Un tobogán para bajar de piso, mesas de billar y pinball, personal que viene acompañado por sus niños y mascotas, comedor y gimnasio gratis, sala de descanso, salas donde jugar al Guitar Hero. Todo muy libre, sin horarios ni apenas jerarquía: eran las oficinas de Google descritas en 2008, ocupadas por los cerebros mejor preparados y pagados del mundo. Doce años después, este pasado lunes, se ha anunciado la creación de un sindicato, el Alphabet Workers Union en el paraíso laboral tecnológico. Con un mensaje central que descabala definitivamente la idealización de nuestro propio tiempo: «cada trabajador necesita un sindicato, incluso los trabajadores tecnológicos».
Sindicalistas de alta tecnología
Resulta muy relevante que una de las últimas voces rebeldes en Google (y despedida por ello) fuera precisamente Timnit Gebru, codirectora del equipo de ética en inteligencia artificial. El origen de su despido fue un paper donde explicaba que el reconocimiento facial funcionaba pero con personas de color y mujeres, revelando un sesgo en la programación del algoritmo. No era ético. Google se negó a publicarlo, y ella envió un correo a sus compañeros advirtiéndoles de que era inútil que siguieran investigando y publicando, porque eso en Google no iba a suponer ninguna diferencia. Después de eso fue invitada a marcharse de la compañía. Consiguiendo la protesta de mil doscientos trabajadores de la compañía y el apoyo de mil quinientos académicos externos.
Google se jugaba mucho aceptando este paper. Aunque se haya justificado explicando que no respetaba las normas de su sistema de publicación, el hallazgo también afecta a una de sus inversiones millonarias, BERT, una IA de reconocimiento lingüístico incorporada a su buscador. Y sobre esto no ha hecho manifestaciones. No es el primer escándalo laboral, se suma al de acoso sexual en 2018, al despido de Meredith Whittaker y Kathryn Spiers por convocar protestas en la sede de Google sobre la discriminación sistemática de la empresa a trabajadores femeninas, y a aquellos que forman parte de minorías raciales. También a los llamados «Thanksgiving Four», grupo de trabajadores de Google despedidos en 2019. A los que este diciembre la NLRB, agencia federal dedicada a defender los derechos de los trabajadores privados, reconoció que lo habían sido por sus intentos de crear un sindicato.
Así que es difícil decir cuál será el futuro de los doscientos veinticinco ingenieros que han formado el nuevo sindicato. A pesar del nombre, ellos reconocen que su objetivo no es pelear derechos laborales, sino mantener el activismo en la compañía sin que haya represalias por ello. No son demasiado representativos, al menos de momento, en una empresa con doscientos sesenta mil trabajadores. Lo más revolucionario es que contradicen lo que siempre se ha afirmado en su sector: que el alto nivel formativo de sus empleados y sus elevados sueldos no les motivaría a sindicarse. La maldad del algoritmo sí.
Policías que no sabrán si son los buenos
El caso Gebru puede afectarnos más de lo que pensamos, aquí mismo. Este 2021 España instalará un sistema de reconocimiento facial en la frontera de Gibraltar. Recientemente IBM ha cesado en el desarrollo de esta tecnología, mientras que Amazon y Microsoft lo han vendido a la policía. Detrás del movimiento de estas compañías está la polémica de que los sistemas tienen un claro sesgo que discrimina a personas de tez oscura, transgénero, y de género binario. Así que nuestros policías de fronteras emplearán un sistema tecnológico, pero no sabemos si habrá un control oficial del algoritmo que nos asegure a todos los ciudadanos ser tratados como iguales ante la ley.
La nueva república bananera americana
Es momento de devolver a Estados Unidos el término despectivo inventado por el escritor O. Henry para designar a Honduras y Guatemala (1904) y que Woody Allen recuperó en su segunda película para reírse de la revolución cubana. Y es que el lunes el país americano «went to bananas» (acá «se le fue la pinza).
Pero si nos quedamos con el asalto al Capitolio y sus locas imágenes de personas vestidas de vikingos, de guerreros sioux, estatuas de la libertad y otros majaderos, perderemos de vista lo que ha ocurrido en aquel país durante los últimos quince días.
El Partido Republicano y su líder tenían la oportunidad de hacer inefectivo el mandato de Joe Biden, y les bastaba seguir dominando el Senado. Allí se vetaría cualquier intento de iniciativa legislativa del nuevo presidente. Bastaba con que conservaran dos senadores en el estado de Georgia, un referente en los estados del sur, escenario de Lo que el viento se llevó, y desde 1992 bastión republicano. Pero se interpuso en su camino una mujer negra, demócrata y con diez años de trabajo político sostenido a sus espaldas. Stacey Abrams ha logrado reconstruir el Partido Demócrata en Georgia utilizando la organización Fair Faight, convenciendo a tres «minorías», mujeres, negros y latinos, de la importancia de votar. Y ayudándoles también a superar los obstáculos burocráticos para hacerlo. El resultado son dos senadores demócratas en Georgia que sustituyen a los republicanos, dejando el Senado en un empate 50-50 entre ambos partidos que la vicepresidenta Kamala Harris puede resolver con su voto como presidenta del Senado.
A esta victoria contribuyeron, y mucho, los políticos republicanos. Que se negaron, por considerarlo una medida comunista, a que los estadounidenses recibieran un cheque de estímulo de dos mil dólares, rebajando su cuantía a seiscientos. Donald Trump intentó convencerlos, sin éxito, de que lo aumentaran, informado quizá de que el 65 % de los ciudadanos apoyaba la medida. Así que cuando acudió a su mitin en Georgia para movilizar a sus votantes el único argumento que le quedaba era el que esgrime desde que perdió: nos han robado las elecciones y vamos a hacer una marcha sobre Washington para quejarnos.
Lo ocurrido a continuación es cien por cien bananas. Las fuerzas de seguridad desplegadas eran muy pocas, y dejaron entrar sin casi resistencia a los manifestantes. Seis meses atrás, tras el asesinato de George Floyd, ejército y policía guardaba las mismas escaleras asaltadas esta semana en un despliegue tan impresionante como amenazador.
La imprevisión logró que el Capitolio quedara cerrado durante cinco horas, mientras las hordas arrasaban los despachos y menudeaban los disparos, que dejaron cuatro muertos hasta el momento y numerosos heridos. La proclamación de Joe Biden como presidente con los votos del colegio electoral tuvo que esperar a las tres de la mañana del jueves. Hasta Trump acabó llamando a la calma a los suyos diciéndoles, eso sí, que les amaba por lo que estaban haciendo.
El juicio de la prensa estadounidense no alineada con Trump ha sido muy duro, asegurando que la mayoría del partido republicano apoyó la traición a la democracia y de hecho Rudolph Giuliani trabajó hasta el último minuto para retrasar la proclamación.
En cuanto al pensamiento del ciudadano medio, podemos tomar de referencia a la NBA, como líder de opinión sobre una gran parte del país y sobre la minoría negra, cuyos equipos técnicos y jugadores condenaban la acción. En cuanto a los votantes blancos de Trump, los rednecks, siguen viendo en «su presidente», como le llaman, la solución a sus problemas. Quieren la America Great Again, que más allá de la consiga significa recuperar el nivel de vida de la clase media norteamericana, perdido desde la globalización. The Atlantic hizo una fantástica analogía de lo que se ha perdido analizando a Los Simpsons que Hipertextual trasladó a una edición en español. La serie de Matt Groening siempre predice los acontecimientos, y su episodio con Homer saqueando el Capitolio se ha hecho viral esta semana.
No más hackers en el periodismo
Este lunes la justicia británica se negaba a extraditar a Suecia a Julian Assange por motivos de salud, en una sentencia que se considera una victoria parcial para él. Y que nos afecta en parte, pues en una causa separada se investiga el espionaje de una empresa española, vinculada a la CIA, que lo hizo mientras estaba recluido en la embajada ecuatoriana.
Assange fue en su momento una estrella del periodismo de investigación fuera de los medios oficiales. Un hacker heróico que fundó Wikileaks para que las fuentes del periodismo pudieran hacer filtraciones de forma anónima y segura. Su fama decayó al ser acusado de violación y acoso sexual, y por refugiarse en la embajada de Ecuador en Londres durante siete años para no ser extraditado a Suecia, y juzgado allí por estos delitos. Según su versión, para no acabar extraditado a Estados Unidos, desde Suecia, donde se le juzgaría por alta traición, debido a haber ayudado a la soldado Chelsea Maning a hackear el Pentágono. Con una posible condena a pena de muerte.
A estas alturas es difícil saber si Assange es una víctima del intento por sofocar la libertad de expresión, aunque la denuncia del relator de la ONU sobre cómo sus derechos como preso son violados sistemáticamente nos dan una pista. Está sometido al mismo régimen que presos terroristas, cuando en teoría la acusación que pende sobre él es de violación.
Lo que sí sabemos es que el mundo es mucho más complejo tecnológicamente que en 2010, momento de las grandes filtraciones de WikiLeaks. La última gran filtración informativa, la de los Panama Papers, no se debió a un hacker. La protagonizó una fuente anónima desde el despacho de abogados Mossack Fonseca en Panamá, decidiendo entregar pruebas y documentos al periódico Süddeutsche Zeitung. Que decidió compartirlo con el consorcio internacional de periodistas de investigación. Y gracias al cual, tras muchas horas de periodismo de datos, publicaron revelaciones a la vez extraídas de esta filtración en medios de todo el mundo.
El criptodinero ya vale más que el dinero
En esta actualización del bitcoin en escala logarítmica podemos comprobar que en 2020 su cotización ha subido a lo bestia. El precio lo han empujado al alza inversores institucionales, no personas individuales, lo que parece indicar que esta moneda digital se consolida. Aunque muchos sigan diciendo que está sobrevalorada, o que forma parte de una estafa, un esquema Ponzi. Hay que recordar esa frase que es obligatorio poner en informaciones sobre productos financieros, en el menor tamaño posible: «rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras». Pero también que los grandes estados, la UE, EE. UU. y China consolidan posiciones desde sus bancos centrales para crear sus propias monedas digitales. Las criptomonedas se generalizarán muy pronto, como nos explica la empresa valenciana Criptan, que ya permite operar con tres de ellas para nuestros gastos habituales. Sin que dejen de existir las estafas, como esta red española que ha estafado siete millones de euros en criptomonedas, y cuyos miembros fueron detenidos esta semana.
Coches autónomos ya no, comer insectos ahora sí
Waymo, principal compañía en coches que se conducen solos, ha decidido abandonar el término «vehículo autónomo». Detrás de la concreción lingüística y las florituras de marketing está la realidad de que no es tecnológicamente posible, legalmente viable ni completamente seguro para el humano.
Y a la vez que esta posibilidad del coche del futuro desaparece del horizonte, va a crearse en Illinois, EE. UU., la mayor granja de moscas soldado negras. Sus larvas son una gran fuente de proteínas que servirá a los piensos para ganado. Y ya sabemos lo que comen las moscas, así que alimentarlas no será ningún problema. No comeremos hamburguesas de grillo, pero nuestras hamburguesas de vacas tampoco habrán comido trigo y eso, al parecer, es ecológicamente estupendo y económicamente viable.
Lo que estoy disfrutando el circo americano.
¡Penitenciagite!
Estupenda esta serie de artículos de Futuro imperfecto.