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Thomas Pynchon: el hombre contra la máquina

Thomas Pynchon
Thomas Pynchon en Los Simpson. Imagen: Fox.

Un blog retaba recientemente a sus visitantes a distinguir entre las teorías de la conspiración de Thomas Pynchon y las de QAnon: una élite sociopolítica ha organizado una red de pedofilia que se comunica a través de pedidos de pizza; los huesos de los soldados americanos caídos en acto de servicio se están utilizando para fabricar filtros de cigarrillos; las compañías de telecomunicaciones están propagando enfermedades a través de las antenas de telefonía… La vida no es una novela, pero últimamente está adquiriendo un sorprendente parecido. La realidad, ya lo dijo Andrés Ibáñez, es cada vez más pynchoniana

El propio Pynchon ha sido, a su vez, objeto de las teorías más rocambolescas. Durante años se sospechó que era el Unabomber, el terrorista más buscado de los Estados Unidos. También se dijo que era amigo íntimo de David Koresh, líder de la secta de los Davidianos en Waco, o que había coincidido con Lee Harvey Oswald en un autobús camino a México, por lo que tal vez tendría información sobre el asesinato de Kennedy. En 2009 se estrenó un documental, Thomas Pynchon: A Journey into the Mind of P., con entrevistas a personas que aseguraban haber sido amigos íntimos o amantes del  escritor. Pese a su supuesta cercanía, los entrevistados no coincidían ni en el color de sus ojos. Buena parte de la información que aparece en internet es del tipo «Thomas Pynchon y yo compartimos la misma vagina» y, además de amarillista, es tan contradictoria que solo contribuye a que la cortina de humo que rodea al escritor sea cada vez más espesa.

En este contexto de ruido e interferencias, se publica ahora una estupenda biografía sobre Pynchon escrita por Andrés Ibáñez. El libro, que inaugura la colección «Vidas Térmicas» de la editorial Zut, aborda las grandes cuestiones —familia, estudios, amigos, parejas—, pero no oculta que hay aspectos de su vida que nunca se podrán saber. Como si de un personaje de Pynchon se tratase, Ibáñez trata de desentrañar la maraña de datos que circulan en la red distinguiendo la información fiable del puro ruido (que es mucho). A menudo se topa con datos que no cuadran, pero «las vidas, y las biografías», nos recuerda el escritor español, «están llenas de estos pequeños misterios absurdos, como bien sabe cualquier lector de La verdadera vida de Sebastian Knight». Los detalles sobre la vida del autor se van alternando con interesantes análisis de sus novelas —además de ser un fantástico novelista, Ibáñez ha publicado algunos artículos magníficos sobre escritores como Nabokov o el propio Pynchon en Revista de Libros—.

Es posible que al lector del americano algunos detalles recogidos por Ibáñez le resulten familiares. Por ejemplo, al repasar su historia familiar, se habla de un antepasado que «tuvo un importante papel en los juicios de brujas». Este hombre, William Pynchon, escribió The Meritorious Price of Our Redemption, «una protesta contra la rígida teología calvinista de su tiempo». El libro fue censurado y se ordenó que todos los ejemplares fueran quemados «en el mercado de Boston». Quien haya leído El arco iris de gravedad probablemente recordará que un ancestro de Tyrone Slothrop —curiosamente llamado William— escribió un tratado que fue considerado herético por los puritanos y fue quemado en Boston. El escritor Scott Sanders desarrollaba este aspecto en un artículo en el que apuntaba además algo interesante: Dios fue la primera teoría de la conspiración, el origen de todas las demás. Sus derivados se diferenciarían por la persona, compañía, agencia gubernamental, etc. que ocupa el lugar que antes ocupaba el Creador, aunque compartiría con este rasgos como su omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia. Según la teoría de la conspiración original, Dios es el autor intelectual y material de todo lo visible e invisible. Todo lo que acontece ocurre por voluntad divina, y siempre, supuestamente, por nuestro bien. En El arco iris de gravedad, en cambio, el mundo se rige por principios físicos como la gravedad o la entropía. Más que al cielo o a la vida eterna, en el universo todo conduce al desorden, a la muerte. Si Dios entregó a Noé el arco iris tras el diluvio para sellar un pacto de no agresión, Pynchon nos regaló el arco iris de la gravedad, que nos recuerda la verdadera trayectoria de la materia: de la tierra al cielo… y luego otra vez de vuelta a la tierra. Desde este punto de vista, la obra de Pynchon —en especial sus primeras novelas— podría entenderse (también) como un intento de desmontar la «trama bíblica».

Aunque, para Sanders, la religión que está en el punto de mira de Pynchon es el calvinismo (o su versión americana, el puritanismo), el escritor estaba familiarizado con otras religiones: «Los domingos» Thomas y sus dos hermanos «se dividían entre las dos iglesias a las que asistían sus padres, episcopaliana el padre y católica la madre». Este hábito, al parecer, se mantuvo más allá de la infancia. Según Jules Siegel, uno de sus mejores amigos en Cornell, Pynchon «iba a misa todos los domingos y se confesaba siempre, quién sabe de qué». (Me pregunto si fue allí donde encontró inspiración para el padre Fairing, aquel cura loco de V. que bajó a predicar a las alcantarillas de Nueva York para bendecir el agua y convertir a las ratas al catolicismo). 

El «cabecilla» del complot original se habría ido adaptando a los nuevos tiempos. Para Frenesi Gates, personaje de Vineland, Dios es un hacker: «Somos dígitos en el ordenador de Dios. (…) Todo aquello por lo que lloramos, por lo que luchamos en nuestro mundo de sangre y trabajo, le pasa desapercibido a ese hacker informático que llamamos Dios». En el sistema binario que parece gobernar el universo, somos ceros o unos, estamos vivos o muertos. En Vineland, la televisión, controlada por quienes ostentan el poder, ha creado una especie de muertos vivientes sin voluntad propia (estos «zombis» representarían un estado intermedio entre el cero y el uno). En novelas posteriores, ese trabajo de «anestesiar» a la población con objeto de controlarla lo hacen los ordenadores o los móviles. Como acertadamente señala Ibáñez, ya desde V., su primera novela, está presente «la conspiración de lo inanimado contra lo animado. Lo inanimado, lo muerto, lo artificial, pretende dominar el mundo y controlar y anular la vida». Pynchon fue capaz de ver desde hace décadas que la máquina le iba ganando terreno al ser humano, que estábamos abocados a una sociedad posthumana y la tecnología se estaba convirtiendo en la nueva religión dominante.

Al igual que ocurre con las novelas de Pynchon, el libro de Ibáñez anima al lector a buscar «patrones», en este caso, relaciones entre la vida y la obra del autor. Es interesante ver cómo han influido en sus novelas las ciudades en las que ha vivido, o cómo algunas personas que conoció en la vida real —sobre todo, mujeres— sirvieron tal vez de inspiración para algunos personajes. Ahora bien, como cabía esperar tratándose de Pynchon, estas relaciones son siempre oblicuas. El hecho de que su primera novela se fuera a llamar El Partido Republicano es una máquina, o de que su padre ocupase un puesto similar al de alcalde en la ciudad de Glen Cove por el partido republicano, me parecen detalles a tener en cuenta a la hora de acercarse a sus novelas. 

En los últimos años el cerco al escritor se ha ido estrechando. Como cuenta Ibáñez, la CNN logró grabarle por un instante cuando paseaba por la calle. El vídeo era muy breve y de no mucha calidad. Además, dejó de emitirse casi de inmediato, posiblemente a petición del escritor. Aun así, si realmente se trataba de Pynchon, eran las primeras imágenes que se tenían de él en medio siglo. Por suerte, a Ibáñez no le interesa si ese anciano es o no nuestro hombre (no hay que olvidar que tiene ochenta y tres años), y mucho menos se rebaja a desvelar su paradero. Es evidente que Pynchon ha optado por proteger su vida privada, y esto, defiende Ibáñez, además de ser una respetable opción vital, es un admirable acto de resistencia. La verdad es que no puedo estar más de acuerdo. Si para Frenesi Gates no éramos más que dígitos en el ordenador de Dios, ahora somos datos en poder de un puñado de compañías y nuestro destino está, en parte, en manos de una serie de algoritmos. Rebelarse contra esta tecnología tan invasiva y conseguir no ser parte de esa red es toda una proeza digna de elogio. En muchos aspectos, la X enmarcada en un recuadro que hace las veces de foto del autor en sus novelas sigue siendo el retrato más fidedigno que disponemos de Thomas Pynchon. Y está bien que sea así. 

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4 Comments

  1. Agustín Serrano Serrano

    Cada día que pasa tiendo más a simplificar y tomo prestada una frase de mi amada madre: cuanta más gente, más de todo.

    Recientemente he acabado la biografía de Phillip K. Dick a cargo de Carrère. En cierto modo y siendo su narrativa fruto de su neurosis, pocas veces la vida privada y la verdadera motivación artística de un autor ha estado tan alejada de la brillantez de sus textos. Conozco la obra de Dick y se le atribuyen gloriosos efectos en sus escritos que ni él mismo quiso conseguir, aun cuando la genialidad de estos queda fuera de toda duda.

    La mitomanía de algunos lectores, entre los cuales me incluyo, llega a fantasear de un modo tan absurdo sobre sus vidas, -producto extremadamente comercial-, que la verdadera apariencia e identidad del ídolo queda a la altura de cualquier anónimo ciudadano de a pie y, más allá de presuntas fobias sociales, lo único que les queda a nombres como Pynchon es ocultarse del modo más respetable y loable posible.

    La que liaría en la era digital el bueno, pese a todo, de Dick. Desgraciadamente murió joven. Sin embargo, Pynchon ahí sigue, resistiendo los embates de la idolatría. Igual que los interesantísimos y buenos artículos de esta autora.

    Enhorabuena.

  2. Cao Wen Toh

    Habrá una obra inmensa de autores, y sobre todo autoras, que esté oculta de siempre y para siempre (pienso en la enorme fortuna de haber leído «La conjura de los necios»). Una literatura que no estará contaminada por la toxicidad de la fama. Escritores y escritoras de la calidad de Salinger y Pynchon, pero a los que no leeremos jamás.

  3. Dooley

    Andrés es el típico pesado peliculero. Un libro por probar y basta. Pynchon , un tipo que disfruta de un libro, un palo cortado, un paseo, un partido de rugby….. escribe Vineland , mediocre, V pasable, el arco iris de gravedad trabajada y olvidable , contraluz , si esta si es, el resto su película.

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