Mira, míralo. Otra vez, si es que no para, lleva así tres años. Con esos ojillos, con esa pinta de superioridad. Espera que no vaya a darle dos hostias. Espera, espera…, esto no tiene final bueno, no.
En fin, que al vecino se lo odia. Es así. Tranquilos, queridos lectores, no se alarmen; algo natural, no pasa nada. Te pilla cerca, cómodo, casi una tradición. Una que aparece en todo el mundo, ojo, no vayan a pensar mal de sus paisanos. Así que, ¿por qué no traspasarlo al fútbol? Oh, sí, los derbis, esos partidos donde personas que viven en el mismo edificio acaban discutiendo a gritos y jurándose odio eterno. Los hay por todo el mundo. Y muchos, además, esconden historias alucinantes. Pasen, pasen, nosotros les contamos algunas.
Ah, y no lo olviden: pueblos pequeños, infiernos grandes.
Aquel bonito condado en la campiña
Caballos.
Todo empezó con caballos. Y hace un montón de tiempo, además. Vean, vean.
Año 1778, Inglaterra. Una cena de amiguetes. Pero amiguetes importantes. Lores y esas cosas. Vamos, que no había calimocho, sino brandi del bueno, purazos y calzas bien blanquitas. Pero, y esto es lo importante, al final somos todos iguales y allí los tipos hablaban de sus cosas. Qué guapa salió la condesa de Burgocochino. Qué gordaco se está poniendo el baronet de Villafilfa. ¿Y el hijo de Wesley? Dicen que es un chaval avispado. Ese tono. Y lo otro. Lo otro. Bravuconadas, apuestas, desafíos. «No hay huevos». «Aguántame el cubata». Así.
Allí brota la idea. Que si mi caballo es más rápido que el tuyo, que si tengo una yegua que corre como el viento. Al final la cosa sube de tono —al menos como suben de tono las cosas entre aristócratas, es decir, con palabras largas y referencias al árbol genealógico— y se toma una decisión: dos de ellos organizarán una carrera para ver quién tiene la cuadra más valiosa. Apretón de manos. Oye, ¿y cómo vamos a llamar al asunto? Nuevas dudas. Tiremos una guinea al aire y que el azar decida. La suerte sonríe a sir Edward Smith-Stanley —ya ven, nombre como para repartir pizzas a domicilio—, que era duodécimo conde de Derby. Así que con «Derby» se quedó el asunto. (Fuimos afortunados, porque el otro socio era sir Charles Bunbury, y soportar un «Bunbury» cada poco tiempo podría haber sido una turra importante).
Unos cuentan que aquella primera carrera la ganó Bridget, elegante yegua propiedad de Derby. Y que después el tema se oficializó, y la edición inaugural «a gran escala» se celebró en el hipódromo de Epsom, en pleno Surrey, que es algo tan inglés como los monóculos o la comida regular. Allí se impuso Diomed, caballito de Bunbury. Otros, más taimados, dicen que todo es mentira, y que la tal Bridget no hizo nada, y que todo se comenta por embellecer la historia. Vayan ustedes a saber. Ah, el Derby de Epsom se lleva celebrando de forma continuada desde 1780. Siempre tiene lugar el miércoles antes de Pentecostés, y es una locura de competitividad, pasta a mansalva y sombreros extravagantes.
La cosa es que, por mucha hidalguía que cargues en la sangre, la honrilla personal siempre está ahí. Qué coño, igual hasta más, si vas de aristócrata por la vida: miren todo el asunto ese de los duelos. Dicho de otra forma, que había piques. Piques gordísimos. Piques que eran mayores cuanto más cerca estaba la yeguada del contrario, porque no hay nada que joda como ver ganándote a quien comparte lindero contigo. De los otros puedes soltar injurias. Su forraje, que es más tierno. Sus campos, que son más llanos. Su estiércol, que es más oloroso. Pero el otro, el que cría a pocas millas de ti… A ese tienes que machacarlo, hombre. Así que se empezaron a formar piques. Pequeños derbis dentro del Derby.
Como pueden ustedes imaginar, el salto a otros deportes era cuestión de tiempo. Un concepto fácil de comprender por cualquiera —chinchar al vecino es aspiración universal— y muy vendible —¿quién no tiene un conciudadano cabrón?—. Primero en el rugby, y en el fútbol más tarde. Dicen que el primer derbi futbolero tuvo lugar en Sheffield, entre el Hallam F. C. y el Sheffield F. C. allá por 1860. El segundo tiene laureles reconocidos como primer club del mundo, pues lo fundaron tres años antes. Ya ven, aquí andábamos con Narváez y Peñaranda y por Inglaterra ya pasaban las tardes sacando equipos de balompié. Por si les interesa ampliar, el primer derbi (la RAE ha castellanizado esa palabra) al sur de los Pirineos lo jugaron el Barcelona y el Espanyol. Fue en 1900, en el campo del hotel Casanovas. Empate a cero, apunta a coñazo.
¿Quieren una paradoja? El equipo de Derby, ciudad, es el Derby County. El único. Que no tienen otros allí, al menos de una cierta categoría. O, dicho de otra forma, en Derby no hay derbi. Qué salados, estos British…
Religión, política y pelotas de fútbol
El problema de enfrentarte con el vecino no es que lo veas a diario —que también—, o llegar el lunes a la oficina y aguantar al gracioso de turno comiéndote la oreja grotescamente. Eso jode, pero nada más. Lo grave son otras cosas. Cuando el tipo que nació en tu misma ciudad es, directamente, enemigo tuyo. Por bandera, por religión, por política, por historia. Ya ven, qué cantidad de palabras de esas que algunos ponen en mayúsculas. Acá van todas con letra chica…
El caso más conocido seguramente sea Glasgow, con su derbi interminable, al que todos llaman Old Firm. Desde mayo de 1888 llevan enfrentándose allí el Rangers y el Celtic. Instituciones que iban más allá, mucho más allá, del simple fútbol. Otros deportes, sociedad, vida en común. Ser de uno u otro equipo no era algo que escogieses, sino que te llegaba de cuna. El Glasgow Rangers era un equipo de protestantes, identificado con las clases más altas de la ciudad, anglófilo, contrario a cualquier cosa que oliese a secesión al norte del muro de Adriano o más allá de Moyle. Enfrente, el Celtic. Marcando desde el mismo nombre. Fundado por un sacerdote irlandés en una iglesia. Católico hasta el mismo tuétano. La idea fue recaudar dinero para obreros pobres que habían cruzado el canal buscando una vida mejor en los astilleros. También, claro, alejarlos de tentaciones, del alcohol, el juego, las pendencias. Orgullo de raíces, visión social. Era el club de las clases bajas, el que exhibía por igual banderas de Escocia o Irlanda. Lo contrario al Rangers. Dos comunidades que se enfrentan. En los últimos años la cosa se ha calmado un poco, pero tradicionalmente era uno de esos partidos que son, siempre, mucho más que un partido.
En Belgrado tienen su Derbi Eterno. El Partizan contra el Estrella Roja. Aquí ocurre algo curioso, y es que los ultras de ambos equipos comparten plenamente ideario político. Ultranacionalismo, querencia por la extrema derecha, facilidad para resolver las cosas por la vía menos diplomática. La clave es esto último. Lo de la violencia, vaya. En otras palabras, que es uno de los eventos más conflictivos de toda Europa. Sumen a eso la participación que ciertos grupos vinculados al fútbol tuvieron en las guerras de la antigua Yugoslavia y les queda un cóctel de lo más simpático.
En Nicosia el tema está más dividido. Históricamente, incluso. ¿Eres del APOEL? Pues representas a la élite fascista y opresora. ¿Tifas por el Omonia? Vives en un barrio de esos de no caminar por las noches, te lavas poco y tiendes al comunismo, rojazo, que eres un rojazo. A esto hay que sumar el hecho de que podría haber más equipos en Nicosia, pero la ciudad está dividida por una frontera de esas tan raras que casi nadie conoce, y que separa la parte turca y la parte chipriota de esa isla. Vamos, que siguen oficialmente en guerra, y mejor no ir de un sitio a otro. Un lío.
Ojo, que a veces hasta los enemigos más irreconciliables se pueden unir. Sucedió en Estambul, por ejemplo. Allí el derbi clásico enfrenta al Fenerbahçe y al Galatasaray. Política y geografía. El Galatasaray lo fundan jóvenes universitarios, pijillos que viven en la parte europea. Al otro lado del Bósforo brota el Fenerbahçe, con raíces mucho más humildes. Como los turcos son de natural calientes, este partido era uno de los más calientes y conflictivos del mundo… hasta 2013. En ese año, ambos equipos apoyaron las manifestaciones contra el Gobierno que se estaban llevando a cabo en la Plaza Taksim (también hizo lo propio el Beşiktaş, otro club de la ciudad). Pelillos a la mar, todos colegas, al final no era para tanto lo del fútbol. Quien no se lo tomó demasiado bien fue Recep Tayyip Erdogan, personaje conocido por su escaso sentido del humor. Así que decidió promocionar públicamente al Başakşehir, que representa a un barrio cuqui, muy conservador y con sus zonas verdes, surgido a las afueras de Estambul en 1995, cuando el alcalde de la ciudad era… oh, vaya, qué casualidad, el mismo Recep. Ya ven, todo sorpresas. Un espacio modelo para un club modelo que nunca iba a ponerse en contra de su presidente modelo. Política y fútbol. Eso sí, fichando a gente como Robinho, Adebayor o Arda Turan no sé yo qué futuro tienen.
Mi Buenos Aires querido…
En América Latina la cosa también tiene su importancia, claro. Allí son, digámoslo así, pelín apasionados. Con lo suyo. Sus colores, su cuadra, sus chicos. Lo que da lugar a rivalidades históricas, irreductibles, de esas que jamás van a terminarse. El Clásico Paisa, por ejemplo, entre el Nacional y el Deportivo Independiente. Medellín. Busquen, busquen, ya verán qué de relatos. La gracia del asunto —es frase hecha, gracia no tiene ninguna— es que aquí la figura de Pablo Escobar resulta omnipresente, claro. Unos cuentan que si se compró él solo una Copa Libertadores para su amado Atlético Nacional (año 1989, quizá quieren rastrear el asunto). Su hijo, por el contrario, sostiene que el patrón era hincha del Independiente. «Solo había dos opciones que llevasen el nombre de Medellín, y él escogió esa». A partir de ese fallo, monta toda una teoría sobre la base histórica de quienes hablan…
En Brasil tienen varios de estos derbis, porque su fútbol está polarizado en dos grandes ciudades (Sao Paulo y Río de Janeiro) y ningún equipo ha monopolizado títulos a lo largo del tiempo. Quizá el más conocido sea el Corinthians contra el Palmeiras, que llaman Derbi Paulista y se ha jugado más de trescientas cincuenta veces. En la ciudad carioca destaca el Flamengo-Fluminense (Fla-Flu, como ustedes comprenderán), que arrastra hasta sus raíces políticas, donde el primer equipo representa a las clases populares de Río y el otro está compuesto, tradicionalmente, por descendientes de británicos, jugadores de polo y otros esnobs por el estilo. En Uruguay encontramos el derbi más antiguo de todos los que se celebran en América, pues nace con el mismísimo siglo XX. El Peñarol y el Nacional también mantienen tensiones desde su mismísimo origen, puesto que el primero se formó, sobre todo, para asueto de los ingleses que trabajaban en la Central Uruguay Railway, mientras que el Nacional era, como su propio nombre indica, un club orgullosamente criollo. La misma historia se repite en todos sitios, ya ven.
Al otro lado del Río de la Plata aparece el Clásico Platense. El Estudiantes contra el Gimnasia y Esgrima —que es uno de los nombres más acojonantes que existen para un equipo de fútbol, justo por detrás de Cultural y Deportiva Leonesa—. Anécdotas por doquier, claro, porque los argentinos son muy suyos para estas cosas. Helicópteros que vuelan a ras de césped para secar el terreno de juego, equipos que siguen jugando con once después de una expulsión y nadie protesta (las dos cosas pasaron en 1986, debió ser un derbi interesante para ver por la tele), Bilardo repartiendo patadas por doquier, Hugo Gatti con la nariz vendada… Fútbol argentino en estado puro.
Pero ustedes lo están esperando, redoble de tambor…, el grande entre los grandes. Ese derbi que todos quieren disfrutar y muchos no se atreven a ver en directo. El termómetro más genuino del país. De su economía, de su sociedad, de lo que nos avergüenza y de lo que nos enorgullecemos. El River-Boca. O Boca-River, no se me enfaden.
La locura. Otra vez con toque social al asunto. El River Plate nace siendo más elitista, con un toque British. El Boca Juniors, por el contrario, representa, o eso dicen ellos, a las clases populares del barrio de la Boca. Primer derbi en 1908. El segundo, ese mismo año, llevó premio: quien gane se queda con once libras esterlinas. Victoria de River y para allá que se fueron los metales y un apodo que aun dura: «Millonarios». Ojo, algunos dicen que, si les llega en los años treinta, después de que fichasen a Carlos Peucelle por diez mil pesos. En fin, historias.
De esas tiene a cientos el derbi de Buenos Aires. Tantas que hasta lo han llamado «Superclásico», porque, si nos ponemos grandilocuentes, hagámoslo como es debido. El día que Di Stéfano jugó como portero. O el día que Di Stéfano campeonó con Boca (desde el banquillo). Cuando al capitán de los «Xeneizes» lo expulsaron por celebrar un gol, no vaya a ser que se nos pusiera violento el público. Maradona y Fillol. Pasarella y Gatti. La casa de Ruggeri ardiendo justo después de que anunciase su fichaje por el River, proveniente del Boca (casualidad). También dramas. Setenta y un muertos en 1968, por avalanchas. Gas pimienta en 2015. Y la más reciente. Año 2018. Cuando el Boca y el River jugaron la final de la Copa Libertadores en… Madrid. El partido se había pospuesto hasta en dos ocasiones por problemas de seguridad. Tiempos de redes sociales, bengalas pegadas a los niños, autobuses apedreados y emboscadas por doquier.
Tan cerca estás, delicioso enemigo…
Muy entretenido, pero Galata y Fener están en el mismo lado del Bósforo. En lados opuestos del Cuerno de Oro, eso sí.