La primera vez que uno se pone delante de un antivacunas se da cuenta de una cosa inquietante.
Es un ser humano.
No echa humo, no tiene la piel verde y no muestra colmillos afilados.
No muerde.
No es un orco.
Es un reflejo de nosotros mismos.
La vida en espejo.
Puede que el mismo número de virtudes y defectos.
Para colmo, como si todo lo anterior no fuera suficiente, los antivacunas incluso quieren lo mejor para sus hijos. Buscan un bien para ellos aunque no logran conseguirlo. En muchos casos son nuestra némesis pero solo en una cosa: las vacunas. En realidad, a veces no son ni nuestra némesis, son individuos que dudan y nos hacen preguntas. Están entre nosotros. Gente en muchos casos con formación e información. ¿Qué debemos hacer ante esa duda? Porque nosotros, los provacunas, somos más listos y mejores, ¿no? Se nos hace un regalo de suficiencia para poder tejer fronteras. Ellos ahí, nosotros, los buenos, aquí. Donde brilla el sol y todo es lógico. La noche para ellos, ya estamos los demás para enseñarles la luz.
Pero recuerde el espejo.
No es tan sencillo.
La primera vez que tuve delante a un padre antivacunas no supe qué hacer. En cambio, de forma intuitiva, sí supe cómo reaccionar. Me enfadé, por supuesto. Llevé al terreno de la ignorancia y la maldad todos sus argumentos y señalé a su hija (era una niña de menos de dos años). Lancé amenazas de enfermedades terribles sobre ella. Como Saruman en una mala tarde. Le puse una condena sobre los hombros. Ante mi reacción el padre tomó a su hija de la mano y se la llevó del box en el que estábamos. Como resultado de mi actitud cero vacunas puestas y cero posibilidad de recuperar a esa niña para que recibiera las mínimas necesarias. Parece que aún veo humear a ese padre mientras lanzaba fuego por los ojos y se iba volando tras desplegar las alas.
En los últimos meses la palabra antivacunas se ha hecho frontón contra el que lanzar todo tipo de juicios. También se ha puesto a su sombra a muchos de los que dudan. Es simple hacer eso y deriva en cierto gozo que nos hace sentir mejores. Con la mierda de tiempos que vivimos sabernos en el lado bueno es una herramienta que tranquiliza. Pero no es tan sencillo. En el ámbito de las letras o el de las redes sociales resulta muy fácil convertir a los que dudan en enemigos. Como hizo Tolkien con los orcos, podemos dibujar en ellos lo que queramos. La cuestión es que son el mal y nosotros vamos a presumir de jinetes de Rohan llegando a tiempo. El problema radica en que pocos van tener delante a los que dudan. Reírse de Miguel Bosé da retuits que van al ombligo, pero sentarse delante del que tiene a Bill Gates por enemigo ya es otra cosa. De amantes bandidos todos hemos tenido un poco, aunque ahora lo que se lleve sea disimularlo. Está claro que nos gusta cambiar de vez en cuando de canción para que encaje en lo que se espera de nosotros.
A esto se ha sumado una cantidad ingente de información sobre las nuevas vacunas. Se ha confundido eficacia con efectividad y se han hecho noticia eventos secundarios sobre ella que no eran más que casualidad. Es como si hubiéramos estado al tiempo aplaudiendo y lanzando piedras sobre nuestro tejado. «Esta vacuna parece excelente, pero fíjate esta residencia en la que se han contagiado aunque no estaba estructurada aún la inmunidad». Se ha llenado todo de palabras de expertos en un virus que cumple un año entre nosotros. Hay una tormenta que empapa de consejos sobre cómo hablar con la gente que duda, el problema es que los que escriben o hablan probablemente no han charlado nunca con gente que duda. La paradoja del que no sabe decir «no lo sé» en lugar de asumir que cuando muchos dicen pocos suenan. Se genera un estruendo que quizá da tiempo en los medios pero que se aleja de lo que importa. Como la orquesta que al no tocar para nuestros oídos se convierte en ruido. La oímos, es música, pero no aporta nada e incluso nos molesta.
El resultado de todo ello ha mezclado a los que dudan con los que no quieren oír. Y entre los primeros ya hay gente en la que ha calado además un mensaje equivocado que divide a las vacunas en mejores o peores. Como si hubiera algo peor que adquirir la inmunidad mediante la infección por el coronavirus y sufrir una enfermedad que en determinadas personas es final y en otras deja una hipoteca de secuelas. ¿Eso por qué ha ocurrido? ¿Por qué el objetivo no es dejar que las vacunas se defiendan con sus resultados? ¿Por qué los que orbitamos alrededor no nos dedicamos solo a mostrarlos? Hay que ser sinceros, como Galadriel con Frodo diciéndole que quizá no se va a controlar si tiene cerca el Anillo Único. Galadriel es valiente en su debilidad, es tiempo de que lo seamos nosotros en nuestra ignorancia.
Las dudas vacunales no son algo nuevo. Dudar sobre lo que recomienda un sanitario es tan viejo que si esto fuera la historia de la Tierra Media lo leeríamos en el Silmarillion. Sobre vacunas y dudas destaco un trabajo liderado por un pediatra amigo, Roi Piñeiro. Su grupo tuvo la feliz idea de iniciar una consulta solo para padres que dudaban o no querían vacunar a sus hijos. Venían llenos de información errónea y ellos les iban quitando pétalos a esas dudas como el que juega con margaritas. De cada diez niños ocho no tenían ninguna vacuna administrada a los dos años de vida. En esos primeros años es cuando se «arma» el sistema inmunitario, eran niños naif para enfermedades tan perversas como el sarampión. El resultado de ese esfuerzo, que básicamente consistió en poner la oreja, tener tiempo y responder con tranquilidad y argumentos, fue lograr que nueve de cada diez padres vacunaran a sus hijos. La mitad de ellos con todas las vacunas. Ellos no fueron Saruman, no amenazaron, y dejaron que los hechos y la seguridad de lo que explicaban hicieran el trabajo. De alguna manera se dieron cuenta de que el espejo no existe y puede que hasta nosotros estemos al otro lado en algún momento y no lo sepamos.
De vez en cuando me acuerdo de aquella niña y de su padre. Me pregunto qué habrá sido de ellos y qué pensaran estos días en los que un solo virus se ha hecho Sauron. Espero que no se acuerden de aquel pediatra joven que lanzó proclamas oscuras sobre lo que iba a pasarles. Para defender las vacunas usé las armas equivocadas. Les escribí un tuit en el aire que tuvo por único «me gusta» mi propio ego. Espero que ese error no sea una cicatriz que ya no repara mientras giro el espejo para observarme. Y pienso que la normalidad era nuestra Comarca y las vacunas, que se defenderán solas, serán sin duda nuestro Gandalf.
Bibliografía
Roi Piñeiro Pérez, Diego Hernández Martín, Miguel Ángel Carro Rodríguez, et al. Vaccination counselling: The meeting point is possible. An Pediatr (Barc). 2017 Jun;86(6):314-320. doi: 10.1016/j.anpedi.2016.06.004.
En su propuesta, seguro que muy meditada y que viene de un espacialista (lo cual para mí es mucho), requiere hablar demasiado para convencer de lo cuasi obvio para alguien con un mínimo de cultura general y educación científica.
La gente confunde tener espíritu crítico con cuestionar cualquier regla dada por el hecho de serlo. No sabe qué es el método científico. Piensa que la libertad de expresión cubre no tener que pensar antes de hablar. Piensa que todas las opiniones son iguales. Etc.
Obligatoriedad y punto. El que no, multa al canto. Contumacia, gulag.
Was ? Ich haber dir – oder dich, ich bin nicht sicher – gar nichts verstanden .
Estoy de acuerdo contigo. La cantidad de energía que hay que emplear para convencer a estos gañanes de que el agua moja no renta. Prefiero que la selección natural haga lo propio, es muchísimo más rentable. Como dice un amigo argentino: «esta gente existe porque tiene que haber un equilibrio entre pelotudos y gente normal».
Amigo vuelva a leer
Si uno está convencido, incluso puede dudar en algún momento o en muchos momentos. El problema es que los que dudan de algo, puedan llegar a dudar de sus dudas. Dudar de la duda de uno mismo es más difícil que dudar de las certezas. Somos tantos que casi no hay posibilidad de que existan los que dudan de sus dudas. . Muy difícil. SAludos
Me ha gustado tu artículo. Hay gente que prefiere tener la razón a hacer el bien a su congénere. Cuestión de ego.
Lo peor de esto que a estos ignorantes los vacunaron sus padres hace 30 o 40 años para que no pillaran el sarampión o la polio o el tifus, que habían hecho estragos en la generación anterior (y lo sabían no querían que a sus hijos les pasara lo mismo), y ahora los muy idiotas se juegan a la ruleta la salud de sus hijos porque les han engatusado las magufadas del iluminado de turno en internet.
Estoy con Máximo. Multa, gulag o vara de avellano.
Ponerosla vosotros y moriros,si quereis,yo si puedo jamas me pondre esa basura,una cosa son vacunas contra el sarampion,viruela,hepatitis,rubeola et,etc,…que ya han sido testadas y se sabe que funcionan,y otra muy distinta,es las tres o cuatro vacunas que hay hoy en dia ,supuestamente para inmunizarte del supuesto covid,que no han sido testadas y de las que dudan de su eficacia hasta sus inventores.lo dicho poneroslas vosotros,si veo que os convertis en orcos,no se,quizas yo tambien me la ponga, QUIZAS.
Tampoco te creas que me importa mucho m. Yo ya he pasado la enfermedad y ya me da igual. Casi mejor que no te la pongas y que la naturaleza y la selección natural hagan su trabajo. De todos modos si un pinchazo es el precio a pagar por retomar una vida los más parecida a la normalidad, bien barata resuelta la norma. Y otra. Las tonterías que dices sobre esta vacuna son parecidas a las que decían otros como tú hace decenas de años sobre la del sarampión, la rubéola, la viruela. Y hay todavía idiotas contumaces que lo siguen diciendo.
Vea, José Miguel, usted en mi mundo ideal sería un candidato idóneo al gulag.
No por plantear dudas razonables respecto a la organización de las vacunas, la información pública, etcétera, ejercicio saludable; pero va un paso más allá y dice «supuesto covid».
Gulag y previos azotes en el trasero en la plaza pública con la vara de avellano por poner en peligro la salud pública.
La principal reticencia sobre estas vacunas es que no se sabe si tendrán efectos negativos a medio/largo plazo. Y a eso hay que sumar la bochornosa campaña política y periodística para anular cualquier debate al respecto, calificando a quien ose expresar una mínima duda como negacionista y/o antivacunas.
Muchos se vacunarán convencidos al 100% de las bondades de estas vacunas, pero otros muchos lo haremos como un acto de fe, nada más.
Ya, ya, si lo importante es vacunarse, ¿qué más da el por qué?…
Magnífico artículo.
El problema de demonizar a quien piensa de otra forma es que los ignorantes no se plantean dudas de por qué discrepan los demonizados.
Lo más curioso es que hay que aguantar que a uno la llamen ignorante aquellos que no se preguntan nada, obedecen la corriente general, o, lo que es peor, lo que dictaminan los políticos a los que apoyan. Basta con enarbolar una frase bonita, como el prostituido «bien común», para que muchos se conviertan en talibanes del pensamiento y rechacen cualquier opinión en contra.
Motivos para desconfiar de esta vacuna, porque recordemos que se habla de una vacuna en concreto, la de la Covid, hay de sobra. La celeridad con que se ha desarrollado, el interés político de la mayoría de los países, el escaso, o nulo testeo que ha tenido, y no digamos los antecedentes de otras vacunas que se administraron en mejores condiciones que ésta.
Un periodista no es más que una persona cuya opinión tiene un altavoz de mayor alcance, pero en ningún caso mayor credibilidad o fundamento que la de cualquier ciudadano informado.
Convendría a muchos despojarse de la venda y mirar al mundo con sus propios ojos y escuchar con otros oídos, lo mismo su intolerancia comenzaría a derrumbarse.
Si al final vais a tener razón. Los antecedente de la vacunas son terribles. Entre otros haber hecho que la esperanza de vida se haya más que duplicado en un siglo. Dantescos, vaya. Menos mal que estáis aquí los que miráis con vuestro propios ojos y escucháis con otros oídos. Ya si eso el hecho de que en Israel hayan vacunado a la mitad de la población y los contagios se han desplomado, lo dejamos para otro día. Que ya sabemos que los judíos son unos pérfidos que no hay conspiración en la que no se metan.
Veo cierto paternalismo y condescendencia por parte del autor, muy activo en Twitter también, sin matiz de ningún tipo dividiendo las masas en tirios y troyanos sin espacio para la disensión.
Yo soy docente y me toca la vacuna de AstraZeneca, cuya administración ha sido suspendida a los mayores de 55 años en Europa. Por supuesto que las vacunas constituyen un invento primordial para preservar la salud de las personas, y es uno de los factores que han contribuido notablemente al aumento de la esperanza de vida, pero no es incompatible con expresar ciertas reticencias que tienen que ver con la celeridad con que se han desarrollado, los dividendos de algunos CEOs de farmacéuticas y la posterior subasta que se ha hecho de ellas en la UE y el resto del mundo, en un intercambio que parecía más un zoco persa que algo propio de democracias consolidadas. Quienes han tomado esas decisiones, en connivencia con los medios que han fungido de palmeros, no pueden sorprenderse de que haya gente que exprese reticencias al respecto. Se lo han ganado a pulso.
A mí de pequeño me vacunaron contra el sarampión, la varicela y alguna otra, pero no me he vacunado nunca contra la gripe, y no por ello me considero un insolidario. Llevo casi 1 año haciendo la vida más normal que puedo, visitando a mi familia regularmente, saliendo a comer a restaurantes con gente, practicando deporte (gimnasio incluido) y además trabajando en un centro con 500 alumnos, un porcentaje de los cuales se ha saltado alegremente las restricciones por las tardes. Aplico las normas de contingencia de mi centro de manera ligera (llevo mascarilla, pero no me rocío con gel hidroalcohólico ni desinfecto el mobiliario u ordenadores donde doy clase), y no me he contagiado. No lo digo como mérito sino como ejemplo de que aplicando el «sentido común» no es necesario obsesionarse con medidas absurdas (hola mascarilla al aire libre en espacios abiertos), y con ello no quiero señalar a compañeros concienzudos que sí se han contagiado misteriosamente (hola reuniones familiares) a la vuelta de Navidad, por no mencionar a deportistas y privilegiados, que sometiéndose a PCRs diarias han dado positivo, incluso después de estar confinados. Me vacunaré contra la COVID-19 no como acto de fe, voy más lejos, sino por puro egoísmo en previsión del más que probable pasaporte biológico al que obligará la UE, ya que me encanta viajar y quiero volver a una «cierta normalidad», no a la normalidad tal y como la conocíamos que, por supuesto, no va a volver nunca. El cambio en nuestras costumbres e interacciones supondrá una revisión total de nuestros mecanismos psicológicos y el miedo e injustificado alarmismo que han vomitado los medios de desinformación han provocado que gente a la que uno tenía por sensata, compre cualquier mensaje institucional a pesar de que han cambiado de opinión más veces que Luis Bárcenas. Así que, lecciones de superioridad moral por disentir en ciertos aspectos, ninguna. Por lo menos a mí, ya que me he molestado en leer el artículo con interés, como hago con todo lo relativo a la pandemia.
¿A ti te parece que 70.000 muertos son un «injustificado alarmismo que han vomitado los medios»?.
Hombre, poner un contador de víctimas todos los días anunciando las nuevas cifras como si se batiera un récord no me parece la manera más equilibrada de abordar un asunto tan serio, salvo que se persiga inocular el miedo que claramente ha calado en gran parte de la población. Luego podemos hablar de los otros damnificados por anulaciones de tratamientos oncológicos y otras patologías, depresiones, suicidios y secuelas a medio plazo que van a sufrir los que han visto sus negocios arbitrariamente cerrados por parte de los gobiernos, sin base jurídica clara al menos en España, porque para restringir derechos fundamentales las CCAA no tienen potestad y el gobierno, solo en caso de Estado de Excepción, no de Alarma.
Tampoco pretendo elaborar una tesis al respecto, pero el hecho de que las altas instancias jurídicas como el Constitucional o el Supremo, claramente politizados, no van a disparar contra el gobierno de turno, sea del signo que sea. Por ello ha habido juzgados de primera instancia, independientes de verdad, que han tumbado decretos autonómicos arbitrarios como el cierre de la hostelería en el País Vasco, por ejemplo.
Quería decir 8hay una errata) que los tribunales altamente politizados lógicamente no van a ir contra las resoluciones gubernamentales y que en consecuencia, los únicos que quedan como garantes de la justicia independiente son los juzgados de primera instancia o justicia ordinaria.
En mi opinión, su comentario es el más acertado y racional. Ni tanto ni tan poco. Cero maniqueísmo. Sé de gente que se pasa la vida criticando a los sanitarios, esos matasanos, los llaman, pero que después son incapaces de abrirles la boca al dentista sin anestesia. Pero eso no tiene nada que ver con ponerte lo primero que te digan porque sí. Y no, no soy un orco. Y sí, estoy muy a favor de la medicina y de sus progresos. Es un debate tan complejo como eterno.
Un saludo y buena suerte.
Los antivacunas son como los veganos: es un tipo de narcisismo sin base científica.
La comparación no tiene sentido, el veganismo tiene una base ética principalmente
Todo eso que has descrito podría encajar en mi actitud hacia el virus y la pandemia.
Ausencia de obsesión y tratar de tirar hacia adelante como fuera. Por poner una diferencia, yo no soy docente. Solo un pequeño empresario. Un tipo corriente intentando seguir viviendo. Y veía que la cosa no llegaba. Hasta que un día me contagié. Ni siquiera sé dónde. Y no lo transmití ( el virus este tiene lo suyo). A nadie. Ni en el trabajo, ni en casa, ni con los de la burbuja. A nadie.
Y afortunadamente la cosa cursó sin complicaciones. 10 días y a funcionar.
Por eso me jode que digan que no existe. Que la vacuna no hace falta (cuando hoy mismo te dicen que en las residencia han disminuido las infecciones un noventa y cinco por ciento desde que los han inoculado). Y el resto de pijadas que siguen vomitando poniendo a los demás de intolerantes. Y, lo repito otra vez, me pasa los mismo que a ti. Si el precio por recuperar la vida es una vacuna, la ronda es bien barata.
Enhorabuena al autor. Efectivamente antivacunas, conspiranoicos y víctimas de las pseudociencias en general no son menos inteligentes ni tienen menos formación que la población general, incluso a veces es al contrario, como han demostrado varios estudios que han trazado sus perfiles. Cualquiera de nosotros puede recibir información engañosa, incorporarla a su pensamiento y empecinarse en ella, porque es muy difícil admitir que nos hemos equivocado. El camino no es el insulto ni el paternalismo, sino la comprensión y la exposición paciente y rigurosa de los datos disponibles.
Por lo que veo, en general, somos muy tolerantes. Es una lacra de nuestra sociedad posmoderna y líquida.
La solución con los que ponen en riesgo la salud pública es irnos a dar un paseo con ellos agarrándonos los hombros y susurrándonos al oído.
(Podríamos hacer lo mismo con los servidores públicos que no entienden bien la diferencia entre sus intereses y los del común. ¿Por qué no? Ese talante buenista zapateroide es el que hay que adoptar para no ser un autoritario. Es lo que se hace con los que restringen los derechos de las mujeres porque simplemente es cuestión de un trapito en la cabeza o con los que incumplen reiteradamente las normas porque hablan distinto y huelen mejor.)
Que no nos falte el espíritu crítico con los poderes públicos, que critiquemos la falta de transparencia o la información convertida en espectáculo, que indaguemos y nos formemos nuestro juicio en cuestiones científicas, que reivindiquemos nuestras libertades no supone tolerancia con los que objetivamente ponen en riesgo la salud de los otros.
Hace años la sociedad más liberal pondría la obligatoriedad de vacunación y nadie se escandalizaría salvo los cuatro friquis de siempre. Hoy cualquier atisbo de ello te lleva a ser tildado de turco, ruso o chino.
Yo soy docente, tengo varios causas de vulnerabilidad y he estado y estoy ahí en medio. Afortunadamente me vacunaron el sábado pasado y puedo dar gracias de no haber pillado el bicho en este año.
Occidente está demostrando lo que es. Ante el problema común grave y urgente se pliega a los intereses particulares. No restringir las libertades de manera expeditiva y clara lleva a que el problema se prolongue y se macere. En Asia lo enfocan de otra manera. Y creo que trae más cuenta en el resultado final.
En el debate sobre qué hacer tras 1 año de bailar la yenka (ya se sabe, un paso adelante y dos para atrás), prefiero soluciones radicales. Qué mejor que la vuelta de Navidad para haber decretado un confinamiento como el de marzo 2020 (aunque permitiendo hacer deporte 1h. diaria) al tiempo que se implementa la vacunación. O eso o libertad total y que la población vulnerable se confine voluntariamente. No se está teniendo en cuenta (o no tanto como otras cosas, desde luego), lo que un columnista visceral expresa en la prensa de hoy en los siguientes términos y al que no le falta razón:
«Las escasas personas racionales de este país abominable se preguntan cuándo acabará la obligación, no avalada por estudio científico alguno, de llevar mascarilla al aire libre. Una superstición en absoluto distinta a la homeopatía o las flores de Bach y que como todas las supersticiones tienen la capacidad de llevar a la hoguera al infiel, en este caso a quien descubren en la calle con la cara descubierta. No hay un solo país donde el uso de la mascarilla a la intemperie se haya convertido como aquí, en una forma ilusoria de blindaje profiláctico y un intolerable modo de intimidación por parte de la peor autoridad, que es la del pueblo ciego. La pandemia, sus escaladas y desescaladas, tienen una característica interesante, que ha sido poco subrayada. Las decisiones que han llevado a la miseria a cientos de miles las han tomado siempre personas que tienen la integridad de su sueldo asegurado, es decir, que viven bajo una forma u otra de funcionariado».
Hay que recordar que España es el único país del mundo que sometió a encierro estricto a toda su población y que obligó desde el principio al uso de las mascarillas obligatorias al aire libre tras haber manifestado públicamente lo contrario debido a su escasez.
Pues qué quiere que le diga, estoy de acuerdo en lo de la yenka y en que chirría el confinamiento inicial y lo que ha ocurrido después. Ya sabemos que aquí nadie quiere pringar y coger el toro por los cuernos y además juega la tensión territorial, a quién cargamos las responsabilidades por nuestras molestias.
La cuestión de las mascarillas en espacio abierto la planteé a un médico militar y tenía claro que era necesario para no hacer decaer la conciencia de la obligatoriedad de su uso en otras circunstancias. Hay por ahí mucho Pepe y mucha Mari Puri que lo que le cuentes sobre la pandemia es como la lluvia o como si les hablas de la literatura humanista en el Renacimiento, mientras no vaya directamente con ellos no existe.
Somos así los humanos, por eso necesitamos a Leviatán.
La mascarilla al aire libre, como dice Máximo, es porque si no la llevas en la calle no la tendrás tampoco al entrar al Mercadona.
Sobre las vacunas no quiero opinar mucho, porque al fin y al cabo vamos a tener que pasar por el aro si queremos recuperar cierta normalidad. Nos parezca bien, mal o peor. Al final va a dar lo mismo lo que uno piense: si queremos vivir en sociedad, vamos a tener que comulgar con lo que nos echen los de arriba, y no hay más tu tía. Ahora bien, la manera de llevar lo expuesto en el artículo (que no me parece una mala reflexión) al terreno de la obra de Tolkien… Cutre, como poco.
Gracias por el artículo. Lo leí por tercera vez y es iluminador.