Arte y Letras Filosofía

Un artículo para olvidar

Cuento 1
Fotografía: CC

El teatro utiliza la exageración y el esperpento para que el espectador pueda percibir la realidad. (Bertold Brecht)

«Érase una vez…» es una de las frases más hipnóticas que se conocen. Nos lleva inmediatamente a otra atmósfera en la que el tiempo se contiene de otro modo y donde nos contarán algo que tiene relación simbólica con nuestra vida. Pero, para que ese fenómeno mental se produzca, se necesita la sorpresa. Los relatos atrapan rápidamente la atención para transmitirnos su mensaje. 

Les remito al clásico recurso de las narraciones literarias o fílmicas de terror en las que el autor no enseña el monstruo, solo lo insinúa. Porque el objetivo es agitar el monstruo que el espectador lleva dentro. Ese es el peor. De hecho, cuando finalmente aparece el de la película, suele decepcionarnos, porque el nuestro es más terrible.

Una condición previa para generar aprendizaje es la necesidad que tenemos de desenfocar periódicamente la atención del tema que la mantiene. Cada hora y media, la mente necesita desconectar alrededor de veinte minutos. Lo curioso es que el aprendizaje profundo y significativo se produce en esas pausas de paradójica desatención. 

Precisamos olvidar para aprender. Atender y desenfocar configuran la eficiencia de la mente. En ocasiones, forzamos la atención más tiempo, por disciplina o por compromiso con algún trabajo. En esos momentos, el inconsciente nos puede hacer trampas. Nos trae imágenes de lugares que hace tiempo que no visitamos, o rostros de personas que hace tiempo que no vemos y pensamos cosas como: «¡Qué bien lo pasé en aquellas playas de Denia!», o también: «¿Cómo estará Antonio? ¡Hace tiempo que no nos vemos!».

La sorpresa y la atención por lo inesperado son esenciales para generar comprensión. Por el contrario, la hiperatención continuada satura nuestra capacidad de aprendizaje. 

Necesitamos la facultad creativa de reimaginar lo que ya conocemos. (M. Shelley)

La primacía de lo racional

Desde la infancia se nos empuja a reprimir las reacciones emotivas personales y a educar el espíritu para que sea objetivo. Muchos discursos intelectuales descuidan los factores emocionales que van ligados a una imagen arquetípica. Se pueden recopilar todos los cuentos del mundo, pero no tendrían ningún significado si se ignora la experiencia afectiva que provoca en el individuo. A pesar de su carácter colectivo, los símbolos y los mitos están ligados estrechamente al ámbito experiencial y emocional del individuo.

Intentamos dejar que el cuento se haga explícito, tomando como punto de partida no una teoría previamente establecida, sino la idea de que se trata de un misterio vivido por un ser humano que intenta comunicarlo lo mejor que puede. Dicha comunicación profunda y dificultosa recupera ese «lenguaje olvidado» en el que se basan los relatos.

Desenfocar la atención da entrada a otros modos de procesar la información que nos aporta la realidad. La comprensión de lo que nos ocurre y la toma de decisiones tiene que ver con tres operaciones: sentir, reflexionar y hacer.

El arte impide que muramos de realidad. (F. Nietzsche)

Nuestra cultura ha priorizado la función reflexiva, olvidando e incluso reprimiendo las otras dos. Sin embargo, no se produce aprendizaje si no hay cambio emocional o no nos sentimos impelidos a la acción, como conducir un coche o cocinar. El aprendizaje tiene un alto valor de competencia inconsciente. 

Relatos dirigidos a las tres capacidades

El estudio del mensaje que se encierra en los cuentos de hadas revela que supone un aprendizaje altamente significativo para quien lo escucha. Se sugiere que esto se debe a que el cuento va dirigido al triple pensamiento: racional, emocional y exploratorio. La magia de los cuentos y su larga pervivencia a través de los siglos radica en la combinación de estos tres factores. En este caso, las tres funciones del pensamiento vienen simbolizadas por el Rey, el Héroe y el Hada.

El Rey representa la reflexión, vigila que todo esté en orden en su reino para que las semillas crezcan y den fruto. Encarna la función de la inteligencia abstracta, la autoridad y la decisión. Está encargado del análisis del problema, de dar la señal de alarma frente a desórdenes y carencias. El Rey formula las preguntas sobre las necesidades del reino. Representa el estado presente que debe ser cambiado. 

Historia de un ciempiés

Un ciempiés vivía plácidamente en un bosque dedicado a sus cosas, tomaba el sol, se procuraba la comida y paseaba feliz por su territorio. Un día, alguien que le observaba a diario trajinar, le preguntó qué pata movía primero para caminar.

El ciempiés se quedó desorientado con la pregunta y pensó en una respuesta. Se encerró en su casa y poco a poco dejó de salir. Obsesionado por la pregunta perdió la capacidad de andar y su vida se arruinó.

El Héroe recoge la demanda del rey y añade su adhesión total a la solución del problema. Aporta la emoción y presenta su disposición a experimentarlo todo. El Héroe representa la conexión emocional al problema. Sin embargo, no puede conseguir la meta solo con su decisión y su coraje.

Cuento del sabio y el samurái

Según cuenta un viejo relato japonés, en cierta ocasión, un belicoso samurái desafió a un anciano maestro zen a que le explicara los conceptos de cielo e infierno. Pero el monje replicó con desprecio:

—¡No eres más que un patán y no puedo malgastar mi tiempo con tus tonterías!

El samurái, herido en su honor, montó en cólera y, desenvainando la espada, exclamó:

—Tu impertinencia te costará la vida.

—¡Eso —replicó entonces el maestro— es el infierno!

Conmovido por la exactitud de las palabras del maestro sobre la cólera que le estaba atenazando, el samurái se calmó, envainó la espada y se postró ante él, agradecido.

—¡Y eso —concluyó entonces el maestro—, eso es el cielo!

El Hada simboliza la fecundidad infinita y aporta el poder para conseguir la meta. Es la representación de la acción y del milagro de alcanzar el objetivo. Normalmente, indica soluciones al héroe que su inteligencia no comprende, pero, siguiendo sus indicaciones, a menudo extrañas, el conflicto se resuelve. 

Cuento «Los guisantes en la mano»

En su lecho de muerte, una mujer joven hace jurar a su marido que no se comprometerá con ninguna otra mujer. «Si faltas a tu promesa, vendré en espíritu y no te dejaré vivir tranquilo.» El marido, al principio, mantiene su palabra, pero, al cabo de tres años, conoce a otra mujer y se enamora de ella.

Muy pronto empieza a aparecérsele un espíritu cada noche que lo acusa de haber faltado a su juramento. Para el hombre no hay duda de que se trata de un espíritu, pues el fantasma nocturno no solo está informado de todo lo que pasa cada día entre él y su nueva amiga, sino que también conoce exactamente sus pensamientos, esperanzas y sentimientos. Como la situación se le hace insoportable, el hombre decide ir a pedir consejo a un sabio.

«Vuestra primera mujer se ha convertido en espíritu y sabe todo lo que vos hacéis» le declara el maestro. «Todo lo que vos hacéis o decís, todo lo que dais a vuestra prometida, él lo sabe. Tiene que ser un espíritu muy sabio. En verdad, tendríais que admiraros de tal espíritu. Cuando se os aparezca de nuevo, haced un trato con él. Decidle que sabe tanto que vos no le podéis ocultar nada y que vais a romper vuestro compromiso, si puede contestaros a una sola pregunta.» «¿Qué pregunta he de hacerle?», dice el hombre.

El maestro responde: «Tomad un buen puñado de guisantes y preguntadle por el número exacto de guisantes que tenéis en la mano. Si no os sabe responder, sabréis que el espíritu no es más que un producto de vuestra imaginación y ya no os molestará más».

Cuando a la noche siguiente apareció el espíritu de la mujer, el hombre lo aduló diciéndole que lo sabía todo. «Efectivamente», respondió el espíritu, «y sé que hoy has ido a ver al maestro». «Y ya que sabes tanto», prosiguió el hombre, «dime cuántos guisantes tengo en la mano».

Y ya no hubo espíritu alguno para responder a esta pregunta.

Alicia 1
Fotografía: Limot/Rue. Cordon Press.

La influencia de símbolos y arquetipos

Todo ser humano es un cosmos y lleva dentro todas las estrellas. El cielo lleno de estrellas es una imagen del inconsciente colectivo y el que las estrellas bajen a la tierra es el simbolismo de la realización, porque la cosa se lleva a cabo realmente en el estado consciente del ser humano. (Paracelso)

Para que el relato pueda mostrar la influencia de símbolos y arquetipos en la vida cotidiana del oyente, es necesario despistar su atención hasta el estupor. Los mitos esenciales son una reserva de pensamientos que epigenéticamente nos sirven para mantener la vida del modo más evolutivo y eficiente posible. Dichos mitos se manifiestan como metáforas coyunturales en los distintos momentos históricos y culturas de la Tierra.

El arquetipo no se puede atrapar con el pensamiento, solo se puede intuir mediante la expresión de símbolos. Por eso es esencial desenfocar la atención consciente y escuchar, así, cientos de versiones de este y que penetren en nuestro pensamiento. 

Existe un conjunto de figuras simbólicas que suelen repetirse en los cuentos de hadas y que ofrecen un camino de redención al ser humano. Imágenes que curan y que conectan a la persona con algo que se asemeja a la expresión de su deseo.

Marie-Louise von Franz ofrece el siguiente estudio de frecuentes y evocadoras figuras que pueden servir de referencia para la redacción de cuentos. El interés de estas figuras radica en que han resistido la prueba del tiempo con su presencia durante muchos años, en muchas versiones de cuentos. Esto nos sugiere que el inconsciente humano es muy sensible a la vitalidad que le produce esta sugestión.

Algunas de ellas son la «inmersión en el baño», en la que el agua simboliza el inconsciente. Sumergirse en el agua y salir de nuevo tiene cierta analogía con penetrar en el inconsciente. Piénsese en el sentido de renovación que supone el bautismo. En muchos sueños, el proceso analítico se asemeja a un baño, y con frecuencia el análisis se compara con el acto de lavarse o bañarse. 

El símbolo de «cubrirse con piel de animal» tendría relación con no vivir de acuerdo con nuestros instintos, sino estar parcialmente dominados por un impulso instintivo unilateral que afecta todo el equilibrio humano. «Golpear con el avellano», según la mitología celta y germana, se relaciona con el conocimiento de la verdad que a veces es incómoda para el protagonista del cuento. El «palacio en el bosque» simboliza la esencia del sí mismo dentro de la dureza inhumana de la existencia. La camisa u otro tipo de ropa simboliza lo que uno quiere mostrar a su alrededor. En muchos cultos esotéricos, el verdadero cambio de la personalidad se expresa a través del cambio de ropa.

La alquimia difundió el símbolo de «cortar la cabeza» cuando alude a la separación del aspecto intelectual del instintivo. La decapitación puede significar el mantenimiento de la objetividad, ver las cosas serenamente. O también, una renuncia al deseo de comprender, a fin de permitir que otras formas de realización se produzcan.

Finalmente, el silencio es utilizado por muchos cuentos como comprensión de grandes verdades. Cuando existe algún problema que tiende a dejarnos sin habla, es mejor mantener el silencio.

La vida va en serio

La existencia pone al ser humano en trances difíciles. Los relatos hablan de un modo más tolerable de estos aspectos. Y aunque no conozcamos el significado del símbolo que emplea el relato, existe una influencia en el oyente que proviene de su significación colectiva, como si la propuesta fuera: «¿Quieres que te cuente un cuento de miedo? Es para prevenirte de una vida real mucho más terrible». 

Muchos relatos hablan del riesgo del abandono. El de Hänsel y Gretel tiene que ver con ello, y también con el recuerdo de que la fundación de la civilización tiene que ver con la prohibición de la antropofagia. La Cenicienta muestra las dificultades para crecer en otra familia sin el apoyo de los tuyos. El relato del Pardalot, recogido por Blasco Ibáñez de la tradición popular valenciana, nos habla del riesgo de muerte por abandono de los padres. La cigüeña es un relato cortado y adaptado a los niños. El cuento completo nos habla de que roba a niños de las madres descuidadas de Oriente para traerlos a Occidente. Aunque la representación más descarnada del miedo al rapto de niños está plasmada en «la leyenda del Hombre del Saco» o Sacamantecas, que refiere la época en la que se creía que la grasa de bebé era un buen remedio para aplicar en las articulaciones dañadas por acumulación de ácido úrico o gota.

Caperucita habla de la paradoja entre el inicio de la sexualidad o la fidelidad a la infancia. Juan de Hierro habla desde otra perspectiva de la transición de la infancia al mundo adulto. Marco, de los Apeninos a los Andes remite a la vergüenza por sobrevivir.

Alicia en el País de las Maravillas nos remite a la construcción psíquica de la realidad mediante sus reflejos especulares; el «estadio del espejo» que define Lacan como el impulsor del crecimiento humano y la pugna entre lo que veo en el espejo y la imagen interior que tengo de mí mismo. El cuento de Caín y Abel simboliza la pugna entre la cultura agrícola sedentaria y el pastoreo nómada. Las vicisitudes de Aladino con el genio de la lámpara maravillosa, que lo quería matar, cuando en realidad fue Aladino quien lo salvó y cuyo mensaje se refiere a que el amor tiene que venir a tiempo; de lo contrario, el poder ocupa su lugar


Notas

1 Ernest Rossi, escribió Los veinte minutos de pausa. En el que presenta los ritmos ultradianos.

2 Erich Fromm (Hachette, 1957).

3 Édouard Brasey y Jean-Pascal Debailleul, Vivir la magia de los cuentos (EDAF, 1999). 

4 Jesús Ibáñez, Más allá de la sociología (Siglo XXI, 1986), p. 1.

5 Daniel Goleman, Inteligencia emocional (Kairós, 1996), pp. 85 y ss.

6 Paul Watzlawick, El arte de amargarse la vida (Herder, 1995), p. 55.

7 Marie-Louise von Franz, Símbolos de redención en los cuentos de hadas (Luciérnaga, 1990).

8 Para un análisis de este aspecto de la simbología oculta de los relatos véanse libros de Marie-Louise von Franz como Símbolos de redención en los cuentos de hadas y Érase una vez… (Luciérnaga); de Enrique Balasch Blanch, El lenguaje secreto de los cuentos y Una historia mágica de los cuentos (ambos publicados por Oberon); de Robert Bly, Iron John, (Gaia); de Édouard Brasey y Jean-Pascal Debailleul, Vivir la magia de los cuentos (EDAF); y de Bruno Bettelheim, el clásico Psicoanálisis de los cuentos de hadas (Crítica).

9 Bernardo Ortín, «¿Por qué llamamos fin a los propósitos?», Jot Down n.º 18.

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Un comentario

  1. Eduardo Roberto

    Leyendo este original artículo, me da la impresión de que somos puro relato. Gracias por el mismo.
    No recuerdo haber participado en la
    construcción de mitos, pero que los
    mismos me reclamen propiedades
    extraviadas que eran mías, me hacen
    dudar del futuro, del pasado y del
    resto de este día.

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