Ostentas de prodigios coronado,
sepulcro fulminante, monte aleve,
las hazañas del fuego y de la nieve,
y el incendio en los yelos hospedado.(Francisco de Quevedo)
Soñé que el fuego se helaba,
soñé que la nieve ardía…(Jota navarra)
Una de las grandes (nunca mejor dicho) atracciones de la Exposición Universal de Sevilla de 1992 era un iceberg entero y verdadero exhibido en el pabellón de Chile. Y no solo porque en su proximidad se disfrutaba de un anatópico frescor y una reconfortante penumbra mientras en el resto del recinto ferial la muchedumbre vagaba sudorosa bajo el inmisericorde sol sevillano, sino por la sobrecogedora majestuosidad del coloso antártico. Para quienes estábamos acostumbrados a ver el hielo en cubitos, admirarlo en modo montaña al alcance de la mano fue una experiencia casi religiosa, una auténtica epifanía. Y un tercer aliciente para la visita eran los comentarios del público (en voz baja, pues los presentes teníamos la sensación de hallarnos en el templo de un dios primigenio), como el del enteradillo que susurraba: «Es el que hundió el Titanic», o el de la madre que le contestaba al niño que preguntaba boquiabierto cómo lo habían llevado hasta allí: «Lo trajo una ballena».
Treinta años después, reencuentro la idea (no hay que sorprenderse de que cetáceos e icebergs viajen juntos por el proceloso mar del imaginario colectivo) en un reciente libro de Javier Maqua titulado Arde la nieve. Vida y aventuras de Alí Gómez Abenamir (Prokomun Libros, 2021), en el que la tradición de los viajes imaginarios y los manuscritos apócrifos confluye con la épica bizarra de las empresas desmedidas y aparentemente disparatadas, a lo Fitzcarraldo. Solo aparentemente, en este caso, pues, como refiere el autor en el epílogo del libro (titulado «Las hazañas del fuego y de la nieve»), la locura de Abenamir, que a principios del siglo XIX concibe la «Peregrina Idea» de llevar nieve o hielo al Caribe por distintos medios, entre ellos el uso de ballenas como bestias de tiro, cuajaría en la próspera empresa de Frederic Tudor, «el Rey del Hielo», que pocos años después exportaba frío a medio mundo desde Boston, con su flota de naves cargadas de bloques de hielo extraídos de los estanques helados de Nueva Inglaterra. Con lo cual una tercera materia épica se une a las anteriores: la del precursor visionario e incomprendido, la del fracaso estrepitoso que allana el camino de futuros éxitos.
Alí Gómez Abenamir es, en cierto modo, un trasunto especular de Marco Polo. Si el veneciano descubre —e imagina— Oriente con ojos occidentales, el turco explora e interpreta Occidente con mirada oriental, islámica, constantinopolitana. Como Polo, Abenamir es un mercader ilustrado con sueños de grandeza y vocación literaria, y en las historias de ambos hemos de buscar ensoñación y literatura más que crónica rigurosa.
En su ajetreado ir y venir por medio mundo, el fluyente Abenamir se remansa en Granada, donde traba fecunda amistad con otro viajero ilustrado: el polaco Jan Potocki, autor de El manuscrito encontrado en Zaragoza; una pirueta metaliteraria mediante la cual el texto incorpora como personaje relevante a uno de sus principales referentes1 (antológico el episodio del rescate de la perrita de Potocki, secuestrada por una banda de zíngaros granadíes).
Y de Granada parte Abenamir hacia la Alpujarra siguiendo «la llamada de la nieve», en busca de su destino final o inaugural: la hacienda de sus antepasados, expulsados siglos atrás por una cristiandad bárbara y excluyente. Y parte con su corazón de aventurero turbado por la misteriosa herejía de los nivarios y su cabeza de mercader inflamada por la perspectiva de ingentes beneficios, al comprender que «había nacido para llevar un alivio de frío a la calina caribeña y, de paso, llenar sus arcas». Fracasa varias veces en su empeño, pues como él mismo declara: «Mis cálculos no eran equivocados, pero sí los márgenes de riesgo del destino». Aunque de nada podemos estar seguros, pues como dice el autor en una nota a pie de página:
Y aquí nos queda saber quién engaña, si el primero, el segundo o el tercero [de quienes sucesivamente refieren la historia] (o aun el cuarto: tú, lector), o si engañan todos, o si el engaño mismo es la materia de toda escritura, tanto como la memoria. No obstante, todo texto o mapa propone su propio código, conforme al que exige ser interpretado, y en él deberían encontrar solución todas sus preguntas.
Todos los viajes son imaginarios, incluso en el momento de su realización, y al relatarlos se convierten en relatos, valga la obviedad.
Arde la nieve es un texto fronterizo en más de un sentido, en relación con más de una frontera, y aunque la que separa realidad y ficción es la más obvia, tal vez no sea la más relevante. Un texto fronterizo y talismánico, en el sentido en que dice Calvino que son talismanes los clásicos «que se configuran como equivalentes del universo»; pues en sus escasas ciento cuarenta páginas de holgado texto cabe casi todo, como en el abismal Manuscrito de Potocki al que rinde homenaje. Una pequeña joya literaria —y metaliteraria— engarzada en una primorosa edición ilustrada que hará las delicias de los amantes de los libros de papel, en estos tiempos en que la expresión ha dejado de ser un pleonasmo.
(1) El enigmático jeque de los Gomélez es un personaje clave del laberíntico libro de Potocki, y Potocki es un personaje clave del laberíntico libro de Gómez, con lo que la mise en abyme del primero parece devorarse a sí misma en el segundo cual voraz ouroboros narrativo.
«la hacienda de sus antepasados, expulsados siglos atrás por una cristiandad bárbara y excluyente.»
Hola, Carlo
No creo en la religión que más se acerca a la verdad, por su racionalismo, que es la católica, pero no compro eso de la «cristiandad bárbara y excluyente».
El caso de la expulsión de los moriscos es complejo, no creo que se pueda despachar con ese comentario. Más que una cuestión religiosa (que también, por supuesto), fue una decisión política, geopolítica.
Los moriscos, especialmente granadinos, jaleaban a los piratas berberiscos y eran objetivamente una quinta columna del imperio otomano. En Aragón, flirteaban con los franceses.
También hubo elementos económicos, pero no eran precisamente las clases altas las que quisieron la expulsión.
La Monarquía se protegió ante ese colectivo, no se puede juzgar esa época desde una perspectiva de derechos individuales.
Por cierto, hay episodios de moriscos emigrados que en el norte de África fueron masacrados y esclavizados por sus hermanos musulmanes nada más bajar de los barcos.
Saludos.
Es la cristiandad bárbara y excluyente de los Reyes Católicos y la Inquisición, que pervive en el nacionalcatolicismo de Franco y sus herederos, independientemente de la complejidad de la cuestión morisca; no digo, ni lo pienso, que la expulsión de los moriscos sea la prueba de la barbarie católica, sino una manifestación más. Y no entiendo eso de «la religión que más se acerca a la verdad por su racionalismo».
Vives en un planeta confuso. Tomas el adjetivo por el sustantivo para pintar un enemigo a tu medida.
Las religiones no son bárbaras, ni excluyentes. No lo es el cristianismo. No lo es el Islam. No lo es el judaísmo.
Simplemente hay personas violentas, bárbaras y excluyentes que se arropan en la bandera de una religión para cometer sus tropelías.
Yo soy ateo. Tampoco de ello se deduce que beba sangre.
«Una cristiandad bárbara y excluyente» no es EL cristianismo, sino una versión -o perversión- concreta del cristianismo, concretamente el nacionalcatolicismo instaurado por los Reyes Católicos y aún vigente, como aclaro en la respuesta a Máximo.
Yo tampoco acabo de ver lo del catolicismo, el racionalismo y la verdad (también es verdad que igual me faltan lecturas y no lo digo de coña). Pero cierto es que no es más fanática y excluyente que el islam, por mencionar las religiones que llevan enfrentadas siglos.
Que fue una decisión política, para homogeneizar la población lo tengo clarísimo. Y que fue en contra de los intereses económicos del país, también.
Por cierto los Reyes Católicos llevaban un siglo dando malvas cuando los moriscos fueron expulsados. A ellos hay que apuntarles la de los judíos. Que por cierto no eran ninguna amenaza, política ni religiosa (no sepan precisamente proselitistas) para España.
Y cuatro siglos llevaban muertos cuando el fascismo español reivindicó el yugo y las flechas. Aunque también podríamos remontarnos a Constantino: con él los cristianos (no todos, obviamente, sino un cierto cristianismo oficial) pasan de perseguidos a perseguidores. Y, por supuesto, el islam no es mejor: cualquier religión aliada con el poder es nefasta.
Mas nefasto es el poder sin religión como ejemplificaron Mao, Stalin, Hitler o Tojo. No quiere esto decir que un genocida que abrace una fe deja de ser igualmente genocida si tiene medios a su disposición, pero los genocidas que ni siquiera precisan del poder que confieren instituciones centenarias están un paso más allá.
Una de las claves de la larga pervivencia del franquismo tras la supuesta derrota de los fascismos europeos fue su alianza con la Iglesia Católica. La religión puede favorecer la difusión y el arraigo de cualquier ideología o forma de dominación que se alíe con ella. El poder sin religión puede ser aún más nefasto, sí; pero lo tiene más difícil.
Simplificas mucho. En el inicio, parece que Franco cobró ventaja gracias los Ju 52 prestados por Hitler para el paso de las tropas africanas, pues la armada estaba en manos de una república demasiado confiada en poder someter la asonada. ¿La Iglesia? Comparsa. Tras la SGM, las potencias más cercanas estaban hartas de guerra o comprometidas. Sólo el 5% de los franceses fue afín a la resistencia. El 95% aplaudían los éxitos de Hitler y fueron más eficaces en la persecución de los judíos que los mismos nazis. En UK había unas elecciones pendientes que, por fortuna, perdió Churchill y Attlee estaba por reconstruir el país y las mejoras de la población, no por continuar la guerra en España. En US había un presidente por accidente tratando de no dar un paso en falso y ser elegido. Tampoco le interesaba la guerra. Sólo Stalin estaba dispuesto a derrocar el régimen de Franco, pero sus tanques estaba en la RDA. Al iniciarse la Guerra Fría, el bloque occidental encontró en Franco una baza segura frente al títere en que habían pensado, Juan de borbón. ¿La Iglesia? Comparsa. En cualquier caso, la Iglesia no es una religión, sino una institución que ha instrumentalizado a una religión. El cristiano puede, es más, yo creo que debe serlo al margen de la Iglesia. El poder de la Iglesia es enorme cara a los feligreses, pero una cagarruta geopolítica.
Creo que subvaloras el poder de la Iglesia. Si es enorme de cara a los feligreses y los feligreses son mayoría, no puede ser una cagarruta geopolítica. Por otra parte, el cristiano puede y debe (en eso estoy de acuerdo) serlo al margen de la Iglesia; pero el católico, por definición, es el que acata la autoridad y la doctrina de la Iglesia Católica.