Vamos a ser puristas. En el cine hay un solo 007 que merezca llevar todas las medallas de su universo imaginario, y ese es el que ha aparecido en las veinticinco películas de EON Productions. El resto es lo que el café a los sucedáneos. El espía británico solo es auténticamente él cuando se desenvuelve rodeado de un aire de prepotencia, chulería, incorrección, machismo… y casinos. Eso si consideramos que el escritor que lo concibió tenga algo que decir al respecto.
Ian Fleming describía a James Bond como un tipo cursi, que se desenvolvía entre sexo y violencia porque esos son los elementos comunes a todas las historias humanas desde que aprendimos a contarlas. Todo lo contrario a un héroe, insistía, pues su cualidad no es el valor, sino ser escrupuloso en el cumplimiento del deber. De ahí frases como «me he acostado contigo para cumplir mis deberes con el servicio de su majestad, no por placer».
Ian Fleming concebía a su agente como se veía a sí mismo, un oficial de la inteligencia británica. Le faltaba el glamur de 007, pero le sobraban experiencias vitales como para recrearle y hacerle durar en el tiempo. Aunque fueron los largometrajes de EON los que han inmortalizado al agente gracias a la recreación de su iconografía, adaptada a los gustos de cada década desde 1960 hasta hoy. Trajes impecables, coches de alta gama, cuidado en la preparación de los cócteles Dry Martini y lujosas salas de juego. Ninguno de estos elementos es casual, ni tampoco hallazgos geniales de Fleming. No si consideramos que la idea de Bond nació en un hotel de lujo, ligado al casino de Estoril y a una operación en que participó el autor como vigilante del auténtico «James Bond».
Jugador en los casinos de Londres y Nassau
Las creaciones de EON son geniales porque respetan todo lo que el autor legó al espíritu del personaje. Y porque el paso del tiempo nunca le ha sacado de las salas de juego. De hecho si queremos saber cómo nació el viejo Bond no tenemos más que repasar la secuencia de la primera entrega, 007 contra el Dr. No. Sean Connery, con impecable esmoquin, se presenta a sí mismo con el «soy Bond, James Bond». Pero atentos al personaje de su derecha, que suele pasar desapercibido, porque es un homenaje a Ian Fleming, y al lugar donde estaba sentado en el casino de Estoril en 1941. El verdadero jugador, el tipo que inspiró al 007, era Triciclo, nombre en clave del agente triple del MI6 Dusko Popov, a quien Fleming debía vigilar. Más que nada porque gracias al servicio de inteligencia británico acababa de embolsarse, en una operación de desfalco a los nazis, una cantidad equivalente a más de medio millón de dólares actuales. Popov estaba solo, y decidió quedarse la pasta. De hecho decidió que se la iba a pulir viviendo a lo grande en el lujo que rodeaba Estoril, punto de reunión de los servicios de espionajes internacionales en la Segunda Guerra Mundial debido a la posición neutral de Portugal. Pero justo al sentarse en la mesa del casino, un caballero de traje impecable y amables maneras se sentó a su lado, susurrándole al oído que sabía de dónde había sacado Triciclo el dinero de su apuesta. Y que iba a chafarle sus planeados días de lujo y derroche. El caballero era Ian Fleming, y doce años más tarde recrearía la escena, fabulándola, en su primera novela de Bond, Casino Royale.
Por las fotos que se conservan de Triciclo en aquel año de 1941 podemos asegurar que no hubiera desmerecido, ni por atractivo ni por planta, de los actores elegidos por EON para encarnar a 007. A Dusko Popov su atractivo, masculinidad y buena planta le habrían permitido estar al lado de Sean Connery, George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y hasta Daniel Craig. Y eso que la elección del primero desagradó profundamente a Ian Fleming porque era, según Connery, un puto esnob incapaz de concebir que un tipo de clase obrera pudiera encarnar a su casi aristocrático espía. O sin casi. James Bond es un retrato de Popov agitado, no mezclado, con la personalidad del escritor. Un bon vivant crecido en una familia adinerada londinense, y con claras maneras de la clase alta. Le gustaba el lujo, y no concebía que la diversión de un caballero no pasara por atreverse a arriesgar unos cientos o miles de libras en la mesa de juego, seduciendo de paso a las mujeres de maneras y vestidos exquisitos. Por ese motivo permitió que Triciclo se sentara a la mesa, y por lo mismo le avisó de que solo le permitiría seguir jugando mientras ganara, para no gastarse un dinero que pertenecía al servicio secreto. Es el motivo por el que en las tramas de 007 los casinos siempre juegan un papel fundamental como punto de reunión, de contacto con los malos, y de lugar donde la chulería del agente secreto brilla con luz propia. Así que el elenco de actores no pudo estar mejor elegido, pues tenían que ser una mezcla idealizada de Fleming, Popov, y el James Bond literario. Y además ser capaces de, vestidos impecablemente, no desmerecer la cara de póker ante el tapete verde.
La elección de las ubicaciones de los casinos siempre se ha cuidado esmeradamente, tanto como el atractivo de los actores masculinos que encarnan a Bond. En cada entrega la sala de juego ha reflejado el momento histórico por el que atravesaban los gustos de los jugadores, y la arquitectura de las salas de juego más icónicas del mundo en cada momento. Para la primera entrega, 007 contra el Dr. No, se escogió uno de los primeros clubes de juegos de azar londinenses, Le Cercle. Ubicado en el edificio que hoy es el exclusivo casino Les Ambassadeurs, y uno de los favoritos de los jeques del petróleo, lo que da idea de su nivel de lujo. Por su historia ligada a la aristocracia victoriana y su estilo arquitectónico era el lugar ideal para presentar a la nueva estrella del espionaje británico. Cuando se rodó esa película, en 1962, se había hecho popular por tener crupieres franceses, patatas fritas hechas al estilo de París y mesas en forma de riñón, todo muy innovador y sofisticado en los sesenta. Aunque en realidad lo que vemos de su interior en esta entrega, como en la mayoría de las demás, es una mera recreación, un decorado. Solo los exteriores son reales.
La siguiente película donde el casino cobra gran protagonismo es Operación Trueno, y aunque la sala de juego no se corresponde con una real, vuelve a ser un homenaje a Ian Fleming, que había fallecido el año anterior. Esta vez su oponente en la mesa es un tipo de carácter desagradable, esmoquin blanco y maneras de mal perdedor. Al personaje de Emilio Largo no le falta ni el parche en el ojo. Recrea al rico hombre de Liechtenstein al que Triciclo desplumó en la mesa de bacará en 1941 mientras Fleming le vigilaba. Como antes dije, las reglas de la caballerosidad de Fleming obligaban a dejar a su compañero disfrutar, dentro de unos límites. Y si el casino imaginario de Operación Trueno se ubica en Nassau es porque en los sesenta las Bahamas se habían consolidado como destino vacacional de lujo de la alta sociedad. Lo que explica en parte su larga trayectoria como paraíso fiscal, hasta hoy.
La modernización del espía que jugaba al bacará
Bond es un inmortal al que será difícil, sino imposible, sacar de los casinos. Sobrevivirá porque una de los hallazgos al trasladarlo al cine es haberlo adaptado a los tiempos. Ese fenómeno de hacer contemporáneo a un agente de la Segunda Guerra Mundial comenzó con una de las últimas películas donde Sean Connery se retiró de representar el personaje por primera vez. Diamantes para la eternidad abandonaba el lujo aristocrático para lanzarse al nuevo concepto de riqueza, el de los casinos de Las Vegas. Bailarinas, grandes espacios, hasta un lago donde una chica vestida de sirena toca el arpa en una barquita. Y por supuesto las máquinas tragaperras. Hasta la moda se había dado la vuelta, y ahora Bond llevaba sin complejos el esmoquin blanco de los setenta, antes característico de sus oponentes malvados. Tampoco juega al bacará esta vez, sino a los dados, concretamente al craps o pase inglés, mientras una nueva belleza a su lado trata de despistarlo con un escotazo que parece preludio de ciertos vestidos mínimos actuales de la gala de los Óscar. Los exteriores del casino de la ficción se corresponden además con uno real, el Westgate de Las Vegas.
La relación de Bond con la ciudad meca de los casinos es peculiar. En El hombre de la pistola de oro un Roger Moore 007 viajaba a un casino de Macao, China. El exterior elegido para la película fue The Venetian, casino hotel de Las Vegas. Pero en 2007, y solo un año después de comenzada la nueva entrega de la saga para el siglo XXI, con Daniel Craig de protagonista, los propietarios de ese casino inauguraban un nuevo Venetian… en Macao. Realidad y ficción se mezclaban mientras mirábamos con admiración la figura en bañador de Craig, el Bond más cuadrado de la historia. Que volvía con un remake especialmente icónico, Casino Royale, primera novela de Fleming.
Las cinco películas protagonizadas por Craig han vuelto a actualizar toda la iconografía de Bond, adaptándola al presente. Es la modernización más actual. El personaje abandona definitivamente el juego de cartas del bacará, eligiendo jugar al más popular Texas Hold’em Poker o póker descubierto. Lo único que aún no ha aparecido en sus películas es la tendencia moderna de los casinos virtuales de internet. Lugares como el casino online de 888 ofrecen más posibilidades que los físicos, y todas las variantes de juego y slots que se puedan imaginar para elegir. La única referencia a este aspecto tecnológico se hizo en el largometraje donde Connery regresaba a encarnar a Bond, Nunca digas nunca jamás, donde el héroe juega contra el villano a un videojuego electrificado. Alta tecnología en 1983.
En muchos otros aspectos del 007 encarnado por Creig sí se ha respetado la adaptación al presente. Ahora vemos al actor sentarse en la mesa de juego sin corbata ni traje, solo una camisa negra con varios botones abiertos, despechugado para que no olvidemos los pectorales y tableta que esconde debajo. Desde el año 2000 los casinos físicos han reducido extraordinariamente sus exigencias sobre qué vestir, y en muchos no es obligatoria ni la americana ni el vestido de noche. Algunas salas de Las Vegas permiten incluso entrar en bermudas, y nos queda por saber si alguna vez Bond se presentará así, lo que desde luego sería un auténtico salto al presente. Ahora ni podemos acudir a los grandes destinos turísticos del juego, ni ir al cine a verle. La última entrega, No Time to Die, profético título para el 2020, aplazó su estreno al próximo noviembre. Y quién sabe si acabará lanzándose en plataformas aquí, y en las salas en China, como la Mulán de Disney. Lo único seguro es que en ese largometraje aparecerá de una forma u otra un casino. Para hacernos soñar con ser él, ganar al malo, hacer saltar la banca, y de paso llevarnos a la chica. Básicamente en eso, y en poner cara de póker mientras lo consigues, consiste ser Bond.
Sí, todo muy bien, pero ya en Goldfinger, Bond se saca el traje de hombre rana después de la escena introductoria y entra en el local atestado de humo y alcohol, ataviado con un impecable smoking BLANCO mientras enciende un cigarrillo con su habitual chulería…
La partida de poker del Casino Royale de Craig es memorabilísima!
j
Pues a mí me parece absurda en los envites y apuestas. Es como la partida final de la estimable Rounders (1998), no tienen sentido las jugadas desde un punto de vista de jugador de póquer.
Sin saber nada de poker estoy seguro de que llevas razón. A mi me gusta el ajedrez y sufro cada vez que veo una partida “cinematográfica” porque nunca resultan creíbles. No solo eso, muchas veces son imposibles.
Mirate cualquier combate de boxeo cinematográcios llenos de directos a la cara, o de artes marciales con patadas directas al cráneo y verás que cine y realidad casi nunca tienen nada que ver.
Ya van dos artículos en dos semanas en los que se mete publicidad descarada (eso sin considerar que el artículo entero lo es) de casas de apuestas online.
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Cuando hacemos un artículo para un cliente siempre ponemos Jot Down para…
Un saludo.