Fue una iniciativa de Manuel Fraga, recién nombrado ministro y muy concienciado con la poética y el espíritu nacionalcatólico, la de patrocinar la marca España como una provechosa unidad de destino, no solo en el sector servicios, sino también en lo cultural. De ahí el fomento del «cine de playa», subgénero entre el spot publicitario y la comedia musical. En 1962 se estrenó la película Bahía de Palma. La dirigió Juan Bosch y tenía una estupenda banda sonora del maestro José Solá, pero ha pasado a la historia por ser la primera película del cine español en la que se pudo contemplar un bikini. Mejor dicho, a una actriz en bikini, la alemana Elke Sommer. A pesar de ser calificada como «gravemente peligrosa» por la censura y condenada por la Iglesia —una pareja de la guardia civil pedía los carnets de los espectadores «sospechosos» de lo que fuese menester—, se llegaron a fletar autocares desde los pueblos para asistir a la proyección. Parece una broma típica de Celtiberia, pero es que por entonces (¿por entonces?) se vivía en ese chiste permanente y sin gracia, ya que el uso del bikini estaba prohibido. En aquellos días de propaganda bipolar, lo mismo el Dúo Dinámico cantaba «11 000 bikinis», que en las piscinas de Zaragoza las bañistas declaraban la guerra a las celadoras del sindicato por defender el uso del dos piezas. El alcalde de Benidorm llegó a presentarse en El Pardo para discutir personalmente con el dictador esta problemática de la vestimenta, y las cosas fueron un poco más permisivas en los enclaves turísticos, siempre, eso sí, dentro del orden esquizofrénico que reinaba.
Los festivales de la canción nacieron con este mismo fin tan comercial y elevado que tenía en mente el ministro de Información y Turismo: convertir las ciudades más emblemáticas de la costa en destinos apetecibles para los extranjeros, a imitación de concursos como el de San Remo y el de Viña del Mar: el Festival de la Canción Mediterránea, el de Benidorm y el Festival Internacional de la Canción de Mallorca. Asistidos por la red de emisoras del Movimiento y su retransmisión a través de Televisión Española, los tres certámenes adquirieron enorme popularidad y fueron plataforma de lanzamiento para la carrera de artistas como Julio Iglesias, Raphael, Dyango, Nino Bravo y Massiel. De los tres festivales, el de Mallorca fue el más comprometido con la propaganda oficial, pues muchos de los temas presentados a concurso (en la doble versión: con orquesta y con grupo pop) eran odas a la belleza de la isla, las nobles costumbres de sus habitantes y la contingencia del veraneo.
Las preciadas Caracolas fueron para canciones como «Quand Palma chantait» (Frida Boccara y Luis Recatero), «Mallorca, Mallorca, caracola del mar» (Alberto Cortez) y «Me lo dijo Pérez» (Karina y Mochi). Otras pasaron al hit parade del disco del verano: «El puente», de Los Mismos; «El turista 1 999 999», de Cristina y los Stop; «Las chicas de Formentor», de Los Javaloyas; o «Vuelo 502», de Los 4 de la Torre. Entre 1964 y 1970, se presentaron al festival de Mallorca cantantes y orquestas de toda Europa, conducidos por José Luis Uribarri. En la edición de 1970 intentaron hacer un festival para la temporada de invierno, pero no tuvo la misma acogida que los anteriores y el certamen echó el cierre. Ya entrados los setenta, se intentó un nuevo festival, más moderno y más pop, sin tanto costumbrismo. Le cambiaron el nombre a Musical Mallorca, pero mantenía el mismo presentador, acompañado de caras muy conocidas de la tele, los dos maestros Algueró como directores de escena y el rechazo frontal del Sindicato Independiente de Artistas Baleares. La razón: ninguno fue contratado para tocar o cantar en sus cuatro ediciones, entre 1975 y 1978. No es extraño este desprecio de la escena mallorquina por parte del patrocinador, Televisión Española. Lo último que querían en el Ente era posibles problemas «a nivel internacional» con los músicos que cantaban en catalán y habían abrazado el folk-rock.
Pero mucho antes de eso, antes incluso de las formaciones pop y los cantantes melódicos de los años sesenta, Mallorca ya tenía su propia escena musical, que fue exportada y difundida a través de los mejores locales y sellos discográficos de Barcelona, Valencia y Madrid. En Mallorca nacieron grandes músicos y se pudieron ver y escuchar otros estilos, un poco diferentes de las canciones de aquel Festival Internacional del camp y sus conjuntos.
Bonet de San Pedro y los 7 de Palma: el primer grupo pop
A comienzos del siglo XX, aunque parezca mentira, el jazz ya había llegado a la península, habiéndose creado un ruidoso y polémico circuito de locales, público e intérpretes. Brillaron especialmente las orquestas, que triunfarían a lo grande en los años treinta y cuarenta. En Barcelona, grupos de músicos amateurs fundaron sus propios clubs de hot jazz, a imitación de los franceses. Muchos artistas del nuevo estilo se refugiarían en España huyendo de la guerra o sus consecuencias, pero la mayoría de las estrellas locales conoció el jazz gracias al cine. Fue el caso de Pedro Bonet Mir (1917-2002), quien, en su barrio, Puig de Sant Pere de Palma, y con apenas catorce años, ya tocaba la guitarra, regalo de su madre, tras ver a Ramón Novarro interpretar «Pagan Love Song» en la película El pagano de Tahití (1929). La guitarra hawaiana se convirtió en una obsesión para el joven Bonet, que aprendió este difícil arte escuchando los discos de grandes instrumentistas del género, como los Kalama Brothers y Frank Ferrera. De la steel guitar pasó a la acústica para tocar swing, al estilo de su admirado Django Reinhardt. No se quedó ahí, pues también tocaría el clarinete, el saxo y hasta el vibráfono, siendo uno de los primeros solistas españoles de tan peculiar instrumento.
Pedro Bonet debutó en 1937 con sus habilidades de multiinstrumentista en el Café Español de Palma. Lo hizo con su primer grupo, Los Trashumantes, acelerado combo de hot jazz, rumba y swing, junto a otros jóvenes músicos, como el cubano Adolfo Araco (futuro director de la insigne Orquesta Plantación) y los pianistas José Valero y Miguel Vicens. Estos músicos permanecieron en la isla, ajenos al desarrollo de la guerra civil. El hot jazz no despertó las simpatías de la República, mucho menos de la dictadura de Primo de Rivera, y por supuesto, ninguna del régimen franquista. Los Trashumantes tuvieron una breve existencia, hasta 1941, y Bonet se trasladó a Barcelona, acompañando a la orquesta de Luis Rovira. Ese mismo año, Bonet quedará al frente de la ahora llamada Orquesta Gran Casino, con quien graba y canta su primer gran éxito, una composición suya titulada «El tiroliroliro». A partir de entonces, y con el nombre de Bonet de San Pedro (en honor al pueblo de pescadores donde nació), se convertirá en unos de los músicos más populares del país.
Tras una serie de colaboraciones con las orquestas más importantes de Madrid, vuelve a Barcelona para formar su propio grupo de hot jazz. Nacen Bonet de San Pedro y los 7 de Palma; con seguridad, el primer grupo español moderno, al combinar la percusión con las cuerdas. Son cinco instrumentistas los que acompañan a Bonet: Joaquín Escanellas, guitarra; Jaime Vilas, violín; Jaume Villagrasa, bajo; Daniel Aracil, piano; y Ernesto Felany, batería, que más tarde se convertiría en el cantante de Los Javaloyas, más la vocalista Josita Tenor. Sus actuaciones en los Jardines Virginia de Mallorca y clubs como el salón Rigat y Trébol de Barcelona son un gran éxito, reflejado en los discos para el sello La Voz de su Amo entre 1943 y 1946, una sucesión irresistible de temas swing y foxtrot, y por supuesto, su «Raska-yú», himno de la posguerra con polémica incluida, pues desde ciertos sectores de la prensa y el clero lo consideraron, primero, una crítica al dictador, y segundo, una broma de muy pésimo gusto sobre la muerte, ya saben el poco humor que gastaban entonces.
La figura de Bonet de San Pedro siguió en activo hasta bien entrados los años setenta, con una música más orientada al bolero y la balada de crooner, junto a figuras como Jorge Sepúlveda, valenciano, pero afincado en Mallorca, y el mismísimo Antonio Machín, cuando también había abandonado su carrera inicial como prodigioso rumbero y componía «Angelitos negros» en un descanso de sus múltiples actuaciones en la sala Trocadero de Palma. El comercio y la política demandaban ritmos raciales, nada de jazz o cosas extranjeras. Pese a todo, el enorme talento de Bonet permaneció al lado del swing, promoviendo clubes de talentos y organizando las primeras jazz sessions españolas.
Igual que Bonet de San Pedro tiene un repertorio entero dedicado a su tierra (casi veinte canciones sobre Mallorca, entre las que se incluye el hit «Bajo el cielo de Palma»), la mayoría de los artistas de los años cincuenta y sesenta explotaron la veta folclórica y colorista de la música balear, pero desde dos perspectivas muy diferentes: una, la pura comercialización del mensaje racial para discos pop (como recuerdo exótico de las vacaciones, discos con portadas de paisajes o de isleños ataviados con el traje regional); la otra, la recuperación de la tradición (los bailes, los ritmos y el idioma: recordamos las primeras grabaciones, en fecha tan temprana como 1956, de los dos EP de la Agrupació Folklòrica de Valldemossa y el grupo Balls de Mallorca), para culminar en un folk cada vez más comprometido, con el nacimiento de la nova cançó.
Los numerosos clubs de la isla, como Trébol, La Cubana, Salón Ibiza, Tito’s o Trocadero, acogen a orquestas de música ligera (Trocantes, Musilandia, Ritmo y Melodía, Brasil, Los Suiners…) que lo mismo tocan pasodobles y coplas que tangos, twist y hasta rocanrol para complacer a los cada vez más numerosos visitantes. Pese a la abundancia de músicos y escena, Mallorca no dispone de una infraestructura propia para grabar y promocionar a sus artistas, que tienen que viajar a Barcelona para firmar contratos con las discográficas. El primer disco pop grabado en la isla es de 1963. Lo produce Miguel Aller Martín, cantante, compositor y propietario de la editora musical Papel. En un estudio de grabación montado en el Teatro Sindical de Palma, reúne a Marta Christel, la «Rita Hayworth mallorquina» (popular intérprete melódica que llevaba cantando desde muy joven con diversas orquestas y es fija con la famosa Orquesta Bolero) con el grupo vocal Los Guauancos, y registra un EP con cuatro canciones que distribuye Iberophon, pero Aller está a punto de crear el primer sello discográfico mallorquín de música pop coyuntural: el exitoso y prolífico Fonal. En él graban conjuntos como Los Massot, Romantics, Marblau, Oliver’s, Los Diferentes, Los Vulcanics, Héctor y su Conjunto, Los Sayonara o Los 4 de Mallorca canciones que mezclan ritmos modernos con cálidos mensajes de sol y playa, atendiendo incluso a un lugar concreto de la isla, temas que compone el propio Aller («El Arenal», «Cala Millor», «Can Picafort»). Fonal tiene tanto éxito, que Hispavox y Belter lanzan sus propias colecciones de discos «turísticos», y la llaman, sin cortarse, «Souvenir de Mallorca».
En paralelo a este boom de la «música turística», extraño híbrido de aperturismo pop y rancias esencias nacionales, llegaron, imparables, el nuevo rock anglosajón y la protesta folk. Los hermanos Bonet —Juan Ramón y Ana María— son los dos cantautores mallorquines del grupo de Els Setze Jutges (Enric Barbat era el menorquín). Junto a ellos, figuras como Miquelina Lladó (y sus diversas e interesantes transformaciones en los años posteriores en Música Nostra y Siurell Elèctric), Gerard Mates y Guillem D’Efak fueron personajes que revolucionaron la tradición musical de la isla con una nueva mirada desde el folk, incluso desde el jazz.
Ilustres y curiosos visitantes
El 15 de julio de 1968, Jimi Hendrix inauguraba la discoteca Sgt. Pepper’s, sita en la plaza Mediterráneo de Palma, acompañado de su grupo, Mitch Mitchell y Noel Redding. A más de cincuenta años del acontecimiento, puede que ya no signifique nada, pero para las efemérides musicales de este país es un hecho histórico, porque The Jimi Hendrix Experience tocó en pocas ocasiones, y es una muestra más del auge económico de la isla y del potencial de sus turistas. A finales de los sesenta, Mallorca era un destino codiciado por el viajero internacional, atraído, además de por los todos los tópicos que ofendían a la Iglesia y los cargos de Falange, por una oferta cultural muy atractiva y, al cambio de moneda, realmente económica. En locales como Tagomago o Barbarela, los visitantes podían asistir a conciertos de grupos de rock, pop y soul de primerísima fila (Kinks, Animals, Hollies, The Shadows, Wilson Pickett), y figuras del jazz y la canción ligera (Louis Armstrong, Maurice Chevalier, Duke Ellington, The Platters…).
A Hendrix lo trajo su mánager, Mike Jeffery, que además de mánager musical era empresario de discotecas: ya poseía en Mallorca otros negocios, como el Zhivago y Haima. Asociado con Chas Chandler, el exbajista de los Animals — pasaban largas temporadas en Mallorca—, acondicionaron un bajo en la zona más «marchosa» de la capital, el barrio de Colima, equipándolo con un gran sonido y una decoración ultramoderna. Según las crónicas, más de setecientas personas abarrotaron el concierto, cuya entrada costaba la friolera de trescientas pesetas, aunque otros testigos afirman que el aforo estaba a la mitad. La mayoría, turistas y marines de la flota que había recalado unos días antes en la costa. Solo había una pequeña representación de los músicos de pop-rock locales, entre ellos, los que iban a haber sido teloneros de la gira inglesa de Jimi Hendrix: los Z-66, con Lorenzo Santamaría de cantante, un gran grupo de soul y psicodelia que no tuvo el éxito que merecían. Grabaron para EMI canciones propias y versiones de éxitos del rock de entonces (entre ellas, se atrevían con los Moody Blues y Grateful Dead). Hendrix, como otros muchos ilustres visitantes, quedó prendado de la isla y pasó una semana de vacaciones, volviendo otra a la Sgt. Pepper’s, donde, entre copa y copa, pidió hacer unas canciones con el grupo residente, que no eran otros que los Z-66, que ya estaban más que acostumbrados a tocar con músicos anglosajones. La prensa española no se hizo mucho eco de la presencia y el concierto de Hendrix, y aquellos periodistas que escribieron una crónica no parece que salieran muy contentos de ver el espectáculo.
Otro episodio pop que no ha trascendido hasta hace muy poco tiempo fue la presencia de John Lennon y Yoko Ono en Mallorca. Por supuesto, sí fue sonadísimo el episodio final: la detención de la pareja en la primavera de 1971 en Manacor. Los dos se habían llevado a la hija de Yoko Ono de la guardería sin el permiso de su padre, el productor de cine Anthony Cox, que vivía en Calas de Mallorca con la pequeña. Cuando este se enteró, puso una denuncia, y la pareja fue trasladada al cuartelillo. Todo quedó en un escándalo periodístico con personajes famosos (el año pasado, se estrenó el cortometraje Kyoko, de Marcos Cabotá Samper y Joan Bover Raurell, donde se cuentan los pormenores del incidente), pero sorprende que Lennon y Ono ya hubiesen viajado antes a Mallorca, esta vez con motivo de visitar el centro del Maharishi Mahesh Yogi. Sí, el mismísimo gurú de la India al que fueron a ver en peregrinación los Beatles en 1968. El famoso santón impartió clases de meditación trascendental durante los inviernos de 1969 y 1971 en Cala Murada (al precio de mil quinientas pesetas por cabeza, acudían cientos de personas; entre ellas, además de la famosa pareja, los habituales seguidores del popular sanador, como Donovan y Mike Love). Un libro de Bárbara Durán, recién publicado, ofrece muchos más detalles de esta fascinante historia: Vaig veure John Lennon (Lleonard Muntaner, 2019).
Escala en Formentor. Sonidos de la isla universal
- Los Z-66 (Regal, 1969).
- Bonet de San Pedro (Vergara, 1969).
- VVAA: Jazz en Barcelona 1920-1965 (Fresh Sound Records, 2006).
- Los Valldemossa: Song in the Sun (Phillips, 1963).
- Marta Christel y los Guauancos: Twister/Mundo olvidado/Olé soleá/Mi corona (Iberophon, 1963).
- Miquelina Lladó: El trobador / Pena / Jo som, tu ets / Quan vengui Déu a la terra (Edigsa, 1966).
- Joan Ramon Bonet: Alça la cara (Edigsa, 1965).
- Maria del Mar Bonet: Fora d’es Sembrat (Concèntric, 1970).
- Gerard Mates: Cançó de febrer / Cançó de l’adéu / Balada de nova vida / L’Escarada (Concèntric, 1969).