En 1981, bajo la Yugoslavia de hierro de Sergej Kraigher (fue su tercer presidente tras la muerte de Tito en 1980), la localidad perdida de Medjugorje era un lugar mundialmente desconocido. No más que cualquier otro remoto enclave yugoslavo, sumido durante años en la educación atea y el socialismo de tercera vía impuesto desde la Segunda Guerra Mundial. Faltaban aún diez años para que Yugoslavia rompiera sus costuras con dramática brutalidad. Este año, cuando se cumple el 40 aniversario de las supuestas apariciones marianas en Podbrdo, en la colina de Crnica, Medjugorje recibe millones de peregrinos católicos procedentes de cualquier rincón del mundo. Como La Salette, Fátima o Lourdes (apariciones reconocidas por la Iglesia católica), Medjugorje, por la especificidad del fenómeno, se ha convertido en pleno siglo XXI en una especie de shopping mall del catolicismo.
Antes de 1981 nadie sabía ubicar este lugar dentro del enjambre balcánico. Aún hoy, muchos de los viajeros de la fe, investigadores, malpensados y curiosos de toda laya que llegan a Medjugorje desde Mostar o Dubrovnik, apenas saben situarse con certeza sobre el mapa actual de Bosnia-Herzegovina. ¿Dónde se encuentran realmente? Tampoco cree uno que les importe demasiado. Para los creyentes no hay mayor ubicación segura que el halo que dicen que desprende la luz de talco de la Virgen. Aunque hay que atravesar algún que otro puesto fronterizo, nadie que llega hasta aquí piensa en absoluto en divisiones administrativas ni federaciones territoriales complejas e incomprensibles. Desde luego, la guerra de Bosnia entre bosniacos, croatas y serbios y los acuerdos de paz de Dayton (1992-1995) no lo ponen fácil a quienes, como excepción, sí desean saber en qué parte de los Balcanes occidentales se hallan.
Medjugorje (dos mil trescientos habitantes) pertenece al cantón de Herzegovina-Neretva, el hermoso y bravío río que atraviesa la región. El municipio que le corresponde es Citluk, el histórico Brotnjo, donde se preservan restos ilirios, romanos, estelas medievales y torres turcas. Muchas veces se hallan diseminados, como en las cercanías de Medjugorje, por viñedos que dieron histórica fama a estos lares. Administrativamente, Medjugorje y Citluk forman parte de la Federación de Bosnia-Herzegovina integrada, mal que bien, por bosniacos musulmanes y croatas católicos. La otra parte bosnia, la República Srpska de los serbobosnios, es la segunda entidad nacional y diferenciada que, no obstante, da nombre al país por entero: Bosnia-Herzegovina. Situada al suroeste de todo este tinglado administrativo, cerca de Medjugorje se encuentra Mostar, ciudad del tiempo reconstruida tras la guerra, aunque sus cicatrices aún están húmedas, tanto a un lado como a otro de su célebre y sufrido puente viejo (bosniacos y bosniocroatas viven hoy en comunidades separadas).
Cerca también se halla Pocitelj, idílico pueblito de traza otomana, destrozado en 1993 por el Consejo de Defensa Croata (HVO) y ahora, tras años de abandono, restañado y redivivo donde siempre se alzó, bajo una fortaleza medieval, a orillas de un meandro del verdísimo Neretva. A pocos kilómetros se hallan las cataratas de Kravica, un regalo de la naturaleza producido por el gran salto de agua del pequeño río Trebizat (en verano sobre todo, aprovechando el espacio lagunero bajo las cascadas, se da cita aquí el turismo de la Unesco: se ven bikinis procaces lo mismo que mujeres embutidas en su burka negro).
Por último, limítrofe con Croacia, próxima también a Medjugorje se encuentra la ciudad moderna de Capljina. En apariencia esta pedanía nada le dice al visitante. Pero cuando uno la va atravesando camino del shopping-mall mariano, se percibe un aire como raro, como si lo nuevo desvelara un punto de tirantez. La frontera con Croacia, la madre patria, está solo a unos pocos kilómetros. El nacionalismo croata se percibe aquí sin que uno tenga que bajarse del autobús. En el fondo, lo que uno advierte es la muestra visible de una ciudad a la que, como tantas otras, la guerra legitimada por Dayton ha transformado étnicamente.
No quedan apenas bosnios musulmanes y hoy la población mayoritaria, hasta un 80 %, son bosniocroatas (antes de 1991 era del 51 %). En un mural, adornado con banderas, se recuerda al militar Slobodan Praljak, uno de los cabezas bosniocroatas condenados por crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia. A Praljak, de cabellera blanca y espumosa barba de Papá Noel, se le reconocen, al menos, dos grandes momentos de gloria. Fue quien ordenó cañonear el antiguo puente otomano de Mostar (hoy reconstruido con la mayor fidelidad posible). Asimismo, se le recordará por ingerir cianuro de potasio en público, al ratificar el tribunal de apelación los veinte años de prisión que en primera instancia le habían sido impuestos. En medio de la sesión, ante las cámaras de medio mundo, gritó al tribunal que él no era un criminal de guerra. Acto seguido, se bebió a gollete la mágica pócima que acabó con su vida.
Por todo lo dicho, en orden a la presente excursión, los alrededores que llevan a Medjugorje forman parte de lo que el nacionalismo croata designa como Herzeg-Bosnia. Aspira a convertirse este y otros tanos cantones aledaños en lo que casi de facto ya son: una entidad étnicamente casi pura, que sueña con amadrinarse con Croacia, formando parte íntegra del país y, por supuesto, de la Unión Europea. El mismo sueño promiscuo tuvo durante la guerra el presidente Franjo Tudjman, el sosias, pero en versión croata, del serbio Slodoban Milosevic. El hoy venerado adalid de la nueva República de Croacia falleció en 1999. Nunca pudo ser juzgado por el TPIY de La Haya.
Paisaje y negocio
Se llega, pues, a Medjugorje con cierta precaución histórica. Incluso los reparos religiosos se apartan como moscas pesadas. Decía san Pablo que había que combatir el combate contra el fe. Pero en el shopping mall de Medjugorje el primer combate que uno libra en su interior lo hace volver una y otra vez al pasado tenebroso. El presente en los Balcanes aún remite a la cruenta guerra de Bosnia. Como fondo añadido, aún ululan también los horrores de la Segunda Guerra Mundial. De 1941 a 1945 el país cayó bajó la férula nacionalista y católica de los ustachas. Permitido por los nazis, incluso ante su propio asombro, el régimen extendió su barbarie étnica por Croacia y Bosnia-Herzegovina.
Hoy como ayer, el catolicismo en Medjugorje halla su refrendo en la decisiva comunidad franciscana que vela por su rebaño. Pronto asoma de entre la población la iglesia de San Jacobo (Santiago Apóstol). Da una primera impresión como de cartón piedra, con sus dos torres siamesas y sus dos relojes. Hay gallardetes que recuerdan los cuarenta años de las apariciones de la Virgen a seis niños del lugar (la primera de ellas ocurrida el 24 de junio de 1981). Se ven lazadas de fiesta, ornatos y banderas vaticanas.
Para quienes venimos ya precavidos, las banderas pontificias no pueden ocultar el celoso pulso que los franciscanos han mantenido con El Vaticano —y en especial con el obispo de Mostar— acerca de la autenticidad de las apariciones (no aprobadas en su total autenticidad por la Santa Sede). Los frailes porfían por ganar autonomía eclesiástica en su Herzeg-Bosnia. Quieren convertir Medujgorje en un santuario reconocido, dotado de un estatus oficial, conforme la historia de las mariofanías aceptadas por la Iglesia católica. No han sido pocas las peleas avivadas por los franciscanos, incluidos los boicots a diversas visitas papales.
Sea como sea, las banderas de El Vaticano reciben al visitante de cualquier condición: peregrino, turista, burlón, curioso o, como es nuestro caso, molesto visitante del pasado. Durante la Segunda Guerra Mundial, bajo el Estado Independiente de Croacia de Ante Pavelic, toda esta parte de Herzegovina occidental fue objeto de deportaciones y matanzas. A menudo, por su connivencia con el régimen pronazi, a los franciscanos se les ha tildado de ser unos «ustachas con sotana».
La avenida que lleva a la parroquia de San Jacobo (Santiago Apóstol) está repleta de tiendas de souvenirs y cachivachería religiosa. Figurillas y retratos de Nuestra Señora, libros religiosos, guías turísticas, rosarios, sombreros y pamelas, abanicos, colonias, camisetas y sudaderas, estampas de Jesús, brebajes variados y hasta camisetas de la selección croata. Toda esta mercaduría está al servicio de los cientos de miles de turistas de la fe que acuden al llamado de Medjugorje.
Hay que perseverar para hallar cierto encanto naíf entre tanta fruslería puesta a la venta. El reclamo religioso, que algunos traducen por fanatismo, se une al otro fanatismo deportivo de los croatas: los dibujos a cuadros rojos y blancos de la camiseta de la selección (reflejo del damero que figura en el escudo del país), llegan a perforar el cráneo de todo visitante al cabo de veintucatro horas. No importa si se está en Dalmacia o en Eslavonia oriental o en Zagreb. Y, quien dice camisetas, dice también gorras náuticas, gorritos de waterpolo o mascarillas anticovid.
La parroquia de San Jacobo (Santiago Apóstol) gobierna eclesiásticamente sobre los tres municipios de Herzegovina occidental: los ya citados Citluk y Capljina, más Ljubuski. A su vez, para tener cierta idea de cómo es el paisaje «milagroso» de Medjugorje, alrededor se extiende la llamada Colina de las Apariciones (cerro de Crnica), que parte de Bijakovici, donde se halla la aldea de Podbrdo, el lugar del que procedían los seis niños videntes (primero cuatro y luego seis) que dijeron haber visto a la Virgen un 24 de junio de 1981. Igualmente, partiendo en línea recta desde Medjugorje, se llega a otro cerro de la providencia, Krizevac, donde se alza desde 1934 una imponente cruz blanca. Parece hecha como de tiza colosal y mide 8.56 metros de altura.
Antes de las apariciones, una fotografía aérea de 1981 muestra la parroquia de Medjugorje rodeada por cuatro o cinco casitas típicamente balcánicas. Alrededor todo es una amable pero aburrida bucolía de huertas y labrantíos. Hoy, cuarenta años después, desde la Colina de las Apariciones se otea el caserío ya engrandecido de Medjugorje a partir de la parroquia. El pedregal de Podbrdo, pequeño Gólgota de la fe, lo preside una réplica de la Virgen igual a la que existe en el parquecillo de entrada al templo. Fue colocada en 2004 y sustituyó a la cruz que marcó el lugar donde supuestamente ocurrió la primera iluminación mariana. A mitad de camino se encuentra otra cruz, que reconoce el sitio donde a la vidente Marija, separada del resto de los niños, se le apareció la Virgen con semblante entristecido. Según Marija, la Virgen cobró presencia junto a una cruz y con las manos agitadas exclamó: «¡Paz, paz y solo paz! La paz debe reinar entre Dios y el hombre y entre los hombres».
Una cruz azul, un poco más abajo del Gólgota mariano, señala un oratorio que recuerda que aquí también se apareció la Virgen a los niños videntes. Llamar Gólgota a este lugar no es ninguna figuración plástica. Las masas de peregrinos han arrasado la Colina de las Apariciones. La vegetación de monte bajo ha sido desbrozada por las pisadas de millones de devotos. Los puntos señalados por las cruces se han convertido en calveros duros y pedregales. Y, ciertamente, si uno no es un ecologista quejoso convendrá que el paisaje ha ganado en tremendismo. Los arbolillos rodean los gólgotas de la fe y la oración, sobre cuyas piedras se advierten negruras de velas y cera derretida.
Más cruces y relieves en bronce, en los que se reflejan las catorce estaciones del Via Crucis, se esparcen por el cerro baldío de Crnica desde Bijakovici. También se hallan dispuestos sobre la peña hermana de Krizevac, donde rebrilla la cruz del citado blanco nuclear. Algunos orantes ante la cruz de Krizevac afirman haber visto destellos y otros signos lumínicos que, por supuesto, los conectan con las apariciones de la Virgen y con sus mensajes de paz: el camino hacia esa paz, como no ha dejado de proclamar supuestamente la Anunciadora, pasa por la cruz.
Días después y en años siguientes a 1981, las cuatro niñas videntes de Bijakovic (Vicka, Mirjana, Marija e Ivanka) y los dos niños (Iván y Jakob) contarán a los franciscanos lo que escuchan de la Virgen cuando se les aparece de forma regular. Según recoge alguna que otra guía de turismo (más equidistante respecto al hecho), a partir de 1983 algunos dejan de recibir mensajes y otros se retractan en parte de sus primeras declaraciones diciendo que solo vieron una luz. Aun así, entre 1983 y 1984, a través de equipos médicos, les colocaron encefalogramas con electrodos y les hicieron test visuales en los momentos en los que los niños alcanzaban el éxtasis.
Casi ya en nuestros días, José María Zavala, autor del reciente libro Medjugorje, aporta fotografías del 2 de marzo de 2018 en las que aparece acompañando a la adulta Mirjana en el momento del traspaso (arrodillada, manos implorantes con rosario, mirada elevada y fulgente). De igual modo entrevistó para la ocasión a Vicka, la hoy menuda vidente que aparecía sonriendo junto a Marija en las pruebas con electrodos de hace cuarenta años.
Lo que los nostálgicos —o frívolos— entienden como Yugostalgia nos hace retroceder ahora a aquellos días de finales de junio de 1981. El día 27, coincidiendo con la cuarta aparición, la policía detuvo a los seis niños para interrogarlos. En los predios de Medjugorje se hacía visible la presencia de policías con perros y soldados del ejército. Al régimen comunista le había entrado una china en el zapato en medio de la crisis económica yugoslava. Además, aún duraba el velorio mental por la muerte de Josip Broz Tito.
En la jornada del 30 de junio, unas mujeres supuestamente solícitas llevaron a los niños de visita ociosa por el pueblito turco de Pocitelj, las cascadas de Kravica y la ciudad de Capljina (todos los lugares que hemos descrito someramente al inicio). Buscaban que los videntes llegaran tarde a la séptima iluminación anunciada en la Colina de las Apariciones. No pudieron conseguirlo. Pero el séptimo encuentro, según el relato de los hechos, tuvo lugar en la propia parroquia de San Jacobo (Santiago Apóstol) y no en lo alto del Gólgota misterioso. La policía carroñera había aterrado a los niños llevándolos a una morgue y a un manicomio con tronados que les hicieron burlas agresivas y estrafalarias. La propaganda de la policía federal aseguraba que el fenómeno Medjugorje era no más que un perverso montaje urdido por los franciscanos, los históricos amigos de los ustachas. Marija pudo leer en Sarajevo un titular de periódico que la identificaba como la hija de un fascista.
40 años (o la fe en cuarentena)
La Iglesia católica dictamina hoy por hoy que, globalmente, todas las apariciones marianas de Medjugorje responden a una «no constatación de sobrenaturalidad». En abril de 1991, en vísperas de la desmembración de Yugoslavia, la llamada Declaración de Zadar, aprobada en la ciudad dálmata por parte de la Conferencia Episcopal Yugoslava, dictaminó con calculadísima cautela que las supuestas apariciones de la Virgen no eran de origen sobrenatural. Aun así dejó abierta la posibilidad de que la mariología experta continuara con sus investigaciones.
Muchos años después, bajo el papado de Benedicto XVI, la llamada Comisión Ruini sí dio su plácet a la veracidad de las siete primeras apariciones en Medjugorje. Los incrédulos sin soborno posible tienen acceso a estas conclusiones. Aparte no se entiende, como advierte Zavala en su libro, cómo hoy no resulta accesible al castellano la enciclopédica obra —diecisiete volúmenes— que sobre Medjugorje escribió el mariólogo francés René Laurentin (distinguido, por otra parte, por la muy laica república francesa con la Orden Nacional de la Legión de Honor).
Por el lado jocoso (o simplemente morboso), al parecer la vida adulta de los niños videntes se ha visto enriquecida gracias al fenómeno Medjugorje (conferencias bien pagadas, intereses en agencias turísticas, hoteles en propiedad). Incluso el vidente Iván, a medias entre la iluminación divina y el gozo sobre tierra firme, acabó casándose con una Miss Massachusetts (por esto mismo muchos le concederán una credibilidad definitiva).
A falta del dictamen final de la Iglesia católica sobre los éxtasis que aún hoy provoca la presencia de la Virgen (caso de la ya adulta Mirjana), quienes aun siendo creyentes restan credibilidad marialógica al relato de Medjugorje argumentan sus dudas. Dicen que la Reina de la Paz se aparece muchísimas veces, lo que resulta contrario a la «tradición» de Fátima o Lourdes. Se trata de una Virgen María de lo mas parlanchina, cuando lo «normal» hubiera sido que se mostrase parca o sugerentemente críptica en sus mensajes y anuncios. Resulta repetitiva en sus mensajes de paz y en la necesidad de que se practique el ayuno, el rezo del rosario, la eucaristía, así como la lectura de la Biblia.
Sea como sea, el enigma de toda aparición de la Virgen no sería tal sin la fidelidad a un secreto que se revelará en el momento adecuado, siguiendo una cadencia que mueve o a la piedad o al terror. Los niños de Medjugorje afirman que la Virgen les confió diez secretos en una especie de pliego misterioso. Algunos de ellos han ido cumpliéndose mediante señales estratégicas. El 25 de agosto de 1981 muchas personas del entorno de Medjugorje creyeron ver la silueta de María junto a la cruz de Krizevac y unas letras en el cielo que decían MIR (paz en croata).
Los tres primeros secretos habrían hecho referencia al fenómeno Medjugorje, lo que vendría a probar la veracidad de estas apariciones. El sacerdote Petar Ljubicic, quien hoy frisa los setenta y cinco años, fue el clérigo elegido en su día por la vidente Marija como depositario de los diez secretos (se supone que también fue el ministro de Dios escogido por la Virgen). Muchos de ellos afectarían a catástrofes aún no reveladas, pero que irían teniendo lugar como en un venidero calendario de tinieblas. Uno se pregunta si alguno de estos secretos sería el advenimiento de la atroz guerra que asoló la antigua Yugoslavia de 1991 a 1999, de Eslovenia a Macedonia. La exégesis milagrera en torno a la guerra de Bosnia señala que el entorno de Medjugorje no resultó dañado en la bestial contienda, pese a los bombardeos aéreos del ejército serbio, realizados tanto el 7 de abril como el 8 de mayo de 1992 (uno de los proyectiles sí provocó un cráter sin víctimas en medio de la población).
Como quiera que sea, el caso es que uno se va de Medujgorje tal cual llegó. Esto es, andando de vuelta por la avenida de los cachivaches religiosos. La parroquia de San Jacobo (Santiago Apóstol) apenas merece una visita de cortesía práctica. Poco que reseñar. Nada llama la atención en su interior, ni siquiera la llamada capilla de las apariciones, donde a partir de primeros de 1982 la Virgen comenzó también a manifestarse a los niños iluminados (con o sin electrodos en la cabeza). En las bancadas del lateral piadosos y algún monje con hábito rezan con agradable discreción en horas de siesta. Uno de los supuestos mensajes de la aparecida apela a la oración constante. Nos acercamos a ver de cerca la imagen de la Virgen que preside la capilla. Se halla delante de un dosel verde agua y dorado. Una joven madre realiza sus oraciones de pie y su hija pequeña la distrae. Nos llevaremos de recuerdo este inocente detalle dentro de los millones y millones de aspavientos y gestos religiosos que deben prodigarse en el gran museo de Medjugorje.
Fuera, bajo el sol abrasador de la explanada, la gente se hace fotografías junto a una estatua blanquísima de la Virgen. La talla se realizó en mármol de Carrara por el escultor italiano Dino Felici (siguió para ello las cualidades físicas que le revelaron los niños videntes). Damos por bueno que la estatuaria mariana, tanto la de aquí como la que se halla en los gólgotas de Podbro, está hecha de valioso mármol y no responde a la lograda traza de un gran terrón de azúcar.
Otra estatua, próxima a la parroquia, se alza en mitad de un parquecillo artificioso. Lo preside la gran estatua de bronce de un Cristo resucitado, pero en postura de crucifixión. Es obra del artista esloveno Andrej Ajdic, regalo de sus piadosos compatriotas de Eslovenia (la primera exrepública en separarse de Yugoslavia en la Guerra de los Diez Días, justo hace ahora también curenta años). Quiso el artista reflejar a Cristo resucitando como predijo, separándose de la cruz recostada sobre la tierra. La fe —o la superchería— dice que de la rodilla derecha de Cristo caen inexplicables gotas de agua. Por supuesto los peregrinos hacen cola y empapan sus pañuelos en la milagrosa extremidad.
Mirando al cielo de todo este shopping mall, bajo el calorín de julio, sentimos cierta decepción. No se vislumbran señales por el paño azul que le ayuden a uno a recrear cómo fueron los bombardeos aéreos del ejército serbio en la primavera de 1992 sobre Medjugorje. Hay que creer que tal vez los pilotos —¿ateos? ¿ortodoxos serbios?— vieron señales de paz sobre los gólgotas, las cruces y los frisos del Via Crucis. A ojos de la Virgen supuestamente aparecida, la limpieza étnica y toda su barbarie ya habían empezado, como en Capljina, donde ya no existen apenas bosniacos musulmanes. Esto no es hoy ningún secreto.
No voy a valorar la frase «sumido durante años en la educación atea y el socialismo de tercera vía impuesto desde la Segunda Guerra Mundial» más allá de destacar sus falsedades: la educación en Yugoslavia era tan atea como lo es en Francia (era laica, atea era Albania), y la «tercera vía» nace a paritr de la ruptura con la URSS (1948) no desde la Segunda Guerra Mundial.
Sergej Kraigher no fue el «tercer presidente» de Yugoslavia, sino el «tercer pesidente de la Presidencia de Yugoslavia», cargo con más bien poco poder, de ahí que no entienda el calificativo de «hierro».
«regalo de sus piadosos compatriotas de Eslovenia (la primera exrepública en separarse de Yugoslavia en la Guerra de los Diez Días, justo hace ahora también curenta años).» Esta es de números: la guerra fue hace 30 años, no 40… e igual ese lápsus numérico le impide ver que según las estadísticas oficiales, los eslovenos son los más ateos de todos los yugoslavos.
Y digo yugoslavos a mala leche: en 1992 los pilotos eran del JNA, no era «serbios». De hecho la fuerza aérea serbia se crea en 2006, tras la separación de Serbia y Montenegro.
Lo digo porque un artículo que podía ser muy interesante tiene un estilo tan cargado que lo que creo que pretende es ejercer efectos pirotécnicos para cubrir toda falta de rigor. Y lo digo con conocimiento de causa: tengo 60 años, soy de Konjic (también en Herzegovina) y estaba por allí en esas fechas «haciendo la mili».
Comentarios así son los que me traen a Jotdown, Gracias!
Amén
Estimado Mose, me alegro que usted lea una crónica larga y elaborada en clave de detector de metales y erratas exclusivamente. Obviamente el lapsus numérico es evidente. Pero creo que es hilar demasiado fino en otras cosas, como lo del tercer presidente o lo de a partir de la IIGM. El lapsus viene porque se cumplen 40 años de Medjugorje y 30 del inicio de las guerras de desmembración en la ex Yugoslavia.
Si sabe leer entrelíneas y con sutileza –y no en plan científico exclusivamente– verá que hago una elucubración sobre si los que bombardearon Medjugorje fueron pilotos serbios o no. Por supuesto que eran pilotos del JNA, yugoslavos sin distinción de nacionalidad, los mismos que arrasaron Vukovar.
Está muy bien hablar de falta de rigor cuando hay tropecientos datos que usted no me ha rebatido. Pero ya puestos, pues diviértase. Si mi estilo es envarado, pues aquí no puedo hacer nada, lo siento. Pero tengo en cuenta su valoración.
En cualquier caso, gracias por sus apreciaciones. Me gustó mucho su ciudad natal, Konjic. Y el búnker de Tito. Pero claro, no estoy preparado para hablar de ello con rigor.
Yo no me lo tomo a mal, de veras. Pero convendrá en parte en que a veces mucha gente lee las cosas con prejuicios o con intenciones rigoristas en exclusiva, sin contar con la elaboración de la pieza escrita en sí.
Con todo, gracias por sus matizaciones e, incluso, me gustaría conocerle algún día por aquello de que hizo usted la mili «allí».
Señor Mose, deje de agarrásela con papel de fumar por un par de erratas.
La frase de San Pablo es: «Certa bonum certamen fidei» – «Pelea el buen combate de la fe» – (1Tim 6, 12).
La misma nos urge a sostener, con la gracia de Dios, la lucha espiritual personal y a conquistar las almas, para que Cristo reine no sólo en los individuos sino también en la sociedad.
Atentamente.