Ninguna persona, creyente o atea, duda de que los hechos que dieron origen a la religión cristiana, así como el relato sobre la vida de Jesucristo, están contenidos en la Biblia. No obstante, lo cierto es que el cristianismo se ha caracterizado desde sus orígenes por la gran variedad de relatos e incluso contradicciones que conforman su cultura popular. Si hay unos documentos que podrían jugar un papel relevante en este sentido, son los conocidos como apócrifos. Reciben este nombre por no haber sido incluidos entre los textos canónicos aceptados por la Iglesia; no en vano, el término «apócrifo» deriva de un verbo griego que significa «ocultar».
Mucho antes de la existencia de Jesús de Nazaret ya se habían escrito textos alternativos que explicaban el origen de la religión cristiana. Se calcula que existen más de sesenta relatos apócrifos que podrían haberse incluido en el Antiguo Testamento. Dichos textos tienen una naturaleza muy variada: amplían los hechos contados en el Génesis, cómo fue la vida de Adán y Eva tras la creación, incluyen diferentes versiones del apocalipsis, e incluso algunos son calificados como testamentos, ya que versan sobre la vida de personajes como Moisés o Adán.
Uno de los más destacados es el referido por Burton L. Mack en su obra El evangelio perdido, al que llama Documento Q. Está formado por una serie de dichos formulados por Jesús que ya utilizaban sus seguidores mucho antes de que se redactara el Nuevo Testamento, y en los que se retrata una figura muy diferente de la que se nos ha transmitido en los textos más actuales.
Por su parte, para conocer la vida de Jesucristo, solemos acudir a los evangelios del Nuevo Testamento, pero durante las últimas décadas se han descubierto numerosos textos que podrían identificarse como apócrifos neotestamentarios, ya que no han sido incluidos por la institución eclesiástica en la versión oficial de los hechos.
El mayor descubrimiento de este tipo tuvo lugar hace no tanto, en 1945. En la ciudad egipcia de Nag Hammadi se descubrieron una serie de textos de diferente naturaleza que añadían datos y hechos y versionaban otros muchos de los considerados oficiales, además de mostrar a un Jesucristo mucho más gnóstico y espiritual.
Uno de los que suscitan más curiosidad es el conocido como Evangelio de Felipe, que incluye una serie de dichos de Jesús, como parábolas o profecías. Este evangelio es conocido por la especial relación que sugiere entre Jesús y María Magdalena, a quien siempre se ha conocido como una simple discípula del Mesías. Se trata de la primera fuente que retrata una relación mucho más íntima entre ambos personajes. El texto describe a María Magdalena como la «compañera» de Jesucristo, palabra que, en lengua copta, podría abarcar desde una unión amorosa y sexual hasta una discípula con mucha cercanía.
Pero esta no es la única historia del Evangelio de Felipe que difiere de la versión oficial de la Iglesia. Otro de los giros de guion tiene que ver, nada más y nada menos, con la propia muerte y resurrección de Jesús. Y es que, literalmente, explica que «los que dicen que el Señor primero murió y resucitó, se engañan; pues primero resucitó y luego murió. Si uno no consigue primero la resurrección, no morirá». Este casi trabalenguas nos da a entender que Jesucristo entró en un bucle de muertes y resurrecciones imposible de ordenar.
Estos textos apócrifos aporten detalles sobre aspectos tan relevantes para la cultura cristiana como los Reyes Magos. La realidad es que en los evangelios del Nuevo Testamento prácticamente ni se les menciona, sino que es en los apócrifos donde se les pone un nombre a cada uno y se detalla cuáles fueron los regalos que llevaron a Belén. Una de las historias más rocambolescas la encontramos en el Evangelio Árabe de la Infancia, donde se cuenta que, en agradecimiento por la visita, María entregó a los Reyes un pañal recién usado por el niño. Tras arrojarlo al fuego y observar cómo no ardía por el elemento sagrado, los Reyes lo recuperaron y se lo colocaron en la cabeza en señal de adoración. Un episodio nada desdeñable y digno de contar a todos los niños la noche del 5 de enero.
Por su parte, los hechos de Tomás, también descubiertos en Nag Hammadi, fueron escritos en torno al siglo III. Tomás se presenta en dicho texto como un homólogo de Jesús (su nombre significa «gemelo» en arameo). Lo que se deduce es que la infancia de Tomás que se relata en este texto es realmente la infancia de Jesús, época de su vida que prácticamente no aparece en los textos canónicos. Según cuenta, ya desde muy pequeño, Jesús iba realizando milagros allá donde fuese, de la talla de resucitar a un amigo que se había precipitado desde un tejado, y de «devolver» su pie a un chico al que se lo habían cortado. En el Evangelio Árabe de la infancia de Jesús, de estilo similar, se explica cómo el niño consigue que una joven muda comience a hablar, y hasta expulsa a los demonios de varias personas poseídas, entre ellas, ni más ni menos que Judas Iscariote. Pero, al parecer, no todo eran buenos actos para el joven Jesús, ya que dicho escrito se refiere también a un niño que utiliza su poder para hacer travesuras, como teñir del mismo color todas las prendas de una tintorería.
Otro de los descubrimientos que más controversia ha suscitado ocurrió en 1978 cuando se encontró el Evangelio de Judas, de autor desconocido y escrito en torno al siglo II d. C. Su objeto se describe en el primer párrafo del texto: «Crónica secreta de la revelación hecha por Jesús en conversación con Judas Iscariote durante ocho días en el tercer día antes de celebrar la Pascua».
En dicha conversación, Jesús confiesa a Judas que es su discípulo predilecto, ya que es el único capaz de comprender las revelaciones sobre el mundo superior y el destino de los seres humanos. Pero lo que más difiere de la versión oficial de la Iglesia es que es el propio Jesús quien ordena a Judas que le traicione para que se cumpla la tarea que el Mesías tiene en la tierra. Por tanto, en este Evangelio, vemos a un Jesucristo muy alejado de la tradición cristiana, mientras que Judas Iscariote se convierte en una figura heroica, capaz de desatar los hechos que darán lugar a la salvación del mundo que conocemos.
También resulta de gran interés el vacío que existe en la narración oficial sobre lo que ocurrió entre la muerte y la posterior resurrección de Jesucristo. Es en el Evangelio de Nicodemo donde se narra el descenso del Mesías a los infiernos, episodio en el que llega a enfrentarse a Satanás y libera a figuras muy relevantes de la Biblia como Adán, Moisés o Isaías.
La importancia de todos estos hallazgos radica en que, si algo tienen en común, es la sugerencia de una figura de Jesucristo bastante diferente de la que nos cuentan los textos oficiales. De hecho, el historiador Antonio Piñero, en su obra La Biblia rechazada por la Iglesia, considera que «la cultura popular religiosa cristiana está casi tan moldeada por la literatura apócrifa como por la canónica», en el sentido de que los textos alternativos sirven para complementar el relato de los hechos que dieron origen a la religión cristiana que hoy conocemos.
El interés por los relatos apócrifos ha continuado vigente muchos años después de su descubrimiento. Entre otros, el mundo de la cultura se ha hecho eco de varias formas de la existencia e importancia de dichos textos. Claro ejemplo es la serie 30 monedas, dirigida por Álex de la Iglesia, en la cual se menciona la existencia del Evangelio de Judas, que cambia por completo la narrativa del episodio de la traición a Jesucristo. Por su parte, con un matiz mucho más reivindicativo y feminista, la periodista Cristina Fallarás acaba de publicar El evangelio según María Magdalena, libro en el que pone voz a esta figura recurrentemente olvidada por el discurso heteropatriarcal del cristianismo.
Lo cierto es que nunca ha quedado claro qué hay detrás del interés de la Iglesia por hacer oficiales una serie de relatos y dejar fuera de la norma a otros. No obstante, el hecho de que no sean los oficiales no debe restar importancia a la hora de considerar a los textos apócrifos a la hora de complementar y añadir nuevas visiones acerca de los orígenes del cristianismo y la vida de Jesús.
Referencias
Jones, O. (25 de Marzo de 2016). ¿Qué nos dicen los evangelios perdidos sobre el verdadero Jesús?
Mack, B. (1993). El Evangelio perdido. El documento Q. Martínez Roca.
National Geographic. (2006). El Evangelio de Judas. National Geographic.
National Geographic. (9 de Abril de 2019). Evangelios apócrifos, la otra vida de Jesucristo.
Piñero, A. (2008). La Biblia rechazada por la Iglesia. Esquilo.
Grave error en el artículo. Los evangelios canónicos NO fueron escritos por cuatro de los doce apóstoles. Nadie, ni siquiera la iglesia, afirma eso.
Muy bien apuntado.
¿En qué lugar del artículo se recoge la afirmación que usted ha trasladado en su comentario en forma de negación? Yo no he creído leer en ningún lado que los evangelios canónicos son obra de los apóstoles. Pero puedo estar equivocado.
Ya no lo pone. Han editado el artículo y han retirado la frase. Cosa que me parece estupenda porque era información incorrecta. Pero hubiera sido de agradecer que hubieran dejado en algún sitio un comentario reconociendo el error.
De todos los párrafos, el que más me ha hecho reír ha sido el penúltimo.
Es que realmente el penúltimo párrafo es todo el artículo. No hay más.
Falta el enfoque homosexual, identitario y pro-palestino.
Ya encontrarán el evangelio adecuado.
(Perdí verdadero interés en el artículo leyendo el penúltimo párrafo)
Por si acaso, me explico: ningún teólogo escriturista, o más bien, ningún especialista en el estudio de la Biblia toma en consideración los escritos llamados apócrifos para sustentar mediante ellos al cristianismo. Sus contenidos son claramente producto de la imaginación de quien o quienes los escribieron. Reformular en base a ellos viene a ser, en mi opinión, algo parecido a las revisiones de la historia de España promovidas por los historiadores catalanes cuando afirman que Cervantes , Teresa de Jesús, Colón ..etc. eran catalanes.
Ya los libros canónicos encierran tantas oscuridades que aumentarlas con cuentos sería estúpido.
Otra cosa es que merezcan esos libros ser estudiados a fondo porque no dejan de ser producto de la cultura de un determinado tiempo histórico.
Lástima de tinta y esfuerzo gastados durante siglos para escribir acerca de una estupidez. Los señores no andan sobre el agua, amigos, deberían saberlo a su edad, es una gilipollez; y partiendo de una gilipollez, solo pueden escribirse más gilipolleces.
Si no fuera que el cristianismo plasmó, para bien o para mal nuestro modo de ser occidentales no le prestaría la menor atención a cualquier escrito que tratara de aumentar o disminuir su realidad en la Historía, disciplina que narra lo real pero inevitablemente introduce lo fantástico. Es todo tan oscuro que a menudo pienso que Jesucristo no existió, pero ahí está Flavio José con sus «Guerras Judias» y su «Historia sobre el pueblo hebreo». En el primero ni una palabra sobre el Nazareno aun siendo casi contemporáneos, pero sí la existencia de Poncio Pilatos documentada fidedignamente en otros documentos. En el otro libro sobre el pueblo hebreo hay un pasaje que se refiere a Jesucristo como un hombre excepcional, pero sospechoso en su construcción literaria, ya que da toda la impresión de que esas pocas líneas hayan sido incorporadas al texto original tiempo después. Es poco creíble que un evento de tal magnitud (para nosotros,por supuesto, los contemporáneos) merezca tan pocas palabras cuando el autor no ahorra descripciones sobre otros sacerdotes conflictivos con respecto al poder religioso instituido. También hay que considerar que, habiendo sido Flavio Jose un sacerdote aristocrático es plausible su imparcialidad, ya que JC predicaba entre los pobres y los últimos. Gracias por la lectura.
Exactamente por eso es la religión verdadera. Si algo en la historia tenía todas y absolutamente todas las papeletas para ser como mucho una nota marginal de una línea era la peripecia de un predicador itinerante pacifico (no un guerrillero de los que proliferaban en la epoca) crucificado en la Jerusalén del siglo I, cuyos discípulos se cagaron de miedo y se hubieran disuelto si no hubiera sucedido algo que les rompió los esquemas y que se los rompió a la historia humana.
Lo queramos o no la pervivencia del Cristianismo -dos mil años despues, hoy domingo millones de personas sensatas nos arrodillamos en la Misa ante ese crucificado- requiere mas elementos que la mera critica histórica para comprenderlo.
¿El cristianismo es la religión verdadera porque ha sobrevivido 2.000 años y no es una nota a pie de página? ¿Y entonces el hinduismo que tiene 4.000 años más o el budismo que tiene 6 siglos más, qué son? ¿Y el judaísmo del cuál desciende el cristianismo? Son todas pseudo religiones, porque la verdadera es la Cristiana. Claro.
El porcentaje de sensatos entre lo que se arrodillan los domingos, para lo que sea, es el mismo que el que existe entre los que no nos arrodillamos.
Por lo demás la calidad del artículo, comparada con la serie que sobre el mismo tema publicó E.J. Rodríguez en esta revista, es ínfima. Indigna de Jot Down.
Parece ser que ha quedado ya suficientemente probada la tesis de la invención del cristianismo por el encargo de Constantino a Eusebio de Cesarea y Lactancio sobre el año 330 de nuestra era.
Véase «303;inventan el Cristianismo» de Fernando Conde Torres.
“Los textos que reformulan la historia del cristianismo” … titular pretencioso donde los haya.
Está de moda confundir opiniones personales con argumentos.
Por lo demás, “callao está dicho”
El Evangelio de Felipe:
El escrito de Nag Hammadi (NHC II 51,29-86,19) lleva al final como título “Evangelio según Felipe”, aunque en realidad ni es un evangelio -no es narración de la vida de Jesús-, ni el texto del mismo se presenta como de Felipe. Ese título es una añadidura posterior a su redacción original, hecha probablemente en griego hacia el s. III, sobre la base de que a ese apóstol se atribuye el dicho de que José el Carpintero hizo la cruz de los árboles que él mismo había plantado.
«… por eso es la religión verdadera…» No me queda otra que recurrir a Javier Maria y al título de su libro, «Asi comienza lo malo». La Fe es un ámbito, una dimensión personal íntima y necesaria que va respetada porque hay otros aun más numerosos que nosotros y que también dicen lo mismo de la religión que profesan. No creo que mi paisano Francisco haya ido a Irak a decirle eso al jefe espiritual de los chiitas.
Dentro de eso tan indefinido llamado «el mundo de la cultura», seleccionar a la Fallarás resulta un poco…. ejem… ¿sonrojante?
En primer lugar, como siempre que se habla de religión, hay que dejar sentado que las religiones se basan en la Fe, y ésta por definición no necesita prueba, pues quien la tiene cree porque quiere creer. Por ello mismo, no puede atacarse desde un punto de vista científico, ya que Ciencia y Religión – aún cuando tratan ambas de explicar el Cosmos- no se basan en los mismos presupuestos.
Con una probabilidad rayana a la certeza, existió Jesús. Y con la misma probabilidad, no era como nos lo han pintado (cosa queles h ocurrido a la práctica totalidad de los personajes históricos desde César a Churchill, pasando por Atila o Chinguis Jan).
Bajo un punto de vista escéptico, no entiendo porqué hay que darle más valor a los Evangelios Canónicos que a los Apócrifos, sobre todo conociendo como se «decidió» cuáles eran unod u otros, los siglos que pasaron entre la muerte de Jesús y la «publicación» de esos Evangelios, el expurgo al que fueron sometidos para que mostraran un mínimo de coherencia, etc.
Respeto a los creyentes; es más, ojalá las enseñanzas contenidas en esos Evangelios fueran practicadas comúnmente hoy en día, pero de ahí a dar por sentada la veracidad 100% de los mismos…
De lo del heteropatriarcado, mejor no hablamos.