La verdad es mucho más graciosa y extraña que la ficción. (Norm Macdonald)
Lo que un cómico debería hacer es ser gracioso. Ese debería ser su objetivo: ser gracioso. Creo que algunos cómicos tienen por objetivo el parecer inteligentes, y para ellos el humor es algo colateral. Quieren ser vistos como inteligentes. Tu amigo Bill Murray, por ejemplo, quiere ser visto como un intelectual. O Dennis Miller. Pero David Letterman, que es más inteligente que cualquiera de ellos dos, entiende que tiene que hacerse el tonto. Que tiene que aparentar ser un hombre común. A la gente no le gusta un tipo más inteligente que ellos. Es lo peor que puedes ser: más inteligente que el público, porque te van a odiar. Así es Letterman: él pilla el chiste, el público del estudio pilla el chiste, los espectadores en sus casas pillan el chiste… y el entrevistado es el chiste. Tan pronto me di cuenta de esto, empecé a interactuar con él durante las entrevistas, a salirme del guion. (Norm Macdonald en una entrevista con Larry King)
Como recordarán, en 2010 Ricky Gervais empezó a presentar galas de entrega de los Globos de Oro, convirtiéndolas en un festival del pitorreo a costa de la hasta entonces sacrosanta realeza de Hollywood. Aquello produjo un temblor de tierra. Aunque después fingirían que no les había afectado, algunos de los estrellones más vanidosos salieron visiblemente escaldados de las galas (Mel Gibson o Robert Downey Jr., por ejemplo). Y no solo ellos se mostraron molestos; también hubo muchos periodistas y críticos especializados que deploraron la «irreverencia» de Gervais. Pongo comillas para recalcar que el término daba a entender que las estrellas de cine eran, por algún motivo, dignas de nuestra reverencia.
Aparte de las buenas audiencias que obtuvo, lo que más ayudó a Gervais fue el hecho de que internet ya era muy común en los hogares. El público tenía voz por primera vez en la historia del cine y la televisión. Antes, la audiencia había decidido mediante el acto de consumir o no un producto, pero en el siglo XXI de repente, el público opinaba. Aún peor: unos espectadores podían leer las opiniones de otros. Y resultó que en el tema Gervais, la mayoría de los espectadores estaban de acuerdo. Esto fue un verdadero choque para la percepción que de sí mismo tenía el star system de Hollywood. Y también fue un choque para la prensa especializada. Parece irónico, porque internet es la Meca del escándalo semanal, pero fueron las redes las que sirvieron para que muchos periodistas descubriesen que Gervais tenía éxito porque la gente en sus casas estaba harta de la vanidad y santurronería de los actores. Así, el estilo Gervais se puso de moda, aunque nadie lo ha vuelto a hacer tan bien como él. En su ausencia, los Globos de Oro llamaron a Tina Fey y Amy Poehler. Fantásticas presentadoras sin duda, aunque más propensas a la docilidad cuando el statu quo lo requiere, como se ha visto en la desangelada gala del 2021.
Pues bien; el estilo Gervais no fue inventado por Gervais. Esa actitud de ciscarse alegremente en las celebridades ya había tenido un ilustre pionero: Norm Macdonald. La diferencia es que los años de gloria de Macdonald fueron previos a la era internet y, mientras que Gervais demostró ser la voz del pueblo gracias a las redes, Macdonald lo había sido sin que las estrellas ni la prensa hubiesen llegado a entenderlo. De hecho, su acidez y total desprecio por la diplomacia hicieron que lo despidiesen del programa que lo había hecho famoso, Saturday Night Live, cuando este aún presumía de ser la vanguardia del humor en la televisión comercial de las grandes cadenas estadounidenses. El despido no cambió a Macdonald. Pese a que sus problemas con el juego lo llevaron a arruinarse dos veces, continuó siendo el mismo, como si no le importase un carajo lo que pensasen sobre él quienes estaban en condiciones de contratarlo. Lo que siempre lo ha salvado es, como veremos, el hecho de que los grandes humoristas y presentadores de talk show estadounidenses consideran a Norm Macdonald poco menos que una divinidad.
La primera vez que vi hablar a Norm Macdonald no sabía quién era. Pensé algo así como «este tipo parece medio tonto». Macdonald pronunciaba las frases perezosamente, arrastrando las palabras con un acento indefinible que no supe identificar, pero que me sonaba como a policía de pueblo en una película de los años cincuenta (después supe que es canadiense de origen polaco, y no un granjero sino hijo de profesores y hermano de un respetado periodista de la CBS). Supongo que su particular acento es una mezcolanza de su acento canadiense y de toda una carrera desarrollada en los Estados Unidos, pero no sabría analizarlo, así que mejor le dejo la tarea a la gente que de verdad domina ese idioma. La cuestión es que no tardé mucho en darme cuenta de que el tonto era yo. Tras un par de minutos, Norm Macdonald dijo algo que me hizo percatarme de su increíble agudeza. Es como cuando ves por primera vez 2001: Una odisea del espacio y piensas que no tiene ningún sentido. Pero lo tiene, solo que aún no lo has sabido ver porque la película ha estado sobrevolando tu cabeza a más altura de la que podías alcanzar.
Macdonald suele hacerse el tonto, sobre todo cuando lo entrevistan. Cuando se lo propone, se hace el tonto muy bien. Reacciona con aparente lentitud y una mansa sonrisa, como alguien que hubiese entrado al estudio de televisión por error y no supiese muy bien qué esperan que diga ante las cámaras. La impresión de espesor se acentúa cuando le da por contar laberínticos chistes que no van a ninguna parte y que, una vez terminados, él mismo se empeña en explicar de manera torpe. O cuando narra tontísimas anécdotas inventadas sobre sus familiares mineros del Canadá rural. Así que si nunca has visto a Macdonald y no sabes quién es, su engañosa torpeza puede pillarte desprevenido durante algunos minutos.
En Norteamérica, claro, hace muchos años que ya no engaña a nadie, O, por lo menos, no engaña al público de su generación, que lo ha visto improvisar una brillantez detrás de otra durante las cuatro décadas que lleva apareciendo en televisión. Macdonald es muy inteligente y piensa muy rápido. Como decía, muchos cómicos y presentadores de talk show estadounidenses suelen hablar de Norm Macdonald con reverencia. Conan O’Brien ha dicho varias veces que Macdonald es el invitado que más le gusta llevar a su programa porque, pese a su caótica manera de hablar, siempre tiene un as en la manga: «Sus entrevistas parece que van a venirse abajo, pero él siempre las finaliza de manera brillante». David Letterman, en cuyo programa empezó a hacerse un nombre, lo considera uno de los tres mejores cómicos vivos (opinión que comparten Bill Burr o Jon Stewart): «Norm es lo mejor de lo mejor, el más divertido entre los divertidos, el tipo que lo tiene en cada fibra de su ser». Cuando Macdonald le preguntó a Letterman (a quien claramente venera como mentor e ídolo) si no le gustaría ser «menos inteligente», Letterman respondió: «No. Me gustaría ser tan inteligente como tú», cosa que provocó el más completo estupor en Macdonald, porque es la clase de cosa que Letterman no suele decir. Dana Carvey compara a Macdonald nada menos que con Mark Twain. Y un buen título para este texto proviene de Dennis Miller, quien apoda a Macdonald como «el Galileo de la comedia». Jim Carrey dice que «cuando busco comedia para ver en Youtube, Norm es el hombre. Es mi primera opción». En fin, hay incontables ejemplos. Macdonald no es muy conocido en España, pero piense usted en algún cómico estadounidense de los últimos cuarenta años, y hay un noventa y nueve por ciento de probabilidad de que haya elogiado a nuestro protagonista de hoy.
Macdonald empezó como monologuista en su Canadá natal y se mudó a Estados Unidos para trabajar como guionista para Roseanne Barr. También apareció como invitado en el programa de David Letterman, quien ejerció como su mentor y lo animó a continuar con la comedia. Realmente alcanzó la popularidad a mediados de los noventa, al entrar en el reparto del programa cómico más importante del país, Saturday Night Live. Allí debutó ejerciendo una faceta que él mismo desdeñaba: las imitaciones. Luego hablaremos de ellas. Norm se convirtió en leyenda al hacerse cargo del noticiario de Saturday Night Live, llamado Weekend Update. Esa sección del programa había sido iniciada en los setenta por Chevy Chase y Jane Curtin, aunque después, en manos de otros cómicos, había sufrido altibajos. En 1994, en un alarde de atrevimiento, los ejecutivos de NBC permitieron no solo que Macdonald se encargase del Weekend Update, sino que le dieron libertad para escribir su propio material (junto al guionista Jim Downey, que trabajó estrechamente con él). ¿El resultado? La mejor etapa de Weekend Update en sus cinco décadas de historia. Ya sé que en humor las cosas son subjetivas, pero hay algunas verdades, muy pocas, y entre ellas se encuentra esta: si ven por ahí algún ranking histórico de presentadores del Weekend Update y Norm Macdonald no está ocupando el primer puesto, es que el ranking está mal hecho.
Como muchos de ustedes sabrán, Saturday Night Live se emitía en directo y con público en el estudio, así que era difícil prever la reacción del mismo ante cada chiste. Se intentaba afinar todo para obtener las más risas posibles. Resultó que a Norm Macdonald le traía completamente sin cuidado la reacción de los presentes. Él hacía lo suyo con su estilo característico, una rara mezcla de indiferencia y burla donde rara vez iba más allá de mostrar una sonrisita sarcástica. Se notaba que se lo pasaba en grande poniendo a prueba los límites de lo que se podía decir en un programa de máxima audiencia en la televisión de los noventa. El público del estudio no siempre se reía, y en ocasiones lo abucheaban por considerar que se había pasado de la raya. Otras veces se producía un silencio incómodo, pero era muy evidente que a Macdonald le importaba un pimiento si su chiste había sobrepasado la línea. Como señala Conan O’Brien: «Cuando Norm no obtenía del público la respuesta esperada, se quedaba mirando fijamente a la cámara como diciendo: [si el chiste no os hace gracia] es vuestro problema».
Su etapa en Weekend Update se prolongó entre 1994 y 1997. Macdonald se decidió a tensar la cuerda todo lo que era posible en aquel contexto. Se podría decir que The Simpsons abrió el camino hacia un humor televisivo más cafre como el de Family Guy o South Park. Pero no se puede infravalorar la cantidad de barreras que Macdonald derribó por sí solo desde el escritorio de Weekend Update. Su filosofía era simple: si uno puede burlarse del presidente, de los políticos o de los dictadores, uno debe poder burlarse de cualquiera. Y en Weekend Update no dejaba títere con cabeza. Si algún sector del público o de la prensa pretendía cabrearse con Norm (aunque entonces no había Twitter y los escandalitos estaban más espaciados en el tiempo), lo tenían difícil. La naturaleza caprichosa y aparentemente azarosa de sus desvaríos no podía ser encapsulada en una tendencia política o moral concreta. ¿Era machista? ¿Homófobo? ¿Germanófobo? Todas esas etiquetas y algunas más se le podían aplicar en un momento dado. Sin embargo, los espectadores de Saturday Night Live, aunque fuesen generalmente jóvenes y progresistas, no pedían su cabeza. Sabían que Macdonald tenía tendencia a pasarse de la raya, pero todo estaba bajo el paraguas del animus iocandi. Dicho de otro modo: Norm Macdonald ejercía como «troll» antes de que se generalizase el término como sinónimo de tocapelotas profesional, y su público no solo lo entendía, sino que terminó esperando justo eso de él. Además, el humor de Macdonald podía ser controvertido, pero también el más brillante que se había visto en el programa quizá desde los tiempos de Eddie Murphy. Es decir, Norm era capaz de empezar un chiste sobre mujeres conductoras (¡uy!) para burlar las expectativas sobre el esperado comentario machista en torno a la conducción, haciendo otro comentario machista aún más insultante de lo previsto, recibiendo como si nada el abucheo del público, y por fin descolocando a todos los presentes con un giro que no habían sido capaces de imaginar. Todo esto en menos de un minuto. Una cosa es contar un chiste machista, y otra cosa es hacerlo como Norm Macdonald: hasta las mujeres del público, las mismas que lo acababan de abuchear, terminaban riéndose.
A veces su humor tenía tintes sociales, como cuando abogaba por el exterminio de los «hombres blancos ricos» décadas antes de que se pusiera de moda este concepto, pero otras veces elegía sus víctimas de manera azarosa y arremetía contra ellos semana tras semana. Entre sus dianas preferidas estaban personas que por su inmensa fama era de esperar que recibieran puyas, como Madonna o Michael Jackson, pero también David Hasselhoff, cuya popularidad en Alemania era motivo de burla constante (Macdonald nunca ha dejado de meterse con Alemania, que «no debería ser un país»). O Richard Simmons, famoso por sus programas de aerobic, del que Macdonald insistía en anunciar, como si estuviese revelando en primicia un increíble secreto, lo que todo el mundo ya sabía: «Richard Simmons es gay». Entre los personajes a los que Macdonald martirizaba por puro placer destaca Frank Stallone (el hermano de serie B de Sylvester Stallone), a quien culpaba del vertido de residuos tóxicos, de las crisis económicas, o a quien calificaba —que ya hay que ser cabronazo— como «el individuo más gracioso del mundo». Lo más flipante es que Macdonald soltaba muchos de estos ataques tras hablar de noticias que no tenían relación alguna con la persona atacada:
Si es usted una persona malvada y retorcida que gusta de estas aberraciones, existen recopilaciones temáticas sobre las ocurrencias de Macdonald en Weekend Update (y en algunos otros programas). Chistes machistas, estereotipos raciales y de otras clases, chistes sobre obesidad, chistes sobre gente fea, etc.
Macdonald solía forzar los límites del humor aceptado por entonces y empezó a recibir advertencias de sus jefes, pero las ignoraba por completo. El asunto que más contribuyó a su despido fueron sus constantes ataques a O. J. Simpson, la antigua superestrella del fútbol americano, acusado de asesinar a su exmujer Nicole Brown y al amante de esta, Ron Goldman. El asesinato se produjo en junio de 1994 y el juicio se prolongó entre enero y octubre de 1995. Macdonald, que se había hecho cargo del Weekend Update en 1994, convirtió a Simpson en su objetivo. Esto provocó que se redoblasen los avisos desde la cúpula de NBC, particularmente por parte del presidente Don Ohlmeyer, que era amigo personal de O. J. Simpson. Cómo no, Macdonald continuó haciendo caso omiso. Cuando el jurado dictó un controvertido veredicto de inocencia y O. J. fue absuelto del crimen, Macdonald no se desdijo. Al contrario, inició su sección diciendo «Bueno, por fin es oficial: el asesinato es legal en el estado de California».
A principios de 1998, cuando en la NBC comprobaron que Macdonald no tenía la más mínima intención de suavizar su humor (ni de dejar de llamar asesino a Simpson), lo despidieron. El motivo que le dieron: «No eres lo bastante gracioso». Como era de esperar, Saturday Night Live pegó un bajón tras la salida de Macdonald, pues su versión de Weekend Update había sido lo mejor del programa y otro grande de esa etapa, Chris Farley, había muerto prematuramente el año anterior. Tras el despido de Norm, muchos presentadores y humoristas se pusieron de su lado, en especial David Letterman, quien también había tenido una conflictiva salida de la NBC. Irónicamente, en la dirección de NBC se dieron cuenta de lo que habían dejado escapar y, apenas año y medio tras su despido, tuvieron un inesperado gesto de acercamiento. Propusieron a Macdonald que hiciese de presentador invitado de la semana en Saturday Night Live. Él accedió, pero, como quizá era de esperar, se desahogó bien a gusto en el monólogo inicial:
Hace año y medio, tuve un desencuentro con la dirección de NBC. Yo quería conservar mi trabajo. Y ellos opinaban todo lo contrario. Me despidieron porque decían que no era gracioso (…) Y ahora me invitan a presentar el programa. Así que digo: eh, espera… ¡Hey! ¿Cómo he pasado, en año y medio, de no ser lo bastante gracioso a que me dejen siquiera entrar en el edificio? (…) Entonces lo entendí: ¡yo no me he vuelto más gracioso, es que el programa se ha vuelto realmente malo! Así que sí, soy gracioso si me comparáis con… bueno, con lo que estáis a punto de ver. Resumiendo: la mala noticia es yo que sigo sin ser gracioso. Y la buena noticia es que este programa apesta.
En realidad, el monólogo fue suave para lo que Macdonald tenía planeado. Su intención inicial había sido la de boicotear el programa. El invitado semanal de Saturday Night Live, además de pronunciar el monólogo de presentación, participa en los posteriores sketches. Macdonald, en un principio, había pensado hacer el monólogo y marcharse del estudio, dejando colgados a todos y sembrando el caos en un programa que, recordemos, se emite en riguroso directo. Según él mismo confesó, se abstuvo del boicot porque alguien de su entorno hizo que entrase en razón.
Decíamos antes que Norm Macdonald fue el pionero de la práctica de sembrar el terror presentando entregas de premios. En 1998, presentó la gala deportiva de ESPN con la misma actitud de sudapollismo que había mostrado en el Weekend Update. Y entonces el atrevimiento era bastante más delicado que en 2010, porque nadie esperaba ver algo así en una gala. Recuerden que, en 1998, una gala era todavía un acto en el que se esperaba que el presentador, por muy atrevido que fuese en otros contextos, suavizase su humor (como sí había hecho, craso error, David Letterman en los Óscar). Por supuesto, Norm fue él mismo y no suavizó nada. Empezó ironizando sobre los famosos que habían practicado sexo con becarias o con menores de edad (después resultó que algunas de las estrellas presentes estaban implicadas), se burló de deportistas extranjeros, menospreció el kick boxing, habló de los futbolistas que habían tomado drogas y follado con strippers, se burló de las habilidades de Michael Jordan en el golf y el béisbol, y menospreció el noventa y nueve por ciento de los deportes de la Olimpiada de Invierno (como buen canadiense, solo le merecía la pena el hockey sobre hielo). Y cómo no, cerró su intervención llamando asesino a O. J. Simpson por enésima vez, mientras los deportistas presentes ponían cara de no saber dónde meterse.
Poco después, en los American Music Awards del 2000, volvió a hacer lo mismo. Puso a parir discos nominados («Es un gran CD para usar de posavasos»), despreció a los artistas de música latina («Si estás viendo esto, viejo rockero, es el momento perfecto de ir al servicio; para el resto, aquí viene Enrique Iglesias»), dijo que Tommy Lee había tenido una erección al darle la mano a Carmen Electra, que Dr. Dre le había ofrecido drogas entre bastidores, llamó gordo a David Crosby, le cambió el nombre a Amy Grant por «Big Ricky Grant», anunció un «duelo de puñetazos a muerte» entre Jessica Simpson y Julio Iglesias hijo, y resumió el éxito del primer disco de Creed diciendo «esto es algo más que talento: esto es pura suerte». En el mismo estilo que después usaría Gervais, dijo que «a los más grandes cómicos se los reconoce solo con decir el nombre de pila: Johnny, Lucy, Rodney». Refiriéndose a Johnny Carson, Lucille Ball y Rodney Dangerfield. Justo después presentó, recalcando bien los apellidos, a Bill Maher y Caroline Ray.
Antes mencionaba su breve etapa inicial imitando a personajes. No era el mejor imitador del mundo, la verdad, y a veces hacía de sí mismo con un disfraz. Pero en ocasiones, por algún extraño motivo, parecía captar el espíritu de ciertos personajes, y sus imitaciones se convertían en descacharrantes parodias. Mi favorita probablemente sea la de Burt Reynolds, a quien retrataba como un individuo totalmente idiota cuya infinita chulería lo hacía inmune a la percepción de su propia idiotez. Imitación, por cierto, que divertía muchísimo al propio Reynolds, quien deseaba aparecer en un sketch junto a su alter ego ficticio. Pero no pudo ser, porque Macdonald fue despedido de Saturday Night Live antes de que tan maravillosa conjunción pudiera llegar a producirse:
Otro famoso al que Macdonald retrataba como un perfecto tontolaba, aunque con más motivo, era Quentin Tarantino. Desconozco si Tarantino aprueba su imitación, pero el cineasta es la perfecta encarnación de ese concepto que los estadounidenses denominan douchebag, cuya traducción más aproximada en este contexto, a falta de que alguien con mejor inglés me ayude a expresarlo mejor, yo resumiría como «gilipollas narcisista con ínfulas». Lo más llamativo de su imitación de Tarantino es contemplar a Norm Macdonald hablando deprisa, algo que rarísima vez hace. Es como ver a un perezoso jugando al tenis. Otra imitación que ha repetido ocasionalmente a lo largo de los años es la de Clint Eastwood: vean este avance de un ficticio reality show titulado La señora Eastwood y compañía, protagonizado por la (verdadera) familia de Eastwood y por Norm Macdonald poniendo caras de asco. No dejo de imaginar al verdadero Clint viendo esto. Estoy convencido de que se parte vivo.
Por más que me guste su paso por Weekend Update y su papel como pionero del terrorismo en las entregas de premios, mi faceta favorita de Macdonald es su papel como invitado en programas de entrevistas. Es una mina. Por ejemplo, cuando le da por contar historias extrañas. En los talk shows nocturnos, de tono distendido, los invitados suelen sacarle punta a alguna anécdota de su profesión o de su vida privada. Pero Macdonald, como recuerda Conan O’Brien, «inventó algo que nunca había visto antes y nunca he vuelto a ver después». En vez de recurrir a anécdotas propias, cuenta, como si fuesen historias que le hubiesen sucedido a él, chistes antiguos —«de 1920 o por ahí»— que ya nadie recuerda. A esto se une su habilidad innata para convertir cualquier narración en un pasaje surrealista. Es difícil describir lo que hace. Salvando las distancias geográficas y culturales, se me ocurre el ejemplo de Chiquito de la Calzada o de el Risitas, en el sentido de que lo de menos es lo que cuentan, sino cómo lo cuentan.
Por ejemplo, el chiste de la polilla. Lo de menos es que Macdonald lo convierta en una especie de novela de Tolstoi:
Una polilla entra en el despacho de un podólogo. El podólogo le pregunta: «¿Cuál es el problema?». Y la polilla responde:
—¿Qué cuál es el problema? Oh, ¿por dónde empezar? Voy a trabajar para Gregori Ilinóvich. Trabajo todo el día. La verdad, doctor, ya no sé por qué lo hago. Tampoco sé si Gregori Ilinóvich sabe por qué trabajo, pero sí sabe que tiene poder sobre mí, y eso parece hacerlo feliz. Y yo me levanto sintiéndome mal. Voy todo el día de aquí para allá. A veces me despierto y veo a esa señora mayor en mi cama, apoyada sobre mi brazo. Una mujer a la que antaño amé, doctor. Y después ya no sé dónde mirar. Mi hija pequeña, Alexandria, murió durante el invierno del año pasado. El frío se la llevó, como hace con muchas de nosotras. Y a mi otro hijo —y esto, doctor, es lo más difícil de asimilar—, a mi otro hijo Gregardo Ibinolidirivich ya no lo amo. Por mucho que me duela decirlo, cuando lo miro a los ojos todo lo que veo es la misma cobardía que descubro cuando echo un vistazo a mi propia cara en el espejo. Si tan solo mi cobardía fuese aún más intensa, quizá podría atreverme a coger la pistola cargada que tengo junto a la cama, y acabar con esta infernal farsa de una vez por todas. Doctor, algunas noches me siento como una araña; aunque yo sea una polilla, me veo aferrándome a una telaraña mientras un fuego inextinguible arde justo debajo de mí. Doctor, no me siento bien.
Entonces el podólogo dice:
—¡Tienes serios problemas! Deberías ver a un psiquiatra. Por el amor de Dios, ¿por qué has venido aquí?
Y la polilla responde:
—Porque la luz estaba encendida.
Pues bien, leída es una cosa, pero la historia salta a otra dimensión cuando se la vemos contar a Norm. Decía que en muchas entrevistas se hace el tonto y cuenta sus historias de manera aparentemente torpe, repetitiva e innecesariamente complicada. Como un familiar achispado que dijese cosas sin sentido durante la cena de Nochebuena, solo que la torpeza de Macdonald es completamente controlada. Sabe cómo explotar su inmenso carisma y su simpatía natural. Es uno de esos individuos que es gracioso por naturaleza. Algunas de sus historias no tienen sentido, pero es imposible no sentirse atrapado por la particularísima manera en que las narra, con la mirada perdida en el infinito, inventándose cosas sobre la marcha, haciendo extrañas pausas, consumiendo minutos de programa y provocando que su entrevistador, en este caso Conan O’Brien, lo interrumpa para exclamar «¿Cómo de largo es esto?». Macdonald se comporta como un crío de diez años y sabe perfectamente el efecto que eso causa:
Lo mismo sucede con la historia de cuando conoce a un profesor de lógica, o la surrealista historia de cuando juega al Scrabble, o la historia de un tipo de Quebec y un estupidísimo juego de palabras sobre delfines. Podría estar dando el parte del tiempo, y su sonrisita traviesa lo convertiría en un espectáculo.
Aunque la mejor manera de comprobar cómo funciona la cabeza de este tipo es viendo sus intervenciones espontáneas en entrevistas a otros personajes. Ahí, Norm no cuenta sus historias, pero suelta las cosas que se le van ocurriendo sobre lo que dicen otros invitados o invitadas. Y resulta que se le ocurren cosas con una velocidad pasmosa. Por ejemplo, hay una entrevista (también de Conan O’Brien) a Courtney Thorne-Smith, una de las protagonistas de la serie Melrose Place. Macdonald, sentado al lado de Courtney, no dejaba de interrumpir para dar por saco con sus imprevisibles comentarios que eran, por supuesto, los momentos álgidos de la breve entrevista a la actriz. Macdonald dejaba caer que los fans de la serie eran unos retrasados, que la nueva película de la actriz iba a ser «veneno para la taquilla», y demás lindezas. Sin embargo, las decía con su particular estilo travieso hasta el punto de que la propia Courtney, en vez de sentirse atacada, se partía de risa. Es una de las raras habilidades de Macdonald: se sienta junto a alguien, empieza a meter puyas, ¡y termina cayéndole bien a todo el mundo!
Hacia el final de la mencionada entrevista (minuto 6:50 del siguiente vídeo), Conan O’Brien le desafía a que se invente un chascarrillo sobre el título de la mencionada película. Y Macdonald, para sorpresa de todos, se saca de la manga un increíble juego de palabras ¡en décimas de segundo!, ante la impagable reacción de O’Brien y de la propia entrevistada (¡no se desafía a Norm Macdonald!). En fin, verlo bombardear con chorradas una entrevista ajena —¡para mejorarla!— es un espectáculo. Este individuo es una fuerza de la naturaleza.
Teniendo en cuenta el desdén de Macdonald por los límites del humor, es sorprendente que no se haya metido en todavía más problemas durante su carrera (aparte del despido de Saturday Night Live). Por un lado, ayuda su actitud de niño travieso en las entrevistas y su simpatía natural. De hecho, sus peores ataques suenan amables, como cuando dice que la terrible cómica Amy Schumer es «la mujer más divertida del mundo», el mismo insulto que le dedicaba a Frank Stallone. Por otro, quienes conocen personalmente a Macdonald suelen hablar muy bien de él y explican que, además de buen tipo, es igual de excéntrico en su vida diaria (David Spade, antiguo compañero del programa, describe los alocados mensajes de texto que envía Norm a horas intempestivas).
Por supuesto, la era del animus iocandi ha terminado y hasta Norm se vio metido en su propia polémica, aunque la afrontó como era de esperar en él. La cosa sucedió cuando afirmó, en el programa radiofónico de Howard Stern, que «hay que tener síndrome de Down para no sentirse mal por las víctimas del Me Too». Un desliz desafortunado que Macdonald tuvo al intentar evitar la palabra «retrasado» que ha usado durante años y años, como explicó en el momento. Al contrario de otras veces en que había levantado ampollas de manera deliberada, ese comentario causó un escándalo nacional y le supuso diversas represalias prefesionales, entre ellas la cancelación de su prevista aparición en el programa de Jimmy Fallon y la cancelación de un show en Netflix. Quienes conocen a Macdonald, dicen que el asunto le afectó de verdad.
Para sorpresa de muchos, un dócil Norm acudió al programa The View, la exitosísima tertulia femenina encabezada por Whoopie Goldberg, para disculparse en tono muy serio. Allí habló y recibió la simpatía y el respeto de las entrevistadoras, que parecían hacer todo lo posible por ayudarlo a limpiar su imagen. A primera vista, el momento era chocante; en décadas de carrera, jamás se había visto a Norm Macdonald reculando de esa manera. Es cierto que se había arrepentido de algunos de los chistes que hizo durante su carrera. Es un conocido defensor de la hipótesis de que en la comedia, cuantos menos límites, mejor. Sin embargo, dejó de hacer chistes sobre transexuales porque «la gente es idiota», refiriéndose a algunos casos de agresión a estas personas. Un poco como lo que le sucedió a Stanley Kubrick con La naranja mecánica. A Kubrick no le preocupaba lo más mínimo escandalizar, pero en cuanto supo que algunos imbéciles habían usado su película como excusa para la violencia, se sintió muy perturbado e hizo lo posible por dejar claro que le hubiese gustado no rodarla. A Macdonald nunca le ha importado que la gente —minorías incluidas— se ofenda por un chiste suyo; sin embargo, cuando cree que alguien ha usado su humor como excusa para una agresión, se desmarca. Aun así, su disculpa en The View era sorprendente porque no había agresiones por medio, solo un desliz verbal. La cosa no encajaba con su personalidad.
Después empezaron a conocerse los detalles. Era verdad que el escándalo le había afectado emocionalmente, y había querido explicarse en el podcast de Joe Rogan (que en Estados Unidos tiene una audiencia descomunal). Pero Netflix, empresa con la que todavía tenía contrato, le impidió ir al programa de Rogan. Ante eso, Macdonald decidió hacer las cosas a su manera y «explicarse» en The View. Lo pongo entre comillas porque, antes de ir, avisó a unos amigos de que iba a comerse una pastilla de menta cada vez que mintiese durante su arrepentimiento público. Y, en efecto, a Macdonald se lo vio llevándose pastillas a la boca cuando decía cosas como «En ese mismo momento me di cuenta de que había hecho algo imperdonable» o «los periodistas siempre me preguntan sobre qué [humor] es ofensivo y si hay cosas que sobrepasan los límites, y personalmente creo que casi todo sobrepasa los límites».
En otras palabras, Macdonald había ido a The View a cachondearse. Cuando la gente supo este detalle, recordó no solo que Macdonald había sido el troll original en los noventa, sino que continuaba ejerciendo. Algunas frases que habían parecido torpes o ambiguas en el programa cobraron de repente sentido como defensa de la libertad de expresión; por ejemplo: «Todo esto me sorprendió, porque no hice nada. Es decir, hablé. No quiero ser metido en el saco de gente que ha cometido crímenes». Supongo que la pantomima de The View era su manera de protestar. En los ochenta fueron el «pánico satánico» de los discos al revés y la obsesión del PRMC por las canciones sexuales; hoy es la caza del desliz. Cada época tiene sus deportes para los portadores de antorchas, y es difícil escapar (por no librarse de polémicas absurdas, no se ha librado ni Fran Lebowitz, que es mujer, lesbiana y de izquierdas). En cualquier caso, seré feliz mientras existan vídeos de Macdonald y pido disculpas por que prácticamente no existan vídeos subtitulados en español, porque realmente merece la pena meterse en YouTube y empezar a bucear en la trayectoria de este maravilloso individuo que, como no podía ser menos, odia los musicales de Broadway.
Mi origen étnico es polaco. Mis padres cambiaron su apellido a Macdonald debido a las burlas que recibían por ser polacos. Y eso me enfada. Me parece bien que hagas chistes sobre otra gente, pero no me parece bien que hagas chistes sobre polacos. No me gustan. Una vez me pasó esto: fui a un sitio y pedí una salchicha típica polaca. El tipo me dijo: «¡Oh! ¡Tú debes de ser polaco!». Yo le dije: «¡Venga ya, tío! Es decir, ¡venga ya! ¡Piensa cuando hables!». Traté de hacer entrar en razón a este tipo, de darle una visión más amplia del mundo. Con un racista tienes que ir al fondo del asunto. Le dije: «¿Tú te crees que porque pido una salchicha polaca, ya soy polaco?¿Si alguien viene y te pide un pan francés, pensarías que es francés? ¿Si te pide un gofre belga, considerarías a ese tipo un belga? ¿Si un tipo te pide una Bratwurst alemana, considerarías que ese tipo es alemán? ¿Si te pide una hamburguesa cubana, pensarías que es cubano? ¡Es absolutamente ridículo que solo porque he venido a pedir una salchicha polaca, llegues a la conclusión de que soy polaco!». Y el tipo me dice: «Bueno… en primer lugar, esto es una ferretería».
En efecto, Sr. de Gorgot, Norm Macdonald es un gran coñón, brillante, desconcertante y también muy culto, como he apreciado en dos o tres entrevistas marginales que le tengo oídas por ahí. Pero esa cultura, bien digerida, no la despliega como un pavo real. Le sirve de cimentación a sus cuidadosamente desmañadas intervenciones.
Le agradezco que nos lo haya traído. Ya tocaba.
Una cosita, estoy bastante seguro que en la entrevista con Larry King (el fragmento que precede al artículo), Norm habla de Bill Maher, no Bill Murray. Maher es uno de esos humoristas extremadamente intelectual e inteligente que habla de política y actualidad poniendo a parir a todo el mundo. Justo de lo que habla Norm en ese momento.
Me congratula que alguien le dedique unos párrafos a este coloso.
La seleccion de vídeos es perfecta, si acaso he echado en falta esa parte de «comedians in cars getting coffee» en la que Mcdonald recuerda unos diálogos de la serie Kojak y remata con un «…she was a hookah!», a pleno pulmón que naturalmente provoca el descojono de Seinfeld.
Y sí, cuando escuchas a otros cómicos hablar de él sabes que es el puto amo.
Para la posteridad también el primer episodio de su podcast (¿o debería decir «videocast»?) Norm Macdonald Live, en el que el invitado es el cómico Bob Einstein, a quien conocía por Curb Your Enthusiasm y poco más.
https://www.youtube.com/watch?v=Xw3gJoM9yD4
Un desternillante disparate.
Comprendo que la basura de Telecinco es motivo más que suficiente para exiliarse mentalmente a la TV del imperio y de paso mejorar el inglés. Sorprende tanta erudición sobre programas que nos resultan muy lejanos a los no profesionales del medio, siempre vampirizando ideas foráneas. Es penosa la agobiante hegemonía de la cultura anglosajona, que llega a ser aplastante
No le conocia, me ha parecido genial! Gracias!
Me ha resultado muy curioso cuanto se parece Jim Jeffries (aunque el australiano es bastante mas cafre)
Hace mucho que lo sigo a pesar que no daban sus shows por acá
me sorprendió la presentación en espn jajajajjjajaja pleno 1998 muchísimo antes que ricky gervais!!
un gran cómico y muy infravalorado … tiene mucha razón en el tema que no hay que ofenderse con todo, como hoy en día, se vive mucha censura y cancelaciones… ya no hay libertad de expresión .
No soy español pero debo decir que leer esto fue una «pasada». A los que quieran mas de Norm busquen el canal de Youtube «I’m not Norm». Tiene compiliaciones interminables de Normie.
Norm es el mejor. Simplemente es asi.