En los últimos treinta años, el arquitecto británico Norman Foster no puede parar de triunfar. Como consecuencia de su exitosa carrera en la mayoría de las ciudades importantes del mundo es posible encontrar alguna obra que lleva su firma y su presencia se puede considerar como un indicador extraoficial de lo vanguardista que es o quiere aparentar la urbe en cuestión, llegando a su máxima expresión en Londres, donde si damos unas bellotas mezcladas con esteroides y MDMA a las ardillas de Hyde Park, podríamos verlas saltando por toda la city de obra en obra de Foster sin tocar el suelo.
Su estudio de arquitectura, Foster + Partners, se ha convertido en una industria que genera proyectos emblemáticos con un ritmo infernal y gana en torno a uno de cada ocho concursos a los que se presenta. En la actualidad, el trabajo técnico de Foster prácticamente se limita a dictar o aprobar, como integrante de un gabinete de dirección, los criterios generales de diseño y su labor dentro del organigrama de la empresa en realidad se asemeja más a la de un relaciones públicas, un conseguidor, que saca partido a su nombre y a los contactos políticos y económicos que ha amasado durante décadas. Con picos de unos mil cuatrocientos trabajadores distribuidos por oficinas de medio mundo, hablar de estudio de arquitectura se queda corto y una definición más exacta estaría más cercana a la de fábrica de balones en el tercer mundo: trabajan las veinticuatro horas del día de los siete días de la semana. Fue muy celebrada una viñeta cómica en la que representaban a sus técnicos encadenados a las mesas del estudio como remeros en una galera.
Dentro de esa producción torrencial como es de esperar se encuentran diseños que, siendo amables a la hora de calificarlos, se pueden describir como desafortunados, horripilantes o bochornosos. Por ejemplo, destaca de forma negativa el espantoso Palacio de la Paz y la Reconciliación levantado en Astaná (Kazajistán), una pretenciosa edificación pensada como lugar de encuentro mundial para todas las religiones que ha sido materializada mediante una pirámide hortera que bien podría haber servido de decorado para las escenas clave del último episodio de Lost.
Por el contrario, se puede citar el excelente trabajo de adecuación arquitectónica para Metro Bilbao, con una amplia caverna revestida de escamas de hormigón, una línea de validación ubicada en una vertiginosa estructura metálica en cabalgavía y sus icónicas marquesinas de entrada, de cristal y acero, conocidas popularmente desde un primer momento como fosteritos y que hoy en día, incluso en los pliegos de contratación de las sucesivas ampliaciones de la línea del suburbano, se denominan así de forma oficial. Por cierto, debe ser contradictorio para tu ego que denominen «fosterito» a un elemento que se asemeja a una versión high tech de la concha de un nautilus. Hubiera tenido su gracia que Foster hubiera sido mujer o, rematando el festival del humor de los dobles sentidos sexuales, que llamaran fosterito al edificio Swiss Re de Londres, que también es conocido como 30 St Mary Axe por su ubicación y como The Gherkin (el pepinillo) por su forma (fálica).
Aun a riesgo de perder mi labrada imagen de perenne amargado y a pesar de las pullas que le lancé en relación con su absoluto desprecio hacia Michel Virlogeux en los créditos del Viaducto de Millau (ver especial Fundido a negro de Jot Down) tengo que reconocer que me gustan muchas obras de Foster. Por ejemplo el Centro de Distribución de Renault en Swindon, con sus dinámicos soportes amarillos que parecen máquinas de fabricación en cadena, o la remodelación del Gran Patio del Museo Británico de Londres, donde siempre me llamaron la atención dos cosas: la suave superficie que describe su cubierta, que integra y unifica todo el espacio inundándolo de luz, y la tremenda polémica que propició la caída de miles de monóculos en el interior de tazas a la hora del té cuando trascendió a la opinión pública que Foster había colocado ¡piedra de origen francés! en el nuevo embaldosado del patio. Pero debo confesar que ninguna me ha calado tan hondo como su exquisita e involuntaria performance titulada «Norman Foster rompiendo obra en ARCO», cuando literalmente hizo eso: dañar una obra expuesta en la muestra madrileña al tropezar de forma accidental con ella.
Triunfar es fácil si trabajas veinticuatro horas todos los días y tienes mucho talento…
Esa pasión desmedida por el trabajo que lleva por la calle de la amargura a sus empleados la mamó Foster desde muy pronto. Nacido en 1935 en el seno de una familia humilde acostumbrada al trabajo duro, ya se consideró algo extraordinario que estudiase hasta los dieciséis años, cuando lo habitual en sus circunstancias económicas era abandonar el colegio a los catorce y ponerse a trabajar para ayudar a la unidad familiar. Al contrario de Albert Einstein, quien de forma tradicional ha sido erróneamente calificado de alumno mediocre en ciencias, a Foster se refieren en sus hagiografías como «buen estudiante», aunque a los dieciséis años abandonó los estudios en parte debido a que suspendió francés y religión (tremendo, el alumno modelo), y también porque entró en el programa de becarios del Ayuntamiento de Mánchester a instancias de sus padres, quienes, dentro de sus buenas intenciones pero escasa formación académica, parecían pensar (con algo de razón) que los estudios empujaban a los jóvenes al hedonismo, la drogadicción y más adelante, como consecuencia lógica de esta espiral de autodestrucción, a ingresar en una tuna.
A pesar de la leyenda negra que rodea a la productividad de los funcionarios, Foster sacó rendimiento a las horas que estaba en su puesto de trabajo: emborronó infinidad de papeles practicando su innata habilidad para el dibujo arquitectónico (que le valió en su día, siendo un chaval, ganar un segundo premio nacional con una legendaria representación de un molino), croquizando los edificios que visitaba durante la hora de la comida. Tras apenas dos años «trabajando» en el Ayuntamiento y a falta de razones legales en las que escudarse para pedir prórrogas, tuvo que marcharse a hacer el servicio militar, donde de alguna forma le hicieron un hombre: a su vuelta se negó a que sus padres siguieran dirigiendo su vida y rechazó reincorporarse a su puesto en el departamento de Hacienda. Un drama familiar: en un entorno en el que conseguir un empleo municipal era algo extraordinario, el chico les había salido rebelde y aparentemente vago.
Pero Foster no aspiraba a ser un nini; de hecho, sucedió todo lo contrario: tras conseguir entrar a trabajar en un estudio de arquitectura por medio de un servicio de ayuda a antiguos reclutas, entendió que aquello era lo suyo y, tras dejar a su jefe con la boca abierta cuando le mostró sus fabulosos croquis, compaginó los estudios para ser arquitecto con su jornada laboral, puesto que la facultad donde le aceptaron no estaba cubierta por becas públicas y no podía contar con la ayuda económica de su familia, que no tenía recursos ni humor. Ahí comenzó su demencial afición por currar de sol a sol, hábito que no dejó al acabar la carrera e irse a Yale (esta vez sí, con una beca) a cursar un posgrado exigente y agotador, nada que ver con las leyendas épicas que rodean a los cursos de Erasmus en la actualidad. Una vez finalizados con éxito los estudios trabajó en Estados Unidos hasta que un compañero británico de Yale, un tal Richard Rogers (con los años, el único arquitecto británico que puede competir al mismo nivel que Foster), le convenció para que regresara a Inglaterra a montar un estudio (Team 4) donde, además de Rogers y Foster, también se encontraba Wendy Cheeseman, que posteriormente se convertiría en su esposa. En los cuatro años que estuvo en funcionamiento Team 4 (de 1963 a 1967) es probable que la única obra que puedan reconocer los no iniciados sea la casa Skybreak debido a que fue donde se rodó la durísima escena de la violación de La naranja mecánica.
El camino seguido desde que se desvinculó de Team 4 y empezó su carrera profesional junto a su mujer en Foster Associates (en 1990 cambió el nombre a Foster + Partners) hasta llegar a los escalones más altos del Olimpo arquitectónico, fue arduo y extenuante y podría decirse que es resultado de la cultura del esfuerzo…
… y algo de suerte
En ciertos estudios universitarios, ante asignaturas especialmente complicadas cuyo porcentaje de aprobados es inferior a la tasa de suicidios que provocan, los veteranos suelen recomendar a los novatos: «no te compliques, apréndete la teoría de puta memoria, machácate todos los problemas de exámenes de años anteriores e igual, con suerte, sacas un cinco». Sabios consejos. La trayectoria de Foster se podría definir de manera análoga: talento combinado con gran capacidad de trabajo que consigue el éxito gracias a ciertas dosis de fortuna. Así sucedió en su primer gran contrato, de 1974, que consistía en diseñar el Centro Sainsbury de Artes Visuales dentro de la Universidad de East Anglia (Norwich, Reino Unido), una nueva ala para el campus que fue donada por la poderosa familia Sainsbury. El edificio, un potente volumen prismático recubierto en toda su envolvente excepto las testeras por unas características placas metálicas blancas que filtran la luz natural, se asemeja en su alzado principal a una colosal portería de fútbol. En su interior los espacios se suceden con fluidez y armonía desembocando en un frente acristalado a modo de mirador sobre el entorno natural. Un gran resultado, en definitiva.
Durante los trabajos, Foster trabó una estrecha relación personal con esta familia, que más adelante le sirvió de apoyo en alguno de los momentos más duros de su vida, como la crisis del bamboleo del Puente del Milenio (relean «Puentes colgantes y el mito de la resonancia catastrófica» en el número 7 de Jot Down) y la muerte de su esposa Wendy por un cáncer que acabó en menos de un año con su vida, en parte debido a que, como Steve Jobs, cuando aún era posible se negó a que la trataran porque no creía en la medicina basada en el método científico sino en magufadas.
Su buena relación con los Sainsbury salvó su incipiente carrera profesional. Resultó que poco tiempo después de inaugurarse el Centro, con buena acogida de la crítica, se descubrió que se producía una reacción química inesperada entre las placas de aluminio perforado y la capa aislante oculta bajo el revestimiento, corroyéndose a una velocidad pasmosa. Los Sainsbury, que habían depositado su afecto y confianza en Foster, de forma discreta asumieron económicamente el cambio de todas las placas de aluminio por otras de acero con el mismo acabado. Si ese error hubiera trascendido a la prensa en aquel momento podría haber sido el punto final de Foster Associates.
El segundo golpe de suerte fue que le invitaran de forma sorprendente en 1979 al concurso para diseñar un rascacielos que albergara la sede del HSBC en Hong Kong. Hoy en día puede resultar chocante con la cantidad de edificios en altura que ha firmado Foster (el citado pepinillo, la Torre Hearst, la Torre de Collserola, el Commerzbank de Fráncfort, la Torre Cepsa…), pero hasta aquel momento no había construido nada destacable de más de quince metros de altura. Huelga decir que ganó el concurso con una propuesta atrevida e innovadora desde el punto de vista constructivo, estructural y estético en la que no entraré por falta de espacio y porque hay que guardarse algún as en la manga por si más adelante se lanza un especial Hong Kong.
Foster salvó un decisivo match ball cuando estuvieron a punto de mandarle a casa tras ejecutarse la cimentación porque las estimaciones económicas se estaban disparando de forma incontrolada. Y es que el coste del HSBC se fue a tres veces más de lo presupuestado, ascendiendo el importe final a unos mil quinientos millones de euros de la actualidad. Para que se hagan una idea, en términos absolutos es más o menos lo que costó el Burj Khalifa, el edificio más alto del mundo con ochocientos veintiocho metros de altura. Hay que recordar que el HSBC solo mide ciento ochenta metros. Siempre se dijo que fue el edificio más caro del mundo y una publicidad así parecía que solo funcionaba con el turrón. Pues no. Este edificio fue el primer gran éxito a nivel mundial de Foster.
Y el tercer caso en el que el azar le sonrió fue en el complicado y conflictivo concurso de 1993 para remodelar y reconstruir el Reichstag en Berlín. La primera propuesta de Foster fue construir un palio, una especie de mesa de acero y cristal sobre el antiguo edificio. A pesar de lo poco atractiva que a priori era su idea, se llevó el primer premio, pero debido a lo traumática que estaba resultando la reunificación desde el punto de vista económico, las autoridades alemanas decidieron que había que recortar costes y les propusieron una segunda vuelta a los tres finalistas (los otros dos eran Santiago Calatrava y Pi de Brujin) para que abarataran sus propuestas. Foster reorganizó sus ideas y volvió a ganar. No obstante, ciertas presiones políticas e históricas obligaron a que cambiara su diseño con el fin de incluir, de una forma u otra, una cúpula. Le hicieron un favor: el resultado es una obra emblemática, extraordinaria tanto desde el punto de vista estético como conceptual y simbólico: la espiral que circula por el interior de la cúpula, la transparencia y luminosidad que transmite el cristal, el juego de espejos que permite la entrada de luz al Parlamento, que se encuentra en un nivel inferior… fabuloso. De la mano del Reichstag llegó el Premio Pritzker y su reconocimiento definitivo. Eso sí, se ganó el desprecio eterno de Calatrava, que se indignó porque su propuesta desde el principio había sido una cúpula de cristal de cuatro caras (entendemos que Foster no ha perdido el sueño ni una noche por este motivo; una de las pocas noches que duerme, queremos decir). Bien pensado, fue un favor recíproco: Berlín le dio la posibilidad de concebir un diseño fabuloso y Foster les evitó tener un Calatrava en la ciudad.
Bibliografía imprescindible para saber mucho más y bastante mejor
Norman Foster: Arquitectura y vida, de Deyan Sudjic. Turner, 2011.
Norman Foster, de Daniel Treiber. Akal, 2004.
How much does your building weigh, Mr Foster, de Norman Foster. Ivory Press, 2012.
Norman Foster drawings 1958-2008, de Norman Foster. Ivory Press, 2010.
Foster es casi el único arquitecto de la «generación de los estrellas» que no ha acabado estrellado. No sé si será suerte o talento, pero el resto está denostado.
PD: lo de Astaná no puede ser achacado a él. Allí son unos horteras rematados, basta con decir que la ciudad ha sido renombrada Nursultán en honor al tiran… perdón, presidente del país, el gran hortera Nursultán Nazarbáyev. Con clientes así es imposible. Norman tiene la mejor excusa con ese tío.
Este tío es el que se casó con Elena Ochoa, ¿no?
Si
Y aunque no fue Calatrava quien ejecutó el Reichstag, si eligieron piedra española para el revestimiento, nuestra hermosa Caliza Capri.
Afortunadamente para ellos. De lo contrario, igual ahora mismo tenían una cúpula móvil que no se mueve….
Bueno, que Foster te hace un puente inestable o elige materiales que se autodestruyen o se pasa el presupuesto de las obras x3 y aqu’i estamos, en un artículo loándole.
Chiste oído a uno de mis profesores en la Facultad de Arquitectura de la Complutense: si a Santiago Calatrava le hubieran encargado levantar las pirámides de Egipto tendrían forma de cubo, habrían costado tres veces más de lo originalmente presupuestado, y aún seguiría con las obras. Porque si le dejas, Calatrava te la clava.
Yo en la Facultad de Medicina escuché a un profesor burlarse de la época en que los neurocientíficos discutían sobre si la sinapsis neuronal era química o eléctrica. Se trataba de un profesor que se sacó la carrera cuando no se había descubierto todavía el ADN de las mitocondrias. Un profesor sin ninguna publicación medianamente relevante en el ciencia médica… y ahí estaba el tío… partiéndose la caja de los que desentrañaban el funcionamiento de las neuronas.
A mí me gustó el palacio de la Paz y qué se yo ese. Y cuando se trata de una enfermedad de verdad, tampoco es que la medicina basada en la evidencia sea mucho mejor que las magufadas. A lo sumo vivirás no sé, uno o dos años más, con una pésima calidad de vida??
Sólo un breve comentario, sin acritud. Es un hecho que todos los nombres propios del artículo tienen en común su referencia a genios en su campo. Es triste la ruindad con que enjuicia a Santiago Calatrava en su comentario final y de paso denigra nuestra industria arquitectónica y de la construcción, bien sean contratas, bien industria auxiliar, bien suministros industriales. La conozco bien porque yo fui uno de esos ruines.
Los arquitectos y críticos de arte españoles dicen que es ingeniero y los ingenieros decimos que es arquitecto.
Pero la realidad es que tiene encargos maravillosos que cualquiera firmaría, la realidad es que tiene una lengua arquitectónica propia, la realidad es que se atreve a innovar, lo que conlleva la equivocación, la realidad es que somos unos cainitas.
Le recuerdo la pasarela del milenio que tuvo errores mayores, de Foster, y sin embargo el país, la industria y las autoridades le apoyaron. Porque son conscientes de que, detrás de Foster, está Arup y las ingenierías británicas llenas de españoles, están las industrias de suministro del acero británicas, llenas de ingenieros españoles, los bancos británicos con becarios españoles, financiando proyectos en todo el mundo a los que el Reino Unido puede exportar sus productos, y ser útil y dar trabajo a sus ciudadanos. Olé por ellos. Aquí en cambio, tenemos grandísimos arquitectos, de los mejores en mi opinión, a los que despreciamos y criticamos, los cuales a su vez critican y desprecian a sus contratas, tenemos arquitectos que prefieren suministradores europeos en sus obras que cumplen las mismas normas europeas que los industriales españoles, a los que también desprecian en sus direcciones de obra en España. Esas industrias españolas, en el extranjero, venden en cuanto sacan la cabeza por la frontera.
No es usted consciente -espero que no lo sea, le disculpo la ignorancia de la que yo también participé- del flaco favor que usted (y quien sea su palmero) se hace y hace a la sociedad en la que vive y de la que vive, lo injusto que es con esos comentarios que, son simpáticos en la cultura de la ignorancia social (que no plástica) de la que le he hablado y que no hacen sino empobrecer la sociedad que les ha dado el oficio, y engrandecer injustamente la de otros.
Le pido disculpas por la dureza de mi comentario y le doy las gracias por el artículo. He disfrutado mucho leyéndolo porque escribe usted muy bien, estructura el argumento con píldoras de conocimiento deliciosas y gozar con bellas imágenes de arquitectura es siempre un placer. Pero es importante que la Arquitectura asuma que mueve el mundo (un 50% de las emisiones vienen directa o indirectamente de proyectos de edificación o arquitectónicos). Y eso es una responsabilidad además de un arte. Saludos cordiales y gracias de nuevo