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Svetlana Aleksiévich: un paseo por el amor y la muerte

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Detalle de portada de Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich. (Editorial Casiopea)

En mayo de 1994, el escritor ruso Yuri Kariakin, uno de los impulsores de la perestroika cultural, publicó un artículo en El País titulado: «El regreso de Solzhenitsin» en el que especulaba sobre la actitud a tomar por el carismático líder ruso que por esos mismos días regresaba de su largo exilio estadounidense. El escrito de Kariakin tuvo gran impacto entre la intelectualidad de la URSS. Además de unas acertadas predicciones sobre el futuro político de Rusia, Kariakin contaba: «Hay dos obras importantísimas para un intelectual ruso: Los demonios, de Dostoievski, y Archipiélago Gulag, de Solzhenitsin. La primera es una advertencia del infierno que se abre ante nosotros. Se encuentra a la entrada del infierno. Archipiélago Gulag se encuentra a la salida del infierno, es como un inventario de lo que hicieron con nosotros. Y lo terrible consiste en que estábamos advertidos. Ningún país había sido advertido de esta manera sobre los demonios. Y, sin embargo, caímos en el abismo. Se necesitó Archipiélago Gulag para comprender Los demonios. Dostoievski escribió una parábola y Solzhenitsin dijo: “No comprendieron la parábola, bueno, aquí tienen Archipiélago Gulag”».

Era el año 1994. Solzhenitsin regresó a Moscú y apoyó las reformas de Yeltsin. Hasta su fallecimiento en 2008 siguió siendo el escritor grave y lúcido que había sobrevivido al gulag. La década de los noventa arrancó espoleada por el impulso reformista de Gorbachov. En ella se desmanteló la omnipotente cosmovisión que se acogía bajo las siglas «URSS». Los rusos asistieron al derrumbe del sistema de certidumbres comunista y al auge de un mundo dominado por valores capitalistas que no fue bien gestionado. De este largo y doloroso trance da cuenta la escritora bielorrusa Svetlana Aleksiévich en una soberbia pentalogía a la que llama «Voces de la utopía» elaborada exclusivamente a partir de entrevistas con testigos de los hechos en un género narrativo conocido como «novela de voces».

El último libro de esta pentalogía publicado en el año 2013 y traducido al castellano en un excelente trabajo de Jorge Ferrer con el título de El fin del «Homo sovieticus» (Acantilado, 2015) podría incorporarse con toda justicia a ese lugar privilegiado que, según Kariakin, comparten Los demonios y Archipiélago Gulag. Será difícil que alguien pueda describir con tanta precisión la transformación de la sociedad rusa en el último cuarto de siglo como lo hace Aleksiévich, digna sucesora de Solzhenitsin en su capacidad analítica y en su radical compromiso con los valores democráticos. Este libro se tradujo al francés con el título de Le fin de l’homme rouge y al inglés como Second hand lives y fue el texto que impulsó a su autora a la consecución del Premio Nobel de Literatura de 2015.

Svetlana Aleksiévich nació en Ucrania en 1948. Muy pronto se trasladó a Minsk, Bielorrusia, de donde era natural su padre y donde estudió periodismo. Siempre comprometida con la aproximación a Occidente, con la democracia y las libertades, se mostró muy crítica con el autoritarismo del presidente bielorruso Lukashenko. Esto le costó el exilio en el año 2000, residiendo en Gotemburgo, París y Berlín. En el año 2011 volvió a Minsk donde vive en la actualidad.

Toda su obra busca dar cuenta de las tragedias por las que atravesaron los soviéticos en la época comunista. Su primer libro, publicado en 1985 (Debate, 2015), se tituló La guerra no tiene rostro de mujer. En él entrevista a más de doscientas mujeres que participaron en la Segunda Guerra Mundial en el Ejército Rojo así como a madres o esposas de soldados. Subraya Aleksiévich que le llamó mucho la atención, aparte de las atrocidades padecidas, que esas mujeres hablaban constantemente de la importancia que el amor tenía en sus vidas: «más que de la muerte hablaban del amor, de las despedidas de los hombres que amaban y de la espera. Pasaron muchos años y muchas de ellas seguían esperando el regreso de los soldados. Los hombres siempre intentan justificar la guerra. Las mujeres la ignoran, se fijan más en los campos yermos o los pájaros muertos. En las entrevistas había dos temas que eran tabú. Las violaciones de guerra. Y Stalin, al que aceptaron porque el enemigo era aún más terrible».

«Después de la Segunda Guerra Mundial, los niños vivíamos en un mundo básicamente de mujeres. Mi generación creció entre víctimas y verdugos. Siempre con el miedo ordenando la vida comunitaria», cuenta la escritora bielorrusa. Sobre los recuerdos de tantas infancias desgraciadas construye su segundo libro: Últimos testigos. Los niños de la Segunda Guerra Mundial publicado en 1985 (Debate, 2016).

La guerra de Afganistán, que conoció in situ, apartó a Aleksiévich para siempre de los ideales comunistas. «Le dije a mi padre, comunista de toda la vida, que éramos un país asesino». «¿De qué habla la gente en este momento, tras siete años en guerra? Los diarios escriben sobre nuestros intereses imperiales. Pero escuchamos los rumores sobre esas cartas que llegan a esos apartamentos mal construidos en los pueblos, cartas a las que poco mas tarde les siguen los ataúdes de zinc. Se espera que las madres, postradas de dolor sobre el metal frío, se recompongan y den discursos exhortando a otros muchachos a cumplir con su deber patriótico…». Los muchachos de zinc, su tercer libro publicado en 1989 (Debate, 2016) recoge testimonios de aquella masacre.

Sobre el desastre de la central nuclear ucraniana de Chernóbil, muy cerca de Bielorrusia, hiló Svetlana Aleksiévich su cuarto libro, Voces de Chernóbil, que publicó en 1997 (Casiopea, 2002) y que recopila testimonios de víctimas de una catástrofe que aún hoy sigue sin tener una explicación adecuada. «Chernóbil cambió la percepción del espacio porque en cuatro días la nube radiactiva estaba en África y del tiempo porque el peligro de la radioactividad pervivirá cientos de años».

«No sé de qué hablar… ¿del amor? ¿de la muerte? O es lo mismo… ¿de qué? Nos habíamos casado no hacía mucho. Era bombero. En medio de la noche oímos una explosión. Vi las llamas. Unas llamas altas. El cielo parecía todo iluminado. Me dijo: hay un incendio en la central. Volveré pronto. Acuéstate. A las siete me comunicaron que estaba en el hospital. Todo estaba acordonado. Lo vi… Estaba inflado, casi no tenía ojos. Me dijeron que ya no podía tocarle. Ya no era un hombre, era un objeto peligroso a desactivar… Muchos médicos, enfermeras y auxiliares de este hospital enfermarían al poco tiempo… Morirían… Pero entonces nadie sabía nada».

Aleksiévich: «Recordar asusta pero no recordar es aún más terrible. Cada persona lleva un cofre en su interior donde lo guarda todo. Yo intento abrir ese cofre y que hablen superando tópicos y prejuicios. Hoy me siento cansada de mí misma. Mi capa de protección está perforada. Hoy no sería capaz de entrevistar a un soldado mutilado. Por eso no es justo decir que yo no aparezco en mis libros».

Pero la obra cumbre de la pentalogía es sin duda El fin del «Homo sovieticus» publicada en el año 2013. En ella Aleksiévich confronta a los rusos de los años noventa con la profunda amargura que supone el certificado del derrumbamiento de la antigua URSS. Entrevista a entrevista, Aleksiévich va tomando nota de la resonancia que estos acontecimientos tienen en el ánimo de quienes los han vivido. Y las conclusiones son desoladoras. «Hoy en los países de la antigua URSS hemos de convivir con las ratas que salieron de nuestra propia alma. Queríamos un socialismo de rostro humano y no estábamos preparados para el capitalismo. No supimos construir una sociedad socialdemócrata y ese poder ha sido tomado por ladrones y asesinos. Los líderes de la perestroika fracasaron o fueron engañados».

«Vivimos con una sensación de derrota. Pensábamos que todos los males estaban tras los muros del Kremlin y no supimos construir una alternativa al “Homo sovieticus”, ese plan del marxismo-leninismo para transformar la naturaleza humana. En realidad, ese Hombre sigue existiendo en nosotros porque estamos llenos de envidias y prejuicios. Nos enseñaron a morir por nuestro país pero no a ser felices. Supimos resistir al gulag pero no hemos sabido manejar el dólar».

Svetlana Aleksiévich y el amor. Jóvenes rusas que sufrían frecuentes infecciones urinarias porque los escasos momentos en que podían pasear por las ciudades el ansia de disfrutar la vida no les permitía detenerse ni a orinar. 

Svetlana Aleksiévich y la muerte. Jorge Ferrer, que tradujo al castellano El fin del «Homo sovieticus» es un buen conocedor del «mundo Aleksiévich»: «Svetlana escribió un libro que no ha incluido en su pentalogía «Voces de la utopía». Apareció en 1993 con el título Seducidos por la muerte. En él recopila las historias de una veintena de suicidios durante la época postsoviética. Unos pocos testimonios de este libro aparecen en El fin del “Homo sovieticus”. Da la impresión que Aleksiévich quiso usar esas historias en un libro mayor, la culminación de un ciclo y su libro más completo hasta la fecha». Svetlana Aleksiévich y su «novela de voces». El método narrativo usado por la Nobel bielorrusa es fuente de debates. ¿Es literatura? ¿Es periodismo? La respuesta adecuada no llega porque tal vez no se le pregunta por ello de forma adecuada. Aleksiévich define su obra como una mezcolanza entre el periodismo «que es el tiempo y las fechas y los datos concretos», y la literatura «que trata del alma, de la vida humana. Hay que salir del periodismo banal», afirma. En una reciente entrevista que concedió conjuntamente a Jorge Ferrer y al periodista Arcadi Espada, Svetlana afirma que construye sus libros «con la verdad y un poco de patchwork». O sea, no invención sino aprovechamiento de los materiales. 

Para Arcadi Espada, «el método narrativo que utiliza no queda claro. Tan pronto habla de una mera transcripción de entrevistas grabadas como de que incorpora elementos literarios en sus libros. Pero hay un problema aún mayor. La falta de datos que acrediten la veracidad de dichas entrevistas. No hay referencias que permitan probar que esas entrevistas se produjeron tal y como aparecen publicadas. Y es algo que debiera aclarar».

Hace un año que el cineasta sueco Staffan Julén filmó Liuvov (amor en ruso) un documental sobre la Nobel bielorrusa a la que grabó mientras entrevistaba a varias personas para su próximo libro que versará sobre el amor en los tiempos de Rusia. A lo largo del film da la impresión de que el método narrativo de Aleksiévich está muy cerca del periodismo. Y ello no tiene que ver con la subjetividad de los testimonios. Porque la función del periodista es lograr que dicha vertiente subjetiva no distorsione la verdad produciendo confusas «versiones de los hechos». Hay poco de banal en un periodismo que sea capaz de fijar la certeza de los hechos. Solo la autora puede aclarar esta duda tan capital sobre el método con el que elabora su obra. Mientras tanto, la veo en Liuvov extrañamente feliz paseando entre hombres y mujeres que se quisieron o se quieren. Como los protagonistas de la película de John Huston, paseando entre el amor y la muerte. ¿Acaso no son lo mismo?

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3 Comentarios

  1. He leido la pentalogía completa y es impresionante; sin embargo si echo de menos lo comentado por Arcadi Espada , aunque creo recordar que en algunos casos la autora si proporciona datos concretos de las personas con las que ha hablado.

  2. Jorge Abanto

    Si se incluyesen todas las referencias exactas que reclama AE ya no sería literatura, calificaría como monografía o investigación periodística. Un trabajo formidable e inobjetable.

  3. Muy de acuerdo con el artículo, salvo en lo de tildar de «lúcido» a Solzhenitsin en sus últimos años. Es algo aventurado hablar de la lucidez de alguién que defendía abiertamente su nacionalismo paneslavo y hacia declaraciones abiertamente antisemitas. Estos hechos empañaron su imagen pública en Rusia.

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