Todo en el salón de la casa de David Summers es un homenaje a su padre Manolo. Todo en el resto de la casa, también, pero algo más mitigado. No hay discos de oro ni de platino enmarcados o si los hay están tan escondidos que no llaman la atención. No hay autorretratos ostentosos ni glorificaciones de los éxitos masivos de los Hombres G. Nada de eso. La casa no dice mucho de los amigos del cantante sino de los amigos de la familia. De un tiempo pasado en el que merece la pena quedarse a descansar de vez en cuando. Manuel Summers nos vigila vestido de torero desde un lienzo y sus caricaturas llenan las paredes. Los guantes de boxeo de Urtain o Pacheco cuelgan de sus perchas en el pequeño gimnasio que David ha instalado en la planta baja, junto a una pequeña piscina de interior, parecida a la que protagonizaba el vídeo de «Voy a pasármelo bien» pero sin chicas en bikini. Han pasado treinta y dos años.
¿Cómo era la vida en casa de los Summers?
Pues mi padre era un tipo absolutamente genial. Era muy, muy cariñoso. No era un tipo que estuviera mucho en casa: recuerdo mi niñez y mi padre siempre estaba trabajando, llegaba siempre tarde… pero cuando estaba con nosotros, con mi hermano y conmigo, porque a mi hermana Lucía le llevo doce años, disfrutábamos muchísimo con él: nos organizaba juegos acojonantes, nos motivaba a dibujar o a escribir. Mi padre nos decía que si cuando él llegara por la noche habíamos hecho algo propio, original, nos lo cambiaba por cinco duros o por un cochecito de juguete o lo que fuera. Y esa motivación, ese querer gustar a mi padre, nos hacía estar todo el día escribiendo cuentos para recibir ese premio. Era su manera de motivar nuestra imaginación y que fuéramos, desde pequeños, creadores. Conmigo, en concreto, me vio una vena creativa desde muy niño y fue a saco: me ayudó muchísimo, me dio los mejores consejos… Lo que yo soy ahora se lo debo totalmente a él.
Con un padre así era imposible aburrirse.
Era un tipo muy loco. Hacía lo que quería en cada momento. Era una virtud y también un defecto porque hacía lo que quería cayera quien cayera. Se le metía algo en la cabeza y lo ponía en pie y luchaba por ello con toda su ilusión. En todas las entrevistas, decía que era como un niño, que él quería ser un niño toda la vida, pero por esa inconsciencia que tienen los niños, ese atreverse a hacer cosas sin pensar en los riesgos. Esa era su manera de ser, su filosofía de vida. Era un tío absolutamente increíble y genial.
¿Cuánto tardaste en darte cuenta de que había algo especial en él, que era alguien muy conocido fuera de casa?
Pues fíjate que no lo recuerdo porque, cuando yo nací, mi padre ya había hecho Del rosa al amarillo y ya era una persona muy popular. No sé como fue ese «darme cuenta». Por ejemplo, en casa, cuando era niño, venía a comer José Luis Coll o venía Gila o venían Tip, Chumy Chúmez… todos sus amigos. Me acuerdo de José Luis Coll durmiendo la siesta después de comer en el sofá de mi casa y mi padre se iba a trabajar y lo dejaba ahí dormido, el cabrón (risas). Siempre tuve trato con gente así desde que era niño. Mi padre me llevaba al boxeo y me presentaba a Dum Dum Pacheco, a Pedro Carrasco, a muchos boxeadores que eran amigos suyos. Ya desde pequeño me acostumbré a ese ambiente y por eso creo que nunca le he dado tanta importancia a ese rollo de «ser famoso», porque, para mí, ha sido siempre una cosa muy natural. No ser famoso yo, sino vivir en este mundo así, tan extraño.
El boxeo era un importante vínculo de unión, por lo que se ve.
Mi padre boxeaba y boxeaba muy bien. Yo también, de hecho, sigo practicando. Tengo aquí en el gimnasio un saco de boxeo y me pongo ahí porque el gimnasio al que suelo ir, el de mi amigo Christian Morales, está abierto pero boxean con mascarilla y si yo ya me ahogo sin mascarilla, con mascarilla ni te digo.
¿Cómo llegaste a la música, pasaban por tu casa también cantantes o músicos?
A mi padre le encantaba la música. Tocaba la guitarra y cantaba y escribía letras para fandangos de Huelva, que era lo que le gustaba a él, el flamenco. La primera canción que aprendí a tocar en mi vida me la enseñó él, que fue «Perfidia». Una vez que sabes tocar «Perfidia» ya puedes empezar a componer, porque en «Perfidia» ya están todos los acordes que necesitas para hacer una canción bonita: do, la menor, re menor, fa, sol… una vez que conoces esos acordes, ya puedes combinarlos y empezar a hacer canciones.
Aparte de flamenco, ¿qué se escuchaba en tu casa?
Pues había muchísimos discos: de Glenn Miller, de Benny Goodman, de Frank Sinatra, de los Beatles, de Elvis, Chubby Checker, Antonio Machín, los Platters… Había discos de Atahualpa Yupanqui, boleros, de todo… Hubo un momento en mi vida en el que mi mayor ilusión era llegar del colegio y meterme en el armario donde guardaba mi padre todos los discos. Yo abría las puertas de madera y me ponía a escuchar singles y elepés por la portada, pero esto ya desde los cinco años.
Además de la guitarra, tocabas el clarinete.
Sí, por Benny Goodman, que era mi ídolo. Aún lo toco. No bien, pero puedo tocarlo. Lo que pasa es que luego empecé a descubrir a los Beatles, los Rolling, Led Zeppelin y eso era otro rollo. Aunque, en realidad, yo lo que quería era ser director de cine.
Ya se nota en la imaginería de los primeros discos de los Hombres G, que tu fascinación por el cine clásico es tremenda
Es que las películas que se hicieron entre los años treinta y, si me apuras, los ochenta fueron las mejores de la historia del cine. Y ahora, con las plataformas, las puedo ver con una calidad bestial y estoy disfrutando muchísimo. Mi padre nos obligaba a ver películas en la tele. Por ejemplo, si una noche echaban Sed de mal, toda la familia teníamos que verla. Y luego, cuando salió el vídeo, nos obligaba a grabárselas… ¡sin anuncios! Y nosotros ahí con el mando, dándole al pause (risas).
La casa familiar estaba por Arturo Soria, pero acabas en los Menesianos… y a partir de ahí, de alguna forma, el Parque de las Avenidas se convierte en el centro de tu vida social.
A ver, es que mi padre vivió mucho tiempo en el Parque de las Avenidas, en Avenida de América, 40. Yo tenía un año cuando compró esa casa y ahí viví hasta los catorce o quince años, que fue cuando mi padre compró una casa en Arturo Soria y ahí vivió hasta que se murió, el pobre. En el Menesianos conocí a Javi (Molina, el batería de Hombres G), pero en segundo de BUP nos echaron del colegio porque suspendimos siete y nos invitaron a marcharnos, así que repetimos curso en el Santa Cristina… y en el Santa Cristina había mucha vinculación con la música. Por ejemplo, en mi clase estaba el bajista de Los Ronaldos, Luis; estaba el cantante de La Frontera, Javier Andreu… Había un montón de gente que acabó en grupos. Había rockers, punks, de todo, y en el recreo nos juntábamos para hablar de música.
Y ahí surgen Los Residuos.
Pues sí, íbamos a conciertos con esta gente y ahí conocimos a Pepe Punk y a Mario y formamos Los Residuos, que era un desastre absoluto.
Un desastre punk.
Es que los Sex Pistols me volaron la cabeza. Sobre todo cuando vi la película. Fuimos a casa de mis abuelos unos días a Torremolinos, un poco de casualidad, y ahí estaban mis primos y nos llevaron a ver la peli de los Sex Pistols. Te hablo del año 78 o por ahí. Se llamaba The Great Rock and Roll Swindle y salí del cine flipando, alucinado, y mira que la película es mala. La ves ahora y dices «¿cómo es posible?», pero en aquel momento lo tenía claro, yo quería ser un Sex Pistol. Llegué a Madrid y en septiembre ya empecé a buscar gente y a moverme para formar un grupo. Los Sex Pistols nos dijeron «se puede hacer esto. No hace falta ser Emerson, Lake and Palmer ni Pink Floyd, con un poquito de ilusión, basta»… y eso creó, en realidad, la movida madrileña.
Más tarde, tocaste en Los Bonitos Redford.
Sí, a ver, lo de Los Residuos no duró mucho, así que Javi me dijo que él tenía un amigo en Moralzarzal que se llamaba Dani y que también tocaba, así que nos conocimos y empezamos a ensayar y tal. Teníamos dieciséis o diecisiete años. Fue una especie de entrenamiento para aprender a tocar, pero creo que hicimos dos conciertos solo, no hay ninguna canción de aquella época que conserve… Fue un calentamiento para, al incorporar a Rafa, formar los Hombres G.
Ensayabais en La Isla de Gabi, que era el gran local de principios de los ochenta.
Sí, ahí estaban Mamá, Joaquín Sabina, Mario Tena y los Solitarios, Los Bólidos… pero eso es incluso antes, con un grupo que tenía yo y que se llamaba Los Reflejos, donde tocaba el clarinete. Luego, con Hombres G, ensayamos en cualquier sitio: en Ascao, en unos locales lamentables…
Y de ahí, por una película de James Cagney, pasáis a Hombres G.
Sí, los G-Men. Es que no sé por qué, pero desde el principio del grupo nos empezó a gustar lo de la estética de los gánsteres, el cine negro americano… Cogíamos fotogramas de películas para nuestras portadas porque no nos gustaba nada aparecer nosotros y quedaban chulísimas, con dos cojones porque no le pedíamos permiso a nadie (risas).
El Rock-Ola os pillaba al lado del Parque de las Avenidas, ¿solíais pasaros a ver conciertos o a farandulear un poco?
Yo iba todas las semanas, casi. A veces iba a conciertos los martes, los miércoles, que no había nadie. Bastaba con cruzar un puente para ir andando desde el Parque de las Avenidas. Ahí vi a los Buzzcocks, a los Revillos, a Depeche Mode en el 82… Vi a los B-52s. Era la hostia el Rock-Ola. Por supuesto, vi también a casi todos los españoles: a Glutamato Ye-Ye, a los Pistones, a Alaska… Era un sitio muy chiquitín. El Rock-Ola petado eran unas quinientas o seiscientas personas, un teatrito pequeño. Lo recordamos como un sitio enorme, pero no era así.
Bueno, ahora creo que es un Carrefour Express.
Qué pena, sí. La verdad es que molaba. Estaba el Rock-Ola y debajo, el Marquee. En el Marquee vi yo a Fischer-Z, con Javi. Increíbles, en la época de The Worker, en su máximo esplendor.
Se ha quedado como el recuerdo del templo de la movida, y como si la movida solo hubieran sido Alaska y Pedro Almodóvar… Pero era mucho más que eso, claro.
Es que había de todo. Los conciertos punkis eran tremendos. Vino un grupo que se llamaba UK Subs y se veían unas batallas campales tremendas. Pero otro día podían tocar Los Nikis.
Con Los Nikis os llevabais muy bien, ¿no? Y con Siniestro Total, si no me equivoco…
Sí, sí, con Los Nikis aún seguimos haciendo comidas «Nikis-Hombres G» y con Miguel y Julián de Siniestro Total me llevo muy, muy bien. A mí es que Miguel me parece un genio absoluto, le tengo muchísimo cariño.
Vosotros tocasteis en marzo de 1984, sin disco ni nada, y ya teníais «Marta tiene un marcapasos», «Devuélveme a mi chica» y «Venezia»…
Sí, sí, las compuse todas con diecisiete o dieciocho años. Estaba en mi fase de surrealismo demencial máximo y me salieron canciones muy cachondas.
John Lennon hacía a veces letras imposibles para burlarse de la gente que se dedicaba a buscarle un significado a todo. Hagamos lo propio con «Marta tiene un marcapasos», si es posible…
Lo de «Marta» es por el compás, porque me encajaba ahí. Podría haber sido «Blanca». Luego la gente me decía que si era por mi novia, que se llamaba así, pero no tenía nada que ver. La canción es anterior a ella. Es que yo no quería hacer canciones de amor, quería hacer canciones surrealistas, aberrantes. Al principio éramos muy punkis, de verdad, muy degenerados. Quería escribir cosas que llamaran la atención por lo raro. De esa época es «Marta» pero también «Venezia» o «Matar a Castro», que no tenía ninguna intención política ni nada por el estilo, era simplemente decir una barbaridad.
Eso es muy movida madrileña», incluso muy New Wave inglesa, si me apuras.
¡Claro! Imagínate ahora a Iñaki Glutamato, ¡y estaba todo el día así vestido el cabrón, todo el día!
¿Y lo del marcapasos?
A ver, recuerdo que mi padre estaba haciendo unos chistes sobre Pasionaria, que tenía un marcapasos, y al mismo tiempo, en aquel año se estrenó Alien, que le sale del pecho el bicho entre vísceras y sangre. Es un guiño a Alien mezclado con el marcapasos de la Pasionaria, una cosa completamente surrealista y gilipollas (risas).
¿Cómo se tomó tu exnovia lo de «Sufre, mamón»? ¿Tanto daño te hizo?
Es que fue mi primera novia, ella tenía quince años y yo dieciséis. La canción la hice porque íbamos a tocar en Rock-Ola y yo sabía que ella iba a ir con el novio nuevo. Solo hice la canción para joderlos, esa era mi motivación por aquella época. No he hablado con ella de esto pero sí la he visto a lo largo de mi vida. Parte del éxito que tuvimos tenía que ver con que no lo pretendíamos, hacíamos las cosas así, espontáneamente. Nadie pensaba en ganar un disco de oro porque esas cosas solo le pasaban a Camilo Sesto. No pretendíamos nada que no fuera divertirnos y eso entró muy bien con el público.
El directo ya estaba, faltaba el estudio…
Sí, en 1984, sacamos un par de singles con Lollipop: uno de ellos se llamaba «Milagro en el Congo», sobre un hermafrodita, y con «Venezia» en la Cara B. El otro era «Marta tiene un marcapasos» con «La cagaste, Burt Lancaster», que también es otra letra surrealista: es la historia del enano mudo que sale en las películas de Burt Lancaster y me puse a darle vueltas a qué pensaría el enano este de Burt Lancaster en realidad (risas). Y luego ya en el 85, sí, sacamos el primer disco, que siempre es bueno en cualquier artista porque recoge muchas canciones anteriores. Yo me planté ahí con treinta o cuarenta canciones para elegir. De hecho, cuando conozco un artista nuevo y me gusta mucho, entro en Spotify y me pongo a escuchar su primer disco.
Y ahí aparecen Paco Martín y Twins.
A ver, la cosa empieza con Paco Trinidad, que nos graba la prueba de sonido de un concierto en el Rock-Ola y nos sirve de maquetilla para ir pasando por discográficas, pero todas nos mandaron al carajo: WEA, CBS, Ariola… todas nos decían «pues venid el lunes» y ni caso. En WEA nos dijeron que iban a apostar ese año por un grupo que se llamaba La Unión y no podían sacar nada más, lo iban a centrar todo en ellos. Fue el año de «Lobo-hombre en París». El único que se interesó, pero enloquecido, fue Paco Martín, que hipotecó su casa para poder grabar nuestro disco. A ver, que a nosotros nos daba igual uno que otro, por eso le elegimos a él cuando vimos su implicación. Nosotros queríamos el disco para tenerlo en casa, para que lo escuchara mi padre. Nos daba igual la distribución, las oficinas en América… fuimos con Paco y a partir de ahí todo se fue de madre por completo. En dos meses, vendimos treinta mil copias. Al final, fueron setecientas mil.
¿Cómo era la relación con la prensa desde un sello pequeño? ¿Qué poder tenían las radios por entonces?
Pues al principio pasaban de nosotros totalmente. Nosotros hicimos un trabajo de boca a boca acojonante. Tocábamos mucho, tocábamos en muchos sitios, y entonces la gente empezó a hablar de nosotros. Teníamos algunos amigos en la radio como Gonzalo Garrido o Rafa Abitbol, que nos hacían el favor de ponernos el disco, que se tiraban el rollo… y entonces, cuando ya explota la cosa con «Sufre, mamón» fue cuando las grandes radios, como Los 40 Principales, entraron a saco, pero a toro pasado, cuando ya se veía que ahí había algo. Eso nos pasó en todos los países: en México, la canción estaba prohibida en todos lados. El programa de «Siempre en domingo», que lo hacía Raúl Velasco, era el más importante de todos y aunque el grupo era ya una locura en el país, él no podía sacar a Hombres G por las barbaridades que decíamos en las letras… pero al final no tuvo más cojones que sacarnos, eso sí, pidiendo antes perdón a las familias mexicanas por nuestro lenguaje (risas). Lo tenemos grabado y en la gira del 30 aniversario lo poníamos en las pantallas y la gente se descojonaba.
Tú tenías veinte años, eras millonario, guapo, tenías chicas por todos lados… ¿No hubo ningún momento en el que te dijeras a ti mismo: «David, cuidado, no te vuelvas gilipollas»?
Ahí me ayudó mucho mi padre. Siempre me decía: «Ten los pies en el suelo, trata a todo el mundo con amabilidad siempre… a los periodistas, a los fans, sé amable con todo el mundo», y eso lo he tenido siempre muy presente. Creo que no se me ha ido mucho la olla con todo esto. Además, también, por un factor fundamental que es tomarlo con sentido del humor. Si tú te pones en plan «todo esto que me está pasando es porque soy un dios y a mi no me tosas, no te acerques…», pues te vuelves gilipollas, pero nosotros lo tomábamos a cachondeo. Nosotros no pensábamos que éramos estrellas del rock, pensábamos «mira esta gente, se creen que somos estrellas del rock, están locos». Nosotros nunca fuimos de divos, fuimos a pasárnoslo de puta madre y a divertirnos. De hecho, nuestra gente es la misma. Muchos de nuestros técnicos llevan treinta y siete años con nosotros y el que menos lleva, Pablito, llevará unos quince.
¿Echas de menos haber tenido una juventud normal?
¡No, no, qué va! Me ha encantado mi vida, yo me lo he pasado muy bien. He vivido mucho. Hoy me decía mi hijo: «Papá, ¿por qué tienes el pelo tan blanco?». Pues porque he vivido. He tenido una vida especial, no la de una persona normal. He tenido un abanico de experiencias increíbles. Llevo viajando con mis mejores amigos por todo el mundo desde que tenía veinte años. En el año 86 ya estaban los Hombres G tocando en Perú, en un estadio con cincuenta mil personas. He estado en Colombia en la época de Pablo Escobar, nos hemos jugado la vida un montón de veces… Hemos tocado en México con los narcos a tope. Hemos sido unos inconscientes toda la vida pensando que a nosotros no nos iba a pasar nunca nada. El poder entrar en países con tu música y llenar un estadio es una colección de sensaciones que se han ido acumulando en mi vida, y a mí me causa gratitud más que otra cosa. He conocido miles de personas, cientos de ciudades, y haciendo lo que me gusta: cantando, actuando, divirtiéndome.
A raíz del éxito se os cuelga la etiqueta de «grupo pijo».
Lo que más me sorprende es que aquello haya transcendido tanto. Es que me parece tan injusto, tan ridículo… porque nosotros nunca lo fuimos. No éramos unos macarras ni unos aristócratas. Lo que pasa es que no íbamos vestidos con los pelos tiesos, por eso quizá nuestra música no suena tanto a los ochenta, como pueden sonar Olé-Olé, porque nosotros ya en los ochenta no queríamos hacer lo que estaba de moda. Tú oyes «Sufre, mamón» ahora y te puede parecer antigua porque tiene treinta y cinco años, pero no te suena a los ochenta. Pero, bueno, como no íbamos vestidos como Parálisis Permanente, pues éramos «los pijos».
Las similitudes en cuanto a fenómeno pop con los Beatles llega incluso a que hacéis una película cómica sobre vosotros mismos, Sufre, mamón. Bueno, la hace tu padre…
La idea es de mi padre, sí. Mi padre dijo: «Tenemos que hacer una película, es lo que os falta». Y tenía toda la razón. Hasta que hicimos las películas nos conocían todas las niñas de España, pero es que a raíz de hacer la película nos conocía todo Cristo: las madres de las niñas, los padres, los cuñados… todo el mundo, absolutamente todo el mundo. El cine nos dio una proyección muchísimo mayor de popularidad. Y la verdad es que me siento muy orgulloso de ellas, sobre todo de la primera. Yo la veo y me sigue transmitiendo ternura y buen rollo. No piensas «joder, vaya España más antigua…». No la veo antigua, no acaba de envejecer nunca. A mí, por lo menos, no me lo parece.
Esa facilidad para registrar lo cotidiano ya estaba en las películas de cámara oculta de tu padre.
Sí, la película refleja lo que éramos nosotros y lo que era el mundo en ese momento. Para mí, la película es cojonuda, pero no porque sea de los Hombres G. sino porque es de mi padre. Es una de sus películas, claramente. Había un guion. pero nos decía que dijéramos lo que quisiéramos, que no había obligación de seguir el guion, así que nos lo saltábamos continuamente (risas). Eso fue una putada luego para el doblaje, porque había que doblarlas y el texto no cuadraba. Además, tuvimos que doblarlas para México y cambiar palabras que sonaban fuerte o que no se entendían.
Y la que hacía de tu novia era… tu novia.
Creo que a ella le divirtió mucho hacer de mala en la película. Mi padre quiso que la hiciera ella porque sabía que yo iba a sentirme más cómodo y como ella era supertímida (bueno, lo sigue siendo), hubo que convencerla. Mi padre estuvo hablando mucho tiempo con ella y al final lo hizo muy bien. Yo creo que lo hizo muy bien.
¿Cómo era tener novia en ese contexto de «chicas cocodrilo»? ¿Se podía aspirar a algo de intimidad en algún lado?
Era una locura. En el Hotel Libertador, en Lima, me encontré de madrugada a una chica en la repisa, que había escalado al décimo piso o por ahí por la fachada, con un papel y un boli en la boca, para que le firmara un autógrafo. Fue un momento de mucho miedo. Te mentiría si te dijera que no llegó a ser molesto. Salir a un escenario y ver a miles de personas enloquecidas me encantaba, pero salir a comprar el pan y que te siga una multitud enloquecida, pues no me gustaba nada. A nadie le gusta. Pero bueno, yo lo llevé siempre con filosofía, nunca supuso un problema para mí. Recuerdo que si tenía la mala suerte de que se me cerrara un semáforo y me quedara parado con el coche a la puerta de un colegio, y me pasó alguna vez, como te viera una, ya era un enjambre encima del coche que no podías hacerte una idea. Así fue mi vida durante muchos años. Yo no iba a ninguna parte: no iba a El Corte Inglés, no iba a un cine de estreno, ni iba a ningún sitio donde hubiera más de veinte personas.
Es lo que te decía antes con lo de la «juventud normal».
Ya, no sé, no podía hacer nada. Era un poco molesto porque todos tenemos familia. Por ejemplo, iba a ver a mi novia a Gandía, que tenía a lo mejor cuatro días libres en toda la gira y esos cuatro días eran infernales. No podía ir a la playa porque si iba a la playa se me hacían unos corros alrededor tremendos, como si se hubiera ahogado un tío. Todos ahí parados a verme cómo tomaba el sol. Buscábamos siempre destinos tranquilos o me iba fuera de España…
El tercer disco, creo, lo grabáis en Mánchester, en 1987. ¿Te mezclaste lo más mínimo con el rollo «The Haçienda» que se gestaba en la ciudad?
No. Me acuerdo solo de Simply Red, que eran de Mánchester, y estaban en su mejor momento. Estuvimos un mes y pico allí y luego fuimos a Londres, y a partir de ahí repetimos esa rutina para evitar que nos molestara. No ya la gente sino los de la compañía. Íbamos ahí y nos concentrábamos en nuestro trabajo.
Os empezasteis a hacer asiduos del estudio AIR de George Martin, ¿llegaste a conocerle en persona?
Sí, sí. Como íbamos casi todos los años, al final charlábamos, nos conocíamos… Fue un flash, desde luego, pero es que en aquella época conocimos a Sting, cuando era la hostia, a Bryan Adams…
¿Le preguntaste por los Beatles?
No, no me atreví. Sí grabamos cuerda con la Sinfónica de Londres y estuve hablando con algunos músicos que habían grabado con los Beatles. Eran músicos ya mayores, señores de sesenta y pico años. Recuerdo estar hablando con Gavyn Wright, que era el violinista líder de la Sinfónica y el que había grabado «Eleanor Rigby». Le dije: «Tío, ¿cuando estabas grabando esto, ¿no eras consciente de que estabas grabando una obra maestra de la música?» y me dijo «No», así, muy seco, «yo estaba ahí leyendo el papel y punto» (risas).
Y, en una de estas, te encontraste con Paul McCartney.
Sí, abrió una puerta, se dio cuenta de que estábamos trabajando y nos hizo un gesto como pidiendo perdón, eso fue todo. Nigel Walker, el técnico que estaba con nosotros, dijo: «Es increíble, porque el tío no viene nunca». A ver, no fue nada, pero me acuerdo, claro.
Estuvisteis en mil sitios, pero uno de ellos fue el festival Ibiza 92, en el que cantaron Freddie Mercury y Montserrat Caballé la de «Barcelona». ¿Recuerdas algo de eso?
Me acuerdo perfectamente de que a Freddie Mercury nadie le vio. Salió al escenario y cuando acabó se volvió a meter. Freddy estaba completamente aislado. La única persona que trató con él fue Montserrat Caballé porque él no hablaba con nadie. Incluso dentro de Queen tenía un tratamiento muy diferente a los demás. A Brian May y a Roger Taylor los conocí, y eran majísimos. Pero Freddie, no. A Freddie no se le podía tocar, no se le podía mirar… Allí conocimos también a Duran Duran, que tocaron la de «Notorious». Era en el Ku de Ibiza, que era el templo de la perversión en aquellos años.
Y, luego, quizá, el gran bombazo, Voy a pasármelo bien. ¿Es una especie de punto de inflexión para vosotros?
Ese disco fue el primer intento del grupo de hacer algo más especial. Ahí empezamos ya a trabajar con orquestas y tal. Ten en cuenta que los cuatro primeros discos son más pop, más locos. A partir de ahí, quisimos ser los Beatles y trabajar otros aspectos. Ese fue el primero de ese rollo, pero luego seguimos con Esta es tu vida, incluso Historia del bikini me parece muy interesante. Voy a pasármelo bien quizá fue el primer disco grande de los Hombres G. La canción es impresionante, es casi tan importante como «Sufre, mamón» o más.
Debió de vender casi un millón de discos…
Mira, recuerdo que salió a la venta y el primer fin de semana se vendieron ciento veinte mil copias. Entró al número uno y estuvo ahí durante meses. Era demencial, aquella época. Todo lo que tocamos, se convertía en oro. Fue cuando hice también «Te dejé marchar», para Luz Casal.
¿Cómo acabó Juan y Medio de road manager vuestro?
A ver, Javi tenía una novia en aquella época que se llamaba Mar y la hermana de Mar era la novia de Juan y Medio. Juan es un tipo acojonante, el primer día que le conoces ya te haces amigo suyo. Es un tipo extraordinario. Nos invitó un día a montar a caballo en una finca que tenía en Paracuellos y nos hicimos íntimos, para siempre. Y ahora es uno de mis mejores amigos. Nos vemos poco, porque él vive en Sevilla, pero hablamos muchísimo.
En 1991, te enteras de que tu padre tiene cáncer, en plena promoción de Esta es tu vida. ¿Hasta qué punto influyó la enfermedad y la muerte de tu padre en tu implicación con el grupo?
La muerte de mi padre a mí me dejó hecho una mierda, pero sobre todo de muy mala hostia. Me cabreé con el mundo entero. No podía entender cómo la vida podía continuar igual sin él. Eso me dejó un poco bloqueado. Con el grupo, además, veníamos de sacar Historia del bikini y había funcionado menos. A ver, que lo percibimos como un fracaso pero vendió ciento y pico mil discos. La crítica en ese momento nos vapuleaba hiciéramos lo que hiciéramos. Fue una confluencia de cosas que dijimos: «Tíos, vamos a parar». Nunca nos peleamos entre nosotros, no hubo malos rollos, pero teníamos que parar, dejar descansar a la gente… Había una saturación de Hombres G, la gente se esperaba algo de nosotros y no nos dejaban evolucionar. Yo me casé, mi vida cambió muy drásticamente, y lo que iba a ser una parada en principio para ver por dónde íbamos acabó durando diez años. No hubo una despedida oficial, un anuncio de separación…
De hecho, Dani te ayudó en tu primer disco.
Dani me ayudó con las maquetas del primer disco y, luego, él estaba en Warner cuando yo saqué mi primer disco, así que me acompañaba a las radios como «el de la compañía». Íbamos juntos de promo.
Los Beatles siempre decían que la clave para no volverse locos en medio del mogollón es que eran cuatro y no uno, como, por ejemplo, Elvis. ¿Cómo fue pasar de ser cuatro a ser uno?
Pues tenían toda la razón. A ver, cuando estaba de gira, no notaba tanta diferencia porque de gira iba con mis músicos y con ellos hice una enorme amistad. Yo tenía una banda con Basilio Martín, Juanjo Ramos, Anye Bao… con la que hice cientos de conciertos. De hecho, aún mantengo la amistad con ellos, y comemos y nos vemos, todo genial. Pero, cuando estaba de promo, tío… Yo me iba por ejemplo un mes a México de promo. Solo, como una perra. Me cogía un avión, iba en business, eso sí, de puta madre, pero llegaba a México, me recogía un mexicano, me llevaba a un hotel, al día siguiente me despertaba a las seis de la mañana para llevarme a las radios, a las teles… y yo estaba solo como una perra ahí. Lloraba muchísimo, tío. Mi tiempo libre era mi tiempo de llorar. Lo que quería era trabajar constantemente para no tener tiempo libre para mí solo. Y les echaba mucho de menos a ellos. Ahí me di cuenta de la soledad del artista en solitario. Además, toda la responsabilidad te la comes tú. Todo lo que pasa, bueno o malo, es culpa tuya.
¿Notaste algún tipo de cambio de valoración por parte de la prensa en España?
Pues yo creo que sí cambió un poco la óptica, que además era mi intención. Mi intención era demostrar que podía hacer cosas además de «Sufre, mamón» o «Lawrence de Arabia». Me alejé un poco del sonido de Hombres G y empecé a hacer canciones de otro tipo y me parece que creé, inconscientemente, un estilo personal, mío. Muchas veces, mis compañeros me dicen: «Esta canción parece más tuya en solitario que de los Hombres G». Intenté cambiar esa visión que tenían de nosotros. ¿Cómo conseguí cambiar la visión que los críticos que tenían de mí? Fracasando y tocando en sitios pequeños y luchando y haciendo lo que les gusta a ellos que haga (risas).
¿Con qué te quedas de esa etapa en solitario?
Pues, por ejemplo, con que conseguí meter a los Hombres G en Estados Unidos. Empecé yo en solitario a machacar Estados Unidos, a tocar en todas partes, por más, menos dinero, en todo tipo de garitos. En sitios de mierda, llenos de putas y de gentuza. En sitios acojonantes, en houses of blues… yo iba ahí todo el rato, sin parar, y abrí un mercado muy interesante que ahora estamos aprovechando como Hombres G y hacemos Hollywood Bowl, hacemos Radio City, hacemos el Filllmore de San Francisco, el Staples Center de Los Ángeles, con todo vendido…
¿Cómo es la vuelta? Porque para separarse basta uno, pero para volver hacen falta cuatro.
Fue difícil, bueno, para mí no, porque yo lo que iba a hacer era continuar con mi vida. En vez de tocar con unos músicos pues iba a abrir la puerta a mis compañeros de Hombres G y a continuar con lo que estaba haciendo: grabar discos e irme de gira. Dani, sin embargo, no podía compaginar su trabajo de director de marketing en Warner con esto. No quería dejar el trabajo en la compañía y era jodido compaginarlo con las giras. A veces nos íbamos sin él y nos llevábamos otro guitarrista. Javi, igual. Javi no tenía muchas ganas de volver, llevaba diez años sin oler una batería. Cuando arrancamos, tuvimos unos ensayos duros, porque yo hablé con ellos y les dije: «Chicos, ya no tenemos veinte años, no podemos salir ahí a hacer el ganso y el gilipollas, tenemos que tocar con dos huevos y hay que ensayar». Estuvimos ensayando tres o cuatro semanas intensamente y conseguimos tener un buen sonido para la primera gira de 2002.
¿Os sentisteis bienvenidos después de tanto tiempo?
Notamos un gran cariño en el recibimiento. Creo que tiene que ver también con la canción con la que regreses. Es muy importante calibrar eso. La canción con la que regresas es importantísima. Yo pensaba: «A ver, si yo soy fan de los Hombres G, vuelven ahora después de diez años y me vienen con una cancioncita que ni fu, ni fa, vaya decepción más grande», ¿no? Y la gente a la que no le gustábamos nada, pues iba a cebarse, claro. Sin embargo, si volvíamos con un temazo, los fans de Hombres G iban a decir «estos son mis Hombres G de toda mi vida» y los que no eran fans iban a decir: «Coño, pues esto es distinto. Esto no es lo que yo repudiaba, rechazaba…». Me puse a trabajar con esa idea en la cabeza para conseguir tener un temazo para volver con clase y con rotundidad. Y así surgió «Lo noto».
Una canción muy dura.
Fue un exitazo espectacular. Aquí en España también, pero en América fue una locura. Estuvo seis meses de número uno en México. Me dijo una chica: «Es que tú no te das cuenta, pero lo que dices en la letra, aquí en México no lo diría nunca un hombre… tú has sabido ponerte en el lado de la mujer y ser sensible».
Pero tú siempre has sido muy sensible en tus letras.
Exacto, pero los mexicanos flipan. A las chicas les fascina que un hombre sea sensible, que sea empático. Desde entonces, intento componer con eso en mente.
El otro éxito de ese regreso fue «No te escaparás», que muy sensible no es.
Sí, esa canción la tenía desde el año 82, era una de esas de mi época aberrante. Tuve que cambiar la letra porque era irreproducible y totalmente incorrecta (risas), aunque sí conservé algunas cosas como lo de «He esperado toda la semana a verte desnuda dentro de mi cama» y «es posible que no puedas volver a andar».
Poco sutil…
Ya, pero está hecho con mucho sentido del humor, y la combinación de las dos canciones fue lo que nos puso arriba otra vez, y ahí seguimos desde entonces.
En ese regreso, os encontráis con el apoyo de una generación que ya no es la vuestra y que os admira, con gente como El Canto del Loco o Pereza. ¿Eso facilitó las cosas?
Eran grupos que estaban empezando. Cuando hicimos la de «Hoy pienso en aquella tarde», Pereza estaba empezando y El Canto del Loco aún no había tenido el exitazo de «Zapatillas». Me acuerdo de que Leiva se me acercó un día, casi temblando, me dio la mano en la Sala Heineken y vino con una timidez y una humildad tremenda a pedirme hacer una colaboración. Y yo le dije que sí, claro, encantado.
No había competencia sino colaboración.
Es que muchos de ellos eran niños en los años ochenta. A mí, Dani Martín me dijo: «Tú, de niño, querías ser como los Beatles; yo quería ser como los Hombres G». Entonces, claro, esos niños, cuando son mayores, el recuerdo que tienen de ti es maravilloso. Piensa en la música que te gustaba cuando eras niño: esos artistas, para ti, estarán siempre ahí arriba. De alguna manera, los Hombres G fuimos la razón por la que muchos grupos que nos escuchaban y querían ser como nosotros acabaron saliendo y haciendo cosas muy buenas. No era nuestra pretensión, pero se agradece.
En 2003, os hacen un disco-homenaje con versiones de diversos artistas.
La discográfica lo preparó como una bienvenida. Pensó que, pasados diez años, los artistas del momento a los que les apeteciera podían hacer un disco tributo a nuestra carrera y la idea funcionó que te cagas. Cada uno la llevó a su terreno. Bueno, algunos no quisieron. Se les ofreció y pasaron. Pero los que lo hicieron, se lo curraron un montón. En el caso de Iván Ferreiro hizo una versión diferente de «Esta es tu vida»; Javier Álvarez hizo lo mismo con «Si no te tengo a ti»… A mí es un disco que me encanta escucharlo. La versión de «Te quiero», de Volovan, es buenísima también. En México hicieron también otro con artistas latinoamericanos.
La gira de 2005 con El Canto del Loco fue un éxito descomunal, con lleno incluido en el Calderón.
Fue un concierto histórico. Metimos mucha más gente de la permitida. Había sesenta y tres mil personas y gracias a Dios no pasó nada. Recuerdo que Dani Martín se me acercó después del concierto y me cogió de los hombros, muy enfático, y me dijo: «David, después de esto, ¿qué?; después de esto, ¿QUÉ?» y yo le dije: «Mira, Dani, tú no sé, pero yo tengo concierto mañana en Pamplona».
Empezasteis vuestro set con «Insoportable».
Aquella gira con El Canto del Loco fue la primera en la que se mezclaron las canciones. Se había hecho con El gusto es nuestro lo de cambiar de cantantes, pero aquí íbamos cambiando incluso músicos y cantábamos las canciones del otro, como si fuéramos un solo grupo. Lo de «Insoportable» se me ocurrió por una vez que Jimi Hendrix tocó en Londres y fue a verle Paul McCartney y empezó su concierto con una versión de «Sgt. Pepper´s». Me imaginaba lo que sería que salieran los Hombres G y tocaran la canción más acojonante de El Canto del Loco. La gente se iba a volver loca. Tocábamos quince canciones de cada uno y luego la misma estrategia la usamos con Enanitos Verdes y funcionó muy bien.
Rafa ya ha cumplido los sesenta y uno. Tú estás en los cincuenta y siete… ¿Qué os motiva para seguir de gira en gira y dejar todo lo que tenéis en casa?
Es que las giras que hacemos en América son MUY motivantes. Estamos en Barajas, antes de coger el avión, y ya sabemos que tenemos todas las entradas vendidas. Sabemos que va a ser la hostia, que nos lo vamos a pasar muy bien, que vamos a ver los sitios llenos… Tocamos en recintos muy grandes, de veinte mil o treinta mil personas, vamos en business, a hoteles de cinco estrellas… No es lo de antes. Nos hemos pasado la vida entera comiendo mierda. De verdad, toda la vida. Pero, en este momento, si hacemos gira, todos vivimos bien. No solo nosotros, también nuestros técnicos. Si me voy a Estados Unidos, pues me llevo a mi chica, me llevo a mis hijos, y son como unas vacaciones. Lo único que nos puede frenar es la salud, que uno de nosotros se ponga malo. A mí, de verdad, envejecer no me da miedo, lo que me da miedo es enfermar. Que me pase algo que no me permita hacer lo que me gusta o lo que me divierte. Que no me sienta con fuerzas.
Vosotros solventasteis bastante bien todo lo que fueron los ochenta en términos de salud.
Vamos a ver, nos cogíamos unos pedos tremendos. Sobre todo de cerveza y porros, pero yo al menos nunca entré a saco. Probamos cosas, claro, pero nunca fue un problema para mí. Mira, yo siempre he tenido claro que hay puertas que no quiero abrir, porque ya sé lo que hay detrás. Hay gente que dice: «En la vida hay que probarlo todo». Pues mira, yo no. Eso lo he tenido claro desde el principio, siempre he sido un tipo muy cabal en ese sentido. Cuando veía algo raro en el grupo, lo cortaba inmediatamente. Era un poco como el papá de todos. En cuanto veía que a alguien se le podía ir un poco de las manos, cortaba. Un día, después de una fiesta bestial, un pedo tremendo hasta las ocho de la mañana, teníamos que tocar y yo, que me había ido a dormir, estaba perfectamente, pero alguno de mis compañeros estaba en un estado lamentable. Entonces, hablé con ellos y se lo dije: «Como esto no se corte, yo me piro y me voy para casa». Estábamos en Colombia, lo recuerdo, y me puse muy serio y se cortó, claro.
¿Cómo escuchas la música ahora? ¿Todo Spotify o sigues comprando discos?
Si compro, es algún vinilo. A lo mejor voy por el centro, a alguna tienda que queda de vinilos y me llevo uno pero por tenerlo, no por oírlo, sino por tenerlo. Escucho sobre todo Spotify… y YouTube. Estamos en una época en la que un audio ya no es suficiente. Me es más fácil buscar en YouTube el concierto en el Apollo de James Brown que escucharlo en Spotify y ver su cara todo el rato.
¿Qué sueles escuchar cuando estás solo en casa?
Pues hay nueva música que me gusta mucho como, por ejemplo, Marc Broussard, pero me gusta mucho también Amos Lee. Escucho un poco todo lo que sale así nuevo interesante y luego, pues lo que he escuchado toda mi vida: reggae, ska… Los Skatalites, Specials, Squeeze me siguen flipando, sigo escuchándolos muchísimo… Ray Charles, siempre; los Beatles, siempre; Frank Sinatra, siempre.
Si no hubieras sido el líder de la banda de mayor éxito en español de los años ochenta (con permiso de Mecano), ¿quién te hubiera gustado ser?
Me hubiera gustado ser director de cine y, es más, yo me siento un poquito director de cine. Tengo amigos como Miguel Ángel Vivas o David Serrano y cuando hablo con ellos, les digo que yo me dedico a hacer como peliculitas pequeñas en forma de canción. No he conseguido lo que quería, que era hacer películas muy bonitas como mi padre, pero bueno. Yo quería ser como mi padre, yo quería tener su vida, quería ser un creador, quería tener un sueño y ponerlo en pie, y entonces me quedé en un tío que hace peliculitas así cortitas. Mis amigos del cine me dicen «tío, anímate», pero a mí nunca me ha gustado meterme donde no tengo el control. Sí me gustaría algún día escribir una historia que pudiera llevar a una película, eso sí lo veo posible.
«Lo de «Insoportable» se me ocurrió por una vez que Jimi Hendrix tocó en Londres y fue a verle Paul McCartney y empezó su concierto con una versión de «Sgt. Pepper´s». Me imaginaba lo que sería que salieran los Hombres G y tocaran la canción más acojonante de El Canto del Loco» jajaja, buen símil
Qué grande David Summers y como bien dice, qué trato más injusto se le dio a Hombres G, y no solo en los 80, sino actualmente; todavía suena la coletilla ‘menudo pijo, será de los Hombres G’ y lo dice gente que nació después de haberse reunido, que no tienen ni idea de lo que fue su fenómeno en los 80. Obviamente no todo lo que grabaron fue maravilloso, siendo honesto tenían más temas malos que buenos, pero los que eran buenos eran MUY buenos. Y lo más curioso, actualmente mucho antiguo heavy metalero o punk, lo reconocen, que eso sí es flipante.
Un tipazo David Summers.
La honestidad por bandera, y con temazos para toda la vida.
Larga vida a los Hombres G
El pecado de Summers es ser un tipo normal en un mundillo de «divos»
Casi 40 años en un escenario y siguen colgando «sold outs» …la mayoría de sus detractores hace décadas que no se comen ni los mocos. Enhorabuena David y cia.
No soy un fan de su música pero muchos hemos sido muy crueles con esa banda, mencionarla durante los 90 era lo peor y pobre de una persona si se descubría como aficionada a los hombres G durante esos años.
Soy de Oviedo y en 1987 no pudieron tocar porque les cayeron botellas desde el público, lamentable ese hate.
«Hate» significa «odio», no? Otro ejemplo de expresión inglesa que utilizamos cuando tenemos una en nuestra lengua que significa lo mismo.
Yo me reconozco de Heavy Metal, y de los dos únicos grupos españoles de los 80 que he comprado CD’s fueron Loquillo y Hombres G.
El segundo fue en plan de coña, un Grandes Éxitos de portada negra que salió a finales de los ’90, y que estaba de saldo en una tienda del centro. 500 pelas me costó, y era para hacer la gracia (ponerlo en el coche con todos mi amigos heavies).
Total, que mientras lo pasaba de CD a cassette (el coche no tenía CD) me quedé flipado. Sí, eran letras absurdas, moñas y simples, y las canciones andaban lejos de la complejidad de mi querido Dave Mustaine.
Pero me voló la cabeza, especialmente el gran talento que tiene eDavid Summers para el bajo, instrumento que toco. El bajo es el gran desconocido, el hermano pobre de los instrumentos, en el que en muchas bandas (incluidos gigantes como Metallica) son una mera comparsa. En Hombres G suena, tiene empaque, y es una parte fundamental de la melodía y el sonido, sin quitarle protagonismo a las guitarras. Escuchas las chicas cocodrilo sin bajo, y ya no es lo mismo ni en fondo ni forma.La canción de las chicas cocodrilo es sencillamente una oda a lo que debe ser el sonido de un bajo.
Y resulta que, además, el David tiene pinta de ser un tipo encantador, con el que te puedes pasar horas de sobremesa. Qué cabeza tan bien amueblada, parece. Un tipo que ha sabido aprovechar la fama y el dinero que le venía de familia, y multiplicarlo por diez con su talento y su trabajo, muy pocos pueden decir eso. Qué diferencia con otros grandes de los 80s que han acabado para los restos. Mi enhorabuena por esa vida tan buena que has llevado, y por la alegría que sigues llevando a muchos corazones.
Genial tío, no cambiaría ni una coma de todo lo que has dicho.
Muchas gracias.
Bonito homenaje al gran Manolo Summers. Por cierto, ni mú del plagio de «Marta…» al «At the zoo» de Simon y Garfunkel.
En efecto, es un plagio descarado.
Es cierto, tuvo tanta repercusión que las pobres víctimas pusieron una demanda multimillonaria a los Hombres G, y fue portada en todas las revistas y periódicos musicales de la época. Hasta el New York Times se hizo eco, por no hablar de la campaña de apoyo que recibieron de Michael Kackson y Pink floyd, entre otros.
Muy bueno CarlosF. Estoy contigo
En los ùltimos tiempos parece que hasta en los «ambientes serios» se aceptan cosas que tienen muy poco valor. Hasta muchos y muchas(que no se nos enfade la «ministra» de igualdad)defienden tranquilamente el reggaeton como un género musical valido. No, oiga, a usted le puede encantar el reggaeton, Hombres G y el fùtbol de la selección, pero son una porquería. Si todo vale, cuando llegue un buen grupo de verdad, cómo podemos valorarlo en su justa medida? Es imposible.
El partido contra Croacia fue una locura. Tampoco conviene categorizar rotunda y apresuradamente.
Ecxelete entrevista..
Deja un buen sabor de boca
#HombresG
Saludos desde México ??
Uno de mis grupos favoritos de mi juventud. En esos años escuchaba Kortatu, MCD, Distorsión, LPR, Eskorbuto… pero por mucho que la gente que iba de chunga les tratara de pijos, a mi siempre me encantaron. Y la pelicula de Sufre Mamón la veíamos dia si y dia no en mi casa. Esta gente son historia viva, humildes y auténticos. Grande David y cia. Gracias por tan buenos discos y esa loca historia.