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«Días de naufragio», de Pilar Enterría

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Detalle de portada de Días de naufragio, de Pilar Enterría. (Editorail Triacastela)

Las mujeres son mosaicos. Lo descubrió para la ciencia Mary Lyon, al explicar que portan parejas de genes capaces de activarse o desactivarse para dar lugar a diferentes características genéticas. Y lo ha contado en una novela mosaico Pilar Enterría, con una narración circular llena de caminos que logra contarnos la historia de la protagonista sin hacerla aparecer más que en unas pocas páginas. El personaje principal es a la vez un secundario, y comparte escenario con la ciencia médica, el miedo a la enfermedad, y los dilemas tecnológicos de la sociedad de nuestro tiempo. A través de un relato circular que nos conduce desde la terraza de un bar hasta el lejano país de las maravillas, intercalando suspense, erotismo, humor y el retrato social de todos nosotros. Es una combinación compleja, que podría saturarnos o hacer que nos perdiéramos, pero que gracias a la maestría de la autora se hila a través de sus cuatro partes, dejando pistas y guiños que harán las delicias del lector que no se conforma con las narraciones lineales. 

Su argumento tiene por escenario las tres edades de la vida. La de los adultos que han rebasado la edad madura y transitan por el horizonte mental del desengaño. Aceptando que la vida es como es, una barrera física en torno a los cincuenta. O como lo resumió Gil de Biedma, «envejecer, morir/ es el único argumento de la obra». En Días de naufragio ellos superan este drama vital al uso, buscando nuevas conquistas.

Como todos, como la mayoría, como muchos hombres, él había abrigado la esperanza de adquirir y conservar al mismo tiempo, de hacer compatibles su amante y su matrimonio. ¿Sobre qué base? Sobre la sinceridad, desde luego. Confesaba una infidelidad y la confesaba por propia iniciativa, su mujer ni sospechaba, ni se lo habría podido imaginar. Entonces, ese acto de franqueza, voluntario, generoso por su parte, ¿no merecía alguna forma de recompensa?

La protagonista hace lo mismo. Es una mujer cañón, de esas que quitan el aliento al verla. Por eso no le es difícil elegir a quién se lleva a la cama. Pero a diferencia de ellos, tiene una cita adicional en su agenda, que amenaza con añadirse a su colección de amantes. 

El hecho es que la mujer tiene una cita con él. Él no siempre llega, pero la cita siempre tiene lugar. A partir de cierta edad la mujer occidental se convierte en un blanco al que se disparan advertencias por todas partes. El ginecólogo, el suplemento dominical del periódico, la prensa específicamente femenina, el centro local de salud, la autoridad sanitaria regional, la nacional, las amigas, las variopintas organizaciones mundiales en defensa de la salud… todos están de acuerdo en que la mujer tiene una cita con él.

Con el cáncer. Su madre ha muerto de uno de mama. Acaba de asistir a los últimos días de su padre en el hospital, vencido por la enfermedad. Y al que no ha podido otorgar su deseo, morir en casa. Pesa por tanto en ella más que en las demás el temor a desarrollarlo. Aunque su mayor miedo no es a la muerte, sino a la mutilación. Perder uno o sus dos pechos sería tanto como abandonar su territorio vital, el de diosa de la belleza que elige o rechaza con su mera presencia porque todos los hombres babean por ella.

Pero esta novela no es una tragedia, ni siquiera es el relato del posible drama de Lubia. La autora la abandona para adentrarnos, en la segunda parte, en un thriller de laboratorios farmacéuticos, médicos sin ética y jóvenes prometedores. El viaje de la narración va a conducirnos a dos territorios, el de la medicina y sus promesas, y el de los regalos de la tecnología. Ambos prometen llevarnos al país de las maravillas. Y ambos ponen a Días de naufragio en el centro de la actualidad. Hoy que nos acosa la pandemia pedimos el pinchazo o la pastillita que nos libre de todo mal. Que nos llegue segura, legal y obtenida de manera ética, pero cuanto antes. Ayer la pedíamos para el cáncer, que antes del coronavirus era la gran dolencia de nuestro tiempo. Pero cómo se consigue en realidad un tratamiento y qué precio quieren obtener los científicos, humanos con sus ambiciones, de ella. ¿Estamos dispuestos a pagarlo para que llegue deprisa?

La autora abandonó a su protagonista femenina para respondernos, a la vez que nos va adentrando en los departamentos universitarios donde se lleva a cabo la investigación médica para las grandes farmacéuticas. Asistimos a tres generaciones de médicos que podrían ser los arquetipos de tres generaciones, los boomers, los X y los millennials. O lo que es lo mismo, los sesentones, los de mediana edad y los que están empezando. El más mayor está apegado a los valores éticos y procedimientos de la ciencia tradicional. El de mediana edad es un triunfador que ha comprendido las leyes del mercado, es decir, que transgrede las normas para facilitarlas y de paso enriquecerse. Y el más joven, el que empieza, debe elegir por cuál de los dos modelos vitales se decidirá.

Es la medicina moderna enfrentada a los métodos tradicionales. Con una referencia lejana a Gregorio Marañón, el médico que defendía la visita y la charla a los pacientes como parte de la curación. Y una encendida defensa por parte del médico triunfador de mediana edad de los nuevos métodos, automatizados por la inteligencia artificial y con una participación residual del facultativo.

Esto podía arreglarse mediante un programa llamado PAP, acrónimo inglés de Personalised Automated Prediagnostics, un programa que hacía uso de la información de todos los pacientes, sus tratamientos y sus resultados y, cuando se dice de todos, quiere decirse de millones de pacientes. (…) en un futuro, una vez que el conjunto de pacientes, o sea la población en general, estuviera debidamente persuadida, cada cual se diagnosticaría a sí mismo, o bien solo desde su casa, o bien con ayuda de algún auxiliar sanitario, desde centros médico-informáticos preparados al efecto (…) En definitiva, un paso más en el empowerment (o sea «apoderamiento») de la ciudadanía, de poner en sus manos cada vez más y mejores instrumentos para su propia toma de decisiones. El autodiagnóstico es el futuro, un futuro que ya está aquí, pues el público consulta sus síntomas en internet con más y más frecuencia. Y esa figura antigua, el médico que atiende pacientes, iría desapareciendo paulatinamente en favor del experto médico-estadístico que practicará desde una consola.

Además de diálogo de la novela este es un mensaje que hemos ido recibiendo a lo largo de los años, como píldoras, por internet. Escalofriante si consideramos que ahora la sanidad privada nos habla cada vez más de la telemedicina, aprovechando los problemas y limitaciones de la pública para lidiar con la pandemia para ganar clientes. Lo apunta Joaquín Leguina en el prólogo, a la novela no le falta el humor, componente imprescindible de la literatura. Al que hay que añadir otro con el que también cumple, plantear las grandes preguntas de nuestro presente. 

En la tercera parte vuelve a haber un nuevo giro, esta vez hacia el realismo mágico. A través de los clásicos viajes de avión incómodos e interminables, y los aeropuertos centros de ocio previos al crac turístico. 

Así al pronto, el aeropuerto de Zumbodia era como todos, a saber: sucesión de espacios climatizados, estética de almacén prefabricado y oferta comercial contumaz y reincidente. Ni más ni menos que el centro de una indefensa ciudad turística, con sus franquicias y sus centros comerciales, diseñados científicamente para ser indistinguibles entre sí y convertir el consumo en una enfermedad monótona y… crónica.

Diego, el médico joven, ha partido en busca de una promesa y acabará codeándose con un grupo de hackers y activistas, en su imagen más idealizada. Héroes que gracias al manejo de la informática nos descubren cómo es la realidad mejor que cualquier periodista de investigación. Con el mismo empuje juvenil que él mismo, y salpicados por las perlas de la autora, que no pierde ocasión de reírse del tiempo en que vivimos. 

Además, ¿qué es lo que nuestra sociedad premia? ¿El mérito? No… Lo que premia es la desfachatez. ¿Cuál es la base de nuestra sociedad? La hipocresía. ¿Qué quiere decir «si no queda satisfecho…»? Nada, es imposible quedarse satisfecho con la basura que se produce y el fabricante lo sabe… ¿Alguien ha recibido su dinero alguna vez porque no estaba satisfecho? Si vivimos en la insatisfacción… nos tendrían que estar pagando todos los días. ¿Conoce usted algún ejemplo? Va usted a reclamar y, ¿qué le dicen? «Se pasó el plazo o nosotros no nos hacemos responsables, es cosa del fabricante…» informan de que ha quebrado ya… «Podríamos enviar el artículo a Conchabina si insiste pero… ¿usted cree que ellos le reembolsarán?… ¡Los conchabinos!… Tendrían que reembolsar al planeta entero… sería la ruina… ¿Quiere usted la ruina de Conchabina? ¿La quiere?… Considere que es mucha ruina…»

Reflexiones como estas son las que ponen a Diego en el centro de su propio drama, decidir qué camino elegirá. Si el del médico triunfador de mediana edad, el de su maestro mayor y ético, o una tercera vía, propia y personal. Porque al fin y al cabo él pertenece a otra época, es un nativo digital que no solo emplea la tecnología, reflexiona sobre su perversidad.

El big data es un producto de la red y ahora parece el gran negocio… Nosotros… todo el mundo, comparte sus datos con los operadores que ofrecen servicios gratuitos, de búsqueda, de contactos, de… en fin, de todo… (…) componen algoritmos con los perfiles de la gente y los venden a los anunciantes para que personalicen sus ofertas… para que persigan al individuo cada vez que se conecta con anuncios de lo que creen que le interesa… Pero fallan… (…) ¿qué pasará cuando los anunciantes descubran que… que tantos anuncios se cancelan entre sí y no venden más después de haber gastado tanto? Se acabó. No sé… pero el big data… es humo… una nube… (…) Esos algoritmos son… no sé… son la ex- presión matemática de los prejuicios de quién los escribe… Eso son.

Y qué ocurre cuando esos algoritmos deciden cómo tratar nuestro cáncer, nuestra enfermedad mortal, decidiendo sobre nuestra vida y nuestra muerte. Sucede que la novela te conduce en su parte final, la cuarta, a una meta fabulosa. Por fin todas las referencias, personajes y situaciones cuadran. El mosaico se compone a través de las decisiones de sus protagonistas. Y qué vemos  entonces. Nuestra propia trama de relaciones, la verdad sexual de quienes nos rodean, aquello que guardamos en lo más íntimo. La motivación que nos mueve y nos lleva a elegir como si fuéramos los auténticos dueños de nuestra vida. Cuando solo somos marionetas en manos de la enfermedad que nos elige o pasa de largo. Decidiendo al azar si nuestros días serán de naufragio o si llegaremos a puerto. Difícil ser más pertinente con una novela en este 2020.

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