«Yo estoy seguro que era un lunático. Que le afectaba la luna, vaya», contaba, años más tarde Txomin Perurena. «No sé si era la llena o la nueva, en cuarto menguante o creciente, pero algo. Se le cruzaba un cable y no sabías por dónde iba a salir».
Al fondo, una figura silenciosa, pequeñita, rostro cetrino y concentrado, ojos mirando no se sabe muy bien qué. Fumando.
Al fondo el mejor escalador del mundo.
Con todos ustedes… José Manuel Fuente.
El Tarangu.
Un chaval de Limanes
Hace calor en Torrelavega. Es 9 de septiembre, año 1968, y hace mucho calor en Torrelavega. Aquí pasa a veces, suradas tardías que dan dolor de cabeza. Conoce la zona, incluso llegó a defender los colores del equipo Horno San José (olor a azúcar del torrefacto en las terrazas de Argumosa). Pero José Manuel no piensa en eso. Lleva maillot del Renault (no el francés, no el mítico de años más tarde, aun es solo aficionado) y un cartel escrito a mano junto a su dorsal. Todos lo leen, se dan codazos. Qué se ha pensado este.
«Quien quiera ser segundo en la cima del Escudo que me siga».
Al final no le sale del todo bien. Demasiado esfuerzo, demasiado generoso. Allí, arriba del puerto mudo, mirando a un mar que es solo embalse, Antonio García y Miguel Ángel Lazcano lo adelantan. No importa. Son las cosas de Tarangu, dicen.
José Manuel Fuente (Limanes, 1945) heredó el apodo antes que nada. En parte porque así funcionan los pueblos pequeños (y aquel lo era… pan de borona, casas con suelo de tierra, hórreos medio caídos enfrente del hogar) y en parte porque… en fin, no había mucho más en la herencia. Su padre fue Tarangu, su abuelo fue Tarangu. Nadie sabe el origen, nadie sabe qué significaba entre veredas y seles. En las bicis… en las bicis ha quedado para siempre como sinónimo de anarquista trepador.
No ha sido el único, claro. Bahamontes, por ejemplo. O Gaul. O Trueba, Vietto, Pottier, Loroño. Tipos con tanta decisión que, a veces, se les nublaba el juicio. Bueno, en el caso de Bahamontes casi siempre, pero era tan genial que vamos a pasárselo por alto. Artistas, diría uno que busca engolarse. Niños de la pobreza que no crecieron por completo, contestará otro. Nos cuadra con Fuente. Las dos. Alguien impredecible, inconstante, que pasaba del entusiasmo a la decepción en pocos minutos. Un pasado difícil. La casa humilde, cuatro vacas, maíz en los campos. A solo quince kilómetros del Pozo María Luisa, canturreo de las primeras huelgas mineras durante el franquismo. Una de esas parroquias donde la partida se juega en voz baja y, a veces, cuentan cosas entre susurros. Allí nació Tarangu. Eso era, de alguna forma, carácter. El mismo que lo obligó a completar la etapa al día siguiente de haber muerto su hermano en un accidente. Viaja a Limanes de madrugada, vuelve hasta Reinosa para correr, ataca subiendo el Bardal, forma la escapada por Barruelo, pierde el sprint mucho más tarde, en Potes. Corre en homenaje al hermano.
Falleció mientras él llevaba en la espalda un cartel anunciando ataques por el Escudo.
Ese turista del que usted me habla
En mayo de 1971 Dalmacio Langarica tiene cincuenta y un años, el culo pelado y mucha mala hostia dentro. «A este Giro venimos con nueve corredores y un turista». Lo último es un mensaje a Tarangu. Su director se las sabe todas. Consiguió domar durante veintiún días a Bahamontes en 1959, así que aquello es para él como jugar con un cachorrito. Y, además, tenía algo de razón. A Fuente lo ficha el Kas después de un año prometedor en Karpy. Fue el mejor neoprofesional en la Vuelta a España, vistiendo un invento jamás repetido que llevaba por nombre «Maillot Tigre» y tenía el peculiar aspecto que ustedes imaginan. Vamos, que era muy feo. En fin. Hizo decimosexto en aquella carrera. No estaba mal, pero pudo ser mejor si no se le hubiese cruzado por la testa (un aire que le dio) atacar como un loco en Orduña cuando aquella no era su guerra, ni su ritmo, ni su nada. Pájara y perdida paulatina de puestos. Pero vamos, que destacaba. Tanto que lo ficha el mejor equipo español de la época.
Kas era, de hecho, casi una selección oficiosa. Con sus maillots amarillos de mangas azules (colores invertidos en el Tour, respeto al jaune obliga) los vascos monopolizaban el calendario. Estar allí es llegar a lo más alto… y Tarangu sufre vértigo. Desastroso en la Vuelta a España. No ayuda, no destaca, no asoma el morro en las cumbres. Acaba el 54º, solo por delante de otros catorce ciclistas. Así que lo llevan al Giro casi castigado. Y algo ocurre.
A Fuente le gustaba Italia e Italia amaba a Fuente. Su carácter anárquico, sus desfallecimientos, su pasión totalmente irrefrenable… Todo eso encajaba a la perfección con los transalpinos, que pronto adoptan a aquel tipo de flequillo y ojos profundos como uno más entre los suyos. Ganará el Gran Premio de la Montaña (primero de cuatro consecutivos) y la etapa que acaba en Sestole. Después de esa victoria Langarica se dispone a abrazarlo efusivamente y Tarangu se zafa. «Solo le doy la mano a quienes me han ayudado», dice. En las buenas y en las malas siempre es el mismo.
A partir de ahí… el show.
Una nueva forma de entender las carreras
En 1972 Fuente sube cincuenta y tres puestos en la Vuelta a España. Vamos, que la gana. Todo fragua en una etapa que termina en Formigal, con su compañero Perurena de líder y el Tarangu escapado más de cien kilómetros. Bergareche, director de la carrera, implora a los del Kas que paren al asturiano. «Que no tiene nombre, no tiene caché, me jode la prueba, hacedlo desistir». Pero él… nada. Unos días más tarde demuestra que es un ganador digno (exhibición en Orduña, venganza del año anterior) y que está como una puta cabra (subiendo los Tornos se da la vuelta y baja unos metros para ayudar a que dos de sus equipiers, Lazcano y Linares, se reincorporen al pelotón). Ya está, es una estrella.
Y, esperando, Merckx.
«En el fondo tengo miedo. No quisiera que Merckx se ofendiera demasiado», dijo una vez el Tarangu. Otra boutade. Jamás conoció el temor, y menos contra el belga. Solo en su gesto (y en el de Luis Ocaña) encontró un rival digno. No de sus fuerzas, no… digno de sus ganas de lucha, de su morirse cada día encima de la bici. «Yo salgo a entrenar y si no vuelvo reventado me da la sensación de no haber hecho nada».
Empieza este 1972, también, la leyenda de Tarangu con las pájaras. Desfallecimientos que le vienen con independencia de sus fuerzas, dejándolo pegado al asfalto. Él busca explicación en una escarlatina que sufrió de niño, «estuve diez días ciego». Sus riñones no curaron del todo y de ahí, decía, las bajadas de glucosa. Le pasó dos veces ese año en Italia. Camino de Catanzaro, vestido de rosa (había domeñado el Blockhaus, había traído recuerdos del mismo Bartali), cuando es incapaz de seguir a Merckx y Pettersson en un ataque casi de salida. O, bueno… los sigue y más tarde se descuelga. Por táctica, para cogerlos más tarde. Es inútil, aquel día el belga agarra el liderato y ya no lo soltará. El otro punto aciago es la ruta a Jafferau Bardonecchia, con Fuente atacando en Sestriere (eco de Coppi, antesala de Chiapucci) y hundiéndose en la subida final, un muro de seis kilómetros que Merckx sube a chepazos, masticando una naranja con piel (los hundimientos no entienden de mitos) y pasando por encima de Tarangu. A menos de mil metros de la llegada, allí donde lo surrealista toma forma, surge un árbol… en medio de la carretera. Un árbol. Como si fuese rotonda, pero sin serlo. Merckx pasa por su derecha, avanzando como un tractor. Fuente, un poco más tarde, toma el lado izquierdo, clavado a un asfalto que no es. Quedó segundo en aquel Giro (tercero y cuarto también fueron del Kas, su equipo mete a cinco entre los diez primeros), y se llevó la admiración de todos.
Porque era distinto. Con Fuente retornaba a los pelotones Bahamontes. O, al menos, el espíritu de Bahamontes. Atacar siempre que la carretera se empine. A plato Tarangu, con cadencia Fede. Pero hacerlo cada instante, sin desaprovechar una oportunidad. Tipos que ganan poco pero hacen perder mucho. Por eso le temían. Todos. Casi todos. Merckx, por ejemplo, no, porque (casi) siempre aceptaba una buena batalla. Dicen que si le intentó comprar en aquel primer Giro. Susurran que Tarangu respondió. «Cagonmimadre, a mí no me compran». Cuentan, también, que se engancharon disputando los puntos en un puerto intrascendente, sus manillares tocándose, casi caen. Tarangu fue donde el belga, lo agarró del cuello y gritó. «Tú eres muy grande y yo muy pequeñito, pero baja de la bici que te voy a matar». Eddy pidió perdón, no se sabe si convencido o asustado. Es el mejor corredor de la historia (es el mejor deportista de siempre) pero a los locos hay que tenerles cierto respeto.
Al año siguiente la estrella de Tarangu decae algo en Italia. Sufre calambres en la primera etapa (el asturiano se excusa con que un espectador le echó agua fría en las piernas) y queda pronto descartado para la general. Premios menores. Etapa y montaña. Igual no es tan bueno. Rumia en silencio. Ya verán cuando cuadre la luna, ya verán.
La apoteosis. Giro de Italia, año 1974. Jamás sufrió tanto Merckx para ganar una carrera. Nunca se vio, en décadas, escalador tan dominante. Cada vez que hay un puerto Fuente se marcha. Cuando quiere, como le da la gana. Se impone en Sorrento tras Faito, en Carpegna (il Carpegna mi basta, que dirá después Marco Pantani, hijo adoptivo de Tarangu), Il Ciocco, Monte Generoso, Tre Cime. También deja ganar a su compañero Lazcano en Iseo. Y entonces… oiga, ¿cómo es que no conquistó el Giro? La respuesta fácil es… bueno, porque era José Manuel Fuente.
Sucedió camino de San Remo. Duodécimo día consecutivo que llevaba la maglia rosa. Dos antes había superado la única crono del recorrido. Ahora quedaban los Dolomitas. Imposible caer derrotado. Más cuando Merckx no marcha. Jornada rompepiernas, agua y frío. Y el belga penando. Fuente lo ve. A este lo mato hoy. Pone a tirar a todos sus compañeros del Kas. Pero para qué, Tarangu, si ya eres primero. Aprieta, cagonmimadre, aprieta que lo destrozamos. Ya imaginan el final. Faltan treinta kilómetros a meta y Fuente no puede ni ver la carretera, tiene miedo de caerse en los descensos. Completamente vacío, perderá ocho minutos. Nadie se lo explica. Nadie, con todo, se atreve a tirar la toalla. Tarangu da una entrevista delirante en la misma línea de meta. «Yo vinzo este Giro. Porto una moral como aquesta torre que está ahí. Domani yo meto cinco minutis a Merckx». Es un chiflado, pero su forma es tan exuberante…
Lo demuestra aquí y allá. En Lavaredo, por ejemplo, después de pasarse la noche en vela, fumando, llamando a su esposa porque la echaba de menos, llorando por los pasillos del hotel. Los compañeros se enteran. En fin, fue bonito todo esto, llegará fuera de control. Gana la etapa, claro, y en meta se queja de que las Tres Cimas de Lavaredo no son tan duras, que hay un tramo de llano, que lleva un piñón de veinticinco dientes y le sobran dos, que con diez kilómetros más se hubiera puesto de líder. Nadie le entiende, todos lo adoran. Las imágenes de la subida, con tifosi entregados, transmiten, más que pasión, paroxismo. Al día siguiente intenta lo imposible, corona Monte Grappa con dos minutos sobre los favoritos, parece que puede lograrlo. «Me han perdido, me han metido por alguna carretera secundaria y he hecho más distancia que estos, porque si no… es imposible que me hayan quitado ese tiempo». Llora amargamente en meta, clama por injusticias, por conspiraciones. La etapa es para Merckx. El Giro, hace quinto, también.
Unos cineastas alemanes estrenaron una película sobre esa carrera. Se titulaba The Greatest Show on Earth…
Un loco tan odiado
Lo llamaba el Loco. Eh, Loco, ven aquí, ho. Que Tarangu te diga loco tiene que significar algo, supongo. Un reconocimiento. No me jodas, otro igual. Somos dos para que el belga nos parta la cara, dos para ciscarnos entre nosotros. Lo odiaba de esa forma que solo se puede odiar a quien, en el fondo, admiras. O amas, qué más da.
Luis Ocaña nació el mismo año que José Manuel Fuente, pero llegó un poco antes a todo. Odisea de campos amarillos a campos verdes, montañas, luego la tibieza del sol en Aquitania. Estrella casi desde niño, el ojito derecho de Pierre Cescutti, aquel descubridor de talentos a pedales que antes fue soldado y, cuentan, se bebió una botella de champán de la bodega que Adolf Hitler tenía en su bunker. Él vio algo en Luis. La mirada triste, el gesto decidido, ese pelo negro que le ensortijaba las sienes. Sí, será un campeón, un nuevo Jacques Anquetil. Confió en él, lo guio hasta victorias entre los aficionados. El joven Ocaña, ese español que hablaba transformando «erres» en «ges», era una estrella desde siempre.
Tan distintos.
Y, sin embargo, iguales. La misma determinación, la misma fiereza para no claudicar. El otro es el enemigo, el otro. Ese belga que sonríe torcido y gana (casi) siempre. Qué más da. Donde ambos corren terminan chocando. Es el Loco, que no me quita ojo encima, parece que los otros no importan, decía Tarangu. Con Fuente nunca sabes, contestaba Ocaña.
Dos episodios culminantes. Uno en Francia, otro en la Vuelta.
Les Orres, julio de 1973, entre las etapas más duras de siempre. Madeleine, Telegraphe, Galibier, Vars y final en la estación de esquí. Todos por sus vertientes más duras. Casi doscientos sesenta kilómetros. Y un Tour decidido a favor de Ocaña, que ha ido golpeando cada jornada a un pelotón que asiste, humillado, a meneos «tipo Merckx» incluso cuando Merckx no está. Ya ven, es jodido ser ciclista a principios de los setenta, amigos. En una de esas caza a Fuente. Las primeras etapas, llanuras, subidas en frío, adoquines. Pierde Tarangu diez minutos. Y se empieza a fraguar la leyenda. Bic, el equipo de Luis, acude a hablar con los ciclistas del Kas. Ayudadnos a mantener el amarillo en los Elíseos y todos saldremos contentos. Tarangu será segundo, os lo garantizo, y además va a ganar la montaña. Sumad libertad en las etapas, y la mitad de los premios en metálico. Componenda arreglada, trato inmejorable. Ocaña es el mejor, tiene la carrera hecha y los del Kas ya piensan en qué coche comprarse con esos francos tan ricos. Hasta que se entera Tarangu, Tarangu que dice «no». Tarangu que dice «cagonmimadre, que no me vendo, hostias, que no me vendo, que le gano al Loco el Tour».
Y los del Kas vuelven a posar los pies en el suelo, fue bonito mientras duró, quién nos mandaría a nosotros juntarnos con lunáticos.
Camino, decíamos, de Les Orres. Fuente ataca subiendo Telegraphe. Una vez. Plato grande, latigazo violento, las piernas de todos gimen, incapaces. Salvo Ocaña, que se encorva sobre su bici, saca la chepa que tanto admiraba Cescutti, llega a rueda de Fuente. Dónde vas, Tarangu, colaboramos y haces segundo en el Tour, dónde coño vas. Silencio. Otro arreón. Y otro. Hasta veintiuno cuenta Jacques Goddet, patrón del Tour. A mitad de Galibier Ocaña se cansa, enseña su rueda delantera a Fuente, empieza a tirar sin volver la mirada donde esos ojos que tanto se parecen a los suyos. Quedan casi ciento cuarenta kilómetros a la meta. Cinco horas en solitario. Dos sombras. Al final Tarangu pincha poco antes de la última subida y Ocaña consigue su más hermosa victoria. Jamás había llegado tan lejos en mi sufrimiento, dice. Luego se quedará dormido (la ropa de ciclista aun puesta, regueros de sudor sobre maillot dorado) en la cama de su hotel. No ha podido ni cambiarse. El tercero entra a siete minutos. El sexto, Joop Zoetemelk, a veinte. Dicen que si Ocaña y Fuente se han dado la mano al cruzar la meta el segundo. En silencio, reconocimiento mutuo. (Fuente será tercero en el Tour, adelantado por Thevenet tras la última crono. No logrará ninguna victoria de etapa, tampoco será el mejor escalador. Qué importa. No se había vendido).
Lo otro pasa meses después. En la Vuelta, territorio familiar para ambos. El gran duelo, los mejores ciclistas del momento (ausente Merckx) que se citan para dirimir aprecios y fobias. Fuente quiere repetir su victoria de dos años antes, Ocaña prepara el primer escalón hacia el gran reto: correr (y ganar, claro, porque correr para no ganar es inconcebible) las tres grandes vueltas en cinco meses de calendario. Una locura, un intento de hacer lo que el belga jamás haya hecho. «Eddy dijo que alguna vez intentaría ganar Vuelta, Giro y Tour seguidos, pero siempre se raja… Es un cobarde», dice Ocaña, porque los setenta eran así, desprovistos de corrección política.
Luego la cosa se fue de madre. Fuente vuela cada vez que la carretera mira al cielo, y le va goteando hostias a Ocaña aquí y allá. Tantas que, al final, sus dos máximos rivales resultan inesperados. Lasa, no-compañero en Kas. Y Agostinho, un veterano de Mozambique con espaldas de leñador y manos como paelleras que corría junto a Ocaña en Bic. Pasan cosas, muchas. Que Luis tose. Que se enreda en piques con Tarangu, que incluso tienen una caída por engancharse el manillar del uno en el manillar del otro. Fuente sentencia la carrera (eso parece) en el Naranco, ante su público, después de haberse jugado la vida bajando Pajares. Arranca a la altura de San Miguel de Lillo (herradura a la derecha, cambio de pendiente) y llega solo. Entra con una pierna en alto, cuenta él que para agradecer al doctor Capdevila que le haya operado con éxito de unas varices meses antes. «Mira mi venona hoy», gritaba el joven Tarangu cuando la tenía hinchada, «o reviento o les hago reventar a todos».
(Da igual. Todos piensan que Tarangu ha dado a entender que gana solo con una pierna).
Al final Tarangu cae en la penúltima etapa y las pasa canutas para mantener el amarillo frente al luso. La crono final, exhibición del portugués. De hecho la megafonía anuncia que ha sido suficiente, que Tarangu pierde la Vuelta… pero luego cuentan, se llevan una, suman y restan y ven que no, que saca once segunditos después de casi tres mil kilómetros montando en bici. Agostinho, que vio morir y matar, que nunca desfallece, que, dicen, jamás lloró, sollozaba por lo que considera un robo.
Como un cerilla que se consume
Es una estrella fugaz, brillo extremo. Apenas tres temporadas en la élite. Para 1975 Tarangu no es el mismo. Lo contará años más tarde en su autobiografía, Ciclo de dolor. Que empezó la temporada corriendo carreras en Francia. Que allí tomaban estimulantes. Muchos. Que él también hubo de hacerlo para ponerse a su altura. No era la primera vez, claro. En una ocasión se tiró al suelo desde la bicicleta para ser evacuado a un hospital y no pasar el antidopaje. «Anfetaminas y esas cosas usábamos todos, vaya, pero yo nunca pasé la hepatitis por pincharme con las agujas de mis compañeros, como les ocurrió a otros», dijo ya retirado.
Algo no va bien en su organismo. Abandona la Vuelta. Primera etapa del Tour, la del ataque suicida de Merckx en el Kapelmuur, fuera de control. Fuente habla de sus riñones, otros cuentan cosas más turbias. La Federación Española le somete a unos análisis. Prohibición. «No queremos un muerto sobre nuestra conciencia». Tarangu dice que es víctima de un complot. «Yo contra Franco nunca tuve nada, pero los políticos y la burocracia siempre me perjudicaron». Tan solo correrá un puñado de carreras al año siguiente, vistiendo la preciosa maglia bianco-celeste de Bianchi. Nada más. Quiso seguir con Teka en 1977, pero no consiguió los permisos correspondientes. Y estaba cansado. Tan cansado. Aquel ya no era su ciclismo, con Merckx arrastrándose y Ocaña estirando su carrera más allá de lo que la dignidad aconseja.
Se fue Tarangu, se fue. Y a su espalda dejó una historia. Una sola, quizá. Pero verídica. La del escalador que atacaba con el plato grande. La del hombre que jamás se rinde.
En esa etapa del naranco esta yo tenia 10 años me llevo mi padre un muy aficionado del tarangu que despues de años fundo su escuela de ciclismo en el cc colloto donde salieron muy buenos corredores uno de ellos campeon olimpico,bueno a lo que hiba ese dia siendo un niño todavia lo tengo muy fresco en la memoria orbayaba bastante lo tipico en asturias los altavoces de meta gritaban la etapa que venia muy emocionante desde pajares y toda la gente estaba muy escitada yo como niño veia que algo estaba pasando estaba en la misma linea de meta con mi padre y empiezan a pasar coches pintados motos de la guardia civil y entre la neblina del orbayu aparecio el EL TARANGU CON SU PIERNA SUELTA DEL RASTRAL Y CON LA CABEZA GACHA PERO CON CARA DE SUFRIMIENTO Y ALEGRIA A LA VEC.Pero lo que mas me impacto como niño fue ver al poco tiempo a otro corredor llegar a meta con unas BABAS COLGANDOLE DE LA BOCA QUE LE LLEGABAN HASTA EL MANILLAR y por la gente y mi padre me entere que era OCAÑA.Pasaron años despues de eso y por diversos motivos y gustos estuve años metido en ese mundo del ciclismo y jamas e visto llegar a un ciclista a meta como llego OCAÑA aquella etapa de la.vuelta a España nunca nunca y por eso lo tengo muy grabado en la memoria.Perdonarme si me estoy poniendo pesao pero es la primera vec que lo cuento y lo escribo incluso hablando veces con el tarangu jamas se lo comente a el .
Muy interesante,me ha gustado el artículo y el comentario de carraca
Muchas gracias por tu comentario Carraca… impresionante
De perdón nada, gracias por contarlo.
Excelente como siempre Marcos. Dos tronados como Fuente y Ocaña en estos tiempos serían impagables. Grandes corredores con un alma, un corazón y unos huevos que no cabían en el maillot.
Pd.: Meribel-Les Orres, 8ª etapa del Tour 1973. No pasó por el Col de Vars, su recorrido incluia Madeleine, Télégraphe, Galibier, Izoard y ascenso a Les Orres. Casi 6.000 metros de desnivel positivo para 238 kms. ¡Alucinante!
Y EL LAUTARET DESPUES DEL GALIBIER
El artículo es muy bueno (suelen serlo Marcos). La cosa es que el ciclismo de hace 50 años, y los personajes que lo poblaban se prestan a ello. Entre que estaban tronados, los excesos que se cometían para competir y que las pruebas eran desmesuradas, pues salen las historias que salen.
Como siempre brutal artículo; creo que no existe ningún deporte que permita contar historias tan bellas como el ciclismo; en cuanto a la historia de Carraca es impresionante, sobre todo la idea de verla en la imagen de un niño de 10 años.
Por otro lado, me encantan tus referencias a Bahamontes; como toledano tengo el gusto de conocerlo por tener buena relación con mi padre y siempre me ha encantado escucharlo y contar sus historias; aun con su edad, sigue narrando sus carreras con una rabia impropia… pueda haber sido el ciclista más complicado de la historia de España.
El link de la película alemana que comentás es incorrecto del todo.
Era un niño cuando se dieron esas batallas. Con Fuente y Ocaña no dormía o por la excitación o por el disgusto de sus pájaras y caídas. ¡Qué tiempos!
Sí quisiera apuntar, que Ocaña ganó el Tour de 1.973 y Fuente la Vuelta de 1.974 y no la del año anterior, como se da a entender por el artículo que, por otra parte, me ha encantado
Magnífica narrativa. Acorde con lo narrado. El ciclismo no se puede comentar con perfume de despacho. Se falsearía su espíritu y su verdad. Eran otros tiempos… pero eran de verdad !! Brindo por los protagonistas.
Me gusta el artículo…me parece muy, muy bueno, porque entra en el alma de aquel paisano mío que nos hizo soñar y amar el ciclismo. Aquel mítico Tarangu a quien también yo tuve la suerte de verlo entrar en el alto del Naranco pedaleando con una pierna sola. En aquel alto, está inmortalizado el gesto en forma de estatua en honor del gran Fuente. Coincido con la impresión de quien, ese día, también estuvo allí. No éramos muchos, pero los que allí estábamos, presenciamos algo mítico, único e irrepetible. Yo también recuerdo ver aparecer de entre la niebla y el orbayu, a aquel Ocaña desencajado, a Agostinho roto; a Santisteban – fallecido al poco tiempo en el Giro-, con la cara y el mailot manchados de sangre seca, debido a la tremenda caía en el paso a nivel de Ujo. Fue una página de oro del ciclismo.