Se creía desaparecida, como los dinosaurios o el pájaro dodo. En realidad, muy pocos conocían su existencia y apenas quedan ya en el mundo de los vivos personas que la llegaran a tener entre sus manos. Tras una larga peripecia a través de innumerables foros de internet especializados en autores pioneros de ficción científica, portales de venta de obras de segunda mano, y decenas y decenas de correos electrónicos intercambiados con viejos aficionados al género tanto de España como Francia, custodios de extensas, polvorientas y maravillosas bibliotecas repletas de antiguos volúmenes que amarillean a nuestra fascinada mirada, ha sido posible recuperar una copia en casi perfecto estado (1) de Astral, la primera publicación española consagrada a la ciencia ficción, que demuestra de manera fehaciente que su existencia no era un mito como aseguraban algunos.
Quizá sea este el último ejemplar sobre la faz de la tierra de esta insólita publicación, un puñado de hojas quebradizas fechadas en julio de 1963, y la persona a la que debemos agradecer su excelente estado de conservación es el escritor, poeta e ilustrador de ochenta y siete años de edad Francisco Lezcano Lezcano, quien ha vivido toda su vida a caballo entre las Islas Canarias y París, y es uno de los autores incluidos en la misma.
Astral era una revista amateur, elaborada por y para aficionados, y con un evidente carácter no comercial, lo que popularmente se conoce como un fanzine —fan magazine— y, ciertamente, estaba casi completamente olvidada por el paso inexorable del tiempo. Mientras los aficionados más veteranos siguen discutiendo en foros y convenciones del género sobre si el honor de editar la primera publicación temática autóctona correspondió al modesto Dronte de Luis Vigil o al popular Cuenta atrás de Carlos Buiza, ambos fechados en abril de 1966, olvidan que fue el propio Vigil quien dio cuenta de la existencia de Astral en un breve artículo sobre publicaciones amateurs publicado en el primer número de la mítica revista Nueva Dimensión, que reinara entre los aficionados españoles —y muchos latinoamericanos— entre 1968 y 1983. Un paso del tiempo que, dicho sea de paso, no le ha restado ápice alguno de interés sino todo lo contrario, aunque su relevancia sea, evidentemente, más histórica y sociológica que literaria y especulativa.
Lo primero que llama la atención de este primer fanzine es que no fuese editado en España sino en Francia por Jacques Ferron, un ilustrado europeísta casado con la española Vicky de la Cruz, natural de Granada. Ferron, que en el momento de editar Astral residía en la localidad de Lucé, próxima a Paris, hablaba y escribía perfectamente en español y fue un personaje clave para la gestación del primer asociacionismo relacionado con el género y el impulso de la primera generación de escritores de ciencia ficción con verdadera conciencia de pertenecer a un colectivo, que surgió en nuestro país a principios de los sesenta tras unos años cincuenta caracterizados por la irrupción de los bolsilibros (2) y las primeras colecciones especializadas: Futuro (1953-1954) dirigida por el famoso José Mallorquí (3), la añorada Nebulae de la editorial Edhasa (1955-1969) dirigida en su primera época por el doctor ingeniero barcelonés Miguel Masriera —una de las más importantes que ha tenido el género en toda su historia por la longevidad y calidad de los títulos publicados, muchos de ellos considerados hoy día como auténticos clásicos— y otras menores como Ciencia Ficción de Cénit (1960-1964), Galaxia de Vértice (1963-1969) e Infinitum de Ferma (1964-1968).
Por supuesto, en los años cincuenta surgieron algunos especialistas autóctonos como Antonio Ribera, Domingo Santos y Francisco Valverde Torné, al rebufo de otros autores principalmente anglosajones, abanderados francotiradores de un nuevo género en el que todavía se discutía su denominación, si ficción científica, anticipación, ciencia ficción y otros muchos. En cuanto a revistas, con notable retraso y elevado precio llegaban a nuestro país ejemplares de la argentina Más Allá (1953-1957) y la mexicana Ciencia y Fantasía (1956-1957), a las que convendría añadir Narraciones terroríficas (1939-1952), editada por el sello español Molino durante su etapa de destierro en Argentina y dirigida en su primera época por el citado José Mallorquí, y la española Fantástica (1945-1946), ambas publicaciones de terror en las que se podía encontrar diverso material de una ciencia ficción embrionaria. En cualquier caso, iniciada ya la etapa del desarrollismo en la España de los sesenta, aún no había aparecido ninguna publicación periódica nacional consagrada al género.
Estas colecciones y revistas extranjeras dejaron una profunda impronta en los aficionados españoles de la época, quienes demandaban a través de cartas en diversos medios la creación de agrupaciones locales; un fenómeno imparable y similar a lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo. Uno de estos primeros grupos fue el Cercle Littéraire d’Anticipation (C.L.A.), primera asociación francesa de aficionados a la ciencia ficción, fundado por Jacques Ferron en 1959. Ferron editó entre 1959 y 1967 un gran número de publicaciones amateurs en las que realizó una intensa labor de proselitismo y de cooperación con otros países de su entorno, entre ellos Bélgica, Suiza, Italia, Alemania y, de forma muy particular, también España. Estas publicaciones solían incluir cuentos, poemas e ilustraciones de autores españoles traducidos al francés, obras breves de Francisco Lezcano, Domingo Santos, Luis Vigil, Carlos Buiza, Juan G. Atienza y algunos otros, que hicieron allí sus primeros pinitos internacionales por puro afán de ver su nombre impreso en papel. Todo ello merece ser reivindicado en un capítulo propio dentro de la pequeña gran historia de la ciencia ficción española.
Lo más importante de todo lo anterior es que estas publicaciones pusieron en contacto entre sí a muchos autores españoles, lo que no solo favoreció la formación de esa primera generación de escritores de ciencia ficción con auténtica conciencia de pertenecer a un colectivo, sino que permitió crear nuevos y más ambiciosos proyectos. Así, por ejemplo, gracias a Ferron, Domingo Santos y Luis Vigil se conocieron y decidieron lanzar la primera revista comercial española dedicada al género: Anticipación (1966-1967), editada por el sello Ferma y claro precedente de Nueva Dimensión, también editada por ambos junto a un tercero: Sebastián Martínez.
Volviendo a Astral, su único número editado constaba de cuarenta páginas más cubiertas, estaba impreso a multicopista y tenía una portada en blanco y negro obra del belga Xavier van de Ghys. Su formato era algo superior al A5 (15x21cm), se vendió a 10 pesetas o 1,5 francos franceses —un precio económico, puesto que otros fanzines que se anunciaban en la publicación, como el francés Lumen, costaban el doble— y la tirada fue de ciento cincuenta copias numeradas. El contenido mezclaba una ficción científica todavía incipiente en cuanto a temas y estilo con poemas más o menos relacionados temáticamente, una publicación que tomaba como modelo el fanzine galo Le Jardin Sidéral, considerado de facto el boletín oficial del C.L.A. No obstante, también era un producto específico y con algunos rasgos identitarios, bien editado para la época pese a su evidente modestia.
Figuraba como responsable de la publicación Lorca del Río, aunque en páginas interiores se aclaraba que, en realidad, solo era responsable de la sección española del C.L.A. puesto que el editor, coordinador y último responsable era Ferron. En páginas finales se avanzaba un próximo número que nunca llegó a aparecer, y a vuelta de portada figuraba el siguiente y entusiasta anuncio: «España ve nacer hoy su primer fanzine: ASTRAL».
La sección de narrativa estaba compuesta por cuentos muy breves que giraban en torno a las grandes preocupaciones del momento, a saber: el temor a una posible tercera guerra mundial derivada de la Guerra Fría, el peligro atómico, la deshumanización de la sociedad, el hombre frente al cosmos infinito… Francisco Lezcano publicó los relatos «El montañero» (4) —apenas un chiste, acerca de un solitario cazador de los bosques que se encuentra con unos extraterrestres a bordo de una nave espacial miniaturizada—, «Fernando» (5)—cuento de terror sobre un hombre que consigue teletransportar su mente para visitar cada noche a su amada; uno de los mejores textos del fanzine— y «Julio», un ultracorto firmado con el seudónimo de Franck Sile sobre un intercambio sexual con un/a alienígena y sus previsibles resultados.
A falta de más originales españoles, el fanzine hubo de completarse con textos de autores franceses traducidos por Ferron. «Del hombre, de la rosa» (6) estaba firmado por H. H. Browning, seudónimo (7) tras el que Domingo Santos aseguraba que se escondía el propio Ferron y su esposa, remitido desde Granada, lo que induce a pensar en una posible autoría conjunta (o quizá haber sido escrito en dicha localidad). Este cuento distópico, poético y melancólico muestra un mundo regido por el más férreo utilitarismo reñido con cualquier atisbo de belleza, en el que un hombre conserva la última máquina para fabricar rosas; su desenlace revela la egoísta forma de ser de los hombres.
«La llamada» de Gil Roc, seudónimo de Marcel Roquier, era una historia breve acerca de una extraña comunicación en morse que recibe el piloto de una aeronave y que, finalmente, tiene su origen en una colmena ¿inteligente? de abejas. «Los muros» y «Los dos deseos» son obra de Bernard Pechberty (8), ambos chistes de apenas diez líneas. El cuento más largo (seis páginas) e interesante a nivel especulativo, aunque hoy claramente desfasado, es, sin duda, «Elisa» (9) de Jacques Ferron. Transcurre entre las ruinas de una ciudad destruida tras la guerra atómica, un paisaje desolado en donde un extraño observa a una niña enferma jugar con una muñeca tuerta, y al intentar arrebatársela para adueñarse así de un pequeño pedazo de la belleza de otros tiempos, la destruye. Toda una alegoría de la situación mundial.
En cuanto a lírica, abundaba la poesía social, con poemas en prosa, sonetos y hasta versos sueltos cuya temática no siempre encajaba dentro de los laxos parámetros de la ficción científica de la época. Obras de una o media página de Manuel Pacheco (Badajoz), Rafael Palma (Madrid), Mario Ángel Marrodán (Portugalete, Vizcaya), Eduardo de la Rica (Cuenca), Alfonso Yuste (Madrid), Alberto Barasoain (Madrid), Gregorio San Juan (Baracaldo, Vizcaya), Félix Casanova de Ayala (Canarias), Luis Molina Santaolalla (10) (Madrid), Nicolás del Hierro (Madrid), Adolfo Gustavo Pérez (Gijón), Raúl Calzado (Dortmund) y Francisco Lezcano (Canarias). Los más próximos al género son «Las bases» y «El cáncer del mundo» de Manuel Pacheco, ambos sobre el miedo a un conflicto nuclear, y «Canto a Julio Verne con motivo del primer satélite artificial» de Alfonso Yuste, una oda cósmica al denominado poeta del espacio. Muchos de estos poetas cuentan con un amplio y notable currículo literario a sus espaldas, que aquí sería prolijo detallar.
Astral incluyó un par de ilustraciones interiores: «Progreso atómico», un dibujo irónico del polivalente Lezcano, y «Clavileño» de César Valdés (Santa María de los Llanos, Cuenca), un retrato de un Quijote galáctico. Valdés fue pintor, dibujante y caricaturista —además de zahorí—, con varias exposiciones en Castilla-La Mancha. Por su parte, Lezcano alcanzó fama internacional como pintor, con exposiciones en Francia, Italia, Bélgica y España que fueron visitadas por miles de personas, y también como poeta, con poemas traducidos al francés, italiano, holandés y portugués. Su obra como narrador fantástico merece un capítulo aparte. Es un artista muy vinculado al pacifismo y la no violencia, que militó en varias importantes organizaciones.
Al margen de prosa y poesía, conviene poner el foco en la hermandad de publicaciones europeas amateurs dedicadas a la ficción científica que existía en esa época y que daba cuenta el propio fanzine: Fantasmagie (revista belga de arte y fantasía), Futuria-Fantasia (autodenominado primer fanzine italiano), Lumen (publicación mensual francesa «de información extraplanetaria») y, por supuesto, Le Jardin Sidéral del C.L.A. («primer fanzine internacional del único club francés de fantaciencia»).
A los anteriores se sumaba Alrededor de la mesa (11) del sello Comunicación Poética Española, cuyo responsable era el poeta vasco Mario Ángel Marrodán, una colección dedicada a la poesía experimental que, en no pocas ocasiones, intersectaba con la ficción científica. Además, Astral cita la existencia del Club-Ficción Española de Enrique Jarnés Bergua, guionista del famoso personaje de cómic y de serial radiofónico Diego Valor; un club del que sería interesante conocer más información.
El número terminaba con el anuncio de otros fanzines del C.L.A. como Sol III y las bases de su tercer concurso literario, en la que la participación estaba reservada exclusivamente a suscriptores del club —cuentos, dibujos y poemas de fantaciencia escritos en francés y con un máximo de veinte páginas mecanografiadas, firmadas con seudónimo y de tema libre—, cuyo premio consistía en su publicación en un volumen monográfico dentro de la colección estrella Polynuclées.
Según Lezcano, muchos de los poetas españoles incluidos en esta publicación mantenían un asiduo intercambio postal de poemas y direcciones de revistas en las que poder colaborar: «Intercambiábamos nuestras ideas y posturas de izquierda contra el régimen franquista. Sosteníamos una actitud humanista cara al mundo». Lezcano, que ya había publicado algunos cuentos breves de ficción científica en periódicos locales y efímeras revistas underground nacionales y extranjeras, recibió una carta de Marrodán en la que le comentaba que Ferron estaba seleccionando material para un nuevo fanzine; al parecer, buscaban «un escritor español para representar a la ciencia ficción del país». Tras esta primera colaboración, siguió remitiendo material para otras publicaciones del C.L.A., donde, incluso, llegó a ganar el premio de ilustración del certamen anteriormente mencionado. Lezcano y Ferron se conocieron personalmente en París en 1971; luego el francés, sencillamente, desapareció sin dejar el menor rastro.
A modo de conclusión, si analizamos con ojo crítico este primer y único número de Astral podemos evidenciar que, pese a su evidente interés, esta pionera revista no produjo ningún impacto sobre las publicaciones y autores de género que la siguieron, y desgraciadamente fue rápidamente olvidada. Su ficción científica era producto de su tiempo: amateur, sin grandes recursos de estilo, escasamente especulativa y de tono distópico debido al temor a la guerra atómica. Por otra parte, se observa que narrativa y poesía —también ilustración—iban de la mano, y que una parte significativa de los primeros aficionados que decidieron dar el salto a la escritura eran también poetas, autores que anhelaban publicar y la poesía les facilitaba poder incluir su nombre al lado de un escueto poema. Esta situación era extrapolable a buena parte de Europa, excepto en los países anglosajones cuya literatura de ciencia ficción se orientaba más hacia aspectos científicos.
Astral queda hoy como un lejano precedente de otras publicaciones que habrían de llegar de un género que, con no poco esfuerzo, ha conseguido labrarse su propio espacio entre lectores, crítica y mundo académico. Una revista pionera, elaborada con ilusión y afán europeísta, aunque se eche en falta una mínima presencia femenina. Una publicación que forma parte de nuestro pasado y que haríamos bien en preservar no solo para saber cómo fuimos sino para entender mejor cómo somos y qué nos puede deparar el futuro.
Notas
1. El ejemplar carece de las páginas 29-30, que corresponden según el índice al relato «Fernando» de Francisco Lezcano.
2. En los bolsilibros, también llamados novelitas de a duro por su trama aventurera y el hecho de tener un precio inicial de cinco pesetas, muchos escritores españoles de literatura popular debieron ocultar su identidad tras seudónimos pretendidamente anglosajones que les dieran un carácter más comercial.
3. Mallorquí fue autor de personajes tan famosos como El Coyote y el Capitán Rido. Además, varias obras suyas del Oeste, como Dos Hombres Buenos y Lorena Harding, fueron adaptadas en forma de seriales radiofónicos, uno de los formatos más populares en la época.
4. Reeditado en Antología de Novelas de Anticipación V (1965, Acervo) y la revista Algo nº 127 (abril 1969).
5. Reeditado en la revista Mata Ratos nº 167 (1 de noviembre de 1969).
6. Una versión más breve y elaborada de este cuento fue publicada en Nueva Dimensión nº 42 (febrero de 1973) con el título «Sobre la rosa y los hombres».
7. En fanzines es muy habitual el empleo de seudónimos para aparentar que se cuenta con un mayor número de colaboradores.
8. Pechberty era conocido por sus relatos y reseñas en Le Jardin Sidéral. En España publicó algunos cuentos en diversas revistas y fanzines: Anticipación, Nueva Dimensión, Sol 3, Torito Bravo, etc.
9. El cuento fue revisado y reeditado en el fanzine Cuenta Atrás-93 (1967). Una historia que merecería ser rescatada tras una buena corrección de estilo.
10. Santaolalla fue autor de la novela Pesquerías del sur, finalista del premio Planeta en la edición (1960) en que ganó Tomás Salvador con El atentado. En cuanto a su relación con el género, podemos citar el cuento «El robot» en Le Jardin Sidéral 19/20 (1965) y un soneto fantástico en el fanzine Cuenta Atrás-99 (1966).
11. Entre otros, la colección publicó Sueños y paisajes terráqueos (1960) de Antonio Fernández Molina y Poemas en la Orilla (1962), un breve cuaderno de poesía de Francisco Lezcano.
Bueno, ahora falta que se escanee y/o fotografíe y se ponga a disposición de la comunidad.
Estamos en ello. Confiamos en dar una sorpresa a los aficionados a no mucho tardar :-)
Pues mola.
Ese único ejemplar: ¿Seguro que es de nuestro universo? ¿Seguro que no se coló por una grieta en el espacio-tiempo desde una dimensión paralela? XD
Voy a pasarle el artículo a Isabel Bermúdez, hija del fallecido Gabriel Bermúdez Castillo, uno de nuestros autores de ciencia ficción más sobresalientes y que atesoraba una inmensa colección de publicaciones de esa época sobre el género, a ver si con suerte encuentra entre el inmenso legado de su padre – ostenta, por ejemplo, la mayor colección privada de objetos sobre Julio Verne – algún ejemplar.
Estupendo, aunque esta publicación es bastante anterior a los fanzines donde empezó a escribir Gabriel Bermúdez, allá por 1969 (Cuenta Atrás, etc). Por cierto, dedico un capítulo a la relación literaria entre Domingo Santos y Gabriel Bermúdez en mi biografía sobre el primero. Comento datos poco conocidos que quizá interesen a su hija. Confío en que este libro se publique el año próximo.
Mariano Villarreal