Ante la inminencia de la boda —y sin saber que va a ser abortada por la sangre— la madre de novio, dada su condición de viuda, decide que le corresponde a ella tener una seria conversación con su hijo y decirle lo que debe conocer antes de contraer matrimonio. Lo hace con las siguientes palabras: «Con tu mujer procura estar cariñoso, y si la notas infatuada o arisca, hazle una caricia que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego un beso suave. Que ella no pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que mandas. Así aprendí de tu padre. Y como no lo tienes, tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas». (Boda de sangre, Acto 2, Cuadro 2).
El párrafo es intolerable, escandaloso. Hazle a tu mujer «un poco de daño (…). Que ella no pueda disgustarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que mandas». Semejante nivel de brutalidad machista no se puede admitir, ni en serio ni en broma, ni en la realidad ni en la literatura.
Ahora bien, en el caso de la literatura, tropezamos siempre con el vidrioso problema de a quién atribuir la responsabilidad de las palabras que el autor ha puesto en boca de sus personajes. Del fuerte contenido antisemita de El mercader de Venecia, ¿quién es el responsable, Shylock o Shakespeare? Y mucho más importante todavía: las resistencias actuales a permitir que sus palabras se pronuncien públicamente en un escenario, ¿qué sentido tienen en realidad? ¿Ya no se puede representar la indignidad y el horror, ni siquiera para hacernos tomar conciencia de lo espantosos que son? ¿O se trata más bien de ocultar las cosas que detestamos porque, en el fondo, seguimos siendo fieles a la regla fundamental del pensamiento mágico, que dice: «Si no se nombra, no existe»?
Pero volvamos a la preparación de la boda. ¿En qué consisten «estas fortalezas» que tan gráficamente describe la madre del novio? ¿Quizá sea un nuevo ejemplo de la tradicional educación machista propia del campesinado hispano? ¿O quizá una ventana que se abre hacia los abismos menos gratos que se ocultan tras el amor romántico?
En cualquier caso, lo que la madre del novio intentó explicarle a su hijo no tuvo él ocasión de ponerlo en práctica. La novia es una mujer libre y antes de que llegue el día de una boda que en realidad ella no desea, decide romper su compromiso y se da a la fuga con el hombre que es realmente capaz de despertar su deseo. Por la noche, en el campo, se dirige a ese hombre, el amante por el que siente auténtica pasión, y lo hace en los siguientes términos: «Y yo dormiré a tus pies / Para guardar lo que sueñas. / Desnuda, mirando al campo, / como si fuera una perra, / ¡porque eso soy! Que te miro / y tu hermosura me quema». (Acto 3, Cuadro 1).
Que una mujer anciana, de cultura escasa, víctima de la educación heteropatriarcal más oscura, haga suyos los valores del machismo extremo, es algo que quizá podríamos todavía comprender, aunque nos repugne. Pero que una mujer joven, que ha tenido el valor de desafiar a toda la sociedad de la que forma parte, ha abandonado al hombre con el que estaba destinada a casarse y se ha fugado con el amante al que de verdad quiere y desea, arrastrada por su pasión, se ponga a los pies del macho y disfrute al definirse a sí misma como una perra sometida ante su amo, eso ya resulta demasiado sospechoso. ¿Puede ser realmente inocente el hombre, el varón que escribió ese texto?
Ambas mujeres acabarán encontrándose y entonces la novia tendrá que explicarle a la que ya no va a ser su suegra la implacable naturaleza de la fuerza irresistible que decidió el destino de todos: «¡Porque yo me fui con el otro, me fui! (Con angustia). Tú también te hubieras ido. Yo era una mujer quemada, llena de llagas por dentro y por fuera, y tu hijo era un poquito de agua de la que yo esperaba hijos, tierra, salud; pero el otro era un río oscuro, lleno de ramas, que acercaba a mí el rumor de sus juncos y su cantar entre dientes. Y yo corría con tu hijo que era como un niñito de agua fría y el otro me mandaba cientos de pájaros que me impedían el andar y que dejaban escarcha sobre mis heridas de pobre mujer marchita, de muchacha acariciada por el fuego. Yo no quería, ¡óyelo bien!, yo no quería. ¡Tu hijo era mi fin y yo no lo he engañado, pero el brazo del otro me arrastró como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo, y me hubiera arrastrado siempre, siempre, siempre, aunque hubiera sido vieja y todos los hijos de tu hijo me hubiesen agarrado de los cabellos!» (Acto 3, Cuadro final).
El problema que este texto plantea es mucho más grave que el de los anteriores. Lo que la mujer está diciendo es que la fuerza del deseo —que la arrastró a convertir sus bodas en unas bodas de sangre— ni siquiera fue el producto de unos valores sociales, de una educación represiva y de una sociedad enferma, sino que era una auténtica fuerza de la naturaleza «como un golpe de mar, como la cabezada de un mulo». Lo que el autor de esta obra nos está diciendo, por tanto, y además a través de palabras que pone en boca de dos mujeres, es que el amor más intenso que puede sentir una mujer es, literalmente, el que la convierte en una perra obediente al macho al que se ha entregado por completo, porque así lo ha decidido la Naturaleza. La cuestión entonces se plantea en términos duales: ¿era un machista Federico García Lorca? ¿Sí o no? Porque si no lo era habría que buscar una interpretación totalmente distinta de esos textos, la cual nos podría llevar a concluir que el amor auténtico, el amor pasión, el paradigma del amor romántico, tiende a diluir peligrosamente sus fronteras con esa triple transformación que se muestra sin disfraces en el masoquismo lúdico: el enigmático mecanismo que transforma el dolor en placer, la humillación en excitación y la sumisión en fascinación.
Este texto es irónico, ¿no? Pues ni aún así se salva.
¡Pues claro que es así! Ay, que me parece que eres de los que van con falda…
Sinceramente: ¿alguien cree todavía, de verdad, en el paradigma del amor romántico? Después del daño que ha hecho, y hace, creo que deberíamos abandonarlo ya. Denigrarlo definitivamente. Dejarlo por imposible.
Tengo para que ese mito, que es oscuro, aunque muchos lo creen luminoso, es uno de los responsables del fin de civilización que hoy estamos viviendo. Y da miedo ver que nadie se atreve a revisarlo seriamente para denostarlo como se merece.
Ufff… sinceramente no sé por dónde coger este texto. Quiero interpretarlo más como un clickbait por analogía al Lorca homosexual y de izquierdas que por un texto con enjundia real.
Pero respondiendo a la pregunta final: ¿era machista Lorca? Yo respondo: ¿y qué importa?
Qué importa que un autor sea, sienta o sueñe de una forma determinada para apreciar una obra en sí misma.
Importa que Kreourac fuera un yonki para apreciar “En el camino”, importa que García Márquez fuera un putero para entender “Memoria de mis putas tristes”, importa que Doctovieski fuera ludópata para interpretar ”El jugador” o que Camus fuera un asesino para analizar “El extranjero”.
El problema de las obras literarias en la mayoría de las ocasiones no son las obras en si mismas sino la interpretación que cada cual realiza de ellas. El obviar el contexto temporal en que se escribieron, el pensar que él autor no tuvo una intencionalidad discursiva al elegir una frase o una palabra en lugar de otra. El querer hacer pasar por filtros actuales realidades o ficciones pasadas.
Y ese sí es el problema de esta publicación.
Nos empeñamos en querer ignorar (aunque sufriendo las consecuencias de su realidad) la ineludible fuerza que la genética con miles de siglos de recorrido, ejerce sobre casi todos nosotros. La naturaleza, esa grandísima hija de puta sin atisbo de moral ni conciencia, nos dicta comportamientos que algunos imbéciles han creído a lo largo de los tiempos que se podían modificar por la simple razón de desearlo. Quizá llegue un día en que eso pueda suceder, aunque personalmente lo dudo ya que formamos parte indisoluble de esa naturaleza despiadada a la que esos inventos humanos de ética y moral, inventados por los débiles para no ser laminados, le importarían un comino en el delirante supuesto de que pudiera prestarles atención.
Me ha sobrecogido leer este texto. Leí a Lorca en el colegio y en la universidad, pero nunca me detuve a analizarlo tan seriamente, no se encontraba entre mis autores favoritos.
Supongo que también habría que tener en cuenta la época en que se escribió «Bodas de sangre», en la que la sumisión de la mujer era un hecho absoluto y normalizado.
En cuanto al amor romántico sí o no, la historia de la literatura en la lengua que sea está plagado de ejemplos y en la voluntad de uno mismo está el creérselo o no, no lo considero «un peligro», supongo que por mi edad.
La pregunta de si Lorca era machista es interesante porque no he visto que se hable con mucha profundidad de esa misoginia «velada» (o nada velada en algunos mundos como el de la Moda donde el Homopatriarcado es tan evidente como repulsivo) de la que adolecen los hombres homosexuales. Posiblemente Lorca ni se pensase dos veces lo que su personaje sentía porque para él era un personaje poético y ficticio con el que se identificaría. Como la realidad de las mujeres: pura ficción que no iba con él, igual que si yo hablase de naves espaciales.
No tengo palabras. La realidad de Lorca era un mundo de opresión a muchos niveles en el que las mujeres se convertían en víctimas oprimidas al mismo tiempo que cómplices del victimismo que ellas mismas sufrían. Lorca reflejaba esa realidad. No se trata, como dice Fernando, de sí Lorca era machista o no. Se trata de que lo que él muestra, no sólo en Bodas de Sangre (plural), sino en toda la trilogía de la tierra, una realidad social en la que él mismo creció, tan ancestral y actual como lo fue una Antígona o una Meses de su tiempo. ¿Era Eurípides machista? ¿Acaso importa? Hay realidades intrínsecas que pertenecen a y provienen de la tierra misma y corren por las ramas mismas de los árboles. Quizás la Luna es capaz de hacerlas asomar a ratos. Y hay un círculo social del que es difícil escapar, sea consciente o inconscientemente, porque hemos sido criados para ser lo que somos, no sólo por nuestros padres y abuelos, sino por generaciones ancestrales. ¿Cómo romper ese círculo? ¿Se puede romper ese círculo? ¿Hay respuesta a esta pregunta?
Ni con ironía hay por donde cogerlo.
Se anuncia una inquisición prometedora, la leo porque hace como que se va a encarar con Lorca (apunta alto, ya era hora, veamos) para luego hacerme ver que no era para tanto, que quizàs solo sea un inocente rifirrafe con la “cultura de la cancelación”. Al final pasa de largo, no se moja y me deja con una duda incòmoda: ¿por qué no hace el menor amago de encarar la idea misma del Amor Romántico, fundamento ùltimo de las demás peripecias sentimentales sometidas a crítica? ¿Al Amor Romàntico sì lo debo dar por supuesto y evidente en sí mismo, como hacen todos los personajes de la obra? No tengo claro que Lorca sea cautivo de ese mismo hechizo, pero tampoco lo descarto, José Lázaro podría indagar y no lo hace, opta por colocar al autor, a Lorca, al mismo nivel de un personaje más dentro de su propia obra. ¿Por qué al ideal de Amor Romántico se le ha de otorgar un beneficio de la duda que a los otros constructos (masoquismo, emancipación femenina, rebelión escandalosa contra el heteropatriarcado, etc) se les deniega explícita y automàticamente en aras de una crìtica ideológica presentista? Me siento incòmodo porque veo rodeos, fintas, insinuaciones sin entrar al trapo y un vacío: algo que falta por decirse y que no delata a Lorca, sino otra cosa.
Me ha dado la sensación de que el autor, al presentarnos sus reflexiones, lo haya hecho con cierta “malevolencia” como esperando nuestras reacciones, ya que es evidente y necesario que los artistas nos presenten todas las situaciones de las cuales el ánimo humano es capaz. ¿Y qué importa si Lorca era machista si la rebelión y la siguiente sumisión animalesca de la esposa nos deja sin palabras de la misma manera que Medea con sus hijos? ¿Shakespeare era antisemita?, pues allá él. En tanto nos ha donado una obra magistral, y si así fuese, entender cómo esa lacra había contagiado la sociedad occidental. Gracias por conflictiva lectura.
Mucho agradezco a los once comentaristas de mi articulillo sus, para mí, asombrosos comentarios.
Mucho me asombra, en efecto, el abismo que, una y otra vez, separa lo que uno quiere decir, lo que de hecho dice (¿?), lo que dice sin querer, lo que cada lector entiende que uno ha dicho…
Estoy de acuerdo con casi todos los desacuerdos de mis comentaristas. Y para no introducir más confusión traduciré al lenguaje poético (en el sentido de Mairena) lo que quise, sin éxito, decir:
Poco tiene que ver lo que un autor piensa y lo que sus personajes dicen. De hecho, cada personaje suele decir una cosa distinta.
Preguntarse si Lorca era machista me parecería tan ridículo como absurdo (explicar esto requeriría unos 50 folios).
Lo que me interesa de los impresionantes textos que saqué de «Bodas de sangre» se puede encontrar también en múltiples narradores y pensadores, al menos desde el siglo XVIII. Yo he encontrado prácticamente lo mismo en Dostoievsky, Flaubert, Clarin, Joyce, Torrente Ballester, Kubrick, Losey, Buñuel, Foucault, Vargas Llosa…
La idea central, muy resumida, es que la pasión arrebatadora que suele atribuirse al paradigma romántico del amor se encuentra expresada con mucha más fuerza en las mejores descripciones del enigmático mecanismo que permite transformar el dolor en placer, la humillación en excitación y la sumisión en satisfacción. Y ese enigma conecta oscuramente las experiencias eróticas tipo sadomaso más íntimas, cómplices y lúdicas, con las prácticas más o menos públicas de los más autoritarios colegios, cuarteles, cárceles, conventos, sectas… Pero explicar esto sin crear aún más confusión requeriría más de 300 folios.
Va siendo hora ya, Sr. Lázaro, de valorar seriamente la posibilidad de que hay preguntas que no tienen respuesta o, al menos, de que existen ciertas cuestiones que los seres humanos somos incapaces de responder y por ende solventar. Yo no puedo decirle si el sistema para comprender la Naturaleza de la que formamos parte intrínseca es completo e incoherente o si, por el contrario, es incompleto y coherente. Si Vd. analizase semejante tesitura, tarde o temprano llegaría a la misma conclusión con que yo inicio el comentario a su post «¡Porque yo me fui con el otro, me fui!»: la respuesta correcta a determinadas preguntas, especialmente a las más intricadas de todas ellas, trasciende o está más allá de los métodos de que disponemos para contestar preguntas. Podríamos (y de hecho lo hacemos) percibir no obstante esa verdad, ¡a pesar de nuestra racional incapacidad! Curioso, ¿eh? En otro orden de cosas, prosigamos: ¿Lorca era machista? ¿Sí o no? Pues yo, siguiendo el esquema propuesto en las anteriores líneas, me atrevería a decir, o me gustaría pensar (¡qué demonios!) que, con independencia de si el granadino era o no machista, lo que quiso fue plantear la pregunta de si era machista, más allá de si su público, al contemplar su obra, se decantase en uno u otro sentido. Mire, Sr. Lázaro, el debate sobre el feminismo tiene hoy en su seno muchas cuerdas que se entrecruzan y que imposibilitan la articulación de un discurso «verdadero y absoluto», como tampoco lo tiene, por cierto, el debate político. Dos de esas cuerdas son: 1. la cuerda que pretende el poder y 2. la cuerda que busca la verdad; como he dicho antes, insisto, hay más cuerdas, más matices, pero esas dos son suficientemente explícitas para entender la incapacidad de alumbrar la verdad en este tema. Mujeres hay muchas… y aunque hace muchos años yo solía decir que todas eran iguales, hoy sé que todas son diferentes. Estamos atrapados dentro de la Naturaleza, discutiendo como energúmenos quiénes de nosotros llevan razón y quiénes no. Nadie puede escapar del marco de la Naturaleza, nadie puede salir fuera de esta caja donde todos sus elementos están interconectados, nadie puede alcanzar una perspectiva por encima de la Physis que permita conocer a esta última con total certidumbre. Es muy torpe asignar a un dramaturgo homosexual (igual de torpe sería hacerlo con uno heterosexual) la capacidad para definir a una mujer; tampoco las dramaturgas homo u hetero podrían; porque mujeres hay muchas y muy diferentes. Y no solo eso: una mujer a lo largo de su vida puede ser muchas mujeres. Si le soy sincero, fuera de que las mujeres y los hombres han de ser iguales en la sociedad para todo, para hacer lo que les dé la gana, y ello incluye eructar y tirarse pedos, por poner dos ejemplos claramente que pertenecen al grupo de los hombres, el debate del feminismo y del heteropatriarcado es absolutamente inútil. Hay que conseguir la igualdad. Tan solo eso. Y eso incluye que si algunas de ellas se ven dominadas por fuerzas que nublan las partes más lógicas de sus cerebros, que persiguen la hermosura de ciertos hombres; y si lo que finalmente deciden es acostarse como perras sumisas ante esos hombres a los que aman, hay que aceptarlas tal y como son, tal y como se acepta a aquellas que toman posturas contrarias a esas actitudes en la vida. Las «etiquetas» que tanto se discuten en twitter hoy en día no pueden ser definidas y abordadas por un discurso monocorde.
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