La de España y Portugal es una vecindad extraña, de consanguinidad indiscutible pero de distancia aún recelosa. Como esos parientes que se estiman, pero les cuesta encontrar ocasión para verse, aunque vivan a un par de calles. «Portugal es un país más alejado para nosotros que la India», escribió Luis Buñuel en los ochenta, aludiendo a esa distancia no física, pero sí cultural.
Antes de él, ya abundó en ello la periodista Carmen de Burgos, en 1903. «La literatura portuguesa crece, se desenvuelve y se eleva desconocida de nosotros», dijo. Columbine, pionera de todo, fue también una iberista convencida, defensora del intercambio cultural hispano-portugués que además practicó con fruición. En cabeceras de ambos países dedicó espacio a aproximar, a aproximarnos, para desdibujar esa «raya» hispanolusa a través de la cultura. Columbine fue un «puente» entre fronteras en el siglo XX, como explica la experta Concepción Núñez Rey.
Precisamente a tenor de esto —vecindades, literatura, mujeres que escriben— la embajada de Portugal, en el marco del Festival de Cultura Portugal, organizó un encuentro entre dos de las principales narradoras de ambos países: Lídia Jorge (Boliqueime, 1946) reciente ganadora del Premio de Literatura en Lenguas Romances (FIL); y Elvira Lindo (Cádiz, 1962). Una cita que ya en el preámbulo constató la hermandad sino vital, sí literaria: Nada, de Carmen Laforet y La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda marcaron profundamente las trayectorias de ambas escritoras.
«Rodoreda me transformó, porque me enseñó que podía hablar desde mi punto de vista sentimental sin miedo a hablar del dolor, sin la sofisticación de transformar el dolor en algo distante. Para mí ha sido tan importante como Virginia Woolf», dijo Lídia Jorge. Rechazó la tesis muchas veces expuesta de que España y Portugal vivan de espaldas: «Quizás haya una parte que sí lo viva así, pero yo creo que ni el pueblo ni los escritores lo estén». Jorge recordó sus años en la carrera de letras, en los que estudió a muchos de los clásicos de la literatura española, algunos hoy amigos. Trajo a colación algo que solía exponer la catedrática entonces, que hacía una distinción clara: «La literatura portuguesa es lírica, la literatura española es dramática. La portuguesa es atlántica, marítima, la española es continental», recordó. Aunque a Jorge la síntesis siempre le resultó falsa, reconoció que con el paso de los años ha ido ganando algo de veracidad, aunque con matices.
Para ella, el «terremoto» que orientó hacia la escritura a muchos escritores lusos fue la relación con África, con las colonias, esa «gestión de la alteridad». «La guerra colonial nos puso delante algo fundamental: que los portugueses éramos pobres de pedir, pero nos creíamos grandiosos porque teníamos un imperio. El contraste nos tornaba absolutamente ridículos», expresó. En su opinión, de lo mejor que se está escribiendo actualmente, tiene que ver precisamente con el nexo con las antiguas colonias, con exponentes como Dulce María Cardoso, Djaimilia Pereira o Isabela Figueiredo. En contraposición, Jorge considera que «el terremoto que lleva a escribir en España sigue siendo, aún hoy, la guerra civil. Lo que fue, o lo que ha dejado, ese resentimiento», explicó. Por eso, añadiría un matiz a la síntesis de su catedrática: «Los portugueses escriben para decir «cómo de locos estamos» y los españoles para decir «cómo de resentidos» estamos».
Elvira Lindo, por su parte, abundó en cómo España se ha ido abriendo y aumentando el interés hacia sus vecinos, ya que en la actualidad existe una afición, promovida por gente joven, hacia la música y la cultura portuguesa mucho mayor que en el pasado. «Tal y como yo recuerdo España de pequeña, era un país muy cerrado y muy poco cosmopolita, a diferencia de Lisboa, donde se hablan muchas lenguas», apuntó. Lindo, que pasa largas temporadas en la capital lusa, destacó cómo las influencias de otros países como Inglaterra y las colonias, siempre ha estado más a flor de piel allí que en España, mucho más hermética. Singularmente hacia sus territorios de ultramar. «Hemos sido un país muy cerrado hacia sus propias colonias, hacia beber de su cultura. En cambio, con todos los problemas que haya tenido Portugal con las suyas, por lo menos siempre las ha tenido presentes culturalmente», comparó. La cerrazón española le resulta especialmente llamativa a ella, nacida en Cádiz, «una ciudad con una supuesta relación hacia América, hacia Cuba, que podía enriquecerse de los cantos de ida y vuelta».
Lindo afirmó que la literatura y la historia portuguesas le han ampliado la mente, gracias a los que descubierto la producción literaria del conflicto de los retornados, o de la dictadura de Salazar, asuntos que van más allá de la fascinación española por la Revolución de los Claveles. «Es un país que sabe conservar sus raíces y al mismo tiempo hacerse moderno. Esa dualidad me fascina porque en España hay muchas cosas que para hacernos modernos las hemos destruido», comparó. Además, celebró que en los últimos treinta o cuarenta años, ese hermetismo español haya ido desvaneciéndose.
En ambas escritoras se dibuja un mohín idéntico cuando sale a flote el término «literatura femenina». Las dos escogen «literatura escrita por mujeres» como consenso, y Lindo aporta argumentos: «En las librerías, todo lo que caía bajo el adjetivo «femenino» estaba en estantes diferentes al resto de la literatura. Era femenina, escrita por y para mujeres. En cambio, si dices «escrita por mujeres» estás incluyendo a las mujeres en el curso de la literatura universal».
Jorge recordó cómo en Portugal la publicación de las Nuevas cartas portuguesas en los años setenta, de «las tres Marías», Maria Isabel Barreno, Maria Teresa Horta y Maria Velho da Costa supuso una auténtica revolución para el espacio que ocupaba la mujer en la literatura. Fue la primera generación que reivindicó una escritura femenina desde el punto de vista estilístico, el empleo de la lengua para hablar del deseo. «Cuando Agustina Bessa-Luís empezó a escribir así en los años cincuenta todo el mundo cayó sobre su cabeza. Veinte años después ellas fueron capaces de transformar todo, dieron una especie de ofrenda a la literatura portuguesa», afirmó. Jorge se ubica en la siguiente generación de narradoras, para las que la historia que se cuenta es más importante que le reivindicación feminista, que sentían ya como hecha. «Nosotras queríamos hablar de la sociedad global, de las transformaciones, y ahí aparecieron nombres de autoras como Elia Correa o como Teolinda Gersão».
Pero la producción literaria es una cosa y la presencia pública es otra. «En los años ochenta, había un cuarteto de escritoras muy respetadas y muy buenas: Carmen Martín Gaite, Ana María Matute, Carmen Laforet y Mercè Rodoreda. Pero el canon y la presencia pública era siempre masculina», destacó Lindo. Reconoció haber reflexionado mucho sobre esos años, los ochenta, cuando todo rezumaba una libertad aparente. «Fue una época fabulosa para los hombres, porque por un lado las mujeres éramos mucho más abiertas sexualmente, pero ellos seguían mandando mucho. Fue muy dulce para ellos. Podían conquistar un montón de mujeres y ser modernos, pero nosotras todavía no tomábamos las mismas decisiones», recordó.
Lindo se inició a los diecinueve años en la radio, y no ha olvidado que entonces «las mujeres vivíamos nuestros problemas de una manera mucho más individual. No existía eso que ahora se llama sororidad. Las feministas no habían penetrado aún en los centros de trabajo, que es donde tiene que calar el feminismo». Jorge también compartió destellos de cómo eran entonces las cosas al otro lado de la raya: «Las escritoras ocupábamos un lugar decorativo, muchos hombres me decían cuando empecé: «por qué escribes, no hay necesidad, si solo escriben las feas». Era horrible, impensable hoy hacer chistes de esa naturaleza».
Más que anclarse en el recuerdo, o en la obviedad del patente avance, Jorge y Lindo se centraron en las trampas del triunfalismo. «Hay muchas mujeres jóvenes escribiendo y que quieren su lugar legítimo en la literatura, las cosas han cambiado, pero eso también es engañoso», avisó Lindo. Puso como ejemplo los suplementos literarios, que del mismo modo que en Navidad hacen especiales sobre cuentos infantiles, continúan hablando de «las mujeres escritoras». «Todavía entramos dentro de la excepcionalidad. Y además, hay una reacción contra ello por parte de muchos hombres a los que le parece que la presencia de las mujeres ahora es excesiva», dijo, a propósito de ciertas columnas de periódico. Un entorno que considera mayoritariamente masculino, algo que achaca a una cierta «timidez» de las mujeres a la hora de expresar sus opiniones. «Yo lo sé, escribir una columna implica que todo el mundo opine de lo que has dicho. Hay que ser fuerte, enfrentarte a la opinión pública y a la exhibición. Las mujeres tardan culturalmente más en construir ese ego, por eso creo que hay que empujar a las jóvenes a que tengan voz, a que se atrevan», dijo.
Jorge coincidió en señalar el desequilibrio existente entre escritores y escritoras a la hora de acceder a ese «escaparate», algo que se acusa más en Portugal, cuyo índice de títulos publicados es menor. Pero también introdujo otra cuestión: la temática de las escritoras jóvenes. Reconoció que a ella el boom de los libros sobre la maternidad presente en ambos países, le interesa poco. «Yo quiero algo más, quiero que se expresen sobre la vida entera. Así como las mujeres son víctimas de una naturaleza, los hombres también, y la emancipación es conjunta, es una emancipación del género humano. No es un recado, que cada cual escriba de lo que quiera, pero me gustaría que la literatura escrita por mujeres tuviera un papel más humanizador», apuntó.
«Es cierto que las mujeres jóvenes hacen una literatura muy autoafirmativa. Es como si hubiera que hablar del dolor femenino, del dolor femenino, de su propia naturaleza», coincidió Lindo. Como madre y madrastra, confesó que ese boom de libros sobre maternidad también le agota un poco. Aunque ella desearía que los temas fueran más diversos, que los universos femenino y masculino sencillamente se unieran, concedió que el fenómeno es una respuesta frontal a siglos de literatura escrita desde un punto de vista masculino. «Incluso desde un punto de vista sexual. Me encanta Philip Roth, pero es cierto que tanto escribir desde su amor a sí mismo, incluso desde su fisiología, también me cansa. A mí el tipo de literatura que me gusta tiene que estar más inmerso en el tejido social, porque sino se me hace como un poco egocéntrico», señaló.
La charla se cerró con consenso en forma de viaje, tanto interior como exterior. Lindo citó la frase de la escritora Grace Paley, para ilustrar su deseo de ser visitada: «Las mujeres han comprado libros escritos por hombres desde siempre, y se dieron cuenta de que no eran acerca de ellas. Pero continuaron haciéndolo con gran interés porque era como leer acerca de un país extranjero. Los hombres nunca han devuelto la cortesía». Ambas anhelan que ellos viajen, tener también lectores hombres. Y, a la vez, desearon que ese viaje se produjera en una dimensión interior, culminando la máxima de aquella pionera del iberismo. Que en la cultura de Portugal y España no pesen los 1214 kilómetros de frontera ni la condición extranjera, sino algo mucho más sustancial: «Las glorias de los dos países corren tan unidas que en muy pocas cuestiones dejan de formar un solo grupo los hispano-portugueses. Hermanos en origen, en sentimientos, en aspiraciones e ideales», dijo Carmen de Burgos.
Titular alternativo: Madrid descubre Portugal.
Gracias, Madrid, no sabía qué y cómo eran esos seres que veo desde mi ventana en Galicia.
(Por cierto, aún recuerdo el artículo en este medio en el que se daba a entender que Saramago escribía en castellano.)
Coincido en su mayoria con el divertente comentario anterior. Mi primera experiencia social con un portuguesito, allà por la Patagonia fue algo traumatica, pues tenia algo de sobrenatural ese pibe que venia de un lugar que jamàs habia sentido nombrar. Poseia esa malasuerte fija que le hacia perder las llaves de su casa mentras jugabamos con el subsiguiente peligro de una tunda por parte de su padre, entonces extraia su panuelo, le hacia nudos y comenzaba un plegaria que nos aterrorizaba: Santo Pilato, Santo Pilato, si no me devolves las llaves no te desato mientras caminaba en circulos. Y nos dejaba con la boca abierta ya que las encontraba siempre. Gracias por esta lectura que nos aproxima.
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