Los hermanos Gil absorbían tendencias y estilos musicales como esponjas, pero los canalizaban todos con dos premisas: velocidad y energía, en la línea del revival mod del 79 y el punk del 77. Un estilo, el de su grupo Brighton 64, distintivo y característico porque en la primera mitad de los ochenta no era tan habitual ejecutar así las canciones. Llegaron a tener hits en lo más alto, como «La casa de la bomba» y «El mejor cocktail», que todo amante del pop español recordará, y un disco anterior de solo ocho canciones, Haz el amor, que es una verdadera gema. Albert Gil (Barcelona, 1963) ha publicado en Las cosas por su nombre (66 rpm) una serie reflexiones y memorias sobre aquella época accidentada. Años en los que todo pudo ser, años de efusión adolescente en contraste con el paso del tiempo, la llegada de la madurez y las decepciones de un negocio que es en la actualidad, parafraseando a Luis Miguélez, mucho show pero poco business. Mascarillas en ristre, nos encontramos en Mataró.
Tu abuelo y tu padre estuvieron muy comprometidos políticamente.
Mi abuelo era murciano, vino aquí a hacer el servicio militar. Estudió y llegó a ser director de la escuela de Sallent, la escuela republicana. Conoció a mi abuela, se quedó y se integró absolutamente. Aprendió a hablar catalán en una época en la que no era tan habitual. A los murcianos que vinieron aquí y se establecieron y tuvieron descendencia con catalanes es a quienes llamaron charnegos.
Como director de la escuela le cogió la guerra civil, se metió en el ejército y acabó en el exilio. Luego estuvo en la resistencia e intentó entrar con los maquis. Estuvo bastante tiempo escondido. Todo esto son historias que te cuenta la familia, porque cuando yo era niño, de esto se hablaba muy poco. Murió cuando yo tenía nueve años. Era una persona muy afable, pero todo este periplo lo dejó castigado y murió de un ataque al corazón. Mi padre no lo conoció hasta que tuvo diez años, y en un piso clandestino. Creo que eso marcó la trayectoria de mi padre.
Desde la universidad, mi padre se convirtió en un activista. Primero en el PSUC, un partido del que dice que entró y salió por la misma razón, porque era comunista. A partir de ahí, se hizo abogado laboralista y defendió a muchos obreros y presos políticos. En mi casa siempre hubo reuniones. Cuando se salió del partido, sufrió una especie de depuración, que es lo que hacían los comunistas, purgas, y se quedó sin clientes y tuvo que empezar desde cero.
A partir de ahí, en mi casa, cuando éramos niños, siempre había reuniones de fumadores empedernidos, bebedores, gente bastante trasnochada, sobre todo habladores, pero eso nos hizo estar en contacto con personas bastante curiosas, del entorno más radical y nacionalista. Gente sobre todo muy crítica con todo lo que era la Transición y vinculada a luchas utópicas. Eso marcó nuestra forma de ser y nuestra querencia a las causas perdidas. El tema musical nos lo tomamos también como un proyecto bastante utópico. Nuestra forma de militar en el movimiento mod ha sido una evolución constante, algo que mucha gente no ha compartido.
En esa época, en vuestra casa solo sonarían cantautores…
Lluís Llach, Víctor Jara…, pero también teníamos un disco de Bob Dylan, otro de los Beatles, uno infumable de Jethro Tull, el Minstrel in the Gallery, de 1975, que para mí era lo contrario del disco de Dylan. Lo que más nos marcó fue una cosa que descubrimos mi hermano y yo, creo que por la radio, que era la relación de acordes del blues y el rock & roll. Las pentatónicas, esos tres acordes que hacen que el rock & roll sea el rock & roll. Sobre todo, Chuck Berry. Eso y ver la tele, Musical Express, esos programas seminales que hacía Ángel Casas, que mezclaban blues y pop.
Todo esto hasta que descubrimos por accidente a nuestro grupo de referencia, los Who, por una película, Los chicos están bien, que la vimos por casualidad en el cine Maldà y salimos de ahí entregados a la causa. Fue una epifanía acojonante. Nos pusimos a tirar del hilo a raíz de lo que habíamos visto, pero encontrar sus discos era imposible. En aquella España, Discos Castelló, por ejemplo, estaba en una portería. Tú no podías ver las portadas, pedías lo que querías y te lo sacaban. A veces, lo tenías que dejar encargado.
¿Cómo pasasteis de escuchar a tocar?
Conocí a Jordi Fontich, el actual teclista de Brighton 64, en el colegio, con quince años, y el tío tocaba como Jerry Lee [Lewis]. Nos compramos un libro que se llamaba Rock ‘n’ Roll de John Lennon, con todas las partituras de ese disco y, sin saber leerlas, nos poníamos a cantar en casa «Be-Bop-A-Lula» y cosas de esas con un piano desafinado. Ahí empezó todo, con estos descubrimientos.
Antes no era como ahora. Si te hablaban de un grupo, o leías sobre alguno en la revista Star, por ejemplo, tenías que hacer una investigación, no tenías Google. Si veías una mención a los Jam, te ibas a Discos Castelló, pedías que te dieran lo que tuviesen, con el problema de que te sacaban el Setting Sons, que era el cuarto, y ese ya era más complicado. Cuando por fin tenías los primeros —In the City o This Is the Modern World—, veías que eran otra cosa.
Luego los Jam mencionaban a los Who, e ibas a por los Who. En los Who encontrabas una versión de «Heatwave». ¿Qué era eso? Soul. Ibas a por soul. En el Quadrophenia, la última cara es música de baile, lo ibas relacionando todo y así te enterabas de algo. Aunque nosotros éramos en realidad herederos del movimiento punk. El revival mod del 79 viene del punk y suena a punk, que a la vez tiene mucho que ver con el garage y los inicios de los Who.
Salimos en un momento en el que no hicimos más que apuntarnos a una moda. Era como ahora el trap, que es la música de actualidad. Los discos de los Jam entonces eran la música actual, eran contemporáneos nuestros. Así nos hemos tomado siempre nuestra militancia mod y la forma de entender la música como algo vinculado al momento. Por eso, cuando vemos que hay gente que solo está mirando al pasado, vistiéndose como lo hacían en otra época, te das cuenta de que es como estar investigando en un archivo cosas que no vas a vivir. Hay gente mod que tiene en casa desde la decoración a todos los discos, la ropa y los muebles de un año determinado. Esa no es nuestra manera de ser.
Entonces, la elección era entre ser rocker o ser punk.
En la escuela había dos facciones, que eran los Beatles y los Rolling Stones. A priori, era fácil elegir. A los Beatles los veíamos como algo muy inocente. Nos recordaban a una cosa muy catalana, que es el foc de camp, ir al monte a tocar la guitarra española. Algo que entroncaba con el folclore norteamericano, de Pete Seeger y todo eso, que estaba muy bien, pero… Hay una esencia del catalán muy foc de camp, absolutamente inofensivo, gremial, familiar, muy folclorista, de los Nois Escoltes, que son agrupaciones de excursionistas. Un punto muy naif, que se ha demostrado que existe ahora con todo esto que ha pasado, que somos de creernos muchas cosas y ponerle pocos huevos al asunto. Los Beatles entraban en ese sonido.
Los Stones, sin embargo, eran mucho más salvajes, nos interesaron más, pero al conocer a los Who vimos que ni uno ni otro, que lo que queríamos era ser diferentes, como los Who. Algo que en el fondo es también la esencia del adolescente. Separarse de la mayoría, tener una voz única. Ese es el espíritu mod, absolutamente.
«Me sentía diferente y quería ser diferente», dices en tus memorias.
Como cualquier adolescente, te sientes llamado a ser alguien, a ser especial. La diferencia es que, en el movimiento mod, tú eres un puto líder y no necesitas ser un grupo, como los rockers o los skins. Al contrario, es más selecto. Eso encajaba con nuestros gustos y ahí nos metimos. De cabeza.
Los viajes a Inglaterra ¿cómo os influyeron?
Habíamos ido mucho con nuestro tío, Salvador Giner, el hermano de mi madre, que era un sociólogo muy importante y trabajaba en Inglaterra. Visitamos Londres, Lancaster, etc. En una de las últimas, nos hicimos unas fotos en la playa de Brighton. Teníamos mi hermano y yo dieciséis y diecisiete años y ya íbamos con el traje, la diana y todo el asunto.
Comprábamos muchos discos. Recuerdo descubrir a Tubeway Army, un grupo punk y techno, el de Gary Numan. Allí podías conseguir todo lo que deseabas, tanto en discos como en ropa. Aquí me tenía que hacer estrechos los vaqueros yo, cosiéndolos. Tenías que ir a tiendas de segunda mano para conseguir un traje. Ibas vestido de mod con la ropa del abuelo. Yo tuve la suerte de tener uno, el materno, que era un dandi y tenía buen fondo de armario. Tanto mi hermano como yo hemos tirado de ese armario… no te lo puedes ni imaginar. Hay muchas fotos de Brighton 64 en las que salimos llevando ropa de mi abuelo. Trajes de tres piezas, solapa estrecha, Príncipe de Gales…
Luego empezamos a ir a conciertos. Algunos memorables, como los Clash en Brixton. Eso fue acojonante. Tocaban con Tenpole Tudor, un grupo también excelente. Fue en un gran teatro, con una chusma que no te la puedes ni imaginar, todos punks y skins, y nosotros ahí vestidos de mods. Tenpole Tudor hizo una buena actuación, pero cuando apareció Clash, nosotros salimos disparados al fondo de la sala, porque se montó un pogo… Era acojonante ver a Clash en ese momento, antes de Sandinista! Luego los vi aquí en Badalona y fue horrible. Pero en Inglaterra lo que era un lujo eran las salas pequeñas. Ahí vi a Prisoners y a todos los del revival mod del 79, los grupos que seguían la estela que había marcado The Jam, como Purple Hearts, Secret Affair…
Era una explosión de libertad estar allí. A muchos de mi generación nos pasaría igual, pero no todo el mundo podía viajar, por motivos económicos. Nosotros nos arreglábamos para conseguirlo, aunque en mi casa no se manejase mucho dinero. Un método era pedir prestado a los amigos, que te encargaban cosas de allí, y luego te gastabas el dinero y te quedabas con la deuda [risas]. Esa era una forma muy habitual de viajar [risas]. Antes era todo así. A mí, mi madre me daba doscientas pesetas cada día para que comiera en el colegio un bocadillo y yo me las guardaba, no comía, y acumulaba dinero para comprarme la guitarra. Ir al bar y no tomar nada era un arte. Beber gratis, no se sabe muy bien cómo, era constante.
Cuentas en el libro que tu padre, la primera vez que te vio vestido de mod con corbata, casi te «arranca la cabeza de una hostia».
Mi padre, por su profesión, iba vestido como un pincel, aunque nos había inculcado la rebelión. Habitualmente teníamos conversaciones sobre poner en duda el poder, el establishment, cuestionártelo todo. Por mi casa pasaba gente a la que, por ejemplo, la habían torturado en dependencias policiales. No era un adoctrinamiento, era lo que veíamos, por eso desarrollamos un espíritu crítico. Pero el día que me corté el pelo y me puse una corbata, al tío no le gustó nada. Básicamente, no le gustaba nada de lo que yo hacía.
Lo normal es que un padre se enfade si el hijo va desaliñado, pero ¿por llevar corbata?
Tienes que pensar que el ambiente a finales de los setenta y principios de los ochenta era muy de americana de pana con coderas y barbas, todo ese rollo progre. Creo que debía de pensar que encajaríamos más en una historia de estas, aunque no llevásemos barba, que en algo de smart dress, de vestir bien, sin darse cuenta de que eso era mucho más rompedor que ir con costurones, o una imagen tipo Ramones o pseudo Rolling Stones. Eso ya no tocaba: si tú eras moderno, tenías que hacer algo moderno. Tendrías que haber visto a los veinte amigos que íbamos en ese plan en Barcelona, el cante que dábamos por la calle. Gente de dieciséis o diecisiete años vestidos con traje, parcas y rompiendo papeleras y montando unos cristos acojonantes.
¿Había mucha violencia?
Mucha. Los primeros ochenta eran muy violentos. El atraco al Banco Central, el golpe de Estado en 1981, la violencia de ETA, la violencia policial, la represión que seguía habiendo y las peleas de bandas. Cada fin de semana tenías peleas con una banda rival, ya fuesen rockers, punks o quinquis, directamente, a los que no les gustaba que aparecieras por su barrio. Teníamos movidas en fiestas de instituto, aparecíamos y salíamos… Recuerdo huir una vez con un cristal roto que había cogido en la calle, amenazando a todos los que venían detrás para que no nos agarrasen. Cada fin de semana había hostias.
Un día, mi madre me sacó una cadena de la parca. Decidí que tenía que defenderme de algún modo, porque nosotros, encima, siempre recibíamos, porque éramos menos fuertes, y por eso empezamos a llevar armas. Cadenas y navajas. Mi madre la sacó, me preguntó qué era eso y le dije que era «para atar», así, en genérico, porque no tenía moto [risas].
Y eso que cuando salimos nosotros no había skin heads. Había dos, Fray, de Decibelios, que era un poco ambiguo y que intentó nadar entre dos aguas y se ahogó con la barca, y el otro era Quique Gallart, que luego montó Skatalà y que era un antifascista de la hostia. Estos fueron los dos primeros que yo vi en Barcelona. Luego empezaron a proliferar otros vinculados a las Brigadas Blanquiazules del Espanyol y luego aparecieron las del Barça, que eran igual de fascistas. Fue todo muy complicado, aunque nosotros, cuando tuvimos cierta repercusión, pasamos a ser personajes y dejamos de ser mods. Es decir, éramos músicos reconocidos.
Recuerdo una vez… Un skin head muy gracioso, porque era de extrema derecha, pero de origen marroquí, que ahora tiene una empresa de seguridad —la historia esta siempre acaba igual—. Me encontré con él en el mercado de San Antonio y empezó a vacilarme, pero no me tocó, porque ya era de los Brighton. Ser conocido te salvaba en algún momento, aunque en otros podía ser al contrario.
Es que antes la violencia estaba en todos los estratos de la sociedad. ¡La gente pegaba a sus hijos! En mi caso, solo me dieron una torta cuando me vieron de mod, pero en otras casas… Ahora la violencia ya es verbal, o a través de las redes, pero antes era más física, aunque nunca haya desaparecido.
Todo el mundo escribía mal el nombre del grupo.
Fue una de las peores decisiones que tomamos. Estaba muy vinculado a Quadrophenia, pero fue un corsé, porque nos obligaba a seguir militando en muchas cosas y a ser representantes de algo que, cuando fueron pasando los años, nos sentíamos ya muy alejados. A nosotros nos apasionaba la música en general, no solo el mod. Aunque como etiqueta es muy amplio, cabe el jazz, el soul, el R&B, el ska… Pero nos gustaban también Dylan, Neil Young, música en catalán, como Sisa, que era nuestro dios. Al final, con los años, ese nombre fue una rémora. Evocaba una mirada al pasado que nunca tuvimos, sobre todo porque nunca fuimos lo suficientemente buenos para ser sixties. Intentábamos tocar los Kinks y sonaba como Pretenders. Nos costó asumir que teníamos una personalidad propia y que le gustaba a la gente.
¡Pero si en eso consiste el éxito en este negocio!
Fue todo muy rápido. En 1981 montamos el grupo y en 1982 ya estábamos de gira con una legión de seguidores que venían a vernos a cada concierto. Con el tiempo, lo que hemos visto es que hicimos un relato con las letras muy auténtico, tal vez naif, pero reflejamos cosas que nos pasaban en lo personal y en nuestro entorno, en nuestra ciudad, con un posicionamiento reivindicativo, tal vez no político, pero sí vital. Eso está desde Barcelona blues, que habla de peleas, de bares a los que solíamos ir, con las máquinas del millón, bares de negros, que ahora serían «hombres de color»…
Una Barcelona que ya no existe.
No existe en absoluto. Era completamente diferente, no había turistas. En esa época, veías un extranjero y te deshacías por él, le querías enseñar todo, y ahora lo ves y quieres huir. Los extranjeros eran los marineros americanos de las bases, que estaban en el barrio chino, que se llamaba así, y no el Raval. La Plaza Real era de tierra, podías entrar, pero no sabías si ibas a salir vivo. Era todo muy peligroso, pero muy auténtico. En la adolescencia, nos parecía todo una aventura acojonante.
A finales de los ochenta, con lo del 92, ya se puede dar por enterrada una Barcelona de la que ahora solo quedan residuos. Desapareció una forma de ser, un cosmopolitismo que no había tanto en Madrid. Barcelona era una ciudad provinciana, pero abierta de miras. Y con muchos contrastes. Era capaz de integrar al Gato Pérez, que vino de Argentina y triunfó tocando rumba catalana hasta convertirse en un símbolo. Teníamos un mono blanco [risas]. Era una ciudad cojonuda. También teníamos mucho interés por la cultura en un Estado en el que la cultura ha sido el hazmerreír desde hace siglos. Maltratada, ignorada… incluso hoy. La consideración del artista es lamentable. En Francia, con tener un grupo, tienes un subsidio. Aquí, eres el último mono. No tienes nada. No sé cómo van a sobrevivir muchos con el parón que ha habido y lo que viene.
Háblame del bar Boira.
Estaba en una zona pija de Barcelona, al lado de la Diagonal. Era donde se reunían los mods al inicio de los ochenta. Mi hermano y yo, que al principio íbamos por libre, un día nos encontramos por la calle, así de repente, a un grupo de mods, gente que vestía como nosotros. Alucinamos. Nos dijeron que paraban en ese bar y ahí fuimos la semana siguiente, vestidos con nuestras mejores galas.
Era un bar de rock & roll, donde se escuchaba Talking Heads y cosas de esas, new wave, lo típico a principios de los ochenta. Acababa de salir One Step Beyond… de Madness, estaban las referencias de sello 2 Tone, los Specials… Y cuando nos pinchaban estas canciones de ska nos poníamos a bailar como locos. Ahí descubrimos las anfetas, el sexo y tantas otras cosas.
Empezasteis a actuar ahí.
Llegamos allí como clientes y, está mal que lo diga, pero éramos muy atractivos. Todos con dieciocho años, con esas pintas perfectas. Mi amigo Ringo Julián, que luego fue un pintor pop; músicos que luego formaron Negativos, Felipe de Los Fresones Rebeldes; mucha gente que luego fueron grandes y entonces tenían unos looks increíbles. Eso servía de imán para mucha gente, y para bandas rivales también.
Cuando salió el grupo vieron que si nos programaban iba a ser un éxito y así fue. Tocábamos cada dos meses tres o cuatro días seguidos. La gente se subía encima de las mesas, era un ambiente muy chulo hasta que tuvimos que dejar de tocar porque nos echaron del bar. El sitio era una ratonera y venían darnos palizas. Nos daban unas hostias… Y acabó siendo cada noche lo mismo. Tuvimos que cambiar de sitio de reunión.
Hay un vídeo en YouTube en el que sale Ignacio Julià presentando el grupo como la otra cara de Loquillo en Barcelona.
Es muy curioso que te presente Ignacio Julià cuando tanto él como Jaime Gonzalo nos despreciaban absolutamente. La crítica en los ochenta nos recibió muy mal, nos acusaba de pijos, de niños de papá, de ñoños, cuando éramos lo contrario. Era un tipo de crítica que venía de la escena de finales de los setenta, de esos mundos vinculados con la heroína, y nos ponían a bajar de un burro. Una vez, a raíz de una crítica, fuimos con un saco de bombas fétidas a reventarles una fiesta, porque nos despreciaban absolutamente. A Ignacio, supongo que en la televisión le debieron preguntar y contestó.
Nosotros fuimos muy amigos de Los Rebeldes y, en principio, admiradores de Loquillo y Los Intocables. Conocimos a Sabino Méndez y a Caníbal porque se juntaban en un bar de nuestra calle. Yo admiraba a Sabino como compositor y, si alguna cosa he querido yo, aparte de ser Pete Townshend, era componer como Sabino. Escribir una canción como «Rock & Roll Star».
La verdad es que los primeros Brighton y el Sabino de «Barcelona ciudad» están muy cercanos, no diría que pertenecen a mundos diferentes.
«Barcelona ciudad» de Loquillo es posterior a «Barcelona Blues». La nuestra es un retrato de nuestra ciudad, también lo es la suya, pero cuando tienes más repercusión se conoce más. Años después, «Mediterráneo», de Los Rebeldes, que también fue posterior a «La casa de la bomba» nuestra, triunfó y tenía el mismo concepto de canción, la misma armonía… y el mismo productor. Es curioso. Si Brighton 64 ha tenido algo es adelantarse un poco en el tiempo a cosas que se entendieron mejor en boca de otros, pero vamos, no pasa nada.
¿Tienes contacto con Sabino?
Lo tuve cuando le saqué un disco en Al·leluia Records, en los noventa. Ahora no mucho. No me interesan mucho sus ideas políticas, por decirlo de forma suave.
Es tu némesis.
Y me interesa mucho menos la postura de Loquillo a lo largo de los años. Puedo decir que fui muy fan suyo y ahora soy lo contrario.
Tuviste vetada la entrada a los conciertos de Loquillo.
Por comentarios. Uno se domestica con el tiempo, pero yo era muy salvaje. Hice cosas que ahora no haría nunca. Con Loquillo, cuando conocí más cosas de él, me decepcionó. Yo era muy fan, pero cuando conocí a la persona, no me gustó que fuese alguien capaz de un día decir una cosa y al día siguiente la contraria. Además, creo que se ha apuntado a causas políticas con vistas a consolidarse como artista y yo, personalmente, no lo haría nunca. Yo siempre me he apuntado a causas sin ningún futuro, en contra de mí mismo. Y sigo haciéndolo.
Hay épocas en las que va de cantautor, sin ser ni cantante ni autor. Me parece bastante cómico. Creo que lo que vale de él es una postura, la que arranca del punk. El no tener muchas cualidades, pero tener cosas que decir. Es un espíritu que se parece mucho a Brighton, pero hay mucha gente en la que el personaje se come a la persona. Todos interpretamos personajes, pero yo ahora no podría ser el de 1981, y hay gente que no puede escapar de su personaje, que está constantemente metida, que se despierta y dice: «Tengo que ejercer de…», puntos suspensivos. Hay muchos.
¿Burning fue una influencia?
Tenían temazos increíbles. Tocamos en Figueras con ellos, pero nuestros espejos eran Nacha Pop y Pistones, que eran la new wave en España. Fuimos seguidores de ambos, pero para nosotros Nacha Pop eran inalcanzables. En Pistones nos inspiramos más y nos fijamos en cómo tocaban para hacerlo como ellos.
En Madrid fuisteis bien recibidos.
Nada más montar el grupo nos fuimos a Madrid porque habíamos oído que había un grupo que se llamaba Los Elegantes y una escena muy potente, lo que entonces se traducía en treinta o cuarenta personas. Nos metimos unos cuantos en un tren para investigarlo y llegamos a un bar que se llamaba Quadrophenia. De repente, vimos a un tío con una pinta familiar, echamos a correr hacia él y el tío salió huyendo. Madrid era igual de violenta que Barcelona. Le tuvimos que explicar que no pasaba nada, que solo queríamos preguntar, y resultó que era el hermano del bajista de Elegantes.
Fue muy bonito el encuentro, existía una solidaridad. Cuando nos metimos en esto, ser mod era una misión para nosotros. Me imagino a los misioneros cuando iban a América a difundir la verdad. Nosotros nos sentíamos igual en el movimiento mod. Estábamos convencidos de que era nuestra misión.
Aquella noche dormimos en el trastero de la casa de los padres de uno que conocimos. Cosas que ya no pasan. Las relaciones que hicimos fueron muy buenas para la escena estatal. De esos primeros contactos salió la gente que montó Sex Museum, los hermanos Pardo, unos tipos excelentes. Recuerdo especialmente las visitas a Rock-Ola, y ver en la puerta a uno de los hermanos Urquijo con una chapa de los Jam. Te dabas cuenta de que no eras el único, que tenías el disco de Los Secretos y ese tío llevaba la chapa de los Jam, ¡todo encajaba! Era muy bonito.
¿Cómo eran las giras por aquella España?
España es un país que es muchas cosas, pero básicamente es una tierra sembrada para el movimiento rocker. Botas camperas, caballos, horizontes lejanos, graneros… [risas]. De esto había mucho y nos encontramos mucho durante muchos años. Nosotros éramos lo contrario, la urbe, e íbamos a tocar a sitios donde no encajábamos ni con calzador. Pero era un país mucho más libre del que había sido antes y del que hay ahora.
Siempre se habla de un vacío de poder esos años.
Eso fue mucho más potente entre 1977 y 1979. Sin Franco, y antes de la democracia, era la anarquía absoluta. La gente que lo vivió —nosotros éramos niños— lo recuerda como una época de libertades sexuales, de drogadicción absoluta, de un vacío de poder que fue el paraíso, pero luego empezó a ordenarse todo de nuevo.
Nosotros éramos la generación del baby boom; había adolescentes a patadas y todos con ganas de divertirse. Donde fueras a tocar tenías a doscientas, trescientas personas. La participación era bastante más multitudinaria que ahora. Hubo falta de medios, pero es que la gente tenía que aprender la profesión. No había mánagers, no había técnicos de sonido para tocar delante de mil personas, no había productores de rock. Hasta finales de los ochenta, todo fue sobre la marcha. Teníamos que ir por libre a estudios donde nos despreciaban, donde te miraban mal. Nosotros grabamos Haz el amor con un tal Moreno al que le parecíamos unos niñatos que no sabíamos tocar, pensaba que éramos malísimos. Por enchufar el reverb nos cobraban un plus.
Era curioso, porque leías entrevistas a Los Sirex, que eran menores que yo ahora, y decían que en los sesenta sí que era difícil irse a tocar. No había carreteras, ni autopistas. Yo les leía y pensaba: «qué pintoresco», pero es ahora cuando ha sido acojonante el cambio. Luego, cómo conducíamos… Una vez, tocábamos en Granada, tendríamos veintidós años, y solo recuerdo que no tenía carné y que teníamos que volver porque había un concierto en Barcelona. El grupo estaba borracho, se caían, el road manager no se tenía en pie, no podía conducir nadie. Y entonces me puse yo, me monté en la furgoneta, y fui por unas carreteras… Ahora hay una autovía de Granada a Valencia. Entonces era una carretera llena de camiones y yo iba muy colocado. Cuando llegué a Valencia, donde empezaba la autopista, me dormía, y ya les dije que me relevaran. Pues esa fue la primera vez que cogí un coche en la vida y lo llevé hasta Valencia. Era tal la locura… Eran tiempos muy salvajes. Ahora no se me ocurriría conducir bebido, me parece una barbaridad; entonces era habitual. Tanto, que casi se llevaba por bandera, y así se dejó la vida tanta gente en las carreteras.
Luego nuestra furgoneta salvó vidas, años después, por raro que parezca. Tocando con Matamala, a finales de los noventa, teníamos una furgoneta Vanette que no llegaba a los ochenta por hora en las cuestas. Se la vendimos a un marroquí que la reparó para venderla. Se la colocó a unos africanos que se la iban a llevar, creo que a Kenia, y la tenía en la calle para que vinieran a recogerla. Pues le cayó una anciana encima. Una mujer que se había tirado o caído por la ventana, algo que aparentemente era un suicidio, y le salvó la vida caer encima de la furgoneta, por la amortiguación.
En Barcelona blues, que tiene una producción muy cruda, una influencia barcelonesa que veo es que los punteos me suenan parecidos a los de La Banda Trapera del Río, a los del Tío Modes.
Modes era un gran guitarrista. Al salir el disco, Robert Grima, de Live Nation, fue el primer comprador de Barcelona blues. Cuando lo pusimos, yo pensé que se había equivocado de revoluciones en el tocadiscos, fui a cambiarlas y no, estaba correcto. La grabación había sido una locura. Por inexperiencia, por ganas de ir rápido, al final se terminó grabando a mucha más velocidad de como la tocábamos habitualmente. La producción la hizo José Luis Pérez, que era el guitarrista de Los Rápidos, otro de nuestros referentes, pero en un estudio sin medios.
Pues el disco tiene sus toques casi Stooges.
Eso lo puedes decir ahora, pero a mí se me caía la cara de vergüenza. No me podía creer que hubiésemos hecho un disco tan malo. Luego te vas reconciliando, pero entonces creí que ya no dábamos para más. Ahora veo que el oficio ya está ahí, en las letras, en la forma de componer. Me encanta una frase que escribí con diecisiete años: «Dos días de fiesta, cinco son para morir». Pero el sonido crudo no lo buscamos, es que no dábamos para más. Igual a los Stooges les pasó lo mismo, que tampoco daban para más cuando grabaron [risas]. Al final, creo que hicimos uno de los primeros discos de garage, género en el que nunca nos han metido.
La primera portada la hizo Manolo García.
Horrible. Manolo García vino a vernos al local y nos dijo que mejor esperáramos dos o tres años porque vio que, tocar, no tocábamos nada. Para nosotros era como un dios, pero dijimos: «¿Esperar tres años?». Y respondimos que no, que teníamos que tocar ya. La discográfica nos propuso que Manolo hiciera la portada e hizo una sesión de fotos en la que detrás salía la carabela de Colón, una réplica que había en Capitanía, en el puerto. Y luego las coloreó al estilo de Ouka Leele, con anilinas. Nos pareció horrible, yo cuando vi aquello me quería morir. Queríamos algo mod, militante, y esos rosas y azules… Encima, le dije al tío de la discográfica, que lo aprecio mucho, pero entonces lo quería matar: «¿No te parece que hay demasiado margen como para que la foto sea tan pequeña?». Y me contestó: «Es que así es más barato el fotolito».
Lo más gracioso es que, antes, en uno de esos viajes a Madrid, me había entrevistado con Servando Carballar, de DRO, que me dijo que no me podía grabar hasta seis meses después. Me pareció muchísimo. Volví a Barcelona y me metí con Ernest Casals, del sello Flor y Nata, que había sacado a Telegrama, y me dijo que me lo hacía en tres meses. Firmamos y luego se convirtieron en nueve. En fin… Los inicios fueron un cúmulo de malas decisiones.
Con DRO pudo haber sido muy distinto.
Se hubiese consolidado un inicio mucho más potente, habríamos salido desde Madrid, que entonces era desde donde se manejaba todo. Nuestra carrera hubiese sido muy diferente, pero no éramos adivinos.
Una decisión acertada, según leo en tus memorias, fue no aceptar un pico de caballo.
Absolutamente. En esa época era muy bestia. No estaba a nuestro alcance, porque éramos muy jóvenes y teníamos muy pocos recursos, pero la gente del negocio de la música estaba muy relacionada con este mundo. Lo llevaban a gala, además, era lo más cool. Sus referentes eran Lou Reed o Keith Richards, que para nosotros eran lo peor.
En una reunión que tuve, en una casa con niños por ahí correteando, un ejecutivo me ofreció una aguja que tenía ya preparada. A mí siempre me ha gustado probarlo todo, pero aquello no iba conmigo. El tío me animó, me dijo que estaba muy bien, pero no. Luego vi cómo se fue contaminando mi entorno con eso y fue un desastre, hubo mucha gente enganchada. También es una elección de vida y hay gente que no da más de sí. No obstante, con otro tipo de sustancias hicimos uso y abuso, aunque nunca nos afectó al devenir del grupo. Una cosa de la que estoy muy orgulloso es de que nunca he tenido el teléfono de un camello, que es difícil.
¿Qué pasó con Ordovás, que casi te vas de la radio porque te preguntó por las peleas de los mods y los rockers?
Era una pregunta un poco sobre el folclore, sobre lo pintoresco, y me ofendió. Yo tenía muchos arranques impulsivos, pero como costaba mucho llegar a Prado del Rey, me dejé de historias y contesté brevemente a esa pregunta. Aunque Ordovás tenía toda la razón, porque un grupo con un nombre como Brighton 64 tenía que responder a una pregunta tan estúpida como esta. Además, Ordovás siempre nos siguió. Cuando nos echaron de la EMI, investigó hasta encontrar nuestro teléfono para hablar con nosotros. De hecho, su libro sobre la Movida lo presentamos en Barcelona ¡Loquillo y yo! Creo que fue la última vez que le di la mano.
Salisteis a Francia e Italia.
Tocamos con un grupo que se llamaba Small World, de la segunda oleada de revival mod. Era una concentración de mods italianos. Conocimos a Eddie Piller, que fue un grande dentro del movimiento y de la música inglesa. Dinamizó la escena mod durante muchos años en Inglaterra, fue mánager de Prisoners, donde estaba James Taylor, que hizo un grupo de jazz, con el que montó Acid Jazz Records, un sello de música soul y de baile muy potente que dura hasta hoy, un poco en la línea del mod abierto de miras.
Salir fue una experiencia muy buena, aunque tuvimos un accidente con un Volvo, que lo empotramos contra el Coliseo, porque uno iba fumando puros y nos dio tos. Actualmente no se puede circular por esa zona. Luego en Lyon tocábamos el día que el Barça jugaba la final de la Copa de Europa contra el Steaua de Bucarest. Nos pusieron una televisión mientras tocábamos, contemplamos cómo perdía el Barça en directo y, claro, nadie entendía por qué estábamos tan tristes. Fueron experiencias bastante curiosas.
Haz el amor lo pagasteis vosotros.
Ese disco lo pagó mi abuela. La tuvimos que convencer. Era una persona que entraba en el baño y no daba la luz para no gastar, que compraba cosas de dudosa calidad para no gastar, pero en tu cumpleaños te daba un sobre lleno de dinero. Cuando me lo daba, yo decía siempre: «Qué bien, ya puedo comprar drogas» para escandalizarla. Era una persona muy tacaña, pero consigo misma. Tenía sus ahorrillos y nos dejó el dinero para grabar.
Tino Peralbo, un nuevo batería, nos cambió el sonido completamente. Pasamos a sonar más modernos, más contundentes y cuadrados. Fue una experiencia muy chula. Vino gente de Negativos, de Nervios Rotos, grupos afines. Lo hicimos sin productor, fue un poco triste, pero ahora lo escucho y tiene canciones muy buenas.
A mí es lo que más me gusta vuestro.
Tiene una canción que le tengo mucho cariño, «Hablando solo».
La de la mili.
Sí. Y está «La próxima vez», que habla de tortura policial. Era una chica que conocíamos que la torturaron en comisaría, un caso que defendió mi padre. Estaba también «Conflicto con tu ayer»…
La mejor que tenéis, para mi gusto.
Y «Fotos del ayer», que era de Negativos. La del título, «Haz el amor», era un R&B de Rufus Thomas adaptado, que quedó ochentero al máximo.
Pero ese disco, lo escucho sin leer el nombre del grupo, y no me parece mod en nada.
Es que no era mod.
Lo veo más en una línea de los Nerves, pero, en lugar de en los setenta, en los ochenta.
Sí, pero, bueno, ya me gustaría a mí haber hecho canciones como los Nerves. Lo que sí que teníamos era un toque The Cure en las guitarras.
Y Fischer-Z.
También, también.
Y esos vientos…
Queríamos hacer una mezcla de soul, modernizarlo. Conocimos a un vasco que estaba aquí medio exiliado. A Barcelona siempre han mandado a chavales descarriados para que no acabasen en la cárcel, o por droga o por política. Este tío tocaba la trompeta y conocía a otro de Donosti, que era camello de speed, que conocía a otro que era de Pamplona. Esos fueron nuestros vientos y no podían sonar más desafinados. Costó mucho que sonase bien. Aquí reivindicábamos sonidos que no eran habituales, y luego otra gente los hizo propios y triunfó con ellos, como la sección de vientos, el órgano Hammond, la Rickenbacker…
De este disco ya hice yo la portada, que estudiaba Bellas Artes. Como echar una foto buena era muy difícil, copié un cuadro de Tom Wesselmann. Salió porque teníamos relación con Los Rebeldes —compartíamos mánager, Ramón Bertrán—. Ellos acababan de pegar fuerte con Esto es rock and roll, y nos llevaron a ver a Paco Martín, que es el que luego sacó a Hombres G. Un personaje muy de los ochenta. A buen entendedor…
Ramón nos llevó y al tío no le interesaba nada el disco, pero le interesaba que Rebeldes siguiera en su discográfica, así que nos sacó el disco, pero qué disco. Los títulos estaban cambiados en la carpeta, no se correspondían con las canciones. Una desidia absoluta. Encima, Los Rebeldes cambiaron de discográfica y a nosotros nos dio puerta en el acto. Así fue nuestra experiencia en Twins. Fantástica. Le guardo mucho cariño a Paco Martín. Era todo muy decepcionante, pensaba que nunca nos iba a salir nada bien.
Pero a raíz de ese disco ficháis por EMI.
El mundo del rock entonces estaba poblado por gente muy mala e ignorante, sin estudios de nada, que manejaba muchos millones y tenía mucho poder sin tener ni puta idea de nada, pero de nada…
Ellos, tratantes de ganado, y vosotros, el género.
Bueno, Ramón Bertrán, que puso a Rebeldes arriba del todo, venía de trabajar en un mercado. Nuestro anterior mánager acabó tratando con despojos cárnicos para hacer callos. En las salas era lo mismo, el que llevaba el sonido, lo mismo. Ese era el ambiente.
Tanto mi hermano Ricardo como yo tuvimos la suerte de estudiar una carrera. Mi padre era un enamorado del arte, nos llevaba a cualquier museo, a cualquier iglesia. Teníamos un barniz cultural, sabíamos algo. Pues, por esto, Ramón un día nos dijo que había conocido a una persona que era como nosotros. Dije: «¿Qué quiere decir “como nosotros”?». Y contestó: «No, alguien que ha estudiado». Eran todos gente de la calle y a nosotros nos tenían como otra cosa por ser universitarios.
Esa otra persona con estudios era Paco Trinidad, el de Ejecutivos Agresivos. Se había puesto de productor, acababa de sacar a Hombres G y le habían dado carta blanca para hacer lo que quisiese. En EMI lo pusieron de cazatalentos, y Ramón, que vio un vínculo entre nosotros, que habíamos estudiado, le dio nuestra maqueta. Pensó: «Uno es de Madrid y los otros de Barcelona, pero se van a entender porque han estudiado» [risas].
En la campaña «Moda España» del Gobierno, un amigo que venía del negocio de la confección pilló algo y me pidió que hiciera los temas para el capítulo de Barcelona. Grabé un R&B que duraba quince minutos, y con ese dinero me hice una maqueta de ocho temas con «La casa de la bomba», «En mi ciudad», «La calle 46» y «El mejor cocktail». Eso es lo que le llevé a Paco Trinidad y dijo que había que sacarlo.
Triunfada.
No, porque en EMI, de entrada, no nos quisieron porque ya teníamos tres discos independientes. Eso era incómodo para el sello porque les parecíamos gente difícil, intratables. Nos precedía cierta fama y las multinacionales prefieren apostar por gente manipulable. Nosotros teníamos las cosas mucho más claras.
Lo primero fue que nos quisieron cambiar el nombre, cosa de la que yo estaba a favor porque no me gustaba, pero eso no lo podía consentir. En el primer encuentro con ellos ya vinieron preguntando qué nombre nos íbamos a poner. Estas eran las sorpresas que te llevabas. Cogías el bus siete horas hasta Madrid, te esperaban seiscientos kilómetros de vuelta, y lo que te decían al llegar era que te tenías que cambiar el nombre. Yo me levanté de la mesa y dejé plantada a toda la plana mayor de la EMI. Fue un desplante acojonante, pero nos fuimos a Barcelona pensando que, aunque habíamos perdido una gran oportunidad, no habíamos renunciado a ser nosotros mismos.
Paco Trinidad, sin embargo, veía muy claro que «La casa de la bomba» iba a ser un hit, y al final los convenció, no sé cómo, y se grabó. Pero el sello nos boicoteó todo lo que pudo. Hasta que no nos echaron de ahí, no descansaron.
Pero ¿por qué, si había un hit?
Teníamos que grabar un elepé y, a mitad de la grabación, dijeron que iba a ser un maxisingle de cinco temas. Fue frustración tras frustración. Pero sacaron las canciones y fue un hit inmediato. Entonces nos mandaron de vuelta al estudio de Hispavox, de cabeza. Había que volver sacar algo, aunque no tuviésemos nada.
Al llegar al estudio, había un tal Willy que lo primero que hizo fue reírse de mi hermano. Le dijo que tocaba muy mal. Entretanto, Paco Trinidad tuvo todavía más éxito con Hombres G y había montado un grupo de trabajo con músicos profesionales. En el primer disco, La casa de la bomba, habíamos tocado nosotros sonando de muerte, porque tuvimos un productor y un estudio excelentes. Pero ahora, como Paco Trinidad tenía a sus asalariados, estos tenían que tocar en todos los discos de todo el mundo. Eran Reverendo, que hacía los vientos, Ñete, batería de Nacha Pop…
Para mí tocar con Ñete era increíble, pero que tocase en sustitución de mi batería no me hacía gracia. Se ponía al lado de Tino, que era un metrónomo, para aprenderse la canción, lo que le costaba, porque no era fácil. Con el bajo pasó lo mismo. Fue horroroso. Trajimos a Harmónica Zúmel, que era una institución del blues en Barcelona, lo llevamos a Madrid y se rieron de él. Quitaron sus pistas. Era una manipulación increíble. Estábamos en manos de salvajes. Acabó muy mal, tan mal que nos echaron. Decidieron no hacer más cosas con nosotros. Encima teníamos un contrato leonino y no vimos más que ciento cincuenta mil pesetas, es lo único que ganamos en esa etapa. Un año después, se acabó el grupo.
Pero «El mejor cocktail» también pegó.
El clip ganó un premio en Vitoria, pero no quisieron y nos hundieron. Ya está.
Coger un grupo para destrozarlo. Cuesta entenderlo.
Éramos incómodos, desde el principio.
Mientras tanto, tocabais para cien mil personas en la Mercè.
No fue por nuestro poder de convocatoria, era por las fiestas, que reúnen a miles de personas. Igualmente, fue impresionante, un mar de gente. Pero fue el final. Por la inercia de La casa de la bomba seguimos tocando con el nombre de Brighton 64, hasta que, hartos de que lo escribieran mal, decidimos cambiárnoslo y de paso incorporar nuevos sonidos. Un error, porque muchos grupos que estuvieron en las mismas circunstancias que nosotros y aguantaron, luego en los noventa fueron muy, muy grandes, como Sex Museum. Si hubiésemos tenido paciencia…
Poco después, llegó el ocaso del gasto sin freno de los ayuntamientos.
Hoy se asocia más una fiesta mayor con una orquesta o una verbena. En los ochenta, sin embargo, los grupos de pop sustituyeron esa oferta musical. Te encontrabas a Los Ronaldos o a Los Rebeldes en fiestas de pueblo cobrando los cachés que tenían entonces estos grupos. Lo que ocurrió con este fenómeno fue que desapareció la iniciativa privada: las salas no podían competir ni programar estos grupos. No llegó a consolidarse el circuito de salas. Hubo un pepinazo para algunos artistas, pero fue en detrimento del futuro. Los grupos cobraban millones de pesetas por cada concierto. Cuando cambiaba el alcalde, el nuevo se gastaba más dinero todavía para hacerlo más grande que el anterior. Lo mismo que ha habido una burbuja inmobiliaria, hubo una con la música a finales de los ochenta. Reventaron el mercado. El circuito de salas se quedó desierto, y poco a poco se fue reconstruyendo años después, pero creo que todavía no se ha recuperado. Desde entonces, muchos grupos, si meten a más de cien personas en una sala y hay una gran comunión durante el concierto, se dan por satisfechos con la experiencia roquera. Si no has conocido nada de lo de antes, está bien. Si pasas de cien mil a cien, cuesta más, hay que acostumbrarse, aunque a mí no me molesta.
Lo más duro en lo personal fue cuando cantidad de compañeros y gente que conocíamos muy de cerca, como Los Ronaldos, Los Enemigos o Los Rebeldes, seguían su camino y sus discos y nosotros nos quedamos ahí parados, sin posibilidad de continuar, pero con la convicción de que valíamos. Me sentí muy frustrado, pero el tiempo cura. Como tampoco tenía unas expectativas de vender millones de copias, luego en los noventa, con un público reducido, me sentí mejor. Hay mucha gente en Europa que se dedica a la música de base, que tiene una vida muy plena, y para mí son referentes.
En la web Magic Pop se valoraba toda vuestra carrera así: «Durante su trayectoria tuvieron tantos detractores como fans incondicionales, críticos que no despreciaban la más insignificante ocasión para despreciarles, tanto por su militancia mod como por su falta de profesionalidad. Un debate estéril que les ha perseguido de forma cansina». ¿Por qué ese marcaje?
La verdad es que estoy muy contento con mi situación. Hemos sacado cuatro discos en esta década y a un nivel creativo óptimo. No tengo de qué quejarme, hemos tenido muchas experiencias cojonudas. Creo que tener detractores es lo normal cuando alguien se compromete. Ya nos pasaba en la calle, con pandillas rivales. Había grupos que nos admiraban, que valoraban nuestra forma de hacer amateur, pero, con ganas y actitud, pensaban que podían hacer lo mismo; luego, los que tocaban mucho mejor y recibían mucho menos nos despreciaban.
También había mucho crítico entonces que ejercía de enfant terrible y se dedicaba a acribillar a los grupos, a escribir críticas destructivas sin considerar que aquí no teníamos cómo llegar a los niveles de los artistas internacionales, pero se quedaban tan anchos. Tengo una canción, «Mi secreto hacer», que trata sobre ellos. Yo tengo algo mío, propio, que lo hago y no me importa lo que me cuentes.
En el bar Wild Thing de Madrid te llamó la atención encontrarte un póster enorme de Brighton 64, algo que en Barcelona nunca habías visto.
Esto pasa a menudo. Si tienes a alguien cerca no lo valoras como cuando lo tienes lejos. Nos ha pasado a nosotros y a mucha gente. Lo mismo que conocer a tus ídolos te puede llevar a odiarlos —no voy a mencionar a nadie [risas]—. Tengo varios ejemplos de gente con la que me ha pasado y de gente a la que le ha pasado al conocerme a mí. De todos modos, en Madrid siempre hemos tenido muy buena acogida, desde el primer concierto.
No creo que haya un gusto particular en Madrid, pero sí es cierto que el power pop tira mucho. Se ve en las giras de este género, que pasan por Madrid y no por Barcelona.
El power pop en Madrid es muy importante. Siempre hemos tenido muy buena acogida, hemos tocado en muchas ocasiones, conciertos memorables. Mucha gente en Madrid nos valora, pero es que ser profeta en tu tierra cuesta mucho. Ahora, en cualquier caso, tenemos un grupo importante de seguidores en Cataluña y estamos muy contentos. Es importante que te quieran al menos en algún sitio. Pero sí, en Barcelona entran más unas tendencias que otras, el pop y el mod ya son muy minoritarios. Fíjate que el concierto de los Who de 2006 no se pudo celebrar en Barcelona y se lo tuvieron que llevar a Zaragoza. Yo, que había tenido muchas ocasiones para verlos, al final nunca lo había hecho y me tuve que desplazar a Zaragoza.
Estuvo bien ese concierto.
La actuación fue increíble, me pude poner justo delante de Pete Townshend. Imagina la excitación. Pero cuando salió, con los primeros acordes de «I Can’t Explain», empezó a saltar todo el mundo, pero no en plan pogo, sino como canguros, y a mi pareja de entonces le rompieron el pie. Le cayó alguien encima y le rompió un hueso. La segunda canción me la pasé atendiéndola. La puse en un rinconcito donde pudiese verlo, vi que podía aguantar, que no era grave, y me volví a meter. Fue un momento mágico.
Pocos grupos he admirado tanto. Quizá solo a los Who y a los Jam. Si tuviese ocasión de conocerlos, a cualquiera de los Who o a Paul Weller, preferiría no hacerlo. Sigo con mi teoría de que es mejor no conocer a tus ídolos por si te decepcionan como personas. Los artistas tendemos, de hecho, a decepcionar como personas: es mejor quedarse con la obra. En los ochenta me encontré con Bruce Foxton, el bajista de The Jam, en el Marquee, la sala londinense. Me lo topé de frente. Habíamos ido a un concierto del cantante de Stiff Little Fingers. Íbamos los dos vestidos de mod y me quedé petrificado, pero preferí no saludarlo ni decirle nada, ni siquiera acercarme.
En tus memorias citas que tu canción favorita es «Para ti», de Paraíso.
Es la canción inalcanzable. Si te dedicas a la composición de canciones, que es lo que llevo haciendo cuarenta años, le das un valor añadido a la capacidad que tiene cierta gente de hacer canciones redondas, rotundas, con contenido, sin clichés, que explican una historia y retratan un momento. Hay gente que tiene una virtud al escribir que no tenemos todos.
Al Zurdo ya le habíamos seguido la pista con Kaka de Luxe, y aquí Paraíso ya era un grupo potente. Lo habíamos visto en una actuación en TVE con la canción «Makoki» y otras, pero «Para ti» había salido en single. La portada era un poco horrible, con unas copas en una bandeja, y me lo pasó Felipe Fresón, que entonces estaba al tanto de todo lo que salía y lo coleccionaba todo. Me lo regaló y fue un descubrimiento esta canción, a medio tiempo, en una época en la que admirábamos el «cuanto más rápido y potente, mejor».
Fue un hallazgo. Es una canción de la que nunca me he olvidado, y en muchas ocasiones la he pinchado y siempre he encontrado a alguien que ha venido a darme las gracias por ponerla. Creo que si tienes buen gusto la tienes que admirar. Ojalá algún día yo sea capaz de hacer algo parecido.
Álex Cooper comentaba en una entrevista que, si le dijeran a un mod británico de los años sesenta que, décadas después, un español de cuarenta y tantos años, con dos hijos, por el hecho de tener una moto e ir vestido un poco tal, iba a ser un mod como él, se moriría de risa. Para Álex, ser mod se reducía a tener estilo y buen gusto. A ti la exaltación del pasado y el olor a naftalina no te gusta…
Me desagrada profundamente. A nosotros el sonido sixties español nos resultaba muy rancio, estaba conectado con la realidad de un país, con el franquismo… Éramos muy refractarios a todo eso, también por cuestiones políticas, de inquietudes y espíritu vital. Es importante pensar en el momento en el que vives y, sobre todo como músico, hacer las cosas hoy y ahora. Mucho militante mod colecciona objetos antiguos y desprecia todo lo que se hace ahora. Me parece contradictorio, pero creo que pasa con todos los movimientos. Cuando pasan los años, hay gente que solo mira al pasado y otra que se queda con los principios y los lleva a su día a día. Yo me he mantenido muy al margen de todas discusiones que han tenido los mods entre música blanca y música negra, todos sus cismas, y me he quedado con el espíritu del revival, hacer una música potente conectada con el punk y el power pop. Y así sigo viviendo el movimiento.
Tras Brighton 64, montasteis Brigatones, con un sonido heterogéneo, pero con intentos de fusionar rumba. De hecho, hay una actuación en televisión en la que salís de flamencos con sombrero cordobés, una bailaora, cantándole al vino…, todos los clichés españoles.
Los viajes en furgoneta dan mucho de sí, y durante muchas giras, muchos años, nuestra banda sonora eran Los Chunguitos y Peret. Se aprende mucho viajando. Eran los casetes que podías conseguir en las gasolineras. La de Los Chunguitos de «Son de Badajoz las mujeres que me quieren, / son las que me adoran, son de Badajoz…» me encantaba. Al quitarnos el corsé de tener que ser un grupo mod, con influencias determinadas, incorporamos sonidos latinos que no habíamos hecho nunca. Creo que al meter estas influencias fuimos un poco precursores de grupos un poco más desagradables como Seguridad Social o, en Cataluña, Els Pets.
Media un abismo entre el rollo mod y la rumba.
Si tú te consideras músico y no eres sordo, tienes múltiples influencias, y cuando empiezas una nueva etapa, más abierta en este caso, incorporas todo esto de forma natural. En este caso, lo que pasó fue que se hundió la discográfica con nosotros dentro. Otro despropósito en nuestra carrera que nos obligó a refundarnos.
En esa época ensayábamos cinco veces por semana y teníamos un grupazo que en directo podía competir con cualquiera. Este sello empezó con un gran éxito, la reedición de un disco de Nina Simone, que le dio mucho dinero. El tío se pensó que todo el monte era orégano, sacó media docena de referencias más y se hundió. Desapareció del negocio y casi nos hace desaparecer a nosotros como músicos. Fue una lección más que nos dio el empujón definitivo a hacer las cosas nosotros mismos. Vimos que, si no tomábamos nosotros las riendas, no llegábamos a ninguna parte.
Lo de los sellos y la música es algo en lo que he estado veinte años metido. Luego monté Al·leluia Records y Bip Bip Records, y cuando cerré no veas qué descanso, ¡qué relax! Y eso que me fue bien, que descubrí, entre comillas, a dos grupos buenos, Sidonie y Dorian.
Para el siguiente grupo, Matamala, tomasteis el segundo apellido de vuestro padre, porque Gil y Gil habría sonado raro a principios de los noventa.
Es un chiste que contábamos cuando buscábamos el nombre. La idea con este grupo era cantar en nuestro idioma, en catalán. Siempre habíamos querido y este era el momento. El problema es que la escena de los que cantaban en catalán era muy de grupos como de comarcas, muy conectados con el tema agrario, diría yo. Nosotros pensamos hacer un grupo de este tipo, pero urbano, de Barcelona. Algo que no existía en ese momento, pero no fuimos conscientes de que nos íbamos a enfrentar a todo un establishment rural bastante duro también [risas].
Hay mucha sensibilidad con los acentos con los que se habla el catalán públicamente.
El catalán está atacado desde todos los puntos. Los medios en catalán son mínimos. Tengo una hija de dos años y la oferta de dibujos animados en catalán es muy pequeña. Aprenden antes a decir expresiones en castellano que en catalán porque las oyen continuamente en los dibujos o en la calle. Es un idioma que, lamentablemente, está en peligro. Por eso, para defenderlo, se recurre a la pureza. El castellano no necesita hacer algo así, puede recibir neologismos, como el inglés, y no pasa nada. Todo esto te lleva a posturas muy conservadoras. El catalán de Barcelona estaba muy contaminado, pero es el catalán que hablamos nosotros en la calle. Al escribir canciones, lo haces como tú te expresas, no como lo hacía Josep Pla. Entonces, recibíamos críticas. Esto ya no pasa, pero a principios de los noventa tuvimos problemas en este sentido. Ahora se ha superado, pero, una vez más, nosotros llegamos demasiado pronto.
Con Matamala, en los años del grunge lo pasasteis mal, pero en el brit pop visteis aire fresco.
Lo del grunge fue tremendo. Lo más lamentable del mundo. Para una persona a la que le guste el power pop, el grunge era oscuridad, y esas pintas, la afición a la heroína otra vez, el rollo suicida… Era lamentable. No fueron años, fueron añazos. Casi una década. Cuando aparecieron Oasis, Pulp, Blur, Supergrass, etc. fue ver la luz al final del túnel. Tras pasar por un rollo acústico intimista, con Tots dimonis, en 1994, vimos que era la nuestra y volvimos al power pop.
Hicimos un híbrido entre castellano, inglés y algo en catalán y volvimos a estar de gira por todo el estado, ya que los años antes estuvimos solo por el área de influencia del catalán, por Mallorca y por ahí. Porque esto es digno de decirse: en España no soportan nada que no sea en castellano o en inglés.
Esta época fue muy chula. No era como en los ochenta, metíamos cien o doscientas personas, pero eran buenas experiencias y se vendían los discos. Tuvimos experiencias de todo tipo por esos circuitos, tanto muy positivas como negativas. Alguna cancelación el día que llegabas, como en Miranda de Ebro, donde acabamos en casa de unos mafiosos, que cada dos por tres se metían en el lavabo, y dependíamos de que nos pagase esa gente para poder volver a casa. Experiencias supertristes. Cada concierto podía ser el cielo o el infierno. En lo artístico, era difícil de gestionar, pero como estábamos en una misión [risas]…
Cuando te hiciste DJ, empezaste en un «antro para maduritos», donde la gente «comía caviar y bebía Moët & Chandon» y les ponías canción ligera. La verdad es que a mí, tal y como lo pintas, me parece un garito cojonudo en todos los aspectos.
Fue mi primer contrato laboral hasta que me encontré con un vecino de la escalera de mis padres que estaba allí con su amante [risas]. Recuerdo que comían el caviar con la mano y que eran los tiempos de Hugo Sánchez, porque el lavaplatos siempre me lo recordaba y se reía de mí, ya que la Quinta siempre ganaba en esas fechas.
Sí es verdad que también fue mi primer contacto con la música romántica y empecé a valorarla, a Los Panchos, a Mina, a Dyango… Otras cosas, como el «Bamboleo» de Julio Iglesias, me gustaban menos. El jefe siempre me pedía que pusiera «Feelings» en los momentos de clímax [risas]. Luego ya me pasé a pinchar al Boira, donde habíamos sido clientes y músicos. Con esto consolidé una forma alternativa de ingresos y, con el grupo, me permitía no tener que trabajar en otra cosa.
Imposible ganarse la vida solo tocando.
Tocar en un grupo te obliga a hacer muchas renuncias. No puedes tener una vida ni unas relaciones sentimentales estables. A mi hermano y a mí nos ha pasado factura en forma de divorcios y separaciones, cosas duras. Hay gente a la que estos problemas le pueden generar adicciones o brotes de locura. Luego hay precariedad económica, tus otros trabajos te tienen que permitir todo este festival de viajes, fiestas y dedicación absoluta. Si nunca tienes un trabajo normal, tampoco tienes unos ingresos normales. Mi hermano y yo somos mileuristas y hemos tenido los problemas que derivan de todo esto. Por eso pinchaba, para ir tirando.
También has escrito libros. En el primero, Pista lliure, retrataste a los jóvenes que no lo son tanto y se tienen que enfrentar a la realidad.
Estaba con Bip Bip Records y me había reenganchado a toda la escena mod. Este sello estaba muy orientado al movimiento en todas sus facetas, desde el ska a la psicodelia y el power pop. Me sentí obligado a participar en todo esto de nuevo, tenía que ir a todos los sitios, montar mi estand de venta de discos, aparecer en los festivales. Me lo tomaba a pecho, iba con la moto, me pasaba cinco días sin dormir hasta arriba de todo y eran experiencias acojonantes, pero tuvieron su precio: una separación. A raíz de esto me puse a escribir.
Cuando empecé en el movimiento mod, todos teníamos dieciocho años, pero ahora ya éramos personas de cuarenta. Me pareció interesante escribir sobre todo esto. Hice un retrato sin saber escribir literatura, me costó mucho. Tomé clases y me vino muy bien, porque ahora soy profesor de narrativa.
El dinero llega de las maneras más inverosímiles.
Llevo veinte años de profesor interino en el Ayuntamiento de Sant Cugat. En algún momento sí que llegué a ganar dinero. Con Bip Bip, los primeros cinco años, con Sidonie, gané mucho dinero. Me di cuenta cuando empecé a ver los discos en el top manta. Pensé: «Hostia, esto está petando muy fuerte». Creo que lo supe manejar, los llevamos a los sitios adecuados y pegamos un pelotazo. Sin embargo, nunca dejé de trabajar en la escuela. Iba sin dormir, aguanté como pude, pero no quise dejar algo seguro. Una vez, me vibró el móvil en clase, tuve que salir un segundo, contesté y me ofrecieron tres millones de pesetas por una canción para un anuncio. Colgué, volví a clase y seguí con mi trabajo. Ese era mi día a día, pero, mira, si me hubiese dejado llevar, ahora estaría en la puta ruina.
Porque has vivido la muerte del disco.
Absolutamente. La muerte más absoluta y lamentable.
Cuando volvió Brighton 64, lo hizo con BCore.
A Jordi Llansama lo conocí en ferias del disco. Nos encontrábamos en todas. Se creó un vínculo muy chulo. Cuando quisimos volver, no se me ocurría nadie mejor que él, que es prudente y todo lo que nos dijera iba a ser la verdad. El mercado musical está lleno de gente que promete el oro y el moro y no cumple nada. Yo en Bip Bip explicaba con realismo la situación. Les decía a los grupos que iban a vender trescientos discos, algo que a los grupos no les gusta oír, pero los que lo asumían después no se sentían defraudados y si vendían trescientos más uno ya lo veían como un éxito.
Habéis sacado cuatro elepés.
Al principio, volvimos a lo mismo, a letras personales. Colaboramos con el escritor Carlos Zanón en Modernista y El tren de la bruja, un disco tipo Tommy sobre una persona que vuelve a sus raíces después de una vida loca y quiere recuperar el tiempo perdido. Era algo que tenía que ver con nosotros, con nuestra situación, pero nos dimos cuenta de que en el momento de efervescencia política que se vivía el público no estaba para eso. Entonces decidimos hacer lo que antes se llamaba «significarse». Pensamos que iba a ser el último disco porque con todo lo que íbamos a decir, ya nadie querría comprar el siguiente. Siempre habíamos tenido un compromiso político y social, pero no era tan evidente. En Como debe ser lo ha sido.
Independentismo claro e inequívoco. ¿Era un desahogo?
No, un artista tiene la obligación de estar comprometido con su tiempo. Puede ser un compromiso personal o interior, pero en nuestro caso, tal era la frustración y el hastío con algo que hemos vivido desde que éramos pequeños. Experiencias como ir a tocar a Jerez de la Frontera y en la puerta del garito un cartel: «Catalanes, os vamos a matar». Hemos sufrido muchas vejaciones y, para colmo, los últimos años en Cataluña habían alcanzado un punto en el que decidimos, desde una óptima muy personal, muy mod, sin comulgar con ningún partido ni ninguna tendencia, solo como individuos, reflejar nuestra posición.
Creo que nos enfrentamos a un Estado con tics franquistas. La Transición ha sido normalizar a una serie de fascistas en sus puestos, y el colmo es la falta de libertad de expresión de otros artistas. Un recorte de libertades insoportable, y un fracaso de la política catalana también, de nosotros mismos. Todo esto nos llevó a hacer un disco de protesta individual. Pensamos que iba a ser nuestro entierro, y la verdad es que, hasta el desastre del coronavirus, hemos tocado bastante. Madrid incluido, con la gente cantando «Juez y parte», que es la canción que hicimos sobre el juicio.
Habéis dicho en entrevistas que comprenderíais que el público no entendiese ese disco.
Evidentemente. Mucha gente nos ha insultado por email, mensajes de todo tipo, pero también nos han aplaudido. Son letras que apelan a gente de izquierdas, de progreso, que en España hay mucha. El catalanismo o el nacionalismo es algo que a mucha gente le causa mucho rechazo, le pone muy nerviosa, y esta gente no ha querido ni escucharlo. Otra gente sí, y eso nos anima a continuar. Creemos que hemos cogido la ola de nuevo. Hay quien nos ha dicho que lo que hemos hecho es infantil; para mí infantil era lo que hacíamos con dieciocho años. Siempre hemos tenido el mismo discurso. A mí en los ochenta me preguntaban si era independentista y yo contestaba que sí. Lo que pasa es que éramos pintorescos, como el independentismo gallego o andaluz, que no hacen daño a nadie porque son pocos, pero ahora que somos más, cuando peligra el statu quo, ya somos una amenaza y la cosa va en serio, las reacciones en contra son a saco. Pero nosotros no hemos cambiado.
¿Habéis tenido dificultades para tocar fuera de Cataluña? En tu libro hablabas de que en el festival Caravaca Power Pop llegó a haber alguna reticencia.
Me enteré por una circunstancia equis de que habían estado dudando. Y en este, porque me enteré; en otros sitios donde no hayan querido llevarnos por esto, no me he podido enterar. He tenido conflictos físicos en Madrid recientemente, insultos en un local, en una celebración de mods, con mods y escuteristas nazis. Dos años seguidos, además. He tenido momentos muy desagradables que no tenía desde los ochenta. Somos todos del mismo ambiente, pero esto nos separa tanto, que…
Posicionarte a veces te pone en peligro. Cuando fuimos a tocar a Madrid nos dijeron que no pensaban que ese concierto se hubiese podido hacer. El tío de la sala, el Fun House, me dijo que le habían estado llamando para decirle que llevaba a un grupo independentista radical, aunque no pasó nada y la sala estuvo a tope. También hay gente que valora nuestro pasado y no le da importancia a esto.
En El Mundo aparecisteis toda la familia en Navidad, en un reportaje sobre la influencia que habíais tenido en las opiniones a favor del procés del actor Viggo Mortensen, actual pareja de tu hermana, la actriz Ariadna Gil.
Lo intentamos digerir con humor. Viggo Mortensen se hizo socio de Ómnium Cultural al ver que se lo preguntaron a todos los procesados en el juicio, cuando Ómnium es una organización de defensa del catalán y no realiza ninguna actividad ilícita ni peligrosa. Viggo, que tiene criterio y es inteligente, se hizo socio. Entonces nos empezaron a enredar en nuestros perfiles de Facebook —porque ni mi hermana ni él tienen—, recogieron las fotografías de la familia que teníamos mi hermano y yo y llegaron a las conclusiones que quisieron.
Pero todo lo que pusieron era cierto, menos que le habíamos comido el coco a nadie. Somos una familia vinculada con el independentismo y de izquierdas, algo que se sabe desde que mi abuelo estaba en los maquis. Este reportaje se hizo dos veces en dos años con las mismas fotos. Nos puso a mucha gente en contra de la forma más gratuita y tendenciosa. A mí, personalmente, me la suda. Me puedo encontrar momentos violentos, como me he encontrado, pero si me tengo que defender, tengo rodaje. A mi hermana, que tiene sus opiniones, que no son como las mías, le sentó como un tiro. A Viggo, que está por encima del bien y del mal, que es una estrella mundial, le da igual. Vuelvo a lo mismo, implicarte tiene unos resultados y hay que asumirlo.
En los conciertos de rock ya no hay muchos jóvenes, sobrevuelas las cabezas con la vista y se ve muy poca gente menor de veinticinco o treinta años.
Los adolescentes buscan algo que no sea mainstream o multitudinario, historias que sean propias y que entrañen cierto riesgo. Igual que la cultura dance era como un club privado con drogas, sexo y peligro, en el hiphop igual, que te crees perteneciente a algo contracultural, excitante, y hasta puedes acabar en el exilio. El rock & roll, sin embargo, ya forma parte del establishment.
Desde hace muchos años, el capitalismo fagocita cualquier cosa y la hace suya. El lenguaje del rock pasó de ser el lenguaje del diablo a ser el lenguaje de tu abuelo. Un concierto de rock tendría que ser muy salvaje para atraer a adolescentes, o tendrían que estar muy desviados o ser muy particulares para que les interese. Hemos fracasado, está claro.
Bueno, fue una revolución exitosa, sacudió la moral y las costumbres, inyectó hedonismo a una sociedad más autoritaria.
Sí, lo que pasa es que nosotros, como no conocemos otra forma de expresión, seguiremos dando el coñazo con lo mismo, pero creo que hay que escuchar a gente que está haciendo cosas nuevas muy interesantes. Luego también está la entrada de las marcas en los festivales, esto se ha convertido en otra cosa. La gente va a festivales sin saber quién toca; les venden una experiencia patrocinada por una marca de cerveza en la que la música no importa. Pasas ahí tres días y luego el resto del año no pisas una sala de conciertos. Ahí es donde más creo que hemos fracasado. ¿Cómo se va a mantener algo así? Y en el movimiento mod aún es peor, gente con traje, con pinta de cincuentón, ¡parecemos Paco Martínez Soria! Yo intento pensar en el futuro, sigo escribiendo mis canciones y pienso en cómo sonarán mañana. En mi epitafio quiero que ponga: «Aún no, tengo otra melodía en mente» [risas].
«El catalán está atacado desde todos los puntos. Los medios en catalán son mínimos. Tengo una hija de dos años y la oferta de dibujos animados en catalán es muy pequeña. Aprenden antes a decir expresiones en castellano que en catalán porque las oyen continuamente en los dibujos o en la calle.»
Uf, qué trauma. La chiquilla va a aprender al mismo tiempo catalán y español. Habráse visto. Si es que esa gente vive bajo una opresión fascista estructural. Toda la artillería en Cataluña está dirigida a reprimir el uso del catalán. Un niño va por la calle, suelta un «si us plau» y una mano azul mahón le da una colleja. Así no se puede vivir. Pobres niños, pobre pueblo.
En enseñanza, para ilustrar los sesgos de género y mostrar los micromachismos se recurre a menudo a la inversión.
«El español está atacado desde todos los puntos. Los medios en español son mínimos. Tengo una hija de dos años y la oferta de dibujos animados en español es muy pequeña. Aprenden antes a decir expresiones en catalán que en castellano porque las oyen continuamente en los dibujos o en la calle.»
Si oyéramos esa perla a un salvapatrias voxero, lo tildaríamos con razón de varias cosas feas. Pues este señor tan cool y que seguro que se cree un progresista no se diferencia en nada del primero.
Trumpistas nacional-populistas todos ellos. Mala peste.
Su hija de dos años, aprende expresiones en castellano que le oye a su padre respondiendo entrevistas como esta. Una entrevista que lógicamente le habrán obligado a responder en castellano, los malos.
Entrevista Albert Gil
Muchísimas gracias por esta memoria que compartes
«…uno infumable de Jethro Tull, el Minstrel in the Gallery, de 1975…». Hasta luego.
Del royo Mod a la rumba….auténtico por los cojones, criticas al loco, venga hombre.
Los Brighton 64 han sido a la musica lo que Ariadna, su hermana,al cine:Una vulgaridad absoluta.
Increíble entrevista :O
Muy ilustrativo: padres que se consideran tolerantes, que fomentan el espíritu crítico y educan en libertad pero que dan una hostia al hijo por vestirse de mod.
Eran malísimos y unos pijos. Viajaban a Londres con 16 años a comprar discos y su madre le daba 200 pesetas al día. ¡ y dice que no había dinero en casa! Yo tengo 10 años menos y me daban 200 pesetas a la semana. El típico pijo que viene a venderte la moto de la lucha independista y lo mal que lo pasaba porque su padre un día le dio un bofetón.
Desde luego cuanta mala baba hay, no es necesario escupirla a borbotones, también os la podéis tragar. Soy más madrileño que el chotis, mis cuatro abuelos de Lavapiés y nací en Gerona, mis padres fueron felices allí. Esta discusión ya es muy cansina para mí, he tenido que hacer muchas veces de abogado del diablo, en uno y otro sentido, pero ciertas opiniones y, sobre todo, la forma en que se expresan, fabrican cada vez más indepes. Yo creo que viven en una ensoñación, pero si te dicen a menudo eso de «catalanes, os vamos a matar» puedo entenderlos algo más. No creéis? En cualquier caso, yo hubiera pensado que era menos nacionalista y más internacionalista, que es lo que debe ser alguien de izquierdas. He dicho.
Por lo demás, el tío me ha caído muy, muy bien. Le conocía de refilón, lo mismo que a sus grupos. Ni sabía que era hermano de su hermana… Además le honra lo que dice de Loquillo, ese si que tiene tela…
Siempre me ha parecido interesante la gente con algunas contradicciones, pero tantassss… bufff…
Y el tipo confesó q era independentista y las cabezas empezaron a girar 360° y se escucharon maldiciones en arameo y la espuma comenzó a brotar de las bocas…
Interesante entrevista a pesar de todo.
«Desde la universidad, mi padre se convirtió en un activista. Primero en el PSUC, un partido del que dice que entró y salió por la misma razón, porque era comunista.»
Claro, su padre lo era de verdad, lo dejó a finales de los 60 y los demás, decenas de miles de albañiles, fontaneros, obreros de quimicas y del metal que pasaron por las filas del PSUC dando lo mejor de sus vidas, no eran comunistas. Eran otra cosa. Menuda sobrada y menuda falta de respeto.