Dichoso el árbol que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura, porque esa ya no siente…
(Rubén Darío, Lo fatal)
Todos, incluidos los científicos, hablan de matar al coronavirus, lo que indica que, por más que la biología académica afirme que los virus no son seres vivos, en el imaginario colectivo sí lo son.
En la Jornada de Vanguardia Científica organizada en 2011 por la Universidad Autónoma de México, participé en una mesa redonda sobre la relación entre biología, química y matemáticas con el biólogo estadounidense Jack Szostak, ganador del Premio Nobel de Medicina, y el químico italiano Pier Luigi Luisi. En el debate que siguió a nuestras intervenciones, alguien le preguntó a Szostak dónde se situaba la frontera entre la vida y la no-vida, y él contestó que tal frontera no existe: el camino que lleva de la materia inorgánica a la materia viva es largo y accidentado, pero continuo. Y durante los dilatados desayunos compartidos en el hotel, tuve el privilegio de hablar del tema con el mayor experto mundial en el origen de la vida. Y pude constatar que nos enfrentamos a una desconcertante versión de la vieja paradoja sorites.
La paradoja sorites o paradoja del montón se atribuye a Eubúlides de Mileto, y su formulación clásica, de la que deriva su nombre, es bien conocida: si de un montón de arena vamos quitando granos uno a uno, ¿en qué momento dejará de ser un montón? ¿Y cómo es posible que un solo grano marque la diferencia entre ser un montón y no serlo?
La paradoja sorites tal vez parezca una ociosa entelequia para entretenimiento de sofistas; pero aparece continuamente en nuestra vida cotidiana, aunque no solamos darnos cuenta ni pararnos a pensar en sus implicaciones. Por ejemplo, tengo la suerte de que justo al lado de mi casa haya una librería (la excelente Librería 22 de Girona), y junto a la librería hay un supermercado, por lo que nadie cuestionaría la afirmación de que hay un supermercado cerca de mi casa. Pocos metros más allá hay una panadería, y enfrente de la panadería hay una farmacia, lo que me permite afirmar que tengo una farmacia cerca de casa. Y al lado de la farmacia… De puerta en puerta, podemos recorrer la calle entera, y luego la siguiente, hasta que, por muy laxo que sea nuestro concepto de proximidad, ya no estaremos cerca de casa. Pero ¿en qué momento se ha producido el tránsito y hemos empezado a estar lejos?
La primera persona
En el fascinante libro de Richard Dawkins La magia de la realidad (dirigido al público juvenil, pero altamente recomendable para todas las edades), hay un capítulo titulado «¿Quién fue la primera persona?», en el que el zoólogo británico plantea la paradoja de la clasificación por especies. Como respuesta a su pregunta, Dawkins propone el siguiente experimento mental: imagina una enorme pila de fotografías que empieza con tu propia foto, seguida por la de tu padre, la de tu abuelo, tu bisabuelo, tu tatarabuelo… y así hasta abarcar ciento ochenta y cinco millones de generaciones. ¿Qué nos encontraríamos? «Nos encontraríamos con la paradoja de que nunca hubo una primera persona» —dice Dawkins— «porque cada persona pertenece a la misma especie que sus progenitores, y puedes ir tan atrás como quieras en el tiempo, sacar una fotografía de la pila y descubrir que tu abuelo de hace millones de años era un pez».
El término «especie», por tanto, no es sino una convención para aludir a las diferencias genéticas entre individuos separados por miles de generaciones.
Y si no nos detenemos en el abuelo pez, ¿hasta dónde podemos llegar? Hasta la primera célula de la que se supone que descienden todos los seres vivos. Pero su precedente más inmediato no podía ser radicalmente distinto de esa supuesta célula primigenia. Y tampoco el precedente del precedente… La situación es análoga a la de antes: no hubo una primera célula, del mismo modo que no hubo una primera persona (o una primera gallina, en el caso de la consabida paradoja del huevo y la gallina). Hay una cadena continua que parte de la materia inorgánica, pasa por la materia orgánica, sigue con la materia viva y culmina en la materia consciente, de la que los seres humanos somos (de momento y mientras no se demuestre lo contrario) el exponente más avanzado.
Tenemos claro que las piedras no están vivas y los árboles sí, del mismo modo que tenemos claro que los peces no son humanos y nosotros sí. Pero entre las piedras y los árboles, entre los peces y nosotros, hay una inmensa zona neblinosa, en gran medida inexplorada, en la que se extravían sin remedio nuestras simplistas tablas dicotómicas. Así que, por más que la biología oficial diga que los virus no están vivos, seguiremos refiriéndonos a ellos como agresivos invasores a los que hay que exterminar.
Planetas enanos
Algo similar, mutatis mutandis, ha ocurrido con Plutón. Aunque su estatuto planetario siempre fue puesto en duda (se llegó a pensar que era un satélite de Neptuno), desde su descubrimiento, en 1930, hasta 2006 fue oficialmente el noveno planeta del sistema solar. Pero a partir en los años noventa del siglo pasado empezaron a descubrirse en la misma zona orbital de Plutón —el cinturón de Kuiper— otros cuerpos celestes de dimensiones y características similares, con lo que los astrónomos se vieron ante la disyuntiva de ampliar considerablemente —y de manera indefinida, dado el continuo descubrimiento de nuevos objetos celestes— el elenco de los planetas, o bien consensuar una definición más restrictiva. La cuestión se zanjó oficialmente, aunque no sin polémica, en 2006, cuando la Unión Astronómica Internacional estableció una nueva definición de planeta, según la cual no bastaba con que un cuerpo celeste girara alrededor del Sol y tuviera la suficiente masa como para haber adoptado la forma esférica debido a su propia gravedad, sino que además debía reinar en solitario en su zona orbital, condición que no cumplía Plutón, por lo que fue degradado a la condición de «planeta enano», que comparte con otros objetos transneptunianos, como Eris y Haumea, y con los asteroides —exasteroides, para ser exacto— Ceres e Higia (a los que es probable que haya que añadir Vesta).
La destitución de Plutón no fue aceptada por todos, ni dentro ni fuera de la comunidad científica, y el conocido astrofísico y divulgador Neil Tyson, uno de los principales impulsores de la recalificación planetaria, llegó a recibir amenazas personales, situación parodiada en la serie televisiva The Big Bang Theory, en la que Tyson es denostado agriamente por Sheldon Cooper por ser «el hombre que echó a Plutón del sistema solar».
Y es que echar a Plutón de la lista oficial de los planetas no equivale a expulsarlo del imaginario colectivo. Se parece demasiado a un planeta propiamente dicho y ha sido visto como tal durante demasiado tiempo como para recalificarlo —descalificarlo— mediante una votación académica. Y lo mismo ocurre con los virus: digan lo que digan los libros de biología, están vivos, o casi, y hemos de matarlos. En defensa propia.
Natura non facit saltus
Obviamente, la paradoja sorites no se presenta de la misma manera en el caso del montón de arena que en el de los virus o en el de los planetas. Hay una diferencia cualitativa entre un cuerpo celeste lo suficientemente masivo como para adoptar la forma esférica debido a su propia gravedad y un objeto astronómico amorfo, como la mayoría de los asteroides. Y los virus no pueden reproducirse por sí mismos como las células, las unidades vitales propiamente dichas; pero son entidades fronterizas, igual que los asteroides más grandes, y las fronteras son borrosas e inestables. En la naturaleza hay puntos de inflexión, no cortes radicales, y los saltos bruscos tienen que ver más con nuestra percepción antropocéntrica que con la realidad fenoménica. Y eso vale también para la consciencia. Pero ese es otro artículo.
Y de aquí se deduce otra cuestión: Quién nos asegura que los virus no piensan, aunque sea de una forma arcana que nos es desconocida? No olvidemos que, definitivamente, se trata de Otro. Y el corolario: No es más razonable tratar de convivir con ese Otro en lugar de intentar exterminarlo, suponiendo que podamos?
De hecho, intentamos convivir tanto con los macro como con los microorganismos (aunque nuestro respeto por la naturaleza deje mucho que desear), y esa «convivencia pacífica» es la mejor y más segura manera de garantizar nuestra propia supervivencia. Pero hay situaciones extremas en las que no hay más remedio que defenderse.
¿Y cuando podemos decir que una situación es extrema? Está claro que el SARS Cov 2 no nos quiere muertos. Mal dejaría que la mayoría se recuperase si fuese así.
Aquello con lo que está acabando es con la manera con la que estábamos acostumbrados a vivir. Malas noticias… para algunos. Pero de ninguna manera un caso extremo. Más teniendo en cuenta que no era una forma de vivir muy sana para el planeta, precisamente.
Los virus -algunos- acaban con las células. Lo demás es cosa nuestra. Por supuesto, la definición de «situación extrema» es discutible. Pero, para cada individuo, la muerte lo es. No creo que esta pandemia sea una situación extrema para la humanidad; solo un toque de atención a una sociedad del despilfarro y la depredación.
Una situación extrema, es cierto, pero parece que hayamos olvidado que Todos, y quiero decir todos nosotros, hemos de pasar por ella. Es inevitable, aunque no nos guste.
Da la impresión que esta sociedad ha decidido olvidar que lo único que cabe frente a la muerte es mantener la dignidad que tengas. Y no me diga que no hay nada digno en morir: recuerde que es inevitable. Lo mejor que podemos hacer es prepararnos, al menos hasta el punto en que uno puede estar preparado.
Todo lo vivo muere, y mucho me temo que la inmortalidad se quedará en un simple sueño. Aunque lo único bueno de ese hecho sea que ya no podrá convertirse en pesadilla.
PD: cada día mueren millones de células de nuestro propio organismo. El virus lo único que hace es aprovechar todas las que puede para reproducirse. También sabe, a su manera, maximizar los beneficios reduciendo al máximo posible los costes. Es un depredador, como nosotros, solo que tiene la excusa que no le queda otra si quiere sobrevivir como especie.
Como decía Leonardo, aprender a vivir es aprender a morir. Y Adriano, en la magnífica novela de Yourcenar, dice al morir: «Entremos en la muerte con los ojos abiertos. Totalmente de acuerdo en lo de la dignidad, y en que nosotros somos depredadores sin necesidad de serlo.
Cuánto daño nos ha hecho el lenguaje a los seres humanos; cuanto conocimiento nos ha dado. He ahí la tortuga, antes de que Aquiles le dé caza, ??????????? el espacio.
Pero creo que podemos decir que el balance es positivo (a favor del lenguaje). Lo mismo, por cierto, cabe decir de los microorganismos: a veces nos dañan, pero no podríamos vivir sin ellos.
En el caso de las personas, nosotros tenemos 46 cromosomas. Suponiendo que venimos de unas no personas de 44 cromosomas, en algún momento uno mutó a 46, se podía reproducir con los de 44, no se como, pero la mutación simultanea en dos próximos me parece muy improbable, con descendencia mixta posiblemente de 44 y 46. En algún momento los de 46 dejaron de poder reproducirse con los de 44. Todos los de 46 serían personas y los otros no?
En el caso de las personas, nosotros tenemos 46 cromosomas. Suponiendo que venimos de unas no personas de 44 cromosomas, en algún momento alguno mutó a 46, se podía reproducir con los de 44, no se como, pero la mutación simultanea en dos próximos me parece muy improbable, con descendencia mixta posiblemente de 44 y 46. En algún momento los de 46 dejaron de poder reproducirse con los de 44. Todos los de 46 serían personas y los otros no?
Como señala Dawkins, la clasificación por especies es una convención. Somos «momentos» de un proceso continuo, y no hay forma de sustraerse a la paradoja del montón, por lo que la clasificación binaria carece de sentido en seres fronterizos. En el caso de las «personas», además, conlleva el peligro de la discriminación.
Pensándolo mejor, lo importante son los genes, no si se distribuyen ee 44 o 46 cromosomas. A nivel de genes el cambio habrá sido muy gradual y el paso de no persona a persona también, sin límites claros.
Disculpas por las repeticiones. El sistema están lento que hace dudar de si los comentarios se pierden en el ciberespacio…
Nada que disculpar, Ignacio, gracias por los comentarios. Efectivamente, sin límites claros. Lo cual crea una inseguridad que hace que algunas personas se aferren a clasificaciones dogmáticas y excluyentes, que sirven para justificar aberraciones como la esclavitud, el racismo o el especismo.
La visión de los virus descrita en el artículo está más que discutida y superada, no por la corriente bien alimentada de la industria pero sí por la biología de los últimos 40 años. Richard Dawkins es el máximo exponente de una biología al servicio del más rancio neodarwinismo también superado por la biología honesta donde además los virus tienen una función imprescindible en la evolución y la especiación. Seguir mirando a los virus como enemigos a destruir es evitar el avance en el conocimiento de la vida además de una batalla perdida.
No se trata de destruir a los virus, sino de protegerse de los que nos destruyen. La relación con las bacterias está mucho más clara: la mayoría son beneficiosas o neutras, pero en algunos casos nos atacan y hemos de defendernos. En cuanto a Dawkins, cuyas aportaciones a la zoología y la etología son notables, se le rechaza sobre todo desde las filas de la religión, porque es un ateo militante.
Dawkins es uno de los divulgadores más brillantes y necesarios que hay, junto a Pinker y Peterson, por citar a uno políticamente incorrecto. Tacharle de rancio neodarwinista es un poco excesivo, por lo de rancio, porque si algo es bastante evidente es que la especie humana participa de un modo palmario en la selección natural. Y se necesita a gente así, como Houellebecq también, provocadora y sin paños calientes contra la religión, sea del tipo que sea. Ya basta de componendas y respeto hacia lo que por definición es aporístico y va contra la humanidad.
Brillante y necesario, creo que has escogido los adjetivos adecuados. Por desgracia, no es frecuente que un gran científico se sienta en el deber de divulgar la ciencia y sepa hacerlo bien. «El gen egoísta» es un texto imprescindible y sin concesiones, y por eso levantó -y sigue levantando- ampollas.
¡Vamos, anda! Lo único que era, y es, «El gen egoísta» es una complicada excusa para mantener el egoísmo definitivo que yace en el fondo de nuestro sistema. Y tuvo tanto éxito porque justifica a todos aquellos que se aprovechan de ese mismo sistema, excluyendo a la mayoría de la población.
Es un darwinismo de medio pelo en el mejor de los casos, como en las peores épocas del siglo XIX. Y lo peor es ver que hay gente que lo sigue sosteniendo a machamartillo. De hecho, el gran ejemplo de la clase de persona que ha logrado producir ese dichoso texto es Donald Trump. ¿Eso es en lo que nos quiere convertir la ciencia?
Creo, Francisco, que has interpretado de manera simplista el libro de Dawkins. No es, en absoluto, una justificación del egoísmo humano, sino una refutación de quienes ven en la naturaleza un propósito o un designio. La evolución es ciega, pero nosotros no.
Excusas baratas. ¿Quién nos asegura que al final de todo no hay un propósito o un designio, aunque nosotros no podamos conocerlo? ¿La ciencia? Teóricamente (a menos de tomarla por lo que no es) se basa en pruebas empíricas; careciendo de ellas, esto es solo una creencia, perfectamente opinable como cualquier otra. ¿El idiota de Dawkins, entonces? No me haga reír.
PD: no llamo a Dawkins egoísta porque no le conozco personalmente, pero apostaría algo a que lo es.
Es decir, que para ti lo mismo es la teoría de la evolución que el creacionismo, ¿no? Si es así, vaya disparate equiparar algo que se basa en la investigación y la elaboración de teorías, a la mera superchería y patraña de cualquier mierda religiosa.
No es lo mismo pero ¿qué sabemos en realidad? Llega un momento en que la ciencia se convierte en dogma… y deja de ser ciencia.
Si no se respeta a la religión en su ámbito, ¿cómo se puede pretender entonces que se respete a la ciencia en el suyo? Religiones hay muchas y muy distintas, y no todas siguen los mismos dogmas, algunas ni siquiera los tienen. Por eso mismo la ciencia nunca debe constituirse en Verdad. Porque entonces ella misma pasa a ser superchería y patraña.
Es que la ciencia tiene la humildad de no forjar en piedra sus postulados, sino que deja abierta la puerta a su revisión y lo admite. Las creencias son lo que son porque alguien con poder dice que es así, y las capas del tiempo, el analfabetismo y el fanatismo hacen el resto.
Efectivamente, nadie nos asegura nada de forma absoluta y definitiva, y la ciencia no lo pretende. Las «verdades» científicas, al contrario que los dogmas religiosos o de otro tipo, no pretenden ser más que aproximaciones provisionales y operativas, siempre sometidas a revisión, a la explicación de los fenómenos observables.
¿Quién te dice que la ciencia es humilde? En estos tiempos, parece cualquier cosa excepto eso. Además, ¿nunca has pensado que, una vez ha obtenido poder, la misma ciencia se vuelve dogmática e inamovible? Existen ejemplos.
PD: odiar a la religión por dogmática te hace dogmático ¿te lo has planteado?
La ciencia nunca es dogmática; algunos científicos sí, y en tal caso no merecen el nombre de científicos. Y odiar la religión es absurdo y enfermizo: las creencias de cada cual merecen respeto. Pero desmontar los argumentos de quienes pretenden refutar las evidencias científicas -como la evolución- con la Biblia en la mano -o el Corán, da lo mismo- no es odiar la religión, sino oponerse a sus abusos y extralimitaciones, que, por desgracia, son frecuentes.
Estoy de acuerdo. El abuso y la extralimitación no tienen cabida. No importa de donde vengan. Y sí, cuando alguien se vuelve dogmático, deja de ser científico.
Odio la religión porque es el cáncer de la humanidad y en su nombre se han cometido y se siguen cometiendo los mayores crímenes. Que la gente crea en seres imaginarios me parece estupendo, pero no con mis impuestos.
O sea que por ser un hombre de fe, para ti no soy más que un criminal, ladrón, supersticioso, analfabeto y fanático. ¿Y aún me exiges respeto? No creo que tengamos nada más que decirnos.
Aquí voy a apopiarme del gran Hitchens cuando se le criticaba por su vehemencia contra la religión: «Es decir, que la religión lleva milenios hostigando, torturando, matando, reprimiendo e inmiscuyéndose en la vida privada de la gente, y yo, que no hago más que exponer lo que es una evidencia, ¿tengo que disculparme por ello? En absoluto, quienes deberían pedir perdón (nunca mejor dicho) son los religiosos hacia la (cada vez mayor y más creciente) minoría atea y librepensadora, la más castigada a lo largo de la historia».
Por ser un hombre de fe, no necesariamente eres un criminal, sin embargo, criminalidad y fe se relacionan de manera significativa. ¿Ladrón? No más que los ateos. ¿Supersticioso? Probablemente sí. No en vano te crees el cuento de un hombre (cuya existencia histórica está en entredicho), engendrado por una paloma, que trajo a la vida a uno que estaba muerto, etc, etc. No eres ningún analfabeto por ser creyente, pero no tienes una gran capacidad para entender el universo en el que vives: tu fe te lleva a la mitomanía. Y con el fanatismo ocurre lo mismo que con la criminalidad.
¿Se podría decir entonces Carlo, que las fronteras se establecen en muchos casos de forma arbitraria y que su principal función es la de ayudarnos a organizar nuestro pensamiento? Otro ejemplo de transición: no hay un momento exacto en que la noche se transforme en día.
Efectivamente, Rafa. Necesitamos clasificar y ordenar para comprender y controlar, y al hacerlo simplificamos una realidad demasiado compleja y cambiante como para que encaje dócilmente en nuestros esquemas. Buen ejemplo, el que pones. Por eso nos fascina el crepúsculo.
Se hace duro pensar que muchas de las que creemos verdades absolutas no son más que acuerdos sociales.
Hacer ese paso hacia el escepticismo sano se siente como adentrarse en un bosque sin brújula ni caminos.
Se hace duro, sí; pero también es gratificante pensar que no somos cautivos de dogmas inamovibles y leyes inquebrantables.
¿Qué es la ciencia sino nuestra ignorancia puesta en orden alfabético? Una profunda y sincera humildad es una de las principales características de la sabiduría. ¿No deberíamos estar ya aburridos de ver cómo todo lo que la ciencia ha postulado como límite o frontera se derrumba una y otra vez para demostrarnos que siempre hay otro paradigma por romper y un territorio vasto por explorar más allá de esos límites o fronteras después de las cuales se suponía que ya no había nada nuevo que descubrir? No recuerdo quién (Louis Pauwels y Jacques Bergier lo mencionan en ‘Le matin du magiciens’) propuso cerrar las oficinas de patentes en los EE.UU porque (a finales del siglo XIX) ya no quedaba nada nuevo que patentar, descubrir o inventar La arrogancia (inflamada por la ignorancia de nuestra ignorancia) es la principal enemiga del avance científico. Existe lo conocido, lo desconocido y lo imposible de conocer. Humildad, humildad, humildad, una y mil veces humildad: esa es la enseñanza fundamental de la ciencia.
Efectivamente, Carlos, y mi ya larga experiencia me ha demostrado que los mejores científicos suelen ser humildes. Y es que cuanto más sabemos, más aumenta la frontera con lo ignorado y la conciencia de lo mucho que nos falta por aprender. Gracias por tu oportuno comentario.