Sociedad

El stoner, de jazzman a fumeta y de colgado a respetable millennial

stone
The Big Lebowski. Imagen: Working Title Films.

Fumeta, porrero, colgado, hay varias palabras que podrían traducir «stoner» en nuestra lengua, pero ninguna se adapta completamente al término inglés. Tal vez porque no hemos modernizado aún nuestra idea de este arquetipo, que en la cultura pop de hoy se parece más a Elon Musk que a Bob Marley. El stoner se ha construido social y culturalmente asociándolo no solo con actitudes y comportamientos sino con una serie de símbolos. Con el porro, peta o petardo como más antiguo, la pipa de agua como transición hacia la modernidad, y el vaporizador como su elemento más moderno. 

Nacidos al calor del jazz

Los músicos de jazz de los años veinte fueron los primeros stoner, y Louis Amstrong el primero de ellos. En los felices veinte dedicó el tema «Muggles», marihuana, al elogio de esta sustancia. Según sus propias palabras, «la apreciábamos porque volvía simpático a tu interlocutor, especialmente si se encendía un buen palo de esa mandanga». Su propia madre se la había recomendado, «fúmate uno de estos a diario, mueve un poco tu culo, haz gárgaras, y tendrás una salud de hierro». No es que el propietario de la voz negra más rota de la historia creciera en un entorno yonqui. Sino que la resina de cannabis se vendía en las farmacias como complemento medicinal de maravillosas propiedades, capaz de curar el cólera o la gripe desde un siglo antes. Así que su consumo generalizado en los locales de jazz de Nueva Orleans y Nueva York no era sino una manifestación más de  una juventud con nuevas preferencias. En el estilo de vestir, en la música, en su actitud vital y expectativas, distintas a las de sus padres. Liaban hierba en vez de tabaco. 

Stoner y rebelde juvenil nacieron por tanto como términos sinónimos, y así se mantuvieron hasta la ilegalización. Cada época los vistió con su propia estética, trajes y zapatos brillantes para los músicos de jazz que acudían a tocar en locales como el Cotton Club. Sin distinción de sexo, además. Ella Fitzgerald hizo su elogio a la marihuana en «When I Get Low I Get High», y su letra es una maravilla por cuanto precede a todo lo que contarán las canciones del pop y el rock en las décadas siguientes. La capacidad de las emociones despertadas por la música, el amor, la amistad, la juerga o las sustancias para elevarnos por encima de la dura realidad. Fitzgerald cuenta que ha empeñado su abrigo, que la ha abandonado su novio y amigos, que se siente sola, pero que aún le queda un dólar, ese dólar que convierte el bajón en subidón. En la misma época Cab Calloway iba aún más allá, en un delirante tema llamado «The Refeer Man», «un gato que va puesto, y te dice cosas absurdas y divertidas». Y cuyo título es un juego de palabras entre refrigerador, refeer, y reefer, porro.

La gran depresión stoner

Los jazzman y jazzwomen tomaban marihuana en los locales como alternativa estimulante y barata al alcohol, prohibido por la Ley Seca. Aunque se vendía de forma ilegal, su precio solía ser inasequible. El problema fue que hicieron la sustancia tan popular que los mismos conservadores que en aras de la religión y la moral habían prohibido la bebida se fijaron en ella. Fue entonces cuando comenzó a crearse la imagen del stoner marginal, el fumeta. 

En 1936 se estrenaba el primer largometraje propagandístico contra la marihuana, Reefer Madness, locura por porros. Lo divertido es que esta película, creada por una iglesia local como «cuéntalo a tus hijos», fue transformada por su productor para que fuera muy comercial, incluyendo secuencias de violencia y sexo no explícito. Con la excusa educacional pudo permitirse rodar el gran conjunto morboso: crímenes, violaciones, camellos induciendo al consumo, y secuencias donde el camello, actuando como buen samaritano, entrega cigarrillos liados diciendo «si quieres fumar algo bueno, prueba esto». Hoy se la considera la segunda peor película de la historia, solo por detrás de Plan 9 from Outer Space, esta sí, la peor. 

Pero su calidad no le resta un ápice al impacto que tuvo en la cultura de su tiempo, ni en su repercusión. La figura del adicto enajenado, descendiendo hacia la marginación, se conectaba con el gánster del cine negro. 

Fúmate esa, Scooby Doo. Y tú, Kerouac

Fue una sitcom estrenada en 1959, The Many Loves of Dobie Gillis, la que acabó con la imagen del consumidor criminal de marihuana e inauguró la del fumeta. Blanco y negro, chicos de instituto blancos, y un adolescente de clase media obsesionado por ligar como protagonista. Y como gran secundario su amigo Kerbs, un stoner colgado. Flacucho, luciendo perilla sin bigote, una camiseta holgada cortada por las mangas, con agujeros, y siempre con música de jazz en la cabeza, o tocándola en una trompeta imaginaria. 

No aparecían fumadores ni alusiones, pero el espectador de la época no lo necesitaba para identificar la figura del joven beatnik, seguidor del movimiento abanderado por Jack Kerouac, Allen Ginsber y William Burroughs. Para los entendidos quedaban las sutilezas literarias y para el público generalista la imagen de la generación beat. Que acabó convertida en icono perdurable cuando se creó el Shaggy Rogers de Scooby Doo, a imagen y semejanza de Kerbs. 

A finales de los sesenta los festivales al aire libre tomaron el relevo de los músicos de jazz en el consumo de marihuana, mezclándose con la espiritualidad de la generación beat y la de los hippies. La juventud tenía ahora además grupos enteros que cantaban sus alabanzas, Los Beatles, The Doors, Bob Dylan como los más destacados. A medida que sus canciones y mensaje ganaban en popularidad, lo hacía la marihuana. La encuesta de Gallup de 1973 revelaba que un doce por ciento de jóvenes la había probado. Cuatro años después era un veinticuatro. Y aunque seguía siendo ilegal ya se la calificaba de droga blanda, rechazando la imagen de criminalidad y delincuencia creada en los años treinta. 

Construyendo a El bgran Lebowski desde Silicon Valley

La película de los hermanos Cohen y su protagonista, el Nota encarnado por Jeff Bridges, será la culminación del stoner construido en los sesenta, el fumeta. Es su representación máxima y mejor definida. Dedica su vida a no hacer nada, salvo beber rusos blancos —vodkas con leche— y fumar marihuana para relajarse de sus largos períodos de vaguería. Lebowski reúne todos los tópicos acumulados de la cultura stoner, indiferencia hacia la sociedad de consumo y su cultura del esfuerzo y la competición, elogio de la maría como calmante, ropa holgada y cómoda que no se identifica con ningún estilo ni moda. La fecha de estreno, 1998, es además la de un tiempo en que los ideales hippies de cambiar el mundo mediante el amor universal y libre o con el «prohibido prohibir» ya están enterrados. El muro de Berlín lleva siete años derribado, y con él el sistema comunista. Se anuncia el fin de la historia, así que si eres un stoner nada mejor que dejarte llevar.

Con humor. Porque El gran Lebowski es la culminación de un legado humorístico, el de Kerbs, pero sobre todo el que en los ochenta plasmaron el dúo Cheech y Chong. Con una serie de gags delirantes y absurdos sobre cómo era acometer actos de la vida cotidiana cuando vas puesto. Sus largometrajes tienen nombres tan evidentes como Cómo flotas, tío, Vendemos chocolate o Seguimos fumando

La calidad es irregular, pero lo relevantes que transmitieron al gran público la idea de que los porreros eran personajes inofensivos, un poco tontos, y despreocupados en general de nada que no fuera liar unos petardos tamaño misil. Que para eso se estrenaron en plena guerra fría.

Los ochenta fueron muy productivos en el desarrollo de los jóvenes stoner con películas de serie B. La más representativa es Aquel excitante curso, donde un jovencísimo Sean Penn aparece como Spicoli, stoner adolescente, surfista y pasota. Son la alternativa del paradigma encarnado en jóvenes estudiantes, frente a los Cheech y Chong de la misma época a que estos verían como viejunos. De hecho uno de sus rasgos distinguibles es la pipa de agua en lugar del porro, y el propio Penn aparece usándola. Hubo muchas más películas como estas, y de hecho el listado con los mejores largometrajes stoner se encuentran por miles en los resultados de las búsquedas. 

El moderno Elon Musk

El año 2000 marca un antes y un después. Después de Lebowski el stoner desea rehabilitarse en la figura de aquel universitario californiano, que asistió al primer Woodstock e inventó alguna maravilla de la informática. Aires de hacker, rebeldía a lo Steve Jobs, admitiendo la vida alternativa siempre que se acompañe de un alto estilo de vida. Elon Musk es el mejor representante actual, el tío que asegura conectará nuestro cerebro directamente a los ordenadores, colonizará Marte, etc., es un defensor del consumo recreacional legal. Y va con su época, porque la legalización de la marihuana va imponiéndose en cada vez más países y estados de EE. UU.

Y así es como llegamos a Nancy Botwin. El alter ego femenino de Walter White antes de Breaking Bad. Protagonista de Weeds, serie de televisión donde la heroína es una mamá de clase media-alta que tras enviudar decide cultivar marihuana y venderla a sus acaudalados vecinos para mantener su estilo de vida. Tiene su lectura dramática, pero es definitivamente una comedia. Que además rehabilita a la stoner moderna, tan bien vestida, amable y tolerable que su condición criminal es perdonada. Vemos aparecer además los vaporizadores en varios capítulos, construyendo la imagen más moderna del stoner, la más Elon Musk, por decirlo así. Separada definitivamente de la criminalidad. Al fin y al cabo la pobre Nancy solo vende hierba porque tiene que mantener a sus hijos. Y, a diferencia de Breaking Bad, a ella no se le va ir la olla enredándose con narcos.

El siguiente gran hito del siglo XXI en la construcción del moderno stoner es Ted. En esta película de 2012 los stoner son dos, el protagonista y su osito de peluche traído a la vida por un deseo navideño. De adulto sigue viviendo con él, y se ha convertido en un muñeco salido, fumador y con pipa de agua, capaz de elogiar la hierba y compartirla con su compañero humano. Humor adulto con cosas de niños que además los seguidores del uso recreacional recomiendan como acompañamiento al vaporizador, pipa de agua o porro.

Definitivamente el stoner de nuestro tiempo no es más un marginal, ni un colgado al margen como el Nota. Al fin y al cabo la marihuana legal para uso recreativo cada vez es más común. Veremos por dónde evoluciona en el futuro.

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Un comentario

  1. Alejandro

    Muy buen articulo!

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