Año 720. El caballero madrileño Gracián Ramírez desenfunda la espada y degüella a su mujer y a su hija pequeña. Ellas mismas le han rogado que lo hiciera: un ataque musulmán es inminente y no quieren caer en las manos de los invasores. Cubierto de sangre, Gracián arrastra los cadáveres ante la Virgen Negra de Atocha, una talla de madera oscura que él mismo encontró enterrada en un campo de esparto. Grita de dolor, ruega perdón y sale a campo abierto a pelear. La batalla va sorprendentemente bien y los musulmanes huyen despavoridos… Ramírez vuelve ante la Virgen y allí comprueba que la sangre ha desaparecido y su mujer y su hija están vivas y alegres, con apenas una marca rojiza atravesándoles el cuello.
Black Power
En El Péndulo de Foucault, novela que no me canso de recomendar en Jot Down, los protagonistas juguetean con la teoría de que la Tierra está surcada de corrientes telúricas, líneas subterráneas de energía que se cruzan y entrecruzan siguiendo caminos invisibles. Los ubicuos caballeros templarios habrían marcado los puntos principales de esta ruta con clavijeros místicos, ídolos traídos de Oriente durante las cruzadas y dotados de poderes milagrosos… Vírgenes negras.
Es normal que la imaginación novelesca se estimule ante un misterio que ningún historiador tiene del todo claro: ¿por qué en el Occidente cristiano, en plena Edad Media, aparecieron centenares de tallas de vírgenes y santas con la piel negra? No me refiero a las representaciones africanas de la Virgen y el Niño, que por supuesto adoptan rasgos étnicos similares a los de sus adoradores. Tampoco a las tallas ennegrecidas por oxidación del marfil, humo acumulado por siglos de velas encendidas o deterioro de pigmentos de plomo. Por Vírgenes negras los académicos se refieren a las figuras religiosas talladas en Europa entre los siglos XI y XIII en las que la Virgen o santa en cuestión tiene la piel oscura sin que se incluya ningún rasgo étnico africano. Y no, no me refiero al santo negro con el que Madonna se marca un baile pecador en «Like a Prayer».
Estas vírgenes aparecen en Italia, Portugal, Polonia, Alemania y especialmente España (donde se han identificado más de un centenar) y el sur de Francia. Suelen ser tallas pequeñas, de unos setenta centímetros de altura, en las que la Virgen aparece en actitud estática con el Niño en brazos. Hay muchísimos ejemplos famosos: la Virgen de Regla de Chipiona, la Virgen de Atocha que recompone cuellos cortados, la Virgen canaria de la Candelaria, Nuestra Señora de Tindari en Sicilia, la Moreneta de Montserrat… A veces las representadas con la piel negra no son Vírgenes sino santas: santa Ana (la madre de la Virgen), santa Radegunda en Anjou, santa Catalina en Montmorillion, Sara-li-kâli, santa patrona de los gitanos…
Resulta curioso, pero durante siglos nadie pareció especialmente interesado en averiguar por qué estas Vírgenes y santas eran representadas más negras que el carbón.
La otra mejilla
Se cree que san Lucas, el evangelista, dibujó los primeros iconos de la Virgen realizados por manos humanas: retratos de María Hodogetria, «la que muestra el camino», sosteniendo a su hijo y representada a veces con la piel oscura. La Virgen negra polaca de Częstochowa es un buen ejemplo, aunque con reservas, ya que el icono fue destruido y recompuesto en al menos dos ocasiones. En la primera, un asaltante husita trató de romper la imagen a sablazos: tras dos cortes en la mejilla de la Virgen, cayó fulminado al suelo y murió gritando tras una horrible agonía. Que está bien poner la otra mejilla, pero hasta la paciencia divina tiene un límite. La segunda ocasión en que el icono fue dañado fue durante un incendio que supuestamente oscureció los pigmentos, así que es imposible estar seguros del tono de piel original.
De todas formas, la mayor parte de Vírgenes negras aparecieron siglos más tarde y en un número ingente, así que difícilmente se las podemos atribuir a san Lucas diga lo que diga la imaginación popular. Nunca sabremos quiénes fueron los artistas responsables de su creación, pero podemos preguntarnos: ¿por qué se les ocurrió pintarlas de negro? En una época en la que cada detalle de una obra de arte tiene algún significado teológico oculto, desde los colores hasta el ángulo de las manos, ¿a ningún sacerdote europeo le importó que varias vírgenes y santas parecieran etíopes?
שחורה אני ונאוה
Los iconos de la Virgen pretendían reflejar realidades espirituales, no puramente físicas. Es decir, no pretendían ser retratos realistas de su carne, sino de lo que su espíritu simboliza a través de los ojos de la fe. Pero en otras obras de arte medievales europeas el color negro simboliza muerte y ruina, ¿cómo se permite que llegue a la piel de la Virgen María? El historiador Begg aventura que la redención del color oscuro viene de la interpretación alegórica del Cantar de los Cantares del Viejo Testamento. La bella sulamita amada con entusiasmo por el rey Salomón («tus pechos son como dos ciervos jóvenes, mellizos de una gacela», Cantar 7:4) tiene la piel morena por trabajar en los viñedos bajo el Sol. Nigra sum, sed formosa, dice la sulamita, «tengo la piel oscura pero soy hermosa». Que nadie vea racismo en esta frase, por cierto: en el hebreo bíblico nigra se refiere al color moreno de la piel sin implicaciones étnicas. Para hablar de razas se utilizan más bien lugares de procedencia.
Al menos en una instancia es posible probar la relación directa del Cantar de los Cantares con una Virgen negra: puede leerse nigra sum, sed formosa a los pies de la Virgen de piel oscura de Notre Dame de la Fontaine. Uno de los principales impulsores de la devoción popular a la Virgen María en el Occidente cristiano a partir del siglo XI fue el monje cisterciense Bernardo de Claraval, muchos de cuyos sermones se dedicaron al culto mariano y en particular al Cantar y el nigra sum… Y algunas interpretaciones del texto asimilaron de forma alegórica a la sulamita del Cantar con la Virgen María. Esto parece explicar por qué las autoridades eclesiásticas europeas consideraban aceptables las Vírgenes de piel negra, pero sigue sin dar una respuesta satisfactoria al porqué de su negritud.
Los diez mil disfraces de la Diosa
La tierra es más rica y fértil cuanto más oscura es: de ahí que la oscuridad nutricia sea uno de los arquetipos de la agricultura y la fertilidad, frecuentemente asociada a lo femenino, al útero materno, a la creación y maduración de la vida. Negro y fértil era el limo depositado por el Nilo en los campos egipcios durante las crecidas. Y negra era la diosa Isis, «Gran Maga», «Gran Diosa Madre», «Gran Señora». De ella se dice en un texto sagrado egipcio: «Yo soy la Nubia, descendida de los cielos». Nubia era lo que hoy en día es el sur de Egipto y norte de Sudán. Otro texto, del templo ptolemaico de Hathor en Denderah, dice que Isis nació como «una mujer negra y rubicunda, agraciada con la vida y el amor».
Tras la conquista de Egipto a manos de Alejandro Magno, el culto de la diosa madre Isis se extendió por el mundo grecorromano, a veces directamente y a veces bajo las más variadas formas. Augusto trató de prohibir su culto, pero entre orgía y orgía, Calígula estableció en Roma la fiesta de Isis, instituyó sus misterios y participó en ellos vestido de mujer. A Isis se la llamó «la diosa de los diez mil nombres», y rasgos suyos fueron heredados por la griega Deméter, la romana Ceres, la frigia Cibeles… Hasta a las islas británicas y la península ibérica llegó la adoración de alguno de los aspectos de Isis.
En el caso de Cibeles volvemos a encontrar referencias a lo oscuro y subterráneo: era la diosa de la Madre Tierra, adorada en Anatolia desde eras prehistóricas; una personificación de la negra tierra fértil, una diosa de las cuevas, cavernas y montañas. En Éfeso se estableció un pequeño lugar de culto octogonal dedicado a la Madre, y sobre él se acabó construyendo siglos más tarde un gigantesco templo, una de las siete maravillas del mundo antiguo. Colonos griegos asimilaron sincréticamente a Cibeles con Artemis (la que sería Diana para los romanos), en un gesto cuando menos sorprendente, ya que Artemis representa más la virginidad de la caza que la fertilidad de la agricultura. Y sin embargo, que la Artemis de Éfeso es una diosa maternal además de virginal queda claro con la representación de su imagen de culto, de piel negra y adornada con múltiples protuberancias similares a pechos lactantes. Gana fuerza un símbolo, la Madre Virgen, que más tarde asimilarán en parte los cristianos.
El culto a Isis tuvo una influencia considerable sobre el de la Virgen María: con el auge del catolicismo a finales de la época romana, el santuario de Isis en Egipto se convirtió en una iglesia en honor a María, y muchos símbolos de la era pagana fueron reinterpretados. La identificación de la Virgen con la Madre Tierra se hace evidente a través de lo que san Ambrosio dijo en el siglo IV: «Como de la tierra virgen vino Adán, vino Cristo de la Virgen», o el versículo de la liturgia maronita: «El vientre de María recibió al Señor como la buena tierra un grano de trigo». La imagen de Isis amamantando a Horus niño influyó de forma directa en la iconografía católica de la Virgen y el Niño, especialmente la Maria Lactans (madre que da de mamar). Se dice que el eremita san Antón veneraba en su Egipto natal a una Isis negra del periodo alejandrino como si de una imagen de la Virgen María se tratara. ¿Tal vez al ser traída a Europa, esta imagen inició el culto a los iconos de la Virgen negra? Otras leyendas apuntan a los cruzados trayendo estas pequeñas tallas a Europa: ¿volvemos a encontrarnos a los templarios?
Mi hipótesis favorita (sostenida entre otros por los antropólogos Stephen Benko, Moss o Campanarri) es que las Vírgenes negras tienen ese color porque fueron instaladas en templos paganos asociados previamente con los aspectos que acabamos de comentar de la Madre Tierra: Isis, Deméter-Ceres, Cibeles, Artemis-Diana… Para facilitar la expansión del cristianismo, las tallas católicas habrían sustituido a otras imágenes previas de diosas conectadas con la fertilidad, el inframundo y lo subterráneo, a menudo representadas como negras. Esta conexión se hace aún más evidente al notar que la mayoría de las Vírgenes negras fueron halladas en la oscuridad uterina de criptas (la marsellesa Notre Dame de la Confession), subterráneos (santa Ana, patrona de los mineros) o cuevas (Nuestra Señora de Peña en Francia, la Moreneta de Montserrat).
Rosa d’abril, morena de la serra
La Virgen de Montserrat es una talla románica de madera de álamo, fechada en el siglo XII, y oficialmente el color negro de las caras de la Virgen y el Niño se debe al deterioro del barniz debido al humo de las velas que se encendían en su honor en esa cueva. Aunque de ser así, ¿por qué no se plantea algún tipo de restauración? ¿Y por qué el deterioro ha sido tan homogéneo?
La leyenda cuenta que la talla de la Virgen de Montserrat la encontraron en el siglo IX siete pastores de Monistrol, atraídos al interior de una profunda cueva al vislumbrar una luz en su interior. El obispo de Manresa intentó trasladar la imagen hasta la ciudad, pero fue imposible ya que la estatua pesaba demasiado. Eso fue interpretado como el deseo de la Virgen de que la dejaran en paz, o al menos de permanecer en el lugar en el que se la había encontrado. Así, cerca de esa cueva se construyó la ermita de Santa María, origen del monasterio actual. Son muchas las leyendas que hablan de tallas encontradas bajo tierra o en cuevas, en parte porque durante la invasión musulmana se escondieron muchas para ponerlas a salvo. Sin embargo, resulta significativo que en varios hallazgos de Vírgenes negras se obren «milagros» similares al de la Moreneta, por el que la propia talla convence a los fieles de que ahí, donde fue hallada, quiere permanecer. Y no hay pruebas de que en las montañas de Montserrat hubiera cultos previos a alguna diosa madre, pero sí es cierto que alrededor de la Moreneta hay tradiciones ligadas a la fertilidad («No és ben casat qui no duu sa dona a Montserrat», es decir, no está bien casado quien no lleva a su mujer a Montserrat).
No es negro todo lo que reluce
La historiadora Janne Elisabeth McOwan, una de las pocas que ha realizado estudios exhaustivos de las santas negras europeas, se sorprendió especialmente al visitar la basílica marsellesa de Notre-Dame de la Garde, en cuya cripta se puede visitar la estatua de La Buena Madre. Los pescadores marselleses la consideran como una Virgen negra, aunque basta una mirada para ver que no ha sido representada con ese tono de piel. Sin embargo, parece que la tradición popular le atribuye la negritud a ciertas vírgenes que no son literalmente negras, sin que exista memoria de que hayan sido repintadas o blanqueadas de ningún modo. Para acabar de complicarlo, de algunas vírgenes obviamente negras suele decirse que no son auténticas Vírgenes negras. McOwan intenta aclarar el embrollo teorizando que las Vírgenes negras (sea física o metafóricamente) son más propensas que sus contrapartidas blancas a obrar milagros, especialmente relativos a resurrección y fecundidad.
Pero ¡cuidado! En uno de mis cuentos favoritos de la escritora británica Muriel Spark, llamado «The Black Madonna», una mujer católica supuestamente progresista y desprejuiciada tiene problemas para concebir. Finalmente, tras rezar devotamente ante una Virgen negra, la protagonista se queda milagrosamente embarazada y da a luz a un niño negro. Incapaz de sobrellevar el estigma social, lo da en adopción y huye de la ciudad… Y es que los regalos de la Diosa suelen estar cargados de ironía.
Gracias por el artículo.
Un apunte: la Virgen de la Peña no está en Francia, sino en la Peña de Francia.
Ha sido un placer leer el articulo, gracias.