Moe y yo jugamos a ver quién pega más flojo y siempre me deja ganar a mí.
(Homer Simpson)
El reencuadre de la realidad produce ganancia de sentido y restituye significados
Reencuadrar tiene relación con relatar la dificultad desde la perspectiva de lo que nos aporta como aprendizaje. Más que dar con la solución, lo que buscamos es que la persona afronte los problemas con su lado más creativo e íntimo.
En cualquier proceso de mejora de la salud, o del ámbito educativo, terapéutico o de investigación sociológica nos vemos envueltos en los efectos de una paradoja consistente en que debemos aceptar y cuestionar a la vez la información de nuestro interlocutor.
Una entrevista es una invitación a la confidencia, de modo que el juicio de valor debe ser excluido de la mente del entrevistador. Por otro lado, no podemos aceptar la información textual que nos trae el entrevistado. De ser así podríamos caer seducidos ante su visión del mundo, justamente la versión problemática que le ha llevado al atolladero que le trae a la entrevista.
El mensaje del entrevistado es una expresión del mapa que tiene del mundo. Mapa que realiza con distintas maniobras como la generalización de experiencias elevada a la categoría de criterios, omisión de datos y distorsión de lo percibido a modo de creación de metáforas que le expliquen el mundo de modo funcional.
En ocasiones el entrevistador puede inquietarse dependiendo de la mayor o menor gravedad del problema de nuestro interlocutor y desde aquí se movilizan dos vías.
La primera consiste en diagnosticar el problema. Aunque este camino tiene ventajas evidentes como conocer el adversario que tenemos para poder diseñar la estrategia de solución, tiene la flaqueza de situar la dificultad fuera del control de la persona. La solución está en el exterior, en manos del saber del especialista. Correspondería más con la vía aristotélica del conocimiento y ya hemos hablado en otras ocasiones de los riesgos del diagnóstico por la vía de la cosificación de la realidad[1].
La segunda vía, tiene relación con reencuadrar la realidad. Tiene la ventaja de que ubica la dificultad bajo el control de la persona y en sus capacidades para resolverla. Es la vía platónica del conocimiento y en la que se centra este texto.
Tal como yo lo veía mi situación constituía un problema. Ahora lo veo de una manera diferente y mi situación ya no es un problema.
(Zeig y Gilligan, 1994.: 84)
El primer efecto del reencuadre está relacionado con la ganancia de sentido. Como es el hecho de que hay síntomas que pueden mejorar cuando conocemos su sentido fisiológico.
Las personas se quejan, a menudo, de que tuvieron miedo o ansiedad después de un episodio traumático o desagradable en su vida. Sin embargo, cuando tuvieron que responder ante el momento de crisis lo hicieron más eficientemente que lo que hubieran previsto de sí mismos.
La cuestión que da nacimiento al problema es: debería haberme hundido cuando me ocurrió aquello. Sin embargo, reaccioné con eficiencia, fue un tiempo después cuando empezaron las crisis de desasosiego.
Para entender esto hay que ampliar el marco referencial y así ganar perspectiva: los mecanismos naturales del organismo para afrontar el estrés se ponen en marcha cuando el mantenimiento de la vida lo exige. Las hormonas suprarrenales segregan cortisol y adrenalina entre otras sustancias necesarias para afrontar el peligro: se prepara la lucha, la huida o la congelación. En ese momento, raptan al neocórtex la facultad de racionalización, ya que es más lenta y puede poner en peligro la vida. Cuando esa tormenta bioquímica se serena y viene la calma es cuando la persona percibe el riesgo que ha corrido y las consecuencias del peligro que podía haber sufrido. Sobreviene entonces la tristeza, el miedo o el hundimiento, acompañados de las peores hipótesis de lo que podría haber ocurrido. Cosas que si se hubieran presentado antes hubieran bloqueado o mermado nuestra capacidad de defensa.
Reencuadrar significa cambiar el marco o punto de vista interpretativo de la situación que nos preocupa aportando otro marco que permita mayor protagonismo de la persona en la implementación de recursos para solucionar la dificultad.
El problema, tal y como lo plantea el cliente es una internalización de exigencias exteriores. Mensajes de diálogo interno que actúan como lo que son, vestigios del superyó.
Se habla de un campesino que vivía en un pueblo de gente muy pobre, y considerado por los demás como muy rico porque poseía un caballo que lo ayudaba en el trabajo de arar la tierra y del transporte de las mercancías. Pero un día, el caballo se escapó, y todos los vecinos se acercaron al campesino para expresarle su pesar. Cada uno de ellos delante del desdichado aseguraba que la pérdida del caballo había sido una verdadera «desgracia». A estos el campesino respondía simplemente: «quizás es una desgracia».
Algunos días después el caballo regresó en compañía de una yegua; todos los vecinos, entonces se alegraron con el campesino asegurando esta vez que el reencuentro había sido propio de una gran «suerte». Pero una vez más recibieron como respuesta: «quizá es una suerte».
Después de cierto tiempo, el hijo del campesino intentó montar en la yegua, que lo hizo caer, produciéndole la rotura de una pierna. Todos los vecinos, como de costumbre, manifestaron su pesar por lo sucedido, y aun una vez más el campesino respondió: «quizás es una desgracia».
Algunos días más tarde llegaron a casa del campesino funcionarios del gobierno en busca de hombres para enrolarlos en el ejército. Los hombres descartaron al chico porque tenía una pierna rota. Enésima escena de los vecinos que se congratularon con el campesino por el evento afortunado, y éste aun una vez más respondió: «quizás».
(Historia China Taoísta)
Viktor Frankl relata su vida en un campo de concentración[2] y atribuye la superación de esta horrible experiencia al hecho de que ocupó su mente pensando en las conferencias que pronunciaría al ser liberado. Mientras la mayoría de los que allí estaban recluidos junto a él perdieron toda esperanza.
Frankl reencuadró así una situación potencialmente desesperada y mortal en una fuente de experiencias que más tarde ayudarían a otras personas[3].
Las cosas que nos preocupan en la existencia, los comportamientos que deseamos evitar, los sentimientos que nos parecen exagerados o inadecuados en nosotros mismos suelen estar relacionados con una intención que en otro tiempo nos resultó beneficiosa.
Un problema se consolida cuando analizamos ese comportamiento indeseable a la luz del actual marco de referencia de nuestra vida.
El origen del mundo
(Unidad y fragmentación de la realidad)
Para los místicos judíos, el mundo comenzó con un acto de retraimiento. Dios hizo «tzimtzum», contrayendo el yo de Dios mismo para dejar espacio al mundo y que pudiera existir. Antes de eso, Dios estaba en todas partes, rellenando cada espacio, cada dimensión. Después de ese retraimiento, ese «tzimtzum», alguna energía divina se quedó y penetró en el mundo que surgía, pero esa luz divina, esa energía divina era fuerte, tanto o más potente que el mundo que intentaba contenerla. De modo que el universo explotó en una bang cósmico. Fragmentos de luz divina, de santidad, se esparcieron por todos los lugares del universo. Las centellas de santidad están en general, enterradas profundamente en la llama cósmica del universo, son difíciles de percibir, aunque están en todas partes, en todas las personas, en todas las situaciones. Son la vida y el sentido del universo.
(Rabino Michael strassfeld[4])
Vivimos en ese mundo de fragmentos. Sentimos en nuestros cuerpos y nuestras almas el despedazamiento del mundo. También sentimos a veces en nosotros mismos ese astillamiento cósmico inicial. Nuestros cuerpos llevan esa energía de aquel mundo primordial. Pero como en el origen del mundo, nuestros cuerpos son frágiles y se van haciendo más frágiles con el paso del tiempo. Así comenzamos a vaciar nuestra energía primigenia. Tal vez, entonces, la dolencia sea realmente el vaciamiento de nuestras almas. En este mundo de esperanzas y expectativas astilladas en el que procuramos la completitud.
Moisés, despedazó las dos Tablas de la Ley de Dios, en la primera versión de los Diez Mandamientos. Entonces consiguió un segundo par, que ayudó a escribir. Cuando se construyó el arca para el santuario, los rabinos nos cuentan que cuando el segundo par de tablas fue colocado en el arca sagrada, también colocaron los pedazos del primero.
La integridad no surge de ignorar los pedazos esparcidos, sino de la esperanza de colocarlos todos mágicamente de nuevo.
Lo despedazado coexiste con lo entero, lo divino se encuentra entre las profundidades más oscuras.
Todo momento tiene potencial para la redención y unidad. Nuestra fragmentación nos da esa visión para retomar las centellas divinas esparcidas por el mundo.
El reencuadre implica ampliación y en ese sentido, lo primero es ampliar el foco de atención sobre el mundo. Bateson dijo que, así la persona se libera de la patología de operar a partir de una posición única.
La violencia es la atención desgajada, el sufrimiento se asienta en la realidad fragmentada. Gandhi, poco antes de su asesinato, le dio a su nieto Arun un talismán en el que se asienta la explicación de la violencia:
Riqueza sin trabajo
Placer sin conciencia
Conocimiento sin carácter
Comercio sin moralidad
Ciencia sin humanidad
Adoración sin sacrificio
Política sin principios
Notas
[1] Artículo: «El placer como señal». Bernardo Ortín. Revista Jot Down.
[2] Victor Frankl (1946). From Death-Camp to Existencialism.
[3] Rosen, S. (1994): Mi voz irá contigo. Barcelona: Paidós. Pág. 128.
[4] En Gilligan, S. (2001): A coragem de amar. Edit. Caminhos. Págs. 81-82.
Notable artículo, señor. Ya con el inicio de Homer invita a reflexionar sobre nuestra visión del mundo y sus paradójicas
relaciones internas como externas. «Vivimos en ese mundo de fragmentos, sentimos en nuestros cuerpos y nuestras almas el
despedazamiento del mundo…» un mensaje desgarrador que creo sea destinado a nosotros, los supuestamente sanos, no a
esos casos patológicos. Y sospecho que será de muchísima utilidad asumirlo cuando a ellos se acercan. Ese Rosen de sus
referencias debe de ser el mismo autor de «El Talmud e Internet», un hebreo, vasto conocedor de su cultura, y en especial
modo del Talmud,la Ley, una especie de registro escrito en donde cualquier judío con dudas puede dirigir las más variadas
preguntas al rabino de turno, desde cuando fue destruido el Templo de Jerusalén hasta ahora, algo que, en tema de religión
y en especial modo la nuestra, jamás hubiera sospechado, y menos que lo dejaran por escrito para la posteridad, tanto las
preguntas como las respuestas que a veces son hilarantes, hilaridad que a una segunda lectura no se presenta como tal.
Una humor sutil, propio de los hebreos como Woody Allen, que lleva más a la desesperación que a la esperanza. Ese
«tzimtzum», (un «retraimiento de Dios», un esconderse para dar lugar a otros es una metáfora única) que saca hierro a
una narración tan dramática como es la creación creo que es una prueba. Unas de las preguntas más frecuentes entre los
creyentes hebreos es aquella mediante la cual piden saber qué hace Dios después de tan inmensa tarea como fue la creación,
que supongo considerarán terminada. Se podrá reir con la respuesta: en su tiempo libre, Dios combina matrimonios,
siempre entre hebreos, por supuesto, pero es evidente que con un poco de realidad cotidiana solo trata de que no pierdan
la fe en Él. O que en su tiempo libre Dios lee el Talmud, o sea lo que piensan de Él sus hijos. Dios preocupado pero
indiscreto. Debe de ser inquietante para los creyentes. Me anoto esa reflexión de Ghandi. Es una buena arma contra la
violencia verbal, tanto la de los foros como en lo cotidiano. Muchísimas gracias por la excelente lectura y su prosa.
Lamento haber visto tan tarde este comentario suyo que le agradezco. Excelente reflexión sobre la ocupación divina después de la ardua creación. Gracias de nuevo