajar, en resumen. Es un camino a largo plazo. Para mí ese es el significado de La Voz: coger herramientas y continuar complementando y preparándote a partir de ahí.
Al escuchar todos tus discos del tirón para preparar esta entrevista, me di cuenta de que, en los dos últimos, se percibe a una mujer muy segura de sí misma. Y no por la letra, sino por la música.
Ah, ¿sí?
Sí. Suena como si estuvieses al cien por cien donde quieres estar. Como si hubieras llegado a tu destino. Se percibe también en las portadas.
No sé si soy una persona segura de sí misma. Todos tenemos inseguridades y nos cuestionamos muchas cosas, ya no digamos los que tienen relación con el arte… Hay más recovecos. Pero sí tengo claro lo que quiero y cómo lo quiero, la experiencia me ha traído hasta aquí. Cada vez defino más cómo quiero sonar y estoy más segura de que me quiero divertir. Quiero ser honesta con lo que hago, y tener un equipo de trabajo alrededor del que me sienta orgullosa y que me siente bien estar rodeada de gente que aporte. Y quiero que la inspiración no me abandone nunca. Mi corazón va por delante siempre, más que la razón. Si yo me dejara llevar por la cabeza sería mucho más inestable e insegura, pero me dejo llevar por el corazón y ahí me siento más segura.
A veces pensamos lo contrario: que la estabilidad es algo que se consigue con la cabeza.
A mí me la da el corazón. Evidentemente dejo que la cabeza se meta de vez en cuando y que encuentren un equilibrio. Los pálpitos, la intuición: eso es lo que a mí me ha traído hasta aquí.
¿De qué lastres te has desprendido?
Me he quitado el lastre de las etiquetas. Siento que estoy mucho más liberada en ese sentido. Los prejuicios… Me considero una persona muy libre. Mucha gente cree que no hablo de ciertas cosas porque no puedo, y no. Ocurre que, o no le doy importancia, o creo que tengo una vida como la de los demás y no necesito un altavoz para anunciar nada. Siento relajación en mi cuerpo… Soy libre para hacer música, para enamorarme, para vivir, para rodearme de corazones llenos de luz y miradas bellas y con estas personas son con las que crezco y me enriquezco. Quiero vida. No quiero gente que te frene y que te haga sufrir. Me he liberado de esas cabezas torturadoras que aún tienen que soldar… De todo aprendes y pasas página.
En Todas las mujeres que habitan en mí ya introduces ese elemento de descubrirte a ti misma desde otros niveles.
No siempre nos acabamos conociendo del todo. La vida no deja de sorprenderte.
Si alguna chica o chico que te escucha estuviera caminando con tu música en su teléfono por Gran Vía, como lo hacías tú escuchando a Luz Casal, ¿cuánto camino le dirías que tiene que caminar?
Nunca se deja de caminar. Siempre hay que seguir caminando. El horizonte es infinito. Dejar de caminar es ponerte una barrera tremenda y que se pare tu sueño.
A Patti Smith le decían: «¿No te da miedo todo lo que vas a sufrir por intentar conseguir tu sueño?». Y ella decía: «Lo que me daría miedo es no tener sueños».
Totalmente. Si ya crees que lo tienes todo, que ya has llegado… Hay gente que se cree que se merece cosas. Esa es la primera traba, o piedra, de tu camino. Siempre hay que tener una meta o un objetivo. No hay que parar de trabajar y de intentar mejorar. Sin obsesionarse, equilibradamente, pero no hay que dejar de intentarlo. Igual que no dejas de ver el sol cuando amanece, eso hay que extrapolarlo a tu vida profesional y personal.
Me encanta la entrevista, flipante Vanesa Martin, hay almas a las que te gustaría asomarte, para conocer más, porque todo lo que ves te gusta y ella es una de esas almas, ojalá la casualidad haga que un día se crucen nuestras vidas
Siguiendo con el comentario de Begoña, Vanesa tiene una de esas almas a las que uno se asomaría como uno se asoma a un balcón infinito, echando todo el cuerpo fuera.
Maravillosa entrevista.
Ojalá fuésemos capaces de vivir la vida con la libertad que lo hace siempre Vanesa.
Un crack.
Tal vez algún día me pueda enseñar.
Risas……
La sinceridad por encima de todo y el corazón abriendo puertas. Nunca cambies. Te adoramos tal y como eres. Gracias por emocionar nuestras almas.
Está mujer me ha enseñando tanto en tan poquito tiempo ,que tengo de seguir su trayectoria ,pero me encanta y sus respuestas en las entrevistas del inicio ahora se siguen manteniendo con la misma escencia pero con más experiencia,vaya que es un artista y un gran ser humano lleno de magia,sentimiento simplemente única e irrepetible ?❤️