No hace mucho, a raíz de escribir sobre The Expanse, me puse a pensar sobre el porqué de que haya grandes series de ciencia ficción que nunca han gozado un seguimiento masivo y que, pese a sus buenas críticas, son ignoradas en las grandes entregas de premios. Es curioso, porque no afecta a toda la ciencia ficción. Black Mirror, por ejemplo, es extraordinariamente popular, pero no hay tanta gente que haya visto The Expanse o conozca siguiera su existencia, y eso que hablamos de una de las mejores series de ciencia ficción de los últimos años. Algo parecido ha sucedido siempre con Battlestar Galactica.
Esto se debe, probablemente, a que la ciencia ficción espacial es de por sí un género minoritario. Sueña extraño cuando existe algo como la franquicia Star Wars, un hito cultural masivo que recauda miles de millones de dólares y es noticia constante, pero realmente no hay mucho parecido entre la fantasía espacial de George Lucas y The Expanse o Battlestar Galactica (me refiero a la versión moderna estrenada en 2003-2004, porque la antigua sí tomaba cosas prestadas de Star Wars). Como posible explicación se me ocurre que estas dos series están en un incómodo punto intermedio; por un lado tratan temas políticos o filosóficos que pueden aburrir a una parte del público casual de Star Wars. Por otro lado están repletas de navecitas y tópicos de la ciencia ficción que pueden espantar a otro sector del público. Creo que este segundo grupo de espectadores, sobre el papel, podría interesarse por los temas tratados en estas series, pero prefiere verlos desarrollados en dramas más convencionales.
Por mi parte, siempre he tenido Battlestar Galactica en muy alta estima. No diré que es una serie perfecta; posiblemente no exista tal cosa como «la serie perfecta» y desde luego Battlestar Galactica no sería una candidata. Sus cuatro temporadas fueron irregulares, tuvieron altibajos y dieron tumbos que, como mínimo, se prestan a discusión. Desde la perspectiva de la ciencia ficción «dura», se descuidaba la construcción de un microcosmos lógico y coherente, y se desafiaba la suspensión de la credibilidad; eran las catarsis emocionales, y no las cadenas de causas y consecuencias, las que dominaban el argumento. Si me hablasen de una serie espacial plagada con estos defectos, y no la hubiese visto, pensaría que son insalvables. Si hay algo que la ciencia ficción espacial suele requerir es una buena dosis de lógica. Y aun así, Battlestar Galactica suele estar, y merece estar, entre los primeros puestos de las listas de mejores series de ciencia ficción de la historia de la televisión. Incluso teniendo en cuenta sus puntos débiles, muchos aspectos de la serie —las interpretaciones, por ejemplo— muestran una calidad comparable a la de series más convencionales que gozan de mucho mayor predicamento entre un público más amplio. Creo sinceramente que, en su momento, las naves y los robots impidieron que Battlestar Galactica apareciese en muchas listas de las mejores series sin importar su género, y no digamos en las nominaciones y entregas de premios. Teniendo el mismo nivel, pero con otra temática, estoy seguro de que sería considerada un clásico por gente que no la tiene en cuenta.
Vista hoy, Battlestar Galactica está repleta de automatismos propios de la televisión de finales del siglo XX. Pensemos que pertenece a una era de transición en el mundo de las series: fue estrenada en 2004 por la cadena SyFy (entonces todavía llamada Sci-Fi Channel), justo cuando la revolución «no diga televisión, diga HBO» estaba en pleno desarrollo. Los Soprano había sido estrenada en 1999 y ya por entonces era considerada la responsable de un cambio de paradigma en la televisión. A dos metros bajo tierra había sido estrenada en el 2001 y The Wire en el 2002. El largometraje piloto de Battlestar Galactica fue emitido en 2003 y la primera temporada propiamente dicha empezó a ser emitida el mismo año que Deadwood. Menciono estas fechas para señalar el hecho extraordinario de que siendo una serie no producida por HBO, consiguió, a su manera, formar parte de aquella revolución. Por decirlo con otras palabras: Battlestar Galactica no fue Los soprano, pero para la ciencia ficción televisiva sí fue lo que The Sopranos fue para el drama convencional: un cambio de paradigma.
Lo llamativo es que Battlestar Galactica nació con todas las papeletas para haberse convertido en un descalabro artístico. Era una apuesta nostálgica que «reimaginaba» una serie del mismo título que se había estrenado en 1978 y había sido cancelada en 1979 tras una sola temporada que había cosechado críticas nefastas. Hacia el cambio de siglo, la Battlestar Galactica de 1978 era recordada con más cariño que aprecio artístico. Tenía fama —exagerada, aunque en parte justificada— de ser un artefacto kitsch. Sus reposiciones habían sido vistas por varias generaciones de niños y adolescentes; además, había propiciado un salto cuántico en los efectos especiales usados por la televisión de finales de los setenta. Por todo ello gozaba de cierto estatus de culto, pero nadie la consideraba un clásico.
Yo mismo confieso que, cuando supe que se planeaba una nueva versión de la antigua Battlestar Galactica, recibí la noticia con total escepticismo. El original era un programa entrañable que había visto de niño y que me había gustado mucho. La verdad, y pese al tono más bien oscuro con el que arrancaba, era una serie ideal para la infancia o la adolescencia. Una especie de Star Wars de segunda mano. Cuando vi Battlestar Galactica de pequeño, todo en ella me parecía increíblemente molón, y pasé una temporada obsesionado con ese microcosmos de pilotos carismáticos, robots malvados y naves impresionantes. Sin embargo, no era la clase de serie que a uno le apetecía revisitar de adulto, y tampoco parecía tener muchas posibilidades de cara a una reinvención. En esto último, yo no podía estar más equivocado. Pero, si mi escepticismo era erróneo, estaba históricamente justificado: la franquicia había padecido toda clase de maldiciones desde su propia concepción, lo cual influyó de manera decisiva en el escaso prestigio con el que todos la percibíamos a posteriori.
En 1978, la primera Battlestar Galactica fue producida como el indisimulado intento de aprovechar la enorme popularidad de La guerra de las galaxias, que acababa de arrasar en los cines de todo el mundo. La cadena estadounidense ABC decidió apostar fuerte por la ciencia ficción de efectos especiales y decidió convertir Battlestar Galactica en uno de los proyectos más ambiciosos en la historia de la televisión. En su momento, de hecho, fue la serie más costosa jamás producida. Es fácil olvidar esto viéndola desde el siglo XXI, pero en 1978 supuso un despliegue visual absolutamente inédito en la pequeña pantalla. Piensen que en la televisión de entonces primaba la filosofía de «cuanto más barato, mejor», sobre todo cuando se trataba de programas destinados a público juvenil. En 1978 tampoco existían los efectos digitales dignos de tal nombre, así que cualquier alarde visual suponía un enorme despliegue de medios. Battlestar Galactica desafió todos estos condicionantes y trató de llevar los efectos televisivos a sus límites. Lo consiguió. Basta comparar cualquier escena de aquella Battlestar Galactica con otra serie espacial de 1978, Jason of Star Command. Esta última parecía visualmente anclada en la década anterior, y no se distinguía mucho de la entonces ya visualmente anticuada serie original de Star Trek. Si no me creen, comparen estos dos vídeos: uno de Jason of Star Command y otro de Battlestar Galactica. Insisto, ambas series son de 1978, pero parecen hechas en décadas distintas.
En un principio, el proyecto de Battlestar Galactica fue concebido como una sucesión de varios largometrajes que serían emitidos por ABC y que, en caso de obtener el éxito previsto, darían pie a una serie convencional. De aquellos largometrajes previstos, solo se rodó el primero, titulado Saga of a Star World. Contó con un presupuesto de ocho millones de dólares, insólito dineral para la televisión de ciencia ficción. En el reparto aparecieron actores y actrices de renombre cuya presencia, por lo general, no cabía esperar en este tipo de programa. Fueron contratados para conferirle una pátina de respetabilidad al proyecto: Lorne Greene, entonces mundialmente famoso por las catorce temporadas de Bonanza; Jean Seymour, también mundialmente famosa gracias a la saga James Bond; Ray Milland, cuyo interminable curriculum lo había convertido en un rostro familiar para cualquier espectador de la época; o John Colicos, respetado actor de carácter que también era un habitual en las pequeñas pantallas. Junto a ellos, un electo de jóvenes prometedores: Richard Hatch, Dirk Benedict (sí, el mismo de El equipo A), Herbert Jefferson, Maren Jensen, Laurette Spang, etc. El reparto, pues, era apreciable. Eso sí, no todos rendían igual en el largometraje. Lorne Greene y (en especial) John Colicos estaban fantásticos. Dirk Benedict desprendía el mismo carisma que en la futura El equipo A, y algo parecido puede decirse de Richard Hatch y Herb Jefferson. Pero no puede decirse lo mismo de Jane Seymour, que estaba absolutamente arrebatadora, en la cúspide de su atractivo físico, pero cuya interpretación tenía momentos involuntariamente hilarantes. Véase:
https://www.youtube.com/watch?v=pgQLzYxmFRI&t=1m05s
El argumento de Saga of a Star World era una extraña mezcolanza entre las ideas del creador del universo Galactica, Glen A. Larson, y la necesidad impuesta por ABC de copiar cosas de La guerra de las galaxias. Las ideas de Larson dominaban la primera mitad y mejor del largometraje, mientras que las derivaciones menos originales dominaban la segunda mitad. El planteamiento describía una humanidad que habitaba doce planetas —las «doce colonias»— en algún rincón ignoto del espacio, y que mostraba obvias conexiones culturales con griegos, egipcios, mayas, y demás civilizaciones terrestres. La Tierra es para ellos un planeta legendario cuya ubicación exacta han olvidado. Esta humanidad sostiene una guerra milenaria contra unos robots creados por una especie alienígena, los cylons (o, como los llamábamos aquí, los «cylones»). Tras haber exterminado a sus creadores, los cylones estaban empeñados en masacrar también a los humanos. Al empezar Saga of a Star World, sin embargo, los belicosos robots ofrecen un alto el fuego. Los humanos reciben la noticia con sorpresa, pero deciden creer que es cierta. Obviamente se trata de una trampa: mientras los humanos bajan la guardia para celebrar la paz, los cylones atacan por sorpresa y arrasan las doce colonias. Los pocos miles de humanos que sobreviven se embarca en doscientas veinte naves y parten en búsqueda del decimotercer planeta humano descrito por la mitología, la Tierra. Sueñan con encontrarlo y establecer allí un nuevo hogar donde empezar desde cero. Esa flota estará protegida por la única nave de guerra que no ha sido destruida por los cylones: la «estrella de combate» Galactica.
Un muy buen punto de partida argumental. Pero Saga of a Star World tiene un problema: empieza por todo lo alto y va decayendo hacia el final. Me explico: una película, en la mayoría de los casos, suele constar de tres actos. El primer acto presenta a los personajes y el contexto; el segundo acto desarrolla el conflicto principal y suele situar a los personajes en aprietos que habrán de resolverse, para bien o para mal, en el tercer acto. Pues bien, Saga of a Star World presentaba lo peor del conflicto nada más arrancar; iba directa a la yugular desde el acto inicial, pero eso funcionaba bien. La primera mitad de la película describe la derrota total de los humanos frente a los cylones y muestra un desastre detrás de otro: se trata básicamente de la narración de un holocausto. Esa primera mitad es, con mucho, lo mejor del telefilm. En la segunda mitad, sin embargo, se reducía incomprensiblemente la perspectiva para mostrar una aventura ambientada en un planeta-casino. Ese repentino cambio, como digo, se debía a las ansias de copiar ideas de La guerra de las galaxias, aunque también recordaba bastante a algunos episodios de la antigua Star Trek. Así pues, Saga of a Star World empezaba con un tono grandilocuente y trágico, para ir perdiendo gravedad conforme pasaban los minutos.
Con todo, impresiona la extraordinaria calidad de los efectos visuales. Aparte de los actores y actrices, el auténtico fichaje estelar estaba detrás de las cámaras: John Dysktra, que acababa obtener un Óscar por los revolucionarios efectos de La guerra de las galaxias. Las maquetas de las naves espaciales tenían diseños fabulosos y estaban cuidadas al mínimo detalle; podía percibirse que en ellas había trabajado John Dykstra. También los decorados que representaban el interior de las naves eran espectaculares, sobre todo el puente de mando de la nave Galactica, repleto de computadoras que no eran simuladas, sino que funcionaban de verdad y mostraban imágenes en sus monitores; en los años setenta, este detalle requería de un equipo de ingenieros especializados encargados de programar y mantener esas computadoras durante el rodaje. Nunca antes se habían usado tantos ordenadores en la ambientación de una película, ni siquiera en una superproducción de Hollywood. Tal hazaña fue posible porque el encargado de diseñar los decorados convenció a la empresa tecnológica Tektronix para que, a cambio de una amplia publicidad, donase equipos informáticos por un valor de tres millones de dólares. Teniendo en cuenta que el presupuesto total del telefilme era de ocho millones, vemos que la donación tuvo una enorme importancia en el resultado final.
En lo visual, pues, los resultados fueron increíbles porque en televisión nunca se había visto ciencia ficción con ese nivel de producción. Sin embargo, el telefilm recibió muy malas críticas. Casi todos los comentaristas señalaron la obvia, y en algunos momentos excesiva, imitación de elementos de La guerra de las galaxias. En este sentido, la puya más dolorosa llegó por parte de Isaac Asimov, quien había elogiado la película de George Lucas, pero desdeñó Saga of a Star World como una copia innecesaria; además, refiriéndose a la segunda mitad del telefilme, Asimov comentó que «la ciencia ficción es algo más que un wéstern ambientado en el espacio». Las malas críticas no fueron el único problema. El estudio 20th Century Fox, propietario de La guerra de las galaxias, presentó una demanda judicial por plagio contra Universal Studios, responsable de Saga of a Star World. Los abogados de Universal se defendieron señalando lo obvio: que también La guerra de las galaxias había copiado ideas de obras ajenas como los antiguos seriales de Buck Rogers o la película Silent Running. La demanda por plagio fue desestimada en principio, aunque revivida tras varias apelaciones, y finalmente resuelta con un acuerdo extrajudicial. Por su parte, George Lucas también amenazó con demandar a su antiguo empleado John Dykstra por haber usado equipamiento que pertenecía a Industrial Light and Magic, la empresa que Lucas había creado para desarrollar los efectos especiales de La guerra de las galaxias. La cosa no llegó a los tribunales; Dykstra cedió para evitar vérselas con George Lucas, cuyo poder financiero e influencia en la industria se estaba multiplicando mes tras mes.
Las malas reseñas y el desdén generalizado entre los críticos no impidieron que Saga of a Star World fuese un gran éxito de audiencia. Esto, paradójicamente, jugó en contra del futuro de la franquicia. En vez de mantener el plan inicial de estrenar varios largometrajes que sirvieran para ir presentando el mundo de la futura serie, la cadena ABC sucumbió a las prisas por aprovechar el éxito, ordenando rodar la serie de inmediato. Esas prisas tuvieron varias consecuencias. La primera, que el astuto creador de la serie, Glen A. Larson, consiguió asegurarse un millón de dólares por cada futuro episodio emitido. Esto también era algo nunca visto en la industria televisiva y suponía un tremendo sobrecoste, pero la ABC, convencida de haber dado con la gallina de los huevos de oro (¡Una Star Wars episódica, nada menos!), planeaba recaudar mucho más con publicidad, reposiciones, y la explotación de la marca. Otra consecuencia fue que la primera y única temporada de Battlestar Galactica fue escrita de manera apresurada. Tenía sus buenos momentos, pero eran sobre todo los episodios dobles cuyos guiones provenían de los telefilmes planeados y nunca rodados. En el resto abundaban los capítulos de relleno. La ABC subestimó al público juvenil, pensando que las navecitas y el nivel de los efectos bastarían para mantener su interés. No sucedió.
Tampoco ayudó el que la cadena rival CBS contraprogramase con su comedia estelar All in the family, con el objetivo de que en los hogares, donde aún era habitual que hubiese un único televisor, los adultos sintonizasen la comedia e impidiesen que los más jóvenes pudiesen ver Battlestar Galactica. La serie fue perdiendo audiencia. De haber sido más barata, podría haber sobrevivido, pero su costosísima producción convenció a la ABC de que no merecía la pena intentar salvarla. Fue cancelada después de veintiún episodios. Ahí no terminaron los problemas. La comercialización de juguetes basados en Battlestar Galactica fue un caos. Los juguetes disparaban proyectiles de plástico que simulaban rayos láser y algunas voces, encabezadas por el astuto George Lucas, señalaron su peligrosidad. Lucas se curaba en salud, tratando de evitar que prensa y público asociaran sus lucrativos juguetes de Star Wars con los muy parecidos, pero más peligrosos, juguetes de Galactica. La realidad le terminó dando la razón a Lucas: un niño pequeño murió asfixiado cuando un proyectil se quedó atrancado en su laringe, y a otro niño hubo que extirparle un proyectil del pulmón.
Así, entre unas cosas y otras, el más ambicioso proyecto en la historia de la televisión terminó provocando un maremágnum de procesos legales, amenazas y tragedias. Con todo, la serie había reunido a un núcleo pequeño pero fiel de seguidores. Al igual que ha sucedido hace poco con The Expanse, esos seguidores iniciaron una campaña para reclamar que el proyecto fuese revivido, y lo consiguieron. El resultado fue el estreno de otra serie, Galactica 1980, pero la magia ya no estaba ahí. Tampoco estaba el antiguo reparto. Repetían Lorne Greene, que interpretaba al comandante Adama, y Herb Jefferson, que encarnaba al piloto Boomer. Pero los demás rostros reconocibles se habían esfumado. Básicamente, Galactica no era Galactica sin personajes como Apollo, Sheba, Athena o Starbuck (quien solamente aparecía en un episodio a modo de cameo sorpresa) y el público no mostró interés. La serie fue cancelada a mitad de temporada, cuando solo se habían emitido diez episodios.
Dos series consecutivas canceladas en sus primeras temporadas no auguraban un futuro para la franquicia, y pasaron dos décadas sin que ese universo fuese revivido en la pantalla. Pero las reposiciones funcionaban razonablemente bien entre el público infantil y adolescente, lo cual llevó a varios intentos de poner en marcha una nueva serie. El creador del universo Galactica, Glen A. Larson, deseaba sacar adelante un largometraje pensado para las salas de cine, pero no encontró financiación. El actor Richard Hatch, que había interpretado al capitán Apollo, protagonista nominal de la serie original, se involucró muy en serio con la franquicia y escribió varias novelas ambientadas en ese mundo. En 1999, Hatch llegó a pagar de su bolsillo el rodaje de Battlestar Galactica: The Second Coming, episodio piloto para una posible nueva serie. El proyecto pasó por algunas manos pero al final tampoco salió adelante.
Otro interesado fue el productor Tom DeSanto, célebre por haberse hecho cargo de una propiedad intelectual barata, los X-Men, y haberla convertido en un rentable éxito. Buscando repetir la jugada, DeSanto se fijó en la marca Battlestar Galactica, devaluada por el generalizado desinterés, y planeó crear una serie que sería dirigida por —¡los dioses de Kobol nos libren!— Bryan Singer. El proyecto de DeSanto estaba a punto de arrancar cuando fue aparcado tras producirse los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001; se vio de mal gusto rodar una serie que empezaba con un terrible ataque sobre ciudades humanas. No me alegro de aquellos trágicos y terribles atentados, desde luego, pero el que Bryan Singer no echase las zarpas sobre Battlestar Galactica puede y debe ser considerado como un giro positivo del destino. Además, ese abortado proyecto de DeSanto fue el que sirvió de base para que Battlestar Galactica fuese resucitada de manera definitiva por SciFi Channel. Ahora el proyecto estaría en manos del showrunner Ron D. Moore y del productor ejecutivo David Eick. Ambos acertaron en mantener muchas de las ideas de DeSanto. Por ejemplo, la idea de que existía una clase especial de cylones que poseían un cuerpo orgánico y que eran, en lo fundamental, androides provistos de una psicología cuasi humana.
La serie original de Battlestar Galactica, como decía, no dejó una huella como producción de prestigio, pero estaba en la memoria de muchos espectadores. A mí, insisto, me encantó cuando la vi siendo un escolar. Casi todo en ella (exceptuando al niño y al perro-chimpancé-robot) me parecía fascinante: desde las naves espaciales y los cylones hasta el carismático dúo formado por Apollo y Starbuck. Por entonces no veía los defectos del programa y solamente me fijaba en sus facetas molonas, que eran muchas. Además, había en la historia una sensación de peligro muy atractiva para un espectador infantil, con esa idea de que los pocos humanos supervivientes huían constantemente mientras los tenebrosos cylones se empeñaban sin descanso en intentar exterminarlos. Pero con los años me sucedió con Battlestar Galactica lo que a casi todos sus antiguos espectadores: la recordé como algo entrañable que conservar como recuerdo nostálgico, y que mejor no someter a un segundo visionado. Hoy lo mantengo: es mejor recordarla con cariño que ponerse a verla de nuevo, aunque admito que me ha impresionado lo fantástico que era el diseño del aspecto visual, así como lo tenebroso de la primera mitad del largometraje piloto.
La verdad es que, puesta en el contexto de su época, Battlestar Galactica no era tan mala. Eso sí, fallaba a la hora de sacarle partido a algunas de las francamente interesantes premisas de las que partía. La visión original de Glen A. Larson era, por cierto, una indisimulada traslación a la pantalla de la mitología religiosa de los mormones. Larson era un devoto miembro de —a ver si lo digo bien— la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y Battlestar Galactica estaba repleta, pero repleta, de referencias mormonas y bíblicas. Hablamos de decenas y decenas de referencias religiosas. La mayoría de ellas son demasiado rebuscadas o puntuales como para que las pueda captar el espectador medio (y no digamos un espectador infantil), pero ahí están, diseminadas en cada rincón de ese universo. Nunca me ha molestado ese detalle, quizá porque nunca tuve la más mínima sensación de que la serie estuviese intentando adoctrinarme. La mitología religiosa me parecía uno de tantos detalles extravagantes propios de una serie de ciencia ficción hecha en los alocados años setenta. Lo que no sospeché es que toda la mitología que en la serie original formaba parte del armazón iba a ser reutilizada por una nueva versión donde se rompían las fronteras entre la ciencia ficción y la fantasía profética.
La nueva Battlestar Galactica tomó los nombres, situaciones, contextos y elementos básicos de la serie original. En lo estructural, la adaptación de 2004 es más o menos fiel si miramos solamente las premisas iniciales de 1978, incluyendo el hecho de empezar con un largometraje piloto —aunque dividido en dos partes y considerado por tanto una «miniserie»— que narraba el exterminio de la civilización humana por parte de los cylones. Un gran acierto de la nueva versión fue empezar con esa miniserie de dos partes que recuperaba el tono siniestro que había predominado en la primera mitad de Saga of a Star World. Si han visto esa miniserie, que por cierto es imprescindible antes de empezar con la primera temporada propiamente dicha, recordarán que en los primeros minutos sucede, como de manera casual, algo bastante retorcido (spoiler: ¡muy retorcido!) que anuncia que no nos encontramos ante un programa para todos los públicos. La nueva Battlestar Galactica incidía todavía más en la noción de que la historia narraba literalmente un holocausto y que, por lo tanto, la aventura ligera al estilo Star Wars ya no tenía sitio. Otro concepto que la serie original no había terminado de explotar y que aquí sí era tratado con más peso era el de que los humanos supervivientes no solo se enfrentaban al enemigo exterior, sino a sus propias miserias. Los cincuenta mil humanos supervivientes repartidos en la flota que huye de los cylones conforman una representación en miniatura de nuestra propia sociedad, con todo lo bueno y, sobre todo, lo malo.
Los cylones, que ya no son solamente robots sino también androides idénticos a los humanos, son capaces de albergar un complejo yo y sentimientos propios, lo cual elevó el conflicto original «humanos buenos contra cylones malos» a un choque de civilizaciones repleto de matices. En este sentido juega también la idea de que los cylones ya no han sido creados por alienígenas extintos, sino que son un producto de la propia humanidad. Se han rebelado y han intentado exterminar a los humanos, pero sienten una extraña veneración hacia sus creadores y algunos de ellos se ven metidos en un complicado laberinto freudiano inspirado, según Moore, en Blade Runner. La mitología mormona del original fue reconvertida en otra religión estructurada que tiene una gran importancia dentro del universo de la serie, pues es compartida por cylones y humanos. En el aspecto negativo, la deriva mitológica podía descolocar (y descolocó) a un sector de espectadores que confiaba en que se mantuviese el tono político-militar de la primera temporada. En sus dos primeras temporadas, Battlestar Galactica tiene tres temas principales: el precio de la supervivencia, la identidad, y el delicado equilibrio entre democracia y autoritarismo. Este equilibro se produce entre el comandante Adama, un hombre noble pero impulsivo, cuadriculado y con una clara tendencia al nepotismo, y la presidente Roslin, una mujer también noble pero implacable, insidiosa y propensa al mesianismo. A partir de la tercera temporada, ese contexto político empieza a ser devorado por la mitología.
Otro problema es que el mencionado carácter episódico, el que una temporada coincidiese con una huelga de guionistas, y el que no hubiese un plan exhaustivo de hacia dónde avanzar provocaron vaivenes tanto de temática como de calidad. Se nota menos en el primer visionado que en posteriores, pero por ejemplo el tramo final de la segunda temporada contiene algunos episodios que realmente están lejos del nivel de la primera. Además, por lo que parece, desde los despachos de SciFi Channel se intentó cortar la creciente influencia de los arcos dramáticos de larga duración y esto dejó su impronta en varios momentos. La serie también adolecía de una pobre construcción del mundo en que transcurría la historia, estando más centrada en los dilemas morales y vaivenes emocionales de los personajes principales. En muchos aspectos, las primeras temporadas de Battlestar Galactica hubiese funcionado bien si las primeras temporadas hubiesen estado ambientadas en una flota de barcos durante la Segunda Guerra Mundial, y las siguientes en algún mundo de fantasía medieval, lo cual dice bastante sobre la poca influencia que el trasfondo tiene sobre los hilos argumentales. En el primer visionado quizá no tanto, pero después se echa de menos algo más de elemento «documental». Como decía antes, Battlestar Galactica no es perfecta y, dependiendo de quién la vea, unas temporadas son más efectivas que otras. Pero la serie compensa esos vaivenes con su intensidad. Es una serie muy, muy intensa. Es verdad que las sensaciones pueden variar mucho de un capítulo al siguiente, pero cuando da en la diana es difícil no sentirse apabullado por la pasión con la que está escrita.
El punto fuerte de la serie, con todo, son las interpretaciones. Por supuesto, el diseño de producción es muy bueno y la ambientación muy lograda; cuando nos muestran la flota podemos llegar a creer que estamos paseando por las estancias de la nave Galactica. Pero son los intérpretes quienes cargan con el mayor peso sobre los hombros y en este aspecto prácticamente no hay puntos flojos. De hecho, el proceso de casting fue muy selectivo, con una competitividad casi propia de disciplina olímpica. Antes de terminar el guion de la miniserie-piloto, Ron Moore solamente tenía decidido un rostro: la actriz Mary McDonnell como Laura Roslin, presidente de los humanos supervivientes. De hecho, Moore escribió las escenas de Roslin imaginando cómo reaccionaría McDonnell, inspirándose en el trabajo que la actriz había hecho en la película Donnie Darko.
Después, ya con el guion escrito, Moore y Eick deseaban que Edward James Olmos interpretase a Bill Adama, el severo comandante de la nave Galactica; en parte ser debía a la participación de Olmos en Blade Runner, y en parte a que Olmos era uno de los actores más respetados de la televisión. El actor, sin embargo, no sentía ningún interés por volver a participar en un proyecto de ciencia ficción y cuando el guion del piloto llegó a su casa ni siquiera se molestó en abrirlo. Fueron sus familiares quienes lo leyeron e insistieron para que le diese una oportunidad. Olmos lo leyó; impresionado por los temas de la miniserie, decidió reunirse con los creadores de la nueva serie y lo que habían planeado para la primera temporada terminó de convencerlo. Olmos aceptó interpretar al comandante Adama porque Battlestar Galactica se centraba en el drama humano. Su única condición previa fue que no aparecieran alienígenas ni bichos estúpidos, amenazando con dejar la serie si eso ocurría.
McDonell y Olmos formaban una poderosa pareja interpretativa, pero no se quedaban atrás algunos de los fichajes para encarnar a otros personajes. En especial Katee Sackhoff en el papel de la intrépida piloto Starbuck. Al principio, cuando supe que iban a convertir en mujer al personaje que originalmente había interpretado Dirk Benedict, no conseguí entender la jugada. Era, en cierto modo, como si convirtiesen en mujer a Han Solo; una decisión que no parecía tener mucho sentido. Pero la nueva serie iba a tener un tono completamente distinto a la original y, aunque la nueva Starbuck compartía algunas características superficiales del personaje original, tenía un trasfondo completamente distinto. Bajo su carácter desordenado y su afición a fumar puros, la nueva Starbuck era una mujer traumatizada por una infancia de abandono y abusos, que desarrollaba una fuerte dependencia emocional hacia el comandante Adama, a quien veía como la figura paternal y protectora de la que había carecido en su infancia. Por un lado, Starbuck era una intrépida piloto; cualquier gesto de desaprobación de Adama, sin embargo, la transformaba en una niña huérfana. Katee Sackhoff estuvo tan, tan bien en ese papel, que cualquier escepticismo previo quedó hecho añicos. En especial, su química con Edward James Olmos era fantástica, las tormentosas dinámicas entre ella y el hombre al que le gustaría ver como su padre funcionaban a la perfección.
Esta transformación de los personajes originales en psicologías más profundas y complejas se repitió con el personaje del conde Baltar (doctor Gaius Baltar en la versión moderna), que quizá es el que tiene un arco dramático más sorprendente y complejo. En 1978, Baltar había sido el traidor que, esperando convertirse en un dictador títere de los cylones, les ayudaba a atacar a la humanidad por sorpresa. El conde Baltar fue brillantemente encarnado por John Colicos, hasta el punto de que se eliminó del metraje la secuencia en que los cylones decidían ejecutarlo. El nuevo Gaius Baltar era más poliédrico: también permitía el ataque de los cylones, pero no en un acto de traición, sino sucumbiendo a una espía cylon por culpa de su carácter mujeriego. En adelante, la culpa y el instinto de supervivencia se pelean constantemente en su cabeza, y Baltar es una combinación de neurosis, arrebatos visionarios y un constante estado de nerviosismo extremo que lo convierten en un personaje realmente interesante. Lo mejor son los ligeros toques de humor que, magníficamente ejecutados, introduce en el personaje el actor británico James Callis.
La evolución de Baltar a lo largo de la serie es digna de contemplar: siempre parece a punto de sufrir una crisis esquizoide, atormentado por su extraña conexión telepática con la espía cylon que propició el holocausto. Esa conexión telepática propicia grandes momentos en los que Baltar ve y oye a la cylon, pero los demás humanos presentes no. Personalmente, me hubiese gustado que la serie explorase más las habilidades cómicas de Callis quien, cuando se lo propone, e incluso en mitad de secuencias muy dramáticas, consigue resultar hilarante sin el menor esfuerzo. También es digna de elogio Tricia Helfer, que encarna a la espía cylon; su poderosa presencia y la facilidad con la que encarna a versiones distintas de la misma mujer cylon que son físicamente idénticas pero difieren en personalidad, convierten sus escenas, y en particular sus escenas con Baltar, en todo un espectáculo. En general, los elogios pueden extenderse a todo el resto del reparto principal y a los secundarios. Incluyendo, por cierto, a Richard Hatch, el Apollo de la serie original, que aquí aparece encarnando a un terrorista. En realidad, los puntos fuertes de la serie —como las interpretaciones— son tan fuertes que realmente permiten ver la serie más de una vez incluso sabiendo de sus altibajos o de las líneas argumentales menos preferidas de cada cual.
Ahora, por lo que parece, el creador de Mr. Robot Sam Esmail va a poner en marcha una nueva serie, aunque insistiendo en que no es una nueva versión de la misma historia, sino una expansión ambientada en ese mismo universo. No quiero que la nostalgia me haga ser escéptico de nuevo, pero, siendo sincero, ahora mismo asocio el mundo de Battlestar Galactica con Edward James Olmos, Katte Sackhoff, Mary McDonell, James Callis, Tricia Helfer y demás. Estoy dispuesto a que me sorprendan y supongo que ayudará el que los personajes y argumentos sean otros, pero ya veremos. Si sale mal, siempre podremos volver al momento en que los cylones bombardean Caprica mientras la Galactica ha sido convertida en un museo orbital, que es donde empezó de verdad la ciencia ficción televisiva del siglo XXI.
Mil aplausos. Genial artículo. La serie no merece menos. De hecho me parece tan genial que hasta esos altibajos de trama que comentas, me parecen excepcionales en el sentido de que hacen la serie más aventurera y menos pesada que si no los hubiese.
He de decir que la he visto unas10 veces así que mi opinión está un pelín sesgada por mi propia obsesión.
Un saludo, y mil gracias de nuevo por darme motivos para verla una vez más.
¡jajajajajaja!
Gran articulo, como todos los del mismo autor. Yo vi Galactica 1978 y la disfrute de crio, pero no tuve muchas ganas de retomarla. Sin embargo, medio por empezar el piloto y me quede totalmente enganchado. La mini serie con la que empieza es brutal desde el minuto 1.
Mi unico problema con Battlestar Galactica es que se me hizo demasiado larga. Son 75 episodios (mas o menos) y a veces se pasaba de metafisica o le daba demasiadas vueltas a las historias de amor entre los protagonistas.
Pero en general una serie magnifica, de lo mejor que he visto de ciencia ficcion, y que si la hubiesen dejado en 40-45 episodios hubiese sido una obra maestra sin ningun pero.
Lo siento, pero no puedo compartir el entusiasmo por esta serie. La premisa es buena, la escenificación es buena… pero el argumento, los personajes y los diálogos son de segunda división. Tiene el mayor defecto que se puede tener: ser seria sin ser remotamente creíble. Es 100% seria; jamás había visto una serie tan seria, no me viene a la memoria un solo momento cómico. No es creíble, porque está trufada de inconsecuencias de principio a fin. Los personajes son niños malcriados que solamente piensan en salirse con la suya por la fuerza. Ya desde la primera escena de la miniserie: Starbuck golpea en la cara al coronel, y no pasa nada. ¿Saben ustedes lo que pasa en cualquier ejército cuando se agrede a un superior públicamente? En la última temporada dejan cojo a un personaje y ni se abre expediente informativo, etcétera. Y luego soportar todos esos diálogos que sabemos que no significan nada, desde el rollo patatero sobre «Dios» hasta las discusiones internas de los cilones. Las afirmaciones rotundas que se hacen en un episodio se olvidan en cuanto empieza el siguiente. Los malos diálogos hacen malos a los actores: ni siquiera McDonnell y Olmos consiguen brillar. Su novedad estuvo en formar parte de una nueva ola de series de género fantástico orientadas a los adultos, donde los niños nunca eran protagonistas o si alguna vez lo eran su papel era el de víctimas. Pero su falta de coherencia y continuidad internas la sitúan como una serie del siglo XX. Un retroceso, no un avance.
Bueno Ignacio, estoy totalmente de acuerdo aunque yo seguí viendo muchos episodios después del primero solo para ver que ha cía esa rubia cañón, a ver si se le veía algo al agacharse o así. Pero me cansé de esperar en vano y como la serie era y es una mierda, tal cual tú has dicho, pues me abrí y hasta ahora.
«La mitología mormona del original fue reconvertida en otra religión estructurada que tiene una gran importancia dentro del universo de la serie, pues es compartida por cylones y humanos.»
Me sorprende esto porque si no recuerdo mal, precisamente parte de la tensión entre humanos y cylones viene de que los segundos adoptan una religión monoteísta frente a la politeísta de los humanos.
Es la serie de mi vida, la que más me ha marcado y la que más quiero. Adoro todos los personajes, sus interacciones, la interpretación de los actores y actrices, las tramas, el concepto religioso para mi es lo que le da una dimensión aún más profunda. Los dilemas humanos, la democracia, el ejército, la ética, la desesperación. Todo en ella me parece incomparable. BSG creó una familia de fans absolutamente fieles y creo que se debe a la intensidad emocional del conjunto de la sèrie. Mi sèrie.
PD: mi gata se llama Caprica, con eso lo digo todo.
Mariona.
¡Jajajajajaja!
En general es buena, aunque cae el lo imverosimil!
En general aceptable, aunque despues cae en lo inverosimil!
Total coincidencia. Es una serie que disfruto mucho de ver y rever. Pero parecía que sólo a mi me había pegado tanto.
Me olvidaba de la música. Toda su banda sonora es tan bella como poderosa y es parte esencial de la experiencia BSG.
Admito que me hace gracia que la mayoría de las críticas a BSG suelan ser sobre su poca verosimilitud… Y a esos mismos se les llena la boca con la «verosimilitud» de Breaking Bad con el fulminato de mercurio, por ejemplo.
Es cierto que las discusiones filosófico-religiosas pueden cansar pero a cambio, se tratan de forma impecable temas como el determinismo social (o por qué solo los hijos de pilotos serán pilotos), la ocupación militar (Nueva Cáprica), terrorismo/antiterrorismo, etc. Y además tiene uno de los mejores capítulos de acción jamás rodados, Exodus part 2.
Y desde luego estoy de acuerdo en que es una serie de primera, ampliamente despreciada por el hecho de tener naves espaciales.
Una gran serie que vimos y disfrutamos en su momento y que ahora hemos revisionado con nuestro hijo de 15 años, le ha encantado y nosotros la hemos disfrutado muchísimo. Ahora hemos empezado con Lost, a ver si esta segunda vez nos gusta tanto como la primera
Varias temporadas para saber quienes pueden ser los infiltrados y luego el guionista se saca de la manga que son esos personajes porque no se acuerdan de que eran los infiltrados. Vamos, que si ese día se hubiera levantado con el otro pie los infiltrados podrían haber sido cualquier combinación al azar de personajes. TACHHAAAN. 3 temporadas para la mayor estafa narrativa que recuerde. Bochornoso.
Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (N°608)
Lo siento por los mitómanos pero la serie no pasa de mediocre, y si no ha tenido presencia ni trascendencia es ni más ni menos por eso.
Comenzó prometiendo mucho, y terminó como un culebrón estelar.
Me hacen mucha gracia los que deleitan en criticar, atacar y desacreditar esta serie punto por punto, sin siquiera poner un ejemplo de lo que considerarían correcto. Ya bien porque ese idílico plano no existe, o por temor a que alguien destroce su serie favorita devolviéndole sus propios argumentos
Gran artículo Emilio, si señor. Bien documentado, muchas curiosidades… Ya me gustaría leer noticias en el periódico con este nivel de redacción.?
Me hacen mucha gracia los que se deleitan en criticar, atacar y desacreditar esta serie punto por punto, sin siquiera poner un ejemplo de lo que considerarían correcto. Ya bien porque ese idílico plano no existe, o por temor a que alguien destroce su ficción favorita devolviéndole sus propios argumentos ?
Pingback: Exploración eneagramática de la psicología de los protagonistas de Battlestar Galáctica - Jot Down Cultural Magazine