Estrenada en 1971, The French Connection estableció muchos de los parámetros y clichés que hoy asociamos a las películas policiales setenteras. Una forma de hacer que hoy muchos consideran anticuada, pero que se tragan inadvertidamente en multitud de largometrajes y series de televisión actuales, máquinas de emular los mimbres de aquellos días. El espíritu del thriller de los setenta permanece vivo gracias a sus imitadores, y sin embargo muchos han olvidado sus logros. A algunos, sin embargo, nos hace recordar con nostalgia la manera en que se hacían las cosas antes. El cine previo a la era electrónica era caótico, imprevisible, repleto de errores, casualidades (a veces muy afortunadas) y funcionaba según un mecanismo de caos controlado cuyos resultados, cuando eran buenos, difícilmente pueden ser reproducidos por muy avanzadas que sean las técnicas de hoy.
French Connection causó gran impacto en su día, hasta el punto de arrasar con los premios principales tanto en los Globos de Oro como en la ceremonia de los Óscar, donde ganó el premio a mejor película por encima, nada menos, de hoy clásicos como El violinista sobre el tejado, The Last Picture Show y La naranja mecánica (a la que, por cierto, arrebató el privilegio de ser el primer largometraje calificado para adultos que ganaba ese premio). También se llevó el Óscar a la mejor dirección, en el que William Friedkin venció —abróchense los cinturones— a un plantel de rivales compuesto por Stanley Kubrick, Norman Jewison, Peter Bogdanovich y John Schlesinger. Quizá a algunos ya no les suene demasiado el nombre de Friedkin, aunque otros sí le recordarán por haber sido director de El exorcista o la fantástica Cruising. Por su parte, Gene Hackman se convirtió muy justificadamente en una estrella, ganando también un Óscar y estableciendo un prototipo de personaje cuya influencia puede verse claramente en intérpretes posteriores como James Gandolfini. Estas estatuillas se completarían con las de mejor guion adaptado y mejor montaje.
Aunque The French Connection era la adaptación más o menos libre de un libro que narraba las andanzas de dos policías neoyorquinos reales, en su formato cinematográfico fue concebida como un ejercicio de entretenimiento directo que buscaba llevar el thriller policial hacia nuevas cotas de espectacularidad. La temática de policías que persiguen a villanos no contenía nada especialmente novedoso, pero su ritmo, endiablado para lo usual en la época, y sobre todo sus secuencias de persecuciones estaban destinadas a causar un imborrable impacto en el espectador de 1971. El argumento, insisto, era más bien sencillo: una pareja de policías seguía incansablemente a un narcotraficante francés por las calles de Nueva York, intentando probar sus relaciones con la venta de drogas en la ciudad. Pero tras esa premisa tan directa se escondían una buena cantidad de alicientes.
Para empezar, la tremenda química entre los dos actores que encarnaban a los policías protagonistas: el arrollador Gene Hackman, decidido a llevarse todo por delante con este trabajo, se metió de lleno en uno de los mejores papeles de su carrera y cimentó un prestigio que ha continuado intacto durante décadas. Formaba un dueto sorprendentemente eficaz con el igualmente convincente Roy Scheider, aunque en un personaje más pausado y menos afilado. El dúo se convertía en triángulo gracias a la inclusión del actor español Fernando Rey, cuyo brillante retrato del narcotraficante francés al que ambos perseguían introducía una inesperada nota de sofisticación que ayudaba a crear una aureola casi mítica alrededor de su personaje. Es posible que a algunos lectores más jóvenes les pueda sorprender la inclusión de Fernando Rey en un blockbuster de acción hollywoodiense, y lo cierto es que fue incluido ¡por error! Aunque, nota todavía más sorprendente, lo hizo en sustitución de otro español.
Es verdad que Fernando Rey se había cimentado un enorme prestigio internacional después de trabajar con Roger Vadim, Orson Welles y sobre todo Luis Buñel, pero nadie lo hubiese imaginado interpretando a un narcotraficante en una película de pura acción. No parecía ese su perfil. De hecho ni siquiera era la primera elección de William Friedkin, quien se había sentido impresionado por «un actor español que trabaja con Buñuel» del que no recordaba el nombre, pero en cuya búsqueda envió a un equipo de encargados de casting, pensando que no habría confusión posible. Los emisarios de Friedkin viajaron a España y encontraron a uno de los actores fetiche de Buñuel: Fernando Rey. Lo contrataron, este se subió a un avión y se presentó en el rodaje neoyorquino ante el infinito asombro de Friedkin, que no daba crédito a sus ojos porque aquel actor no era el que él buscaba.
Friedkin había estado refiriéndose en todo momento a Paco Rabal. Y ahora se encontraba con un pasmado Fernando Rey que había aparecido en un rodaje donde el propio director no contaba con él. Ambos actores tenían perfiles muy diferentes: Paco Rabal daba la imagen de un latin lover mediterráneo dotado de cierta tosquedad, lo que Friedkin buscaba para su villano. Fernando Rey, en cambio, tenía en pantalla las maneras sofisticadas de un elegante hombre de mundo. La diferencia no podía ser más radical. No obstante, cuando a Friedkin le dijeron que Rabal apenas podía pronunciar el francés o el inglés, idiomas que el personaje debía manejar en el filme, empezó a considerar la idea de quedarse con Rey, quien sí podía hablar inglés (aunque su francés era bastante malo y tuvo que doblar sus secuencias). De esta rocambolesca manera, Paco Rabal se quedó sin una de las grandes oportunidades de su carrera, aunque la inclusión de Fernando Rey fue muy beneficiosa y en mi opinión terminaba agregando un elemento extra que Rabal, más cercano al estereotipo de villano convencional del género, no hubiese aportado. Los aires aristocráticos de Fernando Rey servían de contraste con la rudeza de los dos policías americanos que trataban de darle caza y contribuían a acentuar la aureola enigmática, casi legendaria, de su huidizo personaje.
El rodaje de The French Connection fue uno de aquellos que difícilmente podrían concebirse hoy. La secuencia que más huella dejó en el público fue la espectacular persecución en la que Gene Hackman, al volante de un coche, trata de alcanzar el tren en el que huye uno de los sospechosos. Una accidentada carrera de estación en estación que era completamente frenética, que transmitía con impactante realismo —sin necesidad de grandes saltos o artificios— el carácter suicida de aquella clase de persecución en mitad del tráfico urbano, con un Hackman fuera de sí, transformado en kamikaze y esquivando a golpe de volante todo lo que se le ponía por medio. Aunque el ritmo de la persecución estaba cuidadosamente planificado de antemano (Friedkin usó la canción «Black Magic Woman» de Santana para darle una estructura a la secuencia) hubo varios imprevistos. Los conductores especialistas chocaron varias veces, algo que no debía suceder según el guion pero que fue registrado por las cámaras; algunos de esos choques pueden verse en el filmes, acentuando una sensación de peligro que como podemos comprobar estaba completamente basada en la realidad.
La secuencia se rodó un domingo por la mañana en las calles neoyorquinas, intentando aprovechar que había poca gente circulando, aunque sin restringir el tráfico, lo cual era una locura que por poco no terminó con William Friedkin en la cárcel (¿se imaginan a Tarantino haciendo algo parecido?). Uno de los especialistas terminó chocando con dos vehículos completamente ajenos al rodaje. Imaginen el panorama: modestos conductores anónimos que se dirigen a sus quehaceres y que se ven arrollados por automóviles que van a todo trapo por mitad de la ciudad para que el director de una película tenga material potente con el que trabajar. Esto le costó un juicio por imprudencia temeraria a un Friedkin que en ese rodaje había entrado en modo William Wyler en Ben-Hur, pero ¡en el corazón de la propia Nueva York! El resultado artístico es, obviamente, imposible de conseguir ni aun con los más avanzados efectos especiales actuales. Es como los bombarderos de Tora! Tora! Tora!, ninguna animación computerizada puede recrear la sensación de saber que estamos viendo aviones reales volando en plan suicida a dos palmos de los edificios.
Sin embargo, aquella persecución esquizoide —e ilegal— no era la única secuencia memorable del film. Otras más tranquilas tenían un ritmo igualmente virtuoso en manos de un Friedkin en estado de gracia. A mí, por ejemplo, me gusta particularmente aquella secuencia en la que Hackman sigue a Fernando Rey hasta una estación de metro, supuestamente a hurtadillas. Allí, ambos protagonizan una fascinante coreografía (ahora entro en el vagón de metro, ahora salgo, ahora hago como que entro en el siguiente, ahora no) en la que, sin diálogos ni grandes aspavientos, se alcanzan tremendas cotas de tensión matizadas por un cómico ir y venir que casi roza el slapstick. La genial sencillez de esta secuencia es algo que, unido a las salvajadas automovilísticas, le confieren a The French Connection un espíritu difícil de reproducir hoy. Este tipo de escenas constituyen el hilo conductor de un argumento que, como decimos, es más bien sencillo. Pero son secuencias tan bien dirigidas que de hecho son como pequeñas películas dentro de la película principal, algo que pocos directores contemporáneos ponen en práctica (se me ocurre David Lynch, por citar alguno, o el Tarantino de Pulp Fiction). Secuencias que casi podrían verse independientemente, como si fuesen cortometrajes. Hasta tal punto era hábil la dirección de Friedkin.
El éxito de The French Connection sirvió de trampolín para los principales implicados. William Friedkin se hizo cargo de El Exorcista y gozó así del mayor hit de toda su carrera, aunque su estrella comercial nunca volvió a brillar de la misma manera después, por más que tuviese películas memorables como Cruising, un retrato del mundillo hardcore homosexual que resultó muy chocante en su día y donde brilla un Al Pacino que seguía en estado de gracia tras varias interpretaciones históricas (las dos primeras partes de El Padrino, la genial Tarde de Perros y la muy interesante …And Justice for All). Por su parte, Roy Scheider pudo vivir algunos de sus mejores y más lucrativos momentos profesionales gracias a Tiburón o All That Jazz. Gene Hackman hizo lo propio con películas como La aventura del Poseidón o Superman. Pero lo más importante es que The French Connection fue uno de los últimos ejemplos de aquella manera de hacer cine a manos de directores con una clara vena sociopática, capaces de organizar carreras sin supervisión en mitad de una de las principales urbes del planeta y de poner en juego la vida de sus empleados y sus viandantes. ¿Condenable? Sí, pero, ¡menudos resultados!
Y no olvidemos que Fernando Rey comenzó a ser un actor a tener en cuenta fuera de España. Solía decir él que se repartían papeles con Peter Ustinov.
Bueno, la estrella de Friedkin ya no volvió a brillar tanto, pero los coches las seguían pasado reguleras. Me sorprende El salario del miedo, o Sorcerer si se prefiere. Me sorprende que no mencionéis esta peli. La escena del camión cruzando un puente de madera que ni el propio Indiana Jones se atrevería a cruzar es casi más antológica!
Un buen artículo. Es más interesante su narrativa que aquello que comenta. Porque, «Popeye» resultaba bastante más sociopático que aquellos a quienes solía perseguir. Por cierto, la segunda parte fue un bodrio.
Pocas veces una segunda parte ha conseguido igualar a la primera. Mucho menos superarla. El caso que nos ocupa siguió la regla, y no hay muchas excepciones.
¿?
Más interesante el artículo que aquello que comenta, la película.
PORQUE Popeye es más sociopático que los criminales.
Costi, tienes un problema con los malos, te sirven de comodín para todo.
Aparte del tono cursi, es como decir.
«Era de noche y, sin embargo, llovía.»
Muy cierto, de la segunda parte mejor ni acordarse.
Sólo por haber rodado French Connection, Sorcerer, Cruising y To live and die in L.A, William Friedkin se merece pasar a la historia del cine en mayúsculas. Lástima que dentro de 100 años sólo será recordado por El Exorcista, obra maestra pero también una de las pelis que más daño ha hecho al género del terror con su pirotecnia visual. Por cierto, muy mítico el video del tío Friedkin riéndose a la cara de Nicolas Widing Reff, cuando éste tuvo los bemoles de comparar Drive con Casablanca.
El primer largo para adultos en ganar el Oscar fue «Cowboy de medianoche» dos años antes. Estuvo clasificada X en USA.
Este artículo se ha follado mi cerebro.. q disfrute.. gracias.
Pues a mí me ha follado el recto porque me he quedado sin ganas de vivir (o casi).
¿De qué estarían hablando en la última foto, Friedkin, Rey y Hackman? Lo digo porque las expresiones faciales son clarísimas por parte del director: clara desaprobación y conato de impaciencia. En cuanto al actor yankee, lo mismo pero agravado con una evidente mueca de desprecio hacia Fernando. ¿Qué pensarían realmente ambos sobre el actor francés-español que posiblemente en esos momentos, estaba quizá, intentando enmendarles la plana? Misterios.
Probablemente es durante la filmación de la persecución a pie por las calles de Nueva York. Los tres dijeron que fue una escena mucho más complicada de lo inicialmente previsto. Es normal que Friedkin se impacientara frente a los problemas que llegó a darle una escena en apariencia fácil (más si consideramos que, para ahorrar, estaban filmando en la calle sin permiso), aunque a Hackman no debiera importarle… a menos que la reputación que se ha forjado de persona difícil todos estos años con sus compañeros de tantos rodajes no sea una leyenda urbana ;)
He querido volver a verla estos días, la vi hace mucho y guardaba muy buen recuerdo de ella.
Me sigue pareciendo una maravilla, intensa, sucia, turbia, y sin duda prototipo del cine americano de los 70. Poderoso final con esos letreros.
Fernando Rey me parece que está excelente. No entiendo si se minusvalora su interpretación, su clase y el punto enigmático que tiene aportan valor añadido a la película, en mi opinión.
En cuanto al director, de las que se comentan me gustan todas menos Cruising, apuesta arriesgada y ambientación sí, pero me parece una película fallida. La he visto 3 veces, en versión original, y sigue sin decirme gran cosa aparte de lo dicho.
Gracias por el artículo.
Un saludo.
Con respecto a la genial foto de un momento de descanso del film, quisiera creer que esos tres personajes continúan ensimismados en sus roles reales y de recitación artística; la aristocracia peligrosa de Rey, la brutalidad callejera con el mal gusto para vestir de Popeye y la única que he visto en todos los directores cuando los sorprenden en momentos similares: siempre didácticos y gesticulantes. De ese fantástico film, además de las rocambolescas persecuciones callejeras e internos, recuerdo la única confesión de debilidad masculina de Popeye, cuando, sacándose camiseta tras camiseta (no recuerdo cuántas, pero eran tantas) exclama “soy un bastardo friolento”. Excelente artículo. Gracias.
Ya he contestado que creo que se debe a la famosa escena que se previó lista en menos de veinte minutos y, al final, llevó horas de trabajo. Salió bien, pero a costa de sudor.
¡Eduardo Roberto, cuánto tiempo sin saber de ti! ¡Ya veo que superaste el corona virus y me alegro infinito!