Esta entrevista se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº10 Especial filias, fobias y parafilias
Espido Freire (Bilbao, 1974) continúa siendo la escritora más joven en hacerse con el premio Planeta, título que aún exhibe con orgullo, pero que acude rauda a precisar, porque no solo es eso.
Ensayista, poeta, filóloga, traductora, columnista… Tiene su propia escuela de escritura y es feliz con la etiqueta de «precoz» y sus cuatro gatos.
Cuando en la veintena abandonó una profesión que le había hecho romper récords (la música) no le preocupó morirse de hambre con la escritura, como todos le aseguraban. Casi veinte años después habla de ello, de la escritura, pero también del hambre y los trastornos alimenticios, lucha en la que permanece activa desde que saliera de la bulimia. Demuestra que lo de «hablar por los codos» no era un farol, y tampoco lo de la autoconfianza: se pone entre vasca y flamenca, y avisa que ella puede con lo que le echen, mientras se ajusta el corpiño. Acaba de publicar Para vos nací: un mes con Teresa de Jesús, una conversación con la santa que entregó la vida a un dios en el que Espido no sabe si creer.
Y parece una de sus pocas dudas.
«La premio planeta más joven». Han pasado dieciséis años de eso, ¿te molesta seguir siendo identificada por eso?
En absoluto. Es una etiqueta, y como todas las etiquetas son definitorias, lo cual implica que —sobre todo si son positivas, claro— indica hasta qué punto ese dato quedó en la memoria de la gente. Mientras se continúe repitiendo lo de «premio planeta más joven» igual Planeta hasta se lo plantea. [Ríe]
¿Y qué hay de ese mantra de «el Premio Planeta no se gana, se compra»? ¿Cuántas veces has tenido que afrontar esa polémica?
En mi caso era tan claro que yo era una desconocida y que no había nada que pudieran sacar en contrapartida, más que el hecho de vender el propio libro, que nunca he tenido que defenderme. Quienes se hayan visto envueltos en polémicas que respondan, que bastante tendrán con lo suyo. Pero yo tenía veinticinco años, una novela en la casa y otra en Seix Barral, muy buenas críticas y unas ventas que ahora, teniendo en cuenta la crisis literaria que hay, no eran tan pequeñas, pero era una autora absolutamente minoritaria, no me conocía nadie.
Está muy reciente la muerte de José Manuel Lara, pero como autora de Planeta no te he visto sumarte a los panegíricos.
Lara… el señor Lara era editor y el dueño de la editorial, pero el trabajo que realizábamos con los textos no era directamente con él. Yo tuve la suerte de conocerle, pero de una manera muy superficial. Era una mente absolutamente brillante para los negocios, y un amante de los libros. Pero los miembros del jurado tenían bastante más trato con él. Yo, de hecho, no he hecho ningún tipo de declaración aunque me las han pedido, porque me parecía una falta de respeto y anotarse unos tantos que yo no tengo. Mentiría si dijera que tenía una relación estrecha con él o que era mi mejor amigo. Fue una persona decisiva en mi vida, por supuesto, por el puesto que ocupaba. Y continuó apostando por editar de manera minoritaria en la Fundación, con lo cual no era una persona exclusivamente interesada en ganar dinero con los libros, como en ocasiones se ha dicho. Y desde luego era una persona a la que yo admiraba y a la que debo mucho, pero sin embargo en el trato editorial había una serie de intermediarios con los que yo tuve más contacto.
Y esa prudencia de no querer anotarse un tanto parece que es la que ha marcado tu carrera también, también has evitado significarte políticamente. Al menos con unas siglas concretas.
No, ni siquiera cuando he sido columnista y he escrito para periódicos de uno y otro signo; pero he intentado mantener siempre mi independencia, y es una línea en la que pretendo continuar. De hecho me parece que esa distancia crítica, o que intento que sea crítica al menos, es una garantía de que mi voz más o menos autorizada, o más o menos del gusto de unos y otros, va a ser sincera. Yo soy vasca, crecí en unos años durísimos, de unas tensiones no solamente políticas, sino terroristas, y desde muy niña fui una desencantada de la política. Continúo estándolo, no creo que sea la solución ni la panacea para todo lo que nos venden; creo que hay en este país una obsesión constante con el tema de la política, principalmente porque ha permitido medrar, influencia, poder, dinero y contactos. Algo que se puede conseguir por otros medios mucho menos hipócritas.
Luego volveremos al tema del columnismo, pero centrándonos en la política, ¿nos genera cierta frustración, socialmente, no poder situar claramente a un escritor o a un artista, en un lado o en otro políticamente? Porque parece que es un tema sobre el que siempre se vuelve: si no decimos este es de derechas o este es de izquierdas genera cierta desconfianza.
¿Y no te parece que yo no tengo ya pocas etiquetas? Has comenzado tú con una y tengo otras: precoz, multifacética, mujer orquesta, frívola…
¿Frívola?
Sí, porque me interesan temas que no son muy habituales entre intelectuales. Me interesa desmitificar la figura de quien se dedica al pensamiento y a la literatura. Me parece que salir a la calle y sacar los libros de las estanterías es algo muy positivo. Y la etiqueta de joven ha sido siempre, ya te digo que tengo ahora cuarenta años, aunque empiezo a agradecerlo. [Ríe]. Pero bueno, me ha acompañado desde los veintitrés, que publiqué. «Niña prodigio» ha sido otra. He tenido muchas etiquetas, positivas y negativas.
Así que voluntariamente huyes de la política.
Completamente. Si tuviera la suerte de encontrar un partido político que realmente me representara, si el comportamiento de sus dirigentes fuera impecable y si aun así yo tuviera la garantía de no cambiar de idea o de opinión a lo largo de los años, quizás pudiera significarme.
Pero te han tentado políticamente.
Sí, me han tentado. Y he pagado un precio alto por no significarme políticamente, en muchos sentidos. Por prejuicios, por pérdida de trabajos, por pérdida de todo ese rango que hay alrededor de los partidos, pero tengo en ese sentido la conciencia muy tranquila. Me habría venido muy bien, en los años anteriores en los que la crisis se ha cebado en todos pero he preferido por encima de todo mantener la independencia de pensamiento. Quizás eso obedezca también a que yo soy filóloga, y no periodista, y parte de mis amigos periodistas tienen una relación conflictiva pero muy apasionada con la política. La mía tiene más que ver con la palabra, con la educación, sobre todo, con la fe profunda en la modificación de ideas y no tanto con esa obsesión política. Puedo estar equivocada, y tengo mucho margen todavía de años si tengo vida, para cambiar y rectificar esta idea, pero por eso tampoco me gusta una significación que no pueda defender dentro de diez, quince o veinte años.
Volvamos al columnismo. Recuerdo una columna tuya en La Razón, después de los atentados del 11 de marzo, en la que rompías con toda la línea editorial que mantenía ese periódico.
Eso te ratifica el que cuando digo que he intentado mantener mi independencia a toda costa, no estoy reafirmando algo. Yo estuve muchos años en La Razón, comencé en el número cero, me fichó Ansón, que a priori no parece alguien ideológicamente muy cercano a mí. Yo tenía solamente veintitrés años. Había leído mi novela Irlanda y le había gustado mucho, yo ya había escrito algunas columnas para El País del País Vasco, y le había parecido interesante. Eso se dio también en Público, donde aparecí desde el número cero, y en Yo Dona. Curiosamente tanto en Público como en La Razón decidieron prescindir de mí con los cambios de dirección. Es decir, no hubo nunca una represalia, y hablé exactamente y auténticamente de lo que quise. En La Razón defendí la distribución de métodos anticonceptivos e incluso el aborto, y también tuvo su tralla. Defendí una política de inmigración que no era la de la línea editorial y en el tema del 11M me ilusiona que lo recuerdes, porque nunca tuve ni un mal comentario, como en Público. Tampoco alusiones a que me moderara. Y en otros periódicos para los que he trabajado como El Mundo, El País, La Vanguardia e incluso los internacionales tampoco. Me imagino que porque era muy evidente que no aceptaría que me censuraran, o también porque contaban conmigo con lo bueno y con lo malo.
Pero defender el aborto o una determinada política inmigratoria es significarse políticamente. Aunque no te adhieras a unas siglas.
No, no es una significación política. Yo lo veo como una declaración de intenciones personal. Que en algunas ocasiones está más cercana a un partido, y en otras a otro. Pero en este caso es cierto que por ejemplo el PP defendió una línea determinada durante un largo tiempo que generó un gran desconcierto. Yo me enteré relativamente tarde porque me llamó mi amigo Javier, sacerdote, para que fuera a Ifema a echarle una mano con los familiares y con las víctimas del atentado. Él sabía que yo tenía cierta formación psicológica acerca de superación de duelos y demás temas, y me llamó y… es curioso que uno de mis mejores amigos sea sacerdote siendo yo agnóstica. Entonces pasé allí toda la noche hasta la madrugada, que regresamos agotados. Yo estaba atendiendo y ayudando, repartiendo mantas, refrescos, cafés, acompañando un poco a la gente que estaba entre los apellidos entre la A y la E. No me olvidaré mientras viva. Y llamé en una ocasión a mi madre, durante la noche, y me dijo «qué se rumorea por allí». Yo le dije que no me había enterado de nada, pero que me sonaba muy extraño que hubiera sido ETA, y le dije: «Al Qaeda». Fue una conversación madre e hija, según iba volviendo para casa.
No fui a la manifestación porque no creo en las manifestaciones, de hecho… sí, también es una infancia en el País Vasco, ¿sabes? De manifestación contra manifestación y demás. Ahora ha cambiado un poco, pero creo que lo que anima las manifestaciones era un espíritu más lúdico que crítico, y me parecía que en el caso del atentado más grande que hayamos tenido hasta el momento el encontrarme con alguien que después se fuera de copas con los amigos me parecía una falta de respeto. Cada uno celebra el duelo como puede, y la muerte se celebra muchas veces con la vida, pero era algo que yo no quería hacer. Y recuerdo estar sentada en el sofá y darle vueltas a esas teorías, comenzaban a circular ya varios rumores, y por lo que yo conocía del mecanismo de ETA durante los largos años que viví en Bilbao, en Llodio. Y si me hubiera equivocado, no habría tenido ningún problema en rectificar. Pero eso no obedecía a que yo estuviera más o menos de acuerdo con un partido.
Explícame eso de que no crees en las manifestaciones. ¿De ningún tipo?
No. Yo tengo una enorme suerte, que es que mi voz es escuchada a través de otros medios, entonces es una visión mucho más individualista y arriesgada. Dentro de la manifestación pierdes en cierto modo tu identidad para hacerte algo más grande, más poderoso. Pero prefiero mantener esa individualidad a toda costa.
¿Y cuál es el mecanismo de protesta para los que no tienen ese altavoz y no trabajan en un medio, o su voz no se escucha?
Cada uno que busque el suyo. Ha habido gente que ha cambiado mentalidades, incluso en dictaduras, a través de blogs. El poder del individuo, que es algo por lo que yo he apostado constantemente, se está manifestando con una fuerza poderosísima. En algunos casos la protesta viene a través de nosotros no como ciudadanos sino como consumidores. No como pacientes, sino como consumidores. En Mileuristas, tanto en la primera como en la segunda parte, yo hablaba de que uno de los errores generacionales que había cometido el grupo de gente cercana a mi edad era que habíamos confiado en que los mayores arreglarían algo. Incluso ahora que somos nosotros los mayores, que alguien arreglaría algo, en lugar de ponernos nosotros manos a la obra. Como te digo, ese concepto de manifestación de protesta ahora ha cambiado, pero sin embargo es tan manipulable… Desde números a ideología, a redirigir la cólera, la indignación, el dolor, la simpatía de una emoción a otra… le he dado muchas vueltas al asunto.
Yo recuerdo ser una niña y presenciar desde el balcón de mi casa las manifestaciones en contra de los cierres de altos hornos, me pilló toda esa época y cómo se habían politizado totalmente. Pero recuerdo cómo se suspendían las clases en el instituto porque nos pedían a los chavales que fuéramos a manifestarnos en contra de las agresiones policiales porque había aparecido un hombre muerto en un campo cercano. En realidad había muerto de un infarto, era alcohólico y no tenía ningún tipo de vinculación política. Y desde muy pronto fui muy reacia a que alguien hablara en mi nombre. Incluso mis padres, los pobres, que son unos santos. Quise manifestarme por mí misma. Tuve muy claro que quería ser escritora, también me atraía la carrera diplomática, pero no quería estar al servicio de algo aunque ese algo fuera un país.
Estudiaste Derecho por eso, de hecho.
Sí, posiblemente porque tenía la sospecha muy reforzada por mi entorno de que de escritora moriría de hambre. Entonces hice eso de «bueno, algo útil, para escribir siempre habrá tiempo». Pero al poco tiempo me di cuenta de que la vocación me podía, de que era muy infeliz y más lo sería si continuaba dedicando parte de mi tiempo a estudiar asignaturas que no iban a formar parte de mi vida.
Volviendo a las manifestaciones: no te adhieres, pero, ¿las desprecias?
No, no es un desprecio soberbio respecto a «oh, esta gente que se manifiesta», ni mucho menos. En mi caso hay un interés en preservar una opinión y una individualidad que a mí me ha costado mucho conseguir y que me replanteo constantemente, claro. La idea de coherencia para mí es muy importante. Conmigo misma y con lo que manifiesto. Precisamente porque he tenido el privilegio desde muy joven en ser leída y ser escuchada y creo que eso es una responsabilidad. Y por lo tanto, repito, puedo equivocarme, pero puedo defender por qué lo hice. No hay consignas. Pero me gusta esta charla porque muchas veces en las entrevistas de perfil no se abordan temas que me interesan tanto como este. En lo que sí que creo, y a eso le dediqué dos ensayos, es en la toma de conciencia individual y hasta qué punto eso es poderoso. Y a que ya llegaba el momento de no delegar en otros el poder.
¿Y después de esa toma de conciencia individual, no debería haber una respuesta colectiva?
Sí. Pero como dices, se tiende a pensar que eso tiene que ser necesariamente un vínculo político y no tiene por qué. Es muy interesante la creación de plataformas, por ejemplo de afectados que hemos visto proliferar muchísimo. Mileuristas fue en 2006, han pasado ocho años, y ya entonces mi propuesta era esa. Las plataformas puntuales para conseguir un resultado inmediato, que después se desmontan, o que continúan dependiendo de la gravedad del hecho, me parecían y me siguen pareciendo uno de los mejores métodos y más eficaces, porque unen esas dos cosas. Pero insisto en la idea de que fueran puntuales y efectivas porque el poder es profundamente tramposo y muy adictivo. Entonces, desde el presidente de la junta de vecinos, al de la asociación de defensa de los animales a la madre que comenzó con una hija o un hijo con trastornos de la alimentación y que cuarenta años más tarde continúa decidiendo según qué tipo de cosas por intereses particulares, el hecho de asociarte conlleva una serie de conflictos que muchas veces no se ponen en cuestión porque lo que se busca es el objetivo. Si el objetivo está mucho más acotado y hay rotación, se evita ese problema y se evita también la rutina asamblearia.
Que tampoco te gusta.
No, no me ha gustado nunca. Las manifestaciones de alumnos que organizaban determinados grupos del instituto de Llodio se decidían presuntamente en asambleas. En los cuatro años que estuve en la universidad, que además yo era delegada, por supuesto, yo juré que no me iban a ver a mí en otra asamblea en la vida. Estuvimos a punto de dar por perdido el año de COU porque no habíamos conseguido el suficiente número de horas lectivas debido a manifestaciones de apoyo a presos de ETA, altos hornos, posible cierre de Tubacex, cosas en la que no estábamos ni remotamente involucrados desde el punto de vista ideológico. No sabíamos lo que era porque éramos chavales de dieciséis y diecisiete años. Entonces lo único que veíamos esos niños es que perdíamos clase y nos podíamos ir al parque. No a ligar, porque éramos vascos. Para mí era una falta de seriedad absoluta y volvía a casa indignada. Además era delegada, y otra cosa no, pero yo me tomo las cosas muy en serio, soy muy intensa. Total, que acabamos desvinculándonos los de COU, quedándonos en clase porque nuestro trabajo era estudiar, y ya pues que si «la empollona», la no sé cuántos, empecé a recibir amenazas… El show completo. Pero yo creía en lo que estaba diciendo, a mí una asamblea, decidida a mano alzada, por lo tanto en la que no había posibilidad de discusión real, no me iba a hacer cambiar de opinión cuando creía que los demás se equivocaban. Y acatar una mayoría que no perseguía el hecho de la protesta sino del ocio me parecía completamente ilegítimo.
Pero no siempre los objetivos que se persiguen son ilegítimos. ¿O sí?
Lo cuento porque me da la sensación, por los reportajes que he hecho y por lo que me he acercado a ello, que hay una traducción bastante exacta. Porque claro, en mitad de todo esto hay gente que dedica su vida a una causa y de una generosidad inmensa. Pero hay aprovechados, gente que se mueve por inercia. Hay contagio ideológico por cariño —muchas veces cuando nuestra pareja cambia también cambiamos de idea— y yo ya te digo, y quizás por mi propio carácter, por esa intensidad neurótica que me caracteriza, pues no me siento cómoda en ese sentido.
¿Y no temes que eso pueda ser entendido como un desprecio a la masa?
Ni mucho menos. Pero tampoco sobrevaloro la masa. Me interesa mucho más el caso concreto que la idea de masa. Y cómo la masa se genera porque existen unos comunes denominadores clásicos que también pueden ser manipulados pero que muchas veces son muy genuinos. También hay otro sentimiento casi de catarsis, cuando estamos dentro de un grupo, y de invulnerabilidad que puede ser lo más maravilloso del mundo pero que también puede ser muy peligroso. Hemos vivido asesinatos realizados por lo que en inglés se llama mobs, que jamás hubiera cometido esa persona de estar aislada y frente a frente y en solitario con otra. Eso ya es un tema más literario que otra cosa, pero resulta interesante: ¿Por qué un grupito de chavales es capaz de acosar a otro solo cuando es un grupito? Es interesantísimo ver lo que genera el grupo. La masa manipulada a lo largo de los siglos ha demostrado ser peligrosa, no es miedo, es historia.
Me ha venido a la cabeza, hablando de las masas, aquello que dijiste sobre Crepúsculo como saga de masas: «Estamos en manos de psicópatas».
Sí. Lo mantengo: psicópatas de guante blanco. Mira, mañana se estrena Cincuenta sombras de Grey, que es la versión para adultos de Crepúsculo, reconocido por la autora de hecho. Sobreviví a los linchamientos de adolescentes, y ahora es el momento de continuar. No he visto la película Cincuenta sombras pero la novela está tan patéticamente mal escrita que no ha habido mucho que defender ahí, y luego en realidad es un calco de un modelo adolescente y de una relación bastante adolescente. ¿Qué tiene de bueno? Que ha hecho que mucha gente que no se atrevería a leer una novela de unas dimensiones considerables, y menos una trilogía, se atreviera a hacerlo y después diera el salto por similitud a otras. Con otros best sellers no se ha dado así, porque también tenemos a Franzen, que escribe ladrillacos, que es un autor de best sellers culto. Y no ha sido un fenómeno de masas como tal.
O sea, que eres de los que defienden que el best seller ayuda a gente a acercarse a los libros, gente que de otra manera no se acercaría.
No es siempre un salto necesario. El pasar de best seller a una literatura de calidad. Hay gente que decide quedarse y convertir en parte de su vida habitual una lectura básicamente de entretenimiento, y es absolutamente respetable. Que lean. Leer es importante.
¿Leer lo que sea? ¿O es mejor no leer que leer cualquier cosa?
Yo preferiría que leyeran sobre todo mis libros [ríe]. Pero como en esa lucha estamos la editorial y yo, y es una broma pero en muchas de las declaraciones de escritores en el fondo lo que hay es que no estamos queriendo que se lea literatura de calidad, queremos que nos lean a nosotros. No, yo creo que el libro es un soporte y que da para mucho y que es un acto de una soberbia inmensa decidir qué es lo que tiene que leer cada uno. Imponer qué es lo que tiene que leer cada uno. Salvo los clásicos, que forman parte de la cultura general dentro de la educación primaria y secundaria. Eso es impepinable: aprender a hacer ecuaciones, de niños leer El lazarillo. Forma parte de estar en el mundo de una cultura europea, de una mínima cultura, que es algo por lo que también estamos luchando. Ahí está la literatura, ahí está la historia, la filosofía. En mi caso, si me preguntaran a mí, estaría el latín, el griego, la música, y otras muchas cosas de humanidades que están dejando de lado. Ahora, excluido eso, me parece, sobre todo viniendo de un escritor, un acto de soberbia decir qué se tiene que leer o no. Yo a mis alumnos de creación literaria sí les recomiendo qué es lo que les puede ayudar.
Pero hablamos de gente que quiere ser escritor, es más específico.
Claro. Entonces, a nivel general, si disfrutan con la lectura, están potenciando determinadas cuestiones de la calidad del libro. Por ejemplo el vocabulario, o conceptos que nos pueden parecer muy trillados pero que para otra gente no lo están, como el ocio en solitario, el ocio reflexivo, la ilación de pensamientos a través de la palabra. Hay una cantidad de beneficios que superan el hecho de que yo leería o no una serie de libros. Y luego hay otra cosa: en la lectura hay diversión, y yo no le puedo decir a nadie con qué se tiene que divertir o no. Exactamente igual si me dijeran que para ser una persona digna en sociedad, tendría que leer tal o cual cosa, me costaría mucho.
O sea, que sí. Que mejor leer de poca calidad que no leer.
Hay una serie de aspectos positivos que superan el tema de la calidad. Yo preferiría que se leyeran libros bien escritos, o escritos de una manera determinada, y variados. ¿Que además pudieran leer en bilingüe? Fenomenal. Pero eso es una utopía. Me parece interesante el hecho de incorporar la lectura en rutinas en un país mediterráneo, que tiene en contra el clima, que tiene en contra muchos hábitos que son de interacción personal; que se pueda combinar una cosa con la otra. Vamos a continuar siendo mediterráneos, externos, sociables y gremiales, pero es combinable con lo otro.
Ya que tocas el tema de la educación. Es llamativo que alguien que demuestre un talento tan precoz para la escritura como el tuyo, acabe montando una escuela de escritores para enseñar a escribir y defienda la necesidad de una titulación específica para escritores. ¿No hay una confrontación ahí entre aprendizaje y talento?
A ver, en lo que yo destaqué de verdad de niña fue en la ópera. Tenía unas dotes musicales que en ese caso eran innegables, yo no las pedí. De hecho no continué dedicándome a ello.
¿Innatas?
Eran genéticas. Gran parte de mi familia se dedica a la música. Yo tenía paladar gótico, tenía muy buen oído, una voz bonita, una madurez vocal de aparato fonador muy llamativa, tenía y tengo la caja torácica más dilatada de lo normal… Es decir, que exactamente igual que un bailarín profesional lo va a tener mucho más fácil si tiene una altura determinada, yo estaba diseñada físicamente para cantar. Pero coincidió que mi hermana mayor era profesora de música, y que una de mis asignaturas era la música, y que además vivía en el País Vasco donde la tradición coral es alta, donde había un excelente nivel de enseñanza musical. Si las dos cosas no hubieran coincidido yo no hubiera cantado en El Vaticano con catorce años, como fue el caso. Ni hubiera estado en la compañía de José Carreras, ni vivido una serie de experiencias muy contradictorias de los catorce a los diecinueve años. Empecé a estudiar a los cinco y me descubrieron para la ópera a los once. Rompí todos los récords que había en Bilbao, etc., etc. Cuando llego a los veintitrés años he dejado ya una carrera, que es la música. Y me maravilla y me decepciona el hecho de que yo, que quiero ser escritora, no tenga ningún lugar a donde pueda acudir para aprender para obtener un título. Cosa que como pianista o como violonchelista sí que tenía.
Además tenía la experiencia previa de que eso no solo tenía una salida de cara a la sociedad, sino además de que mis horas empleadas a la hora de estudiar música eran reconocidas, por lo tanto podía ser profesora. Si yo no continuaba cantando, tenía destino laboral en la música. ¿Y por qué en la literatura no? Solo en la literatura formal y reglada, en la que se enseñaba literatura comparada o historia de la literatura. Bueno, y semiótica y semiología. Desde que yo entro en la universidad —ya había escrito dos de mis novelas porque Irlanda la escribí con dieciséis años— una de mis preocupaciones es que si no se crea un tejido literario fuerte, ¿de dónde van a salir los lectores, los editores, los críticos? ¿Cómo podemos hacer que sobreviva mi gran pasión, que era la literatura, si no estamos generando un entorno en el que esa literatura pueda ser habitual? Porque algo que no he soportado nunca es el elitismo de la cultura. Yo soy hija de obrero, y aunque eso ha cambiado, en otras circunstancias yo no habría tenido acceso ni siquiera a leer, no digo ya una carrera universitaria. Yo no puedo creer en las élites porque no provengo de ellas, y quien tenga ese privilegio fabuloso que lo aproveche, pero no es mi caso.
Entonces, eso se comienza a gestar cuando tengo diecinueve años. Hacemos una reforma importante del taller literario… una de las cosas que tengo en común con Santa Teresa es que como no he encontrado lo que yo quería lo he tenido que montar. Ahí a lo vasco también. Transformamos el taller en algo que publicaba revistas, que daba conferencias… porque me interesaba mucho, pero a los veintitrés lo dejé. Pasa el tiempo, yo tengo varias escuelas literarias, y tengo buena relación con todas ellas, pero no acaban de encajar en un proyecto pedagógico que yo he tenido durante varios años. Mi obsesión, tanto en música como en literatura ha sido siempre la pedagogía. Mi hermana también es profesora, filóloga, y licenciada en Ciencias Políticas. Y presidenta durante varios años de la asociación de superdotados de España, o sea que una es una acomplejada [ríe]. Me demostró que el único patrimonio que nosotros teníamos era la inteligencia, una inteligencia además que no es pasiva, que tiene que reforzarse y potenciarse porque si no se agosta.
Pero volviendo al tema de todo este rollo que te estoy contando: si yo con dieciséis años, cuando escribí Irlanda me hubiera encontrado con una escuela seria que me hubiera acortado trayectos y procesos mentales, no sé si hubiera sido mejor o peor pero desde luego habría tenido una guía. Y en ese sentido he tenido que ser autodidacta. Si puedo allanar este camino a otros, lo hago.
Curioso que hables de élites y de titulaciones para ser escritor. ¿Hay algo de «titulitis» ahí? ¿De querer establecer una titulación obligatoria para algo a lo que mucha gente llega sin formación anterior?
A ver, lo que yo dije fue mal entendido. Me he aburrido de explicarme y desmentir. Vamos a ver: «Hola qué tal, me llamo Fulanito Pérez», «Pues encantada, Fulanito». «Yo soy escritor», pero «¿Has publicado algo?», «No».
Pero cuándo se es escritor, según tu opinión.
Exactamente. Esa es la gran polémica: cuándo uno es escritor. ¿Cuando publica el primer libro? ¿Si se lo autopublica vale o no vale? ¿Cuando gana el primer premio? ¿Cuando vive profesionalmente de ello? Hay muchos escritores que nunca han conseguido eso. Entonces: el tema está en que uno no es músico porque tenga el título superior de música, sin embargo, en el título superior de música, que no tiene un límite geográfico, abre caminos también en el exterior. A mí hay bastante gente que me conoce en España, pero me voy a Latinoamérica y, ¿de qué sirve lo que yo he hecho como escritora si tuviera por ejemplo que emigrar o que exiliarme? ¿Qué pongo encima de la mesa? Esto está directamente relacionado con lo que te decía de crear un tejido cultural serio. Durante mucho tiempo ha dado clases de creación literaria cualquiera. Y cualquiera no lo digo de manera despectiva, gente que no había publicado, que eran periodistas, que no sé qué… Al no haber una estructura seria respecto al tema literario, que es uno de los pocos campos en los que no la hay, el intrusismo, que no tiene por qué ser malo, a veces se convierte en malo; y sobre todo, ¿cómo demuestras que estás capacitado para hacer una crítica literaria? ¿Qué seriedad hay en todo eso? La opinión de todo el mundo es respetable, pero no todas son igualmente válidas.
Pero hablamos de cosas distintas: por un lado está ser escritor, y por otro crítico literario. Los críticos no tienen por qué ser escritores.
Sí, pero a lo que me refiero es que yo no pedía un título de escritor. Yo pedía más titulaciones relacionadas con el hecho de escribir. Y sobre todo que entrara dentro de la enseñanza reglada, como lo es la danza, la música, los actores… de manera que hubiera muchas más oportunidades laborales. Quien no quiera pasar por esa escuela, exactamente igual que quien no quiera pasar por el conservatorio y aun así toca la guitarra y la batería o canta, va a poder elegir. Pero es que nosotros no podemos elegir. ¿Me explico mejor? No es un tema de titulitis. Yo había dedicado demasiadas horas de estudio a armonía, música antigua, arte teatral… y todo eso se reflejaba en que tenía el título medio superior o lo que sea, de canto. Más los años de piano correspondientes. Al mismo tiempo estaba dedicando tantas o más horas al estudio autodidacta sin valorar y sin reconocer de la literatura. ¿Por qué?
Quizás porque la escritura es más un oficio que una profesión reglada.
Más a mi favor: crea una escuela de oficios. Uno de los problemas es que yo me encuentro con gente que ha tardado mucho en dedicarle tiempo a aprender a escribir, es que en su familia la simple idea de que un hijo se convirtiera en escritor era una pérdida de tiempo. Por todo esto que estamos diciendo. Mientras que el que se dedicara a ir al conservatorio o a kárate, en que había cinturones, no lo era. A ver: pon en contexto estas declaraciones. Yo comienzo a hablar de esto en un momento en que está implantándose el plan de Bolonia, en el que por lo tanto hay una reflexión a un nivel europeo acerca de la enseñanza y de formas posibles de incorporar enseñanzas regladas y no regladas, no es de pronto una boutade que se le ocurre a una escritora porque sí. Ni porque quiere montar una escuela. Yo tengo cosas que llenan mi vida y que no tendría por qué. Está dentro de ese contexto, que empezamos a ver los primeros años, porque yo no monto la escuela hasta el 2006 y comenzamos a ver que la aplicación de Bolonia es insuficiente. Y algo en lo que se había depositado mucha esperanza, mucha confianza, comienza a demostrar fallos. Por lo tanto, mi parte de reflexión es «bueno, qué vamos a hacer con esto», que al fin y al cabo es en lo que yo trabajo. Qué pasa, que si no nos limitamos a la idea de escritor solamente como alguien con talento, que es importante, sin embargo el trabajo es muy importante también. La seriedad es muy importante también. El hecho de enclavarte dentro de una tradición literaria, aunque no sea más que para subvertirla. El hecho de poder tener un pensamiento claro y definido, literario, no estoy hablando de ideología, estoy hablando del oficio al que te quieres dedicar de manera profesional, y eso es básico. Cuando limitamos al escritor a ser alguien genial que tiene raptos de inspiración y que, cercano a las adicciones y a la vida extrema, tiene que experimentar para luego escribir, estamos simplificando de una manera que yo creo que es brutalmente superficial.
¿Y no es simplificar también reducir el concepto de «escritor» a alguien que ha leído lo que tenía que leer y tiene un bagaje cultural?
Bueno, existe el que tiene una intuición y escribe y eso es loable. Sin embargo, la mayor parte de gente que yo conozco que ha publicado más de una novela, si es sincera, te hablará en términos cercanos a los míos. No tienen por qué ser exactos, pero sí cercanos. Te hablo principalmente de novelistas, en el caso de la poesía y la dramaturgia es distinto. En el caso de la novela hay una constancia importante. Esa constancia puede ser a lo largo de varios años para una novela menor o lo que sea. Y sobre todo es que se ha hiperdesarrollado la idea de ese talento que surge de la nada y de la experiencia. Y entonces, quizás yo intente compensar hablando de que aparte de eso también hay otras cosas. Si queremos trascender, si queremos que nuestra obra sea leída, aparte de un fenómeno determinado, incluso de un fenómeno de moda, es necesario tomarse en serio al lector, al propio escritor. Tomarse en serio no significa alejarlo de la realidad, pero sí tomárselo en serio. En torno a mis veinte años empieza a haber una irrupción de la generación Kronen, que tiene un modo de manejar la literatura diferente al mío, y por otro lado hay muchos escritores, periodistas, famosos, que empiezan a escribir como lo hacen ahora. Pero esos libros no son literatura, ni tienen intención literaria. Me parece muy bien que se publiquen, pero eso es otra cosa.
Es decir: hay gente que escribe libros, y hay gente que es escritor.
Hay gente que tiene una intención literaria, y hay gente que escribe libros. Un libro puede ser un ensayo divulgativo. Yo creo que en este sentido se me ha malinterpretado bastante, porque la visión que yo tengo, y lo saben mis alumnos, es bastante más amplia de lo habitual. Luego también es que nos manejamos mucho por arquetipos, y si yo hablo de otro, lo lógico es blanco o negro. Yo ahora llevo un montón de años dando clases, tengo un montón de alumnos que han publicado, otros que no, algunos que claramente no iban a escribir nada decente…
¿Y se lo dices?
¿El qué?
Que no van a lograr publicar nada decente.
No me lo suelen preguntar. Pero bueno, es que dentro de los alumnos que yo tengo no todos suelen ser escritores y publicar. Algunos quieren aprender a escribir, otros quieren escribir sus memorias, otros quieren un proyecto concreto, entonces, ¿qué sentido tiene hacer eso? «Ven para acá, yo que soy tu profesora te voy a decir que no vales para escribir». Sí, sí, si para escribir vale todo el mundo, otra cosa es qué quieres escribir, y otra cosa es ser un genio literario, y otra es poder ser un escritor profesional, que no siempre implica ser un escritor de calidad. Yo tengo un rango de alumnado muy diverso, hay gente que simplemente siempre le ha gustado leer y quiere probar a escribir. Entonces, el hecho de escribir es algo tan privado, tan íntimo, y que está tan sujeto a tu propio criterio, que irrumpir ahí me parece totalmente antipedagógico. Pero si me lo preguntan yo soy sincera. Y creo que no he tenido que decir nunca eso: porque una cosa es el genio literario, un Shakespeare, un Cervantes o un Baroja, que era profundamente descuidado; y otra es que si tú te empeñas puedes escribir un buen libro.
¿Todo el mundo?
No. Pero es que si te empeñas y has venido a una clase es porque eso no surge de la nada. Hay lecturas detrás, hay interés, hay alguien que ya te ha dicho que es interesante lo que escribes, hay pasión. Hay una criba previa. Entonces yo lo que intento es facilitar herramientas, por eso pregunto: ¿a ver, tú qué quieres, qué te gustaría hacer? Hay quien dice: «Yo ganar el Planeta, cómo tú» y yo digo, pues entonces el camino es este, este y este.
¿Hay una senda para ganar el Planeta?
No. Pero si no te presentas, no vas a ganar. Si no finalizas una novela, no te puedes presentar, y si no sigues una serie de criterios en los que tienes que dar prioridad a meter horas, a leer, a profundizar en tu materia, a mejorar tus diálogos, no puedes escribir una novela. Entonces no es: pues nada, elige un tema supercomercial, que además yo te presento a alguien del jurado. No. Lo que me refiero es que hay veces que uno quiere ser escritor, por el glamour, ficticio realmente, por una idea desmesurada de lo que eso significa, entonces, ¿de verdad quieres hacer esto? Pues vamos a ver de qué manera. Hay gente que se desanima y hay gente que al contrario. Desmitificación.
Ahora que hablas de desmitificación y de escritores, de ego, recuerdo hace años, un programa de TVE en el que el apareciste. El concursante tenía que averiguar quién era el famoso entre dos personas. Y a ti no te reconocieron. ¿Fue una patada para el ego?
No, no. Lo recuerdo. Concursaba una señora sevillana con su hija, y dijo: «Yo creo que la cabaretera es esa», refiriéndose a mí. Pero es que aquí somos cuarenta millones de habitantes, y la literatura y los escritores, quitando un puñado de ellos, pasamos totalmente desapercibidos. Y yo soy conocida, ¿eh? Soy más conocida que leída. Hay mucha más gente que conoce mi nombre que lectores.
¿Por qué crees que es eso?
Bueno, pues porque soy llamativa. Porque fui la premio Planeta más joven. Y apareció en un montón de sitios. Eso desde luego es una razón. Aquello fue muy divertido, porque tengo una parte muy gamberra, de desmitificación otra vez pero de una misma. Me lo ofrecieron y dije pues venga. Y no temía no ser reconocida, mis necesidades de ego están más que cubiertas, la mayor parte de la gente que me conoce me reconoce cuando doy el DNI con la tarjeta de crédito: «Espido Freire, como la escritora». Sí, soy yo. «Ah, pues no te imaginaba así, pensaba que eras más mayor». No tengo ninguna satisfacción especial, ni regodeo especial en que la gente me reconozca.
Hablando de esto. Documentándome para la entrevista, he visto que en todas, absolutamente todas las publicaciones de Facebook, chat con los lectores o cualquier otro tipo de interacción, hay referencias a tu físico. Rijosas, claro. Lo obvio es que si fueras escritor esto no ocurriría.
Pues mira, es que soy escritora mujer, y ya está. El cuerpo y la apariencia física de la mujer es constantemente juzgada. Periodistas, políticas, deportistas, actrices, modelos, camareras… entonces es algo de lo que no puedes disociarte. En el tema de las mujeres el aspecto físico está muy por encima de nuestra profesión… de momento, no sé si eso cambiará algún día. Entonces sí, pues las referencias a mi físico siempre están. Durante mucho tiempo he tenido el pelo muy largo y me lo corté en un momento de mi vida y eso llamó la atención, hubo muchos comentarios sobre ello, incluso en la radio, en una tertulia en la que participaba en Onda Cero, se pasaron dos meses de cachondeo con lo del pelo corto. «¿Ya sabéis que Espido Freire se ha cortado el pelo?». Bueno, eran amigos y eran humoristas, fantástico. Me refiero a que no me sentó mal, me hacía mucha gracia.
Bueno, durante un tiempo hemos estado todos comentando también el pelo de Aracadi Espada. No es tan distinto.
Sí, es cierto, tienes razón. Pero bueno, que yo siempre he tenido mucho pecho, ¿qué le vamos a hacer? Es lo que hay. Es un reflejo sexual primario de mucha gente el fijarse en ello, qué voy a hacer. Durante mucho tiempo me esforcé por no llamar la atención hacia ello, y como se llamaba la atención igual, porque es inevitable, dije: «Buah, qué demonios, por qué vamos a privarnos de un escote». Y empecé cuando fui jurado del Festival de San Sebastián, en 2007. Y de pronto la gente descubrió mi escote: una de las entradas más populares es «Espido escote». Pues bendito sea. De hecho, es la etiqueta más buscada, por encima de «Espido Freire».
Si no te molesta, entonces no hay problema.
No, es que es absurdo continuar con que me moleste. Hay cosas que se pueden cambiar y hay cosas que no se pueden cambiar. Una cosa es denunciar e intentar cambiar determinada mentalidad. Hay otra, sobre todo la que se maneja a través de algo que es incontrolable como son las redes sociales, o como es internet o Wikipedia, de lo que más vale ser consciente y asumirlo. Y luego ya veremos medios para ir cambiándolo. Yo me llevo mis disgustos con determinadas fotografías y con determinados comentarios. Mi jefa de prensa es testigo de ello, y a veces me dice «Bah, pero no le des importancia». Y sí, claro, no es una especie de «me da todo igual», pero eso no quita para que una mala foto, una foto malintencionada o un comentario sexista no sea de mi agrado en absoluto. Sobre todo porque la mayor parte de las veces buscan una intención que no existe, que es pura casualidad, que es una foto que yo no he consentido o sacado, o que intenta romper una barrera y se interpreta de una manera totalmente distinta. Entonces, frente a eso, una de las cosas que intento hacer es asumir que si se corren riesgos, o romper determinados moldes, las críticas van a ser inevitables.
¿Un escote, un riesgo?
Claro. Pierdes seriedad y estás rompiendo la imagen tradicional de autora, es posible que no escuchen el discurso que esté detrás, o que te confundan con otro tipo de movimientos o de gente que está empleando armas similares con una intención parecida. Claro que se corre un riesgo. Ahora, que también hay gente que lo interpreta de la manera que a mí me gustaría, y que dice «bueno, ya es hora de que la imagen de las mujeres no esté limitada solamente por el físico, o sobrecondicionada por el físico». O ya es hora de que se demuestre, que como en otros países, las escritoras son líderes de opinión en áreas muy distintas. O ya es hora de que «Olé tus narices». Es decir que te interpretan de una manera muy positiva, que no tenía nada que ver con lo que tú estabas buscando. Y no se puede prever si compensa lo negativo.
Pero has tenido malas experiencias con todo esto.
Pues mira, recuerdo la famosa foto de Luis Malibrán, que aparecí como cubierta en el magacín de El Mundo. Yo no iba a ir en portada, era una foto interior para una entrevista de perfil. Me la hacía además una buena amiga, una periodista para la que yo trabajé mucho tiempo en radio, Nieves Herrero. Luis me conocía ya, habíamos ido a Noruega juntos incluso, y me dijo «¿Te arriesgas a que te saque una foto con este vestido y demás?». Y dije que sí, porque sabía que me iba a sacar favorecida. Y nada, Nieves hizo una entrevista muy correcta, y cuando acabó me dijo: «Oye, ¿sigues con aquél novio que tenías…?» y le conté que estaba atrasadísima, que de eso hacía diez años. «Desde entonces he estado con Fulanito, Menganito, extranjeros todos», le conté. Y me preguntó: «¿Todos extranjeros?», le contesté «Sí, yo es que he hecho mucho por la Unión Europea». Llevábamos un rato hablando, ya has visto de qué forma empleo yo también el humor. Eso era absolutamente off the record. Y fue el titular en portada, de una fotografía que no iba en portada, con una declaración que fue off the record. Cuando yo salí a comprar El Mundo ese fin de semana, vi a un señor en mi barrio que me miraba raro, y luego vi a otro que me miraba raro y llevaba el periódico debajo del brazo, con el magacín doblado y por delante el periódico. Solamente se veían los ojos y dije: «Oh Dios mío, o soy yo en portada o es Susan Sarandon». Porque tenemos un corte de frente similar. Pensé que no podía ser que hubiera salido en portada y me fui al quiosco, y el quiosquero me dio la revista así, sin mirarme. Y cuando vi el titular dije: «Qué faenón». Porque preveía lo que iba a pasar.
Ahora ya es una broma entre mis amigos y mis lectores habituales, lo de hacer mucho por la Unión Europea. En aquel momento dije bueno, venga, toda publicidad es positiva. Yo no llevo mal que la gente hable de mí pero no me gusta la atención negativa. Ni nunca he buscado atención negativa. Te menciono ese caso como ha habido otros. Me pasé un par de días pensando cómo lo encajaba, cuántos desmentidos iba a haber, qué sentido tenía todo… y yo te juro que cuando se hizo esa sesión de fotos, cuando yo estaba ahí, no había en ningún momento intención ni de una provocación ni de alardear de mi vida amorosa. Lo hice con la confianza de que estaba trabajando con dos profesionales con los que tenía trato desde hace mucho tiempo. Pero no truncó mi relación con Luis, ni con Nieves, ni con mis lectores, ni con nada. Pero me refiero a que yo sabía que corría cierto riesgo escogiendo un vestido atrevido, pero no podía medir el resto de las consecuencias.
Hablando de estética. Has publicado dos ensayos sobre los trastornos alimenticios, sobre anorexia y bulimia, que tú sufriste, y eres muy activa con este tema. Por otro lado, es habitual verte en desfiles de moda y pasarelas. ¿No crees que alguien puede ver cierta contradicción en apoyar a un sector al que tradicionalmente se ha hecho responsable de encumbrar una imagen de la mujer distorsionada?
¿Y dónde voy a hablar si no de anorexia y bulimia?
¿Vas allí para eso?
Sí, claro que sí.
Bueno, lo que trasciende es tu foto en primera fila del desfile, junto a otras figuras de la socialité.
A ver, yo comencé a ir a la Mercedes Fashion Week Madrid porque llevábamos mucho tiempo peleando en las asociaciones de anorexia y bulimia y afectados para que el peso en las modelos fuera aceptable. Entonces, el año que finalmente se consigue, y se consigue a través de un impacto muy complicado que había llevado mucho tiempo, nos invitan a mí y a la presidenta de Madrid y otros representantes, para que comprobemos desde la primera fila que las modelos tienen un peso saludable. Esa es mi primera visita a Cibeles, invitada por Cuca, la directora. Y cuidado: la anorexia y la bulimia no se producen por la moda. Es una enfermedad multifactorial y es una enfermedad en la que si no se cuenta con la ayuda de diseñadores, estilistas, las propias modelos y un montón de cosas más, no se va a mandar un mensaje más positivo. Entonces, eso por un lado. Y por otro lado: mi madre era modista. Yo he crecido dentro del terreno de la idea de patronajes, de diseños y de expresar tu identidad a través de la moda. Una moda que en ese caso yo dibujaba y mi madre cosía, y yo luego llevaba si tenía valor para ello. Porque yo siempre iba para arriba y mi madre para abajo. Como todas las niñas. Entonces para mí la fascinación del mundo de la moda está ahí y sería hipócrita negarlo.
Con el tiempo, entre mis amigos hay un buen número de diseñadores, entre ellos estaba Jesús del Pozo, que falleció. Sería injusto limitarle únicamente a la figura de modisto. Yo trabajo con el mundo de la cultura, para mí el mundo de la moda integra por un lado cultura y por otro lado industria. Es algo muy importante. Y por otro lado en la moda hay ideología. Es interesante saber qué tipo de ideología se transmite. Y luego hay otra cosa que no vamos a dejar de lado de manera infantil: yo soy una persona conocida y hay gente que quiere contar conmigo. Y yo elijo dónde aparecer y dónde no aparecer, a quién dar mi apoyo y a quién no. Pero me parece que no hay una cuestión de incoherencia ahí, precisamente ahí no. Habrá otros temas en los que pueda ser más incoherente. ¿Por qué no va a haber periodistas generales, no especializados en moda, y por qué no va a haber escritores y escritoras en un desfile? ¿Qué les impide de ir? También van a partidos de fútbol, y eso durante mucho tiempo fue visto como una idea de modernidad de los escritores. Hubo una temporada en la que todos participaban en antologías de fútbol. No estamos ni por encima ni por debajo de nadie, aunque habrá a quien no le interese en absoluto el mundo de la moda. A mí me interesa la gastronomía mucho, la moda mucho, el cine mucho, la botánica…
Y desde esa primera vez que fuiste a Cibeles, lo del cambio del tallaje, ¿se ha mantenido o fue algo puntual?
Al cabo de dos años empezó a disminuir sospechosamente el IMC de las modelos, hubo que dar ahí un toque. Pero sí, continúan siendo altísimas, como es la moda ahora que sean las maniquís. Continúan siendo delgadas, pero ha desaparecido esa extrema delgadez, que era un icono muy peligroso para las personas ya enfermas, y sobre todo que mantenía un modelo de belleza que era muy peligroso.
Tu primer ensayo sobre la bulimia (Cuando comer es un infierno. Confesiones de una bulímica) es de hace una década y el último del año pasado (Quería volar). ¿Qué ha cambiado desde entonces, socialmente?
Pues mira, yo aquí tenía una percepción muy equivocada. Llevo una década muy metida en ello, mucho vínculo con las asociaciones, menos vínculo con las enfermas particulares porque no es mi terreno, yo les tengo que entender y que hablar, pero a partir de ahí desviarme. No se pueden crear relaciones de intimidad con enfermas porque no es mi papel. Mucho vínculo con psiquiatras y psicólogos, y teníamos la impresión de que había habido una labor de difusión muy grande y no. Lo que ha habido ha sido la generalización de que existe la anorexia y de que existe la bulimia. Pero cuando estuve de promoción el año pasado con Quería volar, la sorpresa de los topicazos que continúan manteniendo los periodistas, la gente y demás, me decepcionó muchísimo. Pensé que se había conseguido una labor mayor, que se había llevado a cabo una información más veraz, y se habían roto tópicos. Y no. Queda muchísimo por hacer. Mi enfoque en promoción, que era una excusa para hablar del tema otra vez, varió después de varias entrevistas. No se asocia que sea un trastorno emocional y no un trastorno psicológico. «Es que no entiendo por qué no comen, no entiendo por qué no tienen hambre». No, a ver, hambre claro que tienen. Lo que pasa es que el conflicto emocional las lleva a no comer. Y luego muy críticos con la idea de la moda y las modelos, cuando es un factor, no el más importante en los últimos tiempos. Muy críticos también con la cirugía estética, pero por ejemplo no con la idea de plasticidad del cuerpo, que es mucho más básico aquí. Mucha menos alerta con la brutal cantidad de críticas que reciben las mujeres famosas todos los días y las que no son famosas también.
Está tan interiorizado… mira, las anécdotas con las últimas actrices de Hollywood en torno a los cuarenta y pico años que se han operado. Han sido feroces, en todos los sentidos. No continuamos avanzando en este tema. Algo se ha avanzado, porque mucha gente no sabía qué eran la anorexia y la bulimia hace diez años. Y asociaban anorexia únicamente a una imagen esquelética, la asociaban a muerte también. En cambio ahora, quien más quien menos ha conocido un caso cerca. Otra cosa es que sepan qué lleva a ello, cómo se puede originar, que esté presente la necesidad de que hay que seguir una terapia. Sin terapia el camino es muchísimo más largo, y hay que ponérselo fácil. Sobre todo, la disociación «niña tonta que quiere ser modelo, que ha tenido un disgusto y que deja de comer». Y no. El 80 % o el 90 % son principalmente mujeres que son adultas, hay un incremento en los varones alarmante, sobre todo en vigorexia y en comedores compulsivos y eso indica que hay unas presiones emocionales que no estamos superando y que la crisis ha agravado. Se manifiesta a través del cuerpo y de adicciones. Pero vamos, yo suelo decir que conozco a muy pocas mujeres, me sobran dedos, que tengan una relación sana con la comida. Y que la hayan mantenido a lo largo del tiempo. Otra cosa es que te la hayas trabajado.
¿Sigues creyendo que el único momento en el que a una mujer se le permite ser gorda es en el embarazo?
Eso ha cambiado un poco. El embarazo te permite engordar si te conviertes en una criatura deliciosamente sensual. Es decir, si tus pechos crecen y si tienes únicamente barriga. Las piernas no, la cara no, los granos no, el culo ahora con lo de la Kardashian está cambiando un poco el tema, porque está habiendo una fijación sexual estética en la derrière, que a mí me preocupa un poco, pero bueno. Y después inmediatamente, según has expulsado la placenta, tienes que recuperar también la figura. La lactancia y ese proceso, nada. Te damos tres meses, porque claro no te vas a poner como una foca con tres meses de embarazo. Y eso ha venido muy acompañado por el uso de la lycra y tejidos ceñidos para embarazadas. Yo recuerdo cuando era jovencita que las embarazadas vestían buzos don Pimpón y vestidos corte mesa camilla, el corte premamá de toda la vida de Dios. Y ya estaba. El embarazo se tenía que notar lo más tarde posible, y por supuesto que no se pusieran en bikini. La primera que yo recuerdo fue Rosario. Va todo en modas.
Pero vamos, a mí lo que me preocupa más es la cantidad de tiempo que dedicamos, el no querido, porque otra cosa es mi coquetería o que me guste el mundo de la moda; pero la cantidad de tiempo no elegido que le dedicamos las mujeres a nuestro físico, la cantidad de energía, es abrumadora. Cosa que por ejemplo los varones, en general, no hacen, o hacen en un porcentaje mucho menor. Entonces bueno, sin llegar a una perspectiva puramente setentera del feminismo que trataban de abolir todo eso, sí que me interesa esa reflexión. Cuántos escapes de energía se nos van ahí, sobre todo relacionados con el perfeccionismo, una idea inalcanzable de mujer y ahí sí que están la anorexia y la bulimia. Y la neurosis, y la depresión.
Volviendo a lo puramente literario, ya que has mencionado el feminismo. ¿Existe la literatura femenina?
Laura Freixas defiende que sí. Y yo durante mucho tiempo estuve hablando de lo difícil que es desprenderte de una experiencia general, es decir, no puedes concebir el mundo como varón, salvo el caso muy limitado de transexuales que han vivido la experiencia del doble género. Así como tú puedes hacer todo tu esfuerzo para vivir el mundo desde unos ojos masculinos, y ahí está la ficción, creo que es muy complicado despojarte de tu género, seas hombre o mujer, a la hora de escribir. ¿Qué es lo que no me gusta a mí de la literatura femenina? El hecho de que cualquier cosa a la que le añades la etiqueta de femenina automáticamente pasa a ser de segunda clase. Entonces, las veces en las que he evitado esa terminología no tienen que ver con que no crea en ella o no crea que exista, sino que a mí que me hagan de segunda es algo que llevo particularmente mal. En cualquier terreno. Y asumir que una de las primeras cosas que me define a mí como persona, que es ser mujer, me coloque automáticamente en inferioridad de condiciones en muchos terrenos. Y eso, que estamos en Europa, en España y en el siglo XXI, me fastidia enormemente. Lo de ser mujer es la diferencia más categórica, y no solo siendo escritora. En todo.
Entonces, otra cosa es que eso conlleve unas dificultades tan evidentes. Es cierto que el juicio es distinto, pero en ocasiones no significa que sea peor: hay muchos estudios de literatura escrita por mujeres. Tenemos un campo que es el de las revistas femeninas, que como preferencia entrevistan a escritoras, por ejemplo. Tenemos en España un número importante de mujeres que tienden a leer experiencias o novelas que les hablen de su propia realidad. A algunos niveles no es algo tan negativo como pudiera parecer. Pero muchas veces a la hora de a prioris sí que partimos en una situación de desventaja. Y sobre todo es que a mí y a mis compañeras escritoras no nos gusta eso. Algo que los varones escritores no se tienen que plantear. Salvo cuando hay concursos que solo admiten a mujeres, que entonces protestan mucho. A quien tiene un privilegio, que se lo arrebaten no le gusta. A nadie.
¿Ser escritora, mujer y joven sigue siendo algo peligroso, como dijiste cuando ganaste el Planeta?
Me imagino que me refería a la exposición. El hecho de que fueras joven y prestaras una determinada opinión, o parecías una revieja o parecía que estabas descalificada por tu falta de experiencia. En el tema de ser mujer necesariamente parecía que tenías que definirte acerca del feminismo, o no. Y el hecho de ser escritora es peligroso en general. La mayor parte de las mujeres que aparecen a nivel social están pensadas para ser vistas, no para ser escuchadas. Aunque ha habido un cambio y tiene que ver con la paridad política. Ha habido un cambio que ha hecho que más mujeres, que tienen una profesión determinada, aparezcan. Pero en la empresa privada no se da. Y nos hemos encontrado con retrocesos suficientes en cuanto a la visibilización de una mujer que no sea el modelo de madre por un lado, y de mujer en busca de estabilidad emocional por otro.
Lo has mencionado antes también, el retroceso que ha supuesto la crisis para las mujeres. ¿A qué te refieres?
Pues a que muchas se han quedado en casa, y ha coincidido que ya no tenían el conflicto entre años laborales y años de fertilidad y por lo tanto han tenido hijos. Entonces en el terreno laboral no han continuado avanzando, excepto las que han continuado trabajando desde casa. Muchas de ellas han montado negocios por internet, pero esa visibilidad, la de internet, es tan reducida… Hemos tenido además una inmigración que en la mayor parte de los casos procedía de nacionalidades con unos desequilibrios entre hombre y mujer muy importantes; desequilibrios que ya teníamos, pero la oleada ha hecho que integráramos nuevamente esas ideas. Ha habido muchos procesos, una vuelta a la hiperfeminización de las mujeres en los medios de comunicación: altas, esculturales, rubias, jóvenes, guapas y con poco discurso.
O quizás presuponemos que como son jóvenes, rubias y guapas tienen poco discurso. Y el espacio que se les da no nos permite ver que lo tienen. Por ejemplo.
Qué más da. Una cosa retroalimenta a la otra. Si no se reclama un espacio distinto, no se va a dar. Y si no se va a dar no hay un espacio para ese discurso. Cuando lo que han elegido es participar en un programa en el que lo que se hace es buscar una pareja, el discurso es totalmente sexista, provocativo y banalizante. En ese caso, tienen ese discurso. Esto es cíclico: sin duda habrá algunas que salgan de ese círculo y aprovechen la fama y escuchemos discursos que no estén guionizados, pero la realidad es que tenemos un porcentaje muy importante, que hace quince años no era tan grande, de mujeres florero que vuelven a aparecer en medios de comunicación. Exclusivamente floreros y contratadas para ser mujeres.
Te has definido muchas veces como feminista. ¿Cuántas veces te han llamado feminazi?
A ver, yo soy una feminista de tercera generación. Yo entiendo el feminismo como el hecho de una igualdad entre géneros: igualdad de oportunidades, igualdad de libertad, de posibilidades y que ese equilibrio implique primero una compensación en casos en los que hay un desequilibrio, y por otro lado, que eso funcione en los dos sentidos. Si los hombres no se involucran en el feminismo, no lo ven como algo que favorece y beneficia a los dos géneros, continuaremos con una lucha de géneros que a mí no me interesa en absoluto. Pero el feminismo tiene en general muy mala prensa. Y eso implica que algo muy mal hecho en comunicación se ha llevado a cabo. Y a la cara nunca me han llamado feminazi, aunque habrá gente que lo piense. Yo estoy a favor de la custodia compartida, y estoy a favor de ese tipo de cosas que suelen ser las que dan origen a la idea del feminazismo, y al no moverme por ahí no creo que me lo digan… aunque me acabas de crear una inquietud nueva. En ese sentido soy muy conciliadora. Me interesan mucho los hombres, como alguien que solamente tiene una hermana, que ha crecido en un entorno femenino, y que he estado muy rodeada por mujeres salvo por mis parejas. Pero la relación de pareja no hace que conozcas a los hombres. Entonces he intentado tener amigos y ver la visión desde su perspectiva, me interesa ese diálogo amistoso o no, pero sí de intercambio de pareceres con varones. Me interesa su punto de vista. El de las mujeres lo conozco, pero tiende a sorprenderme.
Y para terminar: ¿Qué hace una agnóstica lanzándose a una conversación tan larga con Santa Teresa, y quitándole el «santa» de en medio?
El aspecto de santidad, que es sobrevenido, que es posterior, solamente es un aspecto de su existencia. ¿Qué hace una mujer escribiendo de otra? No soy la primera que desde una religión distinta o desde el agnosticismo escribe de ella. Hay un par de biografías espléndidas de antes. Teresa de Cepeda tenía antecedentes judíos, y ahí puede haber un punto de unión. Pero a mí me interesa la dimensión del misticismo, la relación que ella tenía con Dios, lo sincera que era en esas manifestaciones. Lo apasionada que era para todo, que era infatigable, pero también era depresiva, como yo. Cuanto más he ido rascando —esto también es muy subjetivo, porque cuando te ves reflejada en un personaje de esas dimensiones tiendes a buscar los parecidos—, pero según investigaba, encontraba puntos que a priori nunca había pensado, que me hablaban de una forma muy cercana. Ella también tuvo posiblemente trastornos de la alimentación, pero luego se preocupaba mucho de que las monjas estuvieran bien nutridas, que no hicieran excesos. Somatizaba, que yo también lo hago, tenía una relación con el cuerpo muy moderna, no en cuanto a novedosa, pero sí contemporánea. Y era una intelectual completamente insaciable, y con muy pocos medios. Si le hubieran permitido leer más y estudiar más hubiera sido más de destacar todavía.
(Versión fidedigna de archivos del año 2532 D.M (Después de Maria, icona política elegida para marcar el paso del tiempo y por ser la primera en ser ofendida sin recibir adecuada justicia) Me reservo el derecho de no dar a conocer cómo llegó a mis manos.
“La Presidenta Planetaria, atareada en diseñar la campaña política con sus ayudantas en vista de las próximas elecciones, en las cuales tendrá que afrontar al Movimiento de las Románticas para el Planeta, culturalmente mucho más progresistas que su Movimiento Úteros para el Futuro, impone una pausa para atender a su Adepta para la Historia. Esta le entrega un archivo digital, apenas descubierto, que la presidenta lee sin dejar de pensar en las futuras consignas. Cuando termina, en menos de diez segundos, pregunta escandalizada Su adepta carraspea, un poco avergonzada por la ignorancia de su jefa y le contesta que en aquellos lejanos tiempos había hombres. <No, señora presidenta, hombres. Su adepta vuelve a carraspear tratando de dar la versión más corta posible. <Básicamente eran mujeres modificadas, necesarias al orígen de los tiempos, para defendernas contra el primigenio ambiente hostil, pero con el paso del tiempo se apropiaron del planeta. .
<Estuvieron a punto de hacerlo, y con ellos nosotras, sin contar las matanzas y genocidios que llevaron a cabo durante la historia. Solo se extinguieron.
P.D: Estos vascos que en mi país eran deliciosamentes cabezaduras, generosos y todos lecheros (yogurt La Vascongada, buenísimo), cuando eran jóvenes e iban al parque, ¿no iban para ligar? ¿Y a qué, entonces?
JD. Entiendo que lo de más arriba es una vista previa, pero sucede que faltan pedazos. Esperaré con paciencia. En el copia y pega no puede haber errores. gracias
Me ha bastado con leer el titular.
Tal cual
(Versión fidedigna de archivos del año 3532 D.M (Después de Maria, icona política elegida para marcar el paso del tiempo y por ser la primera mujer humillada sin haber recibido adecuada justicia, ni celestial ni terrenal). Me reservo el derecho de no dar a conocer cómo llegó a mis manos.. <¿Hombres? ¿Y qué eran?> Su adepta vuelve a carraspear tratando de dar la versión más corta posible. . <¡Qué horror! ¿Y por qué desaparecieron? ¿Se mataron entre ellos?> . < ¡Santa Maria! Gracias>
“La Presidenta Planetaria, atareada en diseñar la campaña política con sus ayudantas en vista de las próximas elecciones, en las cuales tendrá que afrontar al Movimiento de las Románticas para el Planeta, culturalmente mucho más avanzadas y progresistas que su Movimiento Úteros para el Futuro, impone una pausa para atender a su Adepta para la Historia. Esta le entrega un archivo digital, apenas descubierto en las antiguas bibliotecas, un valioso fósil literario que la presidenta lee sin dejar de pensar en las futuras consignas partidistas. Cuando termina, en menos de diez segundos, pregunta escandalizada <¿Qué clase de mujer puede ser una que pregunta con perfidia cosas imposibles, como por ejemplo, “Explicame eso de que no crees en las manifestaciones, o “Volviendo a las manifestaciones, no te adhieres, pero ¿las desprecias?...”. Es que nuestras antepasadas no sentían ese horror por los desórdenes y la violencia verbal que en ellas brotan. ¿Y por qué la entrevistada tiene que justificar sus tetas o el corte del pelo?> Su adepta carraspea, un poco avergonzada por la ignorancia de su jefa y le contesta que en aquellos lejanos tiempos había hombres. <¿Omres?>
JD: continúa a publicarse incompleto. No es la primera vez.
Esta entrevista es de 2014. Muy interesante, pero se ha publicado como si fuera de 2021…un saludo.
ČAvisa DE que», no «avisa que»…
Creo que un artículo sobre literatura no se puede permitir estos errores.
Es evidente que Espido Freire no es del agrado de la entrevistadora. Era una opinion que me estaba rondando por la cabeza con el tema de las manifestaciones y que he confirmado con el del taller de escritores. Estaba bastante claro lo que la entrevistada queria decir sin necesidad de apretar tanto y hacerle explicarse tanto.