Recientes estudios científicos afirman que las canciones pop cada vez son más simples, y sus letras, más tontas. Es una afirmación arriesgada, pero diríase que los estudios también han caído en el universo de la banalización y los datos sin contrastar. Salvo lo de los mensajes satánicos si pinchabas el vinilo al revés, ninguna autoridad había establecido antes que, por ejemplo, la «música chicle», cuyos títulos no pasan de interjecciones como «Yummy Yummy Yummy», era una tontería por este detalle. En 2016 le dieron el Nobel de literatura a Bob Dylan y se organizaron interminables discusiones sobre la pertinencia o no de haber concedido el premio a un cantante de rock. Como si el público y los opinólogos pintáramos algo en ese concierto de prestigiosas entidades y publicidad a gran escala. La idea central era que Dylan no es un escritor stricto sensu, sino un músico que canta sus versos. Es decir, un poeta, pero con guitarra y una voz cada vez más peliaguda. Los más quisquillosos añadían que, bueno, ya puestos, el premio lo habrían merecido más otros músicos, por ser mejores escritores de canciones pop. Por ejemplo, Leonard Cohen, que era más fino y perfeccionista. Ignoro, pero no me sorprendería, si hubo recogida de firmas para postular a otro «bardo del rock» como campeón masculino de las letras universales. Pero es absurdo despreciar la poesía como género literario, especialmente en unos tiempos en que los porcentajes de gente que lee son cada vez más pequeños.
He estado caminando cuarenta millas de mala carretera
Si la Biblia tiene razón, el mundo explotará.
(Bob Dylan, «Things Have Changed», 2000).
La poesía y la música popular son dos conceptos con una relación íntima, y Bob Dylan es un autor clave en el desarrollo de ambas cosas. Se podrán esgrimir todas las discusiones que se quiera, pero hay algo que se escapa a cualquier sanción: la increíble capacidad de sus palabras, bien escritas o cantadas, de revelarse como verdad y así llegar a millones de personas. Como un médium con el pelo alborotado, devenido en personaje de ficción (que él mismo se inventó, robando las gestas de la autobiografía de Woody Guthrie, Bound For Glory), Dylan se atrevió a mezclar los caminos del blues y el góspel, cuya principal fuente de inspiración era la Biblia, con las baladas tradicionales de la música anglosajona y las leyendas norteamericanas de pistoleros, vagabundos y aventureros. Gracias al revival folk de los años sesenta, Dylan puso contenido moderno a este armazón cultural, para escándalo de propios y extraños. Le dio relevancia social, actualidad extraída de las noticias, humor, sensualidad e ironía, y se proclamó el heredero de los autores de la generación beat. La psicodelia y el surrealismo se daban la mano con los versos del Antiguo Testamento y los discursos políticos. Dylan escribe sus visiones, hace conversar a los personajes de la Biblia con las estrellas de cine, y advierte a la autoridad y a los jóvenes, como el profeta beatnik que adaptaba los pasos de los bluesmen de principio de siglo. Los cantantes folk ya habían iniciado esa ruta, pero todavía nadie había traspasado el umbral del rock and roll, hasta entonces un campo restringido en exclusiva al entretenimiento. Dylan lo tiñó de gravedad e ironía. En su discografía ha recurrido a versos e imágenes bíblicas, como ya hicieron cantantes homéricos, como Blind Lemon Jefferson y el reverendo Blind Willie Johnson. En las canciones ha reflejado su evolución espiritual, sus saltos del judaísmo al cristianismo (hay discos enteros, como John Wesley Harding, Shot of Love o Saved). Para aquellos que no creen en el artista como escritor, su libro de memorias, Crónicas, es un fantástico viaje por los inicios de su carrera y la literatura que ha inspirado mucha de su música. Dylan menciona como autores preferidos a Chéjov, Melville, Bertolt Brecht y T. S. Eliot, entre otros. El fraseo de Dylan, tan peculiar, mezcla la jerga de la calle, los paisajes de Rimbaud y las visiones de Kerouac en un estilo único, pero imitado hasta la saciedad. La palabra, esta vez no de Dios, pero sí de la sustancia del mundo moderno, se revelaba en un cantante pop y la llevaba a todos los rincones.
Dios le dijo a Abraham, «Sacrifícame un hijo»
Abe dice, «Tío, me debes estar tomando el pelo»
Y va Dios y le dice «No». Y va Abe y dice «¿Qué?»
Dios dice, «Abe, haz lo que quieras, pero
la próxima vez que me aparezca, mejor sal corriendo»
Y bueno, Abe le dice: «¿Dónde quieres que te haga el sacrificio?»
Y va Dios y le dice, «En la autopista 61».
(Bob Dylan, «Highway 61 Revisited», 1965).
pop
Bajo el cielo, hay una estación para todo
y un propósito para cada momento
Tiempo para nacer, tiempo para morir
Tiempo de plantar, tiempo de cosechar
Tiempo de matar, tiempo de sanar
Tiempo de reír, tiempo de llorar.
(The Byrds, «Turn, Turn, Turn», 1965).
Pete Seeger adaptó unos versos del Eclesiastés sobre la inexorabilidad de la existencia para una canción de Roger McGuinn y Judy Collins. Los Byrds la grabaron en su segundo LP de 1965. El subtexto de «Turn, Turn, Turn» era la guerra de Vietnam y la crisis social en Estados Unidos. Dylan vio que aquello era bueno, y una legión de músicos admiradores se lanzó a la búsqueda de inspiración en las Escrituras, desde presupuestos igual de mundanos y contemporáneos.
Devolvedme el Muro de Berlín
Dadme a Stalin y a San Pablo
Dadme a Cristo o dadme Hiroshima
Destruid otro feto ya
De todas formas, no nos gustan los niños
He visto el futuro, nena, es el asesinato.
(Leonard Cohen, «The Future», 1992).
El canadiense Leonard Cohen fue educado en el judaísmo y el catolicismo, además de haber sido estudioso y practicante de otros cultos. Con su obra hizo algo parecido a Bob Dylan, pero en un estadio de la creatividad más cercana, sin duda, al escritor que utiliza la música y no al revés. Tras haber publicado varios libros de poesía y novela a finales de los años cincuenta, Cohen, que era un apasionado del sonido Nashville, decidió llevar sus palabras a los discos, pero en lugar de convertirse en un intérprete de country, desembarca en el Nueva York del revival folk. Entre otras muchas referencias literarias, sus canciones están plagadas de alusiones al Antiguo y el Nuevo Testamento, con reflexiones sombrías sobre el mundo, la condición humana y elevadas elegías al amor. El último disco del artista, You Want It Darker, editado poco antes de su muerte, era una rendición espiritual tan fervorosa que resultaba realmente increíble en la era del desapego virtual:
Magnificado, santificado sea tu sagrado nombre
Envilecido, crucificado en la forma humana
Un millón de velas arden por la ayuda que nunca llegó
Si lo quieres más oscuro, apagaremos la llama
Aquí estoy. Estoy listo, mi Señor.
(Leonard Cohen, «You Want It Darker», 2016).
pop
¡Tu amante! Desde el comienzo del mundo
por siempre, amén, hasta el fin de los tiempos.
Quítate ese vestido, que desciendo.
Soy tu amante
porque soy el que soy.
(Nick Cave, «Loverman», 1994).
Una terna de evangelistas blancos la podría cerrar el australiano Nick Cave. El compositor y escritor (su primer libro, un homenaje a la literatura sureña, con todo el imaginario de maldiciones y fantasmas bíblicos, And The Ass Saw The Angel, hace referencia al asno de Balaam), bebió del lado más sombrío de la obra de Cohen, así como de los versos de John Cale y Jim Morrison, y volcó el postpunk en reescrituras sobre la violencia, el sexo más crudo y los pasajes de las Revelaciones. No por casualidad su primer LP en solitario (From Her To Eternity) se abría con una versión, más histriónica que siniestra, de la ya por sí amenazante «Avalanche», de Cohen. En discos posteriores, el estilo de Cave se ha afinado, convirtiéndose en el elegante predicador de country and western que hubiese querido ser Cohen. Obviamente, con otra actitud y peinado psicopático, que transformaba en himno ego-rock el símbolo de la venganza divina, de El paraíso perdido, de John Milton:
Te envolverá en sus brazos
Te dirá que has sido un buen chico
Reavivará todos los sueños
que te costó una vida destruir.
Llegará a lo más profundo de ti
para curar tu alma empequeñecida.
Pero no habrá una sola cosa que puedas hacer.
Él es un dios, un hombre
Es un fantasma, un gurú
Por las tierras perdidas susurran su nombre.
Pero escondida en su abrigo
hay una roja mano derecha.
(Nick Cave, «Red Right Hand», 1994).
La comunidad negra utilizó la Biblia como su particular tabla de salvación durante la era de la esclavitud y en las décadas que han seguido (no son pocos los raperos que han recurrido a versos sobre la ira de Dios contra sus enemigos). Los sufrimientos del pueblo judío y el ansia de liberación que leían en el Antiguo Testamento fueron interiorizados como propios por cantantes y compositores negros. El góspel puso música a estas ansias de lucha contra el sistema sociopolítico imperante. Idéntica reacción se produjo en el movimiento rastafari, que siguió estas directrices de las comunidades religiosas norteamericanas, e hizo de los mensajes bíblicos contra el sometimiento del pueblo judío (de quienes dicen descender) su campo de batalla. El reggae, aunque no es la música «oficial» del rastafarismo, sí ha recogido en multitud de canciones palabras tomadas de los textos bíblicos. En 1977, Bob Marley dedicó un disco entero a la movilización de la comunidad Jah, titulado, no podía ser de otra manera, Exodus:
¡El movimiento del pueblo de Jah!
Abrid los ojos y mirad en vuestro interior
¿Estáis contentos con vuestra vida?
Sabemos a dónde vamos y de dónde venimos
Abandonamos Babilonia
Nos vamos a nuestra patria
¡Mándanos otro hermano Moisés desde el mar Rojo!
(Bob Marley & The Wailers, «Exodus», 1977).
Lecturas bíblicas aparte, Leonard Cohen y Nick Cave comparten algo más. El primero llamó a su hija mayor Lorca y el segundo se extendió en dos conferencias sobre el concepto del «duende» en las canciones de amor (The Secret Life of the Love Song – The Flesh Made Word, 2007 editado en disco por King Mob). Cohen participó en la recopilación Poetas en Nueva York con un tema que se haría imprescindible en su repertorio, su versión del «Pequeño vals vienés». Pero no solo desde la devoción de estos artistas Federico García Lorca ha sido homenajeado en lugares insólitos del rock. The Clash lo hicieron protagonista de una de las canciones más célebres de su disco más célebre, London Calling. En «Spanish Bombs», Joe Strummer pronunciaba palabras en español macarrónico sobre la guerra civil y el asesinato del poeta, adornadas con tópicos del turista que veraneaba en Granada:
Fredrico Lorca está muerto y olvidado
Agujeros de bala en las tapias del cementerio
Los coches negros de la Guardia Civil
Yo te cuero infinito, yo te cuero, oh my corazón.
(The Clash, «Spanish Bombs», 1979).
pop
Con la sombra en la cintura
Ella sueña en su baranda
Verdes ojos, negro pelo
Su cuerpo de fría plata
Verde, que yo te quiero verde
Ay, sí, sí
Que yo te quiero verde, ay, ay, ay
Que yo te quiero verde.
(Manzanita, «Verde que te quiero verde», 1980).
Lorca es una constante en la inspiración de los músicos del siglo XX. El cantautor Manzanita divulgó la poesía de este y otros escritores en una obra a reivindicar, más allá de su éxito con la versión del escalofriante «Romance sonámbulo». El subtítulo del drama Así que pasen cinco años, escrito por el poeta tras su viaje a Nueva York en 1931, sirvió para concebir la piedra de toque del flamenco moderno. La leyenda del tiempo, de Camarón de la Isla (1979), una colección de versos de Lorca a ritmo de bulerías, rumbas y alegrías, en una dimensión subyugante y trascendental del arte español. Años más tarde, aquel hermanamiento entre el poeta y la música popular volvería para dar vida a otro disco legendario, Omega, de Enrique Morente y Lagartija Nick (1996). En este caso, el flamenco se transmutaba en experimentaciones sonoras, deuda de The Velvet Underground. Tras la muerte del maestro Morente, se formaron Los Evangelistas, grupo de homenaje a ese disco, con la colaboración del propio Antonio Arias, la hija de Morente y J, de Los Planetas.
No es sueño la vida.
¡Alerta! ¡Alerta!
Subimos al filo de la nieve
con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido,
ni sueño, carne viva.
Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes.
Y al que le duele su dolor
le dolerá sin descanso.
Y el que teme la muerte
la llevará sobre los hombros.
(Enrique Morente y Lagartija Nick, «Ciudad sin sueño», adaptación de «Nocturno de Brooklyn Bridge», para Omega, 1996).
La Biblia como instrumento político también fue utilizada en el folk español de los años setenta. El grupo Aguaviva puso música a la poesía de Gabriel Celaya, Bertolt Brecht o Blas Otero en un disco titulado Apocalipsis (1971), que utilizaba la poderosa metáfora de los cuatro jinetes del final de los tiempos como denuncia contra el franquismo y la falta de libertad de expresión. La edición fue prohibida, como lo estuvo la propia Biblia en algunos episodios de la historia de España. Estos grupos de la canción protesta fueron duramente criticados en la época dorada de la democracia y el sistema del bienestar, por una supuesta saturación y aburrimiento de melodías y mensajes de solidaridad y lucha en común, que no casaban con la bonanza económica y el ultraegoísmo consumista. El rock urbano sacudió varias bofetadas bíblicas. Recordamos los versos de María Fernanda de Andrés para Leño en «Sodoma y Chabola»:
Los mares fueron creciendo, derribando las barreras
La sal fabricó dos alas forradas de sangre seca
La chabola echó a volar dejando lastre y miseria
Abajo quedó Sodoma con dioses, hiel y hamburguesas.
(Leño, «Sodoma y Chabola», 1979).
La llamada «progresía» se veía fatal en el universo de los neones y las pasarelas artificiales, aunque José María Cano buscó inspiración en la metafísica de García Lorca para el disco más vendido del pop español, Entre el cielo y el suelo, de 1986.
Luna quieres ser madre
Y no encuentras querer
Que te haga mujer
Dime luna de plata
Qué pretendes hacer
Con un niño de piel
(Mecano, «Hijo de la luna», 1986).
Sin embargo, la ironía de los ciclos históricos, el derrumbe de aquella burguesía y el cierre de las libertades individuales y colectivas nos hacen pensar que la música, quizá, podría recuperar esa inmersión en lo más profundo para extraer algo más que clics o flashes. Desde la luz o lo más oscuro, esa es una elección para el libro de cada persona. Como dijo William S. Burroughs, «El rock (…) puede ser interpretado como un intento de escapar de este mundo muerto y sin vida, y reafirmarse en el universo de la magia(k)». Sustitúyase rock por el género musical que se prefiera.
*Las traducciones de las letras en inglés son de la articulista.
Excelente artículo, gracias.
Extraordinario artículo, la autora demuestra ser una todoterreno musical, apabullante y lúcido ejercicio.
Lo único que me incomoda es ver la palabra “pop” referida a Cohen y Dylan. Eso no lo termino de entender. Para mí “pop” siempre tiene un algo de descafeinado, o de liviandad, o de “bajo en calorías”, que lo hace incompatible con estos titanes.
Creería que se refiere a pop de (cultura) popular
Gracias por tan ilustrativo texto. Viva la poesía y el rock.