De la recepción te envían directamente a la consulta. Desde ahora, en ropa interior o bañador y bata blanca. No hay tiempo que perder. Sí, sí, estás de vacaciones, pero una vez decides que las pasarás en un sanatorio «a lo soviético», cada hora de tu estancia ya no te pertenece. Análisis de sangre, revisión general y selección de tratamiento: ¿adelgazamiento?, ¿estrés?, ¿fisioterapia?, ¿detox?, ¿falta de fe en la Tercera Internacional?, bromea el médico, que ya tiene clara la dieta, los horarios y los ejercicios que te esperan durante los siguientes siete días. Aquí se llega para descansar y punto. Cómo, es una cuestión que no te incumbe.
Las caras de quienes vienen a adelgazar te alegrarán cada mañana. Mientras tú te contentas con dos tostadas de salmón y un yogur, ellos evitan mirar el puré con que salpican su plato. Luego te los encontrarás gestionando energías al lado de la piscina o te consolarás pensando en ellos al ver que tu propia comida no es más que un lomito de bacalao con zanahoria. De momento, son las siete de la mañana y aunque el jardín está nevado, decides tomar un poco el fresco antes de empezar con la gimnasia, de 8 a 11. Después, solo tras la consulta y los masajes, tendrás una hora libre para desear que ese no sea el día que te quedes sin cena (uno a la semana, sin avisar), para distraerte de las agujetas de la víspera con un libro y para comunicar a tu entorno que estás aquí por voluntad propia. Todo va según lo planeado. Lo planeado por otros. Estás a dos horas de Moscú y es 2021, pero bien podrías creerte en unas vacaciones de mineros en las montañas del Cáucaso, hace cinco o seis décadas.
«Al contrario que las vacaciones occidentales, que los soviéticos percibían como una vulgar persecución del consumo exaltado y la ociosidad, las vacaciones en la URSS tenían un propósito muy marcado» según escribe Maryam Omidi, la autora de Holidays in Soviet Sanatoriums. «Un cruce entre una institución médica y un spa, el sanatorio constituía una parte integral del aparato soviético», puntualiza.
Es posible que este método no te convenza del todo si no estás familiarizado con una tradición inherente a la URSS y que todavía se extiende, aunque en menor medida, por los países que la formaban. De hecho, para paliar el choque cultural, en esta fría semana de febrero incluyen tratamientos con barro y fisioterapia, ajenos a la llamada «kurortología», que en castellano vendría a ser algo así como hidroterapia. La doctrina soviética original traza una práctica retrofuturista, con sustancias y aparatos de aspecto ciberpunk y agua por todas partes: baños en petróleo, cera de parafina, terapias magnéticas, lámparas de esterilización con luz ultravioleta, curas con sal o electroterapias con batidos de oxígeno. Los nombres le hacen justicia.
El objetivo principal era tanto más simple como ambicioso: restablecer la relación entre los seres humanos y su hábitat. De ahí que los emplazamientos de estos sanatorios fueran y sigan siendo algunos de los lugares más hermosos de la antigua Unión Soviética, a menudo abundantes en recursos naturales que favorecen las terapias y el ejercicio al aire libre: la costa del mar Negro, el microclima de Crimea, las playas del Báltico, las montañas del Cáucaso… Y si el entorno no te parece suficiente, la vanguardia de la arquitectura de cada etapa soviética le da el último toque de exotismo.
De hecho, así como el metro se construía con la visión de crear un palacio del pueblo, los sanatorios eran una especie de homenaje a los esfuerzos anuales de los trabajadores. Muchas de sus instalaciones marcaban la pauta de la innovación y la creatividad, diseñadas por arquitectos de referencia que gozaban de una libertad más amplia que en otro tipo de encargos. Su voluntad escultórica enfatizaba lo colectivo, que remarcado con los parcos espacios individuales y espartanas habitaciones, frente a los espléndidos salones comunes y fachadas exteriores.
De Tayikistán a Letonia
La tradición surgió con la propia URSS en los años veinte, cuando un decreto nacionalizaba las antiguas villas de aristócratas para usos sanitarios. Pero avanzamos directamente hasta 1936 para dar con el primer sanatorio que lo partió: Ordzhonikidze, en Sochi. Construido en el estilo del imperialismo estalinista, debe su nombre a Sergo Ordzhonikidze, que dirigía la industria pesada del país, y cuyos trabajadores (en su mayoría mineros) acudían anualmente a descansar frente al mar Negro. Aunque hoy en día la mayor parte del conjunto está en desuso, sus jardines asilvestrados, los vetustos corpus o las fuentes ya sin agua son un escenario cuyas tranquilidad y belleza no pasan desapercibidas. No es de extrañar que los fines de semana esté repleto de modelos alimentando sus cuentas de Instagram.
A escasos veinte minutos descansaban sus compañeros de sector. El Metallurg (este sí, todavía en funcionamiento), empezó a engrosar la lista de sanatorios en la zona de Sochi, que superarían el centenar y que cubren una larga línea de costa hasta la localidad de Adler, de aspecto también soviético pero mucho más tardío. Mientras tu coche avanza en paralelo al mar, observas cómo el melancólico encanto de esos primeros resorts se diluye en un paisaje de edificios anodinos, cuarteados por el sol y el salitre. Las instalaciones tampoco distan mucho de las ruinas, pero a diferencia de las primeras, estas siguen habitadas. Con sus antiguos nombres (algunos, incluso, de la empresa a la que pertenecían, como el Aeroflot), este complejo de vacaciones cicatrizado por una vía de tren tiene algo de desolador, de alegría cosida con remiendos. Entre el empedrado Sochi y el acristalado Nuevo Adler, que acogió los Juegos de Invierno o el Mundial de fútbol, este ladrilloso Adler es una grieta temporal, un espacio perdido entre dos mundos, entre uno de proletarios y otro de oligarcas.
Si te interesa profundizar en esa sensación de abandono todavía en uso y si no tienes muchos pudores diplomáticos, no muy lejos de Sochi encuentras Crimea, igual de abastecida de sanatorios. Los que en Sochi se convirtieron en hoteles tuneados, aquí son amplios territorios descuidados junto al mar, que sirven de escenario a las fantasías distópicas de Víktor Pelevin (la ambientación es lo mejor de La vida de los insectos), como alojamiento paradisíaco para los sintecho o guarida para perros playeros. No todos; entre ellos, el Sanatorio Amistad (Druzhba), en Kurpati, sigue brillando como emblema intacto de esta cultura vacacional y del modernismo socialista… Otro de los más recordados es Zori Rossii, junto al que Gorbachev quedó bajo «arresto domiciliario» mientras Moscú vivía un golpe de Estado.
En fin… que Crimea y Sochi te garantizan un sol mediterráneo, pero como te toque época de medusas vas apañado; que no te lo cuelen por algún tipo de terapia perversa y desconocida para el visitante occidental. La otra gran opción marítima es el Báltico, tocado y hundido por las reformas de los últimos años, que permiten a las zonas de Parnu (Estonia), Jurmala (Letonia) o Palanga (Lituania) conservar las formas pero no tanto los fondos.
Siguiendo el rastro de sanatorios podrías llegar a recorrer la mayor parte de la antigua URSS. El Klyazma, en Moscú, con formato fin de semana. Giro de 180 grados (más o menos los que allí hace en verano) si quieres refrescarte donde más le gustaba a Yuri Gagarin, en el Sanatorio Aurora junto al lago Issyk-Kul de Kirguistán. Si se trata de sumergirte en la cultura local, lo mejor son los baños de petróleo en el Naftalán (Azerbaiyán) y si prefieres esquiar, el espectacular Khoja Obi Garm (Tayikistán) o los robustos sanatorios de Jermuk (Armenia) son las mejores opciones. El Dniepr ofrece baños de agua salada en la localidad de Truskavets (Cárpatos ucranianos), que en los ochenta recibía medio millón de «pacientes» anuales y hoy poco menos de la mitad. Una de tantas ciudades de decadente tranquilidad, aunque sin llegar al extremo de Tsalkubo (Georgia), que con veintiún sanatorios ya no acoge más de setecientos turistas al año, más interesados por el paisaje engullido por la naturaleza que por las terapias que disfrutaban miles de oficiales que allí descansaban durante la II Guerra Mundial. En el Cáucaso, Zhelenovodsk o Kislovodsk mantienen sus constantes vitales activas.
Se acabó lo que se daba
Como traslucen sus nombres, muchos de los sanatorios hospedaban a profesionales de un sector concreto, a menudo monopolizado por una empresa estatal. Esta cubría los gastos de las vacaciones de sus trabajadores y también se hacía cargo de las instalaciones. Cuando tras la caída de la URSS las compañías pasaron a manos privadas, muchas directivas ignoraron este patrimonio, que cayó abandonado o se recalificó con distintos usos. Otros, con el paso de los años, fueron adquiridos por operadores hosteleros, que los disfrazaron de hoteles modernos (como en Sochi) o los mantuvieron casi en coma hasta la actualidad, como en Adler o Crimea. Son menos los que siguieron bajo dominio público o consiguieron conservar la atmósfera de entonces. Y de los más llamativos son los que, algo así como el comunismo, se quedaron en proceso de construcción, interrumpida por el fin de la URSS; es el caso del sanatorio de la Academia de Ciencias en Crimea o del Paulino, en Kalyazin. No solo escenifican el amago de todo lo que pudo haber sido, sino también el reflejo de cómo una civilización sucumbió a los años noventa: ambos edificios, en avanzada fase de construcción, fueron abandonados y desmantelados por saqueadores.
Para ti también se acabaron los baños en petróleo y los masajes de media tarde. Mientras te despides del médico y con los vaqueros más holgados, recuerdas que a cinco minutos en coche del sanatorio está el KFC con el que llevas soñando ya por quinta noche consecutiva. Festín en la autovía. Ya es hora de tener unas vacaciones de estas vacaciones. En el jardín, la piscina exterior climatizada cubre de vapor la nieve y los árboles hasta la entrada. En el reservado del parking para los buses de la agencia Inturist, te espera un taxi con dirección a Moscú. Fue un duro descanso, pero una buena manera para despertar de la hibernación de los últimos meses y reintegrarte en la vida de la primavera.
Nostalgia de lo que pudo haber sido y derrumbe debido a una clases social, la burocracia anquilosada que se olvidó de dónde había salido.