Destinos Ocio y Vicio

La leyenda de Florida Man

Florida
Un pescador en los Cayos de Florida. Fotografía: Mark Shahal (CC)

Todas estas noticias, sin excepción, son verídicas:

Florida Man negó, en declaraciones ante la policía, que las jeringuillas que le habían encontrado en el recto fueran suyas. Florida Man encontró una granada de la Segunda Guerra Mundial, la puso en su pick-up y se fue a comer a un Taco Bell. Florida Man decidió que quería comer dónuts en la pista de despegue del aeropuerto, algo que no gustó a la policía. Florida Man es acusado de agresión con arma letal tras lanzar un cocodrilo dentro de una hamburguesería.

Estas son las aventuras y miserias de Florida Man, el hombre que ha sido definido como el peor superhéroe del planeta. Son también historias reales, protagonizadas por personas de carne y hueso, en el siempre fascinante, extraño y surrealista planeta que es Florida.

Florida Man, el hombre, el mito, nace en febrero de 2013, el día que empezó la publicación de la cuenta de Twitter del mismo nombre. Su contenido era a la vez muy simple y profundamente absurdo; una lista de noticias de prensa, radio y televisión local que incluyeran «Florida Man», o alguna variación, en el titular.

Florida es un sitio muy grande, con más de veintiún millones de habitantes y más o menos el doble de superficie que Andalucía. Es también un lugar muy, muy, muy extraño, lleno de gente que hace cosas muy raras de forma rutinaria. Una búsqueda de cinco segundos en Google News basta para tener una lista casi infinita de fracasos hilarantes, accidentes idiotas, gente haciendo cosas que no debería con cocodrilos y otras decisiones vitales cuestionables.

En parte, la abundancia de titulares inusuales sobre Florida Man se debe a una peculiaridad legislativa y geográfica del estado. En contra de lo que es habitual en Estados Unidos, en Florida los police blotters —los informes de detenciones e incidentes de todas las comisarías— son completamente públicos y están disponibles para la prensa casi en tiempo real.

Aunque Florida tiene varias ciudades grandes, están bastante separadas entre sí. Eso hace que, a pesar de ser el tercer estado más poblado del país, esté dividido en diez mercados de televisión locales relativamente pequeños. Como consecuencia, hay una cantidad considerable de emisoras de televisión con informativos sedientos de noticias que trabajan en redacciones sin demasiados medios, y cuando no saben de qué hablar, la opción más fácil es buscar sucesos extraños en la página de internet del departamento de policía de la ciudad.

La combinación de transparencia policial y periodistas desesperados, sin embargo, solo explica una parte de la grandeza de Florida Man. Por muy chiflados que estén en Los Ángeles, nunca verás a nadie atacando a gente en Wendy’s con un cocodrilo. Nueva York y Los Ángeles son enormes y están absolutamente plagadas de periodistas, pero sus respectivas regiones no generan el mismo volumen de rarezas y gente extraña.

Florida tiene algo más. Mi impresión, las veces que he estado allí, siempre ha sido de irrealidad, de que era un lugar postizo. Es un lugar que parece que no existe, o que no debería existir. Es excepcionalmente llano; la montaña más alta de la península de Florida, Sugarloaf, se eleva 95 metros sobre el nivel del mar. El monte más alto del estado (Britton Hill, en la frontera con Alabama) solo alcanza los 105 metros. El paisaje en Florida es una serie inacabable de bosques de pinos, marismas y pantanos. Es los Everglades, los cocodrilos —porque el estado está lleno de cocodrilos— y lugares llenos de mosquitos. Hay agua por todos lados, no solo cerca de la costa; es un sitio húmedo hasta niveles casi ridículos.

A esta geografía, los «urbanistas» americanos han añadido algo que se parece bastante al aspecto que tendrían nuestras ciudades si las diseñáramos esparciendo por el suelo casitas del Monopoly al azar. Florida está cubierto de una maraña caótica de viviendas unifamiliares, condominios y comunidades de jubilados, campos de golf, centros comerciales diseñados para ir en coche, calles y viales de seis carriles y autopistas, más o menos esparcidos al azar. En un lugar donde todo se parece a todo, las zonas pobladas parecen trabajar muy duro para tener el menor encanto posible, clasificadas de mejor a peor solo por su cercanía a la playa. Con la excepción de Miami (la única ciudad del estado con cierto carácter), las ciudades de Florida son tan acogedoras como la ciudad de Matrix, solo que con más cocodrilos. En este contexto, lo inusual sería que la gente permaneciera cuerda.

Florida Man 2
Un caimán en Hunters Creek, Florida. Fotografía: Jaime Sanford.

Florida tiene esa extraña energía que tienen los lugares cerca del fin del mundo, regiones donde acaba la tierra y se abre el océano. Es un estado rodeado de agua, golpeado por huracanes, caluroso y voraz; Florida es la última parada de los que huyen, de los que se van, de los que no tienen ningún otro lugar adonde ir.

Eso hace que, a pesar de su radical falta de encanto en muchos sitios, Florida tenga multitud de rincones peculiares. Key West, la última isla de los cayos y el punto más meridional de Estados Unidos, es un islote rodeado de océano, conectado con tierra firme por una larga cadena de puentes, célebre por haber sido nido de piratas y buscadores de tesoros, refugio de artistas y escritores. Está, como casi todo el estado, infestado de turistas, pero mantiene muchas de las viejas mansiones de veraneantes de principios del siglo XX, cuando Henry Morrison Flager y el Overseas Railroad llevaron el ferrocarril a ese lugar en el fin del mundo, y una población local llena de gente excéntrica.

Miami, la gran ciudad en el extremo sur de la península, es un lugar que mira más hacia el sur, hacia América Latina, que hacia el resto de Estados Unidos. Mestiza, compleja, riquísima culturalmente, es a la vez el destino de oligarcas, sátrapas y potentados latinoamericanos e inmigrantes y refugiados de todo el mundo. Es, además, francamente bonita en muchos sitios, merced de un legado de edificios art decó de principios del siglo XX y la pura opulencia del centro urbano.

Media Cuba vive en Miami, se dice, algo que, aparte de crear unas cuántas dinámicas políticas inusuales para una gran ciudad americana —tiene un alcalde republicano, sin ir más lejos—, hace que la comida sea infinitamente mejor que en el resto del país. La ciudad es a la vez la capital mundial de la música hortera hispana, un nido de nuevos ricos, una de las capitales de la industria pornográfica de Estados Unidos, un parque temático para chuloplayas y uno de los sitios con una vida cultural y artística más frenéticos, creativos y fascinantes del país. Junto con Nashville, Los Ángeles y Nueva York, Miami es uno de los centros de la escena musical del continente, y de las cuatro, es seguramente la más original y caótica. No hay muchos lugares adonde irse de fiesta mejores que Miami.

Incluso fuera de Key West y Miami, la irrealidad, el vago surrealismo que flota sobre el estado, hace que uno encuentre rarezas en pequeñas dosis casi en cualquier parte. Alrededor de Orlando y sus parques temáticos, uno encuentra las previsibles hordas de turistas, pero también los ecos de los artistas que trabajan en esas instalaciones. Tanto Disney como Universal emplean miles de actores, maquilladores, artesanos y decoradores de extraordinario talento; Disney, especialmente, es muy exigente en sus pruebas de selección y nunca va corta de gente que sueña con trabajar para ellos. Todos estos artistas cobran poco —porque en Disney son muy tacaños—, pero son creativos y tienen ganas de divertirse, así que Orlando, fuera de la órbita de los parques, tiene una vida cultural rica y llena de rarezas.

Por supuesto, están las playas, cientos de kilómetros de playas. Florida tiene, según datos oficiales, 1067 kilómetros de playas, casi todas ellas abiertas, arenosas, llanas, bañadas por mares cálidos e inacabables días de sol. Esto es lo que atrae, por un lado, a millones de turistas de todo el país a hacer más o menos lo que hacen los ingleses en Benidorm —beber, achicharrarse al sol, bañarse y hacer cosas de las que se arrepentirán luego— y, por otro, a millones de jubilados del noreste que se mudan a Florida cada año escapando del frío.

Florida está llena de jubilados. Muchos son «aves de invierno» que pasan los meses fríos en el sur y vuelven a Nueva York, Chicago o Connecticut en verano, viviendo seis meses y un día al lado del Caribe para pagar menos impuestos (Florida no tiene impuesto estatal sobre la renta). Otros se mudan a «comunidades de jubilados», urbanizaciones semiprivadas restringidas a mayores de cincuenta y cinco o sesenta años. Algunas de ellas son lugares que parecen salidos de un cruce entre El show de Truman, Las chicas de oro y Las Vegas. La más grande y conocida, The Villages, es una especie de ciudad-estado para jubilados de más cincuenta mil habitantes, nacida prácticamente de la nada; a principios de los ochenta, vivían apenas un centenar de personas. Sus habitantes son rabiosamente republicanos (Trump ganó con más de un 70 por ciento de apoyo) y votan en masa; si hay algo que hacen los viejecitos en Florida, además de evadir impuestos, es votar.

Porque el lado menos amable y conocido de Florida Man es que Florida, a pesar de ser un de los estados más diversos de la unión, es también uno de los más reaccionarios. La economía depende muchísimo del turismo y el sector servicios, y eso requiere mano de obra barata y abundante. En un país donde los estados tienen muchísimo poder de decisión sobre el tamaño y configuración de su estado de bienestar, los gobernantes de Florida, siempre republicanos, han escogido que este sea endeble, patético e inútil.

Florida es la clase de lugar donde Rick Scott, en sus tiempos de gobernador (ahora es senador en Washington, representando al estado) reformó el sistema de prestaciones de desempleo con el objetivo explícito de que fuera lo más difícil de utilizar posible para que los parados no puedan acceder a él. Ha sido un éxito rotundo: durante las primeras semanas de la recesión provocada por la pandemia, el sistema se colgó repetidamente, dejando a cientos de miles de personas sin trabajo y sin ingresos durante meses.

En su tarea de mantener Florida como un paraíso fiscal para norteños jubilados, el sistema fiscal es regresivo hasta niveles insospechados. El 20 por ciento de los residentes más pobres pagan seis veces más impuestos estatales y locales, medido en el porcentaje de sus ingresos, que el 1 por ciento más rico. El estado ha recortado cualquier programa de servicios sociales hasta su práctica desaparición, a menudo derivando sus responsabilidades a condados y otros gobiernos locales. Florida ha eliminado casi cualquier programa de ayuda a la drogadicción o de salud mental que no se financien con fondos federales. Los requisitos para acceder a Medicaid —el seguro médico gratuito para gente con pocos ingresos— están entre los más restrictivos del país. Ser pobre en Estados Unidos es espantoso, pero en Florida lo es todavía más.

Estos recortes, esta total falta de apoyo a los más necesitados, tiene consecuencias. Lo que hay detrás de muchas las historias de Florida Man no es solo cuestión de locos, excéntricos y víctimas de demasiadas horas al sol y picaduras de mosquitos. Muy a menudo, mucho más a menudo de lo que nadie quiere admitir, lo que hay son historias de enfermedad mental, drogadicción, soledad y pobreza extrema, de personas desesperadas al borde de un ataque de nervios que han dicho basta, o han cometido un error estúpido, o se han dado por vencidos. Cuando Florida Man robó una ambulancia para volver a casa tras salir del hospital, no lo hacía porque fuera tonto o excéntrico; lo hacía porque era esquizofrénico, estaba en un episodio eufórico y había recibido el alta de una clínica de salud mental antes de tiempo porque el estado no quería pagar una estancia más larga o darle acceso a su medicación. La policía no estaba deteniendo a un criminal estúpido, sino convirtiendo un problema de salud en una acusación penal para un pobre desgraciado al que nadie quería ayudar.

En Florida, como en muchos otros lugares de Estados Unidos, los departamentos de policía y las cárceles se han convertido de facto en el único estado de bienestar que les queda a los pobres. Florida tiene casi el doble de presos per cápita que Nueva York o Nueva Jersey, y casi el triple que Massachusetts. Florida Man no es un héroe, no es un tipo raro, no es un ejemplo de nada. Es una víctima del sistema.

Sí, Florida es una especie de infierno de strip malls, viejecitos, humedad, huracanes y cadenas de comida basura rodeados de turistas borrachos. Sí, es un sitio peculiar, excéntrico y lleno de gente extraña y rarezas maravillosas. Pero detrás de los parques temáticos, los bares, las playas, las puestas de sol y las horas de comedia involuntaria del peor superhéroe de la historia, Florida es un reflejo de lo que es Estados Unidos: un parque temático gobernado por viejos que maltrata a los más débiles y encima se ríe de ellos.

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9 Comments

  1. Máximo

    Guau, el paraíso para Marcos de Quinto y gente así.

    • Fco_mig

      Sí, un lugar donde el conservadurismo no tiene nada de compasivo. Si el estado en cuestión no formara parte de una entidad mucho más grande, diríamos que estuviera al borde del estallido social. Y no estoy seguro de que no lo esté de todos modos.

  2. Poca gente sabe que el primer «Florida Man» fue el castellano Juan Ponce de León, que se dejó la cordura y los cuartos buscando la fuente de la eterna juventud por aquellas febriles marismas.
    Interesante artículo, en todo caso.
    Un saludo.

  3. Miquel

    Entretenido artículo, informativo y no excesivamente largo.

  4. Dunning Kruger

    Revelador, pedagógico y un punto poético. Florida: Oro y oropel. Muy bueno Senserrich.

  5. Ambituerto

    Alguien ha estado escuchando el último disco de Blue Oyster Cult.

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