Arte y Letras

Verne, Rohmer, un rayo verde y dos mujeres

rayo verde
Foto: L’Observatoire de La Silla. (CC)

Realidad y ficción son dos caras de la misma moneda. La una no puede existir sin la otra, se retroalimentan y muestran lo que llamamos realidad, que normalmente tiene poco de real. El rayo verde es una de esas cosas a medio camino entre lo real y lo imaginario, cuyo alcance en la ficción y en la realidad es poco conocido. 

Este rayo esmeralda no es otra cosa que un fenómeno parecido al arcoíris, pero mucho menos común y más difícil de ver, ya que deben darse unas condiciones atmosféricas idóneas para su observación. 

Puede verse justo cuando sale o se pone el sol y solo durante uno o dos segundos, según reportan los afortunados que lo han observado momentáneamente. Ocurre debido a la dispersión de la luz blanca del sol en los colores del arcoíris (rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta). Los más fáciles de ver son los tonos rojizos, anaranjados y amarillos, que son los clásicos de una puesta de sol. Pero, si se cumplen los parámetros necesarios, la atmósfera actuará como una suerte de prisma y el color verde ascenderá por encima del rojo siendo el último destello que despida el astro sol. 

Intentar ver el rayo verde es complicado. Muchos niegan su existencia, aludiendo, precisamente, a que es cosa de leyendas y fantasías. Dicen que lo que realmente se puede ver es un punto verde justo cuando el sol se esconde. Rayo o punto, hay miles de fotografías y vídeos en internet que muestran este fenómeno. 

Para verlo es necesario que el día sea claro, que no haya nubes o bruma ni viento y que las capas atmosféricas más cercanas al horizonte actúen como prisma. Es más frecuente verlo en el mar y si se está a cierta altura, básicamente para poder observar un horizonte amplio en el que no se interponga nada. No obstante, también puede verse en otros lugares y a cualquier altitud. Eso sí, no intenten verlo en alguna azotea alta de Madrid en un día sin nubes porque la contaminación lo va a impedir, no pregunten por qué lo sé. 

Las historias de Elena y Delphine

Viajamos a Escocia para conocer la historia de Elena Campbell, una huérfana aristócrata y caprichosa que vive con sus tíos (que le consienten todo) y a la que se le mete entre ceja y ceja que, antes de casarse con el hombre propuesto por sus tíos, tiene que ver el rayo verde. 

A partir de ahí, los tíos hacen las maletas y siguen a Elena por varias islas de Escocia a la caza de un rayo que ni siquiera saben a ciencia cierta si existe o no. Lo que Elena mantiene en secreto es que quiere ver este fenómeno porque la leyenda dice que, gracias a su observación, las personas pueden entender con total claridad sus sentimientos y los de aquellos que las rodean. 

Finalmente, en el trascurso del viaje, la sobrina conoce a un joven mucho más similar a ella que el candidato de sus tíos, que no es más que un pedante marisabidillo que tiene la necesidad de parametrizarlo todo en términos científicos. Cuando, tras muchos intentos, consiguen el lugar y las condiciones atmosféricas y meteorológicas precisas para ver el rayo verde, Elena y su nuevo amor se lo pierden por estar mirándose el uno al otro. A pesar de ello, el fenómeno óptico ha cumplido con su cometido, que Elena aclare sus sentimientos y sepa identificar los del chico que conoce durante el viaje. 

Esta novela de Julio Verne, titulada, cómo no, El rayo verde, se publicó en 1882 y es una de las menos populares de entre todas las del escritor. Es complicado vencer a títulos como Veinte mil leguas de viaje submarino, La vuelta al mundo en ochenta días o Miguel Strogof, más aún teniendo en cuenta que, a pesar de que la aventura está presente en la narración, no deja de ser una historia de amor. 

Aun así, más de cien años después, en 1986, aparecía una película homónima escrita y dirigida por el cineasta francés Éric Rohmer. Esta vez la aventura se desarrolla entre París y la costa francesa. Un cuento mucho más mundano y cercano a nosotros. 

Al contrario de lo que se pueda pensar, el largometraje no es una adaptación del libro, ni hay ningún personaje de la novela, ni el argumento es remotamente similar, a priori porque realmente las protagonistas de sendas obras son muy parecidas en el fondo, si bien no en la forma. 

En El rayo verde de Rohmer, Delphine se queda sin plan para sus vacaciones de agosto porque una amiga la deja colgada. A partir de ahí, sus quince días de reposo no hacen sino estresarla más que el trabajo. Va a la costa con una amiga y vuelve desencantada porque se siente incomprendida, va a la montaña y antes de llegar al alojamiento se da media vuelta y regresa a la ciudad, va de nuevo a la playa y conoce a una sueca que vuelve a hacerla sentir incomprendida y, finalmente, a tan solo diez minutos para el fin del metraje, conoce a un chico en la estación de tren. Casi por casualidad, acaban delante del horizonte esperando para ver el rayo verde y vaya si lo ven, esta vez sí. 

Las casualidades pueblan el cine de Éric Rohmer en cada escena y en cada historia, El rayo verde no es menos y, además, comparte esto con la novela. Elena Campbell finalmente no ve ese destello debido a una multitud de infortunios que se le interponen, mientras que Delphine acaba viéndolo justo por lo mismo que Elena no lo ve: por casualidad. 

Elena y Delphine son muy similares y tremendamente diferentes. Ambas buscan. La primera busca conscientemente ese rayo que le dé claridad a sus sentimientos, la segunda ni siquiera sabe qué desea encontrar, simplemente vaga perdida. Pero las dos quieren lo mismo, dar respuesta a una necesidad, a un vacío. 

Tanto a Elena como a Delphine las increpan para que se emparejen. Los tíos de Elena le buscan un marido, el repelente Aristobulus Ursiclos. Mientras que las amigas de Delphine no entienden cómo ha podido pasar tanto tiempo sola desde su última relación, como si algo estuviera mal con ella, y le recomiendan que salga a conocer hombres. 

Al final de la película, Delphine cuenta realmente por qué está sola. El resumen: porque mejor así que mal acompañada. No quiere tener relaciones superficiales que no le aporten nada y acaben desestabilizándola. 

Las dos mujeres son itinerantes durante el relato, van y vienen, buscan, no encuentran y se vuelven. Hasta que al final ambas, cada una de una forma, encuentran justamente lo que necesitaban: un consuelo para su desesperación. 

Verde que te quiero verde 

En una de las excursiones solitarias de Delphine a la playa, un grupo de mujeres y un hombre están sentados hablando sobre Julio Verne. La protagonista se queda escuchando cómo hablan de la novela y descubre así lo que es el rayo verde. Supongo que, para poner en contexto al espectador, este simpático grupo explica el argumento del libro de Verne y también el fenómeno óptico en términos de física. 

Las señoras de la película llegan a la conclusión de que los personajes de la novela buscan. Y sí, literalmente están buscando ver el último rayo del sol, pero ¿qué cosa puede significar el rayo verde sino esperanza? 

En las dos obras el rayo es un símbolo, es el objeto preciado de las protagonistas, aunque en el caso de Delphine sea inconsciente y no sepa lo que busca hasta el último momento. Ese último destello, con una carga poética y metafórica brutal, no es otra cosa que la esperanza. 

Elena conscientemente y segura de sí misma, Delphine insegura y tímida, no cejan en su empeño, ninguna de las dos, de encontrar algo de esperanza en un mundo que, ya desde 1882, se presentaba como algo hostil y feo. 

En el capítulo tres de la novela, Verne escribe: «¡Si en el paraíso existe el color verde, seguramente es ese, el verdadero color verde esperanza!».

Aristobulus Ursiclos sería tremendamente escéptico a esta afirmación, pues para él ese último destello verde del sol tiene una explicación lógica, sin nada de magia o poesía. Con él, Verne interpela a nuestra parte más racional, nos hace odiar a Ursiclos y abrazar la locura de Elena Campbell para que sintamos la misma emoción que ella por ver el esquivo rayo durante solo uno o dos segundos. 

La vida es tan complicada, y tiene tantas idas y venidas, que a veces dejar ciertas decisiones al azar, a la elección de un fenómeno natural, al verde esperanza, no tiene por qué ser una mala idea. Verne y Rohmer lo sabían, Elena y Delphine nos lo enseñaron. 

SUSCRIPCIÓN MENSUAL

5mes
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL

35año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL + FILMIN

85año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
1 AÑO DE FILMIN
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 

5 Comentarios

  1. Ignacio Javier

    Silvia: Muy buen artículo. Vi la película hace unos años y me gustó. Bien por ti.

  2. Vi hace unos treinta años la película de Rohmer (bastante soporífera en mi opinión). Desde entonces siempre estuve atento (vivo en Tenerife) a las puestas de sol sobre el mar. Hasta que un día lo vi, por suerte con mi chica, en una puesta de sol con el horizonte totalmente despejado. Un momento muuuy especial en mi vida.

  3. E.Roberto

    Este artículo también es una especie de rayo verde, inesperado y desconocido para mi porque, repasando distraídamente los títulos de los demás, pensé que sería uno dedicado al personaje de la historieta Linterna Verde, y solo por curiosidad lo abrí. Menos mal.
    Gracias por tal excelente divulgación.

  4. Pingback: El viaje de Nietzsche a la superficie de la Tierra – Up Food

  5. Pingback: Éric Rohmer y el agua salada | sephatrad

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.