Glenn Gould convirtiendo las notas de Bach en un zumbido de avispas que le quema el paladar. Su cuerpo encerrado sobre el teclado en una curva imposible. Los ojos de los espectadores atrapados en su burbuja.
La exclamación de Cecil B. DeMille: «Thank God for Hedy Lamarr». El director que olvida las voluptuosas curvas de la estrella deslumbrado por la montaña rusa de sus neuronas de inventora.
El amor que no se atreve a decir su nombre del efebo Bosie por el genio de Wilde.
Fernande Oliver enamorada de Picasso. Eva Gouel enamorada de Picasso. Gaby Depreye enamorada de Picasso. Olga Koklova enamorada de Picasso. Marie-Thérèse Walter enamorada de Picasso. Dora Maar loca por Picasso. Fraçoise Gillot enamorada de Picasso a la orilla el mar. Genevieve Laporte enamorada de Picasso. Jaqueline Rocque enamorada de Picasso, testigo de su final.
Roxana leyendo, sin saberlo, las cartas de Cyrano de Bergerac. Roxana amando, sin saberlo, el genio de Cyrano de Bergerac.
¿Qué hay detrás de esos ojos rasgados? ¿Qué talento inabarcable encierra ese cuerpo menudo? ¿Por qué no ha dicho nada más cuando le ha dado la tarjeta? Una palabra solitaria como un francotirador: breathe. Una palabra mecanografiada que toca a John Lennon. Acabará enredando sus rodillas desnudas sobre el pecho silencioso de aquella mujer.
La hija de Truffaut y Fanny Ardant.
«Me seducen las mentes. Me seduce la inteligencia. Me seduce una cara y un cuerpo cuando veo que hay una mente que los mueve que vale la pena conocer. Conocer. Poseer. Dominar. Admirar. La mente, Hache, yo hago el amor con las mentes. Hay que follarse a las mentes» (Eusebio Poncela, Martin (Hache), 1997, Adolfo Aristarain).
¿Bill y Hillary? ¿Hillary y Bill?
Bergman enamorada de Rosellini. Rosellini enamorada de Lynch. Confirmación de que la fascinación por la inteligencia es una cuestión genética.
Steve Jobs pasea su cuerpo huesudo por el escenario. En la mano lleva el último teléfono universal. Te va a hacer sentir el más moderno y el más desfasado tan solo dos meses después. Entre su audiencia planetaria alguien acaba de caer rendido a sus pies.
A los pies de sus neuronas.
La mujer que sabe lo que se escondía bajo el pañuelo de Foster Wallace. Bajo su pelo húmedo. En la cabeza que terminó colgada en su casa de California. La mujer que se enamoró del bicho incansable que terminaría devorándole a él. «Uno no va al quiropráctico si piensa suicidarse», dijo Karen Green. Y se marchó tranquila al centro a preparar una exposición.
Ante el objetivo de Richard Avedon, Marilyn Monroe ciñe la cabeza de Arthur Miller. Sus manos quieren poseer cada uno de los impulsos que recorren su cráneo. Como si esa fuera la manera perfecta de declararle su amor.
Carlos de Inglaterra y Camilla Parker Bowles.
«Terminamos en la cama y fue un desastre. Pero entre nosotros había una atracción enorme que no era física». 1950. Howard Austen y Gore Vidal acaban de tener su primer encuentro sexual en un conocido local gay de Nueva York. No volverían a acostarse. Pero siguieron juntos en cuerpo y mente hasta 2003, cuando Howard murió.
Annemarie Schwarzenbach intentado conjurar la soledad de la mano de Erika Mann. Jóvenes y hermosas atrapadas para siempre en el umbral de su amistad. Annemarie Schawarzenbach más allá del umbral de lo platónico de la mano de Carson McCullers. Tumultuosas e inteligentes atrapadas para siempre en un amor que ni la admiración consigue salvar.
«Cualidades que me excitan. 1. La inteligencia».
Escribe Susan Sontang.
Carson McCullers comparte comuna de neuronas con Annemarie, Erika y Klaus en Nueva York. Wystan Hugh, en la habitación de al lado, se ha convertido en marido solo para darle la nacionalidad a la mayor de los Mann.
Brahms presa del genio de la esposa de su mejor amigo. Clara Schumann al piano como si los dedos registraran sobre las teclas las sinapsis de su cerebro.
Erika Mann deslumbrada por la inteligencia de Therese Ghiese. Therese Ghiese deslumbrada por la inteligencia de Erika Mann. Las dos se aman con palabras y resisten a los nazis desde el escenario de su cabaré muniqués.
Galatea enamorada de Pigmalión.
Wystan Hugh tiene noticia de una muchacha que tiene que huir de Alemania acosada por los nazis. Es la hija de Thomas Mann. Se ofrece a casarse con ella. Por conveniencia. Por convicción. Por conexiones. Por comunión intelectual. Wystan Hugh Auden era homosexual.
«Veo tu inteligencia cuando pasas las hojas de un libro y un destello te ilumina». Guillermo Carnero sobre el amor.
¿Barack y Michelle? ¿Michelle y Barack?
El tributo de la melena de Rita Hayworth sacrificada en el altar del cerebro cortante de Orson Welles. La bella y la bestia. Gilda y Falstaff.
«Singular acontecimiento», tituló la prensa escandalizada. «Sorpresa y malestar». Él tiene ochenta y siete y ella cuarenta y uno. Kodama se casa por poderes con Borges en Asunción.
Cupido —ciego pero certero— haciendo diana en el lóbulo central.
«Pintarte quisiera pero no hay colores en mi confusión, la forma concreta de mi gran amor. F.». Donde F. es Frida Khalo.
Diane Keaton pasea junto a Woody Allen por Nueva York. Se ríen con la complicidad única de quien hace mucho tiempo fusionó su piel. Son dos envasados al vacío de neuronas y recuerdos que se acaban de abrir. Si le quitas los zapatos con alzas, el moreno artificial y el pelo implantado… ¿qué te queda? Él pregunta por Alan Alda. Tú, responde ella. Me quedas tú.
Si pudiera encontrar un hombre inteligente y al mismo tiempo con magnetismo físico, con atractivo. Puesto que estoy en condiciones de ofrecer esa combinación, ¿por qué no esperarla de un hombre? Se suicidó Sylvia Plath.
Revolución de fluidos y neuronas en los apacibles campos de Sussex. Los Bloomsbury mezclando células grises, rojas, translucidas y palpitantes en Charleston House.
El único beso que no se acaba es protoplasmático. Podría haber dicho Santiago Ramón y Cajal.
«Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos». La primera carta de Verlaine deslumbrado por los versos de Rimbaud.
Dora Carrington en la cama de Lytton Strachey. Lytton Strachey en la cama de Duncan Grant. Duncan Grant en la cama de Maynard Keynes. Maynard Keynes en la cama de Lytton Strachey. Lytton Strachey —con arcadas— le propone matrimonio a Virginia Woolf. Y todos enamorados de Duncan Grant.
Promiscuidad intelectual.
¿De qué se enamoran las mujeres que se enamoran de Phillip Roth?
Y Anaïs dijo: «Hay dos modos de llegar a mí, mediante los besos o la imaginación. Pero existe una jerarquía; los besos por sí solos no bastan».
La chica de Queens descolgó el teléfono. Era todo excitación. Por fin había dado con la canción. Una pieza china de dos mil quinientos años de antigüedad que iban a grabar en un disco dorado. El disco contendría desde la Quinta de Beethoven hasta el sonido de la lluvia sobre los campos. La chica de Queens no podía esperar para contarle a su compañero de proyecto lo que acababa de encontrar. Aquella música viajaría en el Voyager más allá de los gigantes gaseosos buscando la comprensión de otras probables civilizaciones. Cuando acabó la llamada, la chica de Queens le había dicho a su compañero, el chico de Brooklyn, que se casaría con él. Cuatro años después lo harían. Ann Druyan y Carl Sagan, yo os declaro marido y mujer.
Ama con todas tus neuronas. Susurra Cupido al sacar una flecha de carcaj.
Ann Druyan meditando para que sus impulsos cerebrales sean grabados y enviados al espacio exterior. «Mi mente solo podía pensar en la maravilla del amor».
Amor-de-mis-entrañas-viva-muerte-en-vano-espero-tu-palabra-escrita. Lorca del amor oscuro.
«Me ha gustado tanto Melville que le he preguntado si desea pasar unos cuantos días conmigo». Nathaniel Hawthorne, dos días después de conocer al hombre que todavía no había escrito Moby Dick. Algunos sostienen que solo era mutua admiración.
Se sospecha que en algún momento Lope de Vega también secuestró el cerebro de Isabel de Urbina.
«Eres misteriosa. Te quiero. Eres hermosa, inteligente y virtuosa, y esa es la más rara combinación», escribió una vez Scott Fitzgerald.
El único órgano esencial para el amor es el cerebro. Dijo Cupido tensando el arco.
«Mil gracias, Amor, te doy, pues me enseñaste tan bien, que dicen cuantos me ven que tan diferente soy». ¿Seguro que la Dama era boba?
Es noviembre. Hace frío en París. Anaïs recibe en su casa a Henry, un escritor desconocido. Él habla de Montparnasse. Ella le devora con su mirada fiera. Despiertas en mí tal mezcla de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Aunque algo profundo comprendió Henry Miller, sentado sobre su cama en aquellas primeras tardes, como de cálida neblina. Y ya no pudo separarse del genio incandescente de Anaïs Nin.
«Te estabas volviendo loca y lo llamabas genio, yo me estaba arruinando y lo llamaba lo primero que me viniera a la cabeza». Le dice Scott a Zelda.
¿Por qué se casó aquel aspirante a actor, aquel aspirante a guionista, aquel aspirante al talento que no tenía con Dorothy Parker? ¿Le enamoraba su ingenio o solo quería medrar?
Cartas a Guiomar.
Edith Wharton y William Morton Fullerton exhaustos sobre las sábanas aún calientes hablando del rajá de Sarawak.
«No me asomaba para ver mi imagen reflejada en la fuente de la eterna juventud, intentaba sacarte a ti». Zelda a Scott.
Qué es eso que arde en los ojos de Katharine Hepburn. Créame, no es solo su belleza lo que usted ve.
Se llamaba Mileva Maric. Pero nadie la recuerda posando feliz con su esposo. Ella fue la compañera, la confidente, la mente gemela de la de Albert Einstein. Inteligente hasta el deslumbramiento. Encerrada en sí misma. Tullida. Madre torturada de un hijo ilegítimo dado en adopción. Estoy solo con todo el mundo, excepto contigo. Con ella vivió sus años más creativos. Con ella nació la Teoría de la Relatividad. Él la dejó.
Las neuronas son células capaces de fecundar el cerebro de los demás. Dijo Cupido marcando una muesca en el lomo de su arco.
«Dicen que la locura nos separaba. Era justo lo contrario: nuestra locura nos unía. Es la lucidez la que nos separó». Zelda a Scott. Pero fue la suma de sus cabezas luminosas y afligidas la que les llevó al amor.
Proust lo conoció a principios del verano en las recepciones de los martes en casa de Mme. Lemaire. Reynaldo Hahn tenía solo diecinueve años pero ya era un compositor de cierto nombre. En su primera charla quedó claro lo que les unía: la pintura, los gustos literarios y Fauré. Allí empezaron los días de los placeres de Marcel. Después de separarse, el escritor siguió durante toda su vida pidiéndole consejo a su antiguo amante.
John Waters y el fomento de la lectura: Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te lo tires.
Cupido sonríe malicioso. Entre dientes se va diciendo: sapiofílicos todos.
Presas de sapiofilia.
Enamorados de los cerebros.
Adictos a las neuronas.
Enganchados al duelo mental.
Viciosos de las ideas.
Atrapados en la filia de la genialidad.
La frase del título es, obviamente, para mujeres.
Los hombres, por desgracia, no podemos ser tan exigentes, so pena no f—r casi nada, excepto en el caso de auténticos campeones, o de hombres que no hagan otra cosa en todo el día que buscar mujeres.
Y esto me lleva a una cuestión que siempre me ha intrigado: la supuesta mayor necesidad masculina de sexo, ¿ tiene causas biológicas o culturales, o una mezcla de ambas ? ¿ Ein ?
Lo difícil hoy en día no es f……, lo difícil es hacer el amor. No sé en otras épocas, pero ahora es complicado, y supongo que para ambos sexos.
Excelente artículo, por cierto.
ahora sí, luchino, ahora las mujeres pueden permitirse ser inteligentes sin que se lo echen en cara, sin que las manden a fregar. así que tú no te comerás ni un rosco, pobrecito. en cuanto intenten mantener una conversación contigo…
No te preocupes, no dejaré que te vayas sin mí, dijo André Gorz a Dorine.
Nos gustan los hombres inteligentes… ¿es inteligente un hombre que no lee?
Todas estas tonterías sobre la inteligencia se desmontan al instante, con la primera aparición de Mark Rutland (Sean Connery) en «Marnie la ladrona». En ese preciso instante, todas las mujeres presentes en el cine o en el salón de su casa que no sean lesbianas o asexuales, licuan su vagina en «fondue» antes de que se den cuenta de lo que está pasando. Y esto es lo que hay.
Eso de que la inteligencia es lo más seductor de una persona es algo que suscribo totalmente. Soy hombre y heterosexual. Parece bastante obvio. A mí también me gustan las chicas que leen. Y por supuesto el sentido del humor, que a fin de cuentas es una manifestación de la inteligencia también.
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No hay más férrea dictadura que la de los matices. No hay mayor verdad que…para juntar poros con alguien, basta el más mínimo detalle que atraiga y fusione a ambos participantes.
Una vez jugué un par de encuentros con dos personas: en el primero, con la primera, lo di todo. Todo lo que sé. Exposición de mi gran biblioteca incluida. Toda mi estrategia puesta al servicio de un solo objetivo, ganar su alma y su cuerrrrpo. Su corazón. Toda mi energía. La más extrema de una incondicional entrega. Y perdí por goleada: “me encanta tu conversación y perder la tarde viendo tus libros”. Y no me tocó ni la chaqueta.
En el segundo, henchido de rencor por mi derrota anterior, no moví ni un dedo. No es que jugué mal, es que ni jugué. Y ni hablé de lectura, dedicándome a dejar pasar el tiempo no ya sin expectativas de victoria, sino lleno de aburrimiento: “deja de pasarte el balón y de marear, si esto lo tienes ganado incluso antes de empezar”. Y gané. Y en grande me lo pasé.
Sin criticar el artículo, que me ha gustado mucho, me pregunto cómo se atraían y se amaban los antiguos antes de la palabra escrita y de cualquier tipo de filosofía…