Verano es anagrama de averno, así que no vamos a descubrirle nosotros lo evidente: qué época detestable esta que comienza. Toda chancleteo, sudores viscosos y atuendos terroristas. Como ya es tradición en esta casa, inauguramos etapa refunfuñando por la calorina y haciendo algo que nadie nos ha pedido: una lista de libros. Sí, otra. Porque no podremos evitar que se pasee usted por ahí lanzando loas al chiringuito, la sombrillita, el airecito acondicionado y las verbenitas (canícula obliga a sufijar todo en «ita» para redondear la tortura) pero vamos a poner algo de nuestra parte para que no se sofría (más) el cerebro con lecturas garbanceras, idénticas a su vecino de toalla. Puede que haya renunciado a cualquier asomo de dignidad estética, pero que no le priven a usted de sentirse especial.
Embadúrnese de factor cincuenta y tome nota del picado de sugerencias que traemos. Le rogamos que si encuentra el criterio que ha regido la selección, nos lo haga llegar en copia compulsada. Si parece un desorden caótico de títulos no necesariamente recientes, ni posturetas, ni vinculados entre sí, nos disculpamos. Tampoco hemos hecho nada para evitarlo. Qué se puede esperar de algo que ha sido tecleado como pretexto único de compartir, una vez más, el único manifiesto veraniego que nos representa: este.
Madres, avisad a vuestras hijas, de Bonnie Jo Campbell (Dirty Works)
Bonnie Jo Campbell dejará de aparecer en esta lista cuando publique un libro regulero o mediocre, pero todavía no se ha dado el caso. Ha vuelto al relato corto y eso exige un sucísimo alborozo por nuestra parte. Este compendio de historias está concebido con el firme deseo de abrirte la piel para hurgar por dentro con un alfiler oxidado. Abarca dieciséis relatos y una infinitud de vidas de madres e hijas, mujeres equilibristas que no se interrogan sobre las derivas existenciales del vivir, atareadas como están con la supervivencia. Con desollar vacas, alimentar niños, enterrar mascotas y maridos, limpiar sangre reseca o buscar dinero para anfetaminas o abortar en un circo. Leerla y querer amorrarse al Jack Daniel’s es todo uno. Como se dice en alguno de los relatos, la sordidez en la escritura de Bonnie Jo Campbell «resulta rara si no lo esperas» pero, incluso conociéndola, hay algo en esta colección de historias que no nos había mostrado antes. Un mordisco nuevo. La ferocidad de las vidas que retrata ni son lejanas ni son exóticas en su desgarro, sino dolorosamente reconocibles. «Siéntate y escucha, muchacha», le ordena una madre a su hija en el relato que titula el libro, y que dan ganas de reenviar masivamente a todos tus contactos, si es que consigues recomponerte del hostiazo. Escuchad, muchachos. Eso es lo que nos pide Jo Campbell. Una bocanada de aire (imposible decir fresco) entre tanto victimismo flácido y tanta vaina.
«Tengo la cabeza llena de historias que todavía tienes que oír, empezando por mis costillas, terminando por mi vida entera». Lo dice un personaje, pero bien podría ser de Bonnie Jo. Con ella da igual el mal cuerpo que nos deje su escritura, siempre levantamos el plato pidiendo repetir.
Mira las luces, amor mío, de Annie Ernaux (Cabaret Voltaire)
Y de madres e hijas, de alguna forma, también va lo nuevo de Annie Ernaux. La escritora francesa titula esta suerte de pseudodiario con una frase escuchada en un supermercado, de una mujer animando a su pequeña a contemplar las luces navideñas. Durante un año, anotó lo que observaba en sus visitas a uno de esos no-lugares (aunque para ella no lo son) y los resortes que activaban en su cabeza. De nuevo, Ernaux deslumbra en su capacidad de observar, de elevar lo más mundano a pura literatura. ¿Se ha fijado en que los supermercados rara vez salen en las novelas? Ella sí. «Si lo pensamos detenidamente, no hay espacio, público o privado, donde deambulen y se junten tantos individuos distintos: por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y étnico, apariencia. No hay espacio cerrado donde cada uno de nosotros, decenas de veces al año, se encuentre más en presencia de sus semejantes, donde cada uno de nosotros tenga la oportunidad de atisbar la forma de ser y vivir de los demás», nos dice. Ella coge esa versión del mundo en miniatura, artificialmente ordenado, químicamente seguro, para mirar a los demás como lo que son más allá de ese vocablo tramposo que llamamos «sociedad». El resultado es una rareza, como todos los libros de Ernaux. De una paz rara, íntima y poco complaciente.
Bestiario del norte, de Pablo Gallo (La Felguera)
Un título perfecto si ha decidido usted huir del infame azote del calorcito en tierras norteñas. Incluso si es afortunado habitante de Galicia, Asturias, Cantabria o País Vasco, encontrará en esta joya de Pablo Gallo mucho sobre su terruño que le avergonzará desconocer. No importa. Bestiario del norte nos abre las compuertas de las leyendas y mitos de un territorio sospechosamente prolífico en historias de demonios, mouras, ojáncanos y lamias. Ya lo dijo Pardo Bazán: «El folclore quiere recoger esas tradiciones que se pierden, esas costumbres que se olvidan y esos vestigios de remotas edades que corren peligro de desaparecer para siempre. Quiere recogerlos, no con el fin de poner otra vez en uso lo que cayó en desuso, que sería empresa insensata y superior casi a las fuerzas humanas, sino con el de archivarlos, evitar su total desaparición, conservar su memoria y formar con ellos un museo universal, donde puedan estudiar los doctos la historia completa del pasado». Bestiario del norte es una celebración de ese folclore, un viaje a lo insólito de las criaturas que aún pueblan (no lo dudamos) bosques, praus y ríos cuando cae la noche. Para los miopes o turulecos hay además, unas muy tatuables ilustraciones de todas estas criaturas mitológicas: desde los bueyes hechizados, las sirenas y los duendes a los robles destructores. Una delicia lingüística (abruma la belleza de algunos nombres) y mitográfica. Que culmine con una «Comisión de investigaciones extraordinarias» es un acto de justicia.
La sirena negra, de Emilia Pardo Bazán (Nocturna Editorial)
Y hablando de doña Emilia y de los mitos, en pleno centenario de su muerte había mucho dónde pescar algo bueno. El anzuelo lo ha mordido esta sirena, que no es tal. Se trata de una novela de la etapa menos naturalista de Pardo Bazán, que puede ser leída como la más reflexiva del tríptico que completan La Quimera y Dulce Sueño.
Su protagonista, que bien podría jugar una partida de rol lovecraftiana, es un diletante que deambula por Madrid obsesionado con la muerte. Engolosinándose con ella. Hasta que se le cruza un capricho, un motivo: un chiquillo llamado Rafael. Bazán también deambula entre tonos y registros (a veces gótica, a veces psicoanalítica y siempre mordaz) para contar la peripecia de Gaspar Montenegro, trágica, tal y como se están oliendo. Tiene reflexiones que piden bronce («El “género humano” es el vocablo más vacío de sentido; no hay humanidad, hay hombres») y un final difícilmente previsible que no les vamos a hurtar. Sobre todo, porque doña Emilia volviendo de entre los muertos para reprendernos no es un plan demasiado apetecible.
El pensamiento conspiranoico, de Noel Ceballos (Arpa)
Desconocemos cómo este libro ha logrado esquivar la mano implacable de Soros, pero nos felicitamos de haberlo leído antes de que su autor desaparezca misteriosamente y haya que traficar en el mercado negro para conseguir un ejemplar. Que hay una conspiración mundial lo sabemos todos, ¿no? Lo que nos distingue es a cuál de ellas nos amorramos: a las más clásicas como los Illuminati, las que ya están un poco de capa caída como el Pizzagate, o esas que hacen fondo de armario como el terraplanismo y los pérfidos judíos que mueven los hilos. Y claro, Bill Gates. Ese villano de Bond, otrora filántropo techie, que nos está inoculando a todos el agua de fregar o un chis malvado, depende de con quién concuerde usted. Supongo que ahora tocaría decir eso de que El pensamiento conspiranoico llega en el momento ideal, con calditos de toda clase burbujeando en mil conspiraciones, pero no nos da la gana. Sospechamos que este libro, tan exhaustivo como es, tan afilado en su exploración de lo que nos lleva a sucumbir a teorías rocambolescas para explicarnos el mundo, tan rabiosamente divertido y descojonante, es lo que ha provocado que Noel Ceballos nos haya dejado en el dique seco a todos los nacheters. No es una afrenta menor, es cosa mayor, pero acaba uno disculpando el abandono alrededor de la página diez, cuando se cita un capítulo de Los Simpson. Ahí —bien pronto— se entiende que el libro no tiene vocación de carcajearse de los del gorrito de papel albal exponiendo sus teorías más desquiciadas, pero tampoco mirarles con condescendencia para concluir que si pinchas a un conspiranoico, también sangra. No. El impulso motriz del libro es, sencillamente, meterse con llave inglesa en toda esa maraña de conspiraciones que la mente humana empezó a tejer por un motivo bastante concreto. De nuevo, la Biblia: «Lo que Los Simpson nos quisieron contar en este episodio es que, en un mundo tan caótico como el nuestro, la vía irónica quizá sea la mejor herramienta para comprender lo que está sucediendo entre bambalinas. Ven por las risas y quédate por los hallazgos casuales que la mente conspiranoica es capaz de generar cuando no habla en serio». Gracias a este ensayo usted confirmará sus sospechas más oscuras (fueron los herejes quienes iniciaron el movimiento antivacunas) o más lunáticas (lo del Windsor no fue una colilla, fue Villarejo).
Diccionario ilustrado BOE-Español, Eva Belmonte y Mauro Entrialgo (Ariel)
Aquí otra opción para los que se han pasado de vueltas, y ya no les sirve esa frase asquerosa de «yo no leo novelas, solo ensayos» para abrumarnos con su elefantiásica inteligencia. Ahora, doctos amigos, pueden leerse el BOE. Bueno, no exactamente: puede usted entender el BOE. Que, así entre nosotros, no es algo que le ocurra prácticamente a nadie en el pleno uso de sus facultades. Porque como dice su autora, Eva Belmonte, en él «las palabras dejan atrás su significado terrenal, o casi sentimental para embutirse en el corsé del lenguaje administrativo». Lleva casi una década de estudios lingüísticos boeianos, y maneja con soltura términos como «candidaturas proclamadas», «BOD» o «disposición derogatoria», conocimientos que ahora pone a nuestra disposición para ver si dejamos, de una santa vez, de preguntarle por Twitter «y esto qué quiere decir». Nos desvela todas las triquiñuelas, los vericuetos ininteligibles de una publicación que rige nuestros destinos aunque le hagamos poco caso. ¿Hace falta subrayar el didactismo? Sea: es un diccionario, así que cumple el leit motiv de María Moliner: «Cualquier libro, en cualquier lugar, para cualquier persona». Ilustra con desfachatez Mauro Entrialgo, que hace de la mofa (política) un arte venenosísimo. Después de esto, podrá usted leer el BOE sin que se le quede cara de Laura Dern en Inland Empire.
Reina del grito, de Desirée De Fez (Blackie Books)
Si no entendemos el BOE, figúrese la vergüenza que nos da confesar que se nos pasó leer en su momento Reina del grito: ninguna. Llegamos a esta MARAVILLA (mayúscula enfática) a través del también maravilloso podcast Reinas del grito y aceptaremos la condena que se nos imponga por haber estado fuera de onda hasta ahora. Pero ya saben lo que ocurre: los fans tardíos tratan de compensar el retraso siendo más ruidosos, así que no se extrañen si seguimos durante los próximos meses dando la tabarra con la gozada que es Reinas del grito. Gozada, sí. Sobre el cine de terror, sí. ¿Todavía estamos con esas? Si le resulta cansino 1) reivindicar el género 2) suplicar legitimación defendiendo que el cine de terror «no son solo sustos», lo que ha escrito Desirée De Fez es para usted. Porque, afortunadamente, salta con pértiga a toda esa tropa de cansinos ante los que hay que andar pidiendo clemencia por disfrutar con acojonarnos, y también a los «verdaderos fans» que consideran sacrílego decir según qué cosas. Los que, como dice la autora, profesan «una fe incondicional en un género al que tampoco le pasa nada si no le das la razón siempre». El salto no solo es necesario, sino placentero, porque le permite aterrizar en sus propios miedos (pocas veces el uso de la primera persona está tan justificado) para acabar haciendo una excavación deslumbrante del corazón mismo del cine de terror. Una pista: es femenino.
La locura de amar la vida, de Monica Drake (Bunker Books)
Y ya que estamos con las confesiones, aquí va otra: cuando vimos que a Monica Drake se la promocionaba como la mejor amiga de Chuck Palahniuk se nos torció un poco el morro. Cuando se la comparó literariamente con él, las cejas se nos fueron al cielo. Al ver que la propia Monica fue la inspiración para el personaje de Marla en El Club de la lucha estábamos ya exhaustos de tanto sospechar de compadreo torticero. Pero leímos La locura de amar la vida y se nos calmó el sofoco. Porque, efectivamente, hay algo de esa maldad retorcida en ella, un sabor similar a realismo sucio que la hermana con Palahniuk solo si miras de lejos. De cerca, Drake es otra cosa. Una narradora malvada que disfruta componiendo universos podridos, en los que algo o todo falla. A veces es un tatuaje que sale mal, otras un sándwich de queso quemado que aparece, sin más, en un sótano. Compuesto a través de relatos, podría ser leído como una novela fragmentada, porque todas las historias están anudadas a través de dos hermanas. En todas, el ser humano es una mezcla de error y perfección, como uno de esos cócteles cuya dulzura enmascara el zurriagazo etílico. Como ella dice: «Cosas terroríficas ocurrían incluso en casas normales, con familias normales. Las cosas terroríficas llegan poco a poco, filtrándose sin prisas».
Monica Drake vive en una caballa perdida de Portland, a la que podría invitar a Bonnie Joe Campbell en algún momento. Saldría algo hermoso y siniestro de ahí.
Da igual, de Agota Kristof (Alpha Decay)
El subtítulo deja claro de qué estamos hablando: Da igual: los veinticinco cuentos despiadados de Agota Kristoff. Si han leído Claus y Lucas ya deben estar conteniendo el aliento, ahítos: ¿más maldad despiadada? Sí, a paladas. Y encima, sin refinar. Este volumen recoge los primeros cuentos que escribió recién refugiada en Suiza, escritos en una lengua que no era la suya. De ahí la atmósfera de pesadilla, de ahí estos relatos tambaleantes, ásperos y descarnados. A Kristof le hace falta poco para que lo que escribe sea inquietante, incómodo. Son relatos brevísimos en los que solo hay una certeza: algo va mal. O más bien alguien. Ya sabemos que Agota Kristof es una de las grandes cronistas de la maldad humana, y estas historias suponen un punto de entrada fantástico a una autora imperdible. Sobre todo, porque escribe de lo genuinamente jugoso de la literatura y de la vida. La bondad ya se explica por sí misma.
.
Lo que pesa un muerto, de Heme Brazo (Proyecto Estefanía)
Una proeza para finalizar: «Alta literatura de quiosco». No es que a nosotros nos resulten proezas ni la alta literatura ni los quioscos, ni siquiera la combinación de ambos, que bien podría. Es que ese es el lema de Proyecto Estefanía, cuyo nombre no engaña: rinde tributo directo a Marcial Lafuente Estefanía y sus legendarias novelitas del Oeste. Estas, eso sí, tienen grapa. Ha caído en nuestras manos Lo que pesa un muerto, una revisión muy macarra y disfrutona del wéstern, en el que nada es crepuscular. Al contrario, es un reto no romperse la mandíbula con la historia de la Shérifa, MariJane FreeFeets en Desert Hole, con viejo Dan, los BelmontRed y demás cowboys. Desde aquí, solicitamos ingreso automático en el espectáculo ambulante DRAG (Damas Risueñas Achispadas y un poco Guarras) por derecho propio. No se amilanen, que no hay porqué: si las pelis del oeste le piden a su cuerpo tanta siesta como el Tour, estas novelitas también pueden conquistarle. Encintése el revolver en la cadera, que algo pasa (siempre pasa algo) en este pueblo de sol abrasador. Y Heme Brazo lo cuenta con gran salero, leré.
Lo que pesa un muerto es una gamberrada que se lee en un transbordo y te deja con ganas de más zarzaparrilla.
Pues mira, no me parece una mala lista. Y es que a mí me gustan las listas ( o las prefiero a las tontas )
POr ej. El pensamiento conspiranoico lo tengo pendiente ( estimulado por un conocido negacionista que me envía artículos que no entiendo cómo alguien inteligente puede creer ); y el diccionario del Boe también tiene buena pinta – soy fan de Mauro Entrialgo, que me parece el historietista mas ingenioso acualmente – .
Bárbara, ¿qué son praus? Si el resto del artículo está escrito en un castellano impecable, no lo estropees inventándote semejante engendro.