Existe la sospecha de que las Exposiciones Universales se crearon porque no había Instagram. El postureo hecho evento. Un punto de encuentro para fardar a nivel mundial. El despiporre bajo techo, en definitiva, porque no es cuestión de estar a la intemperie mientras se intenta epatar al espectador. En efecto, estos acontecimientos han aportado al mundo de la edificación, galvanizados por la propia efervescencia innovadora de la celebración, numerosas construcciones que han supuesto hitos en la cultura de la humanidad. Hoy en día se valoran muchos factores a la hora de planificar una expo, donde cada vez se tiene menos en cuenta su fin último (demostrar poderío al resto del mundo con el contenido y el continente); es decir, se miran cosas como las bajas emisiones de CO₂, el retorno de la inversión o la reciclabilidad. Se ha pasado de buscar récords del mundo —altura, luz, superficie, etc.— a elegir lo más eficiente y sostenible, lo que de por sí es contrario al espíritu de una celebración de seis meses: lo más eficiente y sostenible sería no hacer nada. Antes las cosas funcionaban de otra manera. Se construía a lo grande y, en cuanto acababa aquello, a la hoguera. Como las Fallas. Nada de pusilánime languidecer de pabellones ni estepicursores haciéndose fuertes en recintos abandonados. Era otra forma de afrontar los problemas, pero no juzguemos: eran sus costumbres y hay que respetarlas. En resumen, dentro de las edificaciones de las distintas Expos que se llevaron por delante el tiempo, los accidentes o simplemente un equipo de demolición, algunas de ellas merecen ser recordadas.
En el principio todo era oscuridad…
Y después se construyó el Crystal Palace londinense. En 1851 tuvo lugar la primera Exposición Universal, por decirlo de alguna manera, «oficial». Hasta entonces se sucedían ferias nacionales o regionales hasta que, a la vista de la celeridad y magnitud con la que se iban sucediendo descubrimientos tecnológicos, cuajó la idea de celebrar un encuentro internacional donde poner en común lo mejor de cada casa. Para ello, se pensó en levantar una nave provisional en Hyde Park, de dimensiones tremendas, para albergar en distintos stands a los países y empresas que tuvieran algo que mostrar. Siempre que se rememora esa época se piensa en señores con bigote, sombrero y gesto grave, todo seriedad. Estos prejuicios saltan por los aires cuando se descubre que el edificio lo diseñó un jardinero. En efecto, Joseph Paxton, el jardinero jefe del duque de Devonshire, fue quien concibió el Crystal Palace que, a fin de cuentas, era como un invernadero colosal: más de medio kilómetro de largo (en concreto, 1851 pies, en honor al año de celebración) y de ancho, más o menos, cómo no, ¡un campo de fútbol!
El edificio se erigió en un tiempo récord gracias a la novedosa utilización del hierro forjado y el vidrio, modulados ambos de forma que se facilitaron tanto la fabricación de los diferentes elementos estandarizados (adecuado para una producción industrial en masa) como el montaje: rectángulos de vidrio y celosías de hierro repetidos cientos de veces. Aun así, el esfuerzo productivo no tuvo precedentes: por ejemplo, el Crystal Palace requirió una tercera parte de toda la producción de vidrio de Gran Bretaña, en torno a cien mil metros cuadrados. Pero valió la pena. No había un edificio en el mundo con tal cantidad de ventanas: toda su envolvente era transparente. La experiencia causó sensación en los visitantes de la exposición: un edificio gigantesco —el mayor del mundo en ese momento—, con apabullante luz natural que inundaba todo el espacio, árboles de gran porte en su interior y capaz de albergar bajo su cubierta acristalada a casi cien mil personas al mismo tiempo. Una ristra de récords mundiales en su haber.
Bill Bryson, en su interesante libro En casa. Una breve historia de la vida privada, traza una hagiografía de Paxton en la que solo le queda contar que caminaba sobre las aguas, ya que, entre otras cosas, dice: «El Palacio de Cristal de Paxton no necesitaba ladrillos; de hecho, ni mortero, ni cemento, ni cimientos. Era cuestión de tornillos y quedaba plantado sobre el suelo como una tienda». Es decir, hemos estado haciendo el tonto durante siglos hasta que Paxton nos humilló con un diseño revolucionario que no transmitía tensiones al terreno. Si construimos una nave de hierro y vidrio de 34 metros de altura, con luces de casi 22 metros, y solo lo plantamos en el suelo «como una tienda de campaña», a mí me falta campo para correr y alejarme.
Obviamente, no era como lo pinta Bryson. En la recomendable antología Exposiciones universales. Una historia de las estructuras, de Isaac López César, se recogen planos constructivos donde se aprecia que los pilares de fundición del Crystal Palace arrancaban en placas de anclaje sujetas a un cimiento de hormigón. A su vez, los pilares se arriostraban entre sí con unas vigas de atado enterradas, con la peculiaridad de que eran tubos metálicos y que servían también para conducir el agua de lluvia que llegaba de las bajantes-columnas. Este fue un aporte ingenioso de Paxton que ya había puesto en práctica en proyectos de invernaderos: los pilares se utilizaban como bajantes de las pluviales de tal forma que la estructura portante era también el sistema de drenaje. Esta solución tiene sentido solo para situaciones transitorias, porque como aquello se llene de hojas, tienes que desmontar medio edificio para no tener goteras… como las que tuvieron por causa de las dilataciones térmicas. Y es que el Crystal Palace no fue el escenario de una tragedia por pura suerte.
Como hemos comentado, se trataba del edificio más grande del mundo, pero es que, además, era el que contaba con la mayor estructura metálica del momento. Las dilataciones de la estructura de hierro —expuesta al sol continuamente, ya que era un edificio revestido de vidrio— no fueron tenidas en cuenta correctamente. Cuando arreciaba el calor, los pilares mostraban desplomes preocupantes. Una vez finalizada la exposición, y en vista del éxito del Palace, se decidió desmontarlo y reconstruirlo en otro distrito de Londres. Durante el costoso traslado —más caro que la construcción inicial— se decidió reforzar la estructura con más diagonales y cruces que absorbieran las deformaciones, pero, aun así, toda un ala colapsó, afortunadamente sin pérdidas humanas. Finalmente, en 1936, el edificio quedó destruido por un incendio.
El legado de Paxton
El Crystal Palace marcó la línea que seguir en los años siguientes en las Exposiciones Universales. Inspirados en su diseño, se idearon naves enormes con estructura metálica. En la edición de 1853, en Nueva York, construyeron su propio Crystal Palace y también fue un éxito que prorrogó su uso, aunque en 1858 quedó destruido por un incendio, como el original londinense. En esta misma exposición se levantó la torre del Observatorio Latting, cuyo único hecho destacable desde el punto de vista estructural es que, con 96 metros, era la construcción más alta de Estados Unidos en aquel momento. Y, oh, sí, en 1856 quedó destruida por un incendio.
Por su parte, en la denominada Rotonda de la Exposición de Viena de 1873 se alcanzó el récord de luz en una estructura de edificación con casi 105 metros de luz con su bóveda de forma troncocónica. En torno a ella se articulaba un complejo de 900 metros de longitud. En esta ocasión se construyó con carácter permanente, pero lo que sucedió en 1937 no les sorprenderá: fue destruida por un incendio.
En 1889, la Galería de las Máquinas de la Exposición Universal de París, diseñada por el arquitecto Ferdinand Dutert y el ingeniero Victor Contamin, batió el record del mundo de luz en su nave central con un arco triarticulado (unos 111 metros de luz, ¡otro campo de fútbol!), una tipología utilizada principalmente en puentes. En esta misma edición se construyó la famosa Torre Eiffel, que un año antes había descartado Barcelona para su propia Expo. A diferencia de esta, uno de los emblemas actuales de la capital francesa (que, por cierto, en un principio estaba previsto desmontarla) que aún sigue en pie, la Galería de las Máquinas —aunque prolongó su vida útil tras la exposición como feria de muestras o velódromo— finalmente fue demolida en 1910. Con la misma tipología, en 1893 en Chicago, en la Exposición Mundial Colombina —eran otros tiempos— estiraron un poco más el chicle con el Manufactures and Liberal Arts Building y consiguieron un nuevo récord por un exiguo metro y medio más de luz, un poco como hacía el pertiguista Serguéi Bubka. Finalizado el periodo expositivo, el edificio quedó a la espera de qué hacer con él, hasta que el ya tradicional incendio lo destruyó en verano de 1894.
Muchos pocos hacen un mucho
Los ejemplos comentados hasta el momento responden a un mismo patrón: grandes construcciones con estructura metálica que albergan en su interior otras más pequeñas, cuando no simples stands. Tras la Primera Guerra Mundial comenzaron a apretarse el cinturón: el concepto de expo viró hacia un recinto donde cada participante se ocupa de su propio pabellón, o dicho de otra manera, que cada palo aguante su vela. Así se avivó la competitividad: para no quedar mal frente al resto o destacar por encima de los demás, los participantes ponían toda la carne en el asador levantando un edificio que llamara la atención a cualquier precio, sin importar que la tipología o el diseño no tuvieran nada que ver con el país o la empresa que lo patrocinaba. Los tamaños más modestos de estas construcciones fomentaron la creatividad tanto en formas como en materiales, lo que, unido a una vida útil muy corta en general, propició la experimentación. Como dato curioso, la famosa embarcación de Lambot fabricada en hormigón armado, que «descubrió» al mundo este nuevo compuesto, fue expuesta en la Exposición Universal de París de 1855, pero este material no ha sido muy utilizado en la construcción de pabellones. El carácter transitorio de las expos, que potencia la facilidad constructiva y de demolición o desmontaje, lo ha penalizado.
En 1958 se celebró en Bruselas la que tal vez es la edición más conocida por sus aportes arquitectónicos. Y también porque exhibieron un zoológico con negros, claro. Ahora estamos con minucias como lo inapropiado del mensaje subyacente que hay en Lo que el viento se llevó, y casi veinte años después del estreno de la película, aún estaban así en el corazón de Europa. Dejando a un lado que se mostraban personas como animales de circo y el famosísimo Atomium (símbolo de la ciudad, y eso que también en un primer momento solo iba a permanecer durante el evento), cabe destacar tres pabellones de esta edición: el Philips, una figura geométrica creada por Le Corbusier e Iannis Xenakis con varios paraboloides hiperbólicos generados por cables tensos recubiertos por paneles prefabricados; el Pabellón de la Ingeniería Civil, un alarde estructural con un voladizo de más de 78 metros de longitud de sección en A invertida de hormigón laminar; y el Pabellón de España, diseñado por los arquitectos Ramón Vázquez Molezún y José Antonio Corrales, un espacio formado a partir de la yuxtaposición de unos paraguas hexagonales, por lo que también fue conocido como el Pabellón de los Hexágonos. Si bien los dos primeros fueron demolidos al acabar el evento, el último fue desmontado y reconstruido —con otra distribución en planta, eso sí— en el parque de la Casa de Campo, en Madrid, donde tras albergar varias sedes institucionales fue abandonado durante años y se encuentra en la actualidad en proceso de restauración.
No le quedó muy a la zaga la Exposición de Montreal de 1967 en cuanto a aportes arquitectónicos, donde especialmente descuella el Pabellón de la República Federal de Alemania firmado por Frei Otto y Rolf Gutbrod. Consistía en una estructura de forma libre generada por una red de cables pretensados sobre la que se dispuso una tela de poliéster transparente que cubría casi ocho mil metros cuadrados. Fue diseñada a partir del estudio de modelos con superficies jabonosas en las que, con una superficie mínima, todos sus puntos se encuentran bajo la misma tensión. No obstante, en realidad no es necesario que una cubierta de esta tipología cumpla estas características, ya que puede suceder que la forma resultante no tenga suficiente curvatura para ser construida correctamente, ni es necesario que todos los puntos estén sometidos a la misma tensión para ser estable. Esta estructura, calculada por el ingeniero Fritz Leonhardt, uno de los grandes calculistas del siglo XX, sirvió de ensayo general para la gran obra de Otto: las instalaciones de los Juegos Olímpicos de Múnich 1972. El otro pabellón de esta edición que ha perdurado en la memoria es el de Estados Unidos de Richard Buckminster Fuller, donde la emblemática cúpula geodésica de 63 metros de altura alberga un edificio de siete plantas en su interior. En este caso, a pesar de sufrir el proverbial incendio en 1976 que le hizo perder el revestimiento polimérico, aún se mantiene en servicio.
Se han construido pabellones de madera sin clavos (el de Japón en la Expo Sevilla 1992), pabellones de cartón (el de Japón, también, en la Expo Hannover 2000), incluso pabellones que podían navegar y visitar puertos tras la Expo (Fluid, en Yeosu 2012). Pero, sin duda, la mayor aportación arquitectónica de las exposiciones universales fue el Pabellón de Alemania de la Exposición de 1929 en Barcelona. Aparentemente sencillo. Planos horizontales y verticales. Materiales cuidados. Apenas mil metros cuadrados. Prácticamente vacío. Una maravilla de Mies van der Rohe. Fue desmontado nada más acabar, pero tal fue el valor que este edificio fue ganando con el tiempo que finalmente fue reconstruido en el año 1986, más de medio siglo después.
El actual parque de Crystal Palace, al sureste de Londres, se llama asi porque fue el lugar en el que pusieron el edificio del que habla el articulo. Antes de eso la zona se llamaba Sydenham Hill, pero mantuvo el nombre aun cuando el palacio de cristal ya habia desaparecido. Es uno de los parques mas bonitos de Londres y tiene una curiosa atraccion: un zoo-jardín con la primera representación escultórica de dinosaurios que se hizo en todo el mundo, hecha por el escultor y zoólogo B.W. Hawkins en 1854.
Pues yo voy a hablar del pabellón de Aragón en la expo 92. Pabellón que luego fue desmontado y vuelto a montar en Zaragoza donde es la sede de una confederación de empresarios. Lo curioso de ese pabellón es que tenía climatización natural. https://images.app.goo.gl/MQeX3TDAuFvwmiT39 Si veis en la foto hay 2 zonas más blancas hechas como de cubos. En realidad están huecas por dentro, son los «radiadores» del edificio y lo refrigeran. Lo cual en verano en Sevilla estaba muy bien. En invierno en Zaragoza pues… no tanto. Vamos, que ahí dentro hace un frío de cojones.
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