Egan Bernal nació en Zipaquirá, como Efraín Forero. A Forero le llamaban el Zipa Indomable, por manías suyas como caerse, romperse cosas y no abandonar ninguna carrera. Una vez fue su propia mamá quien lo levantó del suelo, limpió sangre en rostro y le dijo que, hala, a la bici otra vez, que no me entere yo de que te bajas de la bici. La buena señora iba siempre en el coche de apoyo, porque madre no hay más que una y a los directores de ahora me los encontré en la calle. Ah, Efraín Forero también ganó la primera Vuelta a Colombia, una de esas cosas que nunca cambiarán por más años que pasen.
Bernal también tiene. Hitos gordos, decimos. Escarabajo que logró el anhelo máximo, sueño de toda una nación que respira ciclismo. París desde lo más alto. Fue en 2019, y parece que hayan pasado trece siglos. Ahora el chico reincide. Nada menos que un Giro. A su edad Induráin aún no tenía etapita en Francia, así que el futuro parece optimista con él.
Solo que es tan cabrón, el futuro…
Retorno a las flores
Volvió el Giro de Italia a primavera, que es su elemento natural. El año pasado nos lo trajimos a septiembre, por esas cosas que todos ustedes saben, y oigan… A ver, el experimento salió bastante bien, porque la meteorología dio tregua, y porque los paisajes de hojas caídas por las cunetas y árboles a medio despellejar pues tenían lo suyo pero… El Giro es otro rollo. No es luz mortecina, sino luz alegre. No es ponernos cada día una chaqueta ligeramente más gruesa, sino ir enseñando cada anochecer más cacha. Es ese tono desenfadado de quien ve cerquita un cierto relax, una manera distinta de entender atardeceres y fines de semana. Muy italiano, también. Y bueno, en fin, no es por señalar a nadie con el dedo, pero si el sueño de la razón produce monstruos los Giros de trémulo otoñal te arrojan al morruco un pódium con Tao, Hindley y Kelderman.
Así que eso, vuelta a nuestro sitio, que llevamos un siglo con estas fechas y ya nos hemos acostumbrado. Concurrela… bueno, a ver… no es para sacar álbum de cromos. Digamos que más expectativas que realidades. Eso sí, expectativas muy gordas. Por palmarés, favorito indiscutible Egan Bernal. Nada, cero dudas, hasta aquí no tienen que leer otros argumentos. Alguien que ganó un Tour hace dos añitos, que tiene solo veinticuatro, que corre en el equipo más fuerte, que aparece en las cartas (¿sigue habiendo cartas de ciclismo?) como escalador en la prueba de los escaladores. Denle ya la maglia rosa y que no sufran esos locuelos durante veintiún días. Pero dudas. El Tour 2020 (toda esa temporada 2020). Su espalda. Que tiene una pierna más larga que la otra y nadie se lo había detectado hasta ahora (pensábamos que hacía imitaciones de Chiquito y por eso andaba raro, se quejan en su muy profesional escuadra). Pocas certidumbres, mucho por resolver.
Un mozuco, ¿no? Para nada. Hay otro aún más joven, de nombre aún más eufónico. Remco. Chavalín con acné en la cara, aparato de dientes y muchas ganas de apañar el sábado dos o tres quinitos de esos históricos. O edad tiene, vaya. Porque este, en realidad, es ciclista. Joven prodigio. Debe ser jodido que en tu tarjeta de visita ponga «joven prodigio», porque las expectativas se desbordan un montón. Pues con el belga pasa eso. Aunque venga de partirse por cuarenta sitios la cadera. Aunque lleve ocho meses sin competir (planificación raruna para esto de una grande). Qué más da. A los tipos como él (si es que se puede llamar «tipo» a alguien de su edad) se les piden imposibles porque de imposibles nos han llenado antes. Digamos que era la gran incógnita. Esa que todos queríamos ir despejando.
Los favoritos. Uno por decreto, otro por relato. ¿Detrás? Pues un montón de cosas. Viejos truhanes como Nibali. Gente que llega con la preparación perfectamente afinada (afinada para petardear, vaya) como Yates. Jóvenes perlas, ese Vlásov. Forajidos de rostro encubierto como Ciccone. Y Mikel Landa.
Mikel Landa es el ciclista de todas nuestras adolescencias. El tipo que siempre despierta más expectativas de las objetivamente razonables (como la adolescencia). El que nos devuelve esperanzas con cada gesto, por pequeño que sea (como en la adolescencia). El que a veces parece primar una cierta forma de hacer las cosas por encima del resultado (como afrontamos la adolescencia). A quien siempre se le cruza cualquier elemento ajeno para impedirle alcanzar objetivos mayores (igual que le pasó a usted hace años, querido lector). Mikel Landa tiene cara de «continuará…» y más cliffhangers en los bolsillos del maillot que la filmografía completa de Hitchcock. En la época de las teleseries él siempre es el último capítulo de cada temporada…
A veces pareciera esclavo de su propio personaje, de ese aura con leve desgracia (una gran desgracia sería tener las mismas desgracias pero contratos mucho peores) que lleva sobre el casco como si fuese bichejo de Füssli. No en este Giro. Caída, quinta etapa. Ni le va, ni le viene. Nada de culpa. Dombrowski al suelo, emboque. Ambulancia y a Vitoria. Continuará… en la Vuelta. Fines de agosto y principios de septiembre, época de fiestas patronales. Ya verán ustedes qué risas.
Ojo, tuvo tiempo para ser protagonista y atacar. Hay gente que te firma trece top tens en Grandes y no podemos decir de ellos lo anterior, porque el gris es un tono muy presente en los pelotones de estos años (quizá porque los ciclistas están finos, finos, y el gris ensancha…). Fue camino de Sestola. Mikel tira para adelante, se van con él Bernal, Ciccone y Vlásov. Nombres repetidos durante muchos días, porque Chéjov escondió la pistola en una de las primeras páginas. Por detrás Remco Evenepoel persigue. La lluvia, dicen unos. Esfuerzos cortos e intensos como que no, contestan los de más allá. Pero mira qué suficiencia al final, apuntan, ufanos, otros. Síntomas, síntomas. Están ahí, pero solo se ven a posteriori, porque la actualidad es tozuda. ¿Quieren otro ejemplo? Aquel día ganó Dombrowski. Lo que cambia la vida en veinticuatro horas.
Hasta final de semana… bueno, poca cosa más. Temas molones. En San Giacomo se pone de líder Attila Valter, que es tan húngaro como su nombre indica, y se presta fácil a hacer chascarrillos (especialmente en un deporte con montura). Yo, educado, no lanzaré ninguno, pero si el bueno de Attila destaca en Tour o Vuelta no creo que pueda contenerme, porque los tengo todos en la punta de los dedos. Ay. La maglia era entonces, por cierto, Alessandro de Marchi, que tiene pinta de subirse cualquier rato a un drakar y descubrirte Islandia. En ese sentido, en «molonidad», el Giro iba perfectamente. Lo otro… En, fin, que los líderes igual, más o menos. Ni locuras ni apocalipsis. Todo muy ciclismo de ahora, vaya.
Attila, joder. Attila. Danos tardes de gloria, Attila.
Mordiendo el polvo
Quedaban dos etapas para el día de reposo, porque los italianos son muy suyos, y decidieron que era bueno ponerlo el martes. A mí no me miren, igual había oferta en el pranzo. Ganadores de prestigio, no se crean. Peter Sagan, que cada día parece un poco menos centrado en la bici y un poco más centrado en… no sé, en ser Peter Sagan, que debe ser cosa divertida pero también bastante agotadora, con todas esos estómagos que alimentar y todo ese carisma que se te cae como la caspa a los funcionarios del registro civil. Etapita, maglia ciclamina (que le queda como a Javier Marías un libro muy gordo debajo del brazo) y el feo gesto de no permitir a cierto compañero desarrollar libremente su profesión. En fin.
En Campo Felice ganó Egan Bernal. Latigazo violento, uno de esos que quedan geniales en los vídeos a final de año. Diferencias cortitas, no se crean, porque esto es ciclismo de hoy, ustedes se emocionan pensando en Fuente, en Hinault, y oigan, miren, pues qué va. Pero es lo que hay. Primera etapa para el colombiano en una grande (y eso que ya tiene leoncitos por casa), primera maglia rosa. Vendrían más.
Casi reincide tras el descanso. Bueno, en realidad triunfó la escapada, porque en este Giro no han hecho más que triunfar las escapadas, que tú te escapabas en este Giro y tenías bastantes más opciones de éxito que en las rifas de la feria, qué bonito el perrito piloto, compre, señorita, que toca siempre. Victoria para Mauro Schmid (lugarteniente de Hydra, división ciclismo) y Bernal que vuelve a sacar tiempo. El día discurrió por tramos de sterrato, esa cosa que la carrera trajo directamente desde décadas atrás en 2010, porque aquí somos muy de revolver vintachismos y ponernos maillots de los setenta. Más allá de la estética (que es a-co-jo-nan-te), los tramos con grijilla aportan espectáculo y equilibrios de fuerza que pueden ser distintos a los de cualquier otra jornada. Salvo por Egan, claro, que arrasa. Y por Evenepoel.
Al flamenco se le pone farruco el Giro en una tarde que pintaba sabrosona. Subidas breves, porcentajes altos, potencia y más potencia. Perfecto. Salvo por dos o tres factores. Uno, llega sin competición en las piernas, porque todos tenemos ganas de descubrir la pólvora y ser más listos que nadie. Dos, el chico tiene serios problemas con los descensos, y eso es hándicap gordo, pero gordo de narices, cuando hablamos de terreno sin asfalto (o de los Dolomitas, o de San Valentino). Y tres… bueno, nunca había competido tanto rato, y la incógnita siempre está ahí, y yo también tiro bastante hasta los cien kilómetros y después busco una cabina de teléfonos para llamar a casa y que me vengan a buscar, por favor, estoy en el cruce de Entrambasmestas…
De allí en adelante, todo mal. Para Remco, digo. Cada vez que la carretera se empina, dificultades. Cada vez que el asfalto baja hasta el infierno, calvarios. Fuerzas que se evaporan, petada llamativa en el tappone que no fue, caída trentina y abandono. Decepción para quienes esperaban de más, refocile los agoreros de siempre. Al menos el chico es joven. Usted y yo, querido amigo, ni siquiera podemos decir eso.
Y, en fin, siestitas. Tipos con su jornada feliz, media montaña que nos deja a medias, un paseo por Gorizia sin Telón de Acero ni nada por el estilo. Y dos golpes más del líder. El primero en Zoncolan, por Cortina d´Ampezzo llega otro.
Se subía Zoncolan por su cara más fácil. Tres kilómetros de agonía precedidos por unos cuantos con mero dolor. Al menos para los ciclistas, quienes escribimos sobre esto tenemos otras consideraciones, pero vaya. Cara más fácil, dijimos, la misma que en 2003 vio hojas secas cayendo de los árboles mientras Marco Pantani apretaba dientes y ponía cara de estar muriendo un poco. Este año ganó (oh, sorpresa) un chico que venía de la escapada. Lorenzo Fortunato, por nombre. El «patrón» de su equipo, antiguo profesional, se grabó espontáneamente en Instagram para celebrarlo de forma comedida y elegante, en la mejor tradición de cuarentones mamils (si no saben lo que es un mamil busquen la definición, no tiene desperdicio). En fin, quitar las redes sociales a deportistas y exdeportistas igual es algo que podríamos debatir un día de estos en el Parlamento Europeo, también les digo.
Entre los buenos Bernal vuelve a salirse, con Yates resurreccionando, porque Yates se ha tirado todo el Giro así, que si me muero, que si me alzo al tercer día, que si hola, buenas, qué tal, soy Lázaro, que si mejor no apuesten por mí para la siguiente etapa. En fin, tipo rarísimo. Eso sí, tiene unas pintas de dominador en noches noventeras que no se pueden aguantar.
Pero… qué importa todo esto. Los segunditos, los ataques mirando hacia atrás, los Vlásov, o Ciccone, o Caruso. Llegan los Dolomitas, y aquello es Cimmeria en plena guerra civil, con su sangre, sus monstruos y sus forzudos dando vueltas a un molino para echar espaldas (buen entrenamiento, eso del molino, porque pasar de Jorge Sanz a Arnold tiene lo suyo). Fedaia, Pordoi, Giau. Es que hasta los nombres son bonitos. Con la Malga Ciapela, con esa recta tan guasona mientras subes al lago Marmolada, esa donde avanzas dando chepazos y transmitiendo penas sin fin. Qué ganas. Cartas arriba.
Solo que no. Sale el día regulinchi en la meteorología. No dantesco, no horrible, ni siquiera potencialmente peligroso. Frío, lluvia, nieva por encima de los dos mil metros (una sorpresa para todos, sin duda). Vamos, que los ciclistas no iban a pasar por delante del torreón de Craster (no me fío yo mucho del tal Craster, ¿eh?) y tampoco estaba previsto encontrar pingüinos en las cunetas, pero, claro… ¿Es que nadie va a pensar en los niños? En fin, para prevenir resfriados, dolores de tripita y hormigueos en los pies a la hora de ducharse la organización (o los corredores, o todos un poco) se cepilla un par de puertos, aduciendo que allá arriba los renos campan libremente y se han avistado desde yetis hasta amas, pasando por bigfoots, sasquatchs, basajauns y cantantes de Eurovisión. Demasiado riesgo, sin duda.
Lo que queda fue… bueno, tampoco se lo puedo decir, porque falló la señal televisiva, aunque estamos en 2021 y esto no debería estar pasando, pero en fin, qué sabrá de estas cosas un escritorzuelo con ínfulas. Eso sí, tomas preciosas de meta. Las tiendas en Cortina, un perrete graciosísimo, mozas sonrientes, mozos gritando cual becerros. Todos abrigados pero sin tener encima pieles de tres osos polares, no sé si me explico. Vamos, que hay cierta sensación de hurto, tampoco vamos a negarlo, porque veníamos a un concierto de Megadeth y han salido Eros Ramazzotti y Bertín Osborne para cantar rancheras. Ah, en la competición gana Egan Bernal, y sentencia todo este asunto. Eso parece, al menos, porque por detrás sus rivales arriban en goteo paulatino, a más o menos rato. Es el más fuerte, es el mejor, tiene un equipo solvente.
Nada que ver aquí, como decía Leslie Nielsen.
Semana final del Giro, written and directed by Rod Serling
«Existe una quinta dimensión más allá de lo que el hombre conoce. Es una dimensión tan colosal como el espacio, sin límites, como el infinito. Es el punto equidistante entre luz y sombra, entre ciencia y superstición… existe entre el abismo de los miedos del hombre y la cima de su conocimiento. Esta es la medida de la imaginación, un espacio que llamamos… La Dimensión Desconocida». La última semana del Giro estuvo dirigida por Rod Serling (todos en pie, aplauso, ovación). Solo de esa forma podemos explicar la cantidad de apariciones fantasmales, viajes a lo Phineas y Ferb o misterios fernandodelosos que nos fueron echando a la cara día tras día. También les digo: no descarto que los problemas de emisión en los Dolomitas vinieran provocados por gremlins y similares, así que igual la cosa llegaba de lejos.
A ver, asuntitos raros: en Sega di Ala el líder sufre. Que, oigan, sufrir sufrimos todos (ya sea sobre la bici o sacando el trimestre) pero es que Bernal llevaba todo el Giro con una suficiencia que resulta noticiable el asunto. Más aún, pena tanto que se queda a rueda de su gregario y este lo debe esperar. El gregario se llama Daniel Felipe Martínez, es colombiano, y tiene rostro y expresión para no decirle nada cuando te pida dinero y otra ronda (lo que no es culpa suya, ojo, igual que no era culpa de Gert-Jan Theunisse mirar como quien prefiere que no excaves en su jardín trasero). La imagen, decíamos, es llamativa, porque Martínez andaba desgañitándose, soltando las manos del manillar, vamos, Egan, hostias, vamos, agitando el puño, venga, que esta noche en el hotel te damos doble ración de macarrones, vamos, sacando de rueda al rosa cada vez que daba dos pedaladas fuertes, pero vamos, coño, que lo tenemos ahí, que no tiene importancia esto. En fin, un poco lo de Altig con Anquetil, solo que sin abandono previo en la Vuelta (así, por putear) y sin ostras para celebrarlo.
Ah, por delante, más cosas raras. Yates, que resucita de nuevo. Yates en las grandes vueltas resucita más veces que Jean Grey, también les digo. Tipo lagunar, como poco. Con esa expresión de «mira, si es que hago lo que quiero cuando quiero», con ese gesto de «¿vamos a dar un paseo solos?». Digamos que Yates (cuerpo pequeño, delgadito, media sonrisa) sería el amigo crápula que se planta en un concierto indie «porque algo hay que hacer», pero luego luce las camisetas neohippies ajustaditas mejor que nadie. Más o menos. No ganó la etapa, porque en este Giro solo ganaban los escapados (en Sega di Ala fue Daniel Martin, a Stradella Bettiol llegó veintitrés minutos antes que el gran grupo), pero parecía inmensamente fuerte, inmensamente confiado, inmensamente seguro de que iba a voltear la situación.
En realidad aquel fue día decisivo. Más por cómo se quedaba gente pegada al asfalto que por otra cosa. A ratos parecía que hubiese francotiradores subidos en esas coníferas tan chulas que ponen por Trento. Carthy… presa. Bardet… presa. Vlásov… plato. Jornada a la antigua (salvo por distancia, claro), con gregarios apareciendo desde la nada (véase Pello Bilbao), tipos que venían tarareando esa musiquita de La Dimensión Desconocida y el segundo en la general tirando del primero porque tiene más miedo al tercero que ganas de ser primero por encima del primero.
El segundo era Damiano Caruso, y, quizá para resarcirse, protagonizó la gran etapa del Giro, esa con final en Alpe Motta. Un día antes llegaron a Alpe di Mera (hay un montón de Alpes, yo conozco Alpe d´Huez, Deux Alpes, Alpe Segletta… cosas así) y la situación parecía igual. Yates por delante, Egan controlando. Así que se esperaba tensión en el gran tappone (una vez que nos cepillamos ese otro tappone). Y dio de sí… a la manera bizarra y anómala que ha tenido este año el Giro, pero dio de sí.
Porque se atacó bajando (bajando San Bernardino, que es poco nombre para tanto puerto), y además atacó un equipo, y era el equipo de Bardet, porque Bardet desciende fenomenal, y es inconformista, y a mí me cae de lujo, aunque sus mejores años parezcan cosa de antes. Atacó el equipo de Bardet, digo, y le siguió el equipo de Caruso, y hasta el mismo Caruso, dispuesto a dar el do de pecho, que es lo que se espera de un Caruso. De ahí a meta… depredadores, gacelillas. Pello Bilbao vuelve a transitar por la quinta dimensión, Damiano pega pedaladas como para volverse loco, hay mucha gente sin mascarilla gritando cerca de los ciclistas, Ineos tiene todo controlado pero con emoción moderada. Al final los corredores caen como si fueran ciruelas claudias en agosto, y entran de uno en uno, que es como se entra en etapas grandes. No son diferencias de Orcières-Merlette, pero la cosa tuvo su aquel. Ah, Bernal exhibe fuerzas. Y tranquilidad, sobre todo la tranquilidad, sin rumiarse meninges con jindamas varias durante las casi dos horas que duró esta ofensiva. Y eso también es señal de campeón.
Nada más. Bueno, sí, la crono. Para Filippo Ganna. Egan mantiene el puesto sin problemas, Caruso mantiene el puesto sin problemas, Yates mantiene el puesto sin problemas y se para a pedir fuego en un cruce. El colombiano será, así, segundo de su país que gana el Giro, y primero en sumar éxitos por Francia e Italia. Albricias para alguien a quien muchos amortizaban hace unos meses, sin cumplir los veinticuatro, porque a él le duele la espalda, y el mundo está loco y en general todos tenemos la paciencia regular y 2020 anduvo como anduvo. Pero ahí queda su palmarés. El resto se marchará como lágrimas en la lluvia. Si es que llueve, oigan.
Seguro que en el Pordoi hace un sol precioso esta tarde…