Tras años de investigaciones que no llevaban a ninguna parte, el químico August Kekulé logró dar con la estructura de la molécula del benceno al soñar con una serpiente que se mordía su propia cola. Mucho tiempo después, la serpiente soñada por Kekulé seguía coleando en la mente del escritor Cormac McCarthy. Al novelista le resultaba curiosa la manera que eligió la cabeza del químico para comunicarle la solución al problema que llevaba tiempo atormentándolo. ¿Por qué no le dijo, simplemente: «Kekulé, es un maldito anillo»?, se preguntaba. «¿Por qué las imágenes, las metáforas? ¿Por qué los sueños?, ya que nos ponemos…».
En abril de 2017, el genial escritor sorprendió a propios y extraños publicando su primer texto de no ficción en Nautilus, una revista dedicada a la divulgación científica. En él defendía la idea de que el inconsciente de Kekulé había elegido ese medio de comunicación porque no se llevaba del todo bien con las palabras. Para el escritor, en el ser humano coexisten dos sistemas: el inconsciente, entendido como un sistema biológico encargado de llevar las riendas de nuestro organismo desde el principio de la historia de nuestra especie —aunque probablemente exista también en otros animales— y el lenguaje, entendido como un invento humano —«una invención cultural, no un sistema biológico»— que, de alguna forma, habría «invadido» el cerebro humano apoderándose de él como un virus, solo que «el virus ha evolucionado mediante la selección darwiniana, y el lenguaje no». El inconsciente, acostumbrado a llevar el volante en solitario durante milenios, sencillamente no estaba habituado «a dar instrucciones verbales» y prefería utilizar sus propios métodos: sueños, picores, dolores… Al fin y al cabo, como dice McCarthy, «los hábitos de dos millones de años son difíciles de romper».
Las reacciones al artículo no se hicieron esperar. El conocido psicólogo y lingüista Steven Pinker estaba de acuerdo en que pensamiento y lenguaje no son sinónimos, pero recordó que la mayor parte de los problemas de la historia de la ciencia no se han resuelto en sueños, así que era una temeridad generalizar a partir de la anécdota de Kekulé. Esto coincide con lo que tradicionalmente han defendido algunos neurólogos. En un artículo anterior al de McCarthy, Lüder Deecke ya afirmaba que no se debe esperar demasiado de los sueños. Según este neurólogo, los grandes descubrimientos se producían durante la vigilia. Es más, el famoso sueño de Kekulé no había tenido lugar en la fase R.E.M. durante la noche, sino durante una breve cabezada. Al igual que McCarthy, Deecke defiende la existencia de una doble «agenda» del cerebro —la consciente y la inconsciente—, pero, a diferencia de él, no cree que exista ningún tipo de animadversión entre ellas, sino que ambas trabajarían siempre juntas, tanto en la vigilia como en sueños. Para el neurólogo, el inconsciente sería una especie de gregario, el trabajador en la sombra que se encarga de hacer todo el trabajo previo para que la voluntad consciente pueda tomar decisiones.
Pese a todas las objeciones que se le han hecho al texto de McCarthy (la más criticada fue la idea de que el lenguaje era una «invención humana» que habría «invadido» el cerebro como un virus), el escritor tuvo el acierto de volver a sacar a la palestra el viejo tema de la relación entre consciente e inconsciente, tema que siempre ha dado lugar a debates interesantes y a curiosos intercambios entre disciplinas. En 1948, en un ensayo que no llegó a publicar, el físico Wolfgang Pauli escribía que podía establecerse una analogía entre la idea de complementariedad en física apuntada por Niels Bohr y los términos consciente e inconsciente en psicología. A diferencia del neurólogo, que defendía que no podemos esperar mucho de los sueños, Pauli sí creía que podía encontrar algo valioso en ellos. De hecho, pasó años estudiándolos con la esperanza de encontrar en su mundo onírico lo que le faltaba a su teoría.
Con poco más de veinte años, Pauli publicó una reseña de la teoría de la relatividad que impresionó al propio Einstein por la comprensión psicológica de sus ideas y la firmeza de sus deducciones matemáticas. Su capacidad crítica era tan valorada que físicos de la talla de Heisenberg o Bohr solían enviarle sus artículos antes de ser publicados para que los corrigiera. Su trabajo, que contribuyó a establecer las bases de la teoría cuántica de campos, le valió el Premio Nobel en 1945, en gran medida por su conocido principio de exclusión. En lo personal, en cambio, su vida no fue precisamente un camino de rosas. Su madre se suicidó, al poco tiempo su padre volvió a casarse con una joven, su propio matrimonio con una cantante de cabaré hizo aguas enseguida y empezó a beber más de la cuenta. A los treinta y dos años, decidió consultar al psicoanalista Carl Gustav Jung. Este se dio cuenta de inmediato del enorme potencial de los sueños de Pauli, así que prefirió derivarlo a una colega, Erna Rosenbaum, para no interferir en ellos. No obstante, durante años, el físico siguió consultando con él los hallazgos de sus «exploraciones oníricas», que registraba con el mismo rigor que les dedicaba a sus experimentos científicos.
Si a Kekulé lo atormentaba la estructura de la molécula de benceno, a Pauli lo atormentaba Einstein; en concreto, las críticas que este hizo a los planteamientos de la mecánica cuántica. Además de criticar numerosos aspectos concretos —que dieron lugar a un apasionante debate público con Niels Bohr dilatado durante años—, Einstein decía que la teoría cuántica estaba incompleta. Esta idea acabó penetrando en los sueños de Pauli, que soñó que el propio Einstein le decía que la mecánica cuántica solo describía una sección unidimensional de una realidad bidimensional más significativa. Tenía que haber una dimensión oculta, y esa segunda dimensión, interpretó él a partir de este sueño, «solo podía ser el inconsciente y los arquetipos».
Según la teoría junguiana, los arquetipos son elementos del inconsciente colectivo que se manifiestan a través de imágenes o símbolos recurrentes que aparecen en los mitos de diferentes culturas, en las religiones o en los sueños. Para Jung, los sueños del físico estaban llenos de este tipo de «material arcaico»: círculos, mandalas, etc. Las imágenes con que soñaba Pauli eran cada vez más simétricas, hasta culminar en la visión del «reloj mundial», un conjunto de círculos verticales y horizontales que se cruzaban en diferentes puntos y representaban para Pauli «la armonía más sublime». El físico estaba convencido de que sus sueños podían «servir a algún propósito científico» —la cursiva es mía—, por lo que permitió a Jung utilizar sus sueños en conferencias o en su libro Psicología y alquimia.
La colaboración entre los dos pensadores se prolongó durante décadas (su correspondencia abarca un periodo de veintiséis años). Ambos estaban interesados en la interacción entre la mente y la materia; pensaban que lo físico y lo psíquico eran aspectos complementarios de una única entidad, por lo que la física y la psicología podían ser formas de investigación complementarias. Su estrecha colaboración culminó en una obra conjunta, Naturerklärung und Psyche (1952), libro que contiene dos ensayos: uno de Pauli acerca de la influencia de los arquetipos en la teoría de Kepler sobre el movimiento planetario, y otro de Jung sobre la naturaleza de la «sincronicidad».
Se dice que a Jung se le ocurrió el concepto de sincronicidad un día cuando estaba en terapia con una paciente. Mientras esta le contaba un sueño en el que alguien le entregaba una joya de oro con forma de escarabajo, Jung oyó un ruido en la ventana. Al asomarse, vio que un insecto estaba chocando con el cristal. Casualidad o no, el insecto en cuestión era un escarabajo de color verdoso y dorado. A partir de este hecho, Jung planteó la existencia de conexiones no causales entre acontecimientos que ocurrían simultáneamente, coincidencias significativas que desafiaban nuestras nociones de tiempo o causalidad.
Jung fue puliendo esta idea a lo largo de los años con la ayuda de Pauli, y cabe pensar que el ensayo sobre la naturaleza de la sincronicidad que formaba parte del libro que publicaron de forma conjunta contaba con el visto bueno del físico. Sin embargo, la «simetría» entre los dos pensadores no era tan perfecta como se podía esperar. Aunque Pauli nunca criticó en público a Jung, hay evidencias de que en privado sí lo hacía. En una carta a Niels Bohr, le confesó que el concepto de psique de Jung ni siquiera le parecía coherente desde el punto de vista lógico. Y en su correspondencia con distintos físicos, Pauli criticaba el interés del psicoanalista por los fenómenos paranormales. Para Jung, las conexiones que podían explicarse a través de la idea de sincronicidad implicaban tanto a la mente como a la materia. Pero al físico no le hacía mucha gracia que utilizara su nombre para dotar de una supuesta base científica a fenómenos como la telepatía o las premoniciones. Con todo, se cree que en esta época Pauli seguía trabajando con Jung en el estudio de fenómenos paranormales en el contexto de la teoría de la sincronicidad. Además, aunque en una carta a Markus Fierz reconocía que lo que más temía era que «Herr Jung», cuya reputación iba cayendo en picado, publicara sinsentidos sobre física y le citara para sustanciarlo, lo cierto es que también admitía que cada vez que hablaba con el psicoanalista se producía una especie de «fertilización espiritual» que se traducía en sus sueños. Pensara lo que pensara sobre Jung, las conversaciones que mantenía con él eran tan estimulantes como para que le mereciera la pena arriesgar su reputación como científico.
Todo parece indicar que, como Heisenberg dijo, Pauli nunca perdió el contacto con esos «procesos creativos y espirituales para los que no hay base racional, pero, sin embargo, existen». Una anécdota muy conocida sobre Pauli tiene que ver con el enigmático número 137. El físico Richard Feynman sugirió a todos los físicos que tuvieran un cartel en el laboratorio con este número para que recordasen siempre que hay muchas cosas que no saben. Tanto Pauli como Jung sabían de la especial relevancia que tenía este número en física y también en la Cábala, por eso, cuando ingresó en la habitación 137 de un hospital, dijo que nunca saldría de allí (y no se equivocaba).
Además de su principio de exclusión, Pauli dio nombre a un conocido efecto: se dice que cuando el físico entraba en un laboratorio, no era raro que algún aparato se estropease sin razón aparente. Cuenta el físico F. David Peat que un día, una pieza de un aparato cayó al suelo en un laboratorio en Gotinga sin que Pauli estuviese presente (de hecho, estaba viviendo en Zúrich). Como esto era toda una novedad, un compañero del laboratorio le escribió para comentárselo. Pero Pauli no estaba tan lejos como se pensaban… Según dijo, precisamente a la hora del «contratiempo», el tren en que viajaba se detuvo en la estación de la ciudad.
La leyenda que hay en torno a Pauli es tan grande que es difícil saber qué hay de cierto en todo esto. Sin embargo, la anécdota del tren y la de la habitación 137 no son las únicas dudas que me deja esta historia. Cuando empecé a escribir este artículo, conocía bien el sueño de Kekulé y el artículo de McCarthy, pero no todos los detalles de la colaboración Pauli-Jung; de hecho, admito que siempre he sentido cierto reparo hacia el psicoanalista por la deriva más «esotérica» que tomó su teoría. Por eso, cuando empecé a leer sobre los sueños de Pauli en el libro de Arthur I. Miller, físico y profesor de Historia y Filosofía de la Ciencia, no podía dar crédito a lo que leía. Según cuenta Miller, en uno de los primeros sueños registrados por Pauli aparecía una serpiente que se mordía su propia cola. Esta imagen, continua, fue reconocida por Jung «como una forma primitiva de mandala». Llegados a este punto, solo puedo decir: what the fuck! ¿Cómo es posible que a dos científicos, que sepamos, les diera por soñar con la misma imagen? ¿Casualidad? Al parecer, la imagen de la serpiente que se muerde la cola es uno de los símbolos más característicos de las mitologías de las civilizaciones antiguas —el uróboro— y es también una figura habitual en la alquimia. Teniendo en cuenta la importancia que tiene la alquimia en la teoría de Jung, es posible que este acabara interfiriendo en los sueños del físico, aunque intentara no hacerlo. Pero ¿cómo es que el químico del siglo XIX August Kekulé soñó con lo mismo? ¿Estamos ante una «huella visible de principios desconocidos», como diría Pauli? ¿O ante un «chiste del destino», como diría el escritor Arthur Koestler, aficionado también a las coincidencias? La verdad es que no sé muy bien qué pensar. Probablemente, todos deberíamos seguir el consejo de Feynman y llevar siempre encima un papel con el número 137 escrito. Si algo tengo claro es que hay muchas cosas que todavía no sabemos.
NOTAS
1 Deecke, L., «There Are Conscious and Unconscious Agendas in the Brain and Both are Important—Our Will Can Be Conscious as Well as Unconscious», Brain Sciences, 2012; 2: 405-20.
2 El ensayo, «Modern Examples of ‘Background physics’», se reproduce en Meier, C. A. (ed.). Atom and Archetype: The Pauli/Jung letters, 1932-1958, Princeton University Press, Princeton (Nueva Jersey), 2014; pp. 179-196.
3 Carta de Pauli a Jung del 27 de mayo de 1953. En Meier, C. A., op. cit.
4 Carta a Jung del 2 de octubre de 1935. En Meier, C. A., op. cit.
5 Burns, C. P. E., «Wolfgang Pauli, Carl Jung, and the Acausal Connecting Principle: A Case Study in Transdisciplinarity», Metanexus, 1 de septiembre de 2011.
6 Carta de Pauli a Fierz fechada el 26 de noviembre de 1949. Citado en Gieser, S., The Innermost Kernel. Depth Psychology and Quantum Physics. Wolfgang Pauli’s Dialogue with C.G. Jung, Springer, Nueva York, 2005; p. 283.
7 La anécdota la cuenta el físico F. David Peat en su libro Sincronicidad: puente entre mente y materia, Kairós, Barcelona, 1989.
8 Miller A. I., 137: Jung, Pauli, and the Pursuit of a Scientific Obsession, Norton & Company, Nueva York, 2010; p. 148.
Ciencia o magia.
Explicaciones racionales o cábalas espirituales.
Real Madrid o FC. Barcelona.
Mamá o Papá. Papá o Mamá.
Le pongo cebolla o no…
En lo personal, todo lo que he escrito en prosa ha surgido, en un 66 %, de la música. El 34 % restante me lo ha dado ese otro mundo que visitamos cuando nuestros ojos se cierran involuntariamente. Ese mundo…
Extraordinario articulo incluso para un novato en el tema como yo, y no solo por citar a mi gran Cormac.
Enhorabuena.
He disfrutado con el artículo. Gracias!!
Sorprendente e intrigante…
¡Muy buena divulgación! Fantástica. La anédocta onírica de la serpiente no la conocía y menos esa relación de Pauli con Jung, pero en sustancia es casi idéntica a otra de la cual sí tengo memoria por lo peculiar. (O tal vez sea otra) También en esta hay un científico que no recuerdo, su sueño (¿o una visita al zoo?) y un problema químico: cómo hacer para “enganchar” los tres átomos de valencia de un elemento con un otro átomo para lograr un elemento nuevo. La solución fue la visión de un mono que con su mano derecha aferraba la izquierda de otro, y con su izquierda la cola de un tercero. (Tuve que hacer unos monigotes sobre el papel porque no es tan fácil imaginárselo). Con respecto a la discusión sobre consciente y subconsciente me pregunto si esa peculiaridad mental tan común, que consiste en no insistir cuando no recordamos un palabra porque se presentará cuando menos lo esperamos, tiene algo que ver con tal discusión. A mi, cuando sucede, no deja de maravillarme. Tiene gusto a broma, de mal gusto por cierto. De este científico, Pauli, leí un excelente libro, casi una biografía. Me asombró su “decoro lógico” al tener guardada por una considerable cantidad de tiempo sin darla a conocer, una fórmula por él elaborada que podia dar un resultado y su negación. No era “lógica”. Tal vez tenga que ver con ese principio de exclusión del cual se habla. Y su gesto de “científica ternura” hacía su gato. Al construirle su cucha, tuvo especial cuidado en perfilar en ambos lado de la puerta de entrada, dos semicírculos para que… ¡pasaran sus bigotes! Qué personajes extraños son la mayoría de los científicos. Muchísimas graciad por la amena lectura.
Me da que estás empezando a construir una teoría not even wrong.
¿Cómo la selección natural, el marxismo o el psicoanálisis?
No deberíamos tomarnos a los filósofos de la ciencia tan a pie juntillas.
Disculpe. Fe de errata: No son átomos de valencia, sino electrones de valencia, aquellos que, por estar «lejanos» del núcleo del Átomo al cual pertenecen, y de consecuencia menos afectados por la fuerza «gravitacional» del mismo, pueden «saltar» a la órbita del electrón más cercano de otro átomo dando lugar a un nuevo elemento. Así enseñaban los libro de treinta años atrás, cuando todavía no se habían descubierto esas subpartículas de nombres exóticos. La Quimica Subatómica era fascinante, pero mis notas pésimas. Larga vida a los científicos.
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