Corría la mañana de un 14 de diciembre de 1914 cuando un viejo militar condecorado caminaba por los adoquines de calle Viel en el Barrio Cousiño hacia su trabajo como director en la Fábrica de Cartuchos del Ejército. El puesto lo había obtenido hacía tres años en recompensa por sus eficientes servicios para restaurar el orden público, labor en la que se lucía desde finales del siglo XIX con el creciente ascenso de las huelgas y los movimientos sociales. A siete años de una de sus más sangrientas gestas, la matanza en la escuela Santa María de Iquique, un puñal sorpresivo lo golpea por la espalda doblegando sus rodillas y dejándole el esfínter distendido. Un segundo golpe le da cerca de su oreja, otro corte superficial lo dejó bamboleándose de las verjas de una de las casas mientras su atacante se dio a la fuga corriendo en dirección a calle Rondizzoni.
La víctima era nada más y nada menos que el general Roberto Silva Renard, célebre por haber comandado la tropa de ejecución en Iquique. El atacante, Antonio Ramón Ramón, obrero español que había llegado al país hace siete años. El motivo de la violenta escena se remontaba a esos siete años, a la matanza en la Escuela Santa María de Iquique, donde el general Silva Renard mandó a acribillar entre otros a Manuel Vaca, hermano de Antonio, quien se encontraba manifestándose en la escuela junto a otros dos mil quinientos compañeros por mejoras materiales de vida y un régimen laboral más digno.
Mientras Ramón emprendía su carrera desenfrenada para alejarse de la escena del crimen, el general Silva estaba tendido en el piso gimoteando de dolor y auxiliado por una mujer que acudió al lugar al escuchar los gritos destemplados del uniformado. Vecinos y transeúntes del lugar se acercaban a observar lo sucedido y dos de ellos emprendieron una persecución al divisar al hombre que había arrojado el puñal ensangrentado en la vereda. Antonio se percata de sus persecutores y vira rumbo a poniente en un vano intento por eludirlos. En ese instante, sin detenerse, saca un frasco de su bolsillo con un líquido amarillento en su interior y lo bebe al seco. En dirección contraria a él, el guardián de la Penitenciaría de Santiago se percata de la persecución y lo encañona con su revólver de servicio. «Cuando un paisano me apuntó con un revólver en los momentos que huía, me entregué sin hacer resistencia alguna», declararía el mismísimo Antonio al día siguiente de su hazaña, luego de que el veneno ingerido durante su escapada —y que tenía por objetivo propinarle una muerte instantánea— no surtiera efecto.
La revancha había sido tomada, pero el calvario de Ramón Ramón recién comenzaba. Tras ser detenido por el prefecto Salazar Acevedo, es llevado y entregado al capitán del ejército Luis Cabrera y la tropa de la Fábrica de Cartuchos, quienes se hicieron cargo de propinarle sablazos y bofetadas como primer castigo y recibida a la cárcel Pública de Santiago.
La noticia se dio a conocer con rapidez y la pregunta se repetía en los medios de comunicación al día siguiente: ¿quién era Antonio Ramón Ramón? Tanto los elementos empleados (el puñal, el veneno), como el modus operandi eran fuertemente simbólicos. La prensa oficial dio cuenta de los hechos como un atentado anarquista e iniciaron una campaña por satanizar al personaje. El diario vespertino Las Últimas Noticias tituló el mismo 14 de diciembre: «Alevoso y cobarde atentado criminal»; mientras que el periódico conservador El Diario Ilustrado señaló: «Intento de asesinato del general Silva Renard». Por otro lado, el periódico obrero El Despertar de los Trabajadores de Iquique intentó reivindicar el atentado: «Se ha hecho la justicia del pueblo», tituló el 16 de diciembre de 1914. Para los trabajadores la justicia había venido de la propia mano obrera.
Las autoridades políticas y policiales organizaron un rápido operativo por el sector para averiguar sobre el agresor, en qué sitios había vivido, dónde pasaba su tiempo libre, con quiénes se juntaba. Y, lo más importante, ¿qué tipo de doctrina seguía? ¿Era anarquista, socialista, sindicalista? ¿Podría su ejemplo representar un precedente? ¿Sería posible que lo imitaran?
Las respuestas fueron sorpresivamente apolíticas. Ramón era un solitario, no militaba en ningún partido político ni asociaciones de ningún tipo. Se le había visto por distintos lados, la pampa nortina, la zona central de Chile, incluso una temporada en Mendoza. Iba de aquí a allá, como tantos otros de su época, en busca de trabajo y mejores condiciones de vida. No se le había visto en mítines, ollas comunes, asambleas, ni jamás había escrito para ningún periódico anarquista u obrero. Ni siquiera estaba afiliado a sindicato alguno. Ramón Ramón había actuado por su cuenta y sin ningún tipo de ayuda externa.
Cuando el agente de Seguridad Pública, Zorobabel Prado, le presentó los resultados de sus pesquisas a Franklin de la Barra, juez instructor de la causa, la autoridad quedó pasmada. No era posible que el atentado no proviniera de una organización anarquista.Las teorías criminalistas de Cesare Lombroso, criminólogo italiano, y en particular su análisis sobre los «tipos anarquistas», ejercieron una poderosa influencia en las esferas juristas latinoamericanas de la primera mitad del siglo XX. Los elementos contextuales del ataque de Antonio, la daga, el frasco con veneno, la vindicación de la masacre de Iquique, se ajustaban plenamente con las descripciones por Lombroso de los anarquistas que, a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, aterrorizaron a las clases dirigentes europeas con sucesivas acciones de propaganda por el hecho.
Se ordenó repetir la investigación y profundizarla, pero los resultados fueron escuetos. Por tanto, ¿quién era este furibundo agresor?, ¿sería, según suponían las autoridades, la prensa e incluso los movimientos populares, un obrero anarquista deseoso de justicia por las matanzas de sus compañeros? ¿tendría acaso otras motivaciones ocultas detrás de su acción? Sin duda presentaba una paradoja difícil de comprender, que un obrero español alejado de todo activismo político o social, incluso, por el contrario, sumiso ante los requerimientos patronales, haya tomado una daga e intentado ejecutar al responsable de una de las matanzas obreras más brutales de la historia de Chile. ¿Quién era Antonio Ramón Ramón?
Vida en España
Antonio Ramón Ramón nació en la calle Serafines del pueblo de Molvízar, Granada, el 13 de septiembre de 1879. Cuatro días más tarde fue bautizado bajo el rito católico en la parroquia de Santa Ana por el cura local Francisco Martínez Morales. De acuerdo con su partida de bautismo fueron sus padres legítimos Antonio Ramón Concha y María Encarnación Ramón Ortega. El contexto social, cultural y económico durante sus años de infancia y juventud marcarían su devenir histórico posterior.
Hacia mediados del siglo XIX, Molvízar era un pequeño poblado de la provincia de Granada. La zona formaba parte de una formación económico-social, articulada en torno a la propiedad agraria, en particular hortalizas y azúcar. Las comunidades agrícolas construían sus vínculos de manera clientelar, formando relaciones de patrón-cliente que estaban regidas por las necesidades de reproducir las condiciones mismas de subsistencia natural a las que tenían que hacer frente las familias campesinas pobres y las de jornaleros agrícolas. Bajo este escenario marcado por las precariedades materiales vivió Antonio Ramón sus primeros años. Precariedades producto de una estructura agraria insostenible, incapaz de resolver las necesidades laborales y de vida de sus trabajadores. Esta situación provocaba constantes procesos migratorios de la población más joven, casados, solteros, mujeres y hombres por igual, en busca de tierras lejanas donde tener un mejor pasar.
En su pequeña ciudad, Antonio vivía con su padre, su madre y una hermana. Su padre, Antonio Ramón Ortiz, se ganaba la vida trabajando como jornalero agrícola en los latifundios de villas aledañas a la que residían. La naturaleza del oficio le hacía llevar una vida errante, trabajando en distintas villas de la zona y recorriendo pueblos aledaños. Fue así como en uno de sus viajes, trabajando cerca del pueblo de Lobres, conoció a una mujer de quien se enamoró y de cuyas relaciones extramaritales nació un hijo al que llamó Manuel Vaca. Este hijo se crio en Lobres exclusivamente y estando en su adolescencia salió con su madre de España con destino a África.
La vida en el hogar de Antonio nunca estuvo exenta de dificultades. Sus condiciones de vida eran propias de los hogares proletarios españoles de la época, es decir, con hambre, miseria y la ausencia paternal producto del trabajo. Sin embargo, este no fue el único calvario que el núcleo familiar tuvo que soportar. Ramón Ortiz —el padre de Antonio— no solo era un bebedor acérrimo, por sobre todo era claramente identificado por la gente de la villa como un tipo anormal. Sus frecuentes ataques de paranoia le hacían creer fehacientemente que su esposa e hija intentaban envenenarle la comida, idea que trajo por resultado constantes ataques en contra de ellas.
Todas estas condiciones hicieron que los primeros años de vida de Antonio fueran durísimos. Aparte del sistema latifundista que perpetuaba la precariedad en las familias españolas, se sumaba la miseria mental del jefe del hogar. Al igual que la mayoría de los niños de Molvízar, Antonio pasó muy poco tiempo en la escuela para dedicarse a las labores agrícolas desde temprana edad.
Pasaron los años y en la villa Antonio era reconocido como un jornalero estimado, un sujeto de vida ordenada que procuraba no molestar a nadie. Ramón Ramón comprendió que las estructuras agrarias de Molvízar no garantizaban su subsistencia. De este modo, al igual que sus compañeros de generación y los que les precedieron, se echó a andar por los caminos del mundo. A diferencia de ellos, él fue mucho más lejos. A sus veintirés años tenía un pequeño equipaje armado y abandonó su pueblo natal rumbo a África.
Cruzando océanos, continentes y montañas
Pese a desconocer completamente el idioma y las nuevas regiones a las que arribó, Antonio se ocupó en el puerto de Orán bajo diversos trabajos. A cinco meses de su llegada fue ingresado en el hospital de la ciudad al ser afectado por malaria, enfermedad que pudo sanar fácilmente. Por esos días conocería Antonio a su hermano, durante la Semana Santa del año 1902. Los campesinos de la región de Boutilyl celebraban sus fiestas tradicionales y Antonio concurrió casualmente a una de ellas. Le extrañó bastante que muchos se le acercaran familiarmente a saludarlo, individuos que él no conocía y que le hablaban en una mezcla de árabe y castellano que no lograba comprender. Intrigado, intentó explicar que debía tratarse de una equivocación, que lo confundían con alguien más, ya que él acababa de llegar y no hablaba otro idioma sino el castellano. Los lugareños se percataron de su equivocación y uno de ellos le explicó que la causa del error se trataba de la existencia de un individuo, amigo de ellos, de físico muy parecido al suyo.
Con esta relación y los antecedentes que Antonio tenía de su hermano —nada más sabía que su padre había tenido un hijo fuera del matrimonio—, pensó que se podría tratar de él e inquirió por mayores detalles del sujeto. Se le dijo que vivía y trabajaba en Aranzol.
Antonio se encontraba conmocionado con la idea de encontrar a este sujeto, así que emprendió marcha a Aranzol. Tras un trabajo detectivesco no menor pudo dar con Manuel Vaca. La amistad fue instantánea y desde ese día desarrollaron un gran afecto. Se volvieron compañeros inseparables, desempeñándose muchas veces en los mismos oficios y faenas en todo el norte de África. En estas condiciones, tras haber juntado cierta cantidad de dinero, decidieron embarcarse a América para probar suerte en las faenas de este desconocido continente.
Fue así como partieron en barco hacia Brasil. En el vapor en el que iban les mencionaron que en Brasil se les trataba muy mal al trabajador, y como no tenían dinero suficiente para pagar la continuación del viaje hasta Buenos Aires, solo Manuel siguió hasta ese destino. Antonio permaneció en Brasil trabajando en las faenas de ferrocarril, en la zona de Botucatu, durante once meses. Se comunicaba con su hermano por correspondencia y así se enteró que él había partido a Chile al poco tiempo de su llegada a Argentina.
Manuel se había establecido en Tarapacá para trabajar en el salitre. Mientras tanto, Antonio se había trasladado a Argentina. A finales del año 1907 las cartas que mantenían con constancia cesaron abruptamente. Antonio se había enterado de la matanza de obreros en Iquique por la prensa argentina y esto sumado al vacío sepulcral del buzón de correo, comenzó un proceso de impaciencia progresiva que le hizo cruzar la cordillera de los Andes en junio de 1908, hacia el puerto de Iquique en busca de su hermano. Al preguntar por él se enteró de aquello que sospechaba y que en el fondo no quería saber: Manuel Vaca había sido acribillado en la matanza de la Escuela Domingo Santa María en diciembre de 1907.
Después de conocer en detalle de boca de los obreros la relación de los sucesos en Iquique, Antonio, sin poder lidiar con el dolor, se internó en la pampa. Comienzo desde este momento un incesante deambular por el norte salitrero, la zona central de Chile y la pampa Argentina. Una vida errante sin destino fijo, con distintos trabajos y oficios, diferentes faenas y paisajes. Durante este periodo se desempeñó como obrero salitrero en las oficinas de Jazpampa, albañil en Antofagasta, trabajador de vías ferroviarias en Taltal, peón agrícola en Bahía Blanca, bodeguero en Valparaíso y peón en las faenas de alcantarillado de Santiago. Se trataba, como la mayoría de los trabajadores de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, de un obrero no calificado capaz de desempeñarse en cualquier oficio que requiera fuerza física y afectado por la inestabilidad de dichos empleos, obligado a desplazarse con frecuencia.
No había nada que pudiera aplacar su pena ni paliar la ausencia de su hermano. Por el contrario, la impresión moral que le produjo a Antonio la muerte de su hermano fue tal que comenzó a padecer distintos fenómenos psicológicos que alteraban su conducta: sueño turbado, pesadillas y alucinaciones. En ellas solía tener visitas de su hermano, que venía hacia él con el ademán de saludarlo, otras veces pidiéndole venganza. En otras, renovaba el espectáculo de su muerte, recordando al despertar cuanto había soñado; angustiado, con el pulso acelerado, sensación de ahogo, decaimiento general y quedaba así largas horas. El trabajo cotidiano le hacía desaparecer transitoriamente estos padecimientos, que volvían irremediablemente a las horas del sueño. De a poco, el dolor y la tristeza se fueron transformando en odio y rencor, la impotencia en ánimos de venganza. La impunidad comienza a fraguar su vendetta personal que concluiría en el ataque contra el general Silva Renard en el parque Cousiño.
Impunidad y castigo
Es sin duda un caso complejo desde distintos puntos de vista. La relación que existe entre la muerte violenta de un ser querido y la incubación de un deseo de justicia pareciera ser el motivo que operó en este caso. La defensa jurídica de Antonio alegaba insanidad y desequilibrio mental, lo cual es discutible, aunque sin duda esta supuesta insanidad fue gatillada por la acción represiva de Renard y la necesidad de venganza o justo castigo frente a la impunidad estatal.
La represión estatal contra de los movimientos populares y su impunidad es sin duda una constante histórica. La acción vindicativa cometida en contra del responsable de la matanza de la Escuela Domingo Santa María de Iquique por el obrero español Antonio Ramón Ramón lleva a reflexionar sobre un punto significativo de alto valor contemporáneo: la impunidad y el castigo. El castigo, como en el caso de Antonio, opera como un mecanismo que pretende resarcir el daño que la falta causó a la imagen del agraviado o a la imagen de un grupo social. Antonio reacciona contra la comisión de un delito que lo afecta de manera directa; la situación de impunidad que resguarda al uniformado provoca en su conciencia un sentimiento de frustración, de este sentimiento nace la necesidad de conseguir una satisfacción adecuada: la venganza.
La contención de la violencia solamente se instituye con la moral moderna, cuyos valores se orientan en el sentido del respeto formal a la persona humana y de una especie de condescendencia con los más débiles. Se trata de una contención limitada o relativa: no es que se ponga fin a la violencia, sino que se cuida que esta se torne institucionalmente determinada. Esto es lo que determina que el Estado se arrogue el monopolio de la violencia, afirmando ejercerla de modo legítimo. Además de esto, la violencia se incorpora a la ley, pues es el único campo en el cual se legitima la coerción, es decir, la capacidad de ejercer la violencia y, evidentemente, también, la coacción o ejercicio de la violencia.
Por consecuencia, los desbordes populares, sean estos individuales o colectivos, deben ser prontamente localizados y reducidos. Solo esto garantiza la reproducción del poder y la estabilidad del sistema. En este engranaje no existe lugar para la venganza individual.
Notas
1 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 24.
2 Los detalles del proceso contra Antonio Ramón se pueden encontrar en el Archivo Nacional (AN) de Santiago de Chile, en el Fondo Judicial de Santiago (JS), Legajo 1670, Pieza 3: “Proceso contra Antonio Ramón Ramón, por heridas graves al general Roberto Silva Renard». En adelante las referencias al proceso serán citadas de la siguiente manera: ANJS, 1670-3, indicando, a continuación, el tema específico que se cita.
3 ANJS, 1670-30, Declaración de Antonio Ramón Ramón, Santiago, 15 de diciembre de 1914.
4 ANJS, 1670-30. Declaración de Domingo Salvo Pavez, ciudadano cubano testigo de los hechos, Santiago, 16 de diciembre de 1914.
5 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 30.
6 Hernández, Gonzalo, «Un vengador olvidado: la historia de Antonio Ramón Ramón», , 15 de diciembre 2015.
7 Ibídem
8 Lombroso, Cesare, “Los anarquistas”, Editorial Flammarion, París, 1896.
9 ANJS, 1670-30, Copia de la partida de bautismo de Antonio Ramón Ramón, anexada al proceso, Molvízar, España, 13 de noviembre de 1905.
10 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 51.
11 ANJS, 1670-3, Informe de la Comisión Médica que examinó las facultades mentales de Antonio Ramón, Santiago, 27 de febrero 1915.
12 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 59.
13 Ibídem.
14 ANJS, 1670-3, Informe de la Comisión Médica que examinó las facultades mentales de Antonio Ramón, Santiago, 27 de febrero 1915.
15 Ibídem.
16 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 59.
17 ANJS, 1670-3, Informe de la Comisión Médica que examinó las facultades mentales de Antonio Ramón, Santiago, 27 de febrero 1915.
18 T. Beck, Aaron, “Prisioneros del odio”, Editorial Paidós, Barcelona, 2003, p. 190.
19 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 140.
20 Sodré, Muniz, “Sociedad, cultura y violencia”, Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2001, p. 25.
21 Grüner, Eduardo, “Las formas de la espada”, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1997, p. 31.
22 Goicovic, Igor, “Entre el dolor y la ira. La venganza de Antonio Ramón Ramón.”, Editorial Universidad de Los Lagos, Osorno, 2005, p. 143.