Este texto ha sido finalista del concurso DIPC-LSC en la modalidad de ficción científica de Ciencia Jot Down 2020.
Son las 21:00 en el Instituto de Astrofísica de Canarias, una hora más en el resto de España. Madai se ha quedado ultimando los detalles de una presentación que debía haber hecho hace ya una semana. Su doctoranda, Belisa, es quien recopila los datos del satélite Plank que durante años envió datos de temperatura y radiación de microondas de todo el universo. Porque era eso de lo que trataba su estudio, de mapear térmicamente nada más y nada menos que todo el universo conocido. En realidad, el proyecto de la Plank ya había terminado hace tiempo, pero las ingentes cantidades de datos que había arrojado estos años tenían algunas inconsistencias que Madai quería cotejar con los telescopios del proyecto QUIJOTE.
Belisa utilizaba el complejo programa IFCAMHW para visualizar las anomalías detectadas en las regiones descritas por Madai. El programa mostraba los picos de emisión en forma de puntiagudos sombreros mexicanos. Aunque el tratamiento de los datos era casi automático, había que relacionar los picos de estas regiones entre sí para comprobar si había algún fenómeno que explicase por qué había algunos patrones de picos bastante intensos a baja frecuencia. La teoría de Madai se basaba en que había algún tipo de fenómeno que habían pasado por alto, si conseguía relacionar los picos de baja frecuencia y darles una explicación podría suponer un auténtico cambio en el campo de la física, o al menos daría para escribir unos cuantos artículos y apuntarse un tanto. A pesar de la complejidad y cantidad de los datos que manejaba, Belisa seguía anotando los picos de alta intensidad detectados por la Plank en una larguísima hoja de Excel. Junto a la celda con la intensidad detectada y los parámetros, había otra que indicaba las coordenadas y la frecuencia a la que emitían. Todas las anomalías que habían detectado estaban en la banda de los 30 gigahercios así que, cuando terminara con los datos de la Plank, tendría que empezar a cotejarlos con los detectados por otros telescopios. Un plan perfecto para un viernes por la tarde, aunque la perspectiva que esperaba fuera del laboratorio no era mucho mejor.
—Madi, creo que ya hemos acabado con la Plank, ¿qué tal vas con lo tuyo?
—Pues bueno, tengo que convencer a la comisión de que nos dejen los telescopios de baja frecuencia, pero tranquila, que sacamos la tesis, mi niña. ¿Te pasaste los picos al BFIELD?
—No, los tengo en Excel…
—¡Ay… el Excel! Mira, pásamelos, que lo vemos en un momento.
—¿Te ha llegado?
—Ahora sí, mira aquí. Yo me los exporto y le pulso aquí y me saca el mapa, si es una machangada.Tarda, ¿eh?
—Si, voy a dejarlo por la noche y mañana le echas un vistazo y me dices.
—Vale, entonces voy a ir yendo a casa que se me ha hecho tarde.
—Yo recojo esto y me voy a casa, ¿te llevo?
—¡Claro!
Esa noche Belisa no paraba de dar vueltas en el pequeño estudio que había alquilado en el Puerto de la Cruz, quizá habían dado con algo gordo, algo gordo de verdad. No una de esas investigaciones para rellenar páginas y cumplir con el proyecto. Si de verdad Madai tenía razón, puede que su tesis se estudiase durante mucho tiempo. En realidad, llevaba mucho tiempo convenciéndose de que todo el trabajo que hacían no era en vano, llevaba allí más de dos años y medio y su jefa había decidido que se centrase únicamente en esas «anomalías». El tema le parecía fascinante, pero si no sacaba un artículo pronto no iba a poder presentar la tesis. La idea de Madai era que las anomalías se debían a un tipo específico de planeta, al estilo de los planetas púlsar que emiten radiación electromagnética si no están alineados con la estrella de neutrones a la que orbitan.
Apenas se despertó, Belisa encendió el portátil y abrió el Team Viewer para conectarse con el ordenador de Madai, el mapa había terminado. Cogió un táper y salió a toda prisa hacia el trabajo. Aunque sabía que era inútil, pasó todo el trayecto intentando ver algo más claro el mapa del ordenador de Madai desde el móvil. Cuando llegó al instituto subió las escaleras tan deprisa que casi olvida echarse gel. Se sentó y comenzó a aplicar filtros de color a las intensidades del mapa, a medio día ya tenía una idea clara de dónde estaban las señales detectadas. Quería confirmarlo antes de decírselo a Madai, casi todas las señales provenían de una sola región del espacio: Laniakea. Había algunos candidatos a señal fuera de esa área, apenas unos cientos de zonas más lejanas, pero más de doce mil picos de intensidad se agrupaban en una estrecha región del universo de apenas quinientos veinte millones de años luz. Era una noticia estupenda, Laniakea es la región del espacio que más se conoce y la que mejor se puede medir, los telescopios del proyecto QUIJOTE iban a dar unas medidas bastante más claras de las frecuencias más bajas, pero era la mejor noticia que podía esperar. Cargó algunos parámetros y filtros nuevos y dejó al programa crear el mapa: Esta vez era bastante más detallado, así que al ordenador le llevaría lo que quedaba del fin de semana, seguramente. Un alivio, pensó, lo bueno de que salgan las cosas es que no pasa mucho y hay que aprovechar cuando sucede. Lo malo es que se habían llevado por delante casi todo el sábado.
Belisa aprovechó para intentar desconectar el domingo. A pesar de que tenía puesta alguna serie de fondo en la televisión, sus manos acababan siempre buscando bancos de datos sobre relaciones de frecuencias o curioseando algún artículo olvidado sobre púlsares. El lunes se presentó tan pronto que tuvo que pedir a Nico, del personal de limpieza, que le abriera. Madai tenía la reunión con la comisión, ojalá les concedieran al menos un telescopio. Todavía quedaban algunas horas para que terminase el mapa que dejó cargando el sábado, así que empezó a curiosear las regiones punteadas del antiguo mapa en las que habían detectado las anomalías. Después de un buen rato buscando coordenadas, Belisa se dio cuenta de que algunas de ellas se producían realmente cerca, incluso en la Vía Láctea. Estaba ampliando algunas regiones de Libra en busca del posible origen de unas de las señales cuando Madai entró por la puerta con una bolsa de papel.
—¡Beli, mi niña! ¡Nos lo dieron! En octubre podremos manejarlo ya, traje unos kebabs para celebrarlo.
—¿Qué dices, Madi? ¡Es genial! Además, tengo buenas noticias, mira dónde están las anomalías.
—Es raro, ¿no? Quizás es algo nuestro.
—No sé…
—Hay bastantes en el Cúmulo Local.
—Sí, he localizado una en Virgo.
—¡Eso es fantástico, Beli! Hay que definir bien dónde vamos a apuntar, los que estén más cerca primero, y hay que ver si hay más datos por ahí.
—Justo estuve el finde mirando algo y a lo mejor tenemos que pedir algunos datos de la WMAP y del Hubble para confirmar.
—Puede que João aún los tenga, hace mucho trabajamos con los datos de la WMAP, y los del Hubble deben andar por ahí también.
—Entonces queda mucho aún, gracias por la comida.
Las siguientes semanas fueron duras, tratar datos y más datos todo el día y discutir sobre qué posiciones iban a registrar con las bandas inferiores de los telescopios. Madai había descubierto que había una señal muy cercana, concretamente en Tau Ceti e, apenas a doce años luz de la Tierra. El patrón era desconcertante: la Plank y la WMAP habían hecho barridos cada seis meses aproximadamente y, aunque los picos de emisión eran constantes en la mayoría de las regiones del espacio, cada vez que los captaban variaba la intensidad de la señal. Habían identificado algunas zonas en las que se localizaban los pulsos, la mayoría eran regiones planetarias. No había un fenómeno común que las relacionase, surgían aparentemente al azar, pero los picos aparecían en la misma región con más de un año de diferencia. La mayoría de la comunidad científica había asumido estas anomalías como simple ruido, sin una lógica concreta, pero su catalogación sugería que algún tipo de fenómeno se producía en los cuerpos celestes a lo largo de Laniakea.
En realidad, lo que Madai había conseguido era un permiso para manejar un nuevo espectrógrafo de microondas que iba a sustituir al actual. La comisión les había dado permiso para realizar las pruebas en sus coordenadas, pero cuando terminasen, el telescopio debía dedicarse al proyecto al que estaba destinado. Así que Madai y Belisa debían elegir muy bien dónde apuntar, porque de vez en cuando el telescopio debía calibrarse y no podrían usarlo. Después de mucho pensarlo decidieron que el pulso de Tau Ceti e era el que podía detectarse más claramente y era allí donde debían apuntar es espectrógrafo. Cuando saltó el aviso en su correo, Madai avisó a Belisa y ambas se presentaron en la sala de control. Los técnicos comenzaron a apuntar el telescopio hacia las coordenadas de Tau Ceti e, Belisa y Madai querían hacer un barrido por la zona cercana, pero las pruebas requerían que el telescopio permaneciese fijo. Charles, el técnico que había enviado la Universidad de Manchester, comentó que en un par de días estarían.
Al final las pruebas se alargaron más de una semana. Cuando por fin recibieron los datos no podían creerlo: la frecuencia variaba relativamente poco de una medida a otra, pero al cotejar los datos con la Plank las variaciones eran muy pronunciadas. A veces se cortaban de repente y comenzaban durante largas horas en frecuencias bajas, otras veces emitían pulsos en la banda de los veinte megahercios que se repetían miles de veces en una fracción de segundo y desaparecían. Acababan de identificar que las anomalías que había detectado la Plank, no eran más que ecos de esas oscilaciones rápidas. Belisa no cabía en sí de ilusión: lo habían confirmado, no eran «anomalías» en el ruido espacial de las microondas, acababan de descubrir un nuevo fenómeno. La parte mala era que, al contrario que los planetas púlsar, estos pulsos de emisión parecían completamente aleatorios, o por lo menos no tenían ni un solo factor en común. Belisa había tenido tiempo de sobra para repasar muchos de ellos, al menos los suficientes para preparar un artículo y pasarle la pelota al resto de la comunidad científica, y estaba segura de que ni siquiera se trataba del mismo cuerpo celeste. La mayoría de las veces eran planetas, muchas de las veces demasiado cercanos a una estrella, otras veces eran cometas con larguísimos periodos orbitales alrededor de su estrella. Los ecos de muchos pulsos de alta intensidad fueron captados por la Plank una sola vez, pero la mayoría se repetía en ciclos de quinientos sesenta y nueve días. Ese extraño periodo era lo único que parecía relacionar buena parte de los fenómenos.
Madai y Belisa pasaron varios meses confirmando lo que Tau Ceti e les había revelado, lo que medían en la Plank eran ecos de un cúmulo de emisiones de frecuencias más bajas. Cuando enviaron el primer artículo supuso un gran alboroto en la comunidad científica, algo tan rompedor y, aparentemente, inexplicable que hasta una cadena de televisión local llegó a entrevistar a Madai. En enero, el telescopio había retomado su función original en el proyecto QUIJOTE. Madai y Belisa tenían resultados como para pedir un telescopio nuevo si querían, comenzaron a florecer los científicos que querían colaborar, las invitaciones a congresos y a escribir capítulos de libros. Aunque habían llevado de gira por algunos congresos las conclusiones de su investigación y otros científicos habían seguido confirmando los pulsos y emisiones a baja frecuencia, Madai y Belisa cada vez tenían más claro que estaban en punto muerto. Hacía un año que habían confirmado las primeras señales y, desde entonces, la investigación casi no había avanzado, seguían sin cuadrar las teorías ni los fenómenos.
Belisa pasaba las horas y los días devorando artículos sobre el espacio, pero nada parecía dar respuesta a sus preguntas. Aunque lo intentaba, era imposible desconectar, si se proponía ver alguna serie terminaba viendo por octava vez algún capítulo de Cosmos, la parte de su biblioteca que no estaba destinada al trabajo había sido colonizada casi por completo por Carl Sagan e incluso los podcasts que escuchaba antes de dormir iban sobre ciencia. Fue entonces, un martes por la noche, cuando estaba en la cama a punto de dormirse cuando lo escuchó: «Investigadores de la Universidad Aalto, en Suecia, utilizan señales de microondas en la codificación de la información para la computación cuántica». No podía ser, pensó recordando la frase de Sherlock Holmes «una vez descartado lo imposible lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad». ¿Sería cierto? ¿Era posible que no estuviesen ante un fenómeno astrofísico, sino ante una sencilla señal de computación? Como era de esperar, no pegó ojo. Sabía que no podía irle con esa teoría loca a Madai, así que se saltó todos los protocolos y escribió directamente al doctor Pasi Lähteenmäki, el director de la investigación que había escuchado la noche anterior. Al revés de lo que Belisa esperaba, Pasi se mostró tremendamente interesado sobre el tema. Al principio Madai renegaba de esa línea de investigación y se sintió ofendida por no haber contado con ella en un primer momento, pero a medida que se desarrollaban las reuniones con Pasi, comenzó a convencerse de lo imposible.
Pasi y sus colaboradores demostraron en unos meses que las fluctuaciones en las frecuencias de microondas encajaban perfectamente con la codificación de puertas lógicas de los ordenadores. Aunque, aproximadamente, el 40 % de la secuencia no se correspondía con nada conocido, los cuerpos celestes parecían «comunicarse» entre sí casi instantáneamente. Cuando revelaron los descubrimientos de su colaboración, el mundo contuvo el aliento: acababan de captar señales lógicas y no naturales del espacio exterior, había algo más en el universo y estaba «hablando» a menos de doce años luz.
Después de toda la conmoción que supuso y las grandes corrientes negacionistas que surgieron, Facebook resucitó el estudio de Bob y Alice, dos robots que fueron activados en 2017 para que aprendieran mediante algoritmos el uno del otro, pero que tuvieron que desconectar porque el lenguaje que desarrollaron resultó extremadamente complejo. El gran avance vino seis años más tarde, cuando Belisa ya tenía su propio despacho en el Instituto de Astrofísica de Canarias y leyó la noticia: «Se confirma, el lenguaje detectado no es artificial, sino producto de la evolución». Al parecer las señales de microondas seguían la ley de Zipf, según la cual un lenguaje tiende a acortar y repetir las palabras de mayor uso. Algo que podía identificarse incluso sin saber el significado del lenguaje al que iba asociado. Belisa casi llora de emoción. Lo había hecho. Su investigación con Madai, lejos de descubrir la respuesta a una pequeña alteración de la radiación de microondas, había dado respuesta a uno de los interrogantes de la humanidad: no, no estábamos solos.
No suelo leer nada de Ciencia Ficcion desde que me trague la trilogia de Asimov hace varios eones, pero debo reconocer que este me ha gustado. Felicidades Daniel!
Muchas gracias Carlos! Me alegro mucho de que te haya gustado.
Buen texto, solo aclarar que Aalto está en Finlandia.
Muy bueno. Era el ganador.
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