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Rebecca West en cuerpo y ‘corpus’

rebeccawest

Si hay una escritora sine qua non para el podio de las letras del siglo XX, esa es, sin duda, la británica Rebecca West (1892-1983). Su biografía (compuesta con esmero por otra británica a la que tener en cuenta en este género, Victoria Glendinning) revela que West parecía tenerlo todo: una inteligencia, una osadía y una belleza prodigiosas, de esas que no encuentran nada a lo que poder compararse. También tuvo, no obstante, dos episodios vitales que sin duda la perjudicaron: ser amante de H. G. Wells durante más de una década y tener con él un hijo, Anthony West, que escribió unas laudatorias memorias del padre, H. G. Wells: Aspects of a Life, y aprovechó para desquitarse con su madre en una novela, Heritage (Herencia), que no era más que una autobiografía ficcionalizada. Ambas aparecieron en Inglaterra en 1984, un año después de la muerte de su madre; la novela la había publicado en Nueva York en 1955, lo que produjo un enfado considerable en su progenitora. 

Heritage encaja muy bien en esa literatura a la que Juan Bonilla bautizó hace unos veinte años con el nombre de «testimonios de parientes». En un artículo sobre J. D. Salinger, Bonilla colocaba bajo esta denominación la biografía que, con el título de El guardián de los sueños (2000, Dream Catcher), publicó Margaret A. Salinger, la hija del célebre y huidizo novelista. Y es pertinente ponerle nombre a este subgénero biográfico, porque ambos vástagos comparten en sus páginas el gusto por el detalle escabroso y el desprecio absoluto por sus padres. Mientras que la biografía elogiosa de un familiar suele pertenecer al género del encargo editorial, la literatura «de parientes» responde de algún modo al género contrario: es una propuesta corrosiva para el editor más valiente, con menos escrúpulos o con más dinero para resistir en la batalla legal. Al final, como en las cenas navideñas, todo queda en casa: las disputas, los chistes privados, la comunicación entre abogados.

Así, y con la excepción de las traducciones que la rescatan cada lustro, West permanece en un letargo injustificado, salpicada por anécdotas familiares o de sus compañeros de generación, que fueron muchos, si se tiene en cuenta que sus mejores obras se extienden a lo largo de un considerable número de décadas. A la luz de la magnífica obra que la autora ha legado a la historia literaria del siglo XX, lo que aquí se propone es una lectura de los temas principales de sus textos, dejando de lado los particulares de su vida privada.

Feminista avant la lettre

«Deeds, not words» (hechos, no palabras) fue la consigna con la que el movimiento sufragista británico se levantó contra la opresión de la mujer y protagonizó cada una de sus revueltas en las primeras décadas del siglo XX. West, que por entonces firmaba con su auténtico nombre, Cecily Isabel Fairfield, lo hizo con apenas catorce años: escribió una carta al director del diario escocés The Scotsman; se hizo miembro de la Women’s Social and Political Union (WSPU), la organización de Emmeline Pankhurst y sus hijas Christabel y Sylvia; con diecinueve, ya se había convertido en directora literaria del seminario feminista The Freewoman. Fue en esa revista, el 15 de febrero de 1912, cuando publicó por primera vez con el nombre que le dio la fama: Rebecca West, en honor al papel que había representado en la obra de Ibsen Romensholm.

En 1922, con The Judge (El juez), produce una interesante mezcla: una novela en la que una lectura del complejo de Edipo y del auge de los movimientos sufragistas de la época convive con temas como la violación y la terrible situación de las madres solteras. No en vano, la defensa de los derechos de la mujer es un tema que ocupará gran parte de la obra en la que trabaja por entonces. Así, puede observarse un enfoque similar en la inclusión de las luchas por alcanzar la igualdad en The Sentinel (El centinela; no traducida al español), una novela sobre el sufragismo británico que West dejó inacabada, inédita y firmada con el seudónimo de Isabel Lancashire. Kathryn Laing la editó en 2002 por su interés histórico: contiene duras escenas de la situación de las mujeres que fueron encarceladas y alimentadas a la fuerza. El elemento autobiográfico estará en mayor o menor medida en gran parte de sus obras, sobre todo, en aquellas que dejó sin publicar y que vieron la luz póstumamente. Entre ellas figuran This Real Night (1984) y Cousin Rosamund (1985), que continúan con la trama de la novela semiautobiográfica que publicó en vida (The Fountain Overflows, 1956; La fuente rebosa, en referencia al verso de William Blake) y que sería la primera entrega de una trilogía que no quiso o no pudo publicar. También de manera póstuma vio la luz Sunflower (1986), con reminiscencias personales de su relación con H. G. Wells.

El maltrato contado por una joven

En julio de 1914, West publicó su primera pieza narrativa, Matrimonio indisoluble. Aún hay mucho debate sobre las condiciones en las que esta historia apareció impresa: el escritor y pintor Wyndham Lewis, como editor de la revista de vanguardia BLAST, quiso incluirla en las páginas del primer número, pero algunos especialistas señalan que West no fue conocedora de este hecho hasta verla publicada. Tanto en la trama como en su estilo, esta nouvelle muestra el talento temprano y rompedor de quien poco después se reveló como gran narradora en El regreso del soldado (1918, The Return of the Soldier). 

Con una prosa sincopada, casi cinematográfica, de una frialdad y madurez excepcionales para alguien de tan solo veintiún años, Matrimonio indisoluble nos va adentrando en los laberintos de una tortuosa relación de pareja en la que la decisión de una mujer, un espíritu libre y sensual encadenado a la institución del matrimonio, termina en un tormentoso intento de asesinato por parte de un personaje masculino manipulador y racista, perfilado con agudeza por la prosa de West. Aunque el argumento sea bastante directo, la historia consigue algo poco común en la época: que una mujer joven, con una posición marginal pero inmersa en las actividades del centro intelectual y político, publique una crítica tanto social como literaria, valiéndose de un relato que, en clave de ficción, aúna feminismo, política y estética.

¿Por qué no ha tenido la debida repercusión esta temprana representación del maltrato? En España, su traducción, publicada en 2010 por la editorial ZUT, pasó desapercibida. En los países de habla inglesa sí se incluye en algunos programas universitarios y en clubes de lectura feministas. La obra suele suscitar numerosas críticas entre especialistas y estudiosas de West, debidas fundamentalmente al final que elige para su historia. La autora se sirve de la participación en tareas sindicales de Evadne, la protagonista de la trama, para articular un thriller que, con un final inesperado, sorprende y, a veces, no convence a algunos lectores de hoy. En esta nouvelle brilla su capacidad excepcional para construir personajes complejos y tramas pegadas a la realidad sociopolítica de comienzos del siglo pasado, clave en la que, como no puede ser de otro modo, corresponde leer la historia. 

De la página al celuloide: cinematografía en duros renglones

Matrimonio indisoluble no es la única obra de West donde la narración adquiere un estilo al que hoy se le conoce como escritura cinematográfica. Tanto es así, que en una colección de cuatro nouvelles titulada The Harsh Voice: Four Short Novels (1935, La voz estridente: cuatro novelas cortas), dos de sus cuatro piezas tuvieron adaptaciones. «There is No Conversation» (No hay conversación) anticipa ese mecanismo maestro que utiliza la serie The Affair: se cuenta en retrospectiva la historia sentimental de una pareja, un francés y una estadounidense, desde los puntos de vista de ambos. La historia se adaptó para retransmitirse radiofónicamente en 1950 para NBC University Theatre y la comentó la escritora y premio Pulitzer Katherine Anne Porter. Otra de las nouvelles de la colección, «La sal de la tierra» («The Salt of the Earth»), vuelve a retomar la idea de un marido que quiere acabar con la vida de su mujer, en este caso, por el desorbitado altruismo que muestra ella. En 1963, Jack Smight dirigió esta historia original de West para La hora de Alfred Hitchcock. También se adaptaron al cine dos de sus novelas, Cuando los pájaros caen, como miniserie de la BBC en 1978, y El regreso del soldado, que Alan Bridges llevó al cine en 1982.

De 1937 data un guion cinematográfico de West que nunca se llevó a la gran pantalla. La historia, que se encuentra en los archivos de la Universidad de Tulsa, desarrolla una trama tragicómica en la que una mujer rica pretende poner en práctica el defecto Pigmalión reformando a una criminal pobre de origen hispano. Ann Norton, la especialista que ha trabajado en esta película que nunca vio la luz, recuerda que, en el curso de su investigación, Alison MacLeod le contó que la razón por la que la historia quedó en los archivos (que contaba incluso con artistas para interpretarla, Claudette Colbert o Carole Lombard) fue que «no se creían que una mujer intentase salvar a otra». Antes, en 1924, West había ejercido como guionista para una estrafalaria película privada de Lord Beaverbrook: They Forgot to Read the Directions (Se olvidaron de leer las instrucciones). Se trata de un cortometraje mudo en el que la propia West y su antiguo amante, H. G. Wells, también figuraron como actores. Poco antes de su muerte, a principios de los ochenta, la escritora actuó interpretándose a sí misma en Rojos, la película por la que Warren Beatty ganó un Óscar al mejor director y recibió otros dos (mejor actriz de reparto y fotografía) de los doce a los que estaba nominada. 

Pionera en novelas de guerra: escritura y crónica política

Entre los temas que denuncia El regreso del soldado, de 1918, destaca el interés por una enfermedad que, aunque hoy nos resulte incuestionable, se rechazó de plano durante casi un siglo. Ya en 1915, Charles Myers escribió en The Lancet un artículo en el que describía los síntomas de lo que acuñó con el nombre de shell shock o neurosis de guerra, al constatar que muchos de los soldados que ingresaban en los hospitales o volvían del frente tenían un comportamiento inusual. En torno a un setenta por ciento mostraba síntomas agudos de neurastenia y otros iban del tinnitus y la desorientación al mutismo y la fuga disociativa. Los síntomas propios de este trastorno llegaron, sin embargo, a considerarse imposturas con las que justificar determinados comportamientos durante y después de la guerra. Dado que algunos no habían resultado heridos en la cabeza, sino que se trataba de trastornos disociativos que, por entonces, no se conocían, eran condenados a muerte. 

Trescientos seis soldados fueron ejecutados por deserción o por mostrar comportamientos cobardes en las trincheras. La crueldad de sus destinos persiguió a las familias incluso tras sus ejecuciones, pues no se les notificaba; a los soldados se les enterraba con la simple y casi sarcástica inscripción de «muerto» en la lápida, en lugar del habitual «muerto en combate». En 1993, John Major, entonces primer ministro de Reino Unido, les negó el perdón; de hecho, no fue hasta 2006 cuando Des Browne, secretario de Defensa, reparó los agravios de todo un siglo.

La novela de West no solo pone frente al espejo el drama de los combatientes de la Primera Guerra Mundial, sino que aprovecha la trama para cuestionar las miserias que surgen en las relaciones humanas y las diferencias que se establecen entre clases; en su periodo de amnesia tras una guerra devastadora, el capitán Chris Baldry pone en tela de juicio si la idealizada convivencia con alguien de la alta sociedad, Kitty, es lo que podrá devolverle la vida sencilla y más auténtica de su temprana juventud con Margaret, pues esta última es a la única que recuerda. Kitty es, pues, una esposa desertada y su matrimonio, la institución traicionada por la persona en la que solo veía lealtad. 

En la obra de West el concepto de traición se construye desde distintos ángulos. En su producción literaria a lo largo de cinco décadas, desde finales de los veinte hasta los años sesenta, sus libros exponen complejos relatos sociales en los que la corrupción de sus miembros influyentes convive con la decencia de las personas honradas. El papel que juega el concepto de la ética en todos ellos es notable, pues los retratos hacen que el lector se sienta incómodo ante las actitudes y dilemas de los distintos personajes. A veces lo hace a través de la ficción como sucede con Harriet Hume (1929), The Thinking Reed (1936) y Cuando los pájaros caen (1966; traducida en España al año siguiente como Rosas blancas a las cuatro); en otras ocasiones, encontramos esta compleja mirada en el género ensayístico, como sucede en títulos como Cordero negrohalcón gris (1941, Black Lamb, Grey Falcon), sobre la historia y cultura de Yugoslavia, y El significado de la traición (1949, The Meaning of Treason), sobre los espías que traicionaron a su país durante la Segunda Guerra Mundial. Un año antes de que apareciera este último título, el presidente Truman le había entregado en Estados Unidos el premio a la excelencia periodística del Women’s Press Club, considerándola «la mejor reportera del mundo». Con Un reguero de pólvora (1955, A Train of Powder), un inteligente análisis de los juicios de Núremberg publicado originalmente entre 1946 y 1954 mediante artículos en The New Yorker, confirmó su maestría en el manejo de distintas disciplinas, desde el periodismo hasta el derecho, pasando por la psicología. 

Dos W mejor que una: Woolf contra West

Que Virginia Woolf sentía poca simpatía por gran parte de las mejores de su generación lo ponen de manifiesto sus diarios. Que no soportaba a Rebecca West era un secreto a voces. Tanto es así, que dos investigadoras, Julie Vandivere y Megan Hicks, publicaron hace tres años un curioso estudio, Virginia Woolf and Her Female Contemporaries (Virginia Woolf y sus contemporáneas), en el que no pudo faltar el capítulo dedicado a las dos gigantas del modernismo británico. Con el título de «¿Se puede denunciar a una persona muerta? Rebecca West y Virginia Woolf», Mark Hussey se adentraba en los universos de estas dos escritoras para concluir que ambas perdieron la oportunidad de crear una simbiosis literaria con la que favorecerse mutuamente, como suele darse entre autores contemporáneos. Es de sobra conocido entre los especialistas que Woolf consideraba a West una celebrity y una mujer algo agresiva, mientras que, a West, Woolf le parecía tanto un genio como una loca. Ante esta antipatía correspondida, West fue siempre clara: «Yo no les gustaba a los miembros del grupo de Bloomsbury y tampoco ellos me gustaban a mí».

A mitad del siglo XX, West tenía tanta reputación que Time le dedicó la portada en 1947 y la definió como «indiscutiblemente la escritora número uno del mundo». No es necesario recurrir a los excesos de las portadas de la revista estadounidense, pero, sin duda, sería justo devolver su obra al lugar que merece.

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2 Comments

  1. Un fan

    Cordero negro, halcón gris(1941), su libro sobre el viaje que realizó junto a su marido a Yugoslavia en los años treinta es de los mejores libros que existen. Leído durante la parte más dura del confinamiento, la prosa excelsa y llena de vida de West fue un gran consuelo. Es un gran libro de viajes pero va más allá ;una obra que revela cuestiones sobre el ser humano distintas de la mayoria de autores y un compendio de historia,arte, arquitectura y simple observación de la naturaleza. Su obra sobre los espias británicos al servicio de los nazis, El significado de la traición,es fantástico también. Injusto que nadie hubiera comentado antes.

    • Yolanda Morató

      Totalmente de acuerdo. Rebecca West figura, sin duda, entre las escritoras más infravaloradas del siglo XX. No suele aparecer en los programas académicos, por lo que su obra se estudia poco o nada, y, por razones que se me escapan, cuando se publican sus libros, ni en los grupos de lectura ni en los suplementos culturales se les da visibilidad, cosa que sí sucede con otras novelas de la época que son bastante más flojas. Es una mujer de muchísimo talento, con una prosa verdaderamente rica, «llena de vida», como dice usted. ¡Qué alegría encontrar a lectores de West!

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