But to recognize that the soul of a man is unknowable is the achievement of wisdom. The final mystery is oneself. (De profundis, Oscar Wilde)
Tenemos dos historias. En la primera, el 14 de abril de 2014 desaparece de repente el dos por ciento de la población, sin ninguna explicación posible. En la segunda, en marzo de 2020 comienza a decretarse en todos los países el estado de alarma por amenaza de pandemia global. Si leyéramos esto hace un par de años, ambas parecerían el argumento de una película distópica. A día de hoy, la segunda es nuestra realidad.
Con la desaparición del dos por ciento de la población arranca la serie estadounidense The Leftovers, basada en un libro de Tom Perrotta. Fue llevada a la pantalla por HBO entre 2014 y 2017, y la crearon Perrota y Damon Lindelof, quien es conocido por la igual amada y odiada Lost. Durante tres temporadas la serie explora no el motivo de la desaparición, sino cómo reacciona y cómo se enfrenta a ella la población restante: «the leftovers».
Quizás no sea una serie muy popular en España y esto probablemente se deba a que The Leftovers no acaba de ser un contenido comercial. Sí, tiene momentos románticos, de misterio e incluso alguno divertido, pero la trama gira alrededor de algo que no es tan agradable ver en televisión: el sufrimiento. Si nos preguntáramos por qué consumimos cine, la mayoría de las respuestas serían por entretenimiento, por diversión, para evadirnos un rato del mundo. De sus problemas. ¿Y qué ofrecen los veinticocho capítulos de The Leftovers? La cruda realidad.
The Leftovers usa una situación hipotética y distópica como recurso para explorar el comportamiento social y la condición humana. Esta estrategia es bastante frecuente en cine y literatura, y resulta sorprendente como una situación ficticia puede hacernos sentir tan reflejados, tan desnudos y vulnerables. Pensemos por ejemplo en el inquietante Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. De forma inteligente, Lindelof y Perrota dejarán de lado el aspecto más sobrenatural de la serie, la repentina desaparición, para enfocar nuestra atención en las personas que quedan. Si hay algo en lo que todos podemos vernos reflejados es en el sentimiento de pérdida. En la tristeza. En el dolor. En el vacío que deja. De alguna manera, resulta más aterradora la historia de los restantes que la de los que se fueron.
Muchas cosas de la vida no tienen explicación. Los grandes misterios siguen siendo misterios porque no encontramos respuesta que conforme a todos. La muerte pertenece a esta categoría. ¿Por qué una persona y no otra? ¿Qué ocurre cuándo morimos? Quien sobrevive a otro tampoco gana: la pérdida se experimenta como un dolor físico inaguantable. En The Leftovers las personas no mueren, desaparecen, lo que conlleva también una incógnita. ¿Cómo reacciona la sociedad ante algo así, ante la pérdida masiva de seres queridos? En nuestra historia ficticia el panorama es desolador: las familias se han roto, se multiplican los trastornos postraumáticos, hay un auge de grupos sectarios… En nuestra historia real la reacción tampoco se aleja tanto. Ha habido confinamientos domiciliarios, manifestaciones contra el Estado, violencia, noticias falsas, desesperación por productos básicos… Miedo por contagiar al otro. Miedo de morir en cualquier momento. Miedo de salir a la calle. Miedo de ver a otras personas. Y no empecemos con la tristeza. O con el duelo, la depresión, la soledad.
En el mundo ficticio de The Leftovers¸ la desaparición repentina del dos por ciento fue una bofetada a una humanidad que tuvo que enfrentarse no solo a la pérdida, sino al hecho de que su existencia fuera en esencia algo fortuito, sin significado, y fuera de nuestro control. Ante este recuerdo lo más propio del ser humano es empezar a racionalizar, a buscarle un sentido, a crear una historia con pies y cabeza. Algunos tienden a la ciencia, otros a la religión, otros al individuo.
But while there were times when I rejoiced in the idea that my sufferings were to be endless, I could not bear the to be without meaning. (De profundis, Oscar Wilde)
En la serie, tras ese fatídico 14 de abril se crea un movimiento (que más tarde se acercará a la definición de grupo sectario) llamado «The Guilty Remnant» (en español vendría a ser como remanentes culpables, entendiendo remanente como algo que sobra). El objetivo de su organización es servir como living reminders o recuerdos vivos de la tragedia, no dejando que lo ocurrido y sus víctimas pasen al olvido.
After a time that evil mood passed away, and I made up my mind to live, but to wear gloom as a king wears purple: never to smile again; to turn whatever house I entered into a house of mourning, to make my friends walk slowly in sadness with me, to teach them that melancholy is the true secret of life, to maim them with an alien sorrow, to mar them with my own pain. (De profundis, Oscar Wilde)
Son personas que, clínicamente hablando, se quedaron atascados en la segunda fase del duelo, la etapa de la ira o el enfado. A través de actos de violencia pasiva y, según avanza la serie, violencia activa, impiden que la gente a su alrededor reconstruya su vida y siga adelante, conviviendo con el dolor. Los guilty reminders quieren que la tragedia sea lo que guíe sus vidas para no traicionar a aquellos que desaparecieron. Es la fase del duelo en la que no nos permitimos todavía estar alegres, reír, escuchar música, porque sería «una falta de respeto» hacia la persona que hemos perdido. Si avanzamos, pronto se comprenderá que se puede recordar sin dejar de vivir. De hecho, si se tarda mucho en pasar de fase, pronto surgirán las clásicas preguntas de: «¿todavía no lo has superado?». The Leftovers nos muestra qué puede ocurrir cuando alguien prefiere aferrarse al duelo.
Se supone que la muerte era el gran tabú de nuestras sociedades. Cuando alguien muere se intentan gestionar todos los «trámites» rápido para seguir adelante lo antes posible. Recordar la muerte es incómodo.
En nuestra sociedad la muerte es vista como una anomalía y el duelo, como una patología (…) Se dirá que la señora Hornsby, en su pena, está derrumbada, destrozada o hecha pedazos, como si hubiera algo estructuralmente incorrecto en ella. Es como si la muerte y el dolor no formaran parte del Orden de las Cosas. (La ridícula idea de no volver a verte, Rosa Montero. Pág 29)
Por desgracia, en los últimos meses está tan presente que aunque sigan tratando esconderla ya es imposible ocultarla. ¿Por qué no se hablaba de ella? Normalizar la muerte sería normalizar la idea de que podemos morir. Y no interesa. Ni al individuo que se enfrenta a la oscuridad del no saber qué hay (o no hay) después, ni a la población en su conjunto. La sociedad está hecha para los vivos. Sin embargo entre las pocas cosas seguras en nuestra vida está la muerte. The Leftovers saca a la luz aquello de lo que no queremos hablar. Y son estos los temas que nos hacen humanos y nos unen en igualdad de condiciones.
La serie de Perrotta y Lindelof, acompañada por la magnífica banda sonora del alemán Max Richter, acaba sin dar respuesta a los interrogantes que introduce desde el primer capítulo. Nunca sabremos el porqué de la desaparición. Pero tampoco sabremos nunca si hay algo esperándonos en el más allá. Estamos acostumbrados a que el contenido audiovisual que consumimos sea un paquete cerrado. Se plantean unas preguntas iniciales, un misterio, una trama que resolver, y esperamos que para el último capítulo todo haya acabado bien atado. Que no se dejen nada sin explicar. Nada sin sentido. Nos gusta que imite la realidad y sea verídico menos en este punto. Porque la vida fuera de la ficción es pura incertidumbre. Para muchos, la pandemia ha sido el choque con esta verdad. Nos ha tocado aceptar que por muy buenos que seamos, cosas malas pueden ocurrir. Y muchas veces no hay explicación tras ellas. No hay porqués, no hay siempre culpables. Nuestras vidas son tramas abiertas cuyos interrogantes nunca acabarán de cerrarse. Pero es que al final las respuestas no importan tanto como el camino que se hace, la evolución, el apoyo entre la gente para salir adelante, el buscar consuelo en cosas mundanas que si bien no son el significado, sí aportan sentido. Los que quedamos tendremos que honrar a los que se fueron, honrarlos viviendo.
No es el 14 de abril, es el 14 de octubre.
Magnífica serie en sus 2 primeras temporadas, que deviene en ridícula en la tercera y última.
Ya tengo bastante con la distopía de la pandemia. Con una distopía a la vez me alcanza para hacer las elucubraciones filosóficas pertinentes.
Desde que lei que era el mismo creador de Lost perdi el interes inmediatamente en el articulo.