Ciencias

Científicas: lo que nos habríamos perdido sin ellas

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Nuestro tiempo pone especial empeño en hablar del papel de la mujer en la ciencia porque durante siglos se las ha borrado de la historia. No las encontramos en las estatuas de las plazas, apenas en los libros de historia, y solo recientemente se las muestra como ejemplo en las escuelas. Es un ejercicio de invisibilidad que solo afecta a la memoria, porque no elimina sus aportaciones científicas. Pero qué pasaría si borráramos también su ciencia.

Probemos a imaginar un presente alternativo donde no existirían aún muchas de las tecnologías cotidianas a que nos hemos acostumbrado. Como ordenadores, teléfonos móviles de bolsillo, o señal wifi. Para eso nos bastaría eliminar el trabajo de Ada Lovelace, Hedy Lamarr y Jess Wade. Apenas tres de las muchas mujeres que superaron las dificultades para estudiar e investigar que les pusieron sus sociedades, por haber nacido con un género al que no se consideraba capaz de hacer grandes descubrimientos.

Antes de comenzar aclaremos que eliminar un descubrimiento de la línea temporal, al más puro estilo de la ciencia ficción, no supone que no llegara a producirse. En los hallazgos de las investigaciones científicas suele importar tanto el genio del individuo o del equipo como las condiciones del momento histórico y el conocimiento acumulado. Las aportaciones de nuestras mujeres científicas cambiarían de fecha, para ser hechas por otras mujeres u otros hombres. Eso sí, toda la historia, tal como la conocemos, se pondría patas arriba, y nada de lo que somos o pensamos sería igual. Es el verdadero precio de invisibilizar a personas por su género en lugar de valorarlas por su cerebro.

No descubrimos América ni circunnavegamos el globo

Al menos los españoles no, y tampoco los portugueses. Fue en parte el dominio musulmán de la península ibérica lo que nos convirtió en los mejores navegantes del mundo. El conocimiento acumulado por romanos y griegos fue conservado por el imperio islámico, y más tarde reintroducido en Europa por el contacto con los reinos cristianos. Siglos más tarde, cuando portugueses y españoles avanzaran hacia el sur, explorando las costas de África, lo harían con la versión de una herramienta tecnológica, el astrolabio, mejorada por la matemática y astrónoma Hipatia de Alejandría.

La mayor utilidad del astrolabio en navegación era calcular la altura de objetos elevados, las estrellas, y su distancia a ellas, lo que permitía al barco seguir una ruta trazada. Hipatia lo hizo más preciso, y seguía siendo esta versión mejorada la que usaron tanto Cristóbal Colón como Magallanes y Elcano en su vuelta al mundo. Ella fue una de las mayores científicas del Imperio romano final. Neoplatónica, maestra, y de las primeras mujeres matemáticas de la historia. Sus tratados de geometría, álgebra y astronomía fueron vertidas a los tratados de los científicos islámicos Alfarganí, Alzarcalí, y Albatani, que a su vez serían la fuente de conocimiento de la que partieron Copérnico, Tycho Brahe, Kepler, Galileo y Newton.

Y por cierto, lo de que estaba al frente de la Biblioteca de Alejandría cuando se destruyó es simplemente un mito. Para cuando nació Hipatia llevaba muchos años reducida a cenizas.

No existirían los pisos por encima del décimo

Una de las aplicaciones más importantes de las matemáticas para nuestra vida diaria es la teoría de la elasticidad lineal. Permite calcular cuánto se deformarán los materiales por soportar pesos y cargas, para que las construcciones de arquitectos e ingenieros no se vengan abajo. Esta aportación resultó fundamental para la Escuela de Chicago, que realizó los primeros rascacielos, y a partir de la cual los países competirían y compiten por erigir los edificios más altos del mundo. Algo que nadie hubiera podido hacer sin el teorema de Sophie Germain, que lleva el nombre de la matemática cuyas aportaciones a la teoría de números y teoría de la elasticidad influyeron de manera determinante en el desarrollo de la matemática moderna.

Y de manera aplicada, al cálculo de estructuras. Antes de poder hacerlo ningún edificio podía superar los diez pisos de altura —a menos que, como las pirámides, no fuera hueco por dentro—. Tampoco el acero permitía apilarse sin deformar su base, y por eso los nombres de los grandes científicos franceses que habían contribuido a hacerlo posible fueron incluidos en la torre Eiffel. Ni se les ocurrió que junto a ellos debiera figurar Sophie Germain. En vida, cuando por fin le otorgaron el reconocimiento que merecía, no acudió a recoger el Premio Extraordinario de la Academia de Ciencias, harta del desprecio a que la habían sometido sus colegas hombres toda la vida.

Hoy, en desagravio, el Instituto de Francia concede el premio Le Prix Sophie Germain al investigador que haya realizado el trabajo más importante en matemáticas a petición de la Academia de Ciencias.

No tendríamos auriculares inalámbricos ni conexión wifi

Nosotros identificaríamos el comportamiento de su marido como un caso de violencia contra la mujer, pero a principios del siglo XX solo era un hombre celoso. La llevaba a todas sus cenas de negocios para asegurarse de tenerla controlada, y el resto del tiempo la mantenía encerrada en casa. Ella aprovechó ese encierro para continuar sus estudios de ingeniería, y las reuniones con empresarios para aprender cuanto pudo sobre los avances tecnológicos de los clientes y proveedores de su marido. Que era suministrador armamentístico de Hitler y Mussolini, y fue nombrado ario honorario… a pesar de ser judío. Cuando logró huir de él, puso toda esa información en manos de los aliados para ayudarles en su lucha contra los nazis. Pero su solicitud para trabajar además como ingeniera en el esfuerzo de guerra fue rechazada.

Así que lo hizo por su cuenta. Le preocupaba que el punto más débil de la contienda fueran las comunicaciones por radio entre barcos y aviones. Resultaban fáciles de espiar, y accidentes geográficos como montañas o valles, e incluso tormentas, podían interrumpirlas. Queriendo solventar estos problemas, ideó el sistema de transmisión por salto de frecuencia. Y lo patentó en 1942 junto al músico George Antheil, que le había ayudado a resolver el problema de la sincronización. El nuevo sistema tenía la capacidad de guiar torpedos para destruir los submarinos alemanes, sin que pudiera interferirse su señal, pero nunca llegó a usarse en la guerra. Para ser completamente útil necesitaba desarrollos tecnológicos que aún no existían. Sus inventores no llegaron a recibir ni un dólar por su patente. Desanimada, abandonaría el proyecto.

Pero tres años después de que la patente caducara, en 1962, el ejército estadounidense comenzó a desarrollar este sistema, mejorándolo con el uso de transistores. Luego, en la década de 1980, cuando se permitió su uso civil, hizo posible el desarrollo de la tecnología Bluetooth y del wifi, con todas las implicaciones que conocemos.

Esta ingeniera se llamaba Hedy Lamarr, y fue rechazada para trabajar directamente con el ejército porque era una cara bonita. La actriz más bella de Hollywood en los años cuarenta, musa de Cecil B. DeMille y King Vidor, demasiado guapa como para además ser inteligente. Para colmo había firmado su patente con su apellido de casada, y eso hizo que tardáramos mucho tiempo en saber quién inventó el sistema del que todavía siguen explorándose posibilidades y desarrollando tecnologías. Hasta 1997 no comenzaron a reconocerla, concediéndola el Pioner Award, que no acudió a recoger, recibiendo la noticia con un escueto comentario: «Ya era hora».

Houston, ya no tenemos ningún problema

Porque los Estados Unidos no hubieran podido viajar al espacio. No hablemos de pisar la Luna, sino simplemente de orbitar en torno a la Tierra una nave tripulada. Una de las mayores dificultades a la que se enfrentaron los científicos espaciales estadounidenses fue a los cálculos para regresar. Apenas habían hecho vuelos suborbitales cuando recibieron la noticia de que los rusos ya habían puesto un hombre en órbita, Yuri Gagarin, que había vuelto además a Rusia con éxito. Y si la carrera espacial no la ganaron los soviéticos fue porque había una persona en la NASA con una enorme determinación. A la que no bastaba ser una brillante matemática y física, porque además de ser mujer era negra. Con enorme determinación se empeñó en ir a las reuniones de los ingenieros, algo que no era habitual pero que, como le dijeron, no estaba prohibido.

En una de aquellas fundamentales reuniones Katherine Johnshon pidió al equipo de ingenieros de la NASA que le dijeran dónde y cuándo querían que su nave aterrizara en la Tierra, y ella les indicaría cuándo debía despegar. Y no se quedó ahí. Los cálculos de Johnsonn supervisaron los de los primeros ordenadores empleados por la agencia espacial, y también fue ella quien hizo los cálculos del Apolo 11 para llevar al hombre a la Luna. Incluso después de aquella famosa frase, recibida con un escalofrío en el centro de control Tierra, «Houston, tenemos un problema», ayudó con los procedimientos para que la nave y su tripulación volviera sana y salva.

No sorprenderá que fuera no la primera mujer, sino la primera persona, en escribir un manual para viajar al espacio.

Viviríamos sin CSI ni series sobre investigaciones forenses

Los guionistas tendrían que borrar todas esas situaciones en que el análisis de ADN permite identificar a la víctima. Cuando vemos ese primer plano de rostro satisfecho del actor protagonista porque ha encontrado entre los restos un copo de caspa del asesino, ignoramos que podrá ampliar millones de veces la cadena de ADN para ser analizada y comparada. No importa lo pequeña que sea la muestra, o lo dañada que esté. Podrá hacerlo a temperatura ambiente y menos de una hora gracias a la científica española Margarita Salas, que ideó el método phi29. Su patente ha sido la más rentable en toda la historia del Centro Superior de Investigaciones Científicas, CSIC. Se ha aplicado en laboratorios e investigaciones médicas y antropológicas de todo el mundo, en el análisis de los restos de homínidos, para el avance de la mayoría de ramas de la ciencia, y, naturalmente, en la persecución del crimen.

Estos son apenas unos ejemplos de lo que ocurriría si restáramos a la historia desarrollos científicos esenciales hechos por mujeres. Hay muchas más, y cada una de ellas resulta fundamental. Ada Lovelace, primera creadora de un ordenador y un software para operarlo, sin la cual los PC hubieran tenido que esperar mucho más para aparecer. Sin Marie Curie, ni tratamientos radiológicos contra el cáncer ni energía nuclear. Sin la pionera y maestra española Ángela Ruiz Robles, el libro electrónico. Sin Donna Strickland, las aplicaciones del láser, desde cirugía a escaneo del código de barras.

Además de ser mujeres, todas ellas tienen en común haber usado intuitivamente lo que hoy se denomina STEAM. El nuevo modelo de aprendizaje donde ciencia, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas se aprenden de forma interdisciplinar. Que además se esfuerza en fomentar la vocación por igual en hombres y mujeres, para que podamos seguir avanzando hacia mejores y mayores metas en la historia humana.

Son muchos los esfuerzos para poner las bases de esa sociedad más diversa y mejor preparada, visibilizando a científicas que han roto con los estereotipos de género. Casio también ha querido sumarse pidiendo a catorce ilustradoras excepcionales que aportaran su visión sobre dieciséis grandes científicas. Sus trabajos decoran la serie de calculadoras científicas ClassWiz y forman un conjunto de recursos dirigidos al talento en STEAM, para la educación en casa y en la escuela. Como los póster descargables en científicas Casio.

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3 Comments

  1. E.Roberto

    Muy bueno, Don Martín por esta divulgación y el lugar reconocido y de honor que le correspondería a las mujeres, y no solo a aquellas científicas. Solo una cosa con respecto a Katherine Johnsohn que me ha desorientado un poco. Usted habla de la Apolo 11 que los llevó a la luna, pero esa frase, según la pelicula de Tom Hanks y la historia si no me equivoco, la dijeron desde la Apolo 13 cuando explotó un tanque con combustible y tuvieron que regresar sin poder alunizar. Recordé aquella escena en la cual el centro Houston llama a todos los implicados para hacerlos volver sanos y salvos, pero eran todos hombres, y blancos. Por lo demás, perfecto. Gracias

    • Martín Sacristán

      Toda la razón, Eduardo, aunque más que una errata esta vez es mi texto, que lleva a confusión. La frase de la peli es histórica además, y si no hubiera sido por Katherine Johnsonn es muy probable que hubieran muerto en la vuelta a la Tierra. La científica contribuyó a los cálculos de estas misiones Apolo, la XI y la XIII, y a muchas más en la NASA, pero gracias por tu apreciación. Te confesaré una cosa además, cuando lo he visto medio he gritado ¡me cago en la leche! porque suelo liarla siempre con los números, sufro una especie de dislexia mental en que siempre cambio las cifras. (Cuando quedo con un amigo en el número 92, siempre acabo en el 29…). Abrazo.

  2. Pingback: ¿Qué mujeres fueron las inventoras de estos ingenios? - Jot Down Cultural Magazine

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