Hospital Miguel Bombarda, Lisboa, julio de 1979
Un joven médico psiquiatra escribe novelas en el tiempo que le queda entre las consultas, las guardias y las urgencias. Siempre a mano y siempre en bloques de hojas A5 con el membrete del hospital, siempre con un libro cerca para colocarlo encima de las cuartillas si alguien entrase por sorpresa y siempre con la puerta abierta de su despacho, escuchando los ecos de los pasillos como un fondo desasosegante. António Lobo Antunes, que decidió que sería escritor con siete años, ha estudiado medicina, ha ido a la guerra de Angola y ha vivido la revolución del 25 de abril sin dejar de escribir y de romper lo escrito. Compulsivamente, con el ansia de quien se asume predestinado y solo quiere acelerar el paso del tiempo, intentando llegar cuanto antes a lo que él considera un nivel literario aceptable.
Escribía todos los días, cuando podía, y si no, luego, por la noche, hasta las tres o las cuatro de la mañana (…) Lo hacía en la guerra, en el hospital, escribo en los hoteles, en cualquier sitio.1
Como todo es susceptible de ser conquistado si se insiste lo suficiente, un día llega una novela que se resiste a ser destruida, que tiene vida propia y se manifiesta de modo diferente a las demás. Esa es la novela que lo cambia todo y aunque no es ahí donde el escritor nace, porque la gestación de una obra está mucho antes de que sus páginas existan, en ese punto exacto en que la obra se deja acabar y se convierte en un organismo autónomo se acaba el desvelo del aspirante que no se siente lo suficientemente bueno y empieza otro, el del autor que teme no poder superarse la próxima vez.
Cada vez tengo más miedo. Es como cuando los trapecistas dejan un trapecio para coger el otro, ese momento en el vacío, esa incertidumbre y esa angustia se parecen a lo que siento frente al libro que escribo: no sabes si lo vas a conseguir… Y me pasa lo mismo con los escritores que me gustan, me da miedo que hagan algo mal.2
Dicen que todo, absolutamente todo lo que escribimos, es autobiográfico, incluso Los viajes de Gulliver, sin embargo, hay retratos más evidentes que otros. La primera novela publicada de Lobo Antunes transcurre en un día y una noche; el protagonista es un psiquiatra que quiere ser escritor, que trabaja en el mismo hospital que él, que vive atormentado por sus recuerdos de la guerra colonial en una especie de espiral autodestructiva que le aleja de su pareja y de sus hijas. Como una profecía autocumplida, los primeros capítulos los escribe estando aún con su mujer, pero acabarán separándose, tal y como cuenta la novela.
Mi separación fue de las cosas más estúpidas que he hecho en mi vida. De eso me arrepentí mucho; pero vivir es como escribir sin corregir.3
La historia de una vida en ruinas, de un personaje que ha sobrevivido a todo y que por alguna razón busca un modo de castigarse, como una maldición, persiguiéndose y huyendo de sí mismo hasta la extenuación. Durante los primeros años postrevolución, en medio de una sociedad que está intentando aprender cómo manejar su propia libertad, la vida de excombatiente tratando de volver a la normalidad se le resistía y Lobo Antunes vive mirándose en un abismo. No es fácil volver a ser uno mismo después de haber hecho un viaje al fondo de un infierno.
La guerra es un absoluto horror. Aún hay treinta mil hombres siendo tratados de estrés postraumático de aquella guerra. No se puede escribir nada sobre la guerra. He visto películas de guerra en las que los soldados discuten los motivos de la guerra… y una mierda. Cuando entras en combate no te preguntas si la guerra es justa o no, solo te preocupas de sobrevivir, de volver a casa. La muerte me sigue persiguiendo, pero tengo que decir que no tengo remordimientos por nada de lo que hice en la guerra, incluido matar.4
Después de la revolución, el mundo literario portugués esperaba impaciente a la nueva literatura. Editores, libreros y lectores estaban convencidos de que la censura habría acallado obras maestras, grandes novelas que contasen toda la verdad de la dictadura desde dentro, que pintasen un gran cuadro épico del dolor y la represión, sin embargo, nada literariamente relevante fue publicado en los primeros años.
Lo mejor de las grandes obras es que nunca obedecen a lo que esperábamos y su modo de llegar a nosotros, su modo de presentarse sin avisar, es parte de lo que las hace grandes, el ser capaces de abrirse paso a toda costa, a pesar incluso de sus propios autores, su época o las ediciones infames. Las grandes obras literarias lo son, sobre todo, por su capacidad de supervivencia, pueden con todo.
La novela que primero se llamó De este vivir aquí en este papel escrito5 —el editor sugirió cambiar el título por Memoria de elefante— llegó para mostrar el dolor, el extrañamiento, el estrés postraumático de la guerra… y en lugar de utilizar un gran angular, que es el objetivo en el que nos imaginamos las grandes gestas épicas, cuenta la historia en plano corto, pegado al único protagonista y en un lapso cortísimo. Apenas ciento cincuenta páginas que concentran toda la información como una partícula atómica que explota en la mente de los lectores. Así, como una bomba, es como Lobo Antunes, un autor entonces completamente desconocido, cae en el panorama literario portugués de finales de los setenta.
Memoria de elefante vende doscientos mil ejemplares casi de un día para otro. Tres meses después sale Os cus de Judas, que en español se llamará El culo del mundo y retrata sus vivencias en la guerra de Angola, la segunda novela —que ya tenía escrita antes de publicar la primera— vende de un golpe seiscientos mil ejemplares. Las cifras resultan todavía más apabullantes si consideramos que la población de Portugal en 1979 era de poco más de nueve millones y medio de habitantes.
Debe de haber alguna manera de irrumpir más fuerte en las librerías de un país, pero de momento, no la conocemos.
Cuando llegó el éxito en Portugal, fue instantáneo, de la noche a la mañana; y recuerdo que iba por la noche a los escaparates de las librerías para ver mis libros.6
Aun así, las dos novelas calan entre el público, pero no tanto entre el público especializado que las acoge con indiferencia, en unos casos, y con hostilidad, en otros. No es novedad que la crítica se quede estupefacta cuando llega algo nuevo y se extiende como un virus; su reacción habitual suele ser rechazarlo. La reacción habitual es enarcar las cejas: si alguien se atreve a romper reglas y consigue llegar a mucha gente, no puede ser bueno. Durante años la réplica a las obras de António Lobo Antunes fue que las novelas no se escribían así, nadie escribía así. Solo él.
Memoria de elefante funciona perfectamente como ficción a pesar de ser un calco de su propia vida, un ejercicio de catarsis. Lobo Antunes se presenta retratándose a si mismo, haciendo un juego de espejos literales entre su experiencia y su escritura. Lo más curioso es que, en contra de lo que suele suceder en estas peripecias de autoficción, este es un ejercicio carente de narcisismo, sin aspavientos. El autor hace más bien un ejercicio de análisis minucioso, casi de autopsia, mirando su propia herida al microscopio en una necesidad de cauterizarla a fuerza de hurgar en ella una y otra vez.
Mañana recomenzaré la vida por el principio, seré el adulto serio y responsable que mi madre desea y mi familia aguarda, llegaré a tiempo a la enfermería, puntual y grave, me peinaré el cabello para tranquilizar a los pacientes, limpiaré mi vocabulario de obscenidades puntiagudas.7
Nada es más escandaloso que poner el foco en donde nadie mira, que mostrar el horror que tenemos a la distancia de un paso. Una imagen de un soldado con un collar de orejas del enemigo no resultaba tan perturbadora como leer la crónica del psiquiatra que entra en una espiral de autodestrucción porque no sabe cómo manejar su propia vida. Enseñar lo que se esconde bajo la aparente capa de normalidad y mirar al pasado con la perspectiva del resultado presente, desde la incapacidad de soportar la vuelta a la rutina. El terror cuando lo que debería ser un alivio se vuelve un tormento.
Memoria de elefante colocaba a los lectores ante una verdad terrible: la guerra estaba entre todos ellos; como un insecto parásito, les había clavado el aguijón tan adentro que la herida seguiría sangrando aún mucho tiempo. Podrían hacer su vida normal, ir a sus trabajos, beber, bailar y ser personas respetables, pero la memoria siempre estaría ahí y no se resignaría tan fácilmente a ser ignorada.
Tengo un sueño muy curioso que se repite con frecuencia: que nuevamente me llaman para ir a África. Y yo protesto: «Pero si ya fui. Ahora tengo cincuenta años. No voy a aguantar ni cuatro días…». Es un sueño horrible.
Fundación Calouste Gulbenkian, Lisboa, 28 de septiembre de 2019
El coloquio António Lobo Antunes: 40 anos de vida literária conmemora la publicación de sus dos primeras novelas, Memoria de elefante y El culo del mundo. El presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, le impone la Gran Cruz de la Orden de la Libertad. El filósofo y escritor Bernard-Henry Lévy pide, en su intervención, el premio Nobel para «uno de los pocos escritores que ha ingresado vivo en la (biblioteca) Pléiade».
A eso de las doce del mediodía, Daniel Sampaio, el amigo, el psiquiatra y el personaje con el que conversa el protagonista de Memoria de elefante, toma el atril y vuelve cuarenta años atrás en el tiempo a recordar, con el aplomo de los testigos presenciales, la presentación del libro en una librería pequeña del barrio de San Miguel que pertenecía a la editorial Vega, la única que tuvo el coraje para publicar el libro. Solo asistieron las familias y algunos amigos, como suele pasar con todas las primeras presentaciones, porque todos, incluso las figuras mundiales, un día tuvieron que presentar su primer libro delante de la familia y los amigos en una librería pequeña.
La imaginación es memoria fermentada. Es el modo como ordenamos nuestros recuerdos. Mi padre era neuropatólogo y uno de mis hermanos es neurocirujano. Ellos han pasado años con personas (odio la palabra pacientes) que debido a un daño cerebral han perdido la memoria. Estas personas no vuelven a tener imaginación. Quiero decir que los autores no inventamos nada, solo recordamos.9
Todo parece mucho más sencillo después de cuarenta años. Lo extraordinario fue tenerlo claro cuando todo jugaba en contra. Solo era necesario recordar, conseguir recordarlo todo, empezar por lo terrible y a partir de ahí dejar que la memoria lo inundase todo, lo contaminase todo, como un hongo implacable, como la levadura. Hacer así fermentar una la masa madre que consiguiese alimentar una historia tras otra.
Es por eso por lo que escribimos, porque esto somos y de esto estamos hechos, de memoria. Escribir es negarse a morir todavía, e imaginar el modo que tienen los recuerdos de quedarse en paz y dar un alivio a quien los carga.
Aún así el público es insaciable y siempre pide una pirueta más antes de que acabe el espectáculo. ¿Qué es lo que queda ahora? Después de cuarenta años de carrera, de treinta y siete novelas, después de todos los honores imaginables y de que no haya un crítico en el mundo que dude de su literatura. Pero ¿y el Nobel, don António?
Yo lo que quiero es que el Nobel se joda.10
Notas
(1) María Luisa Blanco, Conversaciones con António Lobo Antunes (Siruela, Madrid, 2001).
(2) Ibíd.
(3) Ibíd.
(4) Alessandro Cassin, Geography? It Doesn’t Exist: António Lobo Antunes with Alessandro Cassin (The Brooklyn Rail, noviembre de 2008).
(5) Este título sería utilizado años después para dar título a la recopilación de las cartas de la guerra.
(6) Blanco, op. cit.
(7) António Lobo Antunes, Memória de elefante, (Dom Quixote, Lisboa, 2004).
(8) Blanco, op. cit.
(9) Cassin, op. cit.
(10) João Céu e Silva, «António Lobo Antunes: “Quero que o Nobel se f*oda”», Diário de Notícias, 7 de octubre de 2018.
Grandísimo y necesario escritor. No hay más que añadir, quien lo lee se engancha.
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