En Inglaterra durante el año 1806 los habitantes de Leeds empezaron a ponerse nerviosos al descubrir que una gallina estaba poniendo huevos en los que se podía leer claramente la leyenda «Cristo está en camino». En los alrededores de Nueva York entre 1843 y 1844 unas cien mil personas vendieron todo lo que tenían y se mudaron a las montañas porque un tal William Miller pronosticó que el mundo y sus habitantes estaban a punto de arder y recibir la segunda visita del Mesías, no necesariamente en ese orden. En el París de 1999 Paco Rabanne profetizó que durante un eclipse veraniego la estación espacial MIR se desplomaría sobre la ciudad del amor provocando un incendio descomunal que convertiría la urbe en un asador de carne francesa.
La gallina de Leeds resultó ser un elaborado fake artístico en una época en la que no existía el Photoshop, aquellas cáscaras rotuladas eran en realidad una treta de Mary Bateman, conocida popularmente como la bruja de Yorkshire. La mujer había rubricado en los huevos el mensaje de la arribada de Jesús para después metérselos a la fuerza por la trasera a una pita que probablemente no llevaba del todo bien lo de tener la cloaca abierta a devoluciones de tanto Kinder Sorpresa. A finales de 1844, en los montes estadounidenses un montón de milleristas se miraban inquietos unos a otros al comprobar que Cristo no pasaba ni a saludar mientras empezaban a fraguar la idea de que el profeta William era el hype del momento, un desengaño que se conocería históricamente como el Gran Chasco. En París un simpático grupo de franceses llamado Merde a l’Apocalypse congregó a doscientas personas frente a la tienda de Paco Rabanne en la Rue du Cherche-Midi durante el día y la hora en los que el diseñador había pronosticado la lluvia de chatarra soviética para tomar el «aperitivo de los supervivientes».
El apocalipsis es un asunto serio y respetable. Pero, afortunadamente, en torno a toda amenaza de Ragnarök siempre han orbitado seres humanos participando de manera activa y en general siendo bastante eficientes a la hora de convertir la empresa en algo muchísimo más idiota.
Anthem for the year 2000
A finales de los noventa el llamado efecto 2000 se utilizó con frecuencia para aliñar todo tipo de predicciones apocalípticas. La teoría era que el cambio de siglo descolocaría a unos sistemas informáticos acostumbrados a manejar los años utilizando sus dos últimas cifras, razón por la cual se vaticinaban cortocircuitos en cualquier aparato electrónico que interpretase erróneamente el doble cero como un 1900 en lugar de un 2000. El pánico general facilitó que ciertos zumbados avivasen la hoguera: un telepredicador llamado Jerry Falwell anunció que el efecto 2000 confirmaba las profecías cristianas y era el teaser de la inminente llegada de un anticristo que «de seguro sería judío». Se trataba del mismo Falwell que más adelante culparía del 11S a los gais, las lesbianas, los abortistas, las feministas y los paganos. Y del mismo caballero que acusó de ser un maléfico icono homosexual a una de las grandes figuras del fin de siglo: Tinky Winky de los Teletubbies. En la práctica el cambio de año provocó que un par de cajeros en Japón dieran pantallazo azul y que unas expendedoras de lotería dejasen de funcionar en Estados Unidos, pero ni los aviones comenzaron a desplomarse sobre las gentes ni las máquinas se pusieron en modo Maximun Overdrive.
Pero si hubo alguien que realmente aportó color al tema de la hecatombe electrónica ese fue Stan Jones, un miembro del Partido Libertario estadounidense que, temiendo que el error informático limitase el suministro de antibióticos, decidió consumir plata coloidal destilada en su propia casa tras leer en algún sitio que aquello era muy sano y hacía juego con lo de forrarse la cabeza con papel de aluminio. Lo bonito es que la automedicación a base de chupitos argentos no otorgó a Jones ningún tipo de superpoder, pero sí la presencia y porte de un X-Men: el político desarrolló argiria, una enfermedad provocada por el exceso de plata en el cuerpo que tiñe la piel de manera irreversible de un color azul grisáceo convirtiendo a la víctima en un involuntario cosplay de Avatar. Contra todo pronóstico, un Jones convertido en un pitufo libertario conspiracionista prosiguió recomendando el consumo de lingotazos de plata casera a pesar de que sus predicciones farmacéuticas no llegaron nunca a cumplirse. «Cuando me preguntan por mi aspecto yo contesto que estoy ensayando para Halloween», afirmaría el hombre quitándole algo de plata al asunto.
Is the end of the world as we know it (and I feel fine)
Instaurar el 21 de diciembre de 2012 como la fecha de caducidad oficial de todo lo que viene a ser la vida sobre el planeta a lo mejor es culpa de aquellos mayas que decidieron finiquitar a dicha altura la cuenta larga de su calendario oficial. Aunque interpretar el tope en la agenda de los precolombinos como el fin del mundo resultaba especialmente arriesgado, porque quizás antes de preguntarse por qué los mayas dejaron de contar en 2012 lo lógico era cuestionar por qué no iban a hacerlo cuando esa temporada ya les pillaba bastante lejos. O al menos cómo habían sido capaces de pronosticar el Día del Juicio pero no lo de que toda su civilización acabaría mudándose al garete. Lo interesante es que la misma fecha también sería señalada por diversas predicciones apocalípticas de fuentes variadas, desde el Armageddon mainstream de Nostradamus hasta las servilletas en las que la ocultista inglesa Madre Shipton apuntaba sus vaticinios, pasando por las profecías de Web Bot, un programa informático diseñado en el 97 que aseguraba predecir el futuro a base de batir la información de internet con unos algoritmos misteriosos. A la larga tanto alarmismo se quedaría en paparrucha, y lo único jodido de 2012 y su fama de sartén de cataclismos es que sirvió a Roland Emmerich como excusa para rodar una película.
El holandés Pieter van der Meer decidió invertir trece mil euros en comprar un bote salvavidas cubierto, rellenarlo de víveres, instalar en él un váter, un lavabo, una silla para niños y aparcarlo en el jardín de su casa a la espera de un remake del diluvio universal o algún tipo de inundación similar a finales de aquel 2012. Su versión noruega del Arca de Noé tenía capacidad para cincuenta personas y aunque la familia directa del hombre viajaba en preferente también se aceptaron reservas de terceros: supuestamente hasta treinta y cinco personas solicitaron plaza en aquel BlaBlaCar apocalíptico. «El fin del mundo es una cosa muy seria», declaró a los periódicos la mujer de Van der Meer, la misma persona que presumiblemente se tiró como mínimo una jornada de diciembre encapsulada dentro de un submarino en el patio de su casa, esforzándose por aguantar la mirada de cuarenta tarados más encerrados a su vera y escuchando a los vecinos en el exterior intentando contener la risa.
Entre los neoyorquinos el ocaso de aquel 2012 fue una oportunidad interesante para tapar agujeros. El New York Post constató que un número importante de habitantes de la ciudad sin sueño dedicaron las horas precedentes al fin del mundo a intentar encamarse con otras personas. Los anuncios en portales de citas como OKCupid y Craigslist se dispararon con mensajes de temática apocalíptica y etiquetas como «end of the world sex». En ese mundo digital un chico se anunciaba con «Si no tienes planes para el apocalipsis, vayamos juntos» mientras en la noche neoyorquina los pubs montaban fiestas al estilo de las celebraciones de Año Nuevo. «Llegamos al mundo acompañados, ¿por qué no vamos a irnos del mismo modo?», anunciaba al periódico una chavala fiestera antes de salir a cazar varón.
Son of a preacher man
Wilbur Glenn Voliva fue un predicador radiofónico y el líder de la Christ Community Church, una Iglesia evangélica pentecostal que dominaba la ciudad de Zion en Illinois. Un hombre que dedicó su vida a inculcar en la urbe las patochadas que bullían en la maraca que tenía por cabeza: gracias a su influencia, en los colegios de Zion se estudiaba que la Tierra era plana (Voliva ofreció cinco mil dólares a quién demostrase lo contrario) y que el Sol estaba a cuatro pasos de la Tierra, porque «¿Para qué iba a poner Dios la lámpara tan lejos?» (sic). Su persona también calculó con envidiable certeza que «el mundo hará “pufff” y desaparecerá» (sic) en 1923, o en 1927, o en 1930, o en 1934, o en 1935. Como no daba ni una acabó conformándose con pronosticar que viviría hasta los ciento veinte tacos gracias a una dieta a base de suero de mantequilla y nueces amazónicas. Murió a los setenta años.
Harold Camping fue otro famoso predicador estadounidense responsable de la Family Radio, un canal rebosante de góspel cristiano cuya audiencia telefoneaba demandando pasajes bíblicos en lugar de peticiones musicales. Camping también mataba las tardes haciendo sudokus con el contenido de la Biblia y en un momento dado decidió combinar el calendario gregoriano con el calendario lunar, las festividades judías, los datos que había exhumado de episodios bíblicos y la base de datos que eran sus santos cojones obteniendo como resultado que el fin del mundo ocurriría en 1994. Dejó el asunto claro a medias en el libro 1994?, un texto que no las tenía todas consigo ni desde su propio título y en el cual la letra pequeña aclaraba que a lo mejor los cálculos eran erróneos y tendríamos el bonus stage de catástrofes durante el más lejano 2011. En el 94 el mundo solo se acabó para los fans de Nirvana, aunque no sería desacertado relacionar el nacimiento de Justin Bieber con el alumbramiento del anticristo, y el predicador de FM pasó al plan B: anunció un fin de fiesta que arrancaría el 21 de mayo del 2011, con el upgrade a los cielos de las personas puras durante el día del arrebatamiento, y culminaría el 21 de octubre con un petardazo que convertiría a los individuos restantes en fosfatina pecadora.
Su empresa además derrochó más de cien millones de dólares publicitando aquel día del juicio, porque tampoco vas a reparar en gastos cuando crees que la próxima parada es El Carajo. El 21 de mayo del 2011 los periodistas de Reuters, viendo que la única amenaza celestial era la de chubascos, se desplazaron hasta la casa de Camping, llamaron al timbre y comprobaron que el hombre tenía las cortinas echadas y probablemente se esforzaba por no hacer mucho ruido en el interior. Un día después asomó la cabeza para declararse sorprendido por su error de cálculo, reubicar el inicio del fin en el mes de octubre y confirmar que no devolvería el dinero donado por sus seguidores para financiar su campaña sobre el fin del mundo: «¿Por qué voy a devolver ese dinero si todavía no estamos en el Fin?». Octubre pasó sin hecatombe a la vista y Camping no volvería a salir de casa hasta el día de su muerte.
I put a spell on you
El taiwanés Hon-Ming Chen convenció a centenar y medio de personas de alistarse en el movimiento Chen Tao, una religión que obligaba a combinar ropajes blancos con sombrero vaquero y mudarse a la tejana ciudad de Garland solo porque sonaba similar a God’s land. El plan del movimiento era sentarse ante la televisión a las 12:01 a. m. del 31 de marzo de 1998 para ver a Dios presentar en directo su propio programa sobre el apocalipsis en un canal específico que, como Chen matizaba, por su naturaleza divina no requería que el espectador tuviese contratado el servicio de televisión por cable. Tras la emisión sacra una tropa de demonios cojonera asolaría el mundo y unos pocos elegidos huirían en una flota de naves camufladas hábilmente como nubarrones gordos. Llegado el día, los miembros del dogma descubrieron que sentarse ante la tele durante la madrugada solo servía para comprar cuchillos capaces de cortar suelas de zapato en la Teletienda. Chen admitió su error y se condenó a sí mismo a ser apedreado o crucificado, pero ningún follower se animó a utilizarlo de diana o clavetearlo en un poste. Los integrantes de la secta apagaron la tele y se fueron cada uno por su lado haciendo como que no se conocían entre sí.
Marshall Applewhite (conocido también como «Do», «Bo» y ocasionalmente como «puto loco») y la enfermera Bonnie Nettles recorrieron América anunciándose como mensajeros divinos y pastoreando fieles para su secta Heaven’s Gate con un delirante discurso sobre el origen alienígena de Jesucristo, la existencia de marcianos malvados (luciferianos) comandados por Satán, el reconocimiento de Applewhite como descendiente del Mesías y el inminente reseteo del planeta. Aseguraban que el ser humano había sido colocado en el globo terrestre por unas entidades extraterrestres que, tras ver que la cosa no había funcionado, estaban a punto de arreglar el estropicio reiniciando, apagando y volviendo a encender el mundo y salvando solo a unos pocos elegidos.
Lo gracioso es que la base de sus creencias era un remix de profecías bíblicas, chorradas new age y ufología de mercadillo tan demencial que incluso citaban literalmente diálogos de Star Trek. Inicialmente el plan del clan implicaba ascender físicamente a los cielos, pero tras la muerte de Nettles en el 85 los seguidores del culto comenzaron a sospechar que aquello no tenía mucho futuro al ver que al cadáver de su querida líder no le salían alitas. Para regatear preguntas incómodas, Applewhite improvisó que el acceso al mundo superior denominado «Siguiente Nivel» ahora suponía abandonar el envase de carne para enfundarse en una carcasa nueva y que Nettles se había adelantado para pillar sitio.
En 1996 el clan contrató una póliza de seguros contra cualquier tipo de abducción, inseminación o asesinato provocado por alienígenas, y un año después el carismático líder congregó a sus seguidores, algunos de los cuales se habían castrado voluntariamente junto a su caudillo, para anunciar que a rebufo del cometa Hale-Bopp, que pasaba por aquel entonces zumbando junto a la Tierra, viajaba la nave espacial que les llevaría al Siguiente Nivel. Sus discípulos, vestidos con el uniforme del equipo (ropa negra luciendo un «Heaven’s Gate Away Team» y unas Nike), se pimplaron por turnos gin-tonics de barbitúricos hasta quedarse muñecos con la idea de abandonar el cuerpo y embarcar en la aeronave.
La policía encontró treinta nueve cadáveres en la mansión donde tuvo lugar la fiesta de pijamas y la jeta de Applewhite se imprimió en la portada del Time. Lo más interesante, tétrico y ridículo de todo esto es que la web del movimiento sigue activa hoy en día porque la secta tuvo a bien dejar a una persona en la Tierra para encargarse de mantener la página y responder a los correos electrónicos. Un devoto individuo gracias a cuyo buzón virtual, y a su dedicación a la hora de contestar misivas, hemos descubierto que la próxima evacuación hacia un nivel superior no tendrá lugar en un futuro inmediato y pillar billete para el próximo ovni supone esperar a reencarnaciones venideras. Es algo maravilloso: hay un miembro de una religión chiflada que ha decidido quedarse en la Tierra en lugar de beberse un rebujito emponzoñado para mantener una web de mierda mientras el resto de miembros de su secta la palmaban a su alrededor. Una ocurrencia tan imbécil que casi hace olvidar que esa persona como webmaster es completamente inútil: en veinte años no se ha molestado en cambiar un diseño tan noventero y chirriante que escuece a la vista.
Si no fueran tan peligrosos darían lástima, decia Serrat. No paro de reír. Gracias.