(Viene de la primera parte)
Los mejores rompecabezas suelen dar lugar a variaciones, secuelas y debates, y lo mismo ocurre con los rompecorazones.
El dilema de Heinz, por ejemplo, se presta a introducir en la trama a una serie de actores secundarios que se convierten, a su vez, en protagonistas de su propio dilema moral. Por ejemplo:
Ante la negativa del farmacéutico a suministrarle más barato o a cuenta el medicamento imprescindible para salvar la vida de su esposa, Heinz decide robarlo. Una vecina que sabe que necesita ese medicamento lo ve mientras fuerza la puerta de la farmacia. Por una parte, piensa que su deber como ciudadana respetuosa de la ley es denunciarlo; pero, por otra, comprende que Heinz necesitaba desesperadamente el medicamento.
Al día siguiente, un policía que conoce a Heinz y está enterado de la enfermedad de su esposa, lee en el periódico la noticia del robo. La noche anterior vio a Heinz alejarse corriendo de la farmacia, por lo que deduce que fue él quien la asaltó. Piensa que, como agente de la ley, tiene la obligación de denunciarlo; pero, por otra parte, se pone en el lugar de Heinz y entiende sus motivos.
La situación se puede ampliar y diversificar de distintas maneras. ¿Qué decidiría el jurado si se inculpara a Heinz y el caso llegara a los tribunales? ¿Qué sentencia dictaría el juez? ¿Y si Heinz no robara el medicamento para su querida (o no querida) esposa, sino para un amigo, o para un mero conocido…?
El dilema del tranvía
Aún más debatido y versionado que el de Heinz, el denominado «dilema del tranvía» fue planteado en 1967 por Philippa Foot, la filósofa británica que reintrodujo en el discurso moral la «ética de las virtudes» propugnada por Aristóteles. Esta es la versión original del conocido experimento mental:
Un tranvía corre fuera de control. En su camino hay cinco personas atadas a la vía por un filósofo malvado. Por suerte, se puede accionar una palanca que llevará el vehículo por otra vía. Pero, por desgracia, hay otra persona atada a esa segunda vía. ¿Hay que accionar la palanca?
Una respuesta frecuente es que accionar la palanca equivale a matar activamente a quien está atado a la segunda vía, por lo que no es correcto hacerlo con el argumento de que es preferible que muera una sola persona a que mueran cinco, ya que las vidas humanas no pueden reducirse a números.
Pero, aunque las vidas humanas no puedan reducirse a números, tampoco podemos ignorarlos. Supongamos que en el tranvía hay una potentísima bomba de relojería que estallará al llegar al centro de la ciudad, causando cientos de víctimas, y que con la palanca podemos desviarlo a una vía muerta en la que la explosión solo matará a una persona. ¿La accionarían ahora quienes se negaban a hacerlo en el caso anterior?
Por otra parte, aunque tendemos a considerar que somos más responsables de nuestros actos que de nuestras omisiones, en realidad no tiene por qué ser así. En su memorable novela corta Los ojos del hermano eterno, Stefan Zweig cuestiona la supuesta neutralidad de la inacción mediante una fábula moral que, significativamente, comienza con una cita del Bhagavad Gita: «La omisión de los hechos no nos libera de la acción. Ni por un solo instante quedamos exentos de obrar». Publicada en Alemania en 1922, la novela parece una advertencia premonitoria sobre el peligro —y la responsabilidad— de no tomar partido. No decidir, nos recuerda Zweig, puede ser la peor de las decisiones.
El dilema del hombre gordo
Algunas de las numerosas variantes del dilema del tranvía problematizan el binomio acción-omisión. Una de las más debatidas es la planteada por la recientemente fallecida filósofa estadounidense Judith Jarvis Thomson. En su versión, la única manera de detener el tranvía descontrolado e impedir que mate a las cinco personas atadas a la vía consiste en lanzar un gran peso desde un puente bajo el cual pasa el vehículo. Pero el único objeto pesado que tienes a mano es un hombre gordo (en versiones posteriores, y en aras de lo políticamente correcto, se sustituyó al hombre gordo por un excursionista con una gran mochila). ¿Lo empujarías a la vía?
La mayoría de las personas encuestadas consideran sustancialmente distintas ambas situaciones; pero algunos filósofos, como Peter Unger, argumentan que no hay una diferencia ética significativa entre desviar el tranvía sabiendo que arrollará a una persona o lanzar a alguien a la vía desde el puente.
El arte o la vida
Volviendo de los foros académicos a la cultura oral, recuerdo un rompecorazones bastante popular en mi juventud, que incluso suscitó algunos debates en los medios de comunicación:
Se declara un incendio en el Museo del Prado y tienes que elegir entre salvar La maja desnuda de Goya o a un anciano que está junto al cuadro y no puede salir por su propio pie. ¿Qué haces?
Al igual que en el caso del chino y el millón (ver Rompecorazones I), considero (y me gustaría conocer la opinión de mis amables lectoras/es al respecto) que el mero hecho de que se plantee esta situación como dilema dice muy poco a favor de nuestra despiadada —amén de fetichista— sociedad, y me reconforta recordar que en cierta ocasión le preguntaron a Giacometti qué salvaría si se incendiara su estudio de escultor y contestó: «Salvaría a mi gato».
La muerte o la vida: el dilema del náufrago
Al hablar de fetichismo y de muertos es inevitable pensar en el culto a los despojos, que sigue plenamente vigente en nuestra cultura por más que tengamos claro, tanto si creemos en el alma como si no, que en un cadáver no queda nada de la persona que fue. A propósito de esta anomalía, propongo el siguiente experimento mental:
Viajas en el avión uruguayo que en 1972 se estrelló en los Andes y cuyos supervivientes se vieron obligados a comer carne humana. Pero en esta versión ucrónica de la tragedia solo sobrevivís un perro y tú, con lo que se te plantea lo que podríamos denominar el dilema del náufrago: ¿matas al perro para comértelo o te alimentas de alguno de los cadáveres? Y si eliges la segunda opción, ¿dejas que el perro también se alimente de carne humana?
El dilema del caballero andante
El binomio egoísmo-altruismo puede resultar tan equívoco o paradójico como el par acción-omisión. A modo de ejemplo, resumo en escueta prosa los sonoros endecasílabos del Cantar de Florindo y Edelvira:
Un caballero andante, Florindo, acude en auxilio de Edelvira, su dama, que está a punto de ser atacada por un dragón. Sabe que para salvarla tendrá que inmolarse y está dispuesto a hacerlo, porque es su deber de caballero y porque la ama sin reservas. Pero de pronto recuerda que, en más de una ocasión, su amada le ha dicho que la vida sin él sería para ella una tortura insoportable. Si muere para salvarla, la condena a largos años de terrible sufrimiento, y si la deja morir será él quien sufra el suplicio de la pérdida, además del desprecio de quienes no entenderán su sacrificio y lo tacharán de cobarde…
Se han perdido los últimos versos del cantar, así que no sabemos qué decisión toma el atribulado caballero. ¿Qué harías tú en su lugar?
(Continúa aquí)
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Empleo a menudo un caso que no sé si tiene nombre, yo lo llamo «La balsa de la Medusa». En cada ocasión voy haciendo variaciones y a veces lo hago en dos partes.
Una serie de náufragos con rasgos positivos y negativos, hay que elegir a dos para echarlos al agua para que sobreviva el resto.
Segunda tanda, se completa la descripción de los personajes. Y nueva respuesta.
Por ejemplo:
Un científico negro que está a punto de descubrir una cura contra el cáncer.
Pero que maltrata a su esposa y a sus hijos.
O:
Un empresario transexual que no cumple la legislación laboral con sus empleados.
Pero que es respetuoso con el medio ambiente.
¿A quién planteas estas cuestiones y con qué fin?
A sí mismo para intentar demostrar lo inteligente que es. En breves momentos exhibirá su rancio marxismo de sofá y palomitas.
Alumnado entre 14 y 16 años de 3° y 4° de ESO para la asignatura de Valores éticos.
En ocasiones a alumnos de bachillerato en el tema de filosofía moral.
El fin, que reflexionen. A veces, si se tercia y hay tiempo, hacemos algún debate.
En Ciudadanía, de 3° de ESO, y en el tema de filosofía política en bachillerato también hay algún ejercicio, el de la Isla desierta y otros (de mi cosecha o pillados de aquí y de allá).
El fin, ídem.
Muy interesante. Es un privilegio poder debatir con las/os jóvenes.
Estimado Frabetti, tampoco los idealice, son como personas y la mayor parte de ellos no se salen del surco. Eso sí, normalmente tienen una frescura y una vitalidad agradables.
El ejercicio es muy interesante, Máximo. Y en los tiempos que corren (tirar a gente por la borda…), asumiendo el riesgo de que algún idiota te coja el rábano por las hojas, valiente. No se estila lo de invitar a la gente a pensar. Y es una lástima.
Gracias, kilgore, esa es la cuestión, «invitar a la gente a pensar», creo que por eso me pagan.
Por el hecho de poner actividades en las que se propone hablar de la autoridad (natural y política), de la okupación, de la moral y la eventual prescindibilidad de la religión, de la dignidad humana y la comparación con los animales, de las «huelgas» del 8-M y del Clima, del BLM y del soft power estadounidense, del Estado del Bienestar en decadencia… hasta los propios compañeros se tientan la ropa y se hacen cruces por meterse en jardines.
¿Es relevante que uno sea negro y otro transexual?
Lamentablemente, para algunos es relevante. El racismo y el sexismo están lejos de haber sido erradicados, sobre todo en sus formas supuestamente «moderadas», del tipo: «Respeto a los transexuales, pero no me gustaría que mi hijo se relacionara con ellos».
Para mí, no. La gracia es que habrá alumnos que digan que sí (una minoría, pero haberlos haylos) y tienen que justificarlo y debatir con los compañeros. No es cuestión de opiniones, sino de juicios que, como tales, tienen que ser fundamentados.
No es nada novedoso ni revolucionario, puro socratismo clásico, pero tienes que ponerte manos a la obra, claro.
Por desgracia, formar parte de un grupo social minoritario o no, aún sigue siendo relevante para muchas personas.
Anécdota real: hace pocos años asistí a un curso relacionado con el deporte. Uno de los asistentes comentó que no le gustaría que su hija hiciera básquet porque se decía que había muchas lesbianas en los equipos de baloncesto y no quería que pudiera volverse lesbiana.
Me quedé alucinada y al ver que nadie decía nada, le pregunté que qué cambiaria en su hija si fuera lesbiana. Que me parecía increíble lo que estaba diciendo.
Pues bien, el profesor me cortó y me dijo que cada uno podía tener su opinión.
Es decir que en este plan estamos aún…
Es muy significativo que ese profesor te impidiera opinar diciendo que cada cual podía tener su opinión. Así son los normópatas. Y son mayoría.
Excelente artículo! Esperando la continuación…
Gracias, Ana. Ya hay una tercera parte pendiente de publicación y, según la respuesta de las/os lectoras/es, puede que escriba una cuarta.
Siguiendo con el tema. La primera vez que puse el caso de Ph. Foot lo hice añadiendo la variante del hombre gordo. Mi intención era aséptica, no resaltaba el hecho de que fuera gordo, era circunstancial. Sin embargo, para la mayor parte de los alumnos era un hecho relevante y fue la primera vez que escuché (o leí) la palabra «gordofobia».
Sera que debamos tambien incrustar en la obtención de las respuestas la pirámide de Maslow, ya que estando muy abajo de ella, las respuestas son fáciles y no conllevan demasiada argumentación. Por el bien del grupo o la comunidad, sacrificaríamos al individuo en pos del supuesto beneficio a mi clan.
Pero esto se pierde cuando ascendemos en la escala de necesidades humanas. Ah es donde reside el individualismo y con el que se deja de pensar en el grupo y su beneficio, es cuando se asume que la sociedad debe hacer hasta lo imposible para brindar bienestar a cada uno de sus integrantes, ya que se evalúan los aportes individuales de cada uno de ellos y se entra en un dilema lógico. ¿Quién evalúa cuales son los mejores aportes de los individuos a salvar?
Efectivamente, esa es la clave: los valores que subyacen a las decisiones y los tipos o grupos que configuran dichos valores. ¿Quién los evalúa? Hay varias evaluaciones: las leyes, la religión, el control social, la conciencia individual… Y a veces entran en conflicto.
Como de costumbre, los profesores de filosofía se enteraron poco del tema. El «dilema del hombre gordo» parte de una cita celebérrima de Stalin («La muerte de un hombre es una tragedia, la de un millón es una estadística») que se interpreta bastante mal quizás como resultado de su afición a las purgas y su papel en la SGM. En realidad, alude al hecho de que determinadas muertes puntuales es mejor evitarlas, pues sale casi mejor liquidar a un montón de personas. El asesinato de Calvo Sotelo inclinó la voluntad de los militares hacia el golpe de Estado en España. El asesinato de Eliécer Gaitán precipitó el bogotazo y la situación de guerra civil encubierta en Colombia con la formación de las FRAC y el FLN. La muerte de una única persona (el hombre «gordo»), nos guste o no, posee distinto peso específico que la de un montón de ciudadanos. La prensa suele definir ciertos arquetipos, al margen de la política y economía, como hombres «gordos». En nuestros días, los asesinatos de mujeres jóvenes (sobre todo adolescentes), blancas y rubias: las chicas de Alcasser, Anabel Segura, Sandra Wanninkoff, Marta del Castillo, etc.
«… planteada por la recientemente fallecida filósofa estadounidense Judith Jarvis Thomson. En su versión, la única manera de detener el tranvía descontrolado e impedir que mate a las cinco personas atadas a la vía consiste en lanzar un gran peso desde un puente bajo el cual pasa el vehículo. Pero el único objeto pesado que tienes a mano es un hombre gordo… »
Los profesores de filosofía no se enteraron del tema, como de costumbre, y otros sueltan un rollo sin venir a cuento. Aquí el hombre gordo es un hombre y es gordo (peso para parar el tren). Así que el hombre gordo no es Calvo Sotelo, ese señor asesinado que NO inclinó ninguna voluntad, en todo caso la precipitó o fue el chispazo de lo que tenían preparado. De Colombia sé poco, solo que Gaitán fue asesinado en 1948 y las Farc surgieron a mediados de los 60.
Con la excusa de que el gordo es el arquetipo de las víctimas (de las izquierdas, por lo que deja caer) suelta un discurso sin pies ni cabeza.
De Colombia es evidente que no sabe nada.
Un ejemplo se propone para ilustrar algo. Conviene no confundir el ejemplo con lo que ilustra.
Los casos de Eliécer Gaitán (Colombia) y Calvo Sotelo (España) ilustran la tesis de que no todas las vidas poseen idéntico valor, aunque éticamente parezca reprobable. Que a mi me asesinen no importará a nadie, más allá de mi familia y amigos, pero si alguien asesinara a Duque Márquez, ardería media Colombia y el número de bajas sería cuantiosa. Conviene no lanzar nunca el «hombre gordo» a la vía, pues las consecuencias serán devastadoras. El tranvía no se detiene, sino que descarrila con todos sus pasajeros dentro.
Eliécer Gaitán era socialdemócrata. Calvo Sotelo estaba en la otra punta, pues era conservador. Es como si agrupa a Kennedy y Aldo Moro. Ambas víctimas no pueden haber sido de izquierdas.
Por cierto, si lo que le ha ofendido es recordar lo poquísimo que los profesores de filosofía se enteran de las cosas, citaré un fragmento de Platón, que me parece que tiene que ver con la filosofía más que cualquiera de ellos: «También se dice que Tales, mientras observaba los astros…, y miraba hacia arriba se cayó en un pozo, y que una bonita y graciosa criada tracia se burló de que deseara vivamente conocer las cosas del cielo y no advirtiera las que estaban detrás de él y delante de sus pies». (DK 11 A 9), Pl., Tht. 174a.
Que sí, Yáñez, siga usted siendo constante en su inquina. También responde usted a un tipo conocido, todo lo que sepa un profesor de filosofía, lo sé yo y además sé de lo mío. Vale, si usted vive en la prepotencia no se preocupe, continúe así. ¿Se ha dado cuenta de que usa como argumento de autoridad ni más ni menos que a Platón?
Le confesaré una cosa la mayor parte de los profesores de filosofía son como los fontaneros, los abogados y los administrativos, hay de todo: algún sabio, unos cuantos eruditos pedantes, un buen puñado de gente normalita y luego están los que son como usted, que no hilan un discurso coherente, así los desuellen.
Yo no llamaría «socialdemócrata» a Gaitán, a no ser que busquemos otro término para designar a los «socialistas» al uso por estas latitudes. Hace unos años coincidí en Quito con su hija Gloria, y me habló de sus proyectos políticos y de su asesinato urdido por la CIA, pues lo consideraban «tan peligroso como Fidel Castro».
Yáñez, a mí me parece, en cambio, que usted no sabe lo que es quedarse callado, que es de lo que está dejando CONSTANCIA. Quédese tranquilo, no sé nada de Colombia, pero el que ha puesto en relación directa el asesinato de Gaitán y el surgimiento de Farc y otros ha sido usted. Y lo de socialdemócrata le va largo a Gaitán; como tiene pinta de ser el típico moralista que no sabe en realidad de política, confunde el patriotismo no seguidista, la defensa de la soberanía o el nacionalismo político con ser izquierdoso. Como indica Frabetti más abajo el problema era su falta de docilidad ante el hermano mayor. Asesinados por ese motivo en Sudamérica en la segunda mitad del siglo XX los hay a patadas, de todo color político, sin llegar necesariamente siquiera al rosado.
Sobre lo que comenta del hombre gordo: ¿es que he dicho algo distinto?, ¿es que está usted suponiendo que ese ejercicio se utiliza para algo diferente que para reivindicar la dignidad humana?
El que tiene un problema es usted, hágaselo mirar.
El no se entera de nada y debería consultar con un psiquiatra eres tú. Te está diciendo, con exquisita amabilidad, algo que podrás consultar en la wikipedia:
https://es.wikipedia.org/wiki/Bogotazo
Pista 1ª.- Ver el apartado de las consecuencias generales.
Lo de socialdemocracia le viene largo, porque su partido era el Unión Nacionalista Independiente Revolucionaria. ¿A qué te suena? A ver si lo pillas.
Pista 2ª.- Salvador Allende copió prácticamente su reforma agraria.
Extracto de un discurso: “Ingreso al partido liberal a la manera del Caballo de Troya, para hacer de él lo que me proponía dentro de la UNIR. El pueblo tomará el mando del partido, expulsará a la oligarquía liberal y le dará la orientación programática acorde con sus intereses. Entonces el Partido Liberal, será el partido del pueblo».
Al que le convendría quedarse bien calladito es a ti que no sabes de lo que hablas.
Hablar con alguien con tanta prepotencia como Máximo es inútil, ya que siempre está más interesado en salirse con la suya, incluso faltando, que en debatir y argumentar.
Upegui, su odio, su excitacion o su juventud le ciega.
He dicho que no sé de Colombia. También he dicho, y esto sí lo sé, que no hace falta que nadie sea socialdemócrata para ser tildado de «rojo» e «izquierdista» por cualquier chabacano imperialista useño o por cualquier inane utópico neoliberal con tal de que defienda la soberanía y tenga un mínimo sentido social. No he hablado con displicencia ni con desdén de Gaitán y ni siquiera he insinuado nada negativo sobre él.
El personaje ha salido a colación porque otro comentarista lo mencionaba. Y ese comentarista hacía un mix de cosas para hacer ver que yo denigraba a un personaje de un caso hipotético que tenía precisamente todo el sentido contrario.
Supongo que lo de «peso específico» no esconde una guasa.
He bregado con adolescentes lo suficiente como para no idealizarlos; pero esa «vitalidad y frescura» (a veces ligada a una sana rebeldía) es, en los tiempos que corren, un auténtico tesoro; lástima que, como decía Bernard Shaw, ese tesoro esté en manos de unos niños.
Me han gustado los dos artículos Frabetti (aunque el primero lo vi ya tarde para participar). Lo planteo porque es un caso que se repite en las noticias con cierta frecuencia, lo he debatido con personas cercanas, y casi todos (y aquí incluyo a las mujeres) me dicen que cuidado con pelear guerras ajenas. Si presencias una escena de violencia de genero, protagonizada por gente que no conoces, sabiendo que las consecuencias de intevenir (físicas y legales) pueden ser muy serias, y corriendo el riesgo cierto de que la presunta víctima reniegue de tu ayuda, ¿que harías?
Evita emular al profesor Neira. Los pelos nacen de punta.
Todo lo contrario, hay que reivindicar y emular su actitud solidaria. En lo único en lo que no hay que emularlo es en la forma imprudente de acercarse al agresor.
En este caso la pregunta sería «¿Qué hiciste?». En pocas palabras, a lo Julio César: intervine y cobré. Y volvería a intervenir. Un hombre que agrede a una mujer (o a un niño o a alguien más débil) nos agrede a todas/os, y creo que es un deber intervenir (de forma proporcional a la agresión, se entiende).
Muy interesante su artículo.
Como ha apuntado Operadorderadio, estar en la base de la piramide de Maslow cambia la respuesta.
El dilema del náufrago, creo, tiene una respuesta evidente. Cabe apuntar que el antropologo Marvin Harris, apuntaba que la religion azteca estaba creada alrededor del consumo de carne humana. (Bueno para Comer). Que los índigenas americanos, se comian a las víctimas del campo de batalla. Que el orígen del Kuru, en Nueva Guinea, era el canibalismo. Se comió carne humana en la Union Sovietica de Stalin… podriamos seguir. El canibalismo acostumbra a ser un dilema si se tiene la panza llena. En otros casos, depende de las circunstancias. Pero si observamos a la mantis religiosa, creo que la respuesta es clara.
En referencia al dilema del caballero andante, queda claro que se ha quedado anclado en su tiempo. Algunas teorias apuntan que el amor, tal como lo pinta el dilema, solo dura 4 años… Sabiendo esto, que cada palo aguante su vela (o su estandarte)
El dilema del arte y la vida, resulta demasiado obvio. Seguro que se me tilda de demagógica, pero viendo los precios que alcanzan algunas obras en las subastas (vease Bansky y su performance con trituradora incluida), queda claro que es más importante.
Y si hablamos del dilema del hombre gordo, creo que es muy dificil para la gran mayoria, en caso de encontrarse en una tesitura similar, llegar a una conclusion similar. Nos quedariamos parados sin reaccionar. Si no por Inmovilidad tónica, por la dificultad de analizar una situacion similar en tiempo real. Pocos tienen la capacidad. Es simplemente una proposicion teorica, aparatosa si, pero poco aplicable a la vida real.
En todo caso, muchas gracias
Gracias a ti, María, por tu enjundioso comentario, con el que estoy básicamente de acuerdo. Solo quiero apuntar que el dilema del náufrago tiene una respuesta evidente, sí, pero no la misma para todos; hay personas para las que comer carne humana sería la última opción, y antes matarían a un perro o a una cabra, y considerarían una afrenta dejar que un animal no humano se alimentara de un cadáver.
Evidentemente, siempre antes una cabra, un perro o una rata que un ser humano, pero ¡cómo es la vida!, leyendo algunos comentarios estoy abierto a cambiar el orden en determinadas circunstancias.
Recomiendo sobre este asunto, «En el corazón del mar», de Nathaniel Philbrick, sobre la tragedia del ballenero Essex.
No estamos hablando de un ser humano, sino de un cadáver.
De acuerdo, me comeré antes a un perro, cabra, rata, matándolos yo mismo, que el cadáver de un ser humano, incluidos los comentaristas.
En el libro que he mencionado describen la muerte del más joven de los náufragos que pierde la prueba para seleccionar la víctima que será sacrificada. Resulta que, además, es primo del capitán. No recuerdo si es él mismo el que lo tiene que golpear en la cabeza para darle muerte.
Pues esa elección no es en absoluto evidente, y pone de manifiesto lo arraigado que está el fetichismo del cuerpo (humano) incluso entre quienes no creemos que sea portador de un alma inmortal. No hay ningún motivo racional para no comerse un cadáver. Yo no solo no mataría al perro, sino que impediría que otro lo matara.
Pues la tenemos «liada». Porque yo comprendería (y lo haría yo) que es preferible matar al perro y comerlo que comer el cadáver de un hermano, por ejemplo, de otro náufrago. No tiene por qué ser alguien querido, puede ser cualquiera que haya compartido la desgracia con nosotros. Si es una cabra o una rata, ni te cuento.
Puedo entender que haya que preservar al perro porque puede ser útil en esas circunstancias y haya que comer el cadáver. También si hay riesgo sanitario en comer otro animal. Que si me tengo que comer al hunano, me lo como,no tengo duda.
Pero en general la dignidad humana también pasa por respetar el cadáver del humano, si no interfiere con otros intereses humanos. No creo que esto sea fetichismo.
Empezamos por no respetar el cadáver humano y acabamos dando más respeto a las ratas vivas que a los humanos vivos.
Si no es fetichismo, ¿qué es? Como sabes, durante mucho tiempo se prohibió la disección de cadáveres en aras de esa supuesta dignidad de los despojos. Incluso se podría argumentar que comerse un cadáver -como hacían en algunas culturas- es honrarlo mejor que dejando que se pudra y se lo coman los gusanos.
No es fetichismo. No he dicho que no lo comiera. Ni he dicho que no vea lógico diseccionar cadáveres o ejemplos de ese tipo. Lo que sí digo es que no es cualquier cosa. Me está recordando esto a los que dicen que abortar es como desprenderse de una verruga. Perdonen, pero no es lo mismo, y decir esto no es estar en contra del IVE.
Poner a los animales al mismo de los humanos es lo que yo veo falto de ética (me refiero aquí también a otro comentarista que habla de qué tipo de profesor de Valores éticos soy, uno que da más dignidad a los humanos que a los que no lo son).
Puestos en el (injusto) juego de las comparaciones y de las pendientes deslizantes, podemos recordar que los nazis fueron de los primeros que en su naturalismo reduccionista lloraban más por la muerte de los animales que de judíos, gitanos y eslavos.
De verdad, ver más dignidad en lo humano (animal) que en lo animal (no humano), no supone desdeñar el sufrimiento de animales ni dejar de cuidarlos. He tenido y tengo mascotas y creo que las tratamos con cariño y cuidado. Es más pienso, que alguien que maltrata a los animales no hace (no tan) paradójicamente mucha muestra de humanidad.
No estamos comparando a humanos con animales no humanos, sino a un perro vivo con un despojo que ni siente ni padece. Imagina que naufragas con tu perro, fiel compañero de muchos años. ¿Lo matarías para comértelo teniendo la alternativa de comerte a un náufrago muerto tirado en la playa y mordisqueado por los cangrejos?
Por cierto, el supuesto vegetarianismo/naturalismo de Hitler y sus secuaces es un mito. Hitler estaba irracionalmente obsesionado con la salud, y su dieta no tenía nada que ver con el respeto los animales.
De Hitler no sé, del nazismo, sí que consta su naturalismo pagano. Hay un interesante libro de Rosa Sala Rose, Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo.
Ya he dicho que no excluyo comerme un despojo humano en caso de necesidad. Sólo digo que no es cualquier cosa ni lo pongo a la cola como algo banal.
Aquí plantearía yo otro problema: se están ahogando un perro (no hace falta que sea «el tuyo») y un individuo como Aznar, Trump, Bolsonaro, o Abascal. Sólo nos da tiempo a salvar a uno (¿o se dice «de» salvar a uno?). ¿A quién salvaríais? Yo salvaría al perro (aunque eso me llevaría a juicio seguramente; después veríamos lo que pasaría en el juicio). ¿Siempre tiene más valor la vida de cualquier ser humano que la de cualquier otro animal? Yo no lo tengo nada claro; por eso he puesto este ejemplo.
Lo que acaba de comentar, en otro contexto, sería calificado por muchos como puro fascismo. Piénselo. Está deshumanizando a esos individuos.
En vez de Abascal o Aznar escriba Iglesias o Zapatero y me cuenta.
Por supuesto, siempre a la persona, incluso si está en juego la vida de mi perro.
A Abascal le dejaría sin problema las llaves de mi casa para que me regara las plantas en verano antes que a Iglesias o a Montero. Esto no me hace de derechas, simplemente, sensato.
Le respondo aquí al último comentario que ha escrito. O sea, usted siempre salvaría al humano en ese caso que le he puesto (salvar a un perro, o salvar a Aznar, Trump, etc…). Y ahora le pregunto por otro caso: en el mismo supuesto, ¿usted salvaría a un perro o a una persona que estuviera al frente de un régimen como el nazi en 1939, habiendo iniciado ya una guerra mundial como la que provocaron, con el exterminio de judíos, homosexuales, gitanos, etc.?
Sin duda. Como le decía antes, los aztecas (siempre según Marvin Harris) comían carne humana al no tener suficiente aporte proteico en su territorio. Para justificarlo se montaron una religión con Huitzilopochtli como líder sanguinario que agradecía y promovía los sacrificios humanos que luego eran consumidos con fruición y algarabía.
Como es lógico cada cultura presenta sus dilemas. Como comer o no comer cerdo. Ser circuncidado o no. Creer que una persona puede reinar en un país solo por su genética, con preferencia a los genes masculinos….Pero la mayoría son simplemente construcciones culturales, que no niego tienen su importancia pero que pueden resultar ridículos vistos a través de otros ojos.
Por cierto, el dilema del caballero andante es plenamente vigente.
Llámenlo X, pero incluso con la certeza del efecto Coolidge la mayoría persiste en el amor, no todo es pura fisiología.
Cierto, la maté por que era mía, por desgracia es demasiado habitual. Por suerte existe el amor. Como existe la amistad.
No veo eso de la maté porque era mía. En cualquier va en las dos direcciones.
Si quieres a alguien, en una situación extrema, puedes sacrificarte por él o ella.
El efecto Coolidge tiene su lógica. No es lo mismo tener un millón de espermatozoides deseando acercarse a un óvulo y con la seguridad de que la portadora del ovulo, cuidará la descendencia, (sea del espermatozoide que sea) que tener un único (o unos pocos si hablamos de gallinas) pero mucho mas valiosos (simplemente por una cuestión numérica) por escasos. Con todo, el Adn y su afán por perpetuarse se ha inventado todo tipo de métodos para continuar su singladura.
Con eso no quiero decir que ancha es Castilla. Como decía antes, existe el amor, aunque el descrito en el dilema forme parte de otros tiempos (o debería) A mi parecer el dilema del caballero andante, no anda…
No creo que forme parte de otros tiempos anteponer el bien de un ser querido al propio, y sigue habiendo personas que mueren de pena al perder a un hijo o un cónyuge.
A eso me refería.
No se lo negaré . Es más me congratulo de que exista el amor al prójimo. Yo, lo que entiendo al leer el dilema, es que este entra en otras disquisiciones, como el que dirán (el desprecio y el tratamiento de cobardía al no actuar) Nada que decir en sacrificar la vida por una persona amada (amigo, hijo, cónyuge ) pero tal y como se nos muestra en el dilema del caballero, que quiere que le diga…
En mi opinión, si el ser amado esta en manos del dragón uno solo se plantea si se puede salvar al ser querido de sus garras, sin atender a consecuencias. El resto es relleno… de la época de los caballeros andantes.
Totalmente de acuerdo. Nada peor que perder a un hijo o a un cónyuge. La gran mayoría de padres, anteponen el bien de sus hijos al suyo. (En ese caso también influye el Adn, aunque nos pese.) Pero el dilema nos habla del sacrificio personal. Como apuntaba antes, y a mi modo de ver, el caballero no tendría tiempo ni de planteárselo, como ocurriría si en lugar de la princesa, el secuestrado fuera un hijo.
Coincido en que, en la práctica, sería como tú dices; pero se trata de un experimento mental en el que se llevan al límite las variables para subrayar la complejidad de la cuestión y para relativizar el binomio egoísmo-altruismo.
Poco altruismo hay cuando los genes andan por medio. Se supone que el caballero està enamorado de una princesa. Imagino que el «dilema» pierde mucha fuerza (o quizàs resulta mucho más interesante como experimento) si el prisionero del dragón no és una princesa, si no un súbdito desconocido del mismo sexo. Creo que esta variable tambien cuenta. Si el caballero es homosexual, ¿será más altruista ya que no podrá reproducirse, con el subdito?
Como usted apunta, lo podemos complicar una barbaridad!
No se lo negaré. Es más me congratulo de que exista el amor al prójimo. Yo, lo que entiendo al leer el dilema, es que este entra en otras disquisiciones, como el que dirán (el desprecio y el tratamiento de cobardía al no actuar) Tal y como se nos muestra en el dilema del caballero, que quiere que le diga… En mi opinión, si el ser amado esta en manos del dragón uno solo se plantea si se puede salvar al ser querido de sus garras, sin atender a consecuencias. Cambien sino dragón por incendio, naufragio. El resto, a mi parecer, es relleno… de la época de los caballeros andantes.
A mi parecer el verdadero dilema nos lo plantearía si, durante la acción, pudieran morir los dos. O que tras la lucha, el caballero viera que no puede salvar a la amada y la tiene que dejar si o si con el dragón, si no quiere morir.
Máximo, me inquieta bastante que un profesor de valores éticos sostenga que es mejor matar a un perro para comerlo, que comer carroña humana. Supongo que éticamente lo mejor, en todo caso, y si el comer carne humana es tabú, sería dejarte morir de hambre o esperar a ver si el perro se muere antes que tú.
Éticamente lo último es matar a un congénere o matarse uno mismo. Y al decir lo último no lo estoy excluyendo.
Eso sí morirse de hambre o esperar a que muera el perro primero no es ya ético o no ético, es estúpido.
Si es tu propio perro el que matarías, preferiría no tener amigos como tú. ¿De verdad crees que el mundo se pierde tanto si te mueres? El asunto no es vivir a toda costa. El asunto es poder mirarte en el espejo.
Está usted mezclando cosas y haciendo juicios de valor sin conocimiento. Precisamente ahora mi perra está enferma del corazón, nos gastamos un dinero que no nos sobra y le dedicamos tiempo y esfuerzo. Por supuesto, sentimos y juzgamos que hacemos lo correcto, y lo hacemos con cariño.
Dicho esto, si usted piensa que ponerlo a usted (al que no quiero y me toca las narices) por delante de mí perra (a la que sí quiero) en cuestión de dignidad, es un defecto, usted mismo.
El verdadero dilema es que siendo evidente que no todas las vidas valen lo mismo, resulta inmoral categorizar al respecto para sacar alguna conclusión útil. Así que es preferible, por practico, considerar la vida humana sagrada y, en consecuencia, la cantidad importa. La moral o es útil o es dogma.
No creo que nadie niegue que la cantidad importa; lo que cabe plantear es si siempre es lo más importante. Y la utilidad de la moral también es un tema complejo, pues a menudo distintas utilidades entran en conflicto.
Si la cantidad no es lo más importante, que no digo que lo sea, debemos entrar a categorizar en base a que vida es más útil. Eso estaba claro cuando éramos bandas de cazadores-recolectores, pero hoy resulta bastante más complicado salvo en casos de supervivencia excepcionales donde el instinto de supervivencia manda más que la moral.
Si hablamos en abstracto, englobando toda la humanidad ¿Por qué es más importante la vida de un científico que puede encontrar la cura del cáncer que la de mi abuela que es una bellísima persona y hace unas croquetas que te mueres? ¿perdemos nuestra humanidad para salvar la humanidad? ¿Quién decide en nombre de toda la humanidad que es lo mejor para esta? En el arca entrarán los que Noe decida que le serán más útiles. En la mía me quedo con mi abuela y que le vayan dando al científico. La humanidad entendida como una entelequia (un ente con un propósito) es una, valga la redundancia, entelequia (algo irreal) por la tanto es imposible discriminar sobre que es mejor para esta.
Estoy básicamente de acuerdo. A menudo nos olvidamos de que la moral, al igual que las leyes, es el resultado de un «contrato social», y solo desde el dogmatismo (religioso o pararreligioso) podemos invocar principios éticos absolutos y universales. Yo también me quedaría con mi abuela.
La moral es absoluta o no será nada.
¿Qué entiendes por «moral absoluta»? El propio término, que viene del latín mos-moris: costumbre, indica que la moral es el resultado de un consenso social.
Jesús de Nazaret, en vano. Immanuel Kant, en vano. Kierkegaard, en vano. Wittgenstein, en vano.
No hay otra moral más que la absoluta. Pretendes poner al lado, danzando, a la moral relativa. Relativa, ¿a qué?
No puedes comprender un sentimiento que no tienes. ¿Quién te va a enseñar a sentir? Tampoco podrás comprender qué es estar enamorado si no estás verdaderamente enamorado. Si lo estuviste pero ya no, el mundo se ha vuelto otro y no es precisamente «bueno» en sentido absoluto. Es duhkha.
«Ama a tu prójimo como a ti mismo» es una afirmación categórica.
Puedes disfrazar el tema mediante crítica textual y decir que «bueno» es también 88 millones de euros, un cóctel de gambas o el culo de una moza. Pero cuando empleas «bueno» en sentido ético, tiene un significado radicalmente distinto. O se trata de un absoluto, o no es nada.
Si matan gente en Colombia o en Venezuela está «mal». Es «malo» es absoluto, aunque los diarios, según de qué signo sean, silencien lo uno o lo otro o todo ello. Según la moral relativa, dependerá de que objetivos se alcancen. Pues entérate: la moral relativa ni siquiera es moral. Es basura.
La pregunta es: ¿cuándo perdiste tú el rumbo?
Perdí el rumbo del dogmatismo cuando alcancé el uso de razón, como todo el mundo (como todo el mundo que consigue superar el lavado de cerebro al que nos someten desde la cuna). Quienes creen que lo que ellos consideran «bueno» lo es en sentido absoluto han sido y siguen siendo la peor plaga de la humanidad: quemadores de libros y de «herejes», cazadores de brujas, criminalizadores del aborto y de la homosexualidad…
«quemadores de libros y de “herejes”, cazadores de brujas, criminalizadores del aborto y de la homosexualidad…»
Te has quedado muy bien sintiéndote mejor que otros. Ahora, pregúntate qué tiene eso que has escrito que ver con «ama a tu prójimo como a ti mismo». Amar al prójimo, en principio, es dejarle en paz, no meterse en su vida… salvo cuando le hacen injusticia.
Confundes a Jesús con San Pablo. Al librepensador con la Iglesia. Construyes a un enemigo para despeñarlo y sentirte bien, sofista.
Creo que eres tú quien los confunde. «Ama a tu prójimo» no es una orden, no es una propuesta dogmática, ya que apela a la conciencia personal, como su corolario: «No hagas a los demás lo que no quisieras que te hicieran a ti». El problema -el dogma- empieza cuando se pretende decirle a la gente cómo tiene que amar. Si lo que propones como imperativo ético «absoluto» es la solidaridad -o el «amor al prójimo» si prefieres llamarlo así-, entonces estamos de acuerdo. El librepensador, por definición, no puede ser dogmático.
Segunda formulación del imperativo categórico. No por ello deja de ser imperativo y, además, absoluto.
Su ética relativista es hipotética, heterónoma y empírica.
Basta leer a Kant.
Una ética material es siempre dogmática. Como hay distintas éticas materiales según el bien supuesto, el derecho propio debe ser impuesto por la fuerza sobre el de los demás.
La prescripción «no matarás» es un absoluto o no será nada.
No es cierto. En muchos países aún existe la pena de muerte (de la que, dicho de paso, estoy radicalmente en contra),y hay supuestos en los que es lícito matar. Y, por otra parte, ¿incluye ese precepto a los animales no humanos? Para algunos -como yo- sí, para la mayoría no. ¿Incluye al feto el precepto de no matar? Y no, no basta con leer a Kant, un teísta -o deísta, según algunos- ampliamente superado; hay que leer más.
¿Superado por quién? Si eres tú pre-socrático. Crees que la ética es relativista y que lo otro es dogmatismo. Perdona, pero lo propio de la ética relativista no es la tolerancia sino el dogmatismo: la imposición de su fe sobre el resto de los dogmas en competencia. Hablas de países. La «ética» de cualquier Estado es relativista. Hay multitud de artículos para burlar «no matarás» y «no robarás». Para eso está la retórica del sofista. No hay que leer más. Hay que leer con criterio y meditar sobre lo que se ha leído.
Por fin estamos de acuerdo en algo: leer con criterio y meditar sobre lo leído.
Para que una moral sea absoluta debe ser universal y atemporal, además, de precisar de la existencia de una verdad absoluta revelada que la fundamente. Algo solo al alcance de religiones y filosofías políticas totalitarias. Incluso reduciendo la moral a 3-4 principios básicos (no matar, no robar, no mentir y poco más que, grosso modo, comparte toda la humanidad) vemos como dentro de los distintos marcos culturales, incluso dentro del judeocristiano, estos están reflejados de forma distinta en los diversos ordenamientos jurídicos occidentales que, además, se ven matizados por un numero nada desdeñable de agravantes y atenuantes. P.ej. matar está mal, pero se justifica en determinadas circunstancias: defensa propia, pena de muerte, eutanasia, aborto, etc.
A lo máximo que podemos aspirar los humanos es a obrar coherentemente con la noción del bien y el mal del ámbito cultural en el que nos desenvolvemos; siendo conscientes desde la posición de privilegio que nos aporta nuestro nivel de desarrollo (en el que ya pocas decisiones son cuestiones de vida o muerte y por eso nos damos el lujo de jugar a “rompecorazones”) que han existido y existen otras realidades culturales menos privilegiadas que deben decidir entre lo malo y lo menos malo donde la supervivencia deviene el único valor absoluto.
Ante las múltiples disyuntivas que nos plantea la compleja, voluble y tozuda realidad que configura el comportamiento humano, se me antoja bastante más razonable alejarse de dogmatismos y sopesar pros y contras de forma razonada en cada circunstancia utilizando nuestros principios como guía y no de losa para sepulcros blanqueados.
Gracias, Baraka, creo que lo has expresado de manera muy clara y concisa. Efectivamente, jugar a rompecorazones es un lujo solo al alcance de privilegiados como nosotros.
A ÓSCAR (por alguna misteriosa razón, no viene la opción «Responder» debajo de tu comentario).
Yo salvaría al humano, a pesar de ser animalista y de detestar a esos individuos que mencionas; pero es probable que luego, según lo que hiciera en lo sucesivo el salvado, me arrepintiera de mi decisión.
Sé que he hecho una pregunta que es complicada para la mayoría, y sé que mi respuesta –sincera– puede escandalizar a mucha gente. Pero por eso la he hecho, porque ya que se trataba de un escrito de ética aplicada (o al menos así lo he entendido yo), me da la impresión de que no sería fácil argumentar racionalmente por qué se habría de salvar a esos humanos concretamente antes que a un perro (o a una codorniz). Alguien podría objetarme que el Fürer también quería más a sus perros que a millones de judíos, no arios, etc…, pero a esto yo también objetaría que Espartaco no sólo no salvó sino que mató, pasando por la espada, a muchos soldados del impero romano, mientras que a lo mejor también quería a su perro o a su caballo (si lo hubiera tenido), y entre Hitler y Espartaco hay un abismo moral, y la razón por la que mataban no se parecía en nada.
Gracias, Óscar, por la sinceridad y valentía con la que planteas cuestiones abstrusas e impopulares. Es muy fácil hacer afirmaciones maximalistas tales como «yo estoy contra todo tipo de violencia» o «la vida de cualquier ser humano vale más que la de cualquier no humano». Y es muy fácil también comprar el discurso del poder y de los vencedores. Mucha gente a la que le habría parecido bien un atentado contra Hitler considera un acto criminal matar a un Kennedy o a un Carrero Blanco. Por no hablar de quienes apoyaron la invasión de Irak y se horrorizaron ante el atentado contra las Torres Gemelas.
Sí, todos esos ejemplos que planteas dejan claro que ciertos «principios» que parecen inamovibles, según las circunstancias, los/las protagonistas, nuestras preferencias, simpatías, etc., se empiezan a tambalear. Por eso es importante ahí la reflexión; para llegar al máximo de objetividad posible.
Me interesa más el animalismo que los imperativos categóricos de los que “matarían” por defender que matar es inmoral. Una prueba evidente de cómo evoluciona la moral, la costumbre, es el cambio de consideración respecto a los animales. Entendiéndolo, no deja de contrariarme ¿Realmente podemos hablar de derechos de los animales? ¿Protegerlos equivale a otorgarles derechos o empleamos el concepto de derecho a falta de otro mejor? llevándolo al extremo ¿proteger una obra de arte equivale a otorgarle un derecho? Por favor, ayúdenme a entenderlo.
En estas mismas páginas he tocado el tema más de una vez. Aquí tienes un enlace:
https://www.jotdown.es/2019/05/el-canibal-cautivo/
A MÁXIMO (no aparece la opción «Responder»).
Si he dado la impresión de considerar la necrofagia algo banal, me he expresado mal: me parecería tremendo tener que alimentarme de un cadáver humano, y creo que tendría que estar muy desesperado y hambriento para hacerlo. Pero lo haría antes que matar a un perro. Y creo que tú también, al menos si fuera «tu» perro, puesto que no lo niegas abiertamente. Te sugiero que lo debatas con tus alumnas/os; se aprende mucho discutiendo con las/os jóvenes.
No, no ha dado la impresión.
Yo tampoco he negado que lo hiciera, que depende de otras muchas circunstancias, sí.
Puede que matara a mi perro o puede que no, depende.
Claro que aprendo de mis alumnos, en ocasiones, y de cualquiera. Pero no me olvido tampoco de que el profesor soy yo y ellos habitualmente se rigen por parámetros alejados de la racionalidad, la empatia y la justicia. Los hay verdaderamente dogmáticos, sectarios e intolerantes. Se hace lo que se puede. Pero esa visión idealista de «qué buenos chicos», no. Tampoco la contraria.
Gracias por el enlace, un texto muy interesante pero no me ha resultado del todo convincente.
De entrada “ataca” los derechos naturales de forma poco convincente, como arrimando el ascua a su sardina. Obviamente, no sirve de nada tener un derecho si no tienes capacidad de hacerlo efectivo, pero no es lo mismo no tener reconocido un derecho que no tenerlo ¿Acaso los homosexuales iraníes no tienen derecho a la vida porque les cuelguen? ¿nace el hombre esclavo y las leyes le hacen libre o es (ha sido) más bien al contrario?
Resulta paradójico que a la mayoría de nuestros privilegios de sociedad rica les llamemos derechos y, sin embargo, a la libertad, el derecho por antonomasia, la consideremos un privilegio.
El texto no aclara porque algo objetivamente brutal como “apalear a un perro” deviene en un derecho del perro a no ser apaleado. Igual de brutal es causar un incendio o destrozar una obra de arte y no se habla de los derechos del bosque o Las Meninas de Velázquez. Otra cosa es que como humanos rechacemos los comportamientos innecesariamente crueles hacia lo que estimamos y legislemos en consecuencia.
Igual de paradójico resulta la jerarquía que establecemos dentro del reino animal en que aparentemente solo son portadores de derechos mamíferos y aves (en general), peces (algunos), reptiles (algunos) pero no los insectos. Lo que demuestra que lo sustancial en la relación con los animales y el reconocimiento de derechos no reside en que sean seres vivos si no la empatía que sean capaces de despertarnos. Yo no necesito establecer empatía alguna con otro ser humano para reconocerle el derecho a la libertad o la vida.
No creo que seamos los “reyes de la creación” por derecho divino, pero es una obviedad que estamos situados en la cúspide evolutiva de los seres vivos. Si lo prefiere, somos la especie depredadora por excelencia, la más evolucionada y de las pocas omnívoras con todo lo positivo y negativo que esto implica.
Tan cierto es que el ser humano es el único mamífero que ingiere leche procedente de otro animal pasado el periodo de lactancia como que somos los únicos que comemos bacalao al pil pil. Es decir, somos el único animal que cocina lo que ingiere y este necesariamente procede del reino de los seres vivos. Tengo un amigo vegetariano que me hizo visionar un video en que un chimpancé pelaba hábilmente un plátano y me lo presentaba como una demostración de la inteligencia animal. Me resulto bastante turbador. Es imposible saber lo que pensaría un chimpancé si le pudiera mostrar a otro un video de Miguel Ángel pintando la Capilla Sixtina. Sinceramente, creo que somos capaces de apreciar más diferencias entre un humano y un koala que el de la mera imagen.
Con esto quiero decir que estamos tan marcados por la idea de ser los “reyes de la creación” como por una sistemática humanización de los animales desde nuestra infancia que se refleja en los “rompecorazones” que plantea al final del texto. Al igual que por cierta idealización del buen salvaje.
Apela tanto a razones ontológicas como prácticas en defensa del animalismo. Me inclino más por estas últimas, aunque, a la larga, tendrán más peso las primeras. La evolución de la moral esta de su parte, como lo está de otras causas que últimamente parecen derrapar. No la caguen.
Felicidades por el texto y por finalizarlo con “una cordial invitación a la reflexión y a la autocrítica”.
Por cierto, en ningún momento digo (y si induzco a pensarlo me he expresado mal) que el hecho de que consideremos brutal apalear a un perro devenga en un derecho del perro; precisamente afirmo lo contrario: que los derechos se otorgan expresamente como parte del «contrato social»; mientras ese derecho no se promulgue, apalear a un perro será un acto brutal, despreciable… Podemos calificarlo como queramos, pero esa repulsa no se traduce automáticamente en un derecho. Lo que ocurre es que a menudo usamos el término de forma equívoca, como cuando decimos «no hay derecho».
Todo sistema ético parte necesariamente de axiomas (no en vano hablamos de «principios» morales), y como tales axiomas son indemostrables, a no ser que invoquemos una autoridad divina o una supuesta «ley natural». Por más que nos parezca evidente que un iraní (o un español durante el franquismo, no hace falta irse tan lejos) tiene derecho a ser homosexual, la sociedad en la que vive y las leyes vigentes en su país no se otorgan, y por tanto no lo «tiene». Por eso los kantianos y otros absolutistas morales se ponen tan nerviosos ante el relativismo cultural (y por eso tiene tanto éxito las religión): es muy desazonador admitir que nada es evidente ni indiscutible.
En cuanto a lo que planteas de los insectos y otros «bichos» inferiores, aquí topamos, una vez más, con la paradoja del montón, puesto que hay una transición continua entre la no vida y la vida y entre la inconsciencia y la consciencia. ¿En qué momento decidimos que un animal es lo suficiente sensible y consiente como para convertirlo en sujeto de derecho? Ocurre algo parecido con el aborto: ¿hasta qué momento es lícito interrumpir el embarazo? Solo los creyentes consideran que un feto de una semana es un ser humano; pero ¿y uno de cinco meses? Yo, personalmente, procuro no matar ni a una mosca; otros son incapaces de dañar a un mamífero, pero no sienten la menor empatía con los peces… Por eso creo que lo único que puedo hacer es invitar a la reflexión. Gracias por aceptar la invitación.
Lo que no entiendo es porque es necesario elevar a la categoría de derechos las leyes de protección a los animales cuando estos son privativos de los humanos que somos los únicos capaces de entenderlos. Cuando hablaba de no cagarla me refería a cierta tendencia dentro del animalismo a “animalizar” el hombre que en lo único que se diferenciaría de una zarigüeya sería en la imagen (y la crueldad) y, por el contrario, humanizar al animal atribuyéndole características y sentimientos que son propios de los humanos. Por mucho que el animal sufra, tenga sentimientos o instintos (no lo sé) y nosotros sintamos empatía por estos, no son capaces de abstracciones por lo que en nada cambiara su autopercepción que tengan “derechos” o “leyes protectoras”. Creo que esta es la gran diferencia respecto a otras visiones “supremacistas” dentro de los seres humanos y por lo que me resulta improcedente equipararlas.
Los homosexuales lucharon por el RECONOCIMIENTO de unos derechos de los que eran conscientes poseer. Como los esclavos eran conscientes de su falta de libertad y lo interpretaban como una injusticia, incluso entre los que se resignaban a su condición. Un koala no.
De verdad, creo que la deriva cultural, moral, ética, nuestra natural empatía hacia los seres vivos nos conducirá irremediablemente a posturas como la suya o cercanas a la suya, excepto si cometen el error de caer en el dogmatismo del que hablábamos antes y que puede generar una reacción adversa igual de dogmática.
No hay una diferencia sustancial entre «leyes de protección» y «derechos», ni para los humanos ni para los no humanos; insisto en el uso equívoco del término «derecho». Un derecho es algo consensuado socialmente y protegido por la ley o es una entelequia. Por otra parte, los animales no humanos sienten, padecen y tienen capacidad de abstracción; muy poca los más primitivos y bastante algunos. Y aunque así no fuera, los niños pequeños y los discapacitados mentales (término que habría que revisar) tampoco son conscientes de sus derechos ni luchan por ellos, y nosotros los reconocemos y los defendemos. Los animales no humanos son, filogenéticamente, nuestros hermanos pequeños, menos listos e indefensos; algunos abusan de ellos, como siempre los fuertes han abusado de los débiles, y otros intentamos protegerlos.
Para un homosexual si existe una diferencia sustancial entre que le reconozcan un derecho o una ley de especial protección como si fueran una especie en peligro de extinción o el Pórtico de la Gloria. Para un animal no. Los derechos obligan al prójimo, exigen reciprocidad, reconocimiento mutuo, igualdad, ¿Cómo es eso posible entre hombres y animales? ¿Qué otra especie reclamara sus derechos reconocidos legalmente? ¿Quiénes se erigirán en sus intérpretes y representantes legales? ¿en base a qué? ¿los que “más quieran” a los animales, los más radicales? ¿Cuál será el siguiente paso, manadas paritarias?
La línea que separa el idealismo del sentimentalismo es muy tenue. Si legislar en base a lo primero puede resultar contraproducente, hacerlo sobre lo segundo es abrir la caja de Pandora. Lo vemos cada día con el abuso que hacen los políticos (y por extensión la sociedad) de los sentimientos y resentimientos. El antropomorfismo me parece un camino equivocado para proteger a los animales y otorgarles derechos es un primer paso. Considerarlos nuestros “hermanos pequeños” también.
Insisto, los discapacitados y los niños no pueden defender sus derechos y nosotros lo hacemos por ellos. Y si no te gusta la expresión «hermanos pequeños», cámbiala por «parientes menos evolucionados». Y un derecho es exactamente eso: una ley de protección (o de lo contrario es pura palabrería). Y esto no tiene nada que ver con el antropomorfismo: una cucaracha alienígena inteligente despertaría la solidaridad de las personas racionales y el rechazo de, precisamente, los obtusos «antropomorfistas». Y tampoco hay que confundir los sentimientos con el sentimentalismo ni la sensibilidad con la sensiblería. La ética, nos guste o no, tiene que ver con los sentimientos (por eso los cristianos hablaban de amor al prójimo y los budistas de amor compasivo). No hay razones puramente racionales para respetar a los demás (a veces sí, pero no siempre).
Yo concibo la ética como «el ponerse en el lugar del otro» (creo que Lévinas decía algo parecido). Y el Derecho se crea para cuando no hay garantía de que nos vayamos a poner siempre en el lugar del otro (sea ese otro un ser humano, o una tórtola). El Derecho se creó para evitar el pisoteamiento de la libertad que unos (con más poder) llevan a cabo sobre otros en una situación más débil.
Efectivamente. Si la colaboración y la solidaridad prevalecieran sobre la competencia y el egoísmo, ni siquiera existiría -por innecesario- el concepto de derecho. Cuando Agustín de Hipona dice: «Ama y haz lo que quieras», expresa la misma idea.
Lo que experimentarían los seres humanos frente a “una cucaracha alienígena inteligente” dependería del comportamiento e intenciones de esa “cucaracha alienígena inteligente”. Afirmar lo que harían antropomorfistas en contraposición a las “personas racionales” es, además de especulativo, ciertamente sesgado.
Los discapacitados y los niños tienen tutores legales que se hacen responsables de estos ¿Quién se erige en representante de las tórtolas: el estado, la sociedad en general, PETA? No solo representante, si no interprete de sus necesidades y derechos ¿Qué capacidades, desconocidas para mi, tienen para ponerse en el lugar de una tórtola? ¿está mal tener un animal en el circo o zoo (que lo está) pero si tener un perro en un apartamento de 60m2 en una ciudad? ¿Cómo encajamos que un perro tenga derechos y, a su vez, un propietario? ¿tener una paloma bien alimentada y de plumas lustrosas, pero en una jaula, está bien o mal? ¿mejor que en las calles de nuestras ciudades? ¿Qué prefieren estas? ¿tienen los mismos derechos, perros, gatos, chimpancés, conejillos de india, culebras, animales salvajes, domésticos, arañas, etc? ¿Dónde y en base a qué establecemos diferencias entre unos y otros?
Me temo que nos faltan respuestas. A mí me parece que lo razonable es que los sentimientos nos indiquen dónde queremos llegar y utilizar la racionalidad para no acabar en el lugar equivocado. Creo que aciertan en el destino, pero no en el rumbo. Por intentar encontrar un punto de encuentro o de partida ¿les bastaría con considerar a los animales objeto de derecho pero no sujetos de derecho?
Hay montones de preguntas sin respuesta, es cierto; pero en relación con los «derechos humanos» también. Y siempre que se produce algún tipo de tutela, más. ¿Es ético tener a un niño encerrado en un apartamento, obligarlo a comer carne si se niega (como me ocurrió mi), mandarlo a un colegio religioso…?
Si por sujeto entendemos alguien que puede elegir y decidir por sí mismo, sí: podríamos considerar que los niños, los discapacitados y los animales no humanos son -o deberían ser- objetos de derecho.
En el último párrafo has definido en pocas palabras la razón de ser de un sistema ético: que los sentimientos nos indiquen hacia dónde ir y la racionalidad nos impida perder el rumbo. Y eso vale en relación con humanos y no humanos. En cierto modo, es lo que se propuso Marx al propugnar un «socialismo científico».
En mi opinión, el punto más peliagudo tiene que ver, como ya dicho, con la paradoja sorites. Yo tengo muy clara mi solidaridad con los chimpancés (he trabajado con ellos y me consta que son «casi humanos») o los perros, pero no con las arañas. Pero lo mismo ocurre a escala humana. Tengo muy claro que interrumpiría un embarazo no deseado a los dos meses, pero no lo tengo tan claro a los seis. Es muy duro tener que moverse por terrenos tan resbaladizos; es uno de los motivos del éxito de las religiones, que conjuran lo que Fromm denominó «miedo a la libertad».
Donde pone «me ocurrió mi» debe poner «me ocurrió a mí».