Tiene veintidós primaveras y ha ganado más Tour de Francia que nadie con esa edad. Más que nadie. En toda la historia. Si lo del año pasado pudo parecer un cúmulo de factores (la crono, Jumbo gestionando mal sus fuerzas, no estar tan vigilado a priori), Tadej Pogačar ha demostrado en este 2021 que el futuro lleva, a priori, su nombre. Venció y convenció, dejando solo migajas para sus rivales. De las últimas seis Grandes Vueltas los eslovenos suman cuatro, más dos pódiums y un buen puñaduco de etapas. Francia, España, Suiza o Italia contemplan el asunto con cara de «a mí no me mire, yo vivo de las rentas».
Es un tiempo nuevo, distinto. Uno que parece tener, ya, su emperador.
Pim, pam, Pogačar
Volvía el Tour a sus fechas de julio, después del agosteño 2020. Digamos que la Grande Boucle tampoco vio mucho cambio (no tanto, al menos, como los crepusculares Giro y Vuelta), pero siempre satisface retornar a lo clásico, aunque sea por superar (un poco) todo aquello que fue…
En lo deportivo… duelo claro. Los eslovenos, que no sé yo qué les daban en el desayuno allí pero, oigan… implacables. Donde van imponen su ley. Muchas veces arrasando, porque ya que estamos… Entonces un Pogačar vs Roglič. El segundo tiene mejor equipo (aunque hace un año lo usó de forma deficiente), el primero defiende título y es Mozart dando pedales (por utilizar una comparación que jamás nadie antes ha usado). Parecen varios puntos por encima y bastante nivelados entre ellos, así que la cosa pinta bastante bien. Por debajo, variedad. Ineos, que no tiene líder porque trae cuatro líderes. Ninguno le llega cerca de los eslovenos, pero igual atacando en conjunto… no sé, las Tortugas Ninja ganaban un montón cuando actuaban así. Luego está Movistar, con MAL y Mas, que parece una comedia de Mediaset (y tiene guion parecido). ¿Atacará alguna vez Enric? ¿Completará López una primera semana sin incidentes? Spoiler: no a ambas. Urán, que busca su cuarto pódium en una Grande sin haber propuesto nunca nada (pero Urán es majete, no nos cebemos). Kelderman, Gaudu, veteranos como Nibali… A ver, seamos serios, estamos rellenando la lista, porque reducirla a un par te la deja así como corta. Imaginen que, por cualquier azar, se retira uno de ellos a las primeras de cambio… ¿qué nos queda?
Pues eso.
Primera semana. ¿En pocas palabras? Quizá la más espectacular en muchos años. Tampoco vamos a decir la mejor, porque igual algún amargadete saca velocidades medias o chorradas similares, pero en cuanto a diversión una delicia. Recorrido, variedad y ganas (sobre todo esto, porque lo anterior sin ganas se queda en rechinar de dientes y juramentos por lo bajo). Veamos.
Empezó el asunto por Bretaña, que es la tierra de Bernard Hinault y tiene carreteras acordes a Le Blaireau. Ásperas, peligrosas a ratos, ni un tramo recto, curva, contracurva, mira unos cromlechs, subidita, bajada, mira Brocelianda, curva, frenazo, arrancar, joder, huele desde aquí el Atlántico, repecho, desnivel. Bernard sonríe, los ciclistas no tanto. Digamos que en Bretaña vimos caídas. Bastantes, aunque tampoco una cosa loquísima, porque aquí no teníamos aceite en el suelo, ni descensos mal asfaltados, ni peligros distintos a los que todos ya conocían antes de salir. A ver, sí, apareció una señora superempeñada en hacer el idiota que se llevó por delante a Tony Martin (y a unos cien tíos más), pero eso es un accidente que, por desgracia, ocurre casi cada año. Sucede que en una de esas pillaron a varios favoritos. A Porte, que meh, a Lopéz, que bah, pero también a Roglič, que este sí. Y, claro, si dijimos que la cosa era de dos y uno se escoña a las primeras de cambio pues… El esloveno siguió con pinta de Imhotep revivido, pero echó pie a tierra en los Alpes. Edición fuera y el absurdo feeling de que, coño, el año bueno era 2020, qué nos pasó entonces, cómo se nos pudo escapar…
Claro que eso es la general, y aun no sabíamos lo que iba a pasar en Romme, así que disfrute ufano y sincero. Alaphilippe, que pilla el amarillo con una arrancada muy bruta. Van der Poel, que ataca dos veces en el mismo Mûr y se pone ese maillot que su abuelo nunca pudo oler («me sobran trece», dijo Anquetil en Puy-de-Dôme). Sagan desaparecido, Ewan para casa, Merlier que gana y pena, los esprints en cuadro. El espectáculo de Le Creusot, con los clasicómanos (y los especialistas en ciclocross, y los bajadores, y el sursum corda) atacando a doscientos kilómetros de meta, pillando minutos como los niños pillan regalices cuando tienen medio euro y metiendo desgaste a lo loco. Porque eso también cuenta, amigos, y Le Gran Bornand no se explica sin el día antes, a ver si nos enteramos.
Y luego está él. Tadej el terrible, que es como Conan el bárbaro, pero en pelirrojo. Combo entre contrarreloj y montaña digno de los más grandes. Primero sobre la cabra. Golpe certero. ¿Definitivo? Pues no aún, porque queda mucho, y a lo mejor el chico flojea para arriba. Pero oigan, viendo cómo anda Roglič y la identidad de sus antagonistas… en fin. Vale que nos hagamos ilusiones, pero…
Todo saltó por los aires en Romme. Cuando aún quedaban treinta kilómetros hasta la meta, que en los tiempos que corren es casi la distancia entre Moscú y Vorónezh, donde el ovni. Primera etapa de los Alpes. Frío, lluvia, trocitos de algodón pintarrajeados por entre montañas enormes. Allí atacó Pogačar y allí quedó sentenciado el Tour 2021. Fue una demostración de otro tiempo, algo inédito desde… no sé, igual desde Hinault, por volver a la referencia. Porque lo hizo sin necesidad aparente, porque contemporizó lo justo. Salida violenta, ritmo imposible de seguir para nadie. Epatante. Ayudan, insistimos, los otros. Cuando uno es tan consciente de su superioridad resulta más sencillo lanzarse a aventuras.
No quita méritos, ojo, porque de ello no tiene culpa Pogačar. Detrás se le juntaron un montón de tipos que sacrificarían a Mofli, el último koala, por un puesto en el pódium. Kelderman, Enric Mas, Urán, Lutsenko, Gaudu. El mismo pedigrí que cualquier plantilla de la Gimnástica en los años ochenta y noventa, para entendernos. Vamos, que exhibición de tira tú que a mí me da la risa, yo es que llevo gregarios delante, a mí es que me ha salido un grano en el antebrazo anteayer… Lo intentó Carapaz y salió escaldado. Al día siguiente ídem. Dura lección.
Y eso. La etapa fue para Teuns, y en Tignes ganó O’Connor, pero nadie se engaña… Pogačar ha sentenciado esto. Queda por ver, únicamente, por cuantos años.
No me toquen al Caníbal, silvuplé
La segunda semana del Tour se resume en tres nombres. Nada más (y ninguno es Mas). Qué quieren, yo no hago recorridos ni pedaleo por ellos (y menos mal… lo uno por sádico, lo otro por grotesco). Digamos que el asunto pintaba a ello, así que poca sorpresa por ahí. Chicha escasa, etapas de esas con trampas que no suelen entrampar a nadie (y si lo hacen es en la Vuelta, que lleva unos años loquísimos con estas cosas) y sensación de tener el asunto amarrado, al menos por el primer puesto. Vamos, que siete días muy majos, simpáticos, encantadores… pero es que te veo solo como amigo. No te importa, ¿a que no?
Entonces tres nombres, dijimos. A saber: el esprínter, el pescatero y el agricultor. Veamos.
Que Cavendish no es alguien de fiar lo saben bien quienes leen Hellboy. En fin, por su culpa mataron a Trevor Bruttenholm, que era un tipo de lo más simpático y con una perilla así, como graciosa. Pero supongo que todo esto ustedes lo conocen, ¿no? Digamos que Mark Cavendish no parece tener relación directa con el otro (Mark es de la isla de Man, mientras que Cavendish Hall se levantó en Estados Unidos), pero su rentrée en el Tour de Francia también ha tenido algo de lovecraftiano. Porque Cavendish igualó en esos siete días un récord que estaba vigente desde 1975. Más etapas ganadas en la Grande Boucle, nada menos. Eddy Merckx, nada menos. Que Cavendish supere a Eddy Merckx en cualquier cosa relacionada con dar pedales es como si Arturo Pérez-Reverte queda finalista del Planeta siendo Paz Padilla ganadora. También les digo, pagaría bastante por ver esa entrega de premios. Y eso, que al belga tampoco le hizo gracia, y estuvo algo arrogante con el asunto, pero es que si Merckx no puede ser arrogante… entonces quién.
Segundo nombre. Cuesta al principio, pero si lo van diciendo así, despacito, pues sale. Jo-nas Vin-ge-gaard. Danés, veinticuatro años, que hasta hace un lustro era edad jovenzuela y ahora casi nos parece provecta por culpa de quienes llegan saltándose etapas. Uno de esos que vino tarde a la bici, porque antes andaba a otras cosas. La lista es larga. Que si peloteros, saltadores de esquí, esquiladores de ovejas, sexadores de pollos… Este, pescatero. Pescatero, pescatero, de los que destripan pescado en naves enormes donde hace mucho frío. No me miren así, hay videos. Luego, la clásica historia. Unas pruebas de esfuerzo, los mejores datos que jamás hayamos medido (se miden un montón de veces los mejores datos que jamás hayamos medido, oigan), diamante en bruto, en nada ganador del Giro, la Vuelta y el Goncourt. Ah, tiene cierto aire a Macaulay Culkin. No Macaulay Culkin solo en casa, ni tampoco Macaulay Culkin toma este puñado de dólares y trae cuatro gramos de un perico que no sea Delgado. No. Cosa intermedia. Desconozco si es de interés para su desempeño deportivo, pero yo ahí lo dejo.
Este mozo se encontró liderando Jumbo Visma sin comerlo ni beberlo, porque hace doce meses nadie hubiese lo pensado. Pero entre Dumoulin ausente, Roglič caído, van Aert que se desfonda, Kruijswijk dándose mus y Kuss en plan Moncoutié pues… Oportunidad enorme, una de esas que pueden cambiarte la vida en un sentido u otro. Visto lo visto solo adelantó lo que acabaría llegando de todas formas.
Porque el muchacho tiene patada en montaña. Oh, sí, mucha. Pero, sobre todo, muestra un ritmo constante, sostenido, sin acelerones bruscos pero que va dejando cadáveres aquí y allá. Marcheta de buen escalador, podríamos llamarlo. De escalador grande. Lo demostró en el Ventoux, que no es mal sitio para aposentar reales, para qué engañarnos. Doble subida. En la segunda, recién pasado el Chalet, empezó Vingegaard a meterle movimiento al asunto. Entonces, sorpresa. El líder sufre, el líder cede. Pogačar no puede seguir el ritmo de Jonas, y el chico (a ver, el otro chico, que tiene hasta un par de añucos más que Tadej) empieza a hacer camino al andar. Al final la cosa quedó un poco en bluf, porque la bajada era larga, y de dar pedales, y tampoco parece que el danés sea Eduardo Chozas descendiendo, y todos juntitos a meta (todos, todos, no, claro… ellos dos, Carapaz, Urán), pero siempre hace ilusión verle fisuras al líder y descubrir un cromo nuevo.
Aquella etapa la ganó el agricultor. Solo que igual ustedes no me han entendido bien. No me refiero a alguien que tiene su huertuco ecológico y coge cuatro tomates tamaño piesco. No, qué va. Otra cosa. Ni siquiera terrateniente. Wout van Aert es un tractor. Sí, un tractor, uno de esos que lo pones en el predio y te remueve cuatro hectáreas de tierra así, sin inmutarse. Aliado perfecto, multiusos. Si estuviésemos en el antiguo Egipto van Aert levantaría seis o siete pirámides antes de escribirte el Libro de los Muertos. ¿Edad Media? Wout mira arriba, frunce el ceño y dice «qué tal si subimos un poco más esos arcos». ¿Peli porno de los setenta? Wout van Aert es el limpiapiscinas, sí, pero es que el tío realmente deja la piscina como los chorros del oro, además de… en fin, además de todo lo demás. Ese tipo de tipos, seguro que me entienden.
En este Tour van Aert ha salido a divertirse y a currar, como si fuese un veinteañero en agosto (aunque trabajando en serio). Zafarranchos en llano, latigazos en las cotas, que si compito esta crono, que si mira aquel puerto fuera de categoría, qué majo parece. Buscando sus límites, que es la mejor forma de no encontrarlos. Su actuación fue tan asombrosa que durante algunos días un sueño húmedo de hi(p)sterismo ciclista planeó sobre la Grande Boucle. Esprint victorioso en París vestido con el maillot de la montaña. Vuelvan a leerlo. Es alucinante.
Y eso, que destacó en la primera semana, ganó etapita subiendo dos veces el Mont Ventoux (ni Petrarca, oigan), anduvo en batallitas pirenaicas, picoteó protagonismos aquí y allá, curró como el que más cuando tuvo que hacerlo. Hasta se marcó alguna serie incomprensible (entrando a Saint-Gaudens) que solo puede obedecer al aburrimiento. Seguramente nunca gane el Tour (seguramente es imposible que gane nunca el Tour), pero solo pensarlo en alguien de su tamaño y características nos hace conscientes de su grandeza como corredor.
El resto… nada. Segundos siete días un poco bluf, un poco anticlimáticos. Pero esto mejora más tarde, ya verán ustedes, en Pirineos llueven hostias.
Ay.
Patroneando por Francia
Porque no. Al final es que estaba todo más o menos ordenadito. Pogačar ganador. Tres tipos para dos puestos en el pódium, pero uno es Urán, que parece ir con el gancho (aunque Urán siempre tiene esa pinta) y seguramente reviente por sí mismo. El top ten lleno de personajes opacos, felicísimos con sus puestos y encantados por no recibir demasiadas tomas de la tele francesa, uy, calla, calla, que hoy no me he hecho las patillas, mejor me quedo a rueda y no me ven feote en casa. Menos sentido del humor que Javier Marías en Semana Santa, menos capacidad de improvisación que Sheldon Cooper. Con estos mimbres… ¿qué esperan?
Tuvo lo suyo la etapa de Andorra, antes del descanso, porque deparó cosas rarísimas. Que el segundo de la general, Guillaume Martin, perdiera comba en Envalira. Sobre todo bajando Envalira, añadimos. Sobre todo bajando Envalira con el maillot sin abrochar, por decirlo todo, que Martin es filósofo diplomado, pero a dos mil cuatrocientos metros de altitud no hay Spinoza que se precie. A ver, el tío iba bien situado gracias a fugas que no importaban a nadie, y caerá sin necesidad de derribarlo a golpes de excálibur, pero ese tipo de errores…
Y eso, que escapadas y control del líder. Bien chula la pelea por el maillot a puntos rojos. Veteranos de mucha calidad (Quintana, Woods), invitados a una fiesta que no es la suya (van Aert parecía el padre de todos cuando estaba esprintando arriba de los puertos) y tipos imposibles de clasificar (ese Poels acelerando en el Tourmalet como si fuese en moto) le pusieron salsilla al asunto. Que al final ganase Pogačar casi sin buscarlo (o sin buscarlo en absoluto) nos habla de una competición quizá mal planteada, también les digo.
Y es que el líder… ni las migajas. Dos llegadas en alto, dos victorias. En el Portet, primero, con Vingegaard y Carapaz asegurando el pódium. El ecuatoriano, además, aprovechó para mirar bien el culito a sus dos amiguetes de vanguardia, porque hizo toda la subida sin relevar. Bueno, sí, a un kilómetro de la cima entró, pero de forma violenta. Vamos, que quería escaparse, el muy ladino, y luego se puso a tirar como un loco para retrasar al danés, pero ni una cosa ni la otra, y finalmente gana Pogačar, como suele pasar en estas situaciones. Ninguna crítica a la actitud de Richard, que es perfectamente lícita, pero sí cabe objetar el timing del último movimiento. Si buscabas etapa… temprano, descubriendo cartas y dejando que dos equipos te tengan en el punto de mira. Si quería meter mano a Vingegaard… pues muy tarde. Al final se quedó que ni sí, ni no, y eso es lo peor que te puede pasar en el ciclismo, en la literatura y los sábados cuando sales.
Ya solo quedaba Tourmalet, porque tampoco es que fueran un locurón las etapas de los Pirineos. Vamos, que cortitas y poco passo, perfectas para tiktokers y similares. Solo que a esto de la bici no se suelen acercar tiktokers y similares, así que no tengo clara la orientación que está tomando el asunto. En fin, siempre quedarán los aplausos de algunos pros de esos que viven en Andorra y están muy pendientes de su istagrán.
Sumen que Tourmalet se fuma y ya la tenemos liada, porque fumarse el Tourmalet es, para este bendito deporte, como si usted escribe «Esa Yesi Ke Guapa» en las cuevas de Altamira con rotulador permanente. Un sacrilegio. Pero bueno, queda esa línea de asfalto entre los Pirineos, esa cinta que se retuerce cerca del final y susurra historias casi olvidadas. Siempre especial, el Tourmalet. Aunque pase la Yesi.
A poco de meta, ya en Luz Ardiden, atacó Enric Mas. Digamos que su aceleración no le iba a servir para hacerse el corredor Kessel en menos de doce pársecs (mínimo diecisiete o dieciocho) pero al menos tuvo a bien intentarlo. Su único ataque. Cuando faltan ochocientos metros para terminar el último puerto serio del Tour. Todo el recorrido sin asomar el morro, tirando de regularidad (regular en los dos sentidos de la palabra), siempre muy lejos de ese pódium que (habida cuenta de cómo fue la prueba) debería haber luchado. Gris, en una palabra. Queda poco de aquel chaval que ganó en La Gallina… Enric tiene ahora menos aceleración que un John Deere, y tampoco es que vaya derrochando carisma en metas y chiringuitos ibicencos. O mucho cambia o quedará como uno de esos tipos que son pura estadística (mucho top ten, mucho puestecillo) y poca amenaza auténtica. Extensible todo esto a Movistar, que ha completado un Tour calamitoso cuando los mimbres no parecían tan malos a priori.
Ah, allí, en Luz Ardiden, ganó Pogačar, porque hacer regalitos a quien no colabora contigo es de parguelas.
Y todo ya amarrado. Quedaban flecos, como en el contrato de Prosinecki. Que si pases vips a Joy Slava, que si póngame usted unos cartones de rubio. Pues parecido. Matej Mohorič vuelve a triunfar. Segunda etapa. Dos de las tres que han superado los doscientos kilómetros en este Tour. Con el mérito, además, de haber logrado victoria antes de que a su equipo le hiciese un registro la gendarmería francesa… y después de ello. Entró en meta mandando callar a todos, después de llevar cadencia de escritor especializado en ciclismo durante un buen rato. A mí ese estilo me encanta, ojo, pero casi no se ve en nuestros tiempos. La crono, para van Aert, que ya era hora. Pogačar se lo tomó en plan happy hour y hasta Vingegaard quedó por delante de él. Entre que llegaban y que no van Aert plantó un par de filas de patatas tardías y regó las begonias de varios vecinos, porque cuando uno está para trabajar no hay descanso que valga.
Y París. En los Elíseos gana van Aert, y eso es suficiente noticia. Como lo del pódium. Un esloveno, un danés y un ecuatoriano. La vieja Europa, la que respira ciclismo, estremecida. Ustedes apuestan por algo así hace treinta añitos y les miran como si estuviesen chiflados. Y con razón. Pero es que somos muy viejos, amigos. Muy viejos.
Tadej Pogačar, vencedor del Tour de Francia 2021, no lo es. Veremos cuántos años le quedan para ver el mundo desde allá arriba.
No tengo nada que objetar al trabajo de los ciclistas, lo respeto mucho. Pero la verdad es que viendo la etapa del Tourmalet me acordé muchas veces de la etapa del Tourmalet de 1991 y me dio mucha pena. Será, como dice el autor del artículo, que somos muy viejos. Y aprovecho para recomendar a los lectores, que si todavía no tienen cerrados sus planes para vacaciones o han tenido que cancelar, cojan el coche y vayan a Luz Saint-Sauver y suban en bici el Tourmalet y Luz Ardiden, lo recordarán toda la vida como una bellísima experiencia.
Ojalá me hubiera gustado tanto en artículo como el autor a sí mismo. No puedo con las crónicas de Pereda por mucho que lo intente.
Son imposibles de seguir. Te quitan las ganas de continuar, Siempre con puntos suspensivos, oigan, ven, …
Esa erudición impostada salpicada de coloquialidad, cuando no chabacanería. En fin. He aguantado dos párrafos.
Mira que equiparar a Perez Reverte con Eddy Merckx… Ahí dejé de leer.
Estupendo artículo, un sentido del humor que se agradece