Tanto las esculturas como los cuadros. Algunos se han perdido; muchos de los otros se hallan en planetas ocupados ahora por la Rebelión.
(Timothy Zahn, Heredero del Imperio, Madrid, Martínez Roca, 1993).
«Los gemelos, que habían crecido juntos en la Fuerza mientras crecían en su interior, estaban de alguna manera armonizados, de una forma tal que Leia jamás podría compartirla por completo; “Acérquese más, Mara Jade”. La voz era autoritaria, y Mara avanzó hacia él, antes de darse cuenta de lo que hacía…». El lector se preguntará, luego de estas frases, ¿quién era Mara Jade? ¿No tuvieron Han Solo y la princesa Leia únicamente un hijo? En efecto: todas esas viejas leyendas, esos cuentos de esa biblioteca virtual que es el universo de La guerra de las galaxias, cayeron en el olvido ante los nuevos filmes «cual lágrimas en la lluvia», en celebérrima frase de ese plagiario de Arthur Rimbaud que fue el replicante Roy Batty.
Jorge Luis Borges habló en su cuento La biblioteca de Babel (1941) sobre un archivo que englobaba el universo. Cada muro, cada anaquel, contenía un número determinado de libros y era parte de una progresión geométrica que diríase llevaba al infinito. Alertaba Borges, con esa «ironía metafísica» que le adjudicó ese gran volteriano que es Fernando Savater, que muy pronto hubieron de existir libros proscritos. Así:
Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros.
Este relato, otro juego literario-matemático del ciego argentino, resulta una metáfora perfecta para los cientos de obras que tuvieron el imprimátur Star Wars de George Lucas. El demiurgo de este universo, el cineasta nacido en Modesto (California), ejerció de visir compasivo ante las toneladas de ficción escritas por sus amanuenses y que copaban año tras año en los noventa la lista de los más vendidos del diario The New York Times.
A diferencia de lo que muchos creen, Lucas jamás leyó directamente ninguna de estas obras, de tanto volumen como calidad diversa, y declaraba ufanamente a la revista de ciencia ficción Starlog en 2005:
No leo esas cosas. No he leído ninguna de las novelas. No conozco nada de ese mundo. Es diferente de mi universo, pero intento mantener la consistencia. La manera en que lo hago es que tienen una enciclopedia de Star Wars. Así, si yo ideo un nombre o cualquier cosa, miro y observo si ya ha sido usado.
Esta «enciclopedia» se llamó en el mundo de aficionados al universo de La guerra de las galaxias holocrón; cubo de distintas formas que almacenaba las memorias aprehendidas por la sabiduría jedi a lo largo de milenios. El concepto, de hecho, no fue creado por George Lucas sino por el escritor Tom Veitch, guionista de la serie de tebeos Star Wars Dark Empire. Con Leland Chee como empleado clave que analizaba y racionalizaba las distintas ficciones (libros, películas, cómic e incluso videojuegos), esta base de datos del universo llegó a tener unas reglas precisas, casi propias de la censura papal, sobre el canon de cada producto.
Una suerte de biblioteca borgiana, casi infinita como la de Babel, con unas normas estrictas, y que supuso un método de solucionar problemas narrativos respecto a la continuidad de los personajes.
Palabra de Lucas, te adoramos, óyenos
Chee fue el encargado de racionalizar, hacer vertical, todo este «universo expandido» de Star Wars. Trabajó en inicio en LucasArts como probador de videojuegos y poco a poco comenzó a ascender en el imperio Lucas gracias a su aprendizaje en el uso de bases de datos, según la revista SyFy en su podcast Fandom Files.
En 2018, el citado holocrón, que se realizó en el programa FileMaker, contaba ya con ochenta mil entradas de La guerra de las galaxias, e incluye «diferentes personajes, vehículos, planetas, localizaciones, eventos e incluso las lenguas de Star Wars». Este escriba del universo Lucas dio más detalles sobre la cuantificación enfermiza de cada entrada de la enciclopedia virtual:
Una entrada de la enciclopedia sobre Luke Skywalker tendría una pregunta como: ¿De qué color era su sable de luz? ¿Cuántas ropas distintas llevó? ¿Dónde nació? ¿Cuáles fueron los eventos de mayor importancia en su vida? ¿Cuáles son los personajes que son más cercanos a Luke? (…) Luego tenemos entradas raras: cómo traducir Darth Vader al francés; cómo se pronuncia algo como AT-AT… Yo ficho todo eso.
Pablo Hidalgo, en su completa guía sobre las novelas de La guerra de las galaxias publicada en 2012, daba el número de ciento cuarenta y cinco libros en la franquicia, excluyendo obras infantiles y tebeos. También recordaba que el «canon oficial» de Star Wars en las películas como en las series cuenta con implicación directa de George Lucas. Ahora bien, el director de cine «permite» la existencia de un universo expandido de novelas siempre que «no contradiga directamente una fuente publicada». Finalizaba Hidalgo considerando que:
… esto no quita valor a esas aventuras de ninguna manera, pero simplemente ilustra que el universo expandido de La guerra de las galaxias es un documento vivo que crece y evoluciona con el tiempo.
Hidalgo acabó siendo parte del comité sobre la historia y este antiguamente dividía la franquicia en torno a cinco niveles de oficialidad:
El primero, el canon G, incluía todas las películas, seriales de radio y fuentes primarias que tuvieran origen en los filmes de Lucas.
El segundo, el canon T, tenía que ver con las series de televisión y especialmente Star Wars: Las guerras clon.
El tercero, donde se ubicaba la mayoría del universo expandido, desarrollaba las obras de continuidad (el canon de continuidad, canon C). Es decir, las historias que pasan entre las películas y series de televisión oficiales. Los cambios más importantes, que remiten a personajes clave, debían ser consultados con George Lucas.
El cuarto, el llamado canon secundario (canon S), eran las obras más dispersas, que contradicen la cronología y debían ceder en importancia a las que sí tienen en cuenta la continuidad.
El último nivel o basa, el canon N, no ofrecía ninguna continuidad y englobaba historias con licencia, pero sin concordancia alguna; tebeos de Star Wars con otros personajes, novelas infantiles, etc.
La pregunta es ¿cuándo empezó este «universo expandido»? ¿Qué pretendía George Lucas al abrir con cierta facilidad las puertas a su ficción? Es difícil saberlo, aunque las propias decisiones del director de cine californiano empezaron tan pronto como en 1973, con un guion que estuvo años en su recámara.
El escriba y la fuerza
Michael Kaminski, en su minucioso The Secret History of Star Wars del año 2008, considera que fue luego de un pase con público de American Graffiti, en enero de 1973, cuando Lucas comenzó a bosquejar ideas sobre su saga galáctica. Empezó, según este autor, creando nombres extraños, inspirado en los seriales de Flash Gordon de su adolescencia, y que pasarían de unos personajes a otros a lo largo del desarrollo de la historia.
Jan Helander, en una tesina para la Universidad de Luleå en 1997, analizó de manera muy precisa los diversos borradores de Lucas. Data la primera sinopsis para el 25 de mayo de 1973, siendo un remedo de La fortaleza escondida (1958) de Akira Kurosawa con su ardid de ver la principal narración a través de dos personajes secundarios. Helander afirma incluso que George Lucas copió literalmente la sinopsis del film de la biografía de Akira Kurosawa de Donald Richie escrita en el año 1965. Es difícil hablar de plagio, en esta sinopsis inicial, puesto que George Lucas utilizó esto solo al inicio de su primer borrador, que fue modificándose poco a poco hasta el final que todos conocemos.
Por otra parte, los dispositivos narrativos de los cuentos, los cuales enunció Vladímir Propp, resultan tan universales que es complicado juzgar parecidos en un tratamiento previo. Lucas escribió cuatro guiones más, según declaración suya, para ir perfilando la sinopsis. Kaminski añade a la influencia de Flash Gordon y Kurosawa la novela de Frank Herbert Dune del año 1965. Considera que «muchos han reseñado que el escenario desértico de Dune ha sido una inspiración evidente para Tatooine».
Los cambios de un guion a otro fueron feroces, modificando partes enteras de la narración y virando personajes hasta hacerlos irreconocibles respecto a sus versiones previas. Un ejemplo: el general Starkiller pasó de ser un militar victorioso (remedo del miles gloriosus) a alguien llamado Annikin Starkiller, de menor edad y dentro del llamado «sendero del héroe». Lucas descubrió esta idea, el ídolo y las pruebas para alcanzar ese estatus, en el influyente libro El héroe de las mil caras del antropólogo Joseph Campbell.
Muchas de las historias desechadas acabaron en las novelas e incluso fueron reutilizadas con diverso éxito en secuelas y precuelas. Recordaba Lucas a la CNN en el año 2002:
Cuando empecé a escribir, comenzaron a ser demasiadas páginas, casi entre doscientas cincuenta y trescientas… Dije, bueno, nunca podré hacerlo. Tomaré la primera mitad, haré una película de esto, y luego finalizaré las otras dos o tres historias.
El año cero del «universo expandido», con todo, debe ser la novelización de Alan Dean Foster del guion original de La guerra de las galaxias, publicada el 12 de noviembre de 1976 en Ballantine Books. Dean Foster, que había ya publicado novelas de ciencia ficción como Icerigger o Midworld, ejerció de «negro» tomando como génesis el guion de Lucas y su adaptación se lanzó bajo el rimbombante nombre de Star Wars: From the Adventures of Luke Skywalker. Esta aparición de Darth Vader y su troupe en papel, meses antes del filme, desvela la visión que tenía George Lucas de construir su propio imaginario a cierta escala.
Así, llegó a prever el lanzamiento de una película de menor presupuesto, en una jungla y con Luke buscando cierto artefacto perdido (¿Les suena el planteamiento? Cambien a Darth Vader por los nazis y tendrán una conocida franquicia de Lucasfilm). Ese filme se vaticinaba como secuela de bajo costo en caso de que no funcionara el filme original, así que hubo de reciclarse la trama en la primera novela del universo expandido bajo el título Splinter of the Mind’s Eye (El ojo de la mente, 1978 edición española).
Aquí comenzó, fuera de las películas y sus novelizaciones iniciales, un continuo de publicaciones de ficción de diversa calidad y alcance. De 1979 a 1980 Brian Daley creó novelas sobre Han Solo, mientras que en el año 83 L. Neil Smith lo haría con su antagonista Lando Calrissian. También, ya desde 1977, aparecerían las líneas de tebeos sobre Luke y sus amigos, primero en Marvel, con un gran descontrol en las tramas, y pasarían a ser editados por Dark Horse, con mayor respeto a las historias originales.
Con el estreno de El retorno del Jedi, en 1983, la franquicia quedó apagada hasta finales de los ochenta. Su recuperación progresiva comenzó con la publicación del juego de rol, en 1987, y la reactivación de las «secuelas oficiosas» en novela realizadas por el eficiente escritor Timothy Zahn.
La llamada trilogía del almirante Thrawn, el único comandante alienígena de una organización xenófoba como el imperio de Star Wars, se componía de Heredero al Imperio, El resurgir de la fuerza oscura y La última orden, publicados a inicios de los años noventa. Lucas dejó carta blanca a Zahn para pergeñar un universo alternativo después de la última película, ya que él se iba a centrar en la historia evocada en los filmes originales para sus esperadas precuelas. Zahn ideó así una trama propia en la cual el almirante Thrawn recoge los restos de las fuerzas imperiales para poner en jaque a la República. Luke, Leia y Han deben enfrentarse a esta nueva amenaza y las viejas incógnitas de la fuerza. Presentaba, además, nuevos personajes como Mara Jade, el citado Thrawn y los gemelos Solo.
Estas novelas, que alcanzaron únicamente difusión entre los aficionados más entregados, no fueron comparables al proyecto multimedia Sombras del Imperio del año 1996. Este incluía novela, cómic, videojuego, banda sonora y juguetes, y se desarrollaba entre El Imperio contraataca y El retorno del Jedi. Mostraba una nueva organización galáctica, Black Sun, dirigida por un alienígena llamado Príncipe Xizor, de gran parecido con el villano Ming de Flash Gordon. Este quiere sustituir a Darth Vader como mano derecha del emperador y contrarrestar la puntería de la alianza rebelde.
Fue un aviso evidente de lo que serían las precuelas, inauguradas en el año 1999 con la polémica y un tanto infantil La amenaza fantasma. Sin duda el inicio de un nuevo boom de Star Wars, donde retornarían los cuantiosos beneficios económicos, aun con menor consenso crítico. Sus secuelas, finalizadas en 2005 con La venganza de los Sith, generaron decenas de publicaciones que incluían aventuras y desventuras con Anakin Skywalker, Obi-Wan Kenobi, el conde Dooku y demás creaciones de la febril imaginación de George Lucas.
El nuevo consejo jedi
En 2012 los censores de los que hablaba con pericia Borges, gran estudioso de la edición en tiempos antiguos, llegaron al universo Star Wars: Disney compró Lucasfilm por 3125 millones de euros. Dado el desbarajuste de los productos licenciados, que habían convertido el holocrón en un artefacto en ruinas, la compañía del ratón Mickey decidió crear un grupo de sabios compuesto de los citados Leland Chee, Pablo Hidalgo y la nueva incorporación Kiri Hart.
Los viejos libros de Zahn, las aventuras de Han Solo, las ficciones más alocadas, salieron fuera del canon de esta «iglesia para frikis»: Chee afirmó que «se buscó un canon cohesivo». A pesar de este cambio, las viejas novelas siguieron publicándose… con un nuevo logo que dejaba claro que estaban fuera del verdadero evangelio: Star Wars Legends.
Preparando las nuevas secuelas, que no tendrían apenas colaboración narrativa de George Lucas (este afirmó jocosamente al periodista Charlie Rose de CBS News haber vendido su franquicia a «esclavistas blancos»), las nuevas autoridades se preocuparon por sacar obras de manera más rígida. En 2015, el estreno de The Force Awakens de J. J. Abrams y su posterior adaptación al texto de Alan Dean Foster forjaron una saga nueva más continuista, manufacturada y, en precisa definición del crítico de cine Jordi Costa, «que funciona, pero no inventa».
Esa película dejó atrás los mundos alocados que imaginaron tantos y tan olvidados novelistas. Quizá nuestro mejor homenaje a esos libros olvidados sea recordar aquello que dijo el cineasta Brian de Palma a George Lucas en el primer pase del filme original:
¿Quiénes son esos tipos peludos? ¿Y quiénes son esos que van vestidos como el hombre de hojalata de El mago de Oz? ¿Qué clase de película quieres hacer? No has tenido en cuenta al público…
Ese público no «tuvo en cuenta» el comentario de Brian de Palma y sigue y seguirá leyendo tomos y tomos de esa inmensa biblioteca intergaláctica que es Star Wars.
El libro Heredero del Imperio de Timothy Zahn estuvo 19 semanas en la lista de los libros de ficción más vendidos del New York Times en 1991, llegando incluso al número 1. Quizás algo de difusión fuera de los aficionados más entregados sí que tuvo… Si algo reactivó el interés por Star Wars casi una década después de la trilogía original fueron estas novelas.