Nacido de Poseidón y Tesis, el dios Proteo tenía el don de la transformación. De este modo era capaz de cambiar su forma a voluntad, escapando de cualquier peligro, haciéndole casi invencible. Una buena estrategia permitió Menelao, rey de Esparta y hermano de Agamenón, atraparlo a pesar de que «primero se convirtió en melenudo león, luego en dragón, en pantera, en gran jabalí; también se convirtió en agua impalpable y en árbol de frondosa copa, mas nosotros lo reteníamos con fuerte coraje» como cuenta Homero en La Odisea.
Los cambiantes, mimetistas o transmutadores son parte de la literatura fantástica y no tan fantástica. Cambios rápidos, metamorfosis que son tan rápidas como asombrosas en algunos casos. O lentos cambios evolutivos, graduales, unidos a los procesos de selección natural y que observó Darwin en la variabilidad de los picos de los pinzones en las islas Galápagos y recogió en su transcendental obra, El origen de las especies. Cambios naturales o, en ocasiones. también cambios provocados artificialmente, consecuentes al conocimiento derivado de entender el mecanismo de inmunidad de la arquea Haloferax mediterranei, un microorganismo unicelular que proporciona el color rosáceo a las salinas. Este descubrimiento del profesor Francisco Martínez Mójica ha cambiado el mundo al permitir la edición genética y modificar el ADN de un modo sencillo y muy eficiente mediante la técnica que se conoce por CRISPR/Cas9.
El cambio es inherente a la vida, cambio unido en muchas ocasiones a la superveniencia del cambiante. Solo los cambiantes sobreviven porque se adaptan, porque dominan.
Han transcurrido ya muchos meses dando caza a un Proteo cambiante, pequeño y peligroso: el SARS-CoV-2, que ha dejado a día de hoy ciento ochenta millones de personas infectadas y más de cuatro millones de fallecidos.
Un virus tan pequeño que cabrían cientos de miles del mismo en una simple gotita dispersa proveniente del mas inofensivo estornudo. Un virus que, como era esperado, muta al multiplicarse, lo que le permite adoptar nuevas formas, algunas de las cuales serán más infectivas o más letales o más resistentes.
La humanidad al completo, como navegantes que tratan de volver a la Ítaca de la «normalidad», llevamos ya un año y medio dedicados a una lucha ciertamente titánica contra un terrible rival. Y aquí seguimos, en plena lucha, que parece estar llevándonos a un desenlace esperado pero a la vez temido.
Estamos logrando reducir el impacto del virus en nuestra sociedad, pero con la incapacidad de eliminar a ese agente infeccioso tan pequeño como cambiante. ¿Cómo es posible que no podamos controlarlo? ¿Qué hemos hecho mal? ¿Por qué no hemos podido acabar con él?
Son preguntas ciertamente complejas, de difícil respuesta, pero cuando la epidemia se tornó pandemia y los números de infectados «diagnosticados» se empezaron a contar en cientos de miles, era casi ridículo pensar que íbamos a ganarle la partida fácilmente al coronavirus de Wuhan.
Hay aspectos fundamentales a considerar. Primero, el virus tiene la particularidad de empezar a transmitirse de personas infectadas a personas sanas antes de que se manifiesten los primero síntomas, del mismo modo que son frecuentes los portadores asintomáticos, algunos de ellos categorizados como supercontagiadores. Esas personas que, sin estar enfermas, transportan y eliminan el virus. Y cuando se detecta la situación, es tarde. Del mismo modo que Menelao, el rey de Esparta que atrapó a Proteo, también pasó desapercibido dentro del caballo de madera que los aqueos construyeron para entrar en la ciudad fortificada de Troya.
Segundo, la diversidad en la capacidad de respuesta individual de los países y en donde su grado de desarrollo va a condicionar el éxito de la intervención. ¿Qué podemos esperar de las condiciones técnicas necesarias para hacer frente a una pandemia o a un diagnóstico específico como el que requiere el SARS-CoV-2 para el control de la infección en países que apenas son capaces de alimentar a sus ciudadanos? La lentitud en el proceso de inmunización para un mismo territorio, con parte de la población vacunada y otra no, o una inmunización fallida, o una ausencia de la misma, genera un escenario que va a facilitar la supervivencia del virus y la aparición de nuevas variantes.
Y todo esto evidencia la visión antropocéntrica de nuestra sociedad y la relativa facilidad que tenemos para obviar lo evidente. Un factor que determina que el SARS-CoV-2, salvo que surja otro «agente biológico» de su especie, compita con él y lo desplace, va a seguir con nosotros mucho tiempo. Y lo hará por su poder de cambio, «su capacidad de cambiar y transformarse en algo distinto sin dejar de ser lo mismo», como si el SARS-CoV-2 quisiera darle la razón a Hipócrates muchos siglos después, cambiando su estructura, pero sin dejar de ser el mismo. Así son algunos virus como este, así se comportan y por eso pueden permanecer entre nosotros.
Llevamos meses recibiendo información acerca de las variantes inglesa, brasileña, japonesa, sudafricana o india del SARS-CoV-2. Las renombradas variantes alfa, beta, gamma, epsilon o la delta. Y esas son solo las mediáticas, las «variantes de preocupación» según la Organización Mundial de la Salud, a las que debemos prestar una atención especial, porque se trasmiten más fácilmente, porque supone un mayor riesgo de hospitalización o porque pueden ser mas resistentes a las vacunas existentes. Variantes que son el resultado de una mutación, una transformación de la secuencia genética durante la replicación del virus que se puede expresar con un cambio en la estructura de una de sus proteínas, como la proteína S, que le permite interaccionar mejor con sus huéspedes. Incluso virus que mutan sobre virus mutados, como la variante delta plus, responsable de nuevos y preocupantes focos.
¿Quién pensaba que el SARS-CoV-2 iba a ser un virus inmutable?. Los virus mutan constantemente y el SARS-Cov2 es ahora un pool de virus mutados.
Porque variantes del virus original se cuentan por cientos, por miles. Cambian continuamente. Las que conocemos son las variantes que más preocupan, aquellas que cuantitativa o cualitativamente han cambiado partes tan importantes de la estructura del virus que pueden modificar su actividad. Pero debemos estar alerta ante cualquier nueva variante ya que, entre ellas, puede estar una variante más infectiva, más letal o una variante de escape, una mutación que pueda escapar a la neutralización de la población inmunizada y extenderse entre la población vacunada y/o que ha generado anticuerpos como consecuencia de haber pasado la enfermedad.
Cambia tanto que cuando circuló en otra especie animal como ha sucedido, por ejemplo, con la variante que dio el salto a los visones en varias granjas del norte de Europa, al detectarse ya había generado una nueva variante del virus diferente de la original que al poco tiempo estaba emprendiendo el camino de vuelta a la especie humana… pero ya era otra… aunque, realmente, era la misma. Cambian y cambian y vuelven a cambiar.
Un virus que ya tuvo originalmente que cambiar para dar el salto de los animales al humano. Todos los coronavirus humanos que se conocen provienen de los animales, y todos, salvo el SARS-CoV-1, que se pudo controlar a tiempo, siguen con nosotros. El primero, hace más de sesenta años y responsable de un resfriado común.
Por este motivo, ahora mas que nunca, es urgente incrementar el esfuerzo en secuenciar las variantes del SARS-Cov-2 como único modo de conocer cuántas formas va adquiriendo nuestro particular Proteo. Cada variante tiene su especificidad e irá obligando a tomar nuevas decisiones, nuevas estrategias para poderlo atrapar. Porque el virus está por igual en todas sus variantes y hasta que no se atrapen a todas, el virus seguirá con nosotros. A modo de ejemplo, la variante delta procedente, o al menos identificada, en la India, se transmite hasta un 60 % más que las variante alfa (la variante conocida también como británica) y ya se ha identificado en cien países. Como estrategia del virus es sobresaliente y será la predominante, si no lo es ya, en unas semanas. Esto significa que sin vacunas, el efecto hubiera sido terrorífico y que, aun con la vacunas, es necesario rediseñar cual será el modelo de inmunidad de grupo.
La autoridad europea recomienda que deberían secuenciarse al menos el 5 % de las muestras totales de los positivos y, preferiblemente el 10 %, objetivo muy alejado de lo que está haciendo España en estos momentos. Pero es la única estrategia para poder cercar al virus. Sin la información que proporciona la secuenciación seguiremos estando en la oscuridad de un conocimiento que urgentemente necesitamos.
Y con el optimismo por los enormes avances conseguidos, gracias a la ciencia y a una industria farmacéutica muy potente, lo que es cierto es que aún estamos lejos no solo de confinar a nuestro particular Proteo, sino también de controlarlo; ni tampoco sabemos aún el camino de vuelta a la «normalidad» de Ítaca. Solo sabemos que el peligro sigue ahí fuera, sin más Deus ex machina que nos rescate que la fuerza que da el conocimiento científico, una potente industria farmacéutica para aplicarlo y los nuevos desarrollos en los que tenemos depositados la confianza, ya que serán ellos los que nos marcarán, como navegantes, la mejor ruta para nuestro destino.
Así que, mutatis mutandis, aceptemos que el SARS-Cov-2 vino a la especie humana para quedarse, como ya los han hecho virus en el pasado y también lo harán nuevos virus que desconocemos a día de hoy y que en el lugar mas profundo de una selva anónima están mutando en estos momentos en el interior de un animal salvaje, preparándose para dar un salto interespecie. Aprendamos de la experiencia, de los aciertos y, sobre todo, de los errores. Así que apostemos por la ciencia y por los sistemas coordinados en salud, por tratar que cuanto antes toda la población mundial esté vacunada, por incrementar la capacidad diagnóstica y de secuenciación, por la capacidad de reaccionar mediante nuevas vacunas y mediante nuevas estrategias terapéuticas. Y, junto a esto, impulsemos sistemas coordinados de detección y alerta temprana, especialmente para detectar nuevas variantes con el nivel de variantes «de preocupación» y, sobre todo, variantes de «gran consecuencia»; fortalezcamos el control de fronteras como primer dique de contención; por más y mejores estrategias de prevención en salud pública bajo el concepto One Health y, finalmente, subrayemos permanentemente las responsabilidad individual de todos y cada uno de nosotros como potenciales transmisores del virus a nuestros conciudadanos. Será nuestra mejor estrategia para evitar que una nueva mutación avance hacia un camino desconocido.